Modelos macroeconómicos en la Argentina: del “stop and go” al “go

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CESP A
Centro de Estudios de la Situación
y Perspectivas de la Argentina
Modelos macroeconómicos en la Argentina:
del “stop and go” al “go and crush”
Jorge Schvarzer
Andrés Tavonanska
Marzo de 2008
Documento de Trabajo Nº15
Universidad de Buenos Aires
Facultad de Ciencias Económicas
Av. Córdoba 2122 (C 1120 AAQ)
Ciudad de Buenos Aires
E-mail: [email protected]
http://www.econ.uba.ar/cespa
1
Desde 1930 y al menos hasta mediados de la década de 1970, o sea durante un
período de casi medio siglo, la Argentina vivió en un sistema que se ha dado en
llamar “economía cerrada”. O bien, puede decirse que evolucionó a lo largo del
proceso que los economistas denominaron de “industrialización sustitutiva de
importaciones” (ISI). A partir de 1976 esa situación comenzó a cambiar y la
economía nacional ingresó en un proceso de apertura externa y de reforma y
desregulación de los mercados que desembocó en un nuevo sistema, al que
proponemos denominar de “apertura con endeudamiento externo”; este nuevo
modelo de funcionamiento tuvo un primer ciclo muy intenso (1976-81), un
período de reacomodo (1982-88) y un renovado y profundo impulso a partir de
entonces. En conjunto, su presencia se mantuvo durante casi un cuarto de siglo y
culminó en la gran crisis iniciada en 1999 y que se profundizó hasta el derrumbe
en 2001-2002.
Ambos modelos fueron acompañados por distintos ritmos de crecimiento y, sobre
todo, por sucesivas crisis intermedias. En el primer caso, estas fueron definidas
como fenómenos de “stop and go”, porque el propio sendero de crecimiento
generaba las condiciones para una crisis, luego de la cual se reiniciaba la marcha
del producto; en el segundo caso, en cambio, se propone hablar de “go and
crush” porque la evolución del modelo provoca crisis cuya magnitud exige un
cambio de rumbo, al menos en el corto plazo, y con enorme impacto negativo,
como ocurrió con su crisis final.
Este trabajo se propone analizar la frecuencia e intensidad de las crisis que
ocurrieron en ambos modelos durante más de medio siglo como un elemento más
para evaluar y comparar la viabilidad de cada uno de ellos. Los resultados
muestran que las crisis del segundo modelo fueron mucho más profundas y
prolongadas que las registradas durante la economía cerrada y sugieren que esas
consecuencias dramáticas recientes no pueden dejarse de lado en los balances
respectivos. Para ofrecer un panorama histórico de referencia, el texto comienza
con un breve resumen de las características básicas, o el comportamiento
estilizado, de ambos regímenes de funcionamiento de la economía argentina.
La economía cerrada
La crisis de 1930 provocó un enorme impacto en la Argentina, cuya economía se
basaba en las cuantiosas exportaciones agropecuarias, generadas por la fertilidad
de la pampa húmeda, que permitían comprar en el exterior todos los bienes que el
país requería y no sentía la necesidad de producir. La intensa caída de la
demanda mundial de bienes agropecuarios a partir del inicio de la crisis, que se
reflejó en una baja no menos significativa de sus precios, generaron una caída de
las exportaciones y una restricción externa tan inédita como inesperada. En las
nuevas condiciones, no resultaba fácil superar la crisis en el corto plazo. El país
había contado con crédito hasta entonces, que le permitía reciclar sus deudas y
garantizar la generación adicional de divisas en cualquier momento de modo que
los capitales externos pudieran girar de manera regular sus beneficios locales a
sus matrices. Pero la crisis también cerró esa fuente de ingresos potenciales y
obligó al gobierno a controlar las divisas disponibles para evitar que la brecha
2
entre la oferta y de la demanda generara un daño aún mayor a la economía
nacional.
