El Barril de Pascal

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El Barril de Pascal
Ruan, 1646.
Hacía un buen día, acababa de salir de la casa de Pierre Lefèvre después de haber estado
casi toda la mañana conversando acerca del experimento que él, Blaise Pascal, se disponía a
hacer por la tarde. Se encaminó hacia su casa, no estaba muy lejos, sus piernas lo
aguantarían, quería contárselo a su padre e intercambiar opiniones, pero finalmente descartó la
opción ya que seguramente estaría fuera. Concentrado en sus pensamientos, planeando cómo
lograría reventar un barril lleno de agua, maldijo su cabezonería y su gusto por las apuestas, ya
no había vuelta atrás, se había sugerido un punto de encuentro y él, llevado por la intensidad
del momento había aceptado, le quedaba poco tiempo antes de la hora acordada y ya tenía la
idea en la cabeza acerca de cómo lograr ganar su apuesta y con ello un poco más de prestigio
para su familia. En unas horas estarían congregados allí varios seguidores de Aristóteles,
partidarios de Pascal y detractores del mismo, para verle fracasar o salir vencedor, aún no
tenía claro si el experimento resultaría tal como lo había pensado. Lefèvre le proporcionaría la
escalera que utilizaba el deshollinador para subir al tejado, los aristotélicos se encargarían de
traer un barril lleno de agua y una jarra, solo faltaba un tubo delgado lo suficientemente largo
como para que según sus cálculos, el barril reventase al verter más agua de la que era capaz
de almacenar. Por eso mismo se encaminaba hacia la herrería donde había encargado un tubo
dividido en seis trozos iguales para que fuese fácil de llevar y montar, pagó al herrero, recogió
las piezas y, tan ensimismado como siempre, se encaminó al punto de encuentro, una abierta
explanada en el barrio burgués de la ciudad. Ya casi era la hora.
Cuando llegó ya estaban todos reunidos, más de los que esperaba y el material dispuesto,
tan solo faltaban los tubos que él traía bajo el brazo. Tras las respectivas presentaciones se
dispuso a montar el tubo con ayuda de algunos de sus partidarios. Una vez estuvo todo a
punto, cogió la jarra llena de agua y comenzó a subir la gran escalera de deshollinador. A mitad
de la ascensión sintió que empezaban a fallarle las piernas, no podía estar pasándole esto en
ese momento, ¡maldita parálisis, ahora no, ahora no! haciendo acopio de fuerza y valor
continuó subiendo a duras penas los peldaños. Sus piernas apenas respondían. Con un
último esfuerzo llegó arriba y, jadeando, comenzó a verter el agua por el tubo, nada, no pasaba
nada, ya se podían escuchar las risas de algunos aristotélicos. Concentrándose en su tarea
vertió la poca agua que quedaba en la jarra y con un sonoro “crack” el barril reventó y el agua
se esparció a su alrededor. Tras unos segundos de silencio, el público estalló en vítores y
aplausos. Con renovadas fuerzas, Blaise Pascal bajó la escalera y se abatió sobre una silla
que ya había dispuesta, lo había conseguido, había logrado su objetivo.
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