el verdadero desarrollo es el que afirma el primado de la persona

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EL VERDADERO DESARROLLO
ES EL QUE AFIRMA EL PRIMADO
DE LA PERSONA SOBRE
LAS COSAS
JOAN BESTARD COMAS
Centro de Estudios Teológicos de Mallorca
El tema del desarrollo, que es una variable lógica y directa
del trabajo humano, es nuclear en la Doctrina Social de la Iglesia
(DSI), especialmente en la Populorum progressio (PP) de Pablo VI
y en la Sollicitudo rei socialis (SRS) de Juan Pablo II y en torno a
él podemos vehicular las principales enseñanzas de la Iglesia en
materia social. El desarrollo es el fruto más fehaciente del
trabajo y el trabajo es precisamente la expresión del hombre
inteligente y libre que se perfecciona realizándolo.
La doctrina de la Iglesia, sobre todo en las encíclicas
Redemptor hominis (RH) y Laborem exercens (LE), pone un
especial énfasis sobre la dimensión subjetiva del desarrollo. El
sentido subjetivo del desarrollo (operación noble y digna en sí
misma) constituye el fundamento de su sentido objetivo (desarrollo como obra realizada). La primacía del sujeto del desarrollo (la persona humana) sobre el objeto del desarrollo (el
desarrollo en sí) es clara y contundente en la enseñanza social
de Juan Pablo II. El Papa Wojtyla se percata del giro antro361
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pológico del pensamiento moderno, que se alza en favor del
hombre, y coloca a éste en el centro del universo. Todo su
magisterio sirve a la causa de estas tres verdades: 1ª) un mundo
humanizado por la acción libre del hombre religada a la verdad,
y a la verdad plena, que es Cristo; 2ª) un mundo natural, social,
económico, político y cultural al servicio de la persona, siempre
irreductible a cualquier proceso; y 3ª) una persona, la del
hombre, que sólo en el Dios uno y trino, revelado en Jesucristo,
se encuentra plenamente a sí misma.
Sin lugar a duda, la expresión central de la enseñanza de la
Iglesia sobre el desarrollo sería ésta: el ser humano es el sujeto
y el fin de todo desarrollo. La subjetividad del desarrollo
constituye el argumento clave de la RH y de la LE. Juan Pablo
II en la RH afirma con rotundidad «el primado de la persona
sobre las cosas» y en la LE «la prioridad del «trabajo» sobre
el «capital». Las dos encíclicas nacen de una profunda antropología teológica y filosófica que coloca al ser humano como
centro básico en función del cual deben repensarse la economía, la política, el desarrollo, etc.
El trabajo y, consecuentemente, el desarrollo que de él se
deriva está en función del hombre y no el hombre en función
del trabajo o del desarrollo.
El «economismo» y el «materialismo» (1) se acompañan
y articulan y ahogan la dignidad del ser humano en el campo
del trabajo y del desarrollo. Según el Papa Wojtyla, el
hombre no es un producto del trabajo, sino su «sujeto
eficiente», su «verdadero artífice y creador» en todo momento
(1) Cf. LE 7 y 13; ESPEJA, Jesús: «Teología del desarrollo humano», en
CORINTIOS XIII 49/51 (1989), p. 228.
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El verdadero desarrollo es el que afirma el primado de la persona sobre las cosas
histórico (2). El hombre al trabajar, al hacer posible el
desarrollo, «se coloca en la línea del plan original del Creador»,
y es, por tanto, siempre un ser hecho «a imagen de Dios», ser
que «somete la tierra» con su trabajo, ser que domina y al que
todo el proceso productivo le está, a fin de cuentas, subordinado. Él es el sujeto del trabajo y, a la vez, su fin. Él da vida al
trabajo y, a través del mismo, alcanza su propia perfección (3).
