From the SelectedWorks of Jorge Adame Goddard 2003 El concepto de contrato en el ius gentium Jorge Adame Goddard Available at: http://works.bepress.com/jorge_adame_goddard/165/ 1 EL CONCEPTO DE CONTRATO EN EL IUS GENTIUM. Por Jorge Adame Goddard Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM. México SUMARIO. Introducción. 1 El concepto de contrato en el ius gentium. 2 la racionalidad de la definición de contrato como obligación recíproca. 3 El régimen jurídico de los contratos como obligaciones bilaterales. 4 La noción de contrato como obligación recíproca en comparación con los conceptos actuales de contrato en la tradición civilista y en el common Law. Los tipos contractuales que caben dentro de la noción de contrato como obligación recíproca. 6 Conclusiones. Introducción. Del jurista Fernando Hinestrosa, tengo el concepto de ser alguien que se siente a gusto, como en casa, en cualquier parte del mundo. Tiene ese espíritu abierto que le permite comunicarse con cualquier persona, independientemente de las diferencias económicas, sociales o culturales que pueda tener con ella. Es un jurista que tiene don de gentes, por lo que me ha parecido oportuno contribuir a su merecido homenaje con este trabajo que versa sobre el derecho de gentes. Dentro del actual movimiento tendiente a la formación de un derecho uniforme que regule las relaciones privadas internacionales, destacan los esfuerzos que procuran definir un régimen común para los contratos internacionales, que son las figuras jurídicas que revisten la mayor parte de las relaciones mercantiles internacionales. Además de lo ya ha alcanzado en cuanto a la regulación de ciertos contratos internacionales específicos, como la compraventa (en la Convención de Naciones Unidas sobre los contratos de compraventa internacional de mercaderías, Viena 1980) o el contrato de transporte1 (como, entre otras, la Convención de naciones Unidas sobre el Contrato de Transporte Marítimo de Mercancías, Hamburgo 1978), se ha querido formar cuerpos de reglas generales o principios aplicables a cualquier tipo de contrato internacional. En esa dirección, el Instituto para la Unificación del Derecho, conocido simplemente como UNIDROIT, publicó en 1994 un cuerpo doctrinal de reglas denominado Hay una convención que reglamento el contrato de transporte marítimo de mercancías denominada Convención de naciones Unidas sobre el Contrato de Transporte Marítimo de Mercancías, Hamburgo 1978 1 2 Principios sobre los contratos comerciales internacionales2. Con el mismo propósito ha trabajado una comisión de la Unión Europea, encabezada por Ole Lando, que ya publicó un primer volumen titulado The principles of European Contract Law (Dordrecht Boston-London 1995). Algunos años atrás (1965) se dio en Inglaterra un esfuerzo similar por impulso de la Law Commission que ha dado como resultado el proyecto de código contractual conocido como Mac Gregor Contract Code, sobre el cual también ha trabajado un grupo de juristas italianos en Pavia.3 La idea de un régimen jurídico común que regule las relaciones mercantiles entre personas pertenecientes a diferentes pueblos no es en rigor una novedad en la Historia del Derecho de Europa y América. Ya en el antiguo Imperio Romano existió un derecho semejante, el llamado ius gentium, que regulaba las relaciones privadas entre personas de los diferentes pueblos que integraban el Imperio Romano.4 En el fondo de esta experiencia de un derecho privado común compartido por pueblos de diferentes culturas y lenguas está la evidencia5 de que los problemas a que se refiere el derecho privado son básicamente los mismos en todos los pueblos de cualquier tiempo, que la intención de resolverlos de una manera racional objetiva y no de forma arbitraria es también una aspiración común a todos los pueblos, y que por lo tanto es posible encontrar y practicar algunos principios reglas generales jurídicas que compartan todos los pueblos. Por eso, la noción de ius gentium que nos conservan las fuentes jurídicas romanas (principalmente Gayo 1,1) afirma dos notas características: que es un derecho conforme con la razón natural y que lo practican todos los pueblos. Desde esta perspectiva del ius gentium como un derecho privado Primero se publicó la versión inglesa con el título Principles of International Commercial Contracts (Roma 1994), y al año siguiente (Roma 1995) la versión española Principios sobre los Contratos Comerciales Internacionales. 3 Puede verse un juicio (positivo) sobre estas iniciativas en RESIGNO, P. del Dirittto in materia di contratti nel sistema giuridco romanistico” en Roma e America 7 (1999) 167 ss. 4 Ciertamente, ha habido otras experiencias históricas en que se ha practicado por un grupo de pueblos un derecho privado común, de las cuales la más importante es la tradición del ius commune formado a fines de la Baja Edad Media y que sirvió como derecho común a todos los pueblos que integraban la Europa cristiana hasta fines del siglo XVIII, cuando aparecen los primeros códigos modernos que se conciben como cuerpos normativos aplicables en un territorio determinado con exclusión de cualquier otro ordenamiento jurídico; pero en esta exposición solo tomo en cuenta la tradición del ius gentium romano por el concepto de contrato que tiene. 2 Uso la palabra evidencia en el sentido propio de verdad que no necesita demostración y no en el de prueba. 