LOS PERIODOS DEL CONFLICTO

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CAPÍTULO 1
LOS PERÍODOS DE LA VIOLENCIA
1.1. LOS DATOS CENTRALES DEL CONFLICTO ARMADO INTERNO
El conflicto armado interno vivido por el Perú entre 1980 y el 2000 ha sido el de mayor duración,
el de impacto más extenso sobre el territorio nacional y el de más elevados costos humanos y
económicos de toda nuestra historia republicana. El número de muertes que ocasionó
este
enfrentamiento supera ampliamente las cifras de pérdidas humanas sufridas en la guerra de la
independencia y la guerra con Chile -los mayores conflictos en que se ha visto comprometida la
nación.
Si bien la CVR ha recibido reportes de 23,969 peruanos muertos o desaparecidos, los
cálculos y las estimaciones estadísticas realizadas nos permiten afirmar que la cifra total de
víctimas fatales del conflicto armado interno superaría en 2.9 veces esa cantidad. Aplicando una
metodología llamada Estimación de Múltiples Sistemas, la CVR ha estimado que el número total de
peruanos que pudieron haber muerto en el conflicto armado interno es de 69,280 personas.1
Con esta metodología estadística, la CVR ha estimado que 26,259 personas murieron o
desaparecieron a consecuencia del conflicto armado interno en el departamento de Ayacucho entre
1980 y 2000. Si la proporción de víctimas estimadas para Ayacucho respecto de su población en
1993 fuese la misma en todo el país, el conflicto armado interno habría causado cerca de 1.2
millones de víctimas fatales en todo el Perú, de las cuales aproximadamente 340,000 habrían
ocurrido en la ciudad de Lima Metropolitana, el equivalente a la proyección al año 2000 de la
población total de los distritos limeños de San Isidro, Miraflores, San Borja y La Molina. Así,
conjuntamente con las brechas socioeconómicas, el proceso de violencia puso de manifiesto la
gravedad de las desigualdades de índole étnico-cultural que aún prevalecen en el país. Y es que la
violencia impactó desigualmente distintos espacios geográficos y diferentes estratos de la
población. Una tragedia humana de estas proporciones puede resultar inverosímil, pero es la que
1
En un intervalo de confianza al 95% cuyos límites inferior y superior son 61,007 y 77,552 personas respectivamente.
Para mayores detalles véase el anexo del presente informe titulado: ¿Cuántos peruanos murieron?: Estimación del
número total de víctimas fatales del conflicto armado interno entre 1980 y 2000.
sufrieron las poblaciones del Perú rural, andino y selvático, quechua y asháninka, campesino, pobre
y poco educado, sin que el resto del país la sintiera y asumiera como propia.
1.2. EL CONTEXTO DEL CONFLICTO
La causa inmediata y fundamental del desencadenamiento del conflicto armado interno fue la
decisión del PCP-SL de iniciar una guerra popular contra el Estado peruano2. En nuestro país no se
repite el esquema clásico latinoamericano de agentes del Estado como perpetradores casi
exclusivos enfrentados a grupos subversivos con un uso restringido de la violencia y, sobre todo, a
civiles desarmados. Por un lado, la violencia armada en contra de la población civil la inicia el
principal grupo subversivo, el PCP Sendero Luminoso, utilizando de manera sistemática y masiva
métodos de extrema violencia y terror sin guardar respeto a normas básicas sobre la guerra y los
derechos humanos. Por otro lado, dicha violencia subversiva estuvo dirigida contra los
representantes y partidarios del «antiguo orden» en las áreas iniciales del conflicto armado
(Ayacucho, Apurímac) por lo que la mayor parte de víctimas de las acciones senderistas estuvieron
entre campesinos o pequeñas autoridades locales y no entre miembros de las elites políticas o
económicas del país. Desde entonces fue responsable del uso sistemático y masivo de métodos de
extrema violencia y terror sin guardar respeto por las normas básicas sobre la guerra y los derechos
humanos, hasta llegar a acumular el 53.68% de los muertos y desaparecidos reportados a la CVR,
convirtiéndose así en el primer perpetrador.
Frente a la guerra desatada por el PCP-SL, el Estado tuvo el derecho y el deber de defenderse,
siempre garantizando la defensa y vigencia de los derechos fundamentales de sus ciudadanos. Sin
embargo, la Comisión constata que, paradójicamente, las etapas más duras del conflicto en lo que a
violaciones de los derechos humanos se refiere, transcurrieron en democracia. El mayor número de
víctimas, muertes y desapariciones forzadas, incluyendo los tres picos de 1984, 1989 y 1990,
ocurrieron cuando el país tenía gobiernos democráticos, surgidos de elecciones libres, sin exclusión
de partidos ni fraudes electorales, por lo menos antes del autogolpe del 5 de abril de 1992.
Asimismo, entre 1980 y 1990, se dio una de las etapas con mayor número de procesos electorales
democráticos a nivel nacional, regional y municipal de toda la historia republicana, con la
excepción puntual de las áreas directamente afectadas por la violencia que atravesaron por
circunstancias particulares.
El Estado no tuvo capacidad para contener el avance de la subversión armada, que se expandió
en unos años a casi todo el país.3 Los gobernantes aceptaron la militarización del conflicto,
2
Para un análisis detallado sobre este punto y los diferentes tipos de causas (históricas, institucionales, coyunturales) del
conflicto ver capítulo correspondiente.
3
La CVR ha recibido testimonios de muertes y desapariciones como producto del conflicto armado interno en todos los
departamentos, salvo Moquegua y Madre de Dios. Sólo en Tacna (1) y en Tumbes (4) la cifra de víctimas reportadas a la
CVR es de un dígito.
54
abandonando sus fueros y prerrogativas para dejar la conducción de la lucha contrasubversiva en
manos de las Fuerzas Armadas (FFAA). En relación a este punto, los gobiernos elaboraron
hipótesis equivocadas sobre las organizaciones subversivas y procedieron a dar una respuesta
fundamentalmente militar que terminó por agravar el conflicto, propiciando su escalada tal como el
PCP-SL buscaba. Si bien, dada la gravedad de los hechos, era inevitable que el Estado utilizara a
sus fuerzas armadas para hacerle frente, declarando además los estados de excepción, los gobiernos
lo hicieron sin tomar las previsiones del caso para impedir atropellos a los derechos fundamentales
de la población. Peor aún, a la abdicación de la autoridad civil en la conducción de la respuesta
estatal contrasubversiva se sumó la desatención a las denuncias de violación de los derechos
humanos e incluso, en varios casos, la garantía de impunidad que se facilitó a los responsables de
las mismas. Según los casos reportados a la CVR, los agentes del Estado, Comités de Autodefensa
y paramilitares son responsables del 37.26% de muertos y desaparecidos. De estos, especialmente
miembros de las fuerzas armadas escalaron la violencia iniciada por el PCP-SL, resultando
responsables del 28.73% de muertos y desaparecidos reportados a la CVR. Si bien en nuestro país
no se repite el esquema clásico latinoamericano, ello no exime la responsabilidad por la
acumulación de graves denuncias sobre sus agentes que, incluso investigadas, no fueron
sancionadas.
En efecto, otra de las peculiaridades del conflicto armado interno es que hubo importante
información, denuncias e investigación sobre los hechos de violencia y las violaciones a los
derechos humanos. A diferencia de lo acontecido en otros lugares, el país contó con una cobertura
amplia de los hechos y con libertad de prensa hasta para las organizaciones subversivas. En las
áreas de conflicto, sin embargo, hubo hostigamiento a la prensa y hasta asesinatos de periodistas.
Por su parte, las organizaciones defensoras de los derechos humanos realizaron numerosas
denuncias específicas y acopiaron información sobre la guerra interna.
Hubo, también, investigaciones periodísticas, parlamentarias y, en menor medida, judiciales
que lamentablemente tuvieron poco éxito en cuanto a la sanción efectiva de los responsables. Sin
embargo, la Comisión constata, con sus resultados, que hubo también un sesgo en el recojo de
dicha información y realización de investigaciones y denuncias, pues no se hizo el mismo esfuerzo
por recoger denuncias que apuntaban a la responsabilidad de los grupos subversivos. Debido a ello,
estimaciones realizadas anteriormente por otras instituciones, oficiales o particulares, situaban la
responsabilidad del PCP-SL en menos del 10% mientras elevaban las atribuidas a los agentes del
Estado a más del 80%.
A pesar de esta constatación, la Comisión no puede dejar de señalar que la respuesta de los
organismos del Estado a la violencia subversiva alcanzó también márgenes extremos que
rompieron con un patrón singular de las FFAA peruanas. Durante la dictadura que dirigieron entre
1968-1980, años sombríos para los derechos humanos en América Latina, los militares peruanos
registraron pocas violaciones de este tipo, toleraron la existencia de organizaciones y de
55
propaganda
izquierdista
y,
más
aún,
cumplieron
ellos
mismos
reformas
reclamadas
tradicionalmente por las izquierdas. Si bien en los últimos años de la década del setenta, el
gobierno militar endureció sus acciones contra las fuerzas de izquierda mediante la severa
represión policial de las protestas sociales y el incremento de las deportaciones de opositores,
quedó lejos del nivel de violencia desplegado a partir de 1983, cuando ingresaron al combate
directo contra Sendero Luminoso.
