la oración a la intemperie

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FERRAN MANRESA
LA ORACIÓN A LA INTEMPERIE
En la práctica cristiana la ley del péndulo nos ha hecho pasar por momentos en que la
contemplación lo ha sido todo, junto a otros en que sólo la acción era considerada
como lo propio del creyente. Quizás ahora estamos en uno de esos momentos en que el
cristiano en general se está alejando del compromiso y se está decantando hacia el
mundo de la oración. Puede ser que se haga este camino por el deseo de tener
seguridades, energías para vivir, Pero, ¿es esto la oración?; ¿no tiene ésta siempre
algo de inseguridad, de aventura?; ¿no está siempre el que ora, a la intemperie, en
búsqueda, en vía de seguimiento? El autor va respondiendo a estas preguntas haciendo
ver cómo el que ora siempre está a la intemperie, pues está con el Dios nómada y en un
mundo sin hogar.
L’oració a la intemperie, Qüestions de vida cristiana n.117 (1983) 35-51
UNA MIRADA A NUESTRA SITUACIÓN DESDE UNA TRADICIÓN
Hace unos años los cristianos encontrábamos en el compromiso el camino de
purificación, expresión y radicalización de nuestra fe. Hoy en día más bien encontramos
este camino en la oración. De esta manera, si antes la oración quedaba a la intemperie
convirtiéndose en algo así como una acumulación de energías, ahora se convierte en una
especie de refugio para la dilatación del corazón. En ambos casos la oración es vivida a
la intemperie en cuanto que es funcionalizada, en cuanto que, incluso para aquellos que
la practicamos, no tiene en ella misma el sentido propio de aquella actitud y práctica por
medio de la cual nos disponemos a escuchar al Señor, ni ocupa el lugar que le
corresponde en nuestra vida concreta ante Él. Podemos decir que hemos convertido a la
oración o bien en un preámbulo de compromiso ético, o bien en un espacio de
contemplación estética.
Sin embargo, la oración también puede ser vivida a la intemperie a causa de su gran
fuerza teologal. Aquí hablaremos de esta intemperie teologal en la cual se encuentra la
oración, agudizada por circunstancias de orden social. Antes de ello es preciso hacer dos
advertencias:
a) Teologalmente la oración tiene sus raíces en la escucha y la respuesta a una llamada.
La rápida evolución de los condicionamientos socioculturales de nuestro mundo y la
preocupación por no perder nuestra identidad cristiana en un mundo en constante
cambio nos han llevado a funcionalizar -ética o estéticamente- la oración, y a
desarraigarla evangélica y teologalmente.
b) La oración se realiza desde una tradición cristiana concreta que da lugar a unas
formas concretas de hacerla, a unos conceptos con los cuales expresarse etc. Según la
tradición ignaciana, la oración se interpreta desde dos polos interrelacionados: el polo
subjetivo del sentir, y el polo objetivo del Reino, o promesa de Dios realizada en
Jesucristo y anhelada en su realización plena en su Espíritu. En la medida en que el
Reino va siendo interiorizado y personalizado por el que ora, se va configurando en éste
su profunda identidad humana, y en la medida en que esta identidad humana se sigue
abriendo a las nuevas llamadas del Reino, se va configurando una forma de seguimiento
apostólico. De esta manera la oración se convierte en un momento de internalización de
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la promesa del Señor en la historia. Desde esta perspectiva, puede decirse que la oración
permanece a la "intemperie por no haber sido un. momento real de internalización del
Reino, y por no haber sido suscitada por las llamadas del Señor en la historia.
LA VIDA DE FE Y LA ORACIÓN
La oración nace de una fe viva. Por fe viva hemos de entender un actitud efectiva de
preferencia absoluta y pasión radical por responder a las diversas llamadas del Señor.
Es, pues, la llamada del Señor la que despierta una y otra vez nuestra fe, la que da vida a
nuestra fe. No podemos reducir la fe viva a una mera concepción del mundo y de la vida
o a una pura convicción intelectual.
La fe viva es, básicamente, una actitud de confianza hacia Aquél que nos llama y envía.
Una confianza así -práctica y efectiva- va más allá del puro sentimiento, su punto de
partida es un encuentro que motiva una respuesta personal. De esta manera la fe viva se
convierte en aquella actitud y acción que fundamenta todas las otras acciones o
decisiones de la vida. Como actitud fundamental de confianza, la fe viva nos hace mirar
hacia el futuro. Como respuesta, es una realización presente y parcial de la promesa ya
realizada anticipadamente en Aquél que llama.
