Claire escrito época Sainte uno d genio que p Olivier

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Ourika, una niña senegalesa condenada a la esclavitud y la barbarie, es salvada por un piadoso aristócrata y trasladada a Francia
donde recibe una refinada educación al cuidado de Madame de
B. La construcción de este ser refinado de piel negra supone un
conflicto insalvable para la mentalidad y los modales propios de
una sociedad que jamás le perdonará semejante pecado original.
Ourika queda así atrapada entre un mundo que la rechaza por no
pertenecer y otro al que ya nunca podrá regresar. El trasfondo histórico de su tragedia se desarrolla en los convulsos años previos a
la Revolución Francesa, que pese a sus promesas de libertad, igualdad y fraternidad, no consigue de facto abolir los prejuicios y diferencias que condenan a Ourika a un exilio emocional involuntario.
Toca una de las cuerdas más profundas de todas las disciplinas artísticas: la desesperanza de alguna vez alcanzar la libertad en un entorno
determinado y determinante; y es por ello que si en un sentido Ourika
tiene sus raíces en el siglo diecisiete francés, en Racine, La Rochefoucauld
y Mme de Lafayette, en otro se emparenta con la época de Sartre y
Camus. Éste es el caso clínico de un outsider, del eterno étranger en
la sociedad humana.
John FOWLES
Emblemática desde el punto de vista psicológico y moral, la historia
de Ourika lo es también de las restricciones sociales. En la encrucijada
entre naturaleza y cultura, la heroína de Madame de Duras no podía ilustrar con mayor eficacia el escaso margen de autonomía que
la sociedad concede a los individuos. Perfecto producto de la cultura
mundana, en la que fue iniciada de niña, Ourika ha interiorizado el
modelo tan profundamente que comparte las razones de la exclusión
de la que es objeto, percibiéndose a través de la mirada de los demás
y convirtiéndose en extraña a sí misma.
Benedetta CRAVERI
Claire DE DURAS (Brest, 1777 – Finistère, 1828) fue una duquesa y
escritora francesa, admirada por importantes personalidades de su
época, como Goethe, su gran amigo Chateaubriand, Victor Hugo,
Sainte-Beuve, y su querida Madame de Staël. Su salón literario fue
uno de los más animados de la época y concentró a los grandes
genios literarios y artísticos del momento. Además de Ourika, libro
que pronto se convirtió en un libro clásico y de culto, es autora de
Olivier ou le Secret y de Édouard.
Ourika
Ourika
Claire de Duras
Traducción de Lluís Maria Todó
Prólogo
John Fowles
Traducción de Eduardo Rabasa
Epílogo
La duquesa de Duras o la armonía rota
Benedetta Craveri
Traducción de Pilar González Rodríguez
Todos los derechos reservados.
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, transmitida
o almacenada de manera alguna sin el permiso previo del editor.
Título original
Ourika
Traducción
Lluís Maria Todó
Prólogo, John Fowles
Copyright © The Estate of John Fowles
Traducción de Eduardo Rabasa
Epílogo, «La duchessa di Duras o l’armonia infranta»
Copyright © Benedetta Craveri, 2009
Traducción de Pilar González Rodríguez
Copyright © Editorial Sexto Piso S.A. de C.V., 2011
San Miguel # 36
Colonia Barrio San Lucas
Coyoacán, 04030
México D.F., México
Sexto Piso España, S.L.
c/Monte Esquinza 13, 4º Dcha.
28010, Madrid, España
www.sextopiso.com
Diseño:
Estudio Joaquín Gallego
Formación:
Quinta del Agua Ediciones
ISBN: 978-84-96867-79-6
Depósito Legal:
Impreso en España
ÍNDICE
Prólogo
John Fowles
9
Ourika
Claire de Duras
17
Epílogo
La duquesa de Duras o la armonía rota
Benedetta Craveri
63
Prólogo
Todo el mundo sabe que los escritores necesitan agentes
y editores comprensivos al principio de sus carreras.
Sospecho que es igual de importante toparse con libreros comprensivos. Yo tuve suerte en este aspecto, ya que
me crucé con el Sr. Francis Norman y su librería de segunda mano en Hampstead, Londres, y aprendí bastante más de literatura que en el tiempo que estuve
en Oxford.