Por todo lo expuesto, es importante analizar el conflicto peruano como parte de un proceso en
el que las acciones de violencia transcurrieron a lo largo de varios años, con incrementos graduales
de intensidad y extensión geográfica, afectando principalmente a zonas marginales al poder político
y económico y dejando a los campesinos indígenas como símbolos por excelencia de las víctimas.
En varios de estos lugares, una vez controlada la amenaza subversiva armada, las poblaciones
quedaron bajo control militar por extensos períodos. La aparente lejanía del poder y de los núcleos
de decisión, en un país fuertemente centralizado, permitió que el «problema de la violencia»,
crucial y cotidiano para cientos de miles de peruanos, se mantuviese como un tema secundario para
las agendas pública y privada del país por varios años.
La gravedad de la situación peruana, sin embargo, no se limitó a un conflicto no convencional
entre organizaciones subversivas armadas y agentes del estado, sino que incluyó en el mismo
período 1980-2000 la peor crisis económica del siglo que desembocó en un proceso
hiperinflacionario inédito en el país; momentos de severa crisis política que incluyeron el
debilitamiento del sistema de partidos y la aparición de liderazgos providenciales, un autogolpe de
Estado y hasta el abandono de la Presidencia de la República en medio de uno de los mayores
escándalos de corrupción de la historia peruana; el fenómeno del narcotráfico coincidió tanto con el
surgimiento y expansión del fenómeno subversivo armado como con su represión. El crecimiento
de las áreas de cultivo de coca destinadas al narcotráfico, principalmente en la ceja de selva, facilitó
la aparición de espacios muy particulares en los que había retrocedido la presencia estatal mientras
crecía la de grupos armados irregulares vinculados a dicha actividad ilícita. De esta manera, la zona
del Alto Huallaga se convertiría, desde mediados de los ochenta, en uno de los escenarios de
mayores enfrentamientos de todo el conflicto interno, quedando convertido el río Huallaga en la
fosa de restos humanos más grande del país. En tales circunstancias, todos los actores que
intervinieron en la zona terminaron siendo afectados por el narcotráfico y la corrupción que de éste
se deriva. Por último, el conflicto armado interno coincidió también con una coyuntura de
relaciones exteriores delicada, dado que el país enfrentó dos conflictos bélicos externos contra
Ecuador en 1981 y 1995.
1.3. ANTECEDENTES
56
El Perú no había sufrido conflictos armados internos significativos antes de 1980. Los momentos
de mayor agitación política y convulsión social con estallidos de violencia armada (1930-1934,
1948-50, 1965, 1977-80) duraron poco tiempo, tuvieron un carácter local antes que nacional y no
registraron un gran número de muertes o desapariciones forzadas. Todos los casos vistos en
perspectiva histórica parecieron circunscritos a coyunturas muy específicas, de corta duración y
nunca tuvieron un despliegue nacional. Las respuestas estatales fueron muy violentas, en ocasiones,
pero no se consolidó un modelo de Estado represivo a gran escala, que tuviese extensas áreas del
territorio controladas bajo algún régimen nacional de excepción, entre otras razones porque no
hubo recursos para sostener un régimen de ese tipo.
El Estado, que había sido sumamente débil en el país, registró una expansión acelerada en
la segunda mitad del siglo veinte, especialmente durante la década del setenta. La renovada
presencia estatal en las esferas económica, social y política, alcanzó también a zonas marginales
como el área rural andina, escasamente vinculada al Estado si no era a través del servicio militar
obligatorio o la escuela primaria. A pesar de ello, la presencia estatal mediante infraestructura o
servicios siguió siendo ínfima en dicha zona del país, en comparación con las más urbano costeñas.
Un rasgo característico del país ha sido su frágil integración nacional, expresada en la gran
fragmentación de sus espacios regionales y la falta de reconocimiento cabal de la diversidad étnica
de sus habitantes. En ese contexto, se constata la imposición de patrones culturales occidentales y
la tendencia a marginar a los demás sectores, especialmente a los rurales indígenas. Sin un sistema
educativo nacional e integrador ni revoluciones populares como la mexicana o boliviana, los
procesos de integración social y cultural más radicales del país han surgido de proyectos
autoritarios como el del General Velasco (1968-1975) o a través del impulso de los mismos actores
bajo la forma de desborde popular.
Los acelerados cambios demográficos y las transformaciones en el aparato productivo
ocurridos a partir de la década del cuarenta transformaron radicalmente el perfil poblacional del
país. En pocos años, el acelerado crecimiento demográfico y la migración del campo a la ciudad,
produjeron un país más poblado y más urbano. De los 6.2 millones de habitantes de 1940 se pasó a
17 millones en 1981. Las políticas económicas aplicadas, mientras tanto, contribuyeron a ampliar la
brecha entre ricos y pobres, aumentando el número de estos últimos, especialmente en las áreas
rurales andinas, cuyos habitantes de menores ingresos son los más pobres del país.
El gobierno de Velasco transformó radicalmente la sociedad peruana anterior a 1968 y creó
un nuevo escenario militar en el que se desenvolvieron los principales actores del proceso de
violencia. De las numerosas medidas realizadas por este gobierno, tienen particular importancia
para dicho proceso la reforma agraria, la expansión industrial, el reconocimiento de sindicatos, la
reforma educativa y la radicalización de discursos. El gobierno militar impulsó una corriente de
opinión en contra de los partidos políticos y la democracia parlamentaria. Persiguió a los miembros
de Acción Popular, el partido del ex presidente Belaunde, alentando más adelante un régimen al
57
que denominaba del «no partido». Asimismo, incentivó el contacto directo con la población al que
denominó «binomio pueblo-fuerza armada».
La expansión del sistema educativo, en todos sus niveles, fue intensa y sin correlato con un
crecimiento económico que asegure la absorción de la población educada por un mercado laboral
formal. En términos sociales y culturales, los efectos fueron bastante más allá de la insatisfacción
de expectativas económicas. La educación proporcionó un «mito de progreso» a cientos de miles
de peruanos que por su procedencia étnica, capacidad económica o lugar de residencia se
encontraban bastante lejos de poder transformar su condiciones de existencia y de participar en el
proceso político nacional de otra manera.
Hasta la década del setenta la economía peruana se caracterizó por presentar una
industrialización escasa y tardía, a la que correspondió una clase obrera de reducido tamaño y sin
mayor presencia en la escena política nacional. La abundancia y diversidad de materias primas, en
un país casi desprovisto de servicios públicos, permitió relegar por varias décadas la
industrialización. No obstante, este carácter primario de la economía peruana no implicó una
dependencia total del capital norteamericano como ha ocurrido en varios casos latinoamericanos de
economías similares. La inversión norteamericana en el Perú no ha sido permanente sino
concentrada en algunos períodos de la historia republicana, como 1919-30, 1948-56, etc.
No ha existido en el país una tradición de organizaciones subversivas armadas. De las
excepciones registradas, el aparato militar y clandestino aprista prefirió la toma de ciudades y las
acciones de propaganda armada urbana a la creación de focos guerrilleros permanentes y siempre
estuvo subordinado a una estrategia política general orientada a lograr la inclusión del partido en la
escena política legal. Las guerrillas de1965 pugnaron por insertarse en el campo pero sufrieron una
rápida derrota militar.
1.4. LOS PERÍODOS DEL CONFLICTO ARMADO INTERNO
Ante la complejidad del escenario en el que se desarrolló la violencia, la Comisión de la Verdad y
Reconciliación ha estudiado los veinte años y seis meses del conflicto armado interno peruano
(mayo de 1980-noviembre de 2000) a partir de la lógica interna de los acontecimientos y siguiendo
las estrategias de los actores directos implicados en el proceso, así como las diversas posiciones
frente al mismo asumidas por otros actores políticos y sociales. En dicha explicación, se
reconstruyen los contextos de las principales acciones y decisiones, viendo las distintas opciones al
alcance de los actores para evitar anacronismos al interpretar hechos del pasado a partir de
conocimiento no disponible en el momento de su ocurrencia.
Para ello, la CVR optó por establecer una periodización propia que divide al conflicto
armado interno en cinco etapas definidas por puntos de quiebre que no coinciden con las fechas de
58
inicio y culminación de los gobiernos que tuvo el país entre mayo de 1980 y noviembre del 20004
porque el proceso analizado no siempre sufrió modificaciones sustanciales al producirse los relevos
presidenciales y, en varias oportunidades, las decisiones adoptadas por alguna administración en
materia de contrasubversión tuvieron consecuencias que abarcaron a los siguientes períodos
presidenciales.