Si la fe viva es una mirada confiada hacia Aquél que llama y envía - y no puramente una
mirada hacia nosotros mismos-, y la oración es una prolongación que evoca e invoca
esta mirada, hemos de reconocer que el alimento de esta oración no lo encontraremos en
la introspección en nosotros mismos sino en una confianza esperanzada, en una certeza
fundamental que acompañará la realización presente y parcial de la promesa.
LOS ESPACIOS HUMANOS DE LA ORACIÓN
a) El espacio creacional
La progresiva inmersión en el misterio de una llamada que no sabemos a dónde nos
conduce, da un sentido fundamental nuevo a nuestra vida: de vivir preocupados por las
cosas y el futuro, nos lleva a vivir en permanente acción de gracias ante las cosas y en
donación hacia el futuro. Desde esta perspectiva, la vida, la naturaleza, los hombres, el
mundo, aparecen ante nosotros pletóricos de simbolismo y se convierten en caminos
para pensar, sentir, decir y vivir todo aquello que sobrepasa a nuestra razón sin caer en
el absurdo de la sin-razón o de la idolatría.
Así, en la medida en que este espacio humano va siendo cultivado por la oración, vamos
accediendo a un modo de vivir que se caracteriza por estar presidido por el gozo de un
"sí" en el seno de la tristeza de aquello que es finito. Aunque es verdad que a lo largo de
esta vida es abundantemente presente el sin-sentido, también es verdad que, así como la
palabra de Dios precede y estructura el caos, el sentido sobreabunda donde el sinsentido abunda.
Este espacio creacional aquí descrito se convierte, en definitiva, en el hogar en el cual
se desarrolla la conciencia de gratuidad Pero mientras la vida de fe y de oración no
alcancen a transformar el sentimiento básico desde el cual afrontamos el hecho de vivir,
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tanto la una como la otra no llegarán más que a potenciar la capacidad ética de nuestra
libertad o la inclinación hacia la dependencia respecto de nuestra conciencia, pero no
llegarán a transformar radicalmente el talante fundamental de nuestro vivir. Creo que
ésta es una de las razones fundamentales por la cual entre nosotros la oración vive "a
la intemperie"
b) El espacio opcional
La "llamada" nos lleva también a percibir una nueva forma de vivir y, cuando esto
sucede, pide de nosotros una decisión. Entonces empieza a formarse el "espacio de la
oración" como lugar de apropiación de esta novedad de vida que exige, a su vez, una
decisión personal. Así el espacio creacional del que hablábamo s se convierte en espacio
opcional que, para ser vivido responsablemente, exige un recogimiento, una actitud de
lectura de la realidad en virtud de la cual vamos unificando la diversidad de símbolos
que nos la facilitan. Mediante esta actitud de recogimiento nos disponemos para la
realización del sentido del cual estos símbolos son portadores. Y mediante esta
realización damos paso a una nueva lectura de la vida que, de esta manera, de opción en
opción, va configurando el itinerario indefinidamente abierto hacia la fuente de todas
ellas.
En el caso de que el espacio creacional no estuviese impregnado de este itinerario -que
es consciente en el que ora- la conciencia de gratuidad se convertiría en un ámbito de
arbitrariedad y la oración en un vagabundear subjetivo que cierra al orante en un mundo
imaginario y lo va aislando de la realidad de la vida. Esta es otra de las razones
fundamentales por las cuales la oración puede vivir entre nosotros "a la intemperie".
e) El espacio confesional
La confianza fundame ntal de la cual vive la oración cristiana nace de la "llamada". Es,
pues, una confianza suscitada que evoca una presencia: la presencia de Aquel que la
suscita y sin el cual ya no podemos vivir. La lejanía de esta presencia y la urgencia de
su proximidad crean en nosotros un "silencio elocuente" en el cual, poco a poco, vamos
confesando que nuestra vida no sólo transcurre "ante alguien" sino "en Alguien" cuya
presencia nos arropa y envuelve. Así, aquel espacio creacional, lleno del itinerario
opcional que humanamente lo densifica, se convierte en un espacio confesional en el
cual se expresada toda la vida aun sin decir nada en concreto, en el cual no se rechaza
nada de la vida y se acoge todo situándose así en actitud de confianza ante la misma:
"Dios mío y todas las cosas", ésta es la confesión fundamental.
