algunas cosas ciertas Isván Alvarez Herrera (Caibarién, Villa Clara, 1976). Médico. Algunos de sus poemas aparecieron en la revista Alma Mater y en Los Parques (Ediciones Mecenas, 2001), antología de jóvenes poetas cubanos. Obtuvo el premio Pinos Nuevos con el poemario En la madera del viento (Editorial Letras Cubanas, 2005). Su libro Desfiguraciones, premio Calendario 2005 en el género poesía, se encuentra en proceso de publicación por la Casa Editora Abril. Resultó finalista del concurso Fundación de la Ciudad de Santa Clara correspondiente al año 2005 con un cuaderno de poesía, varios de cuyos poemas forman parte de este libro que ahora ponemos en sus manos. algunas cosas ciertas Isván Alvarez Herrera Ediciones SED DE BELLEZA Santa Clara, Cuba EDICIÓN Y DISEÑO: DÉBORAH GARCÍA MORALES ILUSTRACIÓN DE CUBIERTA: LA DUDA DE SANTO TOMÁS, CARAVAGGIO CORRECCIÓN: AMPARO MARÍA BALLESTER LÓPEZ © ISVÁN ALVAREZ HERRERA, 2006 © Sobre la presente edición: Ediciones SED DE BELLEZA, 2006 ISBN 959-229-091-1 Ediciones Sed de Belleza: Apartado postal 335 Santa Clara 1, Villa Clara, Cuba. C.P. 50100 email: [email protected] CONVERSACIÓN INCONCLUSA DE LOS AMANTES No podríamos aceptar la hipótesis de la gravedad como ley hasta que todas las manzanas de todo tiempo hubiesen caído. Dixon-Massey. (Introducción al análisis estadístico) Bajo mi piel la carne se deshace. La nieve se deslíe sin que el frío –aún- contenga su premura. Una nueva estación ha de llegar, es presumible por el movimiento interno de las cosas. La quietud no es nuestra impaciencia, el estremecimiento existe y alarga sus tentáculos, estira los nervios inasibles consumiendo todo límite. Desde un centro a otro centro por sus caminos nacen las criaturas circadianas. Cada cual intuye una revelación ante el cambio inminente, pero es demasiado tarde la hora que escoge el dios, es demasiado nunca para el placer de la confidencia. Cuando el tiempo pasa, queda solo asentir su vuelta y olvidar; las aves parten presas del aburrimiento hacia lugares más fríos que detengan la podredumbre de la carne. A la sombra de un árbol el mundo se detiene. Nos sentamos a conversar con el silencio y permanecemos solitarios, desentendiéndonos, pues las palabras nada han hecho aparte de mostrarnos los equívocos, significados precisos, lamentables 9 incertidumbres por no haber comprendido la tonada. El canto del árbol gotea su sombra y quién lo explica, ocurren cuchillos quebrando el limbo de las hojas, la luz desteje imparcial granos de polvo para mostrarnos la textura infiel de la materia. Es una suerte que los fantasmas escapen de las vasijas de barro que destapa el viento, para entre las lonjas de carne fermentarnos la memoria. Nadie nos molesta, ni el tercero, silencio vespertino alanceando nuestros cuerpos. Bajo las pieles queda un misterioso pálpito. (Abrazar lo que una vez estuvo y nunca ha estado arco hecho talle de viento, estrépito de flechas cuando la sangre comienza a corromperse.) Tus gestos no impedirán dentro mío que las flores caigan, ojos que se desmayan convocando tras el cristal turbio otro mundo, miente reflejada tu belleza (look in mine eyeballs, there thy beauty lies)* , sin eternidad no es fiel, es un río que transcurre poluido de imágenes trascendentes en el momento en que cayeran al agua desde miles de orillas hilvanadas; pronto serán la mugre del fondo que ennoblece el espejo donde las lágrimas arden. * Venus and Adonis, W. Shakespeare. 10 Te diera un ramo de puentes cómplices de madera por no verte llorar ante el reflejo que asusta al pájaro cuando se lanza de cabeza al agua y es apresado por la densidad inaparente, aunque tal vez no has llorado por ti, y es mi desdicha quien mana por tus ojos. Desnudos nos quedamos. Ves las telas volar bajo los arcos, y me acuesto en la corriente, ves mis restos vaciarse en pos de los abismos. Nos creemos felices porque tenemos veinte años y estrena la sangre torbellinos donde ahogar sirenas antiquísimas. Los muchachos cuyo olor recién despierta nos vieron ansiosos poseer el ocaso. Ellos también querrían ser los semidioses lapidados en estatuas, cuando un cuerpo es cárcel de otro cuerpo, y esperan ardientes la conjunción de sus astros. Para entonces, también ellos habrán construido su dolor, que no se gasta en lágrimas azules, sino se echa a volar en muda cetrería. El ave escapa, el silencio nace desde su vuelo tentador, en la playa quedan trazos que la ola bebe, como huevo cascado en estaciones sucesivas deja la marca del vitelo, guirnaldas entre ramas, granos de nácar engarzados por el aire en un sinfín maldito. Oh, y la pluma gira sorteando los obstáculos 11 evadiendo ser definitiva, mordida por el frío, o el cansancio, o la desdicha. 12 UNA TARDE CUALQUIERA ...con Irina en Santa Clara 4:00 p.m. Librería. desnuda lágrimas mi amiga una tras otra caen en el lago candente de su morada tranquila en evaporaciones. Sus hermanos escogieron antes el camino de Roma o decidieron morir sin compromiso alguno. 