Asimismo, al tratarse de un conflicto armado no convencional, las principales acciones
estudiadas por la CVR en función de su mandato, transcurrieron usualmente fuera de los escenarios
públicos del país y sin un seguimiento continuo por los medios de comunicación nacionales. Por
ello, al utilizar una periodización original del proceso 1980-2000, la CVR ofrece una interpretación
del conflicto mismo, de las estrategias de los actores, de las víctimas y las consecuencias, tomando
siempre en cuenta el contexto en que el que se desenvolvieron las acciones. Al obrar de esta
manera, la CVR ha buscado apartarse de las historias oficiales de la guerra interna, como las
construidas por el PCP SL para justificar su guerra popular o por el primer gobierno del ingeniero
Alberto Fujimori para afirmar su agenda política en contra de lo que denominaba «partidos
tradicionales».
Si bien toda esfuerzo de organización temporal supone un margen de arbitrariedad en la
selección de los criterios para definir las etapas, la CVR ha optado por construir una periodización
que refleje lo ocurrido como parte de un proceso nacional y recupere la secuencia de
acontecimientos basados en sus propios hallazgos e investigaciones. De esta manera, se han
establecido los siguientes períodos:
1. El inicio de la violencia armada (mayo 1980-diciembre 1982)
Comprende desde la primera acción cometida por el Partido Comunista del Perú Sendero
Luminoso en Chuschi, Cangallo, el 17 de mayo de 1980 hasta la disposición presidencial del 29 de
diciembre de 1982 que dispone el ingreso de las fuerzas armadas a la lucha contrasubversiva en
Ayacucho.
2. La militarización del conflicto (enero 1983-junio 1986)
Abarca desde la instalación el 1 de enero de 1983 del Comando Político-Militar de Ayacucho a
cargo del general Roberto Clemente Noel Moral, hasta la matanza de los penales del 18-19 de junio
de 1986.
4
El proceso analizado por la CVR comprende los gobiernos del general Francisco Morales Bermúdez en su fase final
(del 17 de mayo al 28 de julio de 1980), del arquitecto Fernando Belaunde Terry (del 28 de julio de 1980 al 28 de julio de
1985), del doctor Alan García Pérez (del 28 de julio de 1980 al 28 de julio de 1990) y del ingeniero Alberto Fujimori
Fujimori (del 28 de julio de 1990 al 5 de abril de 1992; del 5 de abril de 1992 al 28 de julio de 1995; del 28 de julio de
1995 al 28 de julio de 1995 al 28 de julio de 2000 y de esta fecha al 20 de noviembre del mismo año).
59
3. El despliegue nacional de la violencia (junio 1986-marzo 1989)
Es la etapa que va desde la mencionada matanza de los penales de junio de 1986 hasta el 27 de
marzo de 1989, fecha del ataque senderista, con apoyo de narcotraficantes, al puesto policial de
Uchiza en el departamento de San Martín.
4. La crisis extrema: ofensiva subversiva y contraofensiva estatal (marzo 1989-setiembre de 1992)
Se inicia inmediatamente después del asalto senderista al puesto de Uchiza y culmina el 12 de
setiembre de 1992 con la captura en Lima de Abimael Guzmán Reinoso y algunos de los
principales dirigentes de su organización realizada por el GEIN.
5. Declive de la acción subversiva, autoritarismo y corrupción (setiembre 1992-noviembre 2000)
Este último período comienza con la captura de Guzmán y otros líderes senderistas y se extiende
hasta el abandono del país del ingeniero Alberto Fujimori.
1.4.1. Primer período: el inicio de la violencia armada (mayo de 1980-diciembre de 1982)
El conflicto armado interno que padeció el Perú se inicia con la decisión del PCP-SL de declarar la
guerra al Estado peruano que deseaba destruir. La acción simbólica que caracteriza este comienzo
de la lucha armada fue la quema pública de las ánforas electorales en el distrito de Chuschi
(Cangallo-Ayacucho) el 17 de mayo de 1980, con ocasión de las elecciones generales. Con ello, el
PCP-SL se automarginó del proceso democrático abierto con los comicios celebrados ese día, luego
de diecisiete años, y dio inicio a una violenta campaña para destruir el Estado peruano y someter a
la sociedad peruana a un régimen autoritario y totalitario bajo su conducción. Esta etapa finalizará
cuando, a fines de 1982, entren a tallar en el conflicto las FFAA.
En un principio, Sendero Luminoso realizó atentados aislados contra la propiedad pública y
privada y acciones de propaganda armada. La gravedad de sus actos fue aumentando
progresivamente, llegando al asesinato sistemático y a los ataques contra las fuerzas policiales,
buscando provocar una mayor dureza en las respuestas estatales en su contra, hasta lograr que se
definiese una situación de conflicto armado interno.
El conflicto armado interno fue percibido inicialmente como un hecho marginal, enfocado
con una combinación de subestimación y desconcierto que permitió el crecimiento de la presencia
senderista, en ciertas áreas del departamento de Ayacucho y Huancavelica. El PCP SL no apareció
de inmediato en los medios de comunicación nacional como el único responsable de las acciones
sino recién cuando se le atribuyó directamente la actoría de las mismas. Aun así, se trataba de una
agrupación muy pequeña dentro de un conglomerado de organizaciones radicales izquierdistas
60
difíciles de identificar por alguien que no estuviese familiarizado con ellas. Los temas vinculados a
la transferencia de poder a los civiles después de doce años de dictadura militar atrajeron mayor
atención de la opinión pública, pero, al mismo tiempo, despertaron suspicacias entre los círculos
izquierdistas que atribuyeron a las fuerzas del orden la autoría de los atentados, al igual que en
otros países de América Latina.
Si en años anteriores no se descartaba el alzamiento en armas de algunos grupos radicales
de izquierda, el fenómeno particular iniciado por el PCP-SL desconcierta a las fuerzas del orden.
En general, éstas hubieran esperado más bien la repetición de un proceso guerrillero similar al
ocurrido en 1965. La formación contrasubversiva que habían recibido distintas unidades las
preparaba únicamente para fenómenos de este tipo o, en el mejor de los casos, para enfrentar a
grupos armados semejantes a los que por esos años actuaban en otros países de América Latina. Al
tener muchas dificultades para definir con claridad a qué tipo de adversario se enfrentaban, los
trabajos de inteligencia del período previo e inicial estuvieron erróneamente dirigidos. Las
posibilidades de evitar el curso de los acontecimientos a partir del trabajo de este tipo fueron
escasas debido al muy reducido tamaño de la organización, a su similitud con muchas otras
agrupaciones de izquierda radical que postulaban la lucha armada y a su mínimo equipamiento
militar antes de 1980. Sin embargo, las posiciones frente al problema inicial de la «falta de
inteligencia» son todavía fuertes. Para representantes del entonces gobierno de Acción Popular, la
responsabilidad mayor recae en el gobierno del general Francisco Morales Bermúdez que lo
antecedió:
Lo grave es que no solamente se sustraen de la responsabilidad de haber descubierto y combatido con
anterioridad a este movimiento, sino que en la hora crítica del problema tampoco lo afrontan. Dejan
desmantelado al Ministerio del Interior. No sé si al interior de las Fuerzas Armadas reservaron
documentación. Creo que sí por la cuestión ésta de espíritu de cuerpo, pero cuando llega el gobierno
constitucional no (se) encuentra nada [...]».5
La respuesta de Morales Bermúdez es elocuente:
Fueron detectados determinados elementos de Sendero como personas de cierta tendencia,
pero en ningún momento hubo (en 1979 y en 1980) una información de Inteligencia que
dijera ‘cuidado, aquí ya tenemos un problema’. Eso nunca, nunca hubo eso, en la vida. (…)
Entonces sí había ese sistema (de Inteligencia) así montado y los comandantes generales
que me habían servido a mí fueron comandantes generales de Belaunde, ¿cómo el gobierno
podía no disponer de la Inteligencia para acabar el problema? Era imposible. Yo a Belaunde
lo llamo, a los tres comandantes generales y su servicio de Inteligencia no tiene esta
información. ¡Caramba! Todos los servicios de Inteligencia tienen sus informaciones
porque eran informaciones cruzadas. Entre todos los servicios incluyendo el del Ministerio
del Interior se cruzaban informaciones permanentes sobre el frente interno, el frente
externo. De manera que ésa es una versión que se manejó mucho».6
5
6
Luis Pércovich, Ministro del Interior durante el gobierno de AP, Entrevista CVR 28.08.02.
Morales Bermúdez, Entrevista CVR 03.10.02.
61
En los dos años y medio que duró la fase inicial del conflicto estudiado por la CVR,
Sendero Luminoso tuvo un terreno inmejorable para desarrollar sus planes y corregir sus errores. El
tratamiento exclusivamente policial que dio el presidente Belaunde a las primeras acciones
senderistas correspondía, en buena medida, a la respuesta de un gobierno civil que no podía delegar
inmediatamente el problema a las fuerzas armadas sin dar una imagen de debilidad y sin ceder
prerrogativas constitucionales propias de un régimen democrático.
1.4.1.1 Las primeras acciones: un problema menor para el país
El PCP SL inició su autodenominada guerra popular contra el Estado peruano mediante una serie
de atentados con explosivos contra instalaciones públicas en diversas partes del país, aunque
desplegando más recursos en Ayacucho. Si bien la quema de ánforas en Chuschi sería vista como
un hecho aislado, debe precisarse que hubo acciones menores en otras partes del país como Lima y
La Oroya.
