El placer sexual y la emoción programada producen insatisfacción Por mucho que la ciencia y la tecnología avancen, y junto con ellas la robotización afectiva, no quiere decir que el avance sea un auténtico acierto, porque los robots no entienden de las realidades de nuestro corazón, por muchos circuitos re-programadas que se inventen nada nos puede hacer disfrutar más del amor que las personas que se auto-eligen sin ser programadas. Es verdad que la robótica como compañera de cama exige mucho menos que una persona de carne hueso y corazón, pero también es verdad que como tal da mucho menos que lo que una persona puede dar al amar o sentirse atraída, admirada y amada. “Buscar el placer sexual con un robot, es como querer disfrutar más con una película de cine mudo y en blanco y negro, que disfrutar con una película a todo color, en tercera dimensión y con sonido sound-round” Lo fascinante y atractivo del encuentro sexual entre hombre y mujer es que te hace sentirte complementado biológica, psicológica y afectivamente en un mismo acto sexual como si fuera magia y no una programación afectiva. En esta linea de investigación y desarrollo de negocio van las ultimas tecnologías al servicio de la afectividad de la mujer y el hombre. En ellas se esta dando la espalda a la ternura, el cariño, la complicidad, la emotividad, los sentimientos y las emociones realmente humanas y que abarca toda la fecundidad afectiva. Os reproduzco íntegramente el ultimo articulo publicado por Sara Molina, en relación con las posibles consecuencias que producen al unir las relaciones conyugales y la robótica sexual. Es importante estar al día sobre toda esta nueva revolución sexual que nos desprotege en la forma de querernos bien y plenamente. Esta revolución puede llegar a imponernos nuevas formas de relaciones personales que pueden afectar a todo la familia en general y cada uno de sus miembros en particular. AMOR Y MATRIMONIO EN UN MUNDO ROBÓTICO. Este artículo fue publicado en el blog http://replicantelegal.com/amor-y-matrimonio-en-un-mundorobotico En algún momento… cabe esperar que las máquinas tomen el control”, escribió A. Turing en 1951. Más recientemente, en el año 2014, S. Hawking advirtió que “el desarrollo de una inteligencia totalmente artificial podría significar el fin de la raza humana”. La robótica y la tecnología avanzan tan rápido que cabe la duda razonable de que el hombre esté o no preparado para ello; para afrontar cambios paradigmáticos en su manera de relacionarse y de emocionarse. Si a día de hoy me preguntaran sobre mi deseo de contraer matrimonio con un robot me recorrería el cuerpo una sensación extraña que, sin lugar a dudas, puede ser muy parecida a la que estás teniendo tú al planteártelo. Según diferentes ingenieros especialistas en robótica, en los próximos 30 años la mimetización de los robots con los seres humanos alcanzará tal nivel que podríamos llegar a enamorarnos de ellos, incluso llegar a mantener relaciones sexuales y establecer lazos afectivos matrimoniales. Existen premisas en el ámbito matrimonial, como la conciencia y la voluntad, que serían condición necesaria para un consentimiento libre de las partes, por no hablar de la posibilidad de que una inteligencia artificial no tiene por qué desarrollar el deseo o necesidad de establecer lazos afectivos de este tipo. Precisamente por esta razón, me gustaría reflexionar sobre la relación de la inteligencia artificial con la inteligencia emocional. Si no nos han ocultado algún avance, parece que estamos lejos de haber desarrollada una inteligencia artificial verdadera. Aunque en el mercado existan los denominados robots con sentimientos como Pepper, no son más que tecnología predictiva que gestiona datos ordenadamente. Así mismo, Deep Blue de IBM durante esa partida de ajedrez mítica contra G. Kasparov no demostró más que una capacidad pasmosa para analizar jugadas en un tiempo record, pero sin ser consciente de que lo que hacía era jugar al ajedrez. En el campo relacional el desarrollo de la robótica está aún por desarrollar, el mercado está dominado por complementos sexuales y muñecas hiperrealistas como “Real Doll”, “juguetes” sin personalidad, ni emociones al fin y al cabo. Según A. Flox, un periodista especialista en la relación entre sexo, legislación y tecnología, “los robots sexuales van a necesitar de la participación desde la nanotecnología