5 3 internacional, me propongo exponer aquí una noción de contrato que formaba parte de ese ordenamiento jurídico antiguo, la que dice que el contrato es obligación recíproca, y que, en mi opinión, puede ser adoptada como una noción moderna de contrato internacional, que coadyuve en esa tendencia a formar un nuevo derecho mercantil internacional. 1. El concepto de contrato en el ius gentium. a) Noción de ius gentium. El ius gentium fue originalmente en el ámbito del Imperio Romano un derecho privado internacional, que regulaba las relaciones comerciales entre los ciudadanos romanos y los no ciudadanos o peregrini, o las relaciones entre no ciudadanos que acudían a la jurisdicción romana; tenía su propio órgano jurisdiccional, el praetor peregrinus, establecido desde el año 242 a. C.6 El ius gentium se oponía al ius civile que regulaba exclusivamente las relaciones entre ciudadanos romanos. Pero estos dos ordenamientos jurídicos tenían instituciones jurídicas comunes, que se practicaban en las relaciones entre ciudadanos y también en las relaciones entre ciudadanos y peregrinos, por ejemplo ciertos modos de adquirir la propiedad, como la traditio o la ocupatio, que lo mismo servían para que un ciudadano o un peregrino adquiriera la propiedad, o ciertos contratos como la compraventa o el arrendamiento, que se podían aplicar igualmente en ambos tipos de relaciones. Por eso Gayo puede afirmar que el pueblo romano, al igual que los demás pueblos, en parte se rige por un derecho propio y exclusivo (el ius civile) y en parte por otro común a todos los pueblos (el ius gentium). Al hacerse extensiva la ciudadanía a todos los habitantes del Imperio, y hacerse aplicable a todos el ius civile, el ius gentium en la época postclásica deja de existir como un ordenamiento jurídico vigente y diferente del ius civile, y se conserva solo como una “fuente” de la cual proceden ciertas instituciones jurídicas,7 entre las cuales se cuentan las relativas al comercio y además las que se refieren a la guerra. La aglutinación de estos tipos de instituciones se debió a que el comercio de esclavos requería el tratamiento de la guerra que era la principal causa de esclavitud. Vver ADAME GODDARD, Jorge “El ius gentium como derecho mercantil internacional”, en Estudios sobre la compraventa internacional de mercaderías [México UNAM 1991] 169 ss) 7 Con este sentido de fuente aparece el ius gentium, entre otros, en Justiniano Institutiones 1,2,2: ex hoc iure gentium omnes paene contractus introducti sunt; o en Hermogeniano 1 Iur. epitomarunm (D 1,1,5): Ex hoc iure gentium introducta... sunt. 6 4 En el siglo VII, el ius gentium aparece con un nuevo significado en San Isidoro de Sevilla (Etym. 5,6), quien lo concibe como derecho inter gentes, es decir un derecho que regula las relaciones entre pueblos, semejante al actual Derecho Internacional Público.8 Se pudo llegar a esta concepción como consecuencia de la disgregación del poder político romano: originalmente el ius gentium es un derecho que se aplica dentro del Imperio a las relaciones comerciales entre personas de los diferentes pueblos que integran esa vasta unidad política. En tiempo de San Isidoro, el Imperio Romano es para él solo una unidad política externa con la cual tiene relación el Reino Visigodo. Volviendo a la perspectiva clásica, el ius gentium era un ordenamiento jurídico que regulaba relaciones privadas entre personas pertenecientes a diferentes pueblos. Una parte fundamental de ese derecho era el régimen de ciertos contratos, especialmente la compraventa, el arrendamiento (en sus dos especies de arrendamiento de cosa y arrendamiento de obra) el mandato y la sociedad.9 Era un régimen no exclusivo del ius gentium sino común con el ius civile, de modo que lo que los juristas juzgaban acerca de los contrato servía para ambos ordenamientos Sobre esta evolución del concepto del ius gentium, ver d’ORS, A., “En torno a la definición isidoriana del ius gentium” en Papeles del oficio universitario (Madrid 1961) 284 ss. 9 No hay duda de que estos tres contratos eran parte del ius gentium, aunque es posible que también lo fueran el mandato (el cuarto contrato consensual) y el depósito. En una relación de contratos iuris gentium que da Ulpiano (4 ad ed. D 2,14,7,1) cita la compraventa, arrendamiento, sociedad, comodato, depósito y termina con la indicación de que deben incluirse también los demás contratos semejantes a estos; d’Ors (“Conventiones y contractus” en AHDE [1976 Madrid] 137-138) ha corregido con acierto este texto señalando que la mención del commodatum se explica como una corrupción mecánica de mandatum y que la referencia a los demás contratos es una añadido justinianeo, de suerte que el texto de Ulpiano diría que los contratos iuris gentium eran solo la compraventa, el arrendamiento, la sociedad y el mandato. Posiblemente el texto de Ulpiano alterado por los compiladores fue la base para la lista que formularon en Inst. 1,2,2 i.f. donde dice que casi todos los contratos son de ius gentium, menciona expresamente la compraventa, arrendamiento, sociedad, depósito y mutuo, y termina con la advertencia de hay muchos otros (innumerabilis) más. Gayo ( Gai 3,135-138) hace mención expresa del mutuo y la sociedad; Hermogeniano (1 Iur. Epitomarun D 1,1,5) menciona: compraventa y arrendamiento; Paulo, la compraventa (33 ad ed. D 18,1,1,2) y el arrendamiento (34 ad ed. D 19,2,1); Ulpiano menciona aisladamente el arrendamiento y el depósito (Institutionum 1,2 y 2,2 [Fragmenta Vindobonesia= Fontes Iuris Romani Anteiustiniani, II (Florencia 1940) 305]). GROSSO, G (“La concepción del contrato en el derecho romano y su influencia en los derechos modernos”, en Roma e America 7 [1999 Roma] 9) considera que los cuatro contratos consensuales (compraventa, arrendamiento, sociedad y mandato) eran negocios de ius gentium, lo cual aparece fundado en los textos (Ulpiano, Gayo, Paulo loc. cit.) que dicen que son de ius gentium los contratos que se perfeccionan por el consentimiento. 