VIOLENCIA SEXUAL Y CONFLICTOS ARMADOS

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Índice
Prólogo de María Villellas Ariño. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Prefacio y agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Lista de siglas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
1.
2.
3.
4.
5.
Acabar con el silencio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Dimensiones de la violencia sexual en el conflicto . . . . . .
La violencia sexual y el inicio del conflicto armado . . . . .
Buscando un espacio seguro. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
La violencia sexual y la economía política global de la
guerra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
6. De la protección y la rendición de cuentas a una ética del
cuidado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Notas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Lecturas seleccionadas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Prólogo
Después de un tiempo demasiado largo en el que la violencia sexual
como arma de guerra ha sido ignorada, invisibilizada y obviada en la
aproximación a los conflictos armados tanto desde el ámbito político
como desde el académico o el del activismo pacifista, en las últimas
décadas el empeño de las feministas y las organizaciones de mujeres
ha logrado incorporar a la agenda de la paz y la seguridad internacionales esta importante cuestión. En la década de los noventa los
conflictos armados en la región de los Balcanes y el genocidio de
Ruanda traspasaron límites irreconciliables con el respeto a los derechos humanos, lo que dio un fuerte impulso a la lucha de las mujeres
contra la impunidad. Así, la violencia sexual ha ido ganando de manera paulatina un espacio en el debate público sobre los conflictos
armados y su impacto en la población civil, y de manera particular
en cómo afecta a las mujeres y las niñas.
Violencia sexual y conflictos armados representa una contribución muy destacada al análisis de esta grave violación de los derechos
humanos, sexuales y reproductivos de las mujeres en los conflictos
armados contemporáneos. Janie L. Leatherman sitúa la violencia
sexual en un contexto histórico amplio —no se trata de un fenómeno contemporáneo, sino que tiene una larga historia detrás— y la
enmarca dentro de la estructura patriarcal y capitalista que conforma el orden internacional en el que tienen lugar los conflictos armados contemporáneos. La violencia sexual es una pieza importante de
una realidad mucho más amplia, y no se trata de un fenómeno que
emerge únicamente al calor de estos conflictos, sino que forma parte
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de un continuum que va in crescendo y que tiene su origen en la
violencia de género que sufren las mujeres también en tiempos de
«paz». La escalada generalizada de violencia que tiene lugar en los
conflictos armados lleva a que la violencia sexual sea considerada
como una más de las herramientas de las que disponen los actores
enfrentados para llevar a cabo la guerra, pero esta violencia tiene sus
raíces en el sistema patriarcal que también oprime a las mujeres en
ausencia de guerras, y se ve influida a su vez por la economía política
de los conflictos. La normalización de la violencia contra las mujeres
en la mayoría de las sociedades facilita que, cuando estallan los conflictos armados, con relativa facilidad se traspasen umbrales como el
de la violencia sexual a escala masiva.
Desde un enfoque constructivista, Leatherman analiza detenida
y exhaustivamente cómo la injusticia de género y la violencia estructural contra las mujeres crean las condiciones en las que se desarrollan las masculinidades que dan lugar a la violencia sexual en los
conflictos armados. Las desigualdades de género resultantes del sistema patriarcal permiten unas relaciones de poder que desembocan
en el desarrollo de unas masculinidades hegemónicas que utilizan la
violencia sexual como una forma de dominación sobre las mujeres,
mediante la instrumentalización de las masculinidades marginadas.
La violencia sexual en los conflictos armados se convierte así en una
manera no solo de subyugar a las mujeres y a comunidades enteras,
sino también de manera muy extendida en un mecanismo para la
obtención de beneficios económicos mediante redes de explotación
y terror.
A lo largo del texto, Leatherman profundiza en el análisis de los
mecanismos que dan lugar a la violencia sexual. El dominio patriarcal y las violencias directa, cultural y estructural permiten que, cuando la guerra da comienzo, el cuerpo de las mujeres se convierta en
uno más de los escenarios en los que esta tiene lugar. Pero no solo
esto, sino que una vez que los conflictos finalizan la violencia sexual
se perpetúa mediante el silencio y la impunidad de los perpetradores. Cuando se analiza la violencia sexual en los conflictos armados,
tanto en los contemporáneos como en los que precedieron a la etapa
actual, se corre el riesgo de adoptar un punto de vista restringido,
que solo tome en cuenta la faceta de víctimas de las mujeres que la
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sufren. Sin embargo, como las académicas y activistas feministas no
han dejado de mostrar, la realidad de las mujeres es mucho más compleja y la violencia sexual es una de las aristas que la conforman,
pero no constituye la totalidad de la experiencia vital. El libro de
Janie L. Leatherman insiste reiteradamente en la importancia de no
obviar esta complejidad y entender que las mujeres son víctimas,
pero también impulsoras de cambios, resistentes, supervivientes, activistas e incluso pueden llegar a ser perpetradoras. La autora no
evita estas facetas, sino que las aborda con el fin de aportar un análisis exhaustivo que no esquive los elementos más difíciles o polémicos. Del mismo modo, tampoco se aproxima a la realidad de los
hombres en la guerra únicamente desde el prisma de la culpabilidad,
sino que contempla cómo la masculinidad hegemónica trata de imponerse sobre otras masculinidades no dominantes, de la misma manera que lo hace sobre las diferentes feminidades. Así pues, la violencia sexual no es descrita como un fenómeno unidireccional, de
hombres perpetradores y mujeres víctimas, sino que los hombres
pueden ser víctimas, y las mujeres —aunque muy ocasionalmente—
también pueden llegar a ser perpetradoras. El reconocimiento de la
complejidad viene acompañado de un análisis sobre el concepto de
agencia, y cómo en contextos de fuerte opresión como los conflictos
armados y los genocidios los perpetradores hallan las condiciones
propicias para el uso de la violencia sexual.
