Tema 1: Los orígenes de la filosofía: de la Physis a la Polis. Decíamos ayer en la introducción que la historia de la filosofía es la historia de la respuesta a la capacidad y necesidad que el ser humanos tiene de interrogarse, de poner todas las cosas y a sí mismo en cuestión. El resultado de esta capacidad es un intento coherente de explicar la realidad, todo cuanto sucede a su alrededor. Inicialmente, la respuesta se elabora en términos mítico-religiosos, es a finales del siglo VII a.C. que se empiezan a adoptar términos racionales planteados como crítica al mito. No vamos a entrar a analizar el mito, puesto que esto ya lo hicimos el curso pasado, tanto en Filosofía como en Religión. Durante aproximadamente 150 años, la filosofía se caracteriza por ofrecer modelos explicativos de la realidad, por el estudio de la naturaleza (Phycis) de las cosas, y sus principios elementales. Es a partir de la segunda mitad del siglo V a.C. que se inicia un giro antropológico en la filosofía, pasando a ocupar un primer plano las preocupaciones por la conducta moral y los problemas que plantea la organización de la sociedad humana. LOS PRIMEROS FILÓSOFOS: LA BÚSQUEDA DEL ARJÉ (FILOSOFÍA PRESOCRÁTICA) Ambiente sociocultural: característica principal: carencia de una forma política común que lleva a las ciudades griegas a plantearse la discusión libre sobre las formas de gobierno. Las guerras médicas provocan una emigración hacia las ciudades itálicas, poniendo al mundo griego en contacto con otras culturas, dentro de una mentalidad de libre discusión religiosa y política característica del espíritu griego. PHYSIS Y ARJÉ EN LOS PRIMEROS FILÓSOFOS: LA ESCUELA DE MILETO. Frente al concepto judeo cristiano de creación como formación de algo a partir de la nada, para el mundo griego esta idea era inconcebible, siempre tendrá que haber algo, un principio originario (arjé), a partir del cual aparecen, o se generan, todas las cosas que componen el mundo. TALES DE MILETO. La constatación de la importancia del agua para la vida, así como la naturaleza húmeda de todas la cosas, llevaron a Tales a suponer que el agua es el elemento primordial y que de ella provienen todas las cosas. No se trata del producto de la imaginación sino de la estricta observación sistemática de cuanto le rodea. La observación de la realidad será, pues, una de las características fundamentales de los filósofos de la naturaleza a la hora de determinar el arjé o elemento primordial. ANAXIMANDRO Para Anaximandro el Arjé no puede ser ningún elemento concreto como el agua, sino el apeiron, es decir, lo ilimitado o indeterminado. Este apeiron es un sustrato material que, por su carácter indefinido permite explicar mejor el hecho de que pueda convertirse en la pluralidad de cosas existentes. La realidad que nos rodea tiene un carácter cíclico, pues todo emana del Apeiron y todo vuelve a él. Mediante un proceso rotatorio se van separando de él todos los opuestos: frío – calor, seco-húmedo, etc... estos contrarios se combinan entre sí y de esta manera dan lugar al cielo, la tierra, las estrellas... Para Anaximandro, la vida se originó en el agua y los seres humanos proceden de alguna especie de peces que se fueron adaptando al medio terrestre. Estamos en el inicio de lo que en el siglo XIX d.C. se llamó evolucionismo. ANAXÍMENES El primer principio de todas las cosas lo constituye el aire. Anaxímenes detalla el proceso físico por el cual el aire se transforma en todas las cosas, y éstas, a su vez, se convierten en aire. Se trata de un doble proceso de rarefacción y condensación. Mediante el primero, al calentarse el agua se torna en fuego; por medio del segundo, el aire se enfría transformándose en viento, nube, vapor, agua, tierra, piedra... De estos tres primeros autores, al margen de la validez actual de sus teorías, debemos destacar uso de un método empirista-racional, basado en la observación de la naturaleza que permite explicar los fenómenos naturales. Todavía se mantiene una causa o principio único en el origen de las cosas. Es lo que se llama monismo y sobre el cual volveremos más adelante. EL PROBLEMA DEL CAMBIO EN LA NATURALEZA: HERÁCLITO Y PARMÉNIDES. Con estos dos autores nos situamos en la frontera del racionalismo: la razón