En las semanas que siguieron al ataque del 17 de mayo de 1980, grupos de senderistas
arrojaron bombas incendiarias contra el local de la municipalidad de San Martín de Porres,
destruyendo documentación y enseres, y contra la tumba del general Velasco. Hasta el 28 de julio,
día del cambio de gobierno, hubo diversas acciones de propaganda, robo de cartuchos de dinamita
y armas. No hubo, en ese lapso, una respuesta estatal directa contra Sendero Luminoso de parte del
gobierno militar. El mismo día de la juramentación de Fernando Belaunde Terry se produjo un
apagón parcial por el derribo de una torre en Huancavelica y un ataque con explosivos al local de
Acción Popular en Pasco. En general, los medios de comunicación cubrieron escasamente las
primeras acciones de propaganda armada senderistas, prácticamente irrelevantes ante la
trascendencia de los debates propios de la transferencia del poder a los civiles.
El Presidente entrante encontró un país radicalmente distinto al que dejó. El nuevo
escenario le exigió lidiar con nuevos actores políticos y sociales. Entre los primeros, el gobierno de
Acción Popular ya no tuvo que enfrentar una oposición parlamentaria de derecha, como la de
APRA-UNO en su primera administración (1963-68), sino una de la izquierda sin precedentes por
su radicalidad y tamaño. En el plano social, Belaunde enfrentaba por primera vez fuertes
organizaciones gremiales y sindicales con presencia nacional, tales como el SUTEP, la CGTP, la
CCP o la Federación Minera, que venían de la experiencia reciente de las luchas contra el gobierno
militar y mantenían estrechos lazos con la izquierda parlamentaria y amplia cobertura en medios
opositores.
En cuanto a la respuesta a la lucha armada, el gobierno de Acción Popular, al igual que la
mayoría de actores en el país, no terminó de comprender lo que implicaba el desafío planteado al
Estado por Sendero y su guerra popular. Por varios años, el tema no ocupó un lugar prioritario
dentro de la agenda estatal ni de las preocupaciones sociales fuera de las zonas de emergencia. Fue
62
tratado como un problema de delincuencia común susceptible de ser resuelto mediante la
neutralización de individuos (los «delincuentes terroristas»). En ese momento, sin embargo,
factores ajenos a la guerra interna afectaban el desempeño policial. Entre los más importantes, la
extensión de la corrupción vinculada al narcotráfico y las disputas y tensiones entre institutos
policiales (Guardia Civil, Guardia Republicana y Policía de Investigaciones), propiciadas por
arraigadas y contrapuestas identidades corporativas. A lo largo del quinquenio, además, se va a
insistir en la vinculación entre Sendero Luminoso y parte de la izquierda legal, al punto que el
gobierno se resistirá a liberar a militantes de IU encarcelados por acusaciones de terrorismo.
Al margen de las discusiones en la escena oficial, el PCP SL utilizó consistentemente todos
los espacios políticos a su disposición, construyendo su organización prácticamente sin alteraciones
significativas de sus planes originales. Las respuestas del Estado y de la sociedad estuvieron
mediatizadas por razones ajenas al proceso subversivo mismo. Para algunos sectores era imposible
aislar al PCP-SL del resto de la izquierda radical mientras que para otros la guerra sucia era
inevitable por la naturaleza misma del Estado. La Policía de Investigaciones logró éxitos en los
medios urbanos al capturar a cientos de senderistas (por ello, el PCP-SL tuvo que concentrarse en
liberar a sus presos) mientras que en el campo el avance policial fue ínfimo, en parte por la
insuficiencia de efectivos y precariedad de los puestos rurales. No obstante, la presencia de Sendero
Luminoso no se limitó a algunas provincias del departamento de Ayacucho. Desde un inicio, dio
gran importancia a su trabajo en Lima, en palabras de Abimael Guzmán:
Nosotros lo hemos visto así, el trabajo en Lima lo hemos ido ponderando, ¿tiene
importancia Lima? Tiene importancia. Razón. Nosotros decimos, «Ayacucho es la cuna,
Lima la catapulta». El Partido por diversas instancias, en un par de años, salta a trabajar en
Lima, al centrar en Lima se encuentra en una gran ciudad con gente de diversas provincias
de todo el país. Al trabajar ahí trabajas en todo el país, por eso se convierte en catapulta.
Pero no podía ser una ciudad conquistada al comienzo, sino en la parte final. (Entrevista
CVR)»
La principal fuerza política de oposición, el Partido Aprista Peruano (PAP), también
subestimó la emergencia y el desarrollo inicial de la llamada guerra popular senderista. Desde su
papel opositor a lo largo del quinquenio 1980-85, el PAP no dio señales concretas de contar con
alguna alternativa a la política contrasubversiva aplicada por las fuerzas del orden. Representantes
del PAP fueron duros críticos de lo hecho por AP pero evitaron una confrontación radical con las
fuerzas armadas, especialmente el Ejército, debido a su tradicional rivalidad.
1.4.1.2. El PCP-SL alcanza una repercusión nacional
Dos eventos asociados a Sendero Luminoso proporcionaron una nueva dimensión al conflicto. En
marzo de 1982, en una operación inédita hasta el momento y planeada por su dirección central, un
comando senderista asaltó el CRAS de Huamanga y rescató a sus presos, logrando escapar sin que
63
hubiese una adecuada respuesta de las fuerzas policiales y sin que los miembros del Ejército
acantonados en el cuartel de la ciudad interviniesen por no contar con órdenes de Lima para
hacerlo. El asalto a la cárcel de Huamanga obligó a distintos observadores a considerar al PCP-SL
como una amenaza mayor de que la que sugerían los actos terroristas o los asesinatos aislados
iniciales. Para generales del Ejército, como Sinesio Jarama, a partir de ahí las cosas iban en serio,
mientras que el general Noel empezó a preparar inteligencia en el terreno desde su base en
Huancayo. Desde la orilla opuesta, izquierdistas radicales que posteriormente habrían de constituir
el MRTA, señalaron a la CVR que el asalto a dicho penal los convenció de que se había producido
un escalamiento del conflicto del que ya no habría marcha atrás.7
Horas después de consumado el ataque y liberación de los internos senderistas, un grupo de
miembros de la Guardia Republicaba (la institución policial hasta entonces encargada de la
custodia de los establecimientos penales) ingresó al hospital de Huamanga y en represalia ejecutó a
tres senderistas heridos internos bajo custodia policial.8 La combinación de ambas acciones, el
ataque al penal y la ejecución de senderistas hospitalizados, proporcionó una primera victoria
mediática a Sendero Luminoso al ser presentado por los medios nacionales, aun si lo condenaban,
como una fuerza guerrillera y víctima a la vez de la inocultable brutalidad policial.
Precisamente, el tema de los abusos cometidos por las fuerzas policiales destacadas en
Ayacucho para las operaciones contrasubversivas terminaría siendo capitalizado por Sendero
Luminoso en circunstancias particulares meses después. En setiembre, a raíz de la muerte de Edith
Lagos, una de las senderistas evadidas del penal de Huamanga, en un choque con miembros
policiales, hubo manifestaciones masivas de respaldo que incluyeron una misa de cuerpo presente
celebrada por el obispo de Ayacucho y un entierro multitudinario en el que no faltaron símbolos
senderistas. Luego de su muerte, Edith Lagos, fue convertida por la opinión pública en la figura
más conocida del senderismo y, si bien nunca fue una dirigente partidaria importante, su imagen de
joven rebelde (murió a los 19 años) dio un rostro al desconocido senderismo. Así, hubo congresos
de la juventud aprista ayacuchana que llevaron su nombre y, dirigentes históricos del PAP, como
Armando Villanueva del Campo, que recibieron muy fuertes críticas en la prensa a fines de los
ochenta por haber visitado supuestamente su tumba en una visita al cementerio huamanguino.9
Desde esta etapa inicial del conflicto, quedó incorporado en la agenda política nacional el
tema de violaciones de los derechos humanos. Uno de los primeros debates al respecto se produjo
por la protesta de altos representantes de la Iglesia católica por el caso de las torturas que Edmundo
Cox Beuzeville habría sufrido en manos de la policía después de su captura, realizada el 6 de julio
de 1981 en Cuzco. Cox, miembro del PCP SL actualmente en prisión, era sobrino de un respetado
obispo de entonces, que denunció los hechos recibiendo muy fuertes críticas de representantes del
7
Véase entrevistas de la CVR con Sinesio Jarama, Roberto Clemente Noel y Peter Cárdenas.
Véase el caso ilustrativo referido al hospital de Huamanga.
9
Véase capítulo sobre el PAP.
8
64
gobierno que reclamaron a los obispos por no haber protestado igual durante la dictadura militar.