Las primeras medidas se tomaron con urgencia, con la expectativa de que
resolvieran los problemas en el corto plazo, pero la prolongada restricción
externa transformó a esas medidas en permanentes. Desde entonces, y durante
medio siglo, el país vivió fuera del sistema de tipo de cambio único (porque se
fijaban diferentes valores para distintos bienes, acompañados por una variada
gama de retenciones y aranceles) y con control de divisas; ciertos mecanismos
menores se modificaban pero lo esencial consiste en que la escasez de divisas
aparecía como un fenómeno estructural que obligaba a regular su uso. En ese
período, la economía cerrada era una consecuencia de la evolución externa y no
de las decisiones locales.
Luego de la crisis y la guerra, la situación de la economía mundial tendió a
normalizarse aunque en condiciones muy distintas a las conocidas durante la
década de 1920. Los precios internacionales de los bienes agropecuarios se
establecieron desde entonces en niveles mucho más bajos en valores constantes,
la demanda quedó acotada por el deseo de las naciones desarrolladas de
autoabastecerse, y la oferta de crédito era casi inexistente. En esas condiciones, la
Argentina sólo podía abastecerse de los bienes que necesitaba (y que no podía
producir localmente) aumentando su oferta exportadora para generar las divisas
necesarias. Pero los problemas persistían; la producción agropecuaria no
respondía en la magnitud esperada y la restricción externa siguió actuando varias
décadas más como una variable clave de la economía nacional.
El crecimiento económico, acompañado por las mejoras salariales y de ingreso de
amplios sectores urbanos, demandaba la importación de bienes terminados que el
país no producía, además de bienes de capital para expandir el proceso
productivo, insumos para las fábricas ya instaladas y combustibles. Pero las
evolución de las exportaciones no acompañaba esa demanda de modo que el
proceso alcanzaba un punto de estrangulamiento externo que llevaba a una crisis:
el famoso stop and go. Cuando ese sendero de crecimiento económico llevaba a
que la demanda de divisas excediera la oferta, el sistema encontraba su límite.
Para resolver esa restricción externa, los sucesivos gobiernos decidían devaluar la
moneda que reducía la demanda de bienes importados y alentaba la oferta
agraria; esa medida desplazaba ingresos del sector urbano al rural mientras que
alimentaba la inflación local. La experiencia señala que no se lograba resolver
definitivamente la restricción externa porque la producción agropecuaria no
crecía en las proporciones deseadas y el ciclo volvía a repetirse una vez que se
ajustaba el sector externo1 .
En el ínterin, ante el rebrote inflacionario, la respuesta oficial era una política de
restricción monetaria, que reducía los medios de pago e inducía al alza de la tasa
1
Algunas de los mejores análisis de la enorme serie de estudios ya existentes sobre los ciclos de stop and
go son, a nuestro juicio, “La estructura productiva desequilibrada argentina y el tipo de cambio” de
Marcelo Diamand (1972), “Las consecuencias económicas y sociales de las políticas económicas
ortodoxas aplicadas en la República Argentina durante los años de posguerra” de Eprime Eshag y
Rosemary Thorp (1965), “Un modelo de estancamiento económico. Estudio de caso sobre la economía
argentina” de Oscar Braun y Leonard Joy (1981). Los tres artículos fueron publicados en Desarrollo
Económico, números 45, 16 y 80, respectivamente.
3
de interés. La iliquidez reinante, la suba de las tasas, el incremento de los costos
industriales por el aumento de precio de sus insumos importados y la caída del
salario real, provocaban una retracción de la demanda que derivaba en una
recesión. El sistema quedaba dominado por un proceso de inflación recesiva,
desencadenada por la devaluación. El sector externo encontraba de esta manera
una forma perversa de equilibrarse, dado que la contracción del nivel de
actividad reducía las importaciones e incrementaba (ligeramente) los saldos
exportables a costa de los ingresos (y la demanda de alimentos) de la mayoría de
la población.
