Al corregir, la primera regla es el amor

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Al corregir, la primera regla es el amor
ROMA, viernes, 5 septiembre 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero
Cantalamessa, OFM Cap. --predicador de la Casa Pontificia-- a la Liturgia de la Palabra del próximo
domingo.
XXIII Domingo del Tiempo Ordinario
Ezequiel 33, 7-9; Romanos 13, 8-10; Mateo 18, 15-20
Si tu hermano llega a pecar...
En el Evangelio de este domingo leemos: "En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: 'Si tu hermano llega
a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado un hermano' ". Jesús habla de
toda culpa; no restringe el campo sólo a la que se comete contra nosotros. En este último caso de hecho es
prácticamente imposible distinguir si lo que nos mueve es el celo por la verdad o nuestro amor propio
herido. En cualquier caso, sería más una autodefensa que una corrección fraterna. Cuando la falta es contra
nosotros, el primer deber no es la corrección, sino el perdón.
¿Por qué dice Jesús: "repréndele a solas"? Ante todo por respeto al buen nombre del hermano, a su
dignidad. Lo peor sería pretender corregir a un hombre en presencia de su esposa, o a una mujer en
presencia de su marido; a un padre delante de sus hijos, a un maestro en presencia de sus alumnos, a un
superior ante sus subordinados. Esto es, en presencia de las personas cuyo respeto y estima a uno le
importa más. El asunto se convierte inmediatamente en un proceso público. Será muy difícil que la persona
acepte de buen grado la corrección. Le va en ello su dignidad.
Dice "a solas tú con él" también para dar a la persona la posibilidad de defenderse y explicar su propia
acción con toda libertad. Muchas veces, en efecto, aquello que a un observador externo le parece una
culpa, en la intención de quien la ha cometido no lo es. Una explicación sincera disipa muchos
malentendidos. Pero esto deja de ser posible cuando el tema se pone en conocimiento de muchos.
Cuando por cualquier motivo no es posible corregir fraternamente, a solas, a la persona que ha errado, hay
algo que absolutamente se debe evitar: la divulgación, sin necesidad, de la culpa del hermano, hablar mal
de él o incluso calumniarle, dando por probado aquello que no lo es o exagerando la culpa. "No habléis mal
unos de otros", dice la Escritura (St 4,11). El cotilleo no es menos malo o reprobable sólo porque ahora se le
llame "gossip".
Una vez una mujer fue a confesarse con San Felipe Neri acusándose de haber hablado mal de algunas
personas. El santo la absolvió, pero le puso una extraña penitencia. Le dijo que fuera a casa, tomara una
gallina y volviera donde él desplumándola poco a poco a lo largo del camino. Cuando estuvo de nuevo ante
él, le dijo: "Ahora vuelve a casa y recoge una por una las plumas que has dejado caer cuando venías hacia
aquí". La mujer le mostró la imposibilidad: el viento las había dispersado. Ahí es donde quería llegar San
Felipe. "Ya ves -le dijo- que es imposible recoger las plumas una vez que se las ha llevado el viento, igual
que es imposible retirar murmuraciones y calumnias una vez que han salido de la boca".
Volviendo al tema de la corrección, hay que decir que no siempre depende de nosotros el buen resultado al
hacer una corrección (a pesar de nuestras mejores disposiciones, el otro puede que no la acepte, que se
obstine); sin embargo, depende siempre y exclusivamente de nosotros el buen resultado... al recibir una
corrección. De hecho la persona que "ha cometido la culpa" bien podría ser yo y el que corrige ser el otro: el
marido, la mujer, el amigo, el hermano de comunidad o el padre superior.
En resumen, no existe sólo la corrección activa, sino también la pasiva; no sólo el deber de corregir, sino
también el deber de dejarse corregir. Más aún: aquí es donde se ve si uno ha madurado lo bastante como
para corregir a los demás. Quien quiera corregir a otro debe estar dispuesto también a dejarse corregir.
Cuando veáis a alguien que recibe una observación y le oigáis responder con sencillez: "Tienes razón,
¡gracias por habérmelo dicho!", quitaos el sombrero: estáis ante un auténtico hombre o ante una auténtica
mujer.
La enseñanza de Cristo sobre la corrección fraterna debería leerse siempre junto a lo que dijo en otra
ocasión: "¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano y no reparas en la viga que hay en
tu propio ojo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: 'Hermano, deja que saque la brizna que hay en tu ojo', no
viendo tú mismo la viga que hay en el tuyo?" (Lc 6, 41 s.).
Lo que Jesús nos ha enseñado sobre la corrección puede ser también muy útil en cuanto a la educación de
los hijos. La corrección es uno de los deberes fundamentales del progenitor: "¿Qué hijo hay a quien su
padre no corrige?"(Hb 12,7); y también: "Endereza la planta mientras está tierna, si no quieres que crezca
irremediablemente torcida". La renuncia total a toda forma de corrección es uno de los peores servicios que
se puede hacer a los hijos, y sin embargo hoy lamentablemente es frecuentísimo.
Sólo hay que evitar que la corrección misma se transforme en un acto de acusación o en una crítica. Al
corregir más bien hay que circunscribir la reprobación al error cometido, no generalizarla rechazando en
bloque a toda la persona y su conducta. Más aún: aprovechar la corrección para poner en primer plano todo
el bien que se reconoce en el chaval y lo mucho que se espera de él, de manera que la corrección se
presente más como un aliento que como una descalificación. Este era el método que usaba san Juan Bosco
con sus chicos.
No es fácil, en casos individuales, comprender si es mejor corregir o dejar pasar, hablar o callar. Por eso es
importante tener en cuenta la regla de oro, válida para todos los casos, que el Apóstol da en la segunda
lectura: "Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor... El amor no hace mal al prójimo". Agustín
sintetizó todo esto en la máxima "Ama y haz lo que quieras". Hay que asegurarse ante todo de que haya en
el corazón una disposición fundamental de acogida hacia la persona. Después, lo que se decida hacer, sea
corregir o callar, estará bien, porque el amor "jamás hace daño a nadie".
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