Dos elementos quedaron muy claros a raíz de dichos eventos. Lo primero fue que los senderistas
preservaron al máximo la clandestinidad de su organización al negar su militancia (su llamada
«regla de oro») y, al mismo tiempo, aprovecharon espacios democráticos en los que no creían,
como el de la defensa de los derechos humanos, para debilitar la imagen de las fuerzas de orden. En
segundo lugar, las denuncias sobre las violaciones de los derechos humanos por las repuestas de
agentes del Estado a la acción senderista fueron vistas como parte de un juego político subalterno
de opositores y no como un problema a encarar por el gobierno. A lo largo del período 1980-85, no
hubo esfuerzos por la creación de una comisión de paz o mayores anuncios de investigación de
denuncias sobre el particular. El tema de los derechos humanos se internacionalizó gradualmente
por la intervención de organizaciones que protestaban desde el exterior por las violaciones
documentadas en el país. Algunos diputados de izquierda denunciaron al Estado peruano ante la
OEA y la ONU, por considerar que los atropellos expuestos no eran resueltos por la justicia
peruana.
A lo largo de 1982 fue quedando patente que las fuerzas policiales eran impotentes para
controlar la expansión del Plan estratégico de inicio del PCP SL en las zonas rurales de Ayacucho y
para superar la mala imagen que tenían frente a la opinión pública. Todo ello, se tradujo en una
demanda constante al gobierno de turno para que actuase con mayor rigor ante el avance y las
provocaciones senderistas. El 27 de diciembre de 1982 el presidente Belaunde dio un ultimátum de
72 horas al PCP SL para que depusiera las armas. El 30 de diciembre el gobierno entregó a las
FFAA el control de la zona de emergencia de Ayacucho. El general de brigada EP Roberto C. Noel
Moral, quien había sido Prefecto de Lima en 1979 y jefe del SIE dos años después, asumió la
jefatura del nuevo comando político militar. El general Noel recuerda así los términos del encargo
recibido:
En el Consejo de Defensa Nacional, el Presidente del Comando Conjunto, le manifestó al
Presidente de la República que su orden se había cumplido. ‘Jefe Supremo de las Fuerzas
Armadas, Jefe Supremo de la República, Presidente de la Nación; artículo 118 de la
Constitución del Estado’. El general presidente del Comando Conjunto, le indicó al
Presidente de la República que para no omitir ninguna cosa que pudiera constreñir los
planes, le pedía que el Comandante General de la 2ª División de Infantería, expusiera al
Consejo y yo expuse al Consejo. A las cinco de la tarde, el Presidente de la República
decide clausurar el evento, pero en el evento me dicen ‘General, sus planes son aprobados,
pero usted va a actuar con el apoyo de las fuerzas policiales’. Entonces yo le digo,
pregúnteme. Presidente del Comando Conjunto, yo le digo, ‘¿Qué pasa?’ Y como nadie
habla, prendo el micro y digo ‘Señor presidente, perdón, quiero hacerle una pregunta, usted
me ha cambiado la misión. ¿Voy o no voy a combatir?’. El presidente Belaunde me dice,
‘General, usted combata con toda energía y tiene el apoyo del Gobierno Constitucional’.
‘Gracias’.» (Entrevista CVR, 18.03.03)
Desde entonces, la violencia senderista estuvo dirigida contra los representantes y
partidarios del antiguo orden en las áreas iniciales del conflicto armado (Ayacucho, Apurímac, etc.)
65
por lo que la mayor parte de víctimas de las acciones senderistas estuvieron entre campesinos o
pequeñas autoridades locales y no entre miembros de las elites políticas o económicas del país.
1.4.2. Segundo período: La militarización del conflicto (enero de 1983-junio de 1986)
A partir del ingreso de las Fuerzas Armadas a la lucha directa contra Sendero Luminoso se inició
un nuevo curso en el conflicto que habría de mantener la presencia militar en varias regiones del
país por más de quince años. Se abre así una segunda etapa del enfrentamiento que durará hasta
mediados de 1986, momento en que SL decidirá intensificar sus acciones violentistas. La primera
consecuencia de la decisión tomada, fue lo que la CVR ha denominado la «militarización del
conflicto». En ningún momento anterior del siglo veinte se había producido un fenómeno similar
de constitución de instancias político militares de conducción de la respuesta estatal al fenómeno
subversivo. Asimismo, es en esta etapa que Sendero Luminoso crea su autodenominado Ejército
Guerrillero Popular y realiza acciones guerrilleras como ataques a puestos policiales y emboscadas
a patrullas militares, sin abandonar los asesinatos selectivos y los atentados terroristas.
1.4.2.1 La escalada de la violencia
El asesinato de ocho periodistas en Uchuraccay, a cuatro semanas del ingreso de las fuerzas
armadas a la lucha contra el PCP-SL, produjo un quiebre en el conflicto al difundirse ampliamente
en los medios nacionales imágenes terribles de la violencia que se estaba produciendo en la sierra
de Ayacucho y departamentos limítrofes. En los meses siguientes hubo un avance en la
militarización del conflicto, al reducirse los espacios de actuación política y predominar la lógica
de las acciones armadas no convencionales en dicho contexto. Las cifras de víctimas y de
violaciones a los derechos humanos en los departamentos afectados crecieron exponencialmente,
siendo este el período con la mayor cantidad de víctimas del conflicto.10
A pesar del tiempo transcurrido, las fuerzas armadas no contaron inicialmente con una
adecuada comprensión de Sendero Luminoso y su estrategia, viendo a esta organización como
parte de una gran conspiración comunista atacando el país. Según esta concepción todos los
izquierdistas eran igualmente responsables de las acciones senderistas y no había mayor diferencia
a partir de alineamientos internacionales. De esta manera, por ejemplo, el general EP Noel pudo
señalar, en entrevista con la CVR en el 2003, que veinte años atrás había desbaratado un plan de
ataque senderista preparado para el 26 de julio de 1983 en homenaje al trigésimo aniversario del
asalto al cuartel de Moncada en Cuba. Acción impensable para una organización como el PCP-SL,
que jamás celebró dicha fecha y no concedía un carácter revolucionario a la experiencia cubana.
10
Véase el tomo I, capítulo 3.
66
El general Noel tuvo serias disputas con los medios de comunicación especialmente a partir
de los sucesos de Uchuraccay, con los «directores o periodistas que escribían en contra de las
fuerzas armadas y alentaron a la subversión [...] la rama de agitación y propaganda que tiene el
comunismo en las organizaciones sectarias todo eso está en el conocimiento de Inteligencia».11
Por su parte, en 1984, el siguiente jefe político militar de Ayacucho, el general EP Adrián
Huamán Centeno fue destituido por sus declaraciones públicas criticando la falta de apoyo del
gobierno central a la lucha contrasubversiva. En contraste con su antecesor, el general Huamán,
quechuahablante y de origen comunero campesino, tuvo una mejor imagen mediática que el
general Noel y fue respaldado por fuerzas de oposición en sus alegatos a favor de medidas sociales
para los campesinos y por sus críticas a la falta de respaldo de los políticos oficialistas. Su relevo
intempestivo, se debió, según el ex ministro Percovich, «a que quiere rebasar a la autoridad civil
[...] Quiere manejar él solo las cosas de acuerdo a su criterio. No obedece o da la impresión que
quiere decir lo que el gobierno estaba señalando y lo que el gobierno civil estaba haciendo. Incluso
llega un momento a hacer apreciaciones orientadas a desprestigiar al gobierno civil».12
Paradójicamente, a pesar de estas imágenes a favor y en contra del general Huamán, no se tomó en
cuenta para su destitución que 1984, en cuyos ocho primeros meses fue jefe del comando político
militar, es individualmente el año con mayor número de víctimas de todo el conflicto armado
interno (1980-2000).
En esta fase de militarización el país conoce de algunos casos emblemáticos de violaciones
masivas a los derechos humanos atribuidos a las fuerzas del orden como los de Socos (sinchis de la
ex GC, noviembre 1983), Pucayacu (infantes de Marina, agosto de 1984) y Accomarca (infantería
del Ejército, agosto de 1985). Por el lado de Sendero Luminoso, los casos principales de este tipo
que se le atribuyen son los de Lucanamarca y Huancasancos (abril de 1983).
Finalmente, el MRTA inició sus acciones armadas formalmente en 1984, presentándose
como parte de la izquierda peruana y explicitando sus diferencias con el PCP-SL (uso de
uniformes, campamentos guerrilleros, reivindicación de acciones, etc.). Esta organización,
constituida en 1982 a partir de la unión de dos pequeñas agrupaciones de izquierda, el Movimiento
de Izquierda Revolucionaria- El Militante (MIR-EM) y el Partido Socialista RevolucionarioMarxista Leninista (PSR -ML), había optado dos años después por prepararse para la lucha armada.
1.4.2.2. El énfasis «social» en la lucha contrasubversiva
Al ser elegido presidente Alan García Pérez cambió el discurso oficial sobre la guerra interna al
criticarse por primera vez desde el gobierno las violaciones a los derechos humanos cometidas por
las fuerzas armadas; se creó, además, una Comisión de Paz. Se intentó cambiar el esquema
11
12
General EP (r) Noel. Entrevista CVR, 18.03.03.