Una vez que la economía se ubicaba en la etapa recesiva, se redoblaban las
presiones que pondrán el ciclo nuevamente en marcha. Los trabajadores y los
empresarios industriales pujaban por reconquistar sus ingresos y reclamaban
subas salariales y de precios de los bienes fabriles que compensaran el
incremento del costo de vida; pedían, además, que se relajara la restricción
monetaria. A medida que se recuperaba la actividad y el salario real, el tipo de
cambio volvía a atrasarse con el avance de la inflación y se generaban las
condiciones para una nueva restricción externa que volvía a poner un tope a la
fase alcista.
La falta de respuestas positivas del agro a los aumentos de precios se debía, entre
otras razones, al atraso tecnológico del sistema productivo que era muy difícil de
solucionar en el corto plazo. La importación de maquinaria agrícola no podía
aumentar en la proporción deseable por la escasez de divisas (y la escasa
producción local) mientras que se notaba la ausencia de prácticas modernas que
permitieran aprovechar la tierra. A fines de la década de 1960, sin embargo,
comenzó a notarse una mejora en la oferta a medida que el INTA (creado recién
en 1956) logró a desarrollar y difundir “paquetes tecnológicos” aptos para la
región pampeana. La producción local de maquinaria agrícola fue la otra “pata”
de la recuperación del sistema productivo agrario que contribuyó a su
mecanización. A mediados de la década de 1970 esa creciente oferta potencial
fue impulsada, del lado de la demanda, por la primera gran alza de los precios
agrarios ocurrida después de la guerra de Corea. Luego de casi medio siglo, la
reacción productiva y el alza de los precios estaban logrando que el país
comenzara a superar la restricción externa.
Una segunda solución posible consistía en la exportación de bienes fabriles
aunque había numerosas restricciones internas y externas para esa salida. Aún
así, desde mediados de la década de 1960 se comenzó a notar una corriente
alcista de exportación de productos industriales que contribuía a generar las
divisas necesarias para el país. Ese flujo alcanzó su máximo a mediados de la
década de 1970, impulsada por intensas políticas oficiales al respecto, y
retrocedió brutalmente, luego, debido a las nuevas estrategias aplicadas a partir
de 1976 que, irónicamente, se denominaban de “apertura externa”.
La tercera solución posible radicaba en el recurso al crédito externo que se
mantuvo muy restringido durante décadas y limitado a la oferta de algunos
organismos públicos de las naciones desarrolladas y a los internacionales, como
el FMI, que imponían pesadas exigencias para otorgar sumas reducidas para las
necesidades locales. Más tarde, el aumento explosivo de la oferta de esos créditos
4
por los grandes bancos privados, a mediados de la década de 1970, coincidió con
el cambio de modelo en el país.
En definitiva, a mediados de la década de 1970 la economía cerradas se estaba
abriendo al exterior, vía exportaciones agrarias y fabriles crecientes que ofrecían
la posibilidad de pasar de la ISI a una industrialización apoyada en las ventas al
exterior mientras se superaba la restricción externa. Pero la estrategia aplicada
luego del golpe militar de 1976 modificó esa evolución.
La economía abierta con endeudamiento externo
El aumento de los precios internacionales del petróleo y las materias primas, a
mediados de la década de 1970, coincidió con (y contribuyó a) una enorme
expansión del mercado del eurodólar que implicó la multiplicación del crédito en
divisas por parte de los grandes bancos internacionales. La oferta masiva de esos
créditos dio lugar, por primera vez en medio siglo, a que la mayoría de las
naciones subdesarrolladas pudiera superar, aunque de modo coyuntural, la
restricción externa.
Brasil, por ejemplo, que se enfrentó a una severa escasez de divisas debido al
aumento del precio del petróleo (que entonces debía importar en cantidades
masivas) logró superar ese problema gracias al crédito externo que le permitió,
asimismo, comprar numerosos bienes de capital en una apuesta al crecimiento a
mediano plazo.