El hecho de que el espacio opcional desemboque y se exprese en un espacio confesional
no acontece siempre, pero cuando se produce comporta la culminación de la conciencia
orante, el lugar y momento en que ésta se realiza plenamente. Sin esta culminación la
oración puede degenerar en un monólogo impreciso ante nosotros mismos perdiéndose,
a la vez, la conciencia orante que se ve atomizada en proyectos, planificaciones e
indeterminaciones sin una unidad que les dé profunda realidad. Creo que ésta es otra de
las razones fundamentales por la cual entre nosotros la oración vive "a la intemperie".
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d) El espacio oracional
La oración cristiana vive cuando todos estos espacios mencionados no son simplemente
unas posibilidades pensadas sino una realidad vivida. Si todas ellas constituyen el
espacio cristiano de nuestra vida, la oración es la "conciencia" de nuestra vida cristiana
y, por esto, no puede separarse de ella.
Generalmente entendemos la oración como una actitud cristiana que se traduce en una
práctica concreta más, entre otras. Pero más que esto, la oración es como una atmósfera
en la cual discurre la totalidad de nuestra vida. No hemos de caer, sin embargo, en el
formalismo de creer que la oración es una mera atmósfera global - ya que sin una actitud
y una práctica que la concreten moriría-, ni en el materialismo de creer que es una mera
actitud o práctica -ya que sin aquella atmósfera que la anima quedaría vacía-. Así pues,
el contexto de la vida de oración nace del espacio creacional (que surge de la
"llamada"), vive del espacio opcional (que se realiza como decisión) y culmina en el
espacio confesional (que se expresa como palabra).
DE LOS ESPACIOS A LAS ACTITUDES
Para comprender hasta qué punto la oración se encuentra entre nosotros "a la
intemperie", hemos de describir aquellas actitudes en las cuales ha cristalizado con
mayor profundidad la oración vivida como atmósfera que envuelve toda la existencia
humana y cristiana.
Cuando vivimos en el seno de un mundo que nos sugiere una "respuesta" y en una
Presencia que nos invita a vivir activa y confiadamente, lo que espontáneamente surge
en nosotros, antes que otra cosa, es un "silencio". Esta es, creo, la actitud humana de
oración más adecuada. Así y todo, este "silencio" contiene una positividad callada que
podríamos describirla así.
a) "No se siente nada concreto"
En este silencio se pone de manifiesto una disposición: la escucha a pesar de que no se
sienta nada en concreto. No es éste un silencio evasivo sino predispuesto, ni es esta
actitud de escucha espontánea sino fruto de un progresivo enmudecimiento de nuestra
preocupación por la vida, provocado por la presencia desbordante de nuevas y
sorprendentes posibilidades. No es éste un silencio vacío ni es el producto de una
frustración, sino un silencio lleno de expectativas a realizar provocadas por Alguien que
las suscita. Es un silencio tembloroso que vive del arduo deseo de que circule por los
otros y por la vida toda la energía y toda la esperanza que en él se condensan y que
permanecen limitadas a causa de nuestra finitud y ambigüedad.
b) "Acoger aquello que nos limita"
La disposición de la que hemos hablado no es meramente pasiva, contiene un germen de
secreta actividad que consiste en una lucha, en el recogimiento, contra todo aquello que
nos distrae y dispersa. La distracción nos hace entretener con cualquier cosa y, así, nos
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dispersa y nos aleja de lo que es real. Y lo real, en el fondo, es todo aquello que "nos
limita". La distracción, pues, actúa "dividiendo el mundo" y dispersándonos en las
porciones en que lo hemos dividido.
En cambio, esta disposición activa de la oración en el recogimiento, nos lleva a dar
entrada a aquello que nos limita y que, limitándonos, nos llama.
Esto no se hace desfigurando la realidad o reprimiendo la propia subjetividad, más bien
se trata de dejar que la realidad sea aquello que más profundamente es: una llamada, y
que la subjetividad sea aquello que más profundamente es: una acogida. No se trata,
pues, de una evasión del mundo.
c) "No quedarse en uno mismo"
Como hemos dicho, el recogimiento en la oración no es algo puramente pasivo: en él
toda nuestra existencia viva toma una dirección y asume la conciencia de la
transitividad. Toda la realidad de la vida, recogida en el silencio, "no se queda en uno
mismo" sino que se dilata hacia el misterio que la envuelve más allá de las cosas aunque
abrazándolas a todas.
