Texto 1 Asentí. Esta es la historia que contó, alternando el inglés

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Texto 1
Asentí. Esta es la historia que contó, alternando el inglés con el español, y aun con el portugués:
“Hacia 1922, en una de las ciudades de Connaught, yo era uno de los muchos que conspiraban por la independencia
de Irlanda. De mis compañeros, algunos sobreviven dedicados a tareas pacíficas; otros, paradójicamente, se baten
en los mares o en el desierto, bajo los colores ingleses; otro, el que más valía, murió en el patio de un cuartel, en el
alba, fusilado por hombres llenos de sueño; otros (no los más desdichados) dieron con su destino en las anónimas y
casi secretas batallas de la guerra civil. Éramos republicanos, católicos; éramos, lo sospecho, románticos. Irlanda no
sólo era para nosotros el porvenir utópico y el intolerable presente; era una amarga y cariñosa mitología, era las
torres circulares y las ciénagas rojas, era el repudio de Parnell y las enormes epopeyas que cantan el robo de toros
que en otra encarnación fueron héroes y en otras peces y montañas... En un atardecer que no olvidaré, nos llegó un
afiliado de Munster: un tal John Vincent Moon.
Tenía escasamente veinte años. Era flaco y fofo a la vez; daba la incómoda impresión de ser invertebrado.
Texto 2
Y acto seguido (aunque en el fondo lo que desea es levantarse de ese sillón y salir de la sala y de la casa y alejarse de
ese barrio) se pone a contar la película. Se la cuenta a la chica pálida, que lo escucha con una expresión de disgusto y
de desinterés en el rostro (como si el disgusto y el desinterés fueran indisociables), pero en realidad a quien se la
está contando es a U, o eso es lo que, en medio de sus palabras torpes y rápidas, la conciencia de B cree.
En su memoria esta película está marcada a fuego. Aún hoy la recuerda incluso en pequeños detalles. En esa época
la acababa de ver, así que su narración debió ser, por lo menos, vívida. La película cuenta la historia de un monje
pintor de iconos de la Rusia medieval. A través de las palabras de B van desfilando los señores feudales, los popes,
los campesinos, las iglesias quemadas, las envidias y la ignorancia […]
Texto 3
De los muchos problemas que ejercitaron la temeraria perspicacia de Lönnrot, ninguno tan extraño —tan
rigurosamente extraño, diremos— como la periódica serie de hechos de sangre que culminaron en la quinta de
Triste-le-Roy, entre el interminable olor de los eucaliptos. Es verdad que Erik Lönnrot no logró impedir el último
crimen, pero es indiscutible que lo previó. Tampoco adivinó la identidad del infausto asesino de Yarmolinsky, pero sí
la secreta morfología de la malvada serie y la participación de Red Scharlach, cuyo segundo apodo es Scharlach el
Dandy. Ese criminal (como tantos) había jurado por su honor la muerte de Lönnrot, pero éste nunca se dejó
intimidar. Lönnrot se creía un puro razonador, un Auguste Dupin, pero algo de aventurero había en él y hasta de
tahúr.
El primer crimen ocurrió en el Hôtel du Nord, ese alto prisma que domina el estuario cuyas aguas tienen el color del
desierto.
Texto 4
Emergí a una suerte de plazoleta; mejor dicho, de patio. Lo rodeaba un solo edificio de forma irregular y altura
variable; a ese edificio heterogéneo pertenecían las diversas cúpulas y columnas. Antes que ningún otro rasgo de ese
monumento increíble, me suspendió lo antiquísimo de su fábrica. Sentí que era anterior a los hombres, anterior a la
tierra. Esa notoria antigüedad (aunque terrible de algún modo para los ojos) me pareció adecuada al trabajo de
obreros inmortales. Cautelosamente al principio, con indiferencia después, con desesperación al fin, erré por
escaleras y pavimentos del inextricable palacio. (Después averigüé que eran inconstantes la extensión y la altura de
los peldaños, hecho que me hizo comprender la singular fatiga que me infundieron.) Este palacio es fábrica de los
dioses, pensé primeramente. Exploré los inhabitados recintos y corregí: “Los dioses que lo edificaron han muerto”.
Noté sus peculiaridades y dije: “Los dioses que lo edificaron estaban locos”.
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