4:32 p.m. El niño de la bota. mientras, tú quedas al abrigo del estanque y del estanque abrigo para la guarda de los peces sagrados. Yo no he conocido cárcel me dices salvo la que en mi cuerpo confundí con piel. 4:33 p.m. Teatro. (también veo mi cuerpo alejándose como humo de otro cuerpo; y la pregunta no formulada es: cuándo lo he vestido, cuándo lo he empuñado.) No has conocido cárcel —dilo como si de un extraño lo dijeses— salvo la que a hiel sabe en tu boca y en tu sexo se pensaba hojaldre. 4:40 p.m. Mejunje. Luego de haber mirado 13 en el camino iniciático de la desaparición me duele el extraño vacío de ser alguien. Alguien que desnuda lágrimas con menos virtuosismo, que aconseja inseguro prender fuego al estanque para no ver los peces vueltos enfermedades y álbumes que no imaginan nuestra posibilidad de transmutación. 4:41 p.m. Catedral. nunca hemos confesado nunca hemos escapado nunca hemos traicionado nunca hemos dicho nunca definitivamente siempre (las palabras comunes de inimaginado alcance y consecuencias). Solo llegamos hasta el furor, los gestos, un carácter. Los menos vivos, los menos brillantes que nosotros que parecíamos condenados para la luz hicieron cosas simples y diáfanas que los pusieron delante. 4:54 p.m. Boulevard. oh, Dios, le escuché decir, qué perfección la tuya, ideando la Nada y con ella esgrimiendo seres que se miran al fondo para aterrorizarse ante la soledad de sus mundos. Amiga, nos quedan peldaños, hay que apurar los pasos, solo puedo escuchar apoyar en mis manos tus palabras, elevarlas a que un viento frondoso las lleve, con mis ojos brillando un oscuro latido al compás de lo que inventas para que la vida no te sea tan dura. 14 5:12 p.m. Parque Central. me agobian las mismas calles, los pasos repetidos entre lugares cuya modernidad tentativa se mezcla indolente con lo antiguo, con transeúntes que el tiempo escinde hartándolos de sed en lo pasado, de hambre en lo futuro. 5:15 p.m. Cine. entramos, dentro creímos que nuestras vidas también se volverían interesantes si las atravesara un chorro de luz. 6:50 p.m. Cine. Lloramos al final y al salir seguíamos llorando, porque ya era de noche. 15 A LA DERIVA. 1 (vidrios) Soy la botella de un náufrago. Han de venir a mí caracoles ebrios para aprehender un alfabeto impaciente, manías de quien ha tatuado en su ojo el horizonte. (Venid para que asistan al cáñamo de sal que un viento imberbe sopla, a probar los pasteles que no alcanza a bordar la saliva en mi lengua.) Pasatiempo futuro de los arqueólogos, mi destino es sortear la aguja de las miradas, ante Ti, en danza ajena al tiempo, leves olas de horripilación y éxtasis. Soy la isla que acuna la botella que soy y entrega una costa furiosa a la carne expuesta a ser dolida. Lo que no somos es mi impronta, lo que tímidamente aleja, la nube que no toma la forma esperada (cuando esperamos que algo fantástico sucediera y nos quedamos esperando como seres confiados). Como si lo que soy temiera descorcharse en transparencias ante la mano azarosa que intenta alcanzar la marisma, 16 y prefierese huir entre corrientes y témpanos que en la rocalla golpean el costillar o mecen, disputándome ser astillado vidrio contra el cieno. 2 (canto) Mis palabras ocultas en botellas se han dormido mecidas por las olas. Mis palabras que empuja la marea atestiguan islotes y gaviotas. Mis botellas desandan todo el mundo con adornos exóticos de abismo, no regresan jamás donde han zarpado rehenes de una playa o de un mutismo. Mis palabras se están poniendo verdes y tienen sus grafías desteñidas, qué capitán qué niño qué destino va a desembotellarlas algún día. 3 (a la deriva) A la deriva esta marejada de las visiones me quiebra algún pez se hartará con el temor lo profetiza el refrán no hay bien que por mar no venga. Cada isla espejismo del cielo de las aguas rechazado a vagar hasta que acuden corales a picar los dedos ya arremeten en desquiciamiento calma sal y olvido. 17 A la deriva me ilumina el estrellarse de la carne blanca contra el molde herrumbroso del pecio en que nos convierte la zozobra. Por entre las olas hay salvados en brazos de arcángeles. Algo hace preferir el tedio de las palmeras y la arena puliendo mi reposo. Ignoro las leyes de la flotación entre pedazos columbrados con avaricia ningún siracusano ha de explicármelas. Oteo el pez antiguo destinado a voltearme entre corrientes como pasajes sentimentales de camposanto. Algún chillido me entrega la perfidia: al hombre lo disuelve el tiempo y el miedo con que el ahogado encuentra la última ilusión de oxígeno se lo bebe el agua. A la deriva a la deriva. 4 (mensaje) Fui un hombre y me nacían caballos en el tendón del sol. Fui una mujer y tuve pezones con vocación de fuentes. También fui el niño que perseguía las siluetas. 