8 5 jurídicos. Los juristas romanos no construyeron (ni pretendieron construir), como los modernos, una teoría general del contrato, que agrupara todas las reglas comunes a las diversas especies de contratos, pero sí tuvieron un conocimiento claro de que el contrato era un negocio diferente con su propia especificidad. b) El concepto de contrato en el derecho romano clásico. En la romanística se había venido afirmando que el elemento esencial de los contratos era el acuerdo de voluntades o consentimiento. Según esto, el contrato era el consentimiento, convención o convenio que generaba obligaciones. Este punto de vista encontraba base documental en las Institutiones de Gayo, donde dice (Gai 3,88-89) que todas las obligaciones nacen de contrato o de delito, que las que nacen de contrato se perfeccionan por la entrega de una cosa (como el mutuo), por las palabras (como la estipulación), por documento (como la transcripción en libros bancarios de cuentas) o por el solo consentimiento (como la compraventa). El común denominador de todos estos negocios es precisamente el consentimiento, y es esto lo que los define como contratos. La doctrina de Gayo pasó con algunos cambios menores a las Institutiones de Justiniano (Inst. 3,13). Y de ahí a la doctrina civilística moderna que en general considera el contrato como un acuerdo de voluntades que produce obligaciones, si bien hay diferencias en cuanto a si es también efecto del contrato la cesión, modificación o extinción de obligaciones. Pero, desde hace ya casi cincuenta años, Álvaro d’Ors ha propuesto que la noción romana clásica del contrato es10 la que da Labeón en el libro primero de su comentario ad edictum (cit. por Ulpiano 11 ad ed. D 50,16,19), según la cual el contrato es obligación recíproca (ultro citroque obligationem). De acuerdo con esta noción, los contratos son exclusivamente aquellos negocios en que las dos partes están recíprocamente obligadas; en concreto son los cuatro contratos consensuales iuris gentium y además el antiguo contrato de fiducia y el depósito. Los contratos que Gayo denomina reales, como el mutuo, la prenda y el comodato, no son propiamente contratos, pues aunque requieren un acuerdo entre las partes, no generan obligaciones recíprocas, pues solo una de las partes (el mutuario, acreedor pignoraticio o comodatario) queda obligada. La promesa formal o estipulación, que Gayo llama “contrato verbal”, solo genera obligación a cargo de quien promete, por lo que tampoco es un contrato en este sentido. 10 “Creditum y Contractus” en AHDE (1956) 6 [= SZ (1957) 73]. 6 La tesis de d’Ors fue muy discutida, principalmente por la romanística italiana,11 pero actualmente parece que se ha ido abriendo paso entre los mismos romanistas italianos.12 No se trata aquí, de discutir cuál de las dos definiciones, la de Labeón (obligación recíproca) o la de Gayo (convenio que produce obligaciones), es la propia del Derecho Romano clásico. Lo que me propongo es poner a consideración del lector si la definición de Labeón puede ser adoptada como propia en el moderno Derecho Mercantil Internacional. 2. La racionalidad de la definición del contrato como obligación recíproca. La perspectiva desde la que pretendo analizar la definición de Labeón es precisamente la perspectiva del ius gentium, es decir la de ese derecho que por ser conforme con la razón natural se practica en muchos pueblos. Me parece que puede aceptarse como algo natural (o quizá sea mejor decir conforme con el sentido común) que la persona que afirma claramente su voluntad de dar o hacer algo a otra, queda obligada por su declaración. El fundamento de su obligación es, en la terminología del ius gentium, la propia fides, es decir la lealtad a la palabra dada. En el fondo de cualquier obligación (en el sentido propio de vínculo jurídico personal entre un acreedor y un deudor) libremente contraída, está este principio de respeto a la palabra dada: quien, por ejemplo, firma un título de crédito, está expresando su voluntad de pagar lo que indica el documento, y quien recibe el título confía en la lealtad o fides de quien lo emitió; o, quien presta dinero, confía en la fides del deudor que dice que lo va a pagar; o quien hace una promesa verbal se obliga ante el acreedor que confía que el primero cumplirá su palabra; igualmente, cuando se conviene una compraventa, el comprador confía que el vendedor le entregará las mercancías y el vendedor que el comprador pagará el precio. Toda obligación supone naturalmente una relación entre dos personas, entre un acreedor y un deudor, e igualmente supone un acuerdo, convenio o consentimiento entre ellas, por el que una manifiesta su voluntad de obligarse y la otra la