La centralidad antropológica en el campo del trabajo y del
desarrollo es un concepto clave en la DSI. «El hombre no se
explica desde el trabajo, sino que, al contrario, es el trabajo lo
que se explica desde el hombre. Es el hombre ser abierto a
un destino espiritual, quien, en virtud de ese destino, da vida al
trabajo (al desarrollo) y lo dota de sentido. El hombre es
sujeto del trabajo (y del desarrollo), y lo es no como mero
productor, sino como persona; no como simple fabricador de
objetos, sino como ser poseedor del valor en sí mismo. Y es
precisamente por eso por lo que el trabajo está dotado de
una incalculable virtualidad histórica» (4).
El «desarrollo económico» no es sinónimo de «desarrollo
humano». El desarrollo económico (investigación, técnica,
política económica, finanzas, etc) es el medio (milieu) donde
debe realizarse el desarrollo humano. Sin desarrollo económico,
sin un mínimo suficiente y digno de «tener», el «ser» resulta una
quimera o una utopía inalcanzable. Pero con el solo desarrollo
económico, con el solo «tener» no se alcanza automáticamente
(2) Cf. LE 7.
(3) Cf. LE 4, 5 y 12.
(4) ILLANES, José Luis: «Ética y teología del trabajo en la Laborem
exercens», en FERNÁNDEZ, Fernando: Estudios sobre la encíclica Laborem exercens. Madrid, Ed. BAC, 1987, p. 741.
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el desarrollo humano, no se realiza el «ser». Ahí radica el
problema. De ahí surge un gran desafío: sin desarrollo
económico no hay desarrollo humano, pero tampoco con el
sólo desarrollo económico surge el desarrollo humano para
todos. Sólo el desarrollo económico sostenible (5) y equitativamente distribuido puede conducir al auténtico desarrollo
humano. El simple crecimiento del PNB no significa ipso facto
desarrollo humano. En este punto coinciden plenamente la DSI
y los Informes del PNUD (Programa de las Naciones Unidas
para el Desarrollo).
La persona humana, su dignidad y el respeto por sus
derechos fundamentales constituyen el eje vertebrador de
toda la DSI sobre el desarrollo.
El simple concepto económico del desarrollo está
totalmente superado en la DSI y en los Informes del PNUD.
Es éste, tal vez, el punto de convergencia más claro entre las
dos instancias.
¿Qué pretende la DSI con el tema del desarrollo? Pienso
que la respuesta podría ser ésta: conseguir que la vida del
hombre llegue a ser más humana. La humanización de la
persona es el gran objetivo de la Iglesia en el campo del desarrollo. Y para ello insiste en que éste debe ir acompañado
siempre del progreso social, como decía Juan XXIII, ya en 1961,
en la Mater et magistra (6). Más recientemente, Pablo VI y Juan
Pablo II han subrayado los aspectos culturales del desarrollo,
(5) «La Comisión Mundial del Medio Ambiente y el Desarrollo definió el desarrollo sostenible como aquél que satisface las necesidades del
presente sin limitar el potencial para satisfacer las necesidades de las generaciones futuras» (PNUD 1992, p. 48).
(6) Cf. MM, 127.
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El verdadero desarrollo es el que afirma el primado de la persona sobre las cosas
que no puede ser reducido nunca a la sola dimensión
económica (7).
1.
EL HOMBRE Y SU DIGNIDAD
CONSTITUYEN EL CENTRO
DEL AUTÉNTICO DESARROLLO
La DSI sobre el desarrollo no es ajena a la que hoy
propugnan prestigiosos sociólogos y economistas que acentúan,
sobre todo, la línea antropológica sobre la economicista.
El hombre y su dignidad constituyen el centro del
verdadero desarrollo. El desarrollo humano necesita del desarrollo económico, pero no se agota en él; es simplemente el
medio (milieu) donde debe realizarse. Es más importante la
subjetividad del desarrollo que la objetividad del mismo. El
«ser» debe prevalecer sobre el «tener». Ahora bien, sin un
mínimo de «tener», uno no puede llegar a «ser persona». El
«ser» es el fin; el «tener», en cambio, es la mediación.
