Juan XXIII y Juan Pablo II, dos nuevos santos Un regalo de Dios cuyo legado sigue transformando al mundo Mónica Santamarina de Robles Vicepresidenta General y Vicepresidenta para América Latina y el Caribe de la Unión Mundial de las Organizaciones Femeninas Católicas (UMOFC) El próximo 27 de abril se llevará a cabo la canonización de dos grandes papas. Dos nuevos santos que, para dirigir a la Iglesia Universal, eligieron llamarse como el discípulo amado de Jesús: Juan XXIII y Juan Pablo II. Para nosotros los católicos es un verdadero privilegio el haberlos conocido y tener referencias cercanas de ellos a través de sus palabras, sus documentos, su presencia en los medios y, sobre todo, el testimonio de sus vidas. Son santos de nuestro tiempo, lo cual debe llenarnos de alegría y motivarnos para buscar nuestro propio camino a la santidad. Lo importante ahora es preguntarnos qué significa para toda la Iglesia y, en particular, para las mujeres católicas de hoy, la canonización de estos dos pontífices, tan queridos por todos. Empecemos por recordar lo que ambos tienen en común. Un reportero de L’Osservatore Romano le hizo esta pregunta al Cardenal Angelo Amato - Prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos- y él contestó, entre otras cosas, lo siguiente: “Ambos Pontífices tienen dos referencias comunes: el Concilio, como evento evangélico de caridad y de paz, y la Iglesia, como madre generosa y atenta, que se hace cercana a cada ser humano, para dar consuelo, ayuda, apoyo, esperanza. Juan XXIII es el Papa bueno, padre de todos, católicos o no. Él abrazaba a la humanidad y la bendecía. Juan Pablo II es el Papa que, en su centenar de viajes, visitó el mundo entero, haciéndose mensajero de paz, promotor de la vida, de la fraternidad entre los pueblos, de la acogida generosa a los necesitados… “Los dos –dijo el Cardenal Amato—fueron protagonistas del Vaticano II. Ambos alcanzaron el heroísmo de las virtudes cristianas, o sea, la santidad. Más aún, yo diría que la santidad es su atributo esencial. Santidad que significa vivir la vida del Evangelio en la situación en la que la Providencia les ponía. “Para Juan XXIII fue responder con valentía a la inspiración de convocar a un concilio ecuménico. Para Juan Pablo II fue haber actualizado el Vaticano II y hacer evidentes sus ricas implicaciones teológicas, litúrgicas, pastorales, devocionales y catequísticas…Hoy la Iglesia vive de esta doble herencia: de la sencillez del Papa bueno y del dinamismo del Papa misericordioso y sufriente”. -¿Qué más los une? “Los dos Pontífices fueron grandes exponentes de la devoción a la Madre de Dios, a cuya protección encomendaban su ministerio pontificio. Juan XXIII “Estad pues orgullosas de vuestra noble misión” Mientras ejercía su magisterio sacerdotal, el Papa Roncalli fue por 12 años asistente eclesiástico de la Unión de Mujeres Católicas en Italia. Una muestra del cariño que sentía por nosotras y del valor que daba al trabajo de las mujeres la tenemos en sus propias palabras, contenidas en el discurso dirigido el 3 de mayo de 1961 a las delegadas de la Unión Mundial de las Organizaciones Femeninas Católicas (UMOFC) en su cincuenta aniversario: “Y durante doce años consecutivos, esta misión sería una —si no la principal— de las múltiples solicitudes de nuestro joven sacerdocio. Este es uno de nuestros más queridos recuerdos y os muestra suficientemente que nuestro corazón se había aficionado a la bienhechora institución de que nacería después, como un nuevo retoño de un árbol vigoroso, la Juventud Femenina Católica Italiana, que prometía un porvenir tan magnífico.” En este mismo discurso el Papa bueno exhorta así a las mujeres católicas del mundo representadas en la UMOFC: “grandes son vuestras responsabilidades en el mundo de hoy, que espera de vosotras la luz de vuestra fe, el ardor de vuestra esperanza y el celo de vuestra caridad. ¡Que la extensión de vuestra influencia esté en proporción a las esperanzas que despierta!” Impulsa a las mujeres de dicha organización a un testimonio fiel al Evangelio, a semejanza de María; “…En una atmósfera de materialismo práctico y de egoísmo, vuestro testimonio insustituible es una fidelidad total al Evangelio y una vida que ofrece en torno vuestro el hermoso reflejo de las virtudes cristianas. A ejemplo e imitación de la Virgen María, generaciones de mujeres católicas han sabido impregnar de ellas progresivamente la vida de las familias y de la sociedad; a vosotras toca proseguir esta tarea trascendental.” Espera que cada una sea constructora de unidad. “…la mujer católica puede y debe ser, en su puesto, por el hecho de su naturaleza, de su vocación providencial y aptitudes, fuente e instrumento de unidad en la familia, la vida social, la sociedad, la vida nacional e internacional.” Les recomienda que tengan una acción apostólica que no conozca límites, de forma que, junto a su maternidad como principal tarea, ejerzan una cristiana influencia en sus ambientes de trabajo y en los adultos que ignoran la doctrina cristiana. Finalmente las exhorta a incidir, en base a las enseñanzas de la Iglesia, “en los grandes organismos internacionales” dónde tienen su puesto. Concluye su mensaje diciendo: “Estad, pues, orgullosas de vuestra noble misión, a la que os llama la Iglesia por nuestra humilde voz.” 53 años después, su mensaje tiene plena actualidad en este mundo tan necesitado de testimonios creíbles, de apóstoles que puedan dar a los demás razones de su esperanza y de mujeres valientes cuya acción no conozca límites. Cuanta vigencia sigue teniendo su