acepta. Es evidente que a veces sucede que el resultado del convenio es que una persona queda obligada frente a la otra, y que otras veces sucede que las dos personas quedan recíprocamente obligadas. Así, quien recibe dinero prestado queda él como deudor y el mutuante como acreedor; quien firma un título de Pueden verse las referencias de esta polémica en Studia et Documenta Historiae Iuris (1975) 205 s. 12 “Contratto e atto secondo Labeone: una dottrina da riconsiderare”, en Roma e America 7 (1999) 17 ss. 11 7 crédito es deudor y el beneficiario acreedor; pero cuando se conviene un contrato, las dos partes quedan recíprocamente obligadas y son a la vez deudores y acreedores entre sí. El análisis anterior lleva a distinguir entre el convenio y la obligación. Una cosa es la manifestación de la voluntad de obligarse y de la voluntad de aceptar la obligación, y otra la relación entre las partes u obligación que resulta de ese convenio. Por eso, aunque toda obligación suponga un convenio, pueden distinguirse las obligaciones que resultan de esos convenios en dos categorías: las obligaciones unilaterales en que una parte es deudor y la otra acreedor, y las bilaterales en que las dos o más partes son recíprocamente acreedoras y deudoras. Esta distinción no es meramente teórica, pues se basa en la realidad misma de la relación. La realidad a la que alude la palabra obligación es la conducta que las personas realizan entre sí, que es evidentemente diferente si solo una es la obligada o si lo son las dos. Cuando sólo una es la obligada, solo una (el acreedor) confía en la otra, mientras que cuando lo son las dos, ambas confían entre sí. Por eso, el derecho clásico distinguía la fides o lealtad a la palabra propia de las obligaciones unilaterales, de la bona fides o lealtad recíproca que se da en las relaciones bilaterales. La causa de la obligación también es diferente según sea el caso. Es de sentido común, que cuando alguien manifiesta su voluntad de obligarse lo hace por alguna razón o causa (o consideration según el Common law). Quien, por ejemplo, firma un título de crédito o hace una promesa, lo hace quizá porque ya debe esa cantidad, de modo que la causa de su obligación de pagar el título es la existencia de esa otra deuda, o porque se la van a prestar, y entonces la causa de su obligación es la entrega del dinero convenido, o incluso simplemente porque quiere donarla, y entonces la causa es la sola donación, es decir la voluntad de proporcionar un lucro al donatario. En las obligaciones unilaterales, la causa es necesariamente un acto distinto de la obligación. En cambio, en las obligaciones bilaterales la causa de la obligación de una parte es la obligación de la otra y viceversa, como en la compraventa que la causa de la obligación del vendedor de entregar la mercancía es la obligación del comprador de pagar el precio y viceversa; por eso puede afirmarse que la obligación bilateral tiene su causa en sí misma. 3. El régimen jurídico de los contratos como obligaciones bilaterales Siendo relaciones diferentes a las unilaterales, las obligaciones bilaterales 8 tienen un régimen jurídico distinto. Sin entrar a un análisis de detalle del régimen contractual, solo menciono aquí tres reglas propias que me parecen importantes para mostrar su diferencia con el régimen de las obligaciones unilaterales y que se deducen de la naturaleza de la obligación bilateral; son: el perfeccionamiento consensual, el equilibrio entre las prestaciones y la reparación del incumplimiento en la medida del interés del acreedor de la obligación. Estas reglas, que por ser connaturales a las obligaciones bilaterales podrían calificarse de ius gentium, han sido recogidas de alguna manera en los Principios de UNIDROIT, a los cuales hago aquí la referencia correspondiente, y como éstos son una expresión de la actual costumbre en materia de contratación internacional, puede afirmarse que las reglas son también de ius gentiunm en el sentido de que son practicadas en muchos pueblos. a) El perfeccionamiento consensual. El principio del perfeccionamiento consensual de las obligaciones vale exclusivamente para las obligaciones bilaterales, precisamente porque cada obligación tiene su causa en la obligación recíproca. Como una se obliga porque la otra se obliga, no hace falta que se entreguen algo o que cumplan una forma, basta solo con que ambas queden simultáneamente obligadas. En los Principios se formula este enunciado diciendo que todo contrato se celebra, modifica o extingue “por el mero acuerdo de las partes sin ningún otro requisito”13 y en el comentario se explica que no es necesario para la validez del contrato demostrar una causa (en terminología civilista) o consideration (en terminología del common Law).14 La razón por la que se excluye tal requisito, dice el mismo comentario, es que en los contratos comerciales ambas partes contraen obligaciones En cambio, el perfeccionamiento de las obligaciones unilaterales es diferente porque su causa no está en ellas mismas, y por eso requiere, o la entrega de una cosa que ha de ser devuelta, de modo que la entrega es la causa de la obligación, o se exige el cumplimiento de una forma verbal o escrita que presume la existencia de una causa de la obligación.15 Art. 3.2 Art. 3.2, comentario 1 y 2. 