La Argentina ya no tenía la misma necesidad, ni urgencia, de crédito externo, por
las razones señaladas, pero la política oficial optó por esa alternativa con elevado
énfasis a partir de 1978. El gobierno lanzó una estrategia de tipo de cambio con
atraso programado, conocida como la “tablita”, que sus autores decían que estaba
diseñada para contener la inflación pero que, en los hechos, implicó una continua
caída de las exportaciones (cada vez menos rentables por esa evolución del tipo
de cambio), una rápida suba de las importaciones (estimuladas por la baja de sus
precios en moneda local) y el recurso al endeudamiento para cubrir el déficit
comercial y de servicios así como las demandas de los agentes locales que
querían comprar dólares “baratos” como mecanismo de ahorro y especulación.
El sistema funcionó un par de años hasta que se cortó el crédito externo. La crisis
se hizo pública en marzo de 1981, con el cambio de gobierno, mientras que los
compromisos derivados de la masiva deuda externa, acompañados por el déficit
comercial, planteaban una coyuntura insostenible. La crisis derivada de esa
situación obligó a una devaluación masiva, provocó una recesión tan profunda
como prolongada (la mayor de las registradas desde la crisis de 1930) y obligó a
modificaciones apreciables en las formas de funcionamiento de la economía
argentina2.
El país tardó en superar esa crisis, mientras estaba envuelto en una oleada de alta
inflación y presionado por el pago de los compromisos de la deuda. Todo eso
llevó a una nueva crisis a fines de la década que coincidió con un cambio de
gobierno y una nueva aplicación de la estrategia de tipo de cambio atrasado con
endeudamiento externo. El Plan de Convertibilidad, aplicado en 1991, atrasó el
2
Ese proceso está estudiado a fondo en Jorge Schvarzer (1986) La política económica de Martínez de
Hoz. Hyspamerica, Buenos Aires.
5
tipo de cambio, como herramienta para frenar la inflación, mientras que el
gobierno recurría al crédito externo para cubrir el déficit comercial y de
servicios. La crisis del tequila, en 1994-95, fue una señal de la intensa
dependencia de los flujos de divisas que repercutió en otra crisis más fuerte a
partir de 1999, cuando los acreedores externos comenzaron a percibir que el país
no podría pagar no sólo la creciente deuda externa sino que tampoco los intereses
que ella devengaba. Esa crisis fue tan intensa que derrumbó al modelo de la
convertibilidad y abrió la puerta a un nuevo cambio de política económica que
queda por ahora fuera de este análisis.
Las crisis financieras no fueron exclusivas de la Argentina; ella ocurrieron en
casi toda América Latina, donde hubo dos grandes ciclos de endeudamiento: el
primero en la década de 1970, que culminó con la crisis de la deuda de los años
1980, y el siguiente en la década de 1990, que de forma similar concluyó en las
crisis mexicana, brasilera y argentina. También sufrieron ciclos de auge y
depresión los países asiáticos, aunque provenían de situaciones radicalmente
distintas y tuvieron disímiles desenlaces. Una revisión de la literatura sobre estas
crisis permite ver que el caso argentino sólo se diferencia en detalles de los
modelos estilizados elaborados por la teoría de los flujos financieros que se
resume a continuación3.
La teoría económica standard justifica la entrada de capitales de diversas formas
a los que considera siempre beneficiosos para el país receptor. Los capitales,
buscando las inversiones de mayor rendimiento según esa teoría, irían hacia los
países más pobres, ayudándolos a aumentar su inversión y su producto. Ante la
escasez de capital que estos países sufren, el ahorro externo es lo que les permite
incrementar su tasa de inversión y crecer a mayor velocidad. La devolución de
los préstamos no sería problemática, dado que se conseguiría utilizando tan sólo
una pequeña porción de los beneficios del crecimiento que genera la aplicación
productiva de esos recursos. En la práctica, estos argumentos no se verificaron en
los países que se abocaron a la liberalización. Diferentes estudios (como el que
derivó en el famoso “puzzle de Feldstein-Horioka”) muestran que la tasas de
ahorro y de inversión están fuertemente correlacionadas, por lo que la inversión
es financiada por el ahorro local y el crecimiento parece seguir dependiendo más
de la capacidad de acumulación de cada país que de los ingresos que reciba del
exterior.