Cuando el «tener» está injustamente repartido nace, como
de causa a efecto, el subdesarrollo en muchos pueblos y personas. Para la DSI, por tanto, el subdesarrollo no es una
fatalidad, sino básicamente el resultado de abusos de la libertad
humana practicados en forma directa o indirecta mediante la
implantación de estructuras de pecado o mecanismos perversos (8). La utilización de los conceptos «estructuras de pecado»
(7) Cf. PP, 21; SRS, 9; CA, 19, 24, 28, 29; BERNAL, Sergio: «Cultura e sviluppo in Africa: l’apporto delle religioni», en La Civiltà Cattolica, 143 (1992)
III, p. 146.
(8) Cf. SRS, 16.
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y «mecanismos perversos» para explicar el hecho del subdesarrollo refuerza la interpelación moral que conlleva la encíclica
SRS, y constituye una de las mayores novedades doctrinales del
documento. La interpelación que la SRS dirige a la conciencia
moral incluye una invitación enérgica al compromiso en favor
de una mayor justicia internacional. Sin este compromiso de los
cristianos en el esfuerzo común de la humanidad por ir eliminando el drama del subdesarrollo, el anuncio del Evangelio en
nuestro mundo carecerá de credibilidad (9).
Las carestías del Tercer Mundo no son un fenómeno
excepcional provocado por los caprichos de la naturaleza,
sino por el egoísmo de los hombres, por la deficiente política de los Estados y por la falta de una verdadera Autoridad Internacional capaz de poner orden en el difícil campo
de las relaciones comerciales en un mundo cada vez más
globalizado (10).
Hoy, el problema del subdesarrollo en el mundo es grave.
Nos encontramos con unos pocos que «tienen» demasiado
para poder «ser», y unos muchos que no «tienen» lo
suficiente para «ser». Ante este problema, la DSI insiste en la
necesidad de una sociedad en la que su economía no esté,
exclusiva-mente, al servicio de la productividad, sino al servicio
de la persona (11). La SRS, siguiendo una línea antropológica
(9) Cf. BELDA, Rafael: «El desarrollo y el subdesarrollo como interpelación a la conciencia cristiana», en Abrego, José M. (ed.): Solidaridad, nuevo
nombre de la paz. Comentario interdisciplinar a la encíclica Sollicitudo rei socialis. Bilbao, Ediciones Mensajero-Universidad de Deusto, 1989, pp. 182-185.
(10) Cf. TISCHNER, Jòsef: Ética de la solidaridad. Madrid, Ediciones Encuentro, 1983, p. 59.
(11) Cf. ERASO, Gabino: «¿Qué es el auténtico desarrollo humano?»,
en Iglesia Viva, 136 (1988), pp. 330-332.
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El verdadero desarrollo es el que afirma el primado de la persona sobre las cosas
muy coherente, critica con agudeza la desmesura del superdesarrollo y la injusticia del subdesarrollo. Una sola palabra
resume todo eso que es menester para salvar a la humanidad
del subdesarrollo (12) por un lado y del superdesarrollo por
otro: la palabra solidaridad.
Las cualidades del desarrollo integral o pleno (de toda la
persona y de todas las personas) que propugna la DSI son
éstas: que sea un desarrollo humano, participativo, solidario y
ecológico.
Hay que subrayar, también, que el desarrollo, la promoción y
la liberación del ser humano están estrechamente unidas a la
evangelización, que es la misión primordial de la Iglesia. Ella,
anclada en el corazón del mundo y fiel a su misión evangelizadora, debe cumplir este «triple deber: anuncio de la verdad
acerca de la dignidad del hombre y de sus derechos, denuncia
de las situaciones injustas, y cooperación a los cambios positivos
de la sociedad y al verdadero progreso del hombre» (13).