15 En el comentario de los Principios se dice todos los contratos a los que éstos se refieren son contratos consensuales, y que los llamados “contratos reales” que se perfeccionan con la entrega de la cosa carecen de la agilidad y flexibilidad que requieren los negocios mercantiles. 13 14 9 El que para ciertos contratos, por disposición de ley o por costumbre, se requiera un documento escrito solo tiene razón como medio para facilitar la prueba de que se ha concluido un contrato consensual. El principio de consensualidad admite igualmente que el contrato pueda ser modificado por el solo consentimiento de las partes, y es esta una regla que no puede variarse por voluntad de las partes, pues aun cuando las dos partes de un contrato hubieran convenido que toda modificación al mismo tendría que hacerse en un escrito firmado por las dos, si ellas convienen verbalmente una modificación, ésta vale aunque falte el escrito, pues finalmente el documento escrito no es mas que medio probatorio y lo que constituye el contrato es el consentimiento efectivo de las partes. Esta regla se ha recogido expresamente en los Principios diciendo que no obstante el escrito, las partes quedan vinculadas “por sus propios actos”16 b) El equilibrio entre las prestaciones. Es evidente que si la causa de la obligación de una parte es la obligación que asume la otra debe haber, al menos al momento de perfeccionarse el contrato, un equilibrio entre las conductas o prestaciones a que cada una se obliga; ha de haber, por ejemplo, un equilibrio entre el precio y la mercancía, entre la renta y el uso de la cosa, etcétera. Lo que he llamado “equilibrio” entre las prestaciones quizá fuera más claro expresarlo como igualdad proporcional. Las prestaciones a que se obligan las partes en un contrato son lógicamente diferentes. No puede hablarse por lo tanto de igualdad pura entre las prestaciones, como sí sucede, por ejemplo, en las obligaciones unilaterales que derivan de la entrega de una cosa, en las que la parte obligada tiene que devolver exactamente lo que recibió. En los contratos cada parte espera recibir algo diferente de lo que se obliga a pagar. El valor de la prestación que una se obliga a cumplir lo considera en relación a la prestación que va a recibir de la otra y viceversa. Al hacer esta valoración, las partes pueden sentir que lo que deben pagar resulta de mayor o menor valor que lo que van a recibir, con lo cual se manifiesta que ellas saben que el valor de las prestaciones no tiene que ser aritméticamente igual; sucede, y este es el mejor contrato posible, que ambas partes valoren en más lo que esperan recibir que lo que tienen que pagar; pero también sucede que una parte, aunque juzgue que lo que paga es más que lo que recibe, da su consentimiento para el contrato porque necesita lo que la otra parte puede darle. Hay sin embargo un límite que marca la diferencia entre una 16 Art. 2.18. 10 proposición contractual aceptable y otra inaceptable. Ese límite es la proporción o equilibrio. Cuando un contrato no tiene esa proporción al momento del perfeccionamiento, ello solo se explica porque la parte obligada a la prestación de mayor valor consintió por error (voluntario o inducido) o por haber sido coaccionada, y en ambos casos es lógico que se considere que el contrato, o al menos la obligación excesiva, no es válida porque carece de la racionalidad propia de los contratos, la de la igualdad proporcional entre las obligaciones. Los Principios aceptan este enfoque al dar reglas para impugnar la validez de un contrato por causa de error, dolo o coacción, y al establecer, además, una causa de invalidez objetiva (independientemente de error, dolo o coacción) por el solo hecho de la excesiva desproporción de las prestaciones contractuales.17 También pudiera ser que el contrato fuera desproporcionado porque la parte obligada a la prestación de mayor valor quiere hacer una donación del valor excedente a la otra parte. En este caso, el contrato es válido porque la prestación mayor se justifica no tanto por la causa contractual (la prestación recíproca) sino por causa de la donación. Puede suceder que exista proporción entre las prestaciones al momento de perfeccionarse el contrato, pero que al momento de cumplirlas su valor, por los cambios de las circunstancias, se haya vuelto desproporcionado. En la lógica de los contratos que generan obligaciones que han de ser cumplidas en un futuro próximo o remoto está siempre latente ese riesgo. Quien, por ejemplo, se obliga a vender maíz a cierto precio en una fecha determinada, sabe que el precio del grano puede subir o bajar y asume el riesgo de que el precio de mercado suba y tenga él que vender al precio inferior contratado. Pero hay contratos en que las partes se obligan recíprocamente no solo a una operación, sino a una serie de operaciones durante un plazo relativamente amplio, como un año o más. En estos contratos (llamados modernamente “de tracto sucesivo”) la relación que se genera entre las partes vincula sus intereses de forma duradera, casi como si fueran socias entre sí, por lo que es natural que se busquen medios para restaurar el equilibrio entre las prestaciones cuando se ha roto durante la vigencia del contrato. Los Principios, en consonancia con esta idea, tienen una sección específica (6.2) para remediar los casos de desproporción sobrevenida del valor de las prestaciones, donde se señala que tiene que ser una desproporción grave, causada por acontecimientos que no 17 Art. 3.10. 