Entrevista CVR, 28.08.02.
67
únicamente militar para enfrentar a la subversión. El punto más difícil en este terreno fue la
destitución del jefe de la segunda región militar, general de división Sinesio Jarama, y del jefe del
comando político militar de Ayacucho Wilfredo Mori, a raíz del caso Accomarca. A pesar de las
críticas a la situación imperante, García no derogó el DL 24150, promulgado por Belaunde en junio
de 1985, el cual regulaba (y aumentaba) las atribuciones de los comandos político-militares, que
hasta entonces habían funcionado sin un sustento constitucional.
Alan García Pérez define las posiciones de su gobierno en los siguientes términos:
Nosotros hemos tenido dos etapas en el análisis sobre Sendero Luminoso. La primera muy
borrosa en el gobierno de Fernando Belaunde, donde sin conocer siquiera lo que podría ser
esto, los alcances de lo que podría sobrevenir, pensábamos en una explicación de tipo
sociológica, estímulo, impulso de la miseria, y naturalmente éramos un poco concesivos y
tolerantes en la explicación. Y tal vez en los términos actuales un poco paternalistas en el
sentido decir ‘pobre gente que ha sido abandonada tantos siglos reacciona de esta manera,
de manera que la sociedad centralista y blanca tiene que entenderla, darle una solución’. A
partir de 28 de julio no es que la perspectiva cambia o la actitud, sino la necesidad ya de
administrar. Se cuenta con que la gente le está pidiendo que no haya apagones en Lima, que
no le maten más gente, que no traigan malas noticias los diarios, ¿no?13
La idea central del gobierno de García era derrotar a la subversión sustrayéndole el posible
apoyo campesino mediante el desarrollo de políticas dirigidas a este sector y a zonas de extendida
pobreza. El gobierno aprista entendió con exagerado optimismo que el crecimiento económico de
sus dos primeros años había terminado con Sendero Luminoso, al registrarse un descenso de sus
acciones entre 1985 y 1986. Por último, asumió que el carácter «popular» del PAP cerraría los
espacios sociales para un eventual crecimiento del PCP-SL. Inicialmente, esta política pudo parecer
exitosa por el repliegue del PCP-SL tras la ofensiva de las fuerzas armadas de 1983 y 1984 y por la
tregua unilateral que le dio el MRTA al gobierno aprista.
Las relaciones con las fuerzas armadas fueron tirantes al principio, pero este impulso inicial
quedó relegado ante casos posteriores en que las denuncias de violaciones a los derechos humanos
no encontraron igual eco, como la muerte de internos en el motín del penal de Lurigancho,
ocurrido en octubre de 1985 en Lima, en el que el gobierno aprista no asumió responsabilidad
alguna. El punto culminante de este proceso fue la masacre de los penales (18 y 19 de junio de
1986) que marcó considerablemente a todos los actores del conflicto, y trajo a Lima las imágenes
de matanzas hasta entonces lejanas. En términos prácticos, con esta matanza y el trámite dado a
ella, terminaron los intentos del gobierno aprista por desarrollar una política propia de seguridad
interior.14
13
14
Entrevista CVR, 07.05.03.
Véase el capítulo sobre fuerzas armadas.
68
1.4.3. El despliegue nacional de la violencia (junio de 1986-marzo de 1989)
Luego del proceso de militarización creado por el incremento de las acciones del PCP-SL, el
ingreso de las fuerzas armadas al combate contra la subversión y el inicio de acciones del MRTA,
se creó un contexto de actores armados desarrollando sus propias estrategias en el terreno. A partir
de 1986, sin embargo, fue evidente, que el conflicto armado interno había salido de los
departamentos iniciales en los que se produjeron las acciones de los primeros años y había
alcanzado una extensión nacional. Se había desplegado fuera de Ayacucho, ingresando a otras
zonas del país en las que permanecería por varios años más.
1.4.3.1. La apertura de nuevos frentes
Luego de la matanza de los penales, el PCP SL incrementó gradualmente sus acciones, acentuando
su presencia en distintos frentes fuera de Ayacucho como Puno, Junín y el valle del Huallaga. Se
encontraba en una fase de «desarrollar la guerra de guerrillas y conquistar bases de apoyo» en las
áreas rurales para expandir su «guerra popular». En las zonas urbanas, principalmente Lima, el
PCP-SL optaría por una política de asesinatos electivos de autoridades para sembrar terror y
debilitar al Estado. Un atentado de singular importancia ocurrió en Lima en 1985, contra Domingo
García Rada, presidente del JNE, cuando se preparaba la segunda vuelta electoral. Más adelante
Sendero Luminoso dirigiría sus ataques contra dirigentes del partido de gobierno. El primero de
estos casos, también en Lima, fue el de Rodrigo Franco en 1987, buscando obstruir la
consolidación del «modelo burocrático del fascismo aprista».
El MRTA cortó la tregua concedida a García y abrió un frente guerrillero en el
departamento de San Martín en 1987, con gran despliegue publicitario, a escasos tres meses del
intento de estatización de la banca que había abierto un espacio de oposición muy fuerte contra el
gobierno. Debido a ello, la cobertura televisiva proporcionada a la campaña del MRTA fue enorme,
aprovechando el carácter opositor de muchos medios contra el gobierno. Asimismo, el jefe
guerrillero, Víctor Polay, «Rolando», un exaprista cercano a Alan García en los setenta, se
convirtió en una figura conocida por los medios, aunque su campaña tuvo más efectos
propagandísticos que militares ya que fue rápidamente dispersada por el Ejército.
1.4.3.2. Protagonismo de Sendero Luminoso: el congreso y la entrevista del siglo
Sendero Luminoso realizó en tres partes, entre febrero de 1988 y junio de 1989, su primer congreso
partidario. Entre sesiones apareció en El Diario una entrevista a su líder Abimael Guzmán quien
ofreció la versión directa más completa conocida hasta el momento acerca de su organización y sus
69
fines. Con ello, además, disipó las dudas sobre su supuesto fallecimiento, anunciado
periódicamente por las autoridades y la prensa, a lo largo de los años.
Desde 1985, aunque motivado por razones externas al conflicto armado, estuvo en curso el
proceso de reorganización de las fuerzas policiales que se inició con un fuerte debate sobre el pase
al retiro de numerosos oficiales. Varios de los cambios propiciados por el Ministerio del Interior
dentro de este proceso contribuyeron a una mejor coordinación de acciones para la lucha
contrasubversiva. Destacan, en especial, la unificación del comando en la Dirección General y
Regiones Policiales; la mediación directa en la resolución de conflictos entre institutos policiales;
el reforzamiento de la dirección y seguimiento de sus labores desde el Ministerio; y la fusión de las
distintas unidades especializadas operativas en la Dirección de Operaciones Especiales (DOES).
Sin embargo, dadas estas prioridades (incluyendo la implementación de la Dirección General de
Inteligencia del Ministerio del Interior, DIGIMIN), el sector no atendió ni reforzó lo suficiente a la
DIRCOTE, unidad que había adquirido experiencia a partir de su trabajo concentrado en Lima
desde su creación como división en la Dirección de Seguridad del Estado de la PIP (DIRSEG-PIP)
en 1981.
Por estos años, miembros de algunas unidades especiales de las fuerzas policiales, como el
Grupo Delta de la DOES, habrían sido vinculados individualmente por la prensa de la época al mal
llamado «Comando Rodrigo Franco» (CRF). En efecto, se registró en 1988, por primera vez en la
guerra interna, la acción de un supuesto grupo paramilitar, el Comando Rodrigo Franco, que se
atribuyó el asesinato a Manuel Febres Flores, abogado del dirigente senderista Osmán Morote,
capturado poco antes por la DIRCOTE. Diversas fuentes vincularon su aparición y sus acciones
atribuidas al mismo con el Partido Aprista y con miembros de la policía, bajo control de Agustín
Mantilla, la figura más fuerte del ministerio del Interior durante el quinquenio del gobierno aprista.
No obstante, la Comisión constata que el CRF, antes que una organización centralizada, podría
haberse tratado más bien de una especie de denominación informal por la que actores diversos, no
necesariamente articulados entre ellos, terminaron utilizando un mismo membrete para sus
actividades, especialmente de escuadrones de la muerte.
Por otro lado, la creación del Ministerio de Defensa en 1987 tuvo serios tropiezos en su
ejecución y a pesar de haberse puesto en marcha, no logró ubicarse por encima del Comando
Conjunto de las Fuerzas Armadas, ni implicó un recorte en las atribuciones en materia de defensa
nacional con las que contaban los institutos armados.15
15
Véase el capítulo sobre las fuerzas armadas.
70
1.4.3.3. Capitalizando la crisis: la ofensiva de Sendero Luminoso
Al producirse el descontrol de la economía y la aceleración del ciclo de hiperinflación, el gobierno
perdió la iniciativa política en manos de la oposición de derecha luego de la estatización y
abandonó sus intentos por controlar la política contrasubversiva, dejando el terreno libre a las
FFAA en las zonas de emergencia. Sin embargo, mantuvo un trabajo especializado de inteligencia
e investigación policial, principalmente en Lima y otras ciudades, que tuvo logros como la captura
ya mencionada de Osmán Morote. La situación se hizo más difícil al iniciarse un ciclo de huelgas
de diversa índole.