Permítanme aventurar una definición de cómo deben ser estas librerías. Deben estar dirigidas por una
persona con humor, letrada y curiosa, para quien ningún libro sea extraño, que lo mismo te puede mostrar
en un instante la portada de un libro de los legendarios
libreros holandeses, los Elzevir, que leerte un fragmento
de un popular libro de ciencia ficción. La librería debe
estar todo el tiempo en un estado de caos aparente; siempre hay demasiados libros para las estanterías existentes,
así como pilas y cajas de libros recién adquiridos que esperan a ser inspeccionados. Sobre todo, debe tener una
oferta variada, puesto que su principal función es ayudar
a los escritores jóvenes a descubrir sus gustos, incluso
hasta el punto de convencerlos de que no les agradan en
lo más mínimo los libros viejos.
En la universidad aprendemos a apreciar las obras
maestras canónicas; jamás tenemos tiempo para explorar
la inmensa masa del iceberg que se encuentra bajo esa
superficie y que es materia de examen. Me marché de
Oxford en un estado de confusión total en cuanto a mis
gustos reales (distintos de los adquiridos) en literatura. Y
hasta que empecé a visitar al Sr. Norman y su espíritu prevaleciente ­–por desgracia ambos muertos ya­– no descubrí
cuál era mi característica definitoria como hombre de libros. Era en parte la elección, la apuesta, el deleite de lo
inesperado; darme cuenta de que había otras formas de
amar los libros y ser erudito además de la académica; quizá lo principal era que en ese entonces jamás tenía mucho
dinero en el bolsillo. Los ricos pueden cumplir hasta sus
caprichos más nimios. Los pobres logran averiguar lo que
quieren de verdad.
Lamento profundamente que en términos generales
ese tipo de librerías desaparecieran en Inglaterra (y me
han dicho que en Estados Unidos también) alrededor de
la década de 1990. Se debe en parte, desde luego, a una
cuestión de inflación y escasez. Ni siquiera mi amigo el
Sr. Norman podría hoy tener pequeños volúmenes de
los siglos diecisiete y dieciocho, sin cubiertas y raídos,
a precio de ganga para quien logre descubrirlos. La gran
fuente que eran las grandes bibliotecas provenientes de
las casas de campo se ha secado, ya que las demandas y
recursos de las bibliotecas universitarias de todo el
mundo parecen ser ilimitadas. Pero el otro día estuve en
una de las mayores librerías de segunda mano en Inglaterra: estaba nutrida de un acervo colosal, los libros
acomodados con pulcritud en estantes, catalogados y se
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vendían a precios altísimos, con dependientes avispados
y eficientes por todas partes. Tales sitios pueden ser el
sueño de un bibliotecario o investigador. Yo me lamenté en la añoranza de aquellas dos habitaciones polvosas
y sobrecargadas de Hampstead, donde era imposible
encontrar algo al principio y de alguna manera al final
aparecía todo. La versión actual hace parecer a la bibliofilia una ciencia calculada con frialdad; la anterior, una
relación amorosa.
Mi relación particular con esta extraña novelita que
aquí prologo comenzó hace 32 años en la librería del
Sr. Norman. Ourika, mostraba la portada, París, 1824. No
había mención alguna del autor, el ejemplar estaba en
muy mal estado, y no esperaba una gran recompensa por
los cinco chelines, un dólar en ese entonces, que pagué
por él. Si estuve dispuesto a pagar incluso eso fue por
haber echado un vistazo a la primera frase. Una de las
cosas que aprendí en esa librería es que me enloquece
la narrativa, real o imaginaria. Se ha convertido para mí
en la quintaesencia del arte del novelista, y me gustó la
abrupta e inmediata inmersión en la historia de Ourika.
Sin embargo pensé que terminaría decepcionado, que
me había hecho con una insípida nouvelle inscrita en la
tradición Marmontel; una obra de moralidad didáctica
teñida por un romanticismo diluido, una compra estéril
incluso para alguien con mi testaruda actitud de urraca
frente al coleccionismo de libros. Tomé el librito encuadernado con papel marmoleado verde y una parte con
gastada piel negra, me fui a casa y me senté a corroborar
mis temores. Mucho antes de terminarlo, sabía que me
había topado con una pequeña obra maestra.
