LA CATÁSTROFE DE PEARL HARBOR En la primera semana de diciembre de 1941 se registraron dos tremendos hechos que ejercieron una influencia decisiva en el desarrollo de la guerra; fueron: la súbita aparición del General Invierno, en la noche del 5 al 6, y el sorpresivo ataque japonés a Pearl Harbor en la mañana del domingo, día 7. Estos dos acontecimientos modificaron poderosamente todo el curso de la segunda guerra mundial. La presencia del General Invierno en los campos de batalla de Rusia se reveló cuando el termómetro señaló los 35 grados bajo cero –en ciertos lugares alcanzó los 50°- y las fuerzas alemanas, mal equipadas para resistir una verdadera ola de frío, debieron renunciar a proseguir su avance hacia Moscú. Cuatro divisiones acorazadas que avanzaban por el norte hacia Moscú y se encontraban a 35 kilómetros del Kremlin, se encontraron con sus motores paralizados por el frío. «Nuestra ofensiva sobre Moscú fracasó», escribirá el general Guderian; sin embargo, Hitler, desde su cuartel general en Prusia, ordenó proseguir la marcha, cosa que era imposible porque los rusos lanzaron una serie de contraofensivas con algún éxito, pues los alemanes, que para combatir el frío recibieron una bufanda y un par de guantes, resistían difícilmente los ataques de los soldados soviéticos, equipados con pieles, gruesas prendas de abrigo y disponiendo de dispositivos para evitar que el aceite de su material bélico se congelara. El General Invierno, por falta de previsión del Alto Estado Mayor de la Wehrmacht, que no contaba con su rápida aparición en los campos de batalla, fue el principal causante de que la Blitzkrieg, destinada a terminar con el Ejército rojo, quedara derrotada en forma tal que no volvería a rehacerse por completo. En la catástrofe de Pearl Harbor también hubo falta de previsión, pues las numerosas unidades de la flota estadounidense del Pacifico no habían adoptado precauciones especiales, a pesar de la gran tirantez diplomática existente entre Tokio y Washington. Además, desde el ataque inglés a las naves de guerra de Italia, en noviembre de 1940, en Tarento, era indispensable proteger a las grandes unidades ancladas en puertos con redes antitorpederas; sin embargo, las autoridades navales norteamericanas estimaban que la colocación de las mencionadas redes creaba múltiples dificultades para lograr un rápido movimiento de los barcos. El resultado fue que los japoneses, que aprendieron las enseñanzas derivadas de la acción inglesa sobre Tarento, sorprendieron por completo a los marinos estadounidenses; de las ocho grandes unidades que se hallaban en Pearl Harbor, fueron hundidas cuatro y severamente dañadas tres. Las perdidas humanas fueron grandes para los norteamericanos: 3 435 entre muertos y heridos; los nipones tuvieron menos de un centenar. La aviación estadounidense tuvo 188 aparatos destruidos y 63 dañados; las perdidas de la aviación japonesa fueron 29 aparatos destruidos y 70 dañados. Y la gran catástrofe de Pearl Harbor fue seguida por la perdida del control de las aguas del Pacifico por los norteamericanos y británicos, lo que permitió la rápida ocupación por los nipones de Hong Kong, las Filipinas, Malaya y Singapur. La declaración de guerra por parte de Tokio a los Estados Unidos cogió de sorpresa a Berlín: se sabía que las relaciones entre Tokio y Washington, prácticamente rotas, iba a desencadenar la guerra, pero los servicios nazis no se enteraron de los preparativos que se hicieron para lanzar el ataque contra Pearl Harbor. Sin embargo, el día 11 se reunió el Reichstag para escuchar el discurso que pronunció Hitler declarando la guerra a los Estados Unidos, de acuerdo con el Pacto Tripartito. Igual paso dio Mussolini y los países que se habían adherido al Tripartito. La tenaz resistencia de Franco y Serrano a las peticiones de Ribbentrop para firmar el Tripartito, cosechaba ahora su premio. Se estimó que la declaración de guerra de Hitler a los Estados Unidos era un gesto vacío, pues con la excepción de los submarinos no disponía el Reich de medios para inquietar a los Estados Unidos. Pronto se vio que Hitler, con su gesto a favor de Tokio, perdió mucho más de lo que pudo ganar. El 5 de marzo de 1941, en unas directivas que Hitler dio para explicar su política tan favorable al Japón, la justificó afirmando que el objetivo común era «Derrotar rápidamente a Inglaterra y con ello evitar que los Estados Unidos entraran en el conflicto». Ribbentrop defendió su política explicando: «Tal vez Japón en mayo estará en condiciones de atacar a Rusia.» Se explica bien que los generales alemanes que en Rusia empezaron a luchar contra el General Invierno, al enterarse que Hitler el día 11 había declarado la guerra a los Estados Unidos, esperaran con cierta impaciencia que los nipones desembarcaran en Vladivostok, con lo cual hubieran privado a Stalin poder retirar divisiones bien entrenadas de Siberia para enviarlas al frente occidental. Y cuando se buscó saber si el presidente Roosevelt dedicaría el esfuerzo de su país al Pacifico o al Atlántico, el almirante Canaris pronosticó: «Se buscará en primer lugar batir a Alemania.» Todos los esfuerzos que realizó Ribbentrop para lograr la colaboración japonesa, de la clase que fuera, para la lucha contra Rusia, se vio condenada al fracaso. Sólo una única ventaja sacó Hitler de la agresión a Pearl Harbor: los ingleses retiraron del Mediterráneo aviones y barcos para enviarlos al Extremo Oriente, cosa que benefició a Rommel. Mussolini vio con distintos ojos la entrada de los Estados Unidos en la guerra, pues consideraba, desde su punto de vista, que quedaría particularmente reforzada la amenaza de intervención conjunta angloamericana en el Mediterráneo occidental y en la costa Atlántica de África del norte, con la posibilidad de asistir a una defección del