En la práctica, las crisis financieras explotaron en países que combinaron la
apertura comercial con la liberalización de los flujos de divisas y la apertura de la
cuenta de capital. Esos países aplicaron tipos de cambio fijos o semifijos,
generalmente en programas que tenían como objetivo combatir la inflación. A
pesar de que en algunos casos se logró realmente contener el alza de los precios,
el mismo paquete de medidas genera una serie de dinámicas que derivan
finalmente en una nueva crisis.
3
La descripción de esos ciclos financieros se basa en distintos trabajos sobre el tema entre los que cabe
remarcar “Globalización y crisis financieras en América Latina” de Roberto Frenkel (2003), “Capital
market crisis: liberalisation, fixed exchange rates and market-driven destabilisation” de Lance Taylor
(1998), “Economic growth with foreign savings?” de Luis Bresser-Pereira y Yoshiaki Nakano (2002) y
“Políticas para mejorar la inserción en la economía mundial” de la CEPAL (1995).
6
El tipo de cambio fijo (que en el caso Argentino fue establecido por ley) provee
un seguro de cambio gratuito que elimina, por lo menos en teoría, el riesgo de
una devaluación. En ese contexto, la diferencia entre la tasa de interés local y la
internacional provee una oportunidad de obtener grandes ganancias a quienes
colocan sus dólares en plazos cortos. La posibilidad de endeudarse a tasas bajas
en el exterior y conseguir rendimientos mayores en el sistema financiero local se
ve reforzado por la promesa del gobierno de mantener el valor en divisas de los
pesos ganados en el período. Dada la elevada liquidez internacional los capitales
son atraídos por los rendimientos que el país ofrece.
La entrada de capitales inaugura la fase ascendente del ciclo, pero ésta ocurre con
un tipo de cambio sobrevaluado. El anclaje del tipo de cambio logró en muchos
casos reducir la inflación, pero suele hacerlo con cierto rezago, y la suba de
precios, que continúa, genera una apreciación adicional de la moneda local,
responsable en gran medida de la dinámica posterior de la economía. En la
primera fase, que se caracteriza por la caída de la tasa de interés, la actividad
crece mientras la inflación disminuye, variables que contribuyen a la ilusión
generalizada sobre el supuesto éxito del modelo. La abundancia de
financiamiento barato se combina con la recuperación relativa del salario real
(permitida en buena medida por la disminución de la inflación) y en conjunto
dinamizan tanto el consumo como la inversión. Dada la apertura comercial y el
tipo de cambio apreciado, la demanda interna impulsa la producción local, pero
especialmente el ingreso masivo de productos importados. La avalancha de
importaciones, sumada a la pérdida de competitividad de las exportaciones,
genera un déficit de la balanza comercial que se amplía a medida que dura la fase
alcista del ciclo. La deuda externa, mientras tanto, recorre un sendero de
crecimiento veloz; a medida que crece, los pagos de intereses se incrementan,
poniendo una carga adicional sobre la cuenta corriente, que se vuelve
rápidamente deficitaria. El déficit de cuenta corriente y el aumento de la deuda
externa hacen que la economía se vuelva más vulnerable a un cambio de
orientación del flujo de divisas.
