La Mente Detrás del Jardín. Cuento elaborado por Verónica Boix-Mansilla y Lois Hetland. Traducción por Patricia León Agustí Hace algún tiempo me estaba preparando para diseñar mi pequeño jardín, y me invitaron a visitar el jardín de Flora Huertas en su Finca, a unas pocas millas de aquí. Flora es reconocida por su gran conocimiento de la jardinería y como maestra generosa para ayudar a gente que, como yo, se atemoriza ante el desafio que presenta un jardín de 1 m por 1,20 m. Al hablar por teléfono con ella sentí que su invitación era muy sincera. Conduje a lo largo de un camino enmarcado por bellos sauces que realzaban la entrada a su propiedad; un túnel de hojas frondosas me recibió al llegar a su pequeña cabaña. Como sabía que me esperaría una tarde muy enriquecedora, llegué con un poco de anticipación a la cita que nos habíamos puesto. Por teléfono, Flora me había dicho que era posible que ella se demorara un poco, pero que me sintiera como en mi casa y me invitaba a caminar por el jardín hasta que ella llegara. ¡Eso fue exactamente lo que hice! Si mi recorrido por entre los árboles había sido una inspiración, caminar alrededor del jardín confirrnó el hecho que estaba observando la obra de una gran maestra. El jardín era bastante amplio. En el centro del mismo, y claramente vísible desde el balcón de la casa, se encontraba un espacio abierto y lleno de sol. En la mitad del espacio, había un arce gigantesco que invitaba al visitante a sentarse bajo su sombra y a soñar entre iris y viñedos. Camas de flores bordeaban y delimitaban este área central, combinando plantas de formas, alturas, texturas y colores contrastantes. Me intrigó un camino de piedra que se internaba en el bosque. Lo seguí, disfrutando de la lavanda y otras plantas de delicioso aroma que no reconocía. El camino me llevó a un pequeño cobertizo donde se me reveló aquella fuente mágica que me atrajo hasta allí. La puerta estaba entreabierta y no resistí la tentación de entrar. Las paredes de aquel soleado cuarto estaban llenas de dibujos y diseños esquemáticos. Inmediatamente reconocí varios de los rincones y las camas de flores que había visto afuera. Había varios borradores de cada una de las áreas que variaban en color y en forma; algunos de ellos mostraban una calidad misteriosa e íntima mejor que la de otros. Uno de los dibujos tenía la siguiente nota: “Buena idea, pero...” pensé qué significaría eso. Sobre la pared del costado sur, Flora había colgado un enorme calendario. En éste se encontraban pequeñas notas y comentarios acerca de los tipos de planta, ubicaciones y descripciones de crecimiento. Sobre una mesa encontré una serie de gráficos con información relacionada con fecha intensidad de luz, terreno, área, color, tamaño y comentarios. Estos gráficos también estaban llenos de cortas anotaciones. Estaba empezando a leer un poema que colgaba del marco de la ventana cuando Flora entró a la habitación. Sentí que estaba invadiendo su privacidad y comencé a disculparme entrecortada. “Discúlpeme, en realidad no debí haber entrado. Me sentí muy atraída y... espero que no le incomode.’ “No, en lo más mínimo” contestó, “Creo que he llegado más tarde de lo que babia pensado, espero haya tenido la oportunidad de dar una mirada, ya que hay mucho por observar” “Y por oler”, agregué. “Sí”, dijo ella, “El camino que conduce a este cobertizo tiene un aroma muy particular. Tal vez fue eso lo que cautivó su atención y la trajo hacia acá”. Antes de visitar el jardín, le pedí a Flora que me mostrara lo que tenía en el cobertizo. Me explicó que ella había aprendido a diseñar su jardín con el tiempo. “Cada año me doy cuenta que es mucho lo que me falta por aprender. El tiempo es importante en el diseño del jardín. Cuando se trabaja con plantas, hay que crear espacios, pero estos nunca se quedan quietos. Es algo como una arquitectura orgánica, los materiales de construcción cambian con las estaciones. Se puede crear una cerca que trabaja bien para el verano cuando las hojas están frondosas y de diversos colores, pero que no funciona en el invierno porque los árboles están desnudos. Hay que aprender a predecir cuando las plantas van a florecer para así poder combinar bien los colores”. Seguramente puse cara de sorprendida pues ella continuó con su explicación. “Por ejemplo, a mí me fascinan las lilas y los gladiolos, pero un diseño como éste...” (me mostró un dibujo de una enorne lila rodeada por gladiolos blancos y púrpuras, con la inscripción que decía “Buena idea, pero...” ) es ficticio. Nunca podrá llevarse a