13
Lo releí casi de inmediato y lo he vuelto a hacer varias veces a lo largo de los años. Incluso, mi admiración
por Ourika ha aumentado, y más de lo que pensaba. Elegí
el nombre del héroe de mi novela La mujer del teniente
francés con bastante libertad, o eso pensaba por aquel
entonces. Me llevé una gran sorpresa, meses después de
que mi manuscrito hubiera sido enviado a imprenta,
cuando un día abrí Ourika y me di cuenta de que Charles
también era el nombre del personaje principal masculino. Me hizo pensar. Y aunque podría jurar que nunca
tuve en mente la presencia africana de la propia Ourika
cuando escribí La mujer del teniente francés, ahora estoy
seguro, retrospectivamente, de que estuvo muy activa en
mi inconsciente.
Curiosamente, yo tenía mayor consciencia de lo normal del origen de mi novela durante el proceso de su escritura, pues me había comprometido a escribir para una
antología llamada Afterwords (Harper and Row, 1969), en
la que a varios escritores se nos pedía que explicáramos
cómo habíamos escrito nuestros libros. Expliqué en mi
texto que la semilla del mío había aparecido en un sueño
que tuve semidespierto, que consistía en la imagen de
una mujer de pie, dándome la espalda. Vestía de negro,
y su postura contenía una perturbadora mezcla de rechazo y acusación. Otra característica de esta imagen fue
su negativa a «moverse» hacia el presente. Estaba claro que quería escribir sobre una mujer que había sido
injustamente exiliada de la sociedad. Pero nunca me han
gustado las novelas históricas y no tenía intención de
escribir una. Me tomó algunos meses aceptar que esta
presencia fantasmal se negaba rotundamente a volverse
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contemporánea. Ahora, no puedo entender cómo pude
ser tan estúpido para no entender quién era en realidad
esta mujer. Me temo que es un residuo de mis prejuicios
frente al color de piel, ya que algo en mi inconsciente
hizo trampa para ocultar la pista fundamental. La mujer
de mi mente, que no quería darse la vuelta, tenía ropa
negra pero su rostro era blanco.
Sin embargo, lo último que quisiera hacer es ofrecer esta traducción como nota al pie de mi propia obra.*
Traducirla al inglés ha sido un trabajo amoroso, que no
me costó ningún trabajo, y publicarla es un homenaje a
una escritora olvidada.
Quisiera decir algo sobre este primer intento serio
de un novelista blanco como yo de penetrar en una
mente negra. Supongo que un cierto tipo de extremista
negro contemporáneo podría desechar la historia de
Ourika con una sonrisita desdeñosa: dada la falsedad elemental de su posición, se merece todo lo que le
ocurre. Desde luego que esta sonrisita es ridícula desde
el punto de vista histórico. Si juzgáramos con ese criterio, tendríamos que juzgar a Colón por tardar tanto en
cruzar el Atlántico, cuando pudo haberlo hecho en avión
en sólo unas horas. En la Europa de 1780-1805, el período que abarca Ourika, sólo había dos opciones para
una mujer africana: podía ser una esclava ignorante o
podía ser una trepadora social.
Ourika puede ser una figura triste si se le mira como
a una precursora de las Panteras Negras; pero es muy
* Fowles escribió originalmente este texto para presentar una traducción al inglés que él mismo hizo de Ourika en 1977. (N. del T.)
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convincente como una mujer inteligente que se ve atrapada entre su négritude y su educación europea. Varios
escritores africanos, tanto angloparlantes como francófonos, han analizado desde entonces ese predicamento
particular, y no es necesario mencionar las innumerables aproximaciones negras del problema, tanto ficticias
como biográficas, que se han producido en Estados Unidos. Sin embargo, dudo que la esencia de la situación, la
ecuación trágica básica, alguna vez haya sido expresada
con mayor pulcritud y simplicidad que en este pequeño
libro. Una virtud adicional, por lo menos para mí, es que
vuelve universal el contexto racial específico. Funciona
igual de bien para cualquier miembro inteligente de una
minoría odiada inmersa en una envidiosa y miope cultura dominante. Toca una de las cuerdas más profundas
de todas las disciplinas artísticas: la desesperanza de
alcanzar alguna vez la libertad en un entorno determinado y determinante; y es por ello que si en un sentido
Ourika tiene sus raíces en el siglo diecisiete francés, en
Racine, La Rochefoucauld y Mme. de Lafayette, en otro
se emparenta con la época de Sartre y Camus. Ésta es la
historia de un outsider, del eterno étranger en la sociedad
humana.