Cada año el país requiere nueva deuda para solventar su déficit de cuenta
corriente y refinanciar los vencimientos de capital e intereses de la deuda
acumulada que no tiene forma de afrontar. La vigencia de la regla cambiaria y la
posibilidad de pagar la deuda externa depende entonces de la capacidad del
gobierno de seguir atrayendo una masa cada vez mayor de divisas al país. Pero
mientras mayores son las necesidades del gobierno, es decir, cuanto más se hayan
expandido el déficit de cuenta corriente y la deuda externa, mayor es el riesgo de
no lograr conseguir los cuantiosos recursos necesarios y, por lo tanto, mayor es el
riesgo del colapso. La percepción de la vulnerabilidad de la economía comienza
entonces a verse reflejada en le pérdida de credibilidad de la regla cambiaria y en
el incremento de las posibilidades de que el país caiga en una cesación de pagos.
El alza del riesgo país y del riesgo de devaluación obligan a ofrecer cada vez
mayores rendimientos para que los capitales sigan fluyendo y se ensancha así la
diferencia entre la tasa de interés local y la internacional. En la economía local, la
ausencia de crédito externo origina la primera etapa de la fase contractiva del
ciclo. Ella provoca un alza de la tasa de interés, que genera el encarecimiento del
7
crédito para el consumo y la inversión. Esos cambios se combinan con la baja de
competitividad de las exportaciones y la restricción monetaria que opera una vez
que comienzan a caer las reservas. La contracción de la economía se agrava
mientras siguen cayendo las reservas y sube la tasa de interés a medida que se
profundiza la idea de que la caída es inevitable.
La crisis puede acelerarse por factores exógenos: suba de la tasa de interés
internacional, retracción de los flujos de capital (como ocurrió con la crisis del
tequila) o suba del riesgo país debido a las dudas de los inversores o por
“contagio” ante la caída de un país vecino. Cualquiera de ellos pueden situar al
país en una posición aún más vulnerable. Un déficit de cuenta corriente que
aparentemente podía ser financiado, o un nivel de deuda externa que parecía
controlable, pueden tornarse explosivos ante un shock externo de magnitud. Sin
embargo, la dinámica explosiva de los ciclos de endeudamiento descriptos no
depende de la posibilidad de encontrar situaciones como éstas. Son las mismas
características intrínsecas del proceso de crecimiento sostenido por el
endeudamiento las que engendran la fase recesiva con la que culmina el ciclo,
más allá de que ésta pueda agravarse o aliviarse por cambios en el contexto
internacional.
En definitiva, la duración del ciclo depende de la capacidad nacional de
conseguir suficiente cantidad de divisas para financiar el creciente déficit de la
cuenta corriente. Dado el déficit comercial y de servicios, éstas entran al país
mediante la colocación de deuda externa (tanto privada como pública) en los
grandes bancos internacionales o en los organismos multilaterales de crédito y
con la venta de empresas públicas o privadas. De esta forma, el excedente de
absorción interna (consumo más inversión) por sobre el producto se financia
endeudando el país y/o vendiendo el patrimonio nacional. El período de
expansión puede extenderse en el tiempo mientras se cumple alguna de las
siguientes variables: suficiente apetito por prestar al país por parte de los bancos
privados, voluntad del FMI, el BID y el Banco Mundial de hacer lo mismo, o
empresas locales disponibles para ser vendidas. Pero estas políticas generan, a su
vez, una pesada carga que determina en gran medida el tamaño del ajuste
posterior. La deuda externa impone crecientes pagos de intereses mientras que la
extranjerización de la propiedad acrecienta las remesas de utilidades. Es así que
la extensión de la etapa de crecimiento de la economía se hace a costa de un
déficit cada vez mayor de la cuenta corriente.
En el ajuste de las crisis del stop and go, la imposibilidad de financiar los déficits
comerciales llevaban rápidamente a la caída del nivel de actividad, la cual
producía una contracción de las importaciones hasta que se conseguía el
equilibrio de la balanza comercial. En las crisis financieras modernas, la
expansión puede continuar a pesar del desequilibrio externo pero, al momento de
la crisis, el ajuste debe ser tal que permita no sólo equilibrar la balanza comercial,
sino que debe provocar un superávit comercial de magnitud tal que permita
solventar además los pagos de intereses y utilidades comprometidos en el período
de auge. Mientras más grande sea el déficit de cuenta corriente, más se haya
endeudado el país y más extranjerizada se encuentre su propiedad, mayor es el
ajuste recesivo que la restricción externa impone.