11 pudieron ser previstos al momento de celebrarse el contrato, ni a los cuales podía la parte afectada poner remedio, y respecto de los cuales no había asumido el riesgo. El principio de igualdad proporcional o equilibrio entre las prestaciones conduce también naturalmente a la regla de que el cumplimiento de las obligaciones naturales a de ser simultáneo, a menos que las partes hayan convenido otra cosa. Esta regla del cumplimiento simultáneo también se recoge en los Principios.18 El criterio de igualdad proporcional entre las obligaciones contractuales sirve también como regla de interpretación del contenido de un acuerdo contractual, de modo que cuando sea ambiguo o confuso, se procura interpretarlo en un sentido que conserve el equilibrio contractual. c) La valoración del incumplimiento. En los contratos las partes tienen más interés en la prestación que esperan que en el valor de lo que pagan. Por eso, es lógico que cuando una parte, por incumplimiento de la otra, no recibe la prestación que esperaba, pueda exigir judicialmente a quien incumplió no solo el valor objetivo de la misma, sino el valor que para ella tenía la prestación incumplida, el cual se suele calcular considerando el valor objetivo de la prestación incumplida más el daño emergente y el lucro cesante. Esta agravación de la condena se explica por la propia reciprocidad de las obligaciones contractuales: si quien se obliga, lo hace a causa de la obligación que asume la otra parte, es natural que en caso de incumplimiento se procure ponerlo en la situación que tendría de haberse cumplido el contrato, y no en la situación que tenía al momento de perfeccionarse el contrato. En los Principios se acepta esta regla, a la cual se denomina “reparación integral”.19 En cambio, en una obligación unilateral, como la consignada en un título de crédito, se condena al deudor a pagar solo lo que debía, y si acaso en una deuda pecuniaria se agravara la condena cobrando intereses moratorios que no estuvieran expresamente previstos es porque se entiende, a mi juicio erróneamente,20 que los intereses son frutos que el dinero produce espontáneamente, de modo que lo que el deudor resulta condenado a pagar es la cosa debida (la cantidad de dinero fijada) y sus frutos (los Art. 6.1.4. Art. 7.4.2; la expresión “reparación integral”deriva de la expresión “full compensation”, propia del common Law. 20 Sobre este tema he publicado “La obligación de pagar intereses no convencionales en los contratos internacionales” en Themis 2 (U. Veracruzana 2000) 39-61. 18 19 12 intereses), pero no se valoran los daños y perjuicios que sufrió el acreedor. Como el objetivo de la reparación por incumplimiento contractual es poner a la parte afectada en la situación que tenía de haberse cumplido el contrato, se entiende que si las partes convienen una suma que deba pagar alguna de las partes en caso de incumplimiento, se entiende que esa suma no es una cantidad fija, sino que el juez la puede reducir si resulta que es excesivamente alta en relación a los daños y perjuicios efectivamente sufridos. Así lo entienden los Principios.21 Para que una suma convenida por incumplimiento contractual pueda cobrarse sin posibilidad de que el juez la reduzca, es decir para que sea realmente una “pena” por incumplimiento, es necesario que la obligación de pagarla derive de una causa no contractual, como una promesa formal, de modo que no quede sujeta a la lógica de las obligaciones bilaterales. 4. La noción de contrato como obligación recíproca en comparación con los conceptos actuales de contrato en la tradición civilista y en el common Law. La noción de contrato como obligación recíproca no ha estado ausente ni de la tradición civilista ni de la del common Law, pero en ambas tradiciones ha quedado como subsumida en una categoría más amplia de contrato, por lo que perdió mucho de su significación. En la tradición civilista, como consecuencia de la influencia de la distinción de Gayo, recibida en las Institutiones de Justiniano, de dos fuentes de obligaciones, el contrato y el delito, así como de su cuatripartición de los contratos en reales, verbales, literales y consensuales, predominó la concepción del contrato como conventio, es decir como acuerdo de voluntades. Como muestras de este concepto pueden considerarse los dos códigos civiles más influyentes en esta tradición: el francés de 1804 y el alemán de 1900. El Code Civil, que tanto influyó directa o indirectamente en los códigos latinoamericanos, dice (art. 1101)22que el contrato es una convención (convention) por la cual una o mas personas se obliga frente a otra u otras a dar, hacer o no hacer alguna cosa. En esa concepción se incluyen tanto las convenciones que dan lugar a obligaciones unilaterales, como las que dan lugar a obligaciones bilaterales; consecuentemente, el mismo código distingue (art. 1104) entre contratos sinalagmáticos o bilaterales y contratos unilaterales.23 El código Art. 7.4.13(2). “Le contrat est une convention par laquelle une ou plusieurs personnes s obligent envers une ou plusieurs autres, à donner, à faire ou à ne pas faire quelque chose” 23 Esta concepción de contrato ha dado lugar a diversas dificultades teóricas, que no han podido solventarse adecuadamente, como señala F. Gallo “Contratto e atto