La división del frente Izquierda Unida en 1989 cerró el ciclo de la gran presencia electoral
de la izquierda en el país abierto en 1978, afectando seriamente a los partidos que la conformaban y
dejando sin representación dentro del sistema democrático a importantes sectores radicales que no
apoyaban a las organizaciones armadas pero tampoco se sumaban a la política contrasubversiva del
gobierno al desconfiar de las fuerzas armadas.
El ataque a la base policial de Uchiza en marzo de 1989 fue una de las mayores
operaciones militares realizadas por Sendero Luminoso, aun cuando fuese en alianza con
narcotraficantes. La falta de respuesta estatal en apoyo a los policías sitiados debilitó todavía más la
imagen del gobierno de García y lo obligó a crear un comando político-militar en la zona, a cargo
del general de brigada Alberto Arciniegas quien puso en práctica una nueva estrategia del Ejército
para aislar al PCP-SL de los campesinos.
1.4..4. Crisis extrema: ofensiva subversiva y contraofensiva estatal (marzo de 1989-setiembre de
1992)
El año 1989 fue uno de los más difíciles de nuestra historia republicana, siendo el clímax e inicio
de un período de crisis extrema que se prolongaría hasta 1992, en el que el conflicto armado interno
se vio exacerbado.
1.4.4.1. Avance subversivo, crisis económica y campañas electorales
Durante 1989 se produjo un nuevo giro en la guerra interna debido, principalmente, a las decisiones
y acciones de dos de los principales actores.
En primer lugar, el PCP-SL, durante su I Congreso, definió como nuevo objetivo de su plan
de guerra popular que el «equilibrio estratégico» remeciera todo el país. Para ello, planteó
considerar como eje central de acción, acentuar su ofensiva en las zonas urbanas, principalmente en
Lima. Así, el PCP-SL incrementó notablemente sus niveles de violencia, forzando su relación con
la población en la sierra rural y en la selva, por un lado, y movilizando sus bases urbanas hacia la
71
realización de ataques y atentados más violentos, frecuentes y visibles, por otro. Con esta decisión
se iniciaba el segundo «pico» estadístico de víctimas en la guerra interna.
Paralelamente, e independientemente del proceso seguido entonces por el gobierno,
desbordado con la crisis económica y política, las FFAA empezarán a aplicar su nueva estrategia
«integral», que contemplaba la comisión de violaciones de los derechos humanos menos numerosas
pero más premeditadas. Esta nueva estrategia orienta a la Directiva Nº 017 del Comando Conjunto
de las Fuerzas Armadas para la Defensa Interior (DVA Nº 017 CCFFAA - PE - DI), firmada en
diciembre de 1989 por el Gral. Artemio Palomino Toledo16 en la que se toman dos grandes
decisiones estratégicas que enmarcaron y condicionan el accionar militar durante todo el resto del
conflicto. Primero, la organización de las Fuerzas Armadas para la Defensa Interior en Zonas y
Subzonas de Seguridad Nacional se cambia por una organización en frentes contrasubversivos, los
cuales no se derivan de las regiones militares sino de una zonificación especial obtenida mediante
el análisis del despliegue y el accionar del PCP-SL. Segundo, en los Frentes donde hay narcotráfico
se establece como misión separar a la subversión del narcotráfico y combatir a los narcotraficantes
que apoyen a la subversión o reciban protección de ella.
Derivada de esto, la decisión de fomentar y apoyar la conformación de Comités de
Autodefensa en las zonas rurales serranas donde la población empezaba a entrar en conflicto con el
control del PCP-SL, definió el inicio de la etapa final del conflicto. Por otro lado, habiendo
enfocado las fuerzas armadas a los departamentos de Junín y Pasco como el «centro de gravedad»
para sus operaciones contrasubversivas a nivel nacional, la guerra se desplazará notoriamente hacia
el Frente Mantaro desde dicho año. En esta zona central se aplicó intensamente la nueva estrategia
de eliminación selectiva, especialmente durante 1990, no sólo contra los comités populares sino
también contra los organismos alojados en universidades y asentamientos humanos urbanos.
Por otro lado, el MRTA queda atrapado en una espiral de violencia de la cual no logrará
salir fácilmente. En abril de 1989, un mes después del ataque senderista contra el puesto de Uchiza,
el MRTA decidió realizar una operación militar de grandes proporciones en la sierra central: la
toma de una ciudad importante para efectos de propaganda armada de repercusión nacional. La
zona central del país era decisiva para los objetivos militares del MRTA, pero además la urgencia
de una muestra de fuerza semejante vino de la necesidad de responder al fuerte golpe que
representó la captura de su líder Víctor Polay en el Huancayo a comienzos del año. Para cumplir la
toma de Tarma, que era la ciudad elegida en esta oportunidad, el MRTA trasladó a la zona a varios
de sus mejores efectivos militares en una fallida operación que concluyó en la matanza de Molinos.
El repase de guerrilleros rendidos que hizo el Ejército demostró al MRTA que para las fuerzas del
orden no había subversivos buenos y malos. Todos recibían el mismo trato. La respuesta de la
16
Véase el capítulo sobre las fuerzas armadas.
72
organización llegaría meses después a través del condenable asesinato del general (r) Enrique
López Albújar en Lima, en represalia por Molinos.
Al ser 1989 un año de elecciones municipales y regionales, y en buena medida el inicio de
la elección presidencial del año siguiente, se produjo una sorprendente movilización de fuerzas
políticas que revelaron los límites reales de las amenazas planteadas al Estado por el PCP-SL y el
MRTA. Las elecciones se celebraron a nivel nacional, con éxito para la crítica situación existente,
fracasando los senderistas en su intento de boicotearlas.
En marzo de 1990, mientras las elecciones generales estaban en su máximo punto de
confrontación, se formó el Grupo Especial de Inteligencia (GEIN) en la Dirección contra el
Terrorismo (DIRCOTE).
Mientras que los Grupos Operativos «Delta« de la DIRCOTE
continuaban abocados a la tarea legal de investigación de atentados y acciones terroristas en Lima,
el GEIN se dedicó a trabajar exclusivamente en el desarrollo de operaciones encubiertas de
inteligencia (seguimientos y vigilancia) para la captura de los principales líderes subversivos.
Antes del cambio de gobierno, el primero de junio el GEIN dio su primer y gran golpe al allanar
una casa donde hasta pocos días antes se alojaba Guzmán y donde encontraron información
valiosa. Después de esta operación, en opinión de los policías de esta unidad, el PCP-SL se abre
como una «caja de Pandora; la intervención fue «el principio del fin de Sendero Luminoso»
(Jiménez 2000: 721).
1.4.4.2. Los inicios del gobierno de Alberto Fujimori y la subversión.
En sentido estricto, el nuevo gobierno no ideó una nueva estrategia contrasubversiva. Más bien,
Alberto Fujimori mantuvo la estrategia integral de las FFAA e impulsó iniciativas legales para
complementarla. Había asumido también el Plan Político-Militar de un sector de las FFAA y, con
ello, la necesidad de instalar un sistema de democracia dirigida que se ajuste a las necesidades de la
contrasubversión.
El PCP SL, muy golpeado en las áreas rurales, creció sorprendentemente en Lima en medio
de la crisis existente. El MRTA intentó un diálogo con el gobierno, luego de la fuga de sus
dirigentes de Castro Castro en junio de 1990, mediante el secuestro de un diputado fujimorista pero
fue rechazado. En 1991, más de la mitad de la población peruana vivía bajo el estado de
emergencia. Ese mismo año se da una ofensiva del MRTA en diversas zonas del país, dando una
imagen de recomposición luego de la fuga del túnel. En noviembre, el Ejecutivo promulgó el
paquete de Decretos Legislativos y el debate de los mismos en el Congreso, iniciándose la cuenta
regresiva para la justificación del próximo golpe de Estado.
El 5 de abril de 1992, mediante el golpe de Estado que quebró el orden constitucional, el
gobierno de Fujimori promulgó una serie de disposiciones que endurecieron la legislación
antiterrorista (DL 25475, 25499, 25659, 25744) sin contemplar el respeto de garantías mínimas del
73
debido proceso. Asimismo, se encargó de extender, a través de la promulgación de varios Decretos
Ley, las prerrogativas militares, ampliando su poder en las zonas de emergencia y en la actividad
contrasubversiva. Con ello, se amplió la discrecionalidad de las fuerzas del orden, en una evidente
disminución de los controles democráticos de sus acciones contrasubversivas. Simultáneamente
continuaron las graves violaciones a los derechos humanos perpetradas por diversos agentes
estatales, entre ellos el escuadrón de la muerte denominado grupo Colina (Barrios Altos, La
Cantuta, etc.) en operaciones desde inicios de los noventa. En efecto, gracias a las amplias
atribuciones permitidas por ley, el Servicio de Inteligencia Nacional (SIN) empezó a planear y
ejecutar operaciones especiales de inteligencia por cuenta propia, utilizando para ello personal de
unidades operativas de las FFAA como si fuera personal a su disposición.