a la capacidad de replicar texturas de piel no uniforme, pasando por la inteligencia artificial para entender el lenguaje natural”. Lo cierto es que la tecnología avanza a pasos agigantados. Sin ir más lejos, J. Cabibihan, de la Universidad de Qatar, y sus compañeros de investigación crearon un material que tanto al tacto como a la vista es muy parecido a la piel humana; se trata de un polímero de silicona suave que se calienta a las temperaturas del cuerpo humano a través de dispositivos electrónicos. Pero hablando de sentimientos, el ser humano en su complejidad es capaz de experimentar, no sólo el impulso sexual, sino el amor romántico, el cariño o el apego tras una larga relación. Estos tres sistemas cerebrales acuñados por H. Fisher pueden ser un buen punto de partida, ¿será una inteligencia artificial capaz solamente de provocar estos sentimientos en un ser humano, o también serán autónomos en sus emociones? Entender y aprender a conquistar podría ser sin duda uno de los conocimientos desarrollados por una inteligencia artificial. Un robot con todos los manuales de amatoria integrados se convertiría en un amante virtuoso que sabría qué hacer y decir en cada momento. Para D. Levy, autor de “Love and Sex with Robots” el trabajo con robots está basado en la simulación de comportamientos humanos, y lo importante no es la capacidad de la máquina para sentir sino para transmitir esos sentimientos al ser humano y que éste los perciba. Así A. Turing, en el ensayo “Machinery and Intelligence”, planteaba el famoso Test de Turing: ¿puede una máquina simular el comportamiento humano y ser indistinguible a los ojos de un observador externo? ¿Nos cegaría el amor y olvidaríamos que es un robot? H. Fisher justifica el amor ciego en la activación de unas determinadas áreas del cerebro y desactivación de parte de las amígdalas cerebrales relacionadas con el miedo. Tenemos muchos ejemplos de relaciones humanas con inteligencia artificial en la gran y pequeña pantalla. “Ex Machina” y “Her” nos muestran esa capacidad de enamoramiento humano de una “máquina”, incluso sin corporeidad, y donde es el ser humano el que acaba sufriendo ante el abandono; en el caso de “Ex Machina” ante la inquietante necesidad de libertad de la máquina. Y quizás, ahora que hasta podemos dejar un legatario de nuestra identidad en Facebook, me causó especial inquietud la serie británica “Black Mirror” que, en el capítulo titulado “Be right back”, juega con la idea de sustituir a una persona a partir de su huella digital y recuerdos almacenados por la protagonista. Actualmente R. W. Picard, una de las promotoras de la computación afectiva, intenta unir la relación emocional entre los hombres y los robots. En su libro “Affective computing” Rosalinde aborda los posibles efectos del reconocimiento de la emoción por los robots y afirma que si queremos que las computadoras sean genuinamente inteligentes e interactúen de forma natural con nosotros, deben de tener la capacidad de reconocer, comprender e incluso tener y expresar emociones. En esta misma línea, “En la Universidad de Cambridge se está trabajando sobre el prototipo de ZOE, el avatar expresivo jamás creado, en base al reconocimiento de voz y los datos visuales, replicando las emociones humanas con un realismo sin precedentes. Pero cuando aludimos a la parte afectivo sexual sería necesario una inteligencia artificial que más allá de la recreación de las emociones, integre realmente las emociones de forma autónoma”. En mi opinión, la inteligencia artificial podría llegar a desarrollar ciertas habilidades como respuesta a la necesidad de relacionarse con los seres humanos, pero en base al concepto de D. Goleman no sería propiamente inteligencia emocional mientras no exista un conocimiento consciente de las propias emociones. En cuanto a la sexualidad entiendo que el desarrollo técnico podrá proporcionar experiencias satisfactorias a modo de juguetes sexuales e incluso no me cabe la menor duda de que algunas personas podrían desarrollar sentimientos hacia robots, y en respuesta obtener determinados beneficios del tipo que fueran. Pero, ¿necesitaría la inteligencia artificial de nuestro afecto, o simplemente lo utilizarían en su propio beneficio? ¿El vínculo entre ambos sería auténtico, consciente y verdaderamente libre por ambas partes? Artículo escrito de Marketingnize. por Sara Molina Pérez-Tomé, CEO