18 5 (retorno) Ha vuelto al hogar, a las palabras que cercan su locura, ventana madres cordeles barrotes de viento. Retorna al sitio común, inexistente, de excusas, apagadas conversaciones y muerte, en que imagen y reflejo son colmados por la duda de la desemejanza. Siempre al mismo lugar (pared de la desidia que adornamos con vidrios al fondo, para cortar los suspiros; banco maldito desafiando la cal, colgajos de luz donde vimos pasar, nos vimos pasar antes de ser vidrio, piedra, sombra del muro) siempre al mismo lugar desamparado por lejanías aunque aguce cada intento hacia una nueva derrota: la máquina de componer cadencias hueras como juguete chino; las paredes con las iniciales bordadas en una esquina para golpearse las vísceras; la huella ausente de un cuerpo ausente pero que si estuviera haría vanos todos los signos con que entretiene la vida. 19 MONÓLOGO CON LA PALMA DE LA MANO IZQUIERDA Hoy he mirado en mi mano me deposito en mi mano abrí los bordes del cuenco de la mano izquierda luego que el animal fuera bebido. Hoy no tuve hechicera, no tuve augur ni druida fijos en las vísceras, solo yo para otear los mapas, el agua tensa en su frontera. La tarde evitaba sublimes visiones: venados cansados, temblor. Es terrible apagar la sed pendientes del peligro y no basta la mano, la lluvia no da para eso ni el constante salpicar de los vehículos para quien mendiga al borde. La mano es coger, la mano es golpear, herir para saber lo que valgo. Alguien necesitas para saber tu valor y la mano es un pequeño telescopio, el cuenco es un pequeño lago donde ausculto pasos distantes sobre un pavimento de reflejos. Me deposito en el hueco de la mano, veo pasar al cazador y no quiero agazaparme entre la hierba. Aquel día con miedo sonreímos y él pasó de largo. Aun el bote y un nido me caben en el gesto. 20 Un cuerpo con prisa siempre intuye un pasaje, una huella en la palma: tangente cicatriz que escinde la vida sin que alcance una mano a detenernos frente a ventanas abiertas en ventanas abiertas en infinitas ventanas. Me recojo en la mano, ya sin niños mi madre lleva un perro a dormir, en la mano oigo su quehacer y más profundamente me arrebujo. De nuevo siento palma tibia bajo la nuca, pelusas en mi espalda, lento empuje hacia la caverna propicia del olvido. Como si esperasen enemigos implacables entre el sueño y la vigilia, uno se resiste a despertar, y el puño aferra el anestésico que proponen los demonios aunque el viento agite sus gallardetes con noticias que pasan cándidas sin reparar en nosotros. Cuescos, buscar horcones en la corriente, en lo hondo la mano empuña su áncora, en lo más áspero de mis huellas se detiene el tiempo y la mano sirve entonces para taparse los ojos. Distingo mi vida en una fuga sin sangre: mano despiadadamente infantil me enfría la garganta. Diminutos azotes de la lumbre caben entre los dedos cuando miro contra el desenfocado silencio y se esfuman las imágenes hacia una historia en que me aferra otra vez la mirada inclemente de unas manos. 21 UN DESEO Por Milo, san Lázaro. Por mí. Cuando el agua se eleve, cuando el vapor me aturda pediré el deseo. Dejamos la vela prendida. Toda la noche nos dio miedo y al amanecer no encontramos la esperma. Revisé tus manos pero solo un puñado de sábana me habías robado con tristeza. Al santuario van los enfermos de la piel con rogativas. Miran como diciendo: ustedes, gente sana! y se postran. Frente al santo por primera vez vi el parecido, pasaba el minuto en que pedí mis llagas. Escribí mentalmente el deseo pero la implosión del tórax hacía bailar las tetillas garrapateando en el aire una fórmula confusa de adhesión. ¿Qué necesitas para saberte en posesión de un cuerpo? En el mercado de esclavos, con usura, todos pedíamos y pagábamos y se nos entregaba el daño. Bien lo sabe Dios, solo puede herirnos el amor y por eso nos ama perpetuamente. Repuntaba en mi interior el asombro de todas aquellas miradas. Pensé que la fe producía extrañas sensaciones. 22 Otro día, de frente coloqué los símbolos. A punta de dedo leímos en el libro la interpretación de las posibilidades. Diablo en la quinta casa, no hubo carta más sincera. Te sonrojaste. Tuve deseos de ser la paloma que salva pero venía de vuelta de los sitios donde la fe cumple para demostrar que no deben satisfacerse todos los deseos. Estrujé las hierbas contra las diminutas lijas del agua y mezclé el alcohol. Iba desnudo te dejé observarme, ser en tus ojos otro hombre que paga, humo de holocausto sin interpretaciones. El aire penetra y abandona mi cuerpo confiadamente, único testigo del mundo subcutáneo que me puebla a la hora en que marcho a padecer el alba en otros parajes desconocidos. Qué se podía pedir. Quiera el santo otra vez hallar satisfacción en las descuidadas velas que con pasos encerados dibujan nuestra forma. Como al semejante empiezan a dolerme los talones y no le han de faltar a la madrugada los perros y las piedras que persiguen el sueño. He pedido el olvido. He pedido que lo instales en mí mientras el baño desciende y la hojarasca me nutre las lesiones. Nos acostamos juntos para sellar el pacto. No dejan de mirarme otros fieles, de someter a mi arbitrio sus promesas. Poco atino a decirles: nunca pidan el amor o la muerte. 