es la única que nos permite conocer la auténtica realidad de las cosas. La diferencia entre los dos estriba en la importancia que se dé al uso de los sentidos. Mientras Heráclito considera éstos como punto de partir del conocimiento racional, Parménides los descarta puesto que pueden conducirnos a engaño acerca de la verdadera naturaleza de las cosas. EL PLANTEAMIENTO DE HERÁCLITO: EL CAMBIO. Panta rei, todo fluye, todo está en continuo movimiento y cambio. Este sería el resumen de la filosofía de Heráclito. Igual que un río está en continuo movimiento y nunca tiene el mismo agua, así la naturaleza está en un continuo flujo. Todo fluye, todo se apaga y enciende pero con un sometimiento a una medida: el “logos”, que es la ley del cambio, la unidad y dirección del proceso. Cuando lleguemos a la filosofía Hegeliana, en el siglo XIX y estudiemos la dialéctica volveremos a hacer referencia a Heráclito como su predecesor. Para éste la naturaleza se muestra a la razón como una unidad de contrarios (mortal-inmortal, padrehijo...). Estos contrarios están siempre presentes unos en otros, produciendo una tensión, un permanente cambio que da lugar a lo que vemos, a lo que captan los sentidos, los cuales se fijan en un aspecto de cada unidad de contrarios y no ven la unidad interna del proceso. Lo que para Hegel es el proceso dialéctico tesis-antítesis-síntesis, en Heráclito se para en la antítesis, no se llega al proceso de superación de la lucha entre contrarios (la síntesis hegeliana). EL PLANTEAMIENTO DE PARMÉNIDES: LA IDENTIDAD. Parménides proclama que la razón es el único camino para alcanzar la auténtica realidad. Para Parménides, la exigencia de la razón obliga a admitir como verdadero únicamente lo inmutable, y por eso no hay lugar para el cambio o movimiento y, consiguientemente, para el conocimiento sensorial. Sólo podemos y debemos buscar entidades permanentes, absolutas e inmutables. Con Parménides entramos de lleno en el tema de la ontología, de la identidad con el ser. Tema que será recogido en siglos posteriores por Platón y, en un momento posterior en la filosofía cristiana medieval. Parménides establece el llamado principio de identidad: lo que es, es; lo que no es, ni siquiera puede ser pensado. (ver y comentar los textos de la página 14). LA MATEMATIZACIÓN DE LA NATURALEZA: LOS PITAGÓRICOS. Un paso más en la búsqueda de la naturaleza de las cosas a través de la razón lo constituyen los pitagóricos, en este caso se trata de la razón matemática. ¿Podríamos considerar a éstos como los precursores de la concepción moderna de la investigación científica? Sí, desde el momento en que los pitagórico tratan de crear un modelo matemático (algoritmo) para analizar la naturaleza de las cosas. Para los pitagóricos existe una correspondencia entre las cosas y los números, correspondencia que es captada únicamente por la razón. Estos números son los verdaderos principios de la naturaleza, en la que todo sería proporción y armonía, de ahí el cosmos. Los números no son puras abstracciones o meros signos, sino que tienen entidad material. LOS FILÓSOFOS PLURALISTAS: EMPÉDOCLES, ANAXÁGORAS Y DEMÓCRITO. ¿Cómo un solo principio o elemento puede convertirse en todas las cosas que observamos? Este es el escollo con el que paulativamente se van encontrando los filósofos posteriores. Se trata de la dicotomía entre lo uno y lo múltiple. A partir de ahora ya no partimos de un único principio, sino de una multiplicidad de principios. EMPÉDOCLES Para Empédocles existen cuatro elementos o raíces de todas las cosas: agua, aire, fuego y tierra, cada una de ellas eterna e imperecedera. La multiplicidad se explica, para Empédocles por la acción conjunta de fuerzas cósmicas de signo contrario: Amor y Odio, sobre estos cuatro elementos. ANAXÁGORAS Todo procede de la mezcla de innumerables elementos a los que Anaxágoras denomina semillas (spermata). Estas infinitas semillas son a su vez infinitamente divisibles y cualitativamente diferentes. Pero Anaxágoras hace una aportación, que en épocas posteriores, especialmente en el neoplatonismo de los primeros siglos del cristianismo, fue esencial: la existencia de una especie de inteligencia ordenadora, externa a la materia, que pone en movimiento a las partículas