gobierno de Vichy utilizando los contactos que los servicios estadounidenses establecieron mientras mantuvieron relaciones diplomáticas Washington y la Francia del mariscal Pétain. El Duce tenía ahora un interés especial en la entrada de España en la guerra, a favor del Eje, ya que únicamente a través de una solución favorable de la cuestión de Gibraltar disminuiría el peligro de ver a los aliados instalarse en el norte de África, con la seguridad de iniciar una guerra aérea contra Italia utilizando las bases africanas. Con la entrada de los Estados Unidos en la conflagración se incrementaron las preocupaciones en Madrid. Se debe recordar que Franco, en Hendaya, y Serrano, en Berlín, señalaron a Hitler y Ribbentrop que poseían informaciones concretas de la conversión de la industria norteamericana de tiempos de paz en una poderosa producción bélica capaz de equipar con tanques, aviones y toda clase de armamentos a sus futuros aliados, en este caso los ingleses y los rusos. Además, toda la maquinaria publicitaria y diplomática en Hispanoamérica, que controlaba Washington, trabajaría incesantemente contra las potencias del Eje y sus satélites. El gobierno de Madrid fijó pronto su posición ante la ampliación de la conflagración mundial; el 18 de diciembre declaraba oficialmente: «Extendida la actual conflagración por el estado de guerra que existe entre el Japón y los Estados Unidos y la participación en el mismo de otras naciones europeas e hispanoamericanas, España mantiene, como en la fase anterior del conflicto, su posición de no beligerancia.» Franco volvió a su táctica prudente; se olvidó que medio año antes, el 17 de julio, se permitió sermonear a los norteamericanos para convencerles que era inútil cualquier intervención suya en Europa -oportunamente hemos transcrito las frases principales de aquel discurso-. Es verdad que la declaración de guerra del presidente Roosevelt había sido forzada por el ataque japonés a Pearl Harbor, pero la realidad es que veríamos pronto operar las fuerzas armadas estadounidenses en el continente europeo. Era menester introducir algún cambio en el juego diplomático y fue en Sevilla, donde el 12 de febrero de 1942 se reunió Franco con el presidente portugués Oliveira Salazar, cuando expuso la teoría de las dos guerras; Madrid, según Franco, mantenía una actitud neutral en la lucha que sostenían las potencias del Eje contra los anglonorteamericanos, pero era no beligerante en la guerra que el Reich nacionalsocialista sostenía contra la Rusia comunista. Y cuando Salazar se alejó de la capital andaluza, buscó el Caudillo ofrecer algo a Berlín que le hiciera perdonar su probable coqueteo con los aliados, a través de Salazar; se concentró la guarnición sevillana y en el discurso que pronunció mencionó a la División Azul que participaba en la cruzada contra el bolchevismo ruso y agregó que Europa debía defenderse del peligro soviético; por su parte prometió: «Si el camino de Berlín fuese abierto, no sería una División de voluntarios españoles lo que allí fuese, sino que sería un millón de españoles los que se ofrecerían.» Esta promesa franquista no gustó a los jerarcas nazis, hasta el punto de que las palabras de Franco no encontraron eco en la prensa alemana; la explicación que dieron las autoridades de prensa de Berlín es que no se podía decir al pueblo alemán que un militar de la autoridad del Caudillo preveía que se tendría que defender la capital del Reich del ataque de los rusos. Cuando se publicó el Diario intimo de Goebbels se encontró su opinión sobre el mencionado discurso de Franco; fueron sus palabras: «Franco ha pronunciado un discurso muy agresivo contra el bolchevismo. Mejor hubiera sido que declarara la guerra, pero, ¿qué puede esperarse de esa clase de general?» La propaganda realizada por los norteamericanos en España pronto surtió efecto. Existían muchos intereses económicos y no faltaban los amigos; la guerra de Cuba y el hundimiento del Maine con su secuela bélica no jugaba un papel importante. Por otra parte, entre los yanquis y los españoles no existía un pleito de la importancia de Gibraltar. Algunos personajes se permitieron confesar que no creían en la victoria de los nazis; el general Kindelán, que se permitía demostrar que la Wehrmacht saldría victoriosa de la guerra, había cambiado de parecer y opinaba que la balanza tenía que inclinarse forzosamente a favor de las tres grandes potencias mundiales: Gran Bretaña, Estados Unidos y la Unión Soviética. La prensa y la radio continuaban sus campañas germanófilas, hasta el extremo de que no podían aparecer los partes de guerra de las fuerzas aliadas. Para mantener el orden público se dictaron nuevas y severas penas contra los saboteadores, los actos de secuestro, amenazas, invasión violenta de moradas, revelación de secretos políticos y militares, asociación y propaganda ilegal; se establecía un castigo especial a «los que intentaren la implantación de un régimen basado en la división de los españoles en grupos políticos o de clase», así como a los responsables del cierre patronal de fabricas o de huelgas laborales. Todos los acusados de estos delitos no serían sometidos a los tribunales civiles normales, pues serían juzgados por cortes militares. La guerra mundial había entrado en una nueva fase y en España, sin el empleo de las armas, se fue desencadenando la lucha entre los partidarios del totalitarismo, según el modelo nazi o fascista, y los que quedan una mayor libertad como la que decían defender las potencias democráticas. Y esta pugna, que comenzó de manera poco visible en 1942, continuará durante algo más de tres décadas de una manera casi imperceptible, sin que Franco y sus colaboradores lograran encontrar la fórmula necesaria para que el régimen franquista sobreviviera después de la muerte de su creador.