23 TRAVESÍA 1 El patio de la casa es agua. Ha salido el abuelo a pastorear sus bajeles y el viento responde con voces cansadas del mar. Ha de morir e irá despacio a su habitación de hormigas y simiente, a callarse la ira y la fatiga del goce, y las tres o cuatro palabras con que se tuerce una vida, como un buen tabaco en labios proféticos. El agua puede entrar por doquier y pinta, entonces, con humo antiguo el calcio errabundo de los seres. Tras la marejada, barcos en inhóspita estela aprovechan la noche para partir o llegar. Con la luminiscencia de un fermento se mecen bajo los precipicios de ángeles. ¿Aquello que ven las cuencas estériles son manos acaso, pañuelos, o la espuma que levanta un adiós que se disuelve en el agua? El viejo también partió y llegó otro día a cualquier parte, 24 para maldecirse igual, bestia humana a quien dotó el demonio de todas las especias del arrepentimiento: para comer, el hambre, para nacer, el sexo, para matar, el amor. La profecía canta: hay una tierra para oler en tardes grises para llevarle sudores, recogiendo ecos entre la modorra del musgo y el cantar echado de las fuentes. Una forma mineral acosada por el salitre se disuelve entre las dos horas sinfónicas del día como un madero que deriva en un sueño y aguarda. Y entran a la noche como a barco abierto, criaturas insomnes no les importa cuándo han de traicionar las aves. Dos de cada especie defienden una esperanza de fecundidad entre las tablas claveteadas con estrellas y embreadas con un tufo delicado de mudez y llovizna próxima. Cada estirpe, sin padre ni madre, en un rincón de sentina se contempla, abarcan la inmensidad de un castigo que los une, sometidos al ritual de la catástrofe. Hay ternura en suspender el aliento, apagados animales de salvación que se tantean fieros mientras dura la espera. La misma impiedad de los patriarcas renueva los polizontes de la nocturnidad. 25 Allí van unánimes, entre las hendijas aparentemente ciegas de un parque, por un camino que se afila contra la orilla, bajo la sombra fresca del yeso, y bajo astas con arriado velamen, en los camarotes que truecan su ojo de buey por una reja, entre paredes timpánicas, ignorantes de órdenes y asco, bajo el puente, bajo todos los puentes del arca. 2 Cuando uno ha hallado lo que busca ¿qué debe hacer? ¿Cuándo empieza a perderse lo buscado? Mira la tierra, mira el cuerpo, nada vale más en la ausencia que uno mismo, extranjero, navegante, ofendido traidor en la esperanza. Si algo has de perder al fundar un apego, convertirte en árbol, leño y hoguera, ¿importará el regreso a pesar de la travesía viril en el agua? No regreses, poco importa la burlada huella en el cementerio de gaviotas. Más hijos desafiarán a sus madres, y los viejos también saben del oleaje, aunque ignoren tu maldita temeridad en la espuma, la historia que levantas contra el plan del tiempo. Cuando uno ha hallado y no sabe qué busca ¿qué debe hacer? 26 ¿Cuándo empieza a perderse lo hallado? Con el agua en el puño, o con polvo en el puño mira el horizonte y desde el horizonte lo contemplan, y si aquí golpea el suelo, allá responden las cenizas. (Es el instante del radio, del teléfono, de la fotografía con automóvil, de la comida envuelta, del refresco metálico, del discurso oficial, del perdón de los reyes, de mostrar el loro muerto y los indios desnudos con lisa mueca de agradecimiento en el rostro, junto a infinitas planillas que conceden olvido entre la distracción del cartero y el confort de los Bancos.) Mira el abuelo los aviones, es la misma actitud de sentarse en la puerta a cavilar los cuerpos imposibles de la memoria mientras esconde en sus ojos peniques salados. Los libros de historia se saltan esta parte, los de biología aún defienden a los tiburones de la perversidad humana, los de geografía mal disimulan las rutas de la seda, la ruta de El Dorado, de las Indias, del Yukón, de la suerte, y dan confianza cuando apuntan en negritas el fin de los descubrimientos en el pequeño mundo. Y el viejo sonríe, se pone la mano en el pecho, y arrastra su taburete porque “viene el agua”. 27 3 ¿Amanecer, dónde vas, estás? Paños tibios, garzas, escupitajos de Dios que limpia afanosa la mañana. Mujeres insatisfechas por el resquicio de aceras infinitas, tristes hombres que empiezan a pedalear el artilugio de un sueño. Amanecen los insectos con su violín a medias las membranas tullidas, entes tumefactos desayunan a bocanadas los filamentos del aire, todos orinan con placer infantil y echan a correr los piélagos futuros. Cuánto mar, amanecer, cuánta espuma fría toma forma de dios y eleva manitas al fervor de un astro. Mundo de costas, garra sinfín en que resbala el tiempo. El rumor asfixiante del despertar a coro oprime como una neblina, ya es el instante en que vuelven a rebanarse las palabras y el acto queda contrahecho, en que un beso puede convertirse en un poema. Alguien enciende una moneda; combado, el horizonte se dispara. Y cuando del lomo del mundo se empina un himno en gargantas infantiles los cetáceos miran piadosos desde el abismo eterno que edifica las islas. 