seminales y produce las distintas mezclas y divisiones que dan lugar a todos los seres. A esta inteligencia ordenadora Anaxágoras la denomina NOUS. LOS ATOMISTAS. Una intuición que, con los descubrimientos científicos de la física en el siglo XIX cobró nueva fuerza, es el atomismo de Leucipo y Demócrito. Los atomistas defendían la existencia de partículas indivisibles (a las que denominaron átomos), cualitativamente idénticas, pero cuantitativamente diversas que por agrupación darían lugar a los diversos cuerpos. No aparece ningún tipo de fuerzo o inteligencia que actúe como agente ordenador del cambio. Bastan tres elementos: átomos, espacio vacío y movimiento para explicar la complejidad del universo. EL GIRO ANTROPOLÓGICO DE LA FILOSOFÍA: SOFISTAS Y SÓCRATES. Este periodo está marcado fundamentalmente por los cambios sociales. Estamos en el siglo de oro de la democracia ateniense (s. V a.C.). Las leyes consagran, por primera vez en la historia la isonomía –todos los hombres son iguales ante la ley -. Es en este contexto que el saber se convierte en una fuerza social. En el “agora” (asamblea) de la ciudad se ventila la vida de las ciudadanos, se discuten las leyes que convienen a todos, se desenmascaran los intereses privados o de grupos que pueden esconderse tras los discursos y las leyes establecidas. Es pues importante saber para dominar, para convencer de las propias opiniones, pero interesa un saber práctico, que responda a las situaciones que el hombre vive día a día. Es por tanto la “polis”, la vida en la ciudad y no la Phycis (naturaleza) lo que interesa al discurso de los sofistas, es la “areté” (virtud) lo que intentan transmitir. RASGOS CARACTERÍSTICOS DE LA SOFÍSTICA. - Preocupación humanista, frente a las especulaciones cosmológicas de los filósofos presocráticos. - Actitud crítica ante las instituciones, a las que acusan de fundarse en falsas leyes naturales. - Escepticismo respecto a la capacidad del entendimiento humano; si no es posible discernir con certeza los verdadero y lo falso, la única postura racional es la duda. - Relativismo, ante la verdad y los valores morales, condicionados por una serie de factores muy diversa. - Confianza en la educación y en el valor de la retórica y la dialéctica. - Exigencia de pago por sus servicios. LA POLÉMICA PHYSIS-NOMOS En este periodo de la historia se plantea abiertamente la necesidad de discutir y distinguir entre lo que realmente es naturaleza o ley natural (Phycis), y lo que es puro convencionalismo o ley humana (nomos). Esta controversia la encontraremos posteriormente en los siglos XVIII y XIX, especialmente con Hume. El intercambio cultural entre las diversas polis griegas, llevan a ver como las distintas constituciones y leyes, lejos de ser un legado divino (ley natural) eran el fruto de un acuerdo entre ciudadanos para garantizar la convivencia (cf. “El contrato social” de Hume). RELATIVISMO Y ESCEPTICISMO EN LOS SOFISTAS. Nuevamente un problema que a lo largo de la historia de la filosofía se planteará (especialmente en la escolástica con Guillermo de Ockam): los universales. ¿Existen verdades o saberes universales? A lo largo del curso veremos las distintas posiciones que se han dado en la historia. Ahora nos interesa la posición de los sofistas. La controversia, anteriormente citada, entre naturaleza y ley (Physis vs. nomos) lleva a desconfiar de la validez del saber tradicional, a poner en duda la existencia de leyes naturales, con valor fijo y universal, que asegura qué es lo bueno y lo justo para el hombre. Si como vimos anteriormente, lo natural no sirve para el establecimiento de normas y valores fijos, solo queda la justificación en función de la conveniencia y el acuerdo. Igualmente si no existe un saber universal, se hace necesaria la búsqueda de un saber práctico que sirva al ciudadano para regular su vida ordinaria. EL SABER AL SERVICIO DE LA UTILIDAD. La pregunta, que muchos de vosotros os habréis hecho en más de una ocasión, ¿para qué sirve saber esto? no es nueva en la historia, ya en el siglo V a.C. los sofistas sustituyeron el concepto de verdad por el de utilidad. Al ver como el esfuerzo de los presocráticos en conocer lo que es por naturaleza resultó infructuoso, hacen derivar este esfuerzo