llamado a la unidad, cuando las diferencias de ideología, raza o credo religioso continúan haciendo estragos. Juan XXIII vio en la participación de las mujeres en la vida pública uno de los signos de nuestro tiempo y no dejó de anunciar que ellas, conscientes de su dignidad, no habrían ya tolerado ser tratadas de un modo instrumental. Estoy convencida de que la mejor manera que las mujeres católicas de hoy tenemos para honrar su memoria y seguir su ejemplo es hacer eco de sus palabras y, como parte fundamental de la Iglesia, responder al llamado que hizo al inaugurar el Concilio Vaticano II a “manifestar a los hombres de estos tiempos la verdad pura y sincera de Dios, de tal manera que todos la entiendan con claridad y la sigan con agrado”. Juan Pablo II “Te doy gracias, mujer ¡por el hecho mismo de ser mujer!” Tuve la gran oportunidad de conocer a este gran Pontífice en su primera visita a mi país, México, cuando aún era una estudiante. Desde entonces su sonrisa, su calidez, sus palabras y la congruencia de su testimonio me conquistaron. Pude verlo y escucharlo en persona en numerosas ocasiones y observar cómo, mientras sus fuerzas físicas lo minaban, la fortaleza de su espíritu y su fe inquebrantables se robustecían. Fue tal el legado de Juan Pablo II que es imposible pretender describirlo en unas cuantas líneas. Solo recordemos, entre otras cosas, su gran amor a María, que dejó palpable en su escudo papal y en su lema; su insistencia en la nueva evangelización y en el llamado universal a la santidad; su amor por los niños y por los jóvenes a quienes siempre dio “razones para creer y razones para esperar”; su incansable lucha por el respeto a la vida y a la dignidad y derechos fundamentales de todas la personas; su labor constante a favor del reconocimiento y respeto de la dignidad de las mujeres y de nuestra vocación y misión; sus esfuerzos por lograr el diálogo, la paz y la reconciliación; su labor a favor de los matrimonios y la familia y su promoción del diálogo ecuménico e interreligioso. Durante su largo pontificado publicó 14 Encíclicas, 15 Exhortaciones apostólicas, 11 Constituciones apostólicas y 45 Cartas apostólicas. Pero de todo ello aquí nos corresponde recordar algo de lo mucho que dijo a las mujeres. ¡Cuánto trabajó para lograr que todos reconocieran nuestra dignidad y la grandeza de nuestra vocación y misión! Al respecto resulta indispensable mencionar la riqueza de la “Carta Apostólica Mullieris Dignitatem” sobre la dignidad y la vocación de la mujer, publicada en 1988. Años más tarde, en 1995, habría de escribir dos breves pero también extraordinarios documentos, notables por su sencillez y por la riqueza de su contenido: su Mensaje para la celebración de la XXIII Jornada Mundial de la Paz titulado “La Mujer Educadora para la Paz” y la “Carta del Papa Juan Pablo II a las Mujeres”. Recordemos como a lo largo de estos documentos y de muchos otros mensajes y discursos habla de cómo Dios le confía de una manera especial a las mujeres al ser humano y explica claramente el origen de la igual dignidad de hombres y mujeres y la complementariedad de la femineidad y la masculinidad, así como la igual responsabilidad de hombres y mujeres en el llamado a administrar los recursos de la tierra con responsabilidad. Es él quien defiende nuestra vocación a la “maternidad física y la “maternidad espiritual”, así como nuestro papel fundamental en la familia y nuestra misión insustituible como educadoras para la paz. En numerosas ocasiones dio gracias por todas las mujeres y por “el genio femenino”, reconociendo sus enormes contribuciones en la historia de la humanidad. Por otro lado, habló del “difícil camino de la mujer despreciada en su dignidad, olvidada en sus prerrogativas, marginada frecuentemente e incluso reducida a la esclavitud y víctima de toda clase de abusos”, así como de los obstáculos que, en tantas partes del mundo impiden aun su plena inserción en la vida social, económica y política, la cual siempre consideró urgente, como lo muestran sus constantes llamados a todos para hacer lo necesario a fin de devolver a las mujeres el pleno respeto de su dignidad y de su papel. Nos habló también de que “el secreto para recorrer libremente el camino del pleno respeto a la identidad femenina no está solamente en la denuncia de las discriminaciones y las injusticias, sino, sobre todo, en un eficaz e ilustrado proyecto de promoción que contemple todos los ámbitos de la vida femenina”. En numerosas ocasiones pidió a las mujeres ayudar a otras mujeres y dejó muy claro su mensaje en estas líneas: “Cuando las mujeres tienen la posibilidad de transmitir plenamente sus dones a toda la comunidad, cambia positivamente el mismo modo de comprenderse y organizarse la sociedad, llegando a reflejar mejor la unidad sustancial de la familia humana.” ¡Qué gran responsabilidad tenemos en nuestras manos! Ahora que festejamos y damos gracias por estos dos nuevos santos, pido al Señor, por la intercesión de la Santísima Virgen de Guadalupe, patrona de América, y a quien Juan Pablo II tuvo una gran devoción, nos ilumine a todas las mujeres para hacer vida el gran mensaje que estos dos grandes Papas nos dejaron. El conocer y llevar a la práctica sus enseñanzas e imitar, en nuestras propias circunstancias, su testimonio de santidad, es lo mejor que podemos hacer para honrar su memoria y ser auténticas “dadoras de vida” y “constructoras de la paz y la esperanza”. El camino por recorrer es aún muy grande, pero, como ambos nos enseñaron, no temamos y abramos, de par en par, las puertas a Cristo.