28 PREGUNTAS Pasan los turistas dentro del auto. Como una cámara fotográfica los detiene el semáforo. Nos miran quietos/ se preguntan/ por qué estamos quietos por qué los miramos/ cómo si fuésemos nosotros los turistas y ellos la sensación ambulante de un domingo. Pestañean los ojos del tráfico, y avanzan majestuosos, aturdidos con dos o tres mañas tropicales/ gustan de vernos, inmóviles. No comprenden que esperamos el regreso a casa un regreso que no llega que no abre sus puertas a pesar de las miradas de nuestras manos intermitentes, rojas, rojas, amarillas… Un ciclista, un auto oficial, un taxi, unos cristales ahumados, un vacío en la calle a las nueve apenas donde todo se ha detenido menos una pregunta: Por qué estamos quietos y no nos convertimos en otra migración extemporánea, en animales con la majestad de la tristeza regresando lentos al hogar para nueva turbación de los que pasan y nos miran con miedo mirarlos con acero en la vista. Si nos viesen caminar cuánto temblarían los semáforos y gritarían los cláxones histéricos, y serían ellos los detenidos, 29 ellos los que tendrían todas las respuestas sin voz para atreverse a preguntar. 30 recuento Llega a ser el que eres. Píndaro. El que ibas a ser está esperándote. ¿Qué le dirás, ahora que has crecido? Raúl Hernández Novás. I Me apresuro a mi vejez con la nostalgia de las memorias que van mudando el pelo. Los ojos cierro como si ya fuera la criatura vivida a quien lo oscuro devuelve burilados los recuerdos. Otra vez los veré, otra, y la playa a mis pies, y un ayer menos esquivo y culpable de los defectos que me acometieron, cuatro abuelos, dos países distintos del verano, dos reinos felices donde reinar con familia que perdonaré, y extraños sin parecer todo lo que no he sido, otra vez contigo, y con mi madre ya curada de lo que seré. 33 II El reloj, espejuelos, la billetera, mazo de llaves, plumas, monedas impares. Sobre la mesita otro reloj y dentro de la cartera billetes, monedas, carné, fotos de cuando eran niños y todo sacrificio era poco, fotos de sí, amasando su tiempo, siempre con más inocencia, pero más culpable que hoy, cuando la vida no tiene razones y no es dable elegir, solo contemplar y padecer los pasos que reposan tan ajenos, tan propios, en el pasado, como las criaturas habituales del bolsillo que sobre la mesa de noche vigilan junto a la lámpara apagada de los sueños. 34 III No conocerá el centro. Obligado como está a recoger, a recorrer los puntos fácilmente calculables de un limite plano que hemos dado en llamar la vida. En la tercera dimensión es peregrino de un orbe, alguien que no se detendrá en el vacío en que todo converge. Abre su casa, desemboza las correspondencias donde es contenido su ser, en el intervalo efímero de unos números, subconjunto numerable de la eternidad. Es su vida aquello que desconoce y recorre, recoge, como el hilván de un mapa donde lo estantío queda en ninguna parte. Centro al que es condenado, paz que vislumbra cuando va de retorno a la recta infinita o a las múltiples dimensiones que un ser humano no alcanzará nunca a dibujar. 35 IV Regresa a casa con pequeñas hazañas en el bolsillo. Quien no ha mirado, con el poder intacto, con el amor en triunfo. Pero algo es más fuerte y tira, sin poderosas razones tira. Le duele la piel. No ha traído helados. Se sienta sobre la escritura. Excomulga memorias. El matrimonio cruje sobre la cama. 36 V Aun no es hombre. Muchacho, ser sin compromisos, o solo consigo, con el deseo. Uno que mira receloso la manada, y se aparta obstinado, con fuerzas para la soledad. Lleva las manos en los bolsillos, los ojos inquietos, todavía husmea el aire. Como si no diesen pequeños pasos los instantes. Quisiera asomarse desnudo a una ventana, indiferente, seguro de que es hermoso, que no puede ser mejor. Pero inocente: tal como es, no puede ser mejor (ni perfecto ni abrumado de imposibles, solo que no interese conseguirlo), y lo ignora. La vida se le ha dado, se le dará tal como es, repetido en los futuros, en los deseos, en la muerte, en las bodas… 37 VI Cuando pasaba por la belleza, no lo sabía. Quizá no aprovechó sus oportunidades. 38 VII Estoy en la estación. A mi espalda un pueblo destruye su esplendor en el andén de una futura memoria. Un pitazo. Sobre los raíles alguien derramará la cabeza. Empieza a colorearse la impaciencia, lloran niños asustados con la libertad de la huida, buscan ojos seguros los adolescentes que viajan por primera vez solos, algunas mujeres quedan abandonadas. Cuánto deseo esparce una paloma que pasa, el fierro crujiente con el peso húmedo de la mañana. Una forma se condensa en el punto donde nacen los carriles, hace signos de humo la lontananza, hay bancos, ancianos que no partirán se repiten en los paraderos eternos. Si alguien duerme, si alguien olvida en ellos, si alguien espera un tren que no llega, también se ha cumplido un viaje. El viaje más difícil, el viajero más solitario, no llora, no espera ni teme. Los dos extremos hipotéticos que tensan el ferrocarril con una locomotora, un vagón y un andén 39 no importan para él, detenido en medio de una línea que testimonia los sitios del aire donde yacía el camino transitable de su felicidad. 40 VIII Vuela a mí, premonición oscura, entrégame, sé. La pelota salta delante mío desde los siete años, picoteó la piedra, escapó a mis manos. Igual me han juzgado estos niños, culpable. Y sonrieron. 