John Fowles
16
OURIKA
This is to be alone, this, this is solitude.
Byron
INTRODUCCIÓN
Hacía pocos meses que había llegado de Montpellier
y estaba ejerciendo el oficio de médico en París cuando una mañana me llamaron para que visitara a una
joven monja enferma en un convento del faubourg SaintJacques. Hacía poco que el emperador Napoleón había
permitido el restablecimiento de algunos conventos, y
el que me reclamaba estaba dedicado a la educación de
las jóvenes y pertenecía a la Orden de las Ursulinas. La
Revolución había reducido a ruinas parte del edificio y
el claustro quedaba descubierto por un lado a causa de
la demolición de la antigua iglesia, de la que sólo se
veían algunos arcos. Una monja me introdujo en aquel
claustro, que atravesamos andando sobre unas grandes
losas planas que formaban el pavimento de aquellas galerías: me di cuenta de que eran tumbas, pues todas llevaban inscripciones, en su mayor parte borradas por el
tiempo. Algunas de las lápidas habían quedado dañadas
durante la Revolución: la religiosa me lo hizo notar diciéndome que todavía no habían tenido tiempo de repararlas. Yo no había visto nunca el interior de un convento: todo aquello era nuevo para mí. Desde el claustro
pasamos al jardín, donde la monja me dijo que había
llevado a la hermana enferma: en efecto, la vi al final de
un largo camino emparrado; estaba sentada y su gran
velo negro la cubría casi por completo.
—Este caballero es el médico —dijo la religiosa, y se
alejó casi al instante.
Yo me acerqué tímidamente, pues mi corazón se había
encogido al ver aquellas tumbas y me imaginaba que estaba a punto de ver a otra víctima de los claustros: los
prejuicios de mi juventud acababan de despertar, y mi
interés por la mujer que me disponía a visitar se exaltaba
en proporción al tipo de infortunio que le suponía. Ella
se volvió hacia mí y quedé extrañamente sorprendido al
ver ¡a una negra! Mi asombro aumentó ante la exquisitez
de su saludo y lo selecto de las expresiones que usaba:
—Viene usted a visitar a una persona muy enferma
—me dijo—; ahora deseo curarme, pero no siempre fue
así, y es tal vez esto lo que más daño me ha causado.
Le pregunté sobre su enfermedad.
—Siento una opresión continua —me dijo—, he perdido el sueño y la fiebre no me abandona.
Su aspecto no hacía sino confirmar aquella triste
descripción de su estado: estaba excesivamente delgada,
tenía los ojos brillantes y muy grandes, y sus dientes, de
una blancura deslumbrante, eran lo único que iluminaba su rostro. El alma todavía vivía, pero el cuerpo estaba
destruido, tenía todas las marcas de una pena larga y
violenta. Impresionado hasta lo indecible, resolví hacer
todo lo posible para salvarla. Empecé hablándole de la
necesidad de calmar su imaginación, distraerse, alejar
aquellos sentimientos penosos.
—Soy feliz —me dijo—; jamás había experimentado
tanta calma y tanta dicha.
22
El tono de su voz era sincero, aquella voz dulce no podía engañar, pero mi asombro crecía a cada instante.
—Usted no siempre ha pensado así —le dije—, y
muestra la huella de sufrimientos prolongados.
—Es verdad —dijo ella—, encontré muy tarde el reposo de mi corazón, pero ahora soy feliz.
—Pues bien, si es así —proseguí—, lo que hay que curar es el pasado, y no puedo curarlo sin conocerlo.
—¡Ay de mí, eso es una locura!
Al pronunciar estas palabras, una lágrima asomó en
el borde de sus párpados.
—¡Y me dice usted que es feliz! —exclamé.