El asesinato de María Elena Moyano por parte de Sendero Luminoso representó una
situación límite por el grado de crueldad de SL y la fragilidad de las organizaciones populares que
se le enfrentaban a inicios de los 90. Mediante atentados terroristas con coches bomba en Lima
(siendo el más grave el de Tarata en julio de 1992) Sendero Luminoso aceleró su ofensiva sobre la
capital, mientras calculaba la posibilidad de una intervención norteamericana que desatase una
guerra de liberación nacional en el país.
En este contexto de crisis extrema, los policías de los grupos especiales de la DINCOTE,
sorprenderán al país con la sucesión de una serie de capturas de altos dirigentes subversivos que
constituyeron un aporte fundamental para conseguir la derrota estratégica de la subversión y el
terrorismo. Entre ellas, destacan la captura de Víctor Polay Campos por la Brigada Especial de
Detectives (BREDET) y la de Abimael Guzmán Reinoso por el GEIN.
1.4.5. Declive de la acción subversiva, autoritarismo y corrupción (setiembre de 1992-noviembre
2000)
1.4.5.1. Derrota estratégica de la subversión
El escenario posterior a la captura de Abimael Guzmán y otros importantes dirigentes estuvo
marcado por la derrota de Sendero Luminoso, iniciada tres años antes cuando fue expulsado de
varias de sus zonas de tradicional influencia por la acción de las fuerzas del orden y los comités de
autodefensa. La falta de una conducción nacional que cubriera el vacío provocado por la captura de
Guzmán se hizo evidente en la disminución de acciones terroristas. El principal objetivo de la
organización en esta fase fue, inicialmente, el de presentar la imagen de no haber sido afectados
mientras que se concentraban en campañas como la de «salvar la vida del Presidente Gonzalo».
74
1.4.5.2. Pacificación y amnistía
En octubre de 1993, desde su prisión en la base naval del Callao y luego de conversaciones entre
dirigentes senderistas facilitadas por el gobierno de Fujimori, Abimael Guzmán propuso un
Acuerdo de Paz al Estado que no se concretó pero sirvió para efectos propagandísticos al régimen
de Fujimori en vísperas del referéndum para aprobar la Constitución de 1993. De ahí en adelante, la
nueva posición del jefe senderista fue convirtiéndose en mayoritaria, por encima de las fracciones
disidentes que planteaban proseguir la guerra popular, pero el gobierno de Fujimori no buscó una
salida definitiva de paz ni respondió a las propuestas de Guzmán. En la práctica se había producido
una división de Sendero Luminoso, ya que una parte de la dirección senderista rechazó la propuesta
de Acuerdo de Paz de Guzmán.
Por su parte, el MRTA continuó las acciones militares en zonas como San Martín y la ceja
de selva central. Bajo la dirección de Néstor Cerpa, luego de la caída de Polay, tomaron ciudades
importantes como Moyobamba e intentaron desarrollar núcleos de guerrilla urbana. Aun cuando
parecían en el papel menos golpeados que Sendero Luminoso, no pudieron recuperarse de las
graves disputas internas, la inexperiencia de sus cuadros y los efectos de la ley de arrepentimiento.
Externamente, la organización fue afectada por el debilitamiento de la izquierda y la ofensiva
estatal y mediática contra las organizaciones subversivas. En ese escenario concluyeron que su
prioridad organizativa debía ser la de recomponer su dirección nacional mediante la liberación de
los dirigentes presos. Al no poder replicar la experiencia del túnel de Canto Grande, optaron por
preparar alguna acción de toma de rehenes para exigir luego un canje de prisioneros.
Paralelamente, el gobierno de Fujimori continuó resaltando su imagen de mano dura, sin
concesiones frente a la subversión mediante el nuevo marco legal aprobado y destacando su
estrecha relación con las fuerzas armadas. A pesar del evidente declive en las acciones subversivas,
resaltado por la misma propaganda oficial, el régimen no disminuyó el número de zonas de
emergencia sino que mantuvo un esquema de contrasubversión sin subversión.
En términos estrictos la política de pacificación consistió en mantener en prisión a la mayor
cantidad posible de subversivos bajo condiciones extremas en penales de máxima seguridad y en
aislar a los núcleos armados. La propuesta de acuerdo de paz hecha por Guzmán y la dirigencia
senderista brindó réditos políticos a Fujimori y rebajó la tensión en los penales, pero no liquidó a la
organización. Vladimiro Montesinos tuvo a su cargo la conducción personal de las conversaciones
y tratos con Guzmán e Iparraguirre y demás dirigentes senderistas, en tanto «interlocutor
académico», las cuales estuvieron enmarcadas por intereses políticos coyunturales del gobierno,
administrados por el asesor y que se disiparon hacia 1995. Debe recalcarse que ni Fujimori, ni el
General Hermoza Ríos (entonces la figura de mayor poder en las fuerzas armadas) se reunieron con
los jefes senderistas. Tampoco se promovió reunión alguna con miembros de la DINCOTE, en
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buena parte desarticulada después de la captura de Guzmán, o con expertos de inteligencia del
Ejército trabajando en el SIN, como el general Eduardo Fournier.
Las incansables denuncias contra las violaciones de los derechos humanos tuvieron un
nuevo impulso a partir del hallazgo de las fosas de La Cantuta en julio de 1993. El gobierno de
Fujimori no asumió responsabilidades, optando por la descalificación de la legitimidad de los
denunciantes y su permanente hostigamiento. Teniendo al SIN como su principal aparato político,
el gobierno continuará con una serie de cambios intencionales de la legislación que supondrán la
eliminación práctica de la independencia de poderes, con la finalidad de garantizar la impunidad
para los agentes estatales implicados en violaciones de los derechos humanos. Así, la existencia de
una mayoría de representantes oficialistas en el Congreso Constituyente Democrático permitió la
utilización de diversos voceros para salir al frente a las denuncias y, sobre todo, para aprobar en
1995 una ley de amnistía para las violaciones de derechos humanos cometidas por las fuerzas del
orden que garantizara una completa impunidad.
1.4.5.3. Contrasubversión sin subversión
Lejos de revertirse, el proceso de corrupción normativa continuará el resto de la década, con el
objetivo de asegurar la perpetuación del régimen. Para ello, el gobierno utilizará, con fines
electorales y de control político, la estructura militar desplegada con pretexto de la
contrasubversión, en un contexto en el que la subversión se replegaba. Explotará mediáticamente,
con fines de acumulación política, las últimas acciones de gran impacto de la guerra interna que
concluyeron en éxitos, al tiempo que manipulaba los miedos de la población con la amenaza del
«terrorismo». Así, las operaciones antisubversivas dejaron de ser un medio para capturar líderes
subversivos y terminar finalmente con las acciones del PCP-SL y del MRTA, para convertirse en
un medio de propaganda para el gobierno, en el mejor de los casos, y en una cortina de humo, en el
peor, tapando los excesos y los delitos que se denunciaban cada vez con más frecuencia. Esto fue
posible en gran medida por el progresivo y casi total control de medios de comunicación masivos,
comprados con el dinero del Estado.
Las últimas acciones de gran impacto de la guerra interna concluyeron en éxitos explotados
por el gobierno. Por ejemplo, el asalto a la residencia del embajador japonés en Lima en diciembre
de 1996 por un comando del MRTA, encabezado por su líder máximo Néstor Cerpa, que mantuvo
cautivos a 72 rehenes, concluyó con la operación de rescate Chavín de Huántar. Luego del revés
militar sufrido en el conflicto del Cenepa de inicios de 1995, el gobierno utilizó los festejos por la
exitosa liberación de los rehenes para su legitimación. Por otro lado, en julio de 1999, luego de un
enorme y publicitado operativo militar para cercarlo, fue capturado cerca de la ciudad de Huancayo
el líder senderista disidente Oscar Ramírez Durand, Feliciano, quien había rechazado la propuesta
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de acuerdo de paz de Abimael Guzmán y mantenía vigente la guerra popular iniciada en 1980.
Ramírez Durand era el último de los altos dirigentes del PCP SL que seguía libre.
Preocupado más por asegurar su continuidad, y aun resaltando su imagen de mano dura sin
concesiones frente a la subversión, Fujimori terminará descuidando en la práctica la política
antisubversiva y no dará una solución final al problema de la subversión, focalizada desde hacía
varios años en algunas zonas marginales y poco accesibles del territorio en las que coincidía con el
narcotráfico.
Las contradicciones entre el discurso de mano dura y realidad se mostraron más de una
vez. Como colofón, a poco tiempo de su colapso, el gobierno que se preciaba de ser duro e
infranqueable frente a la subversión terminó apoyando (con una venta de armas) al grupo
subversivo de un país hermano, acusado precisamente en ese momento de realizar actos terroristas
y de estar vinculado con el narcotráfico.
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