Un aspecto central e innovador del libro es el análisis de la violencia sexual en el marco de la economía política global de la guerra.
La violencia sexual está conectada con una economía internacional
de mercado que se sirve de los conflictos armados para el expolio y
el enriquecimiento. El terror que genera el uso masivo de la violencia
sexual sirve a los intereses de las grandes multinacionales y de determinados gobiernos que obtienen pingües beneficios del saqueo de
recursos naturales mediante el sometimiento de las comunidades locales. El análisis de Leatherman sitúa la violencia sexual en el centro
de esta visión sobre los conflictos, poniendo de manifiesto cómo las
consecuencias de esta van mucho más allá del daño individual a las
víctimas.
El caso de la República Democrática del Congo, sobre el que la
autora se extiende detalladamente, es un claro ejemplo de esta eco-
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nomía del expolio mediante el uso de la violencia sexual. Sin embargo, desde los medios de comunicación se ha ofrecido una visión de la
violencia sexual en este conflicto armado totalmente descontextualizada, fruto de la «maldad» de los actores armados, pero sin analizar
las causas que han dado lugar a esta violencia a una escala tan masiva
y devastadora para las mujeres. En paralelo, tampoco ha tenido cabida la respuesta que las mujeres congoleñas están dando a esta violencia. No obstante, este conflicto armado se enmarca en un orden internacional económico neoliberal en el que las masculinidades
hegemónicas se imponen sobre el resto. Como la autora apunta, en
la compleja red de relaciones que se tejen en los contextos de conflicto armado, las masculinidades marginadas utilizan la violencia
sexual como forma de obtener un poder al que no tienen acceso de
otra manera, y esta violencia está al servicio de los intereses económicos de las masculinidades hegemónicas. Así pues, en esta compleja telaraña patriarcal, la violencia sexual se convierte en un medio
para un fin, el expolio y el enriquecimiento de las élites, con consecuencias devastadoras para la vida de las mujeres.
Sin embargo, es importante no perder la perspectiva de que la
categoría de víctima no puede y no debe ser una categoría totalizadora, que defina y delimite la experiencia vital de las mujeres que
sufren la violencia sexual. Como se recoge en la obra de Leatherman, y como así han mostrado en innumerables ocasiones mujeres
de todo el mundo que han vivido en contextos de conflicto armado
o de violencia política extrema, las mujeres que sufren la violencia
sexual responden a esta de múltiples formas, demostrando su capacidad de hacer frente, de recobrarse y recuperarse y de trabajar para
transformar esta realidad y luchar contra la impunidad. La visibilidad que ha adquirido la violencia sexual como arma de guerra —y
este libro es parte de esta visibilidad— es fruto del esfuerzo de víctimas y activistas que han relatado lo sufrido por muchas mujeres y
que han transformado la victimización en acción política para la
transformación. La incorporación de la perspectiva de género al ámbito de la paz y la seguridad internacional que ha tenido lugar especialmente desde la aprobación de la resolución 1325 del Consejo de
Seguridad de la ONU en el año 2000 es fruto del trabajo de décadas
del movimiento de mujeres, gran parte de cuyo esfuerzo se ha cen-
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Prólogo
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trado en la lucha contra la impunidad de la violencia sexual. Las
alianzas que se han tejido entre víctimas y activistas han llevado a
que la violencia sexual haya pasado a ser uno de los temas centrales
de la agenda sobre género, paz y seguridad.
Cuando se pone el foco en un fenómeno tan complejo y devastador como es el de la violencia sexual se corre el riesgo de analizarlo de manera aislada, como un hecho en sí mismo. Así pues, uno de
los grandes aciertos de la autora es el de situar la violencia sexual en
un marco mucho más amplio de violencia patriarcal contra las mujeres en un contexto económico y político internacional determinado. Leatherman analiza la violencia sexual partiendo de la idea
de que el análisis de los conflictos armados desde una perspectiva de
género es un tema de enorme amplitud, y que la violencia sexual es
un elemento central, pero que se entrelaza con otras cuestiones
también de suma importancia. Desde esta mirada que asume la
complejidad es más difícil adoptar posturas paternalistas que infantilizan a las mujeres restándoles agencia y capacidad de respuesta.
Un análisis feminista de la violencia sexual permite abordarla desde
una perspectiva estructural que entiende que esta hunde sus raíces
en las profundas desigualdades que existen entre hombres y mujeres y en cómo el poder reviste un carácter patriarcal que se acentúa
de manera extrema en los contextos de violencia organizada. La experiencia histórica de la opresión da lugar a la violencia sexual contra las mujeres como un ejercicio de poder y siempre se produce
fruto de una estructura patriarcal, no como un hecho puntual.
Como Yolanda Aguilar y Amandine Fulchiron apuntaban en su
análisis sobre el conflicto armado que asoló Guatemala, «la violencia sexual es considerada como síntesis política de la opresión de las
mujeres».
La violencia sexual sintetiza el desprecio del patriarcado por las
mujeres y su cuerpo y considera el cuerpo femenino como un escenario de ejercicio de poder y dominación. El cuerpo es y ha sido
históricamente un campo de batalla más en los conflictos armados.
La violencia sexual tiene un carácter profundamente estructural y se
sirve del cuerpo de las mujeres para su sometimiento y el de otros
colectivos subordinados. Desentrañar los mecanismos de opresión y
visibilizarlos, como hace Janie L. Leatherman, es el primer paso para
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poner fin a la violencia sexual como arma de guerra y acabar con la
impunidad y el sometimiento de las mujeres en tiempos de paz y de
guerra.
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