41 IX A la sombra del árbol en que fui niño un día… hoy no hay sombra de árbol ni de niño. Lo poco probable también acaba por suceder, siempre: sobre la suerte del tronco envejecido fulguró la tormenta, pero aun así quedó donde injertar alguna historia, y luego, al pie del tronco mutilado se incendió la basura. En la calle donde fui niño un día sigue intacto el resto de los árboles. Ululan, ensucian el orden humano con su orden que atestigua las breves estaciones del hombre bajo su ejército de breves hojas. Donde estuvo aquel, frente a la casa, existe un hueco en el paisaje, no cicatriza en el suelo el quemado muñón de su raíz, ni el exceso de luz en el portal. Hay una tal limpieza de hojas en el frente… A la transparencia de una sombra la memoria le dibuja niño, árbol, y la razón se ocupa en cavilar que lo improbable acaba por suceder siempre. Hoy que he vuelto y apenas distingo en el lienzo curtido de las ventanas el cielo, copado por el murmullo verde en mi retina. 42 X Tupido jardín en su visión frugal, el aire es aspirado por ocultos sumideros, el borde de las hojas, el borde del espejo, el año ha germinado alguna flor casual. Un gigante pone su cabeza en el suelo, escucha la raíz aguzar el final endeble; teme el barro por tocar que aísla la tierra húmeda del cantero. Un lagarto asusta la quietud intemporal de la araña construyendo un cenicero. El tiempo pasa sacudiendo su maldad: nervaduras secas, moscas muertas, pelos... 43 XI No he perdido el miedo. He ganado la zozobra de la libertad. Aún se ríen de mí voces huidizas que atemperan el valor de las premoniciones, aquellas que antes rieron con un mazo de navajas puesto a gemir entre mi sangre. Extraño a un animal fantástico, el ser de traspatios, nocturnos balcones, campos imperiosos con su niño humillado ante el futuro. Sí que fuimos inocentes, cuán fácil tejimos los sueños. (Y aquí voy con la zozobra no con la libertad que rehúsa definirse). Miro el desagüe, los niños pobres en el limo como si jugasen sobre un piso marmóreo. Pasa lo fétido embadurnando, pero escogen lo simple: algo azul, botellas de luz turbia, no poemas que el agua lee ávida llorándole los dedos. Yo los lanzo. Nada más aprendí desde los diecisiete años. Tampoco inventé las imágenes que mi rostro han curtido ni los fuegos con que purgo mis visiones. Cada gesto azaroso conversó con su duda y mi piel ha mudado en el dolor sus desafueros. 44 He sido, como noche cualquiera, enjambre de luces sumergidas, y breve castillo en el envés malvado de las nubes. Con la mirada hundida en espacios desolados hube de regalar mis puñados de conchas a la furia, con la vehemencia de los gestos, ocultarme, fundar algún sentido, y como flecha me arrastré, raspó mi vientre tanto aire que a veces pareció dichosa la distancia de las transfiguraciones. Ya no voy solo, ya voy conmigo y llevo ciertas palabras para el viaje. Cuando me canso recuento las heridas que en el firmamento se conjugan como caminos recién hollados. Prefiero creer que alguien me zurce los pasos, alguien está si volteo la cabeza, alguien repite el deseo que abro pudoroso, alguien también amoló secretamente elegidas profecías, alguien ventea mi perfil, alguien me arma en su mirada, alguien golpea lo que temo, alguien tiene la tez buena y la sirve ante la noche, acorralado, alguien me escucha y se va, repitiendo mis canciones. Y aquí voy con la zozobra no con la libertad que aún rehúsa definirse. 45 XII Me acerco a la palabra, en el umbral sereno de las ondas. Piedra la palabra. Hoja seca al margen, señal de luz, insecto desterrado del verano que ocupa una nueva estación del éter. Quisiera decir pieles limpias, tejidos lacios, una alfombra nueva, cortina azul, letras de felpa. Quisiera hablar en cintas, acuarelas diluir sobre un cuerpo lozano. Yo quisiera decir animales pequeños, vapor de agua, falda de loma peinada, estanque sin niños. Cerca de la palabra, cerca de la nada, castigado el aire, yo digo un grito y echan a raspar las sombras, los alambres, los hidrocarburos, la noria... 46 XIII Es mejor usar las horas en contemplar las esquinas, las paredes, diferentes planos. Desde la claridad vuelan apretadas voces. En el muro a la derecha tres almenas en que se acoda la memoria: allí escribí la ausencia de nombres y fotografías. Bajo la cancela del mundo deposito irreverentes mis sueños. En la celda, boca arriba, contemplar al mundo, con la vehemencia de un cadáver. Entre barrotes imitamos la vida, nos cosemos la piel para evitar preguntas. No es el tedio geométrico quien hiere. Duele la oscuridad, redonda y perfecta, con larga médula de hombre al centro, imaginando. 47 XIV ¿Y si sacáramos la cabeza fuera del agua? ¿Y si después del llanto descubriésemos que no habíamos llorado por nosotros mismos, que nosotros éramos una lágrima de un llanto más intenso y plural? 