Esta conciencia de transitividad de la vida -que no se da sin dolor- no es solamente una
pasividad sufrida sino una realidad decididamente asumida que nos lleva a sacrificar
nuestro "yo" y nuestras propias palabras sintiendo cómo, todas ellas, son superadas por
las de Aquél que nos llama. De esta manera vamos siendo situados en la intemperie,
vamos siendo conducidos hacia una identidad más profunda: el proceso de nuestra vida
ante Dios y en Dios es el que realmente nos va mostrando quiénes somos en
profundidad. También, de esta manera, la vida orante va desembocando en una unción
orante.
d) La reducción personal al misterio del Reino
Estas actitudes básicas de la oración van configurando una identidad humana que
podríamos calificar de "reducción personal al misterio del Reino" y que contrasta con
otro tipo de identidad humana que podríamos denominar "reducción subjetiva al
descubrimiento de la razón de las cosas". Las dos identidades se encuentran viviendo quizás luchando- en nuestro interior: ésta es otra de las razones por la cual la oración
se encuentra a la intemperie.
A continuación, describiremos algunos rasgos de esta identidad humana para ponderar
hasta qué punto la oración se halla "a la intemperie". Si hasta ahora el "hecho teologal"
es el que nos ha permitido sentir el frío de la intemperie oracional, ahora será el "hecho
social" el que nos hará sentir el mismo frío.
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UN MUNDO SIN HOGAR
Al orar, no podemos dejar de poner en juego nuestra identidad. Esta abarca un espacio
interior y se refiere existencialmente a un espacio exterior constituido por todo aquello
que uno ha vivido. Ambos espacios se iluminan recíprocamente.
Sin embargo, "en un mundo sin hogar", es natural que sintamos la oración "a la
intemperie" pues nos encontramos ante la vida fragmentados en una pluralidad de
mundos y percibiendo nuestra identidad como un proyecto de vida indeterminado y, a la
vez, planificable.
a) La pluralidad de mundos de vida
Solemos adquirir conciencia de nuestra identidad cuando vivimos una realidad ordenada
de tal manera que da sentido a nuestra vida. Así, nuestra vida cotidiana es una vida "con
sentido" en la medida en que se encuentra envuelta en una estructura global de
significación. Sin embargo, muchos de nosotros tenemos la sensación de que esta
estructura global de significación se ha descuartizado, y de que nos hallamos viviendo
en una pluralidad de mundos de vida que hace muy difícil la vivienda de un espacio de
significación última.
A partir de la dicotomía entre las esferas pública y privada de nuestra vida, vamos
intentando construir un "mundo doméstico" que llegue a ser significativo para nuestra
vida personal y social. En este "mundo doméstico" intentamos vivir unificadamente y
con sentido, pero ello no es fácil, pues la pluralidad de mundos de vida introduce en
nuestra conciencia una tendencia a la racionalización, a la selección, etc. que
legitimamos mediante un "sistema de ideas". De esta forma se va debilitando la
plausibilidad de nuestro "mundo doméstico" y nos vamos viendo obligados, en la
práctica de la vida, a elegir. Así, nos vamos sintiendo libres pero, a la vez, aumenta la
posibilidad de la frustración.
b) El proyecto de vida indeterminado pero planificable
Hablamos de "proyecto de vida" cuando hacemos referencia a la totalidad de nuestras
programaciones y al sentido integrador de todas ellas. Este proyecto de vida en sí es un
valor: cuando existe hay identidad, y cuando no existe, algo fundamental falla en
nuestro vivir. Resulta, sin embargo, que este proyecto de vida es vivido por nosotros
como algo siempre revisable, pues la pluralidad de mundos que nos toca vivir introduce
en él una dosis insuperable de relatividad y variabilidad. En la práctica, pues, el
proyecto global de vida permanece incierto y no es capaz de unificar la pluralidad de
mundos en que vivimos, de tal forma que nos coloca en una situación permanente de
indeterminación existencial, levantando en nosotros la sospecha de la propia indecisión
o de la insuficiencia de la decisión tomada. De esta manera, sin renunciar al proyecto de
vida, nos vemos forzados a construirlo mediante la planificación. Este proyecto de vida
-fruto de la planificación- no podemos hacerlo sin contar con los otros, los cuales,
incluso cuando quedan desinteresadamente introducidos en nuestro proyecto de vida, no
pueden dejar de pertenecer a los respectivos mundos en los cuales han aparecido ante
nosotros. En este sentido, también nos sentimos lejanos a nuestro proyecto de vida.