Finalmente, quiero poner de relieve que la Iglesia, fiel a su
misión de servir y acompañar al hombre «co-creador», debe
capacitarle para que se convierta en «agente consciente de su
desarrollo integral» (14). El hombre ha sido colocado al frente
de la creación para gobernarla y, mediante su trabajo, llevarla a
su plena realización (15). El mundo ha sido confiado a su respon(12) Cf. SRS, 28.
(13) Congregación para la Educación Católica: Orientaciones para el estudio y la enseñanza de la doctrina social de la Iglesia en la formación de los sacerdotes, 5. Cf. LE, 1.
(14) Medellín, Educación 16.
(15) Cf. REIG, Juan Antonio: «La persona humana, los valores, las normas morales y la conciencia moral», en Miscelánea dedicada a Mons. Miguel
Roca. Valencia, Facultad de Teología de Valencia, 1991, p. 435.
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sabilidad; es su espacio vital que él puede y debe ordenar (16).
El hombre, además, a través del trabajo consigue la realización
de su propia humanidad. Y este trabajo humano tiene un valor
ético (17), porque «quien lo lleva a cabo es una persona, un
sujeto consciente y libre, es decir un sujeto que decide por sí
mismo. (…). Las fuentes de la dignidad del trabajo deben
buscarse principalmente no en su dimensión objetiva, sino en su
dimensión subjetiva» (18).
2.
SÓLO TRABAJANDO POR EL DESARROLLO
HUMANO DE LOS PUEBLOS POBRES SE ALCANZARÁ LA PAZ MUNDIAL
Aquí es oportuno recordar la frase de Medellín que
hemos citado en el capítulo V: «El subdesarrollo conspira
contra la paz» (19). Lo mismo, dicho en positivo, puede
también formularse así: La paz en el mundo será una realidad
sólo si se consigue el desarrollo humano de los pueblos
pobres de la tierra, en el marco de una globalización
construida sobre la solidaridad.
La paz puede quedar reducida a nada, a un mero artificio,
y hasta puede ser manipulada, si simplemente se evoca, sin
construirla día a día; si se repite rutinariamente la palabra, sin
(16) Cf. KASPER, Walter: «Comprensione teológica dell’uomo», en
Euntes docete-Rivista della Pontificia Università Urbaniana di Roma LIII (2000)
2, p. 17.
(17) Cf. CHOZA, Jacinto: «Sentido objetivo y sentido subjetivo del trabajo», en FERNÁNDEZ, Fernando (ed.), o. cit., pp. 231-266.
(18) LE, 6 c y e.
(19) Medellín, Paz 1.
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El verdadero desarrollo es el que afirma el primado de la persona sobre las cosas
ofrecerle contenido; si sirve de opio, para que todo continúe
igual; si se proclama como expresión sagrada, pero se siguen
olvidando o profanando sus presupuestos que son la verdad,
la justicia, la libertad y la fraternidad (20); si se parapetan en
ella, para no perder privilegios injustamente acumulados ¡Pocas
palabras tan manipuladas como la palabra «paz»!
La paz, entendida como una simple ausencia de la guerra,
es una caricatura. La paz, como sinónimo de tranquilidad en un
orden socioeconómico injusto, es una falsa paz que cualquier
día puede derivar en violencia. La paz es el resultado de un
orden justo y no la premisa (21). La paz no es obsesión por la
salvaguarda de los propios derechos, sino respeto profundo y
sincero por los derechos ajenos. La paz no es fruto de la
«cultura del tener», sino de la «cultura del ser». «Mientras todo
el mundo desee tener más, se formarán clases, habrá guerra de
clases, habrá una guerra internacional. La avaricia y la paz se
excluyen mutuamente» (22). La auténtica paz se fundamenta
en la convivencia fraterna y solidaria y en «la estabilidad y la
seguridad de un orden justo» (23). Además, «el esfuerzo por
colaborar en la creación de una economía humana, constituye
un claro compromiso por la paz» (24).