secondo Labeone: una 21 22 13 civil alemán (BGB) dice (art. 305)24 que es el convenio (Vertrag) que sirve para crear o modificar obligaciones; la doctrina, siguiendo a Savigny,25 entendió por convenio (Vertrag) la concurrencia de dos o mas personas en una misma declaración de voluntad; el código alemán distingue también entre contratos unilaterales y bilaterales. En ambos códigos se afirma que el contrato es convenio y se admite que los contratos bilaterales son una especie de ese género amplio. En la tradición americana del common Law, aunque no hay una definición legal del contrato, hay sin embargo diversos textos autorizados que lo definen. En la obra de Williston,26 que es considerada como la doctrina más autorizada, se define el contrato como una promesa o conjunto de promesas a las que el Derecho reconoce carácter obligatorio. Distingue el contrato, del mero acuerdo de voluntades o agreement, al que considera un concepto más amplio, que incluye también las donaciones, transmisiones de propiedad e incluso promesas que no constituyen una obligación jurídica. El acuerdo, aclara, es esencial para la formación del contrato, pero no es el único requisito del contrato. La doctrina de Williston fue esencialmente recogida en la compilación conocida como Restatement of the Law. Contracts,27, que él mismo dirigió, y que pretende ser una síntesis del Derecho hasta entonces elaborado primordialmente por los jueces. Ahí se define el contrato como una promesa o conjunto de promesas por cuyo incumplimiento el Derecho otorga una reparación, o cuyo cumplimiento el Derecho reconoce como obligatorio28. Esta definición pasó luego a las dottrina da riconsiderare”, en Roma e America 7 (1999) 44 ss. 24 Zur Begründung eines Schuldverhältnisses durch Rechtgeschäft sowie zur Änderung des Inhalts eines Schuldverhältnisses ist ein Vertrag zwischen den Beteiligten erforderlich, soweit nichts das Gesetz ein anderse vorschreibt 25 Das Obligationenrecht, (trad por HIPERT, Le Droit des obligations II [Paris 1873] 82). 26 The law of contracts (N. York 1921) I 1: contract is a promise, or set of promises, to which the law attaches legal obligation. Hay una segunda edición revisada de esta obra por G.J. THOMPSON, con el nombre de A Treatise on the law of contracts, (N. York 1936), 8 vols, en la que, siguiendo el primer Restatement on contracts (ver nota siguiente) se cambian ligeramente los términos de la definición, pero sin variar la afirmación de que el contrato es una promesa o un conjunto de promesas: A contract is a promise, or set of promises, for breach of which the law gives a remedy, or the performance of which the law in some way recognizes as a duty. (vol I p. 1), y una tercera edición con el mismo título hecha por W.H.E. JAEGER (N. York 1957)., en donde se conserva esta última definición. 27 THE AMERICAN LAW INSTITUTE Restatement of the Law. Contracts (St. Paul Minnesota 1932). 28 Párrafo 1: A contract is a promise or a set of promises for the breach of which the law gives a remedy, or the performance of wich the law in some way recognizes as a duty. Esta 14 reediciones de la obra de Williston y a la segunda edición del Restatement29. En esta último se distingue (párrafo 3) el contrato (contract) del acuerdo de voluntades (agreement), y éste del negocio (bargain) al que conceptúa como un acuerdo para intercambiar promesas, o intercambiar una promesa por una prestación efectiva, o intercambiar prestaciones efectivas. En el comentario que hace a la definición de contrato aclara que no son propiamente contratos aquellos negocios en los que se da un intercambio de prestaciones efectivas, como podía ser una compraventa de contado, porque en ellos no hay una promesa de dar o hacer algo. Y añade que la palabra contrato, como denota la existencia de una obligación jurídica, también puede usarse para designar esa obligación resultante del acto de hacer una o un conjunto de promesas jurídicamente válidas. En este sentido, el Uniform Commercial Code (1_201(11)) define el contrato como la obligación que resulta del consentimiento de las partes.30 En esta tradición americana del common Law existía la distinción entre contratos bilaterales y unilaterales, y así se conservó en la primera edición del Restatment on contracts31, pero la distinción fue hecha a un lado en la segunda edición32 por considerarse que causaba confusión el considerar como contratos a obligaciones unilaterales derivadas de una promesa formal o de la entrega de una cosa; sin embargo se conserva todavía un contrato unilateral llamado option contract,33 y por eso se mantiene la definición de contrato como promesa, que sería una obligación unilateral, o conjunto de promesas. La diferencia principal entre los conceptos de ambas tradiciones me parece que se da en que la tradición civilista define el contrato principalmente como convenio, mientras que el common Law lo define como obligación judicialmente exigible o “promesa”. Pero en ambas es aceptable la noción del contrato como obligación recíproca. Para la tradición civilista el concepto de contrato podría formularse, como ya lo había hecho siglos atrás Cuyacio, como el convenio que definición, que coincide esencialmente con la de Williston, en considerar al contrato como una promesa o conjunto de promesas, solo difiere de ella en los términos para calificar las promesas que constituyen un contrato, en vez de decir que son las que el derecho les reconoce carácter obligatorio, dice que son aquellas por cuyo incumplimiento el Derecho da un remedio, o cuyo cumplimiento considera como un deber. 