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c) ¿Una concentración ilusoria?
La situación de la pluralidad de mundos que nos fragmenta y de la indeterminación de
un vida planificada, no sólo condiciona el sentido de nuestra vida sino también el
lenguaje con que nos expresamos cuando oramos. Así, aquella identidad que veíamos
condensada por el recogimiento en la oración, queda también como desdibujada. Si el
recogimiento da lugar a una "concentración identificadora", la pluralidad de mundos de
vida y la planificación selectiva de los mismos dan lugar a una "concentración ilusoria":
¿quién es el que ora?, ¿quién soy yo?, nos preguntamos. Esta curso de nuestra vida es
una permanente migración entre diferentes mundos sociales y una realización sucesiva
de posibles identidades. Desconfiamos de una identidad que nos defina, el acento de la
realidad lo situamos en el terreno de la subjetividad, lo que adquiere más valor es la
experiencia de nosotros mismos. Así, cada uno de nosotros se siente en el derecho de
forjar su propia vida libremente, combatiendo toda referencia externa que lo limite.
Como consecuencia de todo esto, si la actitud y práctica de la oración va incrementando
en nosotros la confianza en Aquel que ha sembrado la vida de posibilidades inéditas, la
experiencia de la vida va incrementando en nosotros una preocupación fundamental
referente a nosotros mismos: el sentimiento de estar a merced de la pluralidad e
indeterminación de mundos de vida. Esta es otra de las razones fundamentales -desde
el punto de vista social- por la cual la oración es sentida por nosotros "a la
intemperie".
DE LA FINITUD A LA GRATITUD
La experiencia de la pluralidad de mundos y de la indeterminación planificable de la
vida, nos hablan de una experiencia de finitud y dan lugar a una conciencia de
ambigüedad. Desde esta experiencia la oración puede ser vivida como una escapatoria
de la alienación de la vida, y puede esconderse, detrás de ella, una "tristeza
fundamental". Ello resulta amenazante en cua nto que la oración cristiana no se alimenta
de tristezas fundamentales, sino de la profunda vivencia de la presencia del Señor que
nos mueve a una actitud de gratitud. Gratitud, por tanto, que vive del recuerdo de la
vida, pasión, muerte y resurrección de Aquél que vivió, como nosotros, la ambigüedad
de la vida.
La dificultad de vivir desde la gratitud y no desde la finitud es otra de las razones
fundamentales por las cuales sentimos la 'oración "a la intemperie". Únicamente
percibimos el sentido de la oración cuando nos situamos en medio de la pluralidad de
mundos y ante la indeterminación de proyectos de vida, en virtud de la llamada de
Aquel que, viviendo, venció tal realidad limitadora.
EL RETORNO RELIGIOSO
En la oración nos cuesta mucho vivir aquella operación que nos introduce en el espacio
de la gratuidad y que solemos denominar el "retorno religioso". El "retorno religioso"
parte de la llamada misteriosa que me dispongo a escuchar de nuevo, y que me hace
caminar hacia Aquél que desde siempre me está esperando, que me hace abrir hacia
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Aquél que desde siempre me está acogiendo, que me hace entregarme a Aquél que hace
que yo me entregue.
El hecho de que muchas veces en la oración no lleguemos a vivir este "retorno
religioso" -a causa de las experiencias mencionadas de la pluralidad e indeterminación-,
es otra de las razones fundamentales en virtud de la cual la oración es sentida a "la
intemperie". Y es sentida así porque difícilmente vivimos la vida más como un don que
como una tarea, y, en consecuencia, el sentimiento fundamental ante la vida no es el de
la "sobreabundancia" sino el de la "exigencia".
Estas son, pues, algunas de las razones de fondo por las cuales podemos sentir "la
oración a la intemperie". A pesar de ello, sigue siendo válida, en tal situación, aquella
palabra evangélica: "Señor, enseñamos a orar".
Tradujo y condensó: CARLES MARCET
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