—Sí, lo soy —respondió ella con firmeza—, y no cambiaría mi felicidad por la suerte que antaño tanta envidia
me causó. No tengo ningún secreto: mi desdicha es la
historia de toda mi vida. Sufrí tanto hasta el momento
de entrar en esta casa, que poco a poco mi salud se
ha destruido. Me sentía languidecer con alegría, pues
no veía en el futuro esperanza alguna. ¡Este pensamiento era bien culpable! Y ya lo ve, he sido castigada. Y ahora que finalmente deseo vivir, tal vez ya no pueda.
La tranquilicé dándole esperanzas de un pronto restablecimiento; pero al pronunciar aquellas consoladoras
frases, al prometerle la vida, no sé qué triste presentimiento me advertía que era demasiado tarde y que la
muerte ya había marcado a su víctima.
Volví a ver varias veces a aquella joven religiosa; el interés que demostraba por ella pareció conmoverla. Un día
volvió por sí misma al tema al que yo deseaba llevarla.
—Las penas que he sentido —dijo— deben parecer tan
extrañas, que siempre me ha inspirado una gran aversión
23
confiarlas; no hay juez para las penas ajenas, y los confidentes casi siempre son acusadores.
—No tema eso de mí —le respondí—; bastante veo en
usted los destrozos que le ha causado el sufrimiento y
así creo sincero el que le aflige.
—Lo encontrará sincero, pero le parecerá una sinrazón.
—Y admitiendo lo que me dice —respondí—, ¿ello excluye la simpatía?
—Casi siempre; sin embargo, si para curarme necesita conocer las penas que destruyeron mi salud, se las
confiaré cuando nos hayamos conocido un poco más.
Mis visitas al convento se fueron haciendo cada vez
más frecuentes; el tratamiento que le prescribí pareció
surtir cierto efecto. Por fin, un día del verano pasado,
hallándola sola en el mismo cenador, sentada en el mismo banco en el que la había visto la primera vez, retomamos la misma conversación, y me contó lo que
sigue:
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Ourika, una niña senegalesa condenada a la esclavitud y la barbarie, es salvada por un piadoso aristócrata y trasladada a Francia
donde recibe una refinada educación al cuidado de Madame de
B. La construcción de este ser refinado de piel negra supone un
conflicto insalvable para la mentalidad y los modales propios de
una sociedad que jamás le perdonará semejante pecado original.
Ourika queda así atrapada entre un mundo que la rechaza por no
pertenecer y otro al que ya nunca podrá regresar. El trasfondo histórico de su tragedia se desarrolla en los convulsos años previos a
la Revolución Francesa, que pese a sus promesas de libertad, igualdad y fraternidad, no consigue de facto abolir los prejuicios y diferencias que condenan a Ourika a un exilio emocional involuntario.
Toca una de las cuerdas más profundas de todas las disciplinas artísticas: la desesperanza de alguna vez alcanzar la libertad en un entorno
determinado y determinante; y es por ello que si en un sentido Ourika
tiene sus raíces en el siglo diecisiete francés, en Racine, La Rochefoucauld
y Mme de Lafayette, en otro se emparenta con la época de Sartre y
Camus. Éste es el caso clínico de un outsider, del eterno étranger en
la sociedad humana.
John FOWLES
Emblemática desde el punto de vista psicológico y moral, la historia
de Ourika lo es también de las restricciones sociales. En la encrucijada
entre naturaleza y cultura, la heroína de Madame de Duras no podía ilustrar con mayor eficacia el escaso margen de autonomía que
la sociedad concede a los individuos. Perfecto producto de la cultura
mundana, en la que fue iniciada de niña, Ourika ha interiorizado el
modelo tan profundamente que comparte las razones de la exclusión
de la que es objeto, percibiéndose a través de la mirada de los demás
y convirtiéndose en extraña a sí misma.
Benedetta CRAVERI
Claire DE DURAS (Brest, 1777 – Finistère, 1828) fue una duquesa y
escritora francesa, admirada por importantes personalidades de su
época, como Goethe, su gran amigo Chateaubriand, Victor Hugo,
Sainte-Beuve, y su querida Madame de Staël. Su salón literario fue
uno de los más animados de la época y concentró a los grandes
genios literarios y artísticos del momento. Además de Ourika, libro
que pronto se convirtió en un libro clásico y de culto, es autora de
Olivier ou le Secret y de Édouard.
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