29 THE AMERICAN LAW INSTITUTE Restatement of the Law Second. Contracts 2d (St. Paul Minnesota 1981). 30 The total legal obligation wich results from the parties agreement. 31 Sección 12. 32 Restatement on contracts 2nd párrafo 1 reporter’s note f. 33 Párrafo 25. 15 produce obligaciones recíprocas.34 Para la tradición del common Law , como conjunto de promesas recíprocas sancionables por acción judicial. 5. Los tipos contractuales que caben dentro de la noción del contrato como obligación recíproca. Al reducir la noción de contrato a la obligación bilateral libremente contraída, los tipos contractuales se reducen prácticamente a los cuatro contratos consensuales típicos, compraventa, arrendamiento, mandato y sociedad y a otros convenios que produzcan, por el solo consentimiento, obligaciones recíprocas. Estos eran, por una parte, los tipos contractuales que se consideraban propios del ius gentium,35 También son estos a los que se refieren los Principios de UNIDROIT, que contemplan siempre contratos que se perfeccionan por el solo consentimiento.36 Es también ilustrativo que los casos que proponen los Principios para ilustrar el alcance de cada una de sus disposiciones son, salvo excepciones, de contratos bilaterales. Los Principios muestran un total de 213 casos, de los cuales 60 son casos de compraventa de mercancías y uno de compraventa de inmuebles; 1 de permuta, 6 de arrendamiento de cosas, 25 de arrendamiento de obra o construcción, 54 de prestación de servicios profesionales, 6 de suministro, 7 de distribución, 7 de franquicia, 3 de seguro, 8 de transporte, 5 de asociación (4 de joint venture y un convenio de comprar acciones de una sociedad), 7 de agencia, 9 contratos bancarios (3 contratos de prestar o de línea de crédito, un contrato de garantía bancaria y 4 de mutuo) y 14 no identificables, puesto que hablan en abstracto de "contrato" u "oferta" sin precisar las condiciones o características que permitan identificarlos específicamente. 37 Todos estos contratos, salvo los 9 contratos bancarios38, son contratos Cuyacio lo definió: conventio ex qua mutua obligatio nascitur (Opera omnia I [Napoles 1758] 922 s.) 35 Ver supra nota 9. 36 Art. 3.2 y comentario. 37 Las referencias a los casos contemplados en los Principios en relación a cada tipo contractual, ver ADAME GODDARD, J. “ 38 Los contratos de prestar, pueden construirse como un contrato bilateral cuando son un negocio bancario de línea de crédito, en que el banco se obliga a prestar a cambio de que el cliente mantenga determinados saldos en sus cuentas bancarias y pague ciertas comisiones; pero cuando se celebra entre particulares, puede construirse simplemente como una promesa de prestar, que obliga exclusivamente a quien la hace, si se cumplen las condiciones requeridas. En 34 16 bilaterales en que las dos partes están recíprocamente obligadas. Y si se quisiera clasificarlos, podían reducirse todos a los cuatro contratos consensuales clásicos: la compraventa (que incluiría como modalidades, los contratos de distribución y suministro y por aproximación la permuta); el arrendamiento, en sus dos variantes de arrendamiento de cosa (que incluiría la franquicia como arrendamiento de cosa intangible) y de arrendamiento de obra (que incluiría todos los contratos de construcción, prestación de diversos servicios profesionales, transporte y seguro); la sociedad (entendida como el contrato de asociación separado de la creación de una persona jurídica, lo cual no es ciertamente un asunto contractual, sino de orden público, y que incluiría los contratos de asociación o joint venture, así como los convenios de compra de acciones de una sociedad ya establecida y ciertas modalidades de los contratos de distribución, suministro y agencia) y el mandato (que incluiría la agencia, aunque este contrato también podría catalogarse como una especie del arrendamiento de obra). 6. Conclusiones. La noción del contrato como obligación recíproca, por estar fundada en la realidad misma de la relación contractual, puede considerarse como parte integrante del ius gentium, entendido como un derecho conforme con la razón natural. Este concepto de contrato está implícito en el régimen contractual que proponen los Principios de Unidroit, y siendo éstos expresión de la costumbre jurídica internacional actual, puede decirse que tal concepto forma parte del ius gentium, entendido como el derecho que practican muchos pueblos. El concepto de contrato como obligación recíproca, si bien es diferente de los conceptos de contrato actuales en la tradición civilística y en la del common Law, es también un concepto contenido en ellas y que puede ser adoptado por ellas sin rupturas internas. La adopción del concepto de contrato como obligación recíproca facilitará la formación de un régimen contractual común, al delimitar la materia a las solas obligaciones bilaterales y excluir otros negocios unilaterales que deben tener un régimen diferente, como son casi todos los negocios bancarios y financieros. las "ilustraciones" de los artículos de los Principios se trata de un contrato de línea de crédito con un banco y dos contratos de prestar privados.