la realidad porque estas plantas florecen en épocas del año totalmente diferentes. Flora dejó caer el borrador, de manera indiferente, sobre la mesa. “A través de los años he aprendido a llevar un registro de lo que observo y lo pongo en este calendario, para no cometer tantos errores como el del diseño anterior”. Me guiñó el ojo. “Ahora cometo otros errores”. “Se debe experimentar con las plantas, yo hago eso todo el tiempo. Ensayo una planta en distintos lugares, con diferentes intensidades de luz y en diferentes terrenos. Registro lo que les sucede a las plantas bajo diferentes condiciones y esto es realmente divertido. Me fascina ver cómo el entorno contribuye con la forma que van tomando las plantas. Algunas de ellas ni siquiera florecen si no hay suficiente luz. Observe estos gráficos: las mismas plantas, condiciones diferentes.” Flora me mostró algunos detalles. Durante algún tiempo estuvimos conversando acerca de los nutrientes del suelo, los requisitos de luz y los sistemas de riego. Realmente me llamó la atención la claridad y el detalle de sus explicaciones. La espontaneidad y el arreglo casual de las plantas y el espacio en su jardín se contrasta con un pensamiento meticuloso y sistemático que está detrás de la creación y cuidado del mismo. ocupada que administraba un almacén toda la semana. “Durante los fines de semana, pasaba horas enteras inmersa en su propio mundo: su jardín. Solía decir que éstas eran las horas más satisfactorias de la semana. Claro está que me amaba mucho pero siempre pensé que el jardín venía primero” Flora pausó pensativamente. “A ella todos la admiraban por sus jardines, y sin duda alguna, el diseñarlos era su orgullo. Creo que Freud habría dicho que yo me interesé por la jardinería como la manera de estar cerca a ni madre.” Flora se sonrió y continuó diciendo. “sin embargo ésta no fue una buena forma de entrar en su mundo, de entender lo que estaba en su mente y en su corazón. Es interesante, pero con el tiempo, a medida que he aprendido más sobre jardinería, mi enfoque ha cambiado radicalmente. Ya no me interesa tanto la experiencia de mi madre; creo que he encontrado mis propias razones para trabajar en el jardín. Es una oportunidad para comprender mejor el mundo natural, admirar sus ciclos de vida, crecimiento y muerte. Creo que muchos de los jardineros que conozco hablan de esta manera.” Guardó silenció por un instante antes de cambiar su tono de voz hacia uno más pragmático. “Sin embargo, existe también una razón práctica. Mis propias hijas secan las flores y hacen tarjetas. Luego las venden y así se ganan su mesada. ¡No permitirán nunca que deje mi trabajo en el jardín!”. “Para mí, la jardinería es un equilibrio delicado entre la belleza y el rigor. Es realmente una experiencia total y espiritual”. Flora ha tratado de proyectar esa espiritualidad a través de la poesía. Solía escribir con más frecuencia, ella dijo. “Escribir poesía me ayuda a encontrar nuevos significados en los rincones que he creado en mi jardín. Algunas veces me ayuda a crear imágenes en mi mente que se van develando a medida que diseño un proyecto. Por ejemplo, el camino hacia el cobertizo, con sus aromas y el sonido del agua, originalmente lo saqué de un poema que escribí acerca de los jardines árabes. En el Oriente, existen distintas ideas acerca de la jardinería. A ellos les preocupa tanto el sonido y los aromas del jardín como aquello que ven. Para ellos, el jardín es una experiencia holística. Aquí en el Occidente enfatizamos más lo visual.” A medida que caminábamos por el jardín, Flora generosamente continuó revelándome los secretos de su arte. Me explicó cómo utilizaba los colores primarios para que su contraste me ofreciera un sentido de acción e intensidad. Ahí me mostró cómo las tranquilas sombras de las flores blancas invitaban a una mayor apreciación de forma y textura. En un rincón Flora describió cómo se veía la cama de flores en cada una de las estaciones. Su descripción resaltó cómo la delicada armonía de las plantas cambiaba y se recreaba a través de las estaciones a medida que nuevas plantas florecían, cambiaban de color y desaparecían, añadiendo novedad y un sentido de sorpresa en cada escena. A medida que caminábamos por entre los árboles tenía la impresión que comprender un jardín era un proceso de nunca acabar. Cuando le pregunté a Flora cómo había comenzado su pasión por la jardinera, nuestra conversación se convirtió en algo más personal. Me contó lo solitaria que fue su vida corno hija única. La madre de Flora era una mujer muy