(20) Cf. PT, 167.
(21) Cf. BESTARD, Joan: «Nuevas sensibilidades morales. El deseo de la
paz», en Nuevo Diccionario de Catequética (vol. II). Madrid, Ediciones San Pablo, 1999, pp. 1662-1665.
(22) FROMM, Erich: ¿Tener o ser? Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1978, p. 25.
(23) Catecismo de la Iglesia Católica 1909.
(24) BERNAL, Sergio: «La Chiesa per un’economia umana, fondamento della pace», en PAPINI, Roberto-PAVAN, Antonio-ZAMAGNI, Estefano (ed.):
Abitare la società globale. Per una globalizzazione sostenibile. Napoli, Edizioni
Scientifiche Italiane, 1997, p. 203.
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Para que exista la auténtica paz es necesario, sobre todo,
desarraigar las causas de las injusticias. La paz es la resultante de
una concepción de la convivencia humana en la que no tienen
cabida el espíritu de dominio, el desprecio hacia los demás, la
envidia, la desconfianza, la soberbia y otras pasiones egoístas.
Para coadyuvar a la paz y lograr con un mínimo de eficacia
el bien común universal, es necesario que la comunidad de las
naciones se dé a sí misma un nuevo orden que facilite una
mayor cooperación en el terreno económico, exigida por la
propia solidaridad del género humano (25).
El desarrollo es fundamental para el logro de la paz. Sin
desarrollo humano y solidario de los pueblos pobres, la auténtica
paz mundial será una simple palabra vacía.
Se ha dicho, y creo que muy acertadamente, que las injusticias de hoy son las guerras del mañana. O expresado en
positivo: Sólo el desarrollo humano de los pueblos pobres, en el
marco de una globalización solidaria, puede instaurar un orden
económico internacional justo que es el que conduce a la paz.
La creación de una nueva mentalidad solidaria, con características universales, y dinamizada por la liberación y el desarrollo plenos, supondría probablemente el cambio sociocultural
más profundo de la humanidad y la apertura de un gran cauce
que orientaría todo el esfuerzo de esta misma humanidad hacia
una era de paz sólida y duradera.
La no-solidaridad se convertirá en un boomerang adverso y
destructivo de los propios países ricos (26). Sólo el desarrollo
(25) Cf. GS, 85.
(26) Cf. ÁLVAREZ BOLADO, Alfonso: «Giro del siglo» y solidaridad. Santander, Ed. Sal Terrae, 1991, p. 17.
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El verdadero desarrollo es el que afirma el primado de la persona sobre las cosas
humano de los países pobres, tal como lo formulan la DSI y los
Informes del PNUD, en el marco de una globalización solidaria,
puede conducir a la paz. Sólo un nuevo orden económico
internacional puede salvar el abismo inmenso que hoy existe
entre los países que lo tienen todo y los que carecen de todo. Si
no se supera este abismo, nuestro mundo no tiene futuro y la
violencia será inevitable.
No habrá tranquilidad en el mundo mientras algunos
países reciban aún el calificativo de subdesarrollados. La
miseria del Sur puede explotar en el Norte. El resultado de
la insolidaridad puede ser la guerra. Consecuentemente, la
posición de Pablo VI en la Populorum progressio es muy lúcida
al proponer el desarrollo como «nuevo nombre de la paz»
(27), en cuanto que es ilusorio pretender un mundo en paz
mientras dos tercios de la humanidad malviven en una
pobreza severa (28).
La no-solidaridad con el Tercer Mundo puede representar
un suicidio colectivo de apocalípticas proporciones. Solidaridad,
paz y bienestar son tres términos estrechamente interrelacionados. Sólo una solidaridad inteligente, entendida como
inteligencia del sufrimiento de los otros, puede resolver esta
dramática situación.
La paz continuará siendo un sueño imposible hasta que no
se haga realidad la verdadera cultura globalizada de la solida(27) PP, 87.