8
En conclusión, las promesas que auguraban que los ciclos del stop and go serían
superados mediante la apertura y la entrada de capitales no se cumplieron; la
experiencia argentina muestra que el resultado fue tan sólo una prolongación de
las fases alcistas al costo de desembocar en crisis de mayor magnitud. En otras
palabras, se reemplazó el stop and go por el mucho más penoso go and crush.
Dinámica del producto
A los efectos de una comparación sobre el crecimiento del producto en ambos
períodos se ha decidido tomar la etapa 1952-1974 como expresión del primero y
1976-1998 como expresión del segundo. En ambos casos resulta imposible tomar
períodos “puros” debido a los constantes cambios de política económica al
interior de cada uno de ellos pero resulta evidente el predominio de la economía
cerrada en el primero y la abierta en el segundo.
La opción de las fechas señaladas se origina en el interés de tomar dos períodos
de duración semejante (en este caso 22 años) no afectados en sus extremos por
crisis coyunturales que pueden modificar los resultados en el mediano plazo. En
ese sentido 1952 presenta un año “normal”, después de una suave crisis en 1949,
mientras que 1974 es el último año de avance de la economía “cerrada” y sirve
para marcar el fin de dicho período. El segundo se inicia en 1976, en
coincidencia con el golpe de estado que comenzó a modificar el funcionamiento
de la economía argentina, y luego de la suave crisis de 1975 con un valor del PBI
similar al de 1974, de modo que el período tomado incluye, a su favor, la
enérgica recuperación de 1977; el período cierra en 1988 antes del comienzo de
la crisis que va a terminar bruscamente con la convertibilidad. Cualquier año
posterior que se seleccione ofrecería resultados más negativos para este período
debido a la intensa caída del producto que siguió hasta 2002, de modo que se
toma un período favorable para medir el proceso de apertura.
Los resultados son contundentes: el producto se multiplicó por 2,4 en el primer
período y sólo subió 55% en el segundo (o por un factor de 1,55). En
consecuencia, el producto per capita creció alrededor de 90% en el período
1952-1974 y sólo subió 20% en el segundo.
A los valores anteriores se puede agregar que en el primero el valor agregado por
el sector fabril se triplicó mientras que en el segundo ese avance no pasó del
50%, de modo que el crecimiento del período de apertura estuvo más impulsado
por servicios que por la producción de bienes.
Las comparaciones pueden extenderse a variables como el empleo o la evolución
del salario real, siempre favorables al primero pero lo que interesa es apreciar el
fenómeno de las crisis en ambos procesos.
9
Gráfico 1. Evolución del Producto Bruto Interno 1947-2007, en pesos
constantes de 1993.
400.000
350.000
1976-1998:
+55%
300.000
250.000
200.000
1952-1974:
+140%
150.000
100.000
1947
1949
1951
1953
1955
1957
1959
1961
1963
1965
1967
1969
1971
1973
1975
1977
1979
1981
1983
1985
1987
1989
1991
1993
1995
1997
1999
2001
2003
2005
2007
50.000
Efecto de las crisis
Después de la crisis de 1930, las estadísticas de evolución del PBI señalan una
pequeña recesión en 1943 y otra en 1945, que dejamos de lado para
concentrarnos en la de 1949 que se ubica en el comienzo del período de análisis,
y seguir con las de 1953, 1959, 1961, que corresponden al primer período,
dejamos entre paréntesis la de transición en 1975, y tomamos las de 1978, 1981,
1988, 1995 y 1998 para el segundo período.
El Gráfico 2 presenta, en tramos verticales grisados, los años de crisis en el
período analizado de modo que se vea la frecuencia de ellas y la duración de cada
una.