hacia la conformidad con un conocimiento que le sirva al hombre, que le sea útil. Por ello, más que la verdad abstracta de las cosas, interesa su valor, su utilidad. La sabiduría y el sabio son tales en la medida en que sirven para hacer pasar al hombre a una situación mejor. Caemos así en un relativismo escéptico que se caracteriza por la imposibilidad de obtener verdades universales. PROTÁGORAS. “El hombre es la medida de todas las cosas”. Desde este supuesto nadie puede achacar error al otro, porque ninguna opinión es más verdadera que otra; si cabe que una sea mejor que otra si así parece a juicio de una mayoría. GORGIAS. Sostiene un escepticismo radical que formula de forma contundente en sus tres tesis negativas: a) NO existe realidad alguna b) Si algo existiera, NO lo conoceríamos. c) Aun en el caso de que pudiéramos conocer algo, NO podríamos comunicarlo a los demás. Si nos es imposible conocer la realidad y aún más imposible comunicarla, ninguna opinión puede ser contrastada en la realidad, de ahí su falsedad. SÓCRATES LA REACCIÓN FRENTE A LOS SOFISTAS EL PROYECTO SOCRÁTICO. Los sofistas ofrecían sabiduría, Sócrates decía buscarla y afirmaba su ignorancia y la necesidad de que cada uno alumbrara en sí mismo la verdad o el “logos” de las cosas. Comparte con los sofistas de la primera época la idea de la bondad natural del hombre, así como su confianza en la razón y la necesidad de fundamentar la práctica política en bases racionales. Necesidad de recuperar el diálogo, abandonando la disputa y valorando la palabra como expresión del pensamiento. Para ello se impone una seria reflexión sobre las cosas para buscar su “logos”; es preciso un conocimiento que nos permita definirlas, decir lo que las cosas son. Mantiene un convencimiento profundo en la existencia de la verdad de valor universal no sujeta a las variables del individuo y de las cosas. A esta afirmación le lleva tanto la razón que posee cada uno como el sentido que para él tiene la existencia de los dioses: ellos han dejado a nuestro alcance muchas cuestiones sobre las que no quieren ser molestados. Esta voluntad de los dioses avala también la existencia de valores absolutos apoyados tanto en su racionalidad como en esa voluntad divina. Por otra parte, Sócrates no acepta la escisión entre lo individual y lo colectivo, afirmando que el bien del individuo y de la sociedad de la cual forma parte deben coincidir. Defiende a las leyes como protectoras del individuo y del Estado gracias al pacto personal que el ciudadano ha establecido con las leyes de su ciudad. LA ÉTICA, TAREA FUNDAMENTAL. Afirma que la sabiduría que sirve al hombre no le va a venir de fuera, del conocimiento que tenga del cosmos, al que por mucho que conozca nunca va a manejar, sino del propio hombre, de su mente, de su nous. La razón estriba en que el hombre es, ante todo, un ser moral. A Sócrates le interesa únicamente la discusión que tenga por objeto el conocimiento de lo bueno y de lo malo, de la justicia y de la virtud. Sócrates asume como programa de sabiduría una máxima del Oráculo de Delfos escrita en el templo de Apolo: Conócete a ti mismo. Que el hombre conozca a través de sí mismo es lo más importante. Y la cuestión que más le interesa al hombre es saber qué debe hacer para ser feliz. Ser feliz es la recompensa que, ya aquí, en el presente, espera al hombre justo y bueno. Sostiene que nuestra investigación ha de partir de las cosas. Si, por ejemplo, queremos saber qué es la justicia, debemos examinar a qué cosas llamamos justas y a cuáles no. De esa manera terminaremos averiguando qué es la justicia. Sócrates quiere partir de las cosas, pero no tal como se afirman en la vida pública, sino tan como las descubre en sí cada hombre con la razón. Hay que aplicar la razón al descubrimiento de lo que son las cosas, de su esencia. Y las cosas que realmente interesan al hombre son las que tienen que ver con las cuestiones éticas: qué es lo que puede hacer al hombre justo, feliz, virtuoso. Para responder a esas cuestiones, el camino que se ha de seguir es averiguar qué es al justicia, la felicidad o la virtud. Sócrates es el primer en seguir un método inductivo hacia la definición, al buscar lo que es cada cosa, su concepto fundamental, partiendo