48 XV La lluvia es un país de borrosa frontera. Por el asfalto huimos llegamos a sus paredes húmedas de ganas. Todo brilla y llora bajo las ramas tendidas de la lluvia. La lluvia es el país donde se interna veloz la carretera. Nos circundan mapas estables de la luz, los gases ásperos que encierra el globo inverosímil del espacio. El país de la lluvia es una guedeja gris una cabeza triste que se aparta y una sombra que pasa a sus espaldas. Entro en un paisaje a plumilla, coalescen las gotas en el parabrisa y en las canales de los aleros y en los declives del campo donde marchan sedientos los caminos. Lluvia es país donde mis barcos de niño ensayan su partida. Atraviesan un mundo sin aduanas, vuelvo a la era en que ya anfibio o pez soñaba las orillas. 49 Afuera llueve, lloviznada nación cercada con rayas discontinuas, como un atlas, donde los nombres parecen fijos y alcanzables. No es la lluvia, sino la palabra lluvia, otra patria fugaz donde me adentro. La palabra lluvia interpretada por una orquesta de asfalto, tierra, agua obtusa en los charcos disparejos, en el techo, el capó los cristales, los bestias vagas y lanudas. Bajo la vertical frenética de la doble ele amplificada, bajo ella, bajo elles, en la memoria furtiva de la tarde y la nube la lluvia es un país donde se exilia el hombre que escribe solitario. 50 XVI He estirado mis manos en la lluvia y ha jugado con su puñal entre mis dedos abiertos, que no intentaron asir, sólo entrar en algo que transcurría, para que el estado pasajero no lo definieran gestos de quien intenta retener. La lluvia, con su mano perpendicular a mi mano, dedos de agua entre dedos de sangre, mi amante lluvia. He levantado mis manos en la brisa cuando iba a llover, cuando la tierra empezaba a repetir el olor de su deseo. Yo y los árboles, listos para ser arrasados, y entre cada una de mis puntas pasaban las rachas su filo transparente, mis fieles amigos. He hundido mis manos en la tierra como una gruesa gota, como una estocada de aire, y las múltiples uñas de la tierra me hirieron y las raíces de los árboles me perforaron y el agua turbia me infectó las heridas. Pero no me importaba, como a un buen hijo. 51 XVII Tropiezo con las bolsas de Eolo, tropiezo con las arpas, saxofones y tubas digestivas; con la complicada red rojiza de mis viaductos, con el hígado esponjoso y vasijas donde se fabrica el mar de la temporada; estoy lleno de globos aerostáticos, y sobre todos ellos la gran nube que llovizna continuamente los buenos y los malos pensamientos. Soy un país maravilloso, de vivos colores, salvo que a veces llueve tanto que me inundo y las aguas se escapan por mis dedos. 52 XVIII Descorren las cortinas. La luz se ata a los pájaros y comienza a picotear en las figuras. Entra el bailarín y uno descubre que estuvo toda la vida imaginando el baile. Los cuerpos que pueden ser mirados aferran los ojos mientras asperjan su música en el sucederse de formas que invitan a morir. Es el escenario un inmóvil bajel en el piélago de palmas batientes. Entra el bailarín dispuesto a revolcar todo su arte en el instante sonoro de la prisa. Un mal paso, una fuga de tablas, un abismo acecha la silueta que entre la sombra y la luz paga sus culpas. Una vida, para sostener castillos en el empeine del pie, como si vivir hubiese sido corretear ante el guiño torvo de los espejos, ante inefables audiencias. Ahora el acto aparece encuadernado con telones que rebanan la vista y los aplausos, maroma en la fe que destierra burlas y el pulsear del deseo. 53 Con indolencia, mayestáticos, cuerpos que deben ser mirados pasan. Uno no alcanza tal prestigio en el gesto y se arroba en la luneta con fruición de espía. Uno descubre entonces que también ha estado el entero vivir dispuesto a caer frente a los otros como en un paso de danza pero condenado a ejecutar la seria pantomima que nadie le celebra. Uno recuerda, y la música traspasa la piel evaporándose de las figuras, mientras en la oscuridad de un asiento echa a gemir la ilusión, un niño de puntillas que siempre vaciló al pisar el filo sereno de las sombras. 54 XIX Te he llamado. Tal vez queden algunas palabras por decir. Algo importante por decir. Cobra sustancia la voz, una frecuencia que transporta a otro lugar, otra persona. Yo fui otra persona en esa voz. Hoy queda la nostalgia de no poder otra vez serla, pero es misma la voz. Soy como antena solitaria mecida por el viento, joven profeta que siente el comando de un dios, de su cadencia. Y no es la palabra, sino el sonido. No es el mensaje, sino el pulso. Ayer resuena así de grave, monótono, relicto. Apenas soy el radio, ya antiguo, que transforma en ojos grises las ondas de una voz. Decir, decir… Llamé, como quien persigue delante de la luz la frecuencia de un pasado, y más allá de las nebulosas, encuentra la textura de sus dieciocho años. Ahora escucho y digo, pero nada digo. Nada nuevo que decir… Pierdo balbuceantemente la sintonía mientras oscila el aire hacia el infinito silencio. 55 XX Desapareció entre la multitud de esquinas, gentes, palabras, anónimas posibilidades. Desapareció otra vez, conminado por un destino cuyas puntuaciones desconozco. Tras una puerta, sombra de las visitaciones; desde el transporte público de amplias ventanillas, transeúnte; en una consulta médica, quizá pronto cadáver. Saltando desde la memoria a la realidad, y viceversa, cuerpo esquivo, fragmento de vida que se desarma en ese instante. Qué se podría decir en el encuentro. Que reconozco la forma del pie desnudo en las sandalias, o los dibujos en su voz , o el olor de un tejido, una jovialidad, un tono en la piel a la temperatura exacta. ¿Esos detalles bastarían para retenerle? Convocado por la soledad y el deseo recurre y desaparece entre la multitud. 56 XXI Pasé por las cámaras inexpugnables de un sueño. Una luz permanece, como deidad vigila. Quise haber dejado mis deseos entre los cachorros de sangre que le custodian el silencio y la risa, pero iban lejos mis manos, mis ojos, que en esta hora intentarían despertar el sueño. Ascendí las montañas, lejos se dejan contemplar las ciudades. En una de las luces, en cuál, vives tú. Un pájaro nocturno espanta los reflejos como sobre aguas muertas. Solo veía luces en el campo anochecido, ciudades dormidas, gentes que se aprietan bajo faroles tersos. Otra vez estaban de espalda los árboles y del firmamento copudo caían las hojitas. El niño que me tocó en suerte soñaba entre la marea seca de los troncos y el caudal crepitante de los follajes. Y aún el hombre que le ha tocado ser sopla sus párpados sobre el paisaje y prefiere continuar la vigilia. 57 XXII Oh, if I could believe that everything valuable is not only inside me now that there’s still home to go back to. MIKLÓS RADNÓTI Mi madre está sentada en la cama. Una verdad le digo. No preguntó ni la risa ni las lágrimas. “Hijo, no digas eso”, con el rostro cuajado de repentina vejez o de infancia amarga en la memoria. Obligo a mi madre al silencio. No hay olas donde pudo existir una playa, una tierra vencida. No digas eso tanto tiempo cantado sin la música. No cree la luz súbita, no sabe de qué guardada historia soy pabilo. Me volteo en la cama, dejo atrás su vientre, atrás el mundo aunque sienta aves heridas con el peso del aire. Está la pared. A su espalda respira una ciudad dispuesta a amanecerse donde mi aliento quiso ser más que otra minúscula promesa. Escucho la sangre. Una eclosión frenética de azul 58 comienza a funcionar en la mañana. Apenas dije: no me pongas de castigo en tu simplísima tristeza. Sueño tanta piel que no da tiempo a hacer traiciones. Cumplí las profecías. Siempre supe que yo tenía el filo. No sé por qué, no sé quién me enseñó que la felicidad era algo cierto. 59 XXIII En tu deriva marchan mis sueños blancos filos del agua refringentes lágrimas delgadas de aceite y combustible, ramas, saliva, primavera revuelta, cáscaras de troncos, desciende el cuerpo en su deriva quedan cosas que nadie reclama, turbión de hélices, golpe de remos allá van las geométricas aguas tejado de asbesto, pulpa de madera, tinta y aire en tu deriva en tu flotación, tu curso de aparente desorden yo miro en la corriente, yo veo, anoto las formas dóciles del caos las palabras fluyen, las cosas, desperdicios en tu deriva más lejos y más tarde entregando el sentido de su pertenencia, de tu curso, del origen remoto de un cuerpo que me arrastra en su deriva. 60 XXIV Un parque. Personas esperan. Los escolares hacen gestos de kárate. Trotes. Caminantes de regreso a la noche. Mueca en las estatuas. Da voces el profesor. Bancos reclinados bajo los árboles. Autos detenidos. Regresan los pájaros que podrían pernoctar donde comen. Pasean pequeños triciclos fuera del alcance de los sospechosos sitios. Hojas en el cemento, conversación, ruidos, transeúntes. Desconfianza hacia los hombres solitarios en los parques. Animales jóvenes otean excitados la noche. Arrean los rebaños de niños a casa. No tardarán en sentarse las sombras. ¿Qué ocultan dentro de sí las piedras? Pasa una esquila percutiendo el silencio. Todo calla. Podría llorar en lo apagado quien ha visto la felicidad sin poseerla. 61 XXV No podremos marchar al destierro. Ya ninguna tierra nos puede ser inhóspita. La nostalgia, ahora, nos queda dentro. Los países del destierro son ansiadas postales y colorean los sueños. En las palabras propias, en los sonidos que conforman nuestro silencio, hay alguien que abandonamos, alguien se aleja. Qué mano nos hunde el pecho en el pecho y corta las palomas. Seres que no son. Estar donde no vives, ignorar lo que sabes, el miedo descubrir como una reja intensa clausurando el celaje y la razón. 62 Tenían razón, mi amor, todas esas voces tenían razón y aún la tienen; esta tierra no es el dulce hogar que parece, ni su paz la calma histórica de un sitio donde algo fue establecido de una vez y para siempre... W.H.AUDEN. En alabanza de la piedra caliza. 1948 Índice Conversación inconclusa de los amantes / 9 Una tarde cualquiera / 13 A la deriva / 16 Monólogo con la palma de la mano izquierda / 20 Un deseo / 22 Travesía / 24 Preguntas / 29 recuento I / 33 II / 34 III / 35 IV / 36 V / 37 VI / 38 VII / 39 VIII / 41 IX / 42 X / 43 XI / 44 XII / 45 XIII / 46 XIV / 47 XV / 49 XVI / 51 XVII / 52 XVIII / 53 XIX / 55 XX / 56 XXI / 57 XXII / 58 XXIII / 60 XXIV / 61 XXV / 62 algunas cosas ciertas, de Isván Alvarez Herrera, terminó de imprimirse en el mes de mayo de 2006 en el Taller Gráfico del Centro Provincial del Libro y el Combinado Poligráfico de Villa Clara.