El trabajo define la duración de la crisis como el tiempo que transcurre hasta que
el PBI vuelva al valor de origen y calcula el valor de la pérdida de producto
(respecto a una evolución constante) en pesos de 1993 así como en porcentaje del
PBI. Entendemos que el cálculo de la pérdida potencial de producto es mejor en
este último caso porque el PBI crece a lo largo del tiempo y los pesos constantes
son menos representativos del proceso4.
El Cuadro 1 y el Gráfico 3 exhiben los resultados del ejercicio.
4
La pérdida se podría calcular respecto a una hipótesis de crecimiento regular del PBI, de modo que el
valor a alcanzar para recuperar el producto al final de la crisis sería mayor que el definido en este trabajo
que, en ese sentido, es conservador. También se podría hacer la hipótesis de que el PBI per capita sea el
que debe volver a su nivel anterior que sería mucho más desfavorable para los resultados del segundo
período que se analiza por los resultados que surgen.
10
Gráfico 2. Crecimiento y crisis del PBI
400.000
350.000
300.000
250.000
200.000
150.000
100.000
1947
1949
1951
1953
1955
1957
1959
1961
1963
1965
1967
1969
1971
1973
1975
1977
1979
1981
1983
1985
1987
1989
1991
1993
1995
1997
1999
2001
2003
2005
2007
50.000
Cuadro 1. Pérdidas de producto en cada crisis desde 1949 hasta 2005, en pesos
de 1993 y porcentajes del PBI
49-50
52-53
59-60
61-64
75-77
78-79
81-87
88-91
95-96
99-05
Duración
(años)
2
2
2
3
3
2
7
4
2
7
Pérdidas en millones
de $ de 1993
1.021
4.109
6.742
6.215
2.233
6.349
70.937
45.010
7.122
139.923
Pérdidas
(% PBI)
1,3%
5,0%
6,5%
5,5%
1,2%
3,2%
34,3%
21,9%
2,8%
48,6%
El resultado es muy significativo. Las crisis del período de stop and go duran dos
años (con la excepción de la última de ellas que llega a tres) y “cuestan” una
pérdida de producto del orden de 5% a 6,5% del PBI. En cambio, de las cuatro
crisis del período de apertura (descontando la primera del período de transición),
una dura cuatro años y dos demandan nada menos que siete años para que el PBI
recupere su nivel anterior; esas crisis “cuestan” 21,9%, 34,3% y 48,6% del PBI.
Obsérvese que el período adoptado terminaba en 1998, pero la crisis del año
siguiente se extiende hasta el año 2005, momento en el que recupera el PBI
previo. Esa crisis representó una pérdida de casi la mitad del PBI, es decir que
destruyó el equivalente a todo el excedente del producto final de una economía
11
que hubiera crecido al 4% anual durante 10 años. Ese resultado justifica la
denominación de go and crush para el período.
Gráfico 3. Pérdidas de producto en cada crisis desde 1949 hasta 2005, en
porcentajes del PBI
10%
9%
8%
7%
6%
5%
4%
3%
2%
1%
2007
2005
2003
2001
1999
1997
1995
1993
1991
1989
1987
1985
1983
1981
1979
1977
1975
1973
1971
1969
1967
1965
1963
1961
1959
1957
1955
1953
1951
1949
1947
0%
El Gráfico 4 expresa las pérdidas de producto en igual valor promedio por cada
año de la crisis para mejorar la presentación. En cambio, el Gráfico 2, expresa
esa misma pérdida en valores anuales que es otra manera de presentar el mismo
resultado.
Gráfico 4. Pérdidas de producto en cada crisis desde 1949 hasta 2005, en
porcentajes del PBI
20%
18%
16%
14%
12%
10%
8%
6%
4%
2%
12
2007
2005
2003
2001
1999
1997
1995
1993
1991
1989
1987
1985
1983
1981
1979
1977
1975
1973
1971
1969
1967
1965
1963
1961
1959
1957
1955
1953
1951
1949
1947
0%
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