a semana pasada, luego de una discusión acalorada en

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L
Marcelo Ducart*
a semana pasada, luego de una discusión acalorada en clase, un
estudiante se puso de pie y, con una mezcla de bronca e
impotencia, emitió el siguiente alarido: “De nada sirven sus
palabras profesor, ya que aquí no se puede cambiar nada…” Su rostro
quedó expectante a la espera de mi respuesta o de mi silencio. Me estaba
probando, ciertamente. En realidad dicho estudiante, había oprimido el botón
de >Play< de una compleja máquina histórica de reproducción del miedo y la pereza.
Aunque estaba convencido que la realidad nunca fue un destino inexorable ni la fatalidad un escenario eterno,
decidí tropezar. No como una estrategia irónica que tiende a engañar al otro desde la falsa modestia, sino
desde la certidumbre del amor que se niega a combatir para hacer leña del árbol caído. La decisión empática
de ponerme a la altura de sus miedos, era simplemente la decisión de dejarme herir con su herida que
sangraba e invitaba a la comunión. Haberle respondido desde la suficiencia de mis convicciones, seguramente
hubiera abismado sus temores y su baja autoestima. – “¿Para qué querer convencer a alguien que ya ni tiene
fuerzas de luchar?” – me decía en silencio. Y desde allí un catarata de ideas empezaron a hacerse oír desde mi
más profundo silencio. Y me decía a mi mismo: -“Cuanto nos falta todavía, para dejarnos enseñar por el juego
dialéctico de las palabras empapadas de silencio. Por la palabra, destrozamos ilusiones al mismo tiempo que
sembramos horizontes donde los demás pueden refugiarse. La palabra sentida desde el eco contemplativo
del silencio, la palabra que crea mundos, esa es nuestra meta como estudiantes de docentes y docentes de
estudiantes. Dejarnos poseer por la palabra, dejar que ella misma se exprese, corra, salte libremente desde
nuestros cuerpos y sus personajes, es tal vez, la empresa más necesaria de nuestro tiempo. Enseguida me di
cuenta que podía imprimir en mis ojos una poesía que le tendiera una mano en medio de su desconsuelo. Y
más allá de las palabras que estaba esperando, y más acá de la profundidad del encuentro que estaba
necesitando, decidí expresarme en silencio. En mis ojos, trataba de escribirle al querido estudiante como lo
hacía el poeta: No te detengas, sigue buscando hasta que el destino se canse de negarte lo que le pides. No
dejes que termine tu día sin haber crecido un poco, sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños. No
te dejes vencer por el desaliento. No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte. No abandones las
ansias de hacer de tu vida algo extraordinario. No dejes de creer que las palabras y las poesías pueden
cambiar el mundo. Pase lo que pase, nuestra esencia siempre estará intacta. La vida es desierto y oasis. Nos
derriba, nos lastima, nos enseña, nos convierte en protagonistas de nuestra propia historia. Aunque el viento
sople en contra, la poderosa obra continúa: Tú puedes aportar en este día la mejor estrofa y la más sentida.
No dejes nunca de soñar, porque en sueños eres libre. La mayoría de tus compañeros vive en un silencio
espantoso y cómplice. No te resignes a ser como ellos. Huye si fuera preciso. Disfruta del pánico y la
incertidumbre que te provoca tener la vida por delante. Vívela intensamente, la mediocridad no tiene nada
que ver con perder, fracasar o huir en algunos momentos en medio del desamparo. Eso es una excusa. La
mediocridad tiene que ver con no querer cambiar la realidad que nos rodea. La educación enseña que hay que
saber ganar sin cometer errores ni meterse en problemas. Pero los errores y los fracasos ante los problemas
que nos aquejan, también nos llevan a aprender. No tengas duda que los problemas son siempre el motor de
la inteligencia. Es imposible vacunarse contra la derrota pero podrías empezar a vacunarte contra el
desaliento. Dejar de hacer, de tener proyectos y sueños es suprimir la condición humana, la capacidad de
probar, corregir, crear, reflexionar, arriesgar. Hay una memoria que recuerda que el que no hace no se
equivoca, pero tampoco aprende ni vive. Un maestro llevó al alumno a una granja donde una familia pobre
vivía de la leche de su vaca. El maestro mató a la vaca. Al año siguiente volvieron a completar la lección, la
familia prosperó. La vaca era la excusa de su derrota. No permitas que la vida te pase a ti sin que tú la vivas
intensamente...
UNRC/mayo de 2012
*[email protected]
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