(28) Cf. Comisión Permanente del Episcopado Español: Constructores
de la paz. Instrucción pastoral de la Comisión Permanente del Episcopado, n.
13. Madrid, Ed. Edice, 1986, p. 16; HIGUERA, Gonzalo: «Guerra y paz», en
CUADRÓN, Alfonso, A. (ed.): Manual de doctrina social de la Iglesia. Madrid,
Ed. BAC, 1993, p. 803.
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ridad, mientras que los poderosos de este mundo diseñen y
mantengan un orden económico y político que sólo les
favorezca a ellos (29).
La verdadera paz se fundamenta en la liberación y el
desarrollo armónico de todo hombre y de todo el hombre,
así como también de todos los pueblos de la tierra (30).
«La humanidad —afirmó Juan Pablo II en su discurso a los
participantes en la XXVIII Conferencia de la FAO, con ocasión
del cincuenta aniversario de su fundación— podrá emprender
un duradero camino de paz sólo cuando, en vez de acumular
armas, ofrecerá a cada uno los medios necesarios para ganarse
el pan de cada día» (31).
La distorsión más grave de nuestro tiempo es, sin duda, el
subdesarrollo de los pueblos pobres del mundo. No basta
decir que el subdesarrollo es una amenaza contra la paz. Hay
que añadir que constituye, de hecho, una ruptura actual de la
paz. No es posible hablar de paz sin hablar también y, a la vez,
de justicia y de solidaridad. La «paz mundial» será una
expresión vana y vacía si no se cimenta en la justicia y la
solidaridad. No puede haber paz sin desarrollo humano
sostenible y solidario. La desigualdad internacional es el nuevo
nombre de la guerra. Quien quiera terminar la guerra, deberá
eliminar las desigualdades. Sólo afrontando transformaciones
audaces y profundas en el sistema económico internacional,
sólo luchando eficaz y constantemente en favor de la justicia
(29) Cf. BERNAL, Sergio: «La Chiesa per un»economia umana, fondamento della pace», en PAPINI, Roberto - PAVAN, Antonio - ZAMAGNI, Estefano (ed.): o. cit., p. 213.
(30) Cf. Ecclesia in Africa 70.
(31) Insegnamenti di Giovanni Paolo II, XVIII, 2 (1995), pp. 928-933.
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El verdadero desarrollo es el que afirma el primado de la persona sobre las cosas
social y de la solidaridad a escala mundial, podrá brillar en el
mundo la paz auténtica (32).
Tengamos muy presentes estas palabras de Medellín: «Allí
donde existen injustas desigualdades entre hombres y naciones
se atenta contra la paz» (33), y las que escribió James Gustave
Speth, administrador del PNUD, en su prólogo al Informe
sobre Desarrollo Humano 1994: «Sin paz no puede haber
desarrollo; pero sin desarrollo, la paz está amenazada» (34).
No se puede edificar un mundo seguro sobre cimientos de
miseria humana. El Norte debe mirar al Sur por razones de
justicia y solidaridad, y, también, por propio egoísmo: un
cataclismo en el Sur arrastraría en su torbellino a todo el
planeta. Hoy, en el mundo, los pobres no son unos pocos
marginados por incapacidades congénitas o por desidia voluntaria, sino que son la mayoría. Tomando el planeta en su
conjunto, los pobres constituyen las tres cuartas partes de la
humanidad. Los países del Tercer Mundo son el «nuevo
proletariado» del siglo XXI. De estos países se puede afirmar lo
que el Papa León XIII dijo del proletariado industrial del siglo
XIX, que sobre ellos pesaba el «yugo de la esclavitud» (35).
(32) Cf. Conferencia Episcopal Alemana: Exhortación pastoral: La justicia construye la paz, n. 4.2.2. Madrid, Ed. Edice, 1983, pp. 57-60.
(33) Medellín, II, 14 a.
(34) PNUD 1994, p. III.
(35) RN, 1.
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