Metamorfosis femeninas y desafíos al patriarcado. El caso de Elena

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Metamorfosis femeninas y desafíos al patriarcado.
El caso de Elena/Eleno céspedes.
Gloria A. Franco Rubio
Universidad Complutense de Madrid
“No me dañan porque yo naturalmente he sido hombre y mujer
y aunque esto sea cosa prodigiosa y rara que pocas veces se ve pero no
son contra naturaleza los hermafroditos como yo lo he sido” (…)
“No me daña el haberme casado primero como mujer con hombre y después haberme casado como hombre con mujer porque
cuando me casé con hombre prevalecía e carecia en el sexo femenino y muerto mi marido después prevalecía e carecía en el sexo
masculino y me pude casar con mujer y así esta determinado que se
puede saber (...)1
Las palabras con las que se inicia el presente trabajo fueron transcritas en el
curso de un interrogatorio practicado a una mujer en uno de los tribunales de la
Inquisición de Toledo a finales de los años ochenta del siglo XVI. Sobre ella pesaba
la acusación de haberse comportado socialmente con la doble condición sexual,
masculina y femenina, en distintas fases de su vida. Un hecho extraño, difícil de
encajar por la mente de los acusadores que, incapaces de ofrecer una explicación
razonable, acudieron a una de las interpretaciones más usuales ante fenómenos
de este tipo: la intervención demoníaca. Su incompetencia para esclarecer hechos
que no eran susceptibles de ser interpretados de forma racional y científica, les
hizo considerar esa conducta como una ilusión, bajo la sospecha de que pudiera
existir un pacto diabólico. La presunción de que la protagonista hubiera podido
convertirse en agente de Satán es el motivo de que este caso se encuentre incoado
en tribunales inquisitoriales. Sin embargo, conforme fue avanzando el proceso y
se procedió al análisis de las denuncias, las acusaciones, las declaraciones de los
1 A.H.N. Inquisición. Legajo 234, Expediente 24. El legajo consta de una serie de documentos
sueltos, sin paginación, por lo que en mis citas tengo que remitir al legajo completo.
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testigos, los dictámenes de los peritos, las alegaciones de la defensa y la sentencia final, quedaría archivado “como caso notable de hermafroditismo” siendo así
como aparece catalogado el expediente.
Es evidente que el travestismo de la acusada representaba un claro desafío al
patriarcado y sus reglas, razón más que suficiente para tener que buscar la manera
de imponer el castigo a una conducta desviada como la que había osado mantener
durante tanto tiempo ya que “públicamente se le tenía por varón y hembra”. En
los intersticios del ordenamiento legal la fisura que encontraron los inquisidores
fue el hecho de que la rea había contraído un nuevo matrimonio sin haber aportado documentación fehaciente de la muerte de su anterior cónyuge, por lo que
pudo ser acusada de bigamia; un delito que, en aquella época, era competencia
de tres jurisdicciones, la civil, la eclesiástica y la inquisitorial según marcaban las
leyes, considerado