de casos particulares. EL INTELECTUALISMO MORAL. Conseguir definir los conceptos morales es para Sócrates la condición indispensable para restablecer la comunicación y hacer posible el diálogo y el acuerdo. Para él existe otra razón de esta necesidad: hacer posible la conducta y la educación moral del hombre. Solamente sabiendo qué es lo justo se puede obrar justamente. El conocimiento de la virtud es lo que permite al hombre llevarla a la práctica en la vida social, mientras que su ignorancia le impide obrar conforme a ella. Este punto de vista se denomina intelectualismo moral y podríamos definirlo como aquella teoría filosófica moral según la cual el saber y la virtud coinciden. La virtud puede y debe ser enseñada. Más aún, siendo el fin de la filosofía la educación moral del hombre, deberíamos tener un conocimiento tan depurado y preciso de las virtudes y de la conducta que debe adoptar el hombre que pudiéramos enseñarlo como se enseñan las matemáticas. Según Sócrates, una mala conducta moral es, en todos los casos, un error de conocimiento, fruto de la ignorancia. No concibe lo que luego Aristóteles llamaría acrasía, “conocer el bien y hacer, sin embargo, el mal”. Para Sócrates obrar el mal es siempre involuntario. Para Sócrates existe en nosotros un deseo tan arraigado del bien y de la felicidad que uno, cuando obra mal, e menos durante un tiempo tiene que engañarse, en el sentido de considerar que aquello es bueno, reporta bien; por tanto, si obra así, es porque hay una falsa estimación del bien, porque considera como bueno lo que no es tal. Quien obra mal comete un “error de cálculo”: buscando la felicidad no hace más que dar pasos hacia la infelicidad. El arte del ciudadano, el oficio que debe conocer y dominar es el de la virtud; conociéndola, la practicará, será un buen ciudadano y así la sociedad será una sociedad justa y bien gobernada. EL MÉTODO SOCRÁTICO. A Sócrates le gusta afirmar que había heredado el oficio de su madre. Este oficio lo ejercía él ayudando a que los hombres “dieran a luz”. Esto encierra tanto una determinada manera de entender el saber como la función de la enseñanza y el camino o medio para acceder a la verdad de las cosas. Ésta no es enseñable si por enseñar se entiende imponer modelos o normas a otros. La verdad la lleva a cabo cada uno en sí mismo y tiene que descubrirla; desde fuera sólo cabe que alguien ayude a otro a descubrir en sí mismo la verdad de que es portador. Es decir, que haga de “comadrona”, mediante la “mayéutica”. La mayéutica como método socrático consta de dos momentos o partes: negativo y demoledora la primera, constructiva y positiva la segunda. Según Sócrates, la ignorancia es el peor mal que un hombre puede padecer y por eso es preciso querer salir de ella. Pero esto sólo se logra si se es consciente de esa ignorancia. En esto consiste el primer tiempo del método: poner al interlocutor en el aprieto de tener que reconocer su ignorancia y, así, disponerlo a buscar la cosa que ignora y aceptar la ayuda que se le ofrece. Mediante hábiles preguntas intenta convencerles de que tienen opiniones y aceptan afirmaciones que, al someterlas a un examen detenido, en realidad llevan a la contradicción y a un callejón sin salida. Ésta es la parte negativa del método, que Sócrates llama “erística” Una vez que el interlocutor reconoce su limitación y acepta la ayuda, la investigación prosigue mediante la aplicación constante del razonamiento expresado en el diálogo. El diálogo bien llevado desemboca en el descubrimiento de la definición acertada de lo que se busca. La discusión irá poniendo de manifiesto la relatividad y parcialidad de las opiniones particulares y la necesidad de buscar aquello en lo que todos coinciden. Esta parte del proceso, que es la parte propiamente mayéutica, conduce a la definición o al acuerdo pactado al que mediante el discurrir en común han llegado todos los participantes: “es verdadero lo que aparece a todos como verdadero”; con ello se supera el relativismo de las opiniones. De esta manera, el acuerdo al que se llega después y como consecuencia del diálogo adquiere el valor de lo universal frente a la opinión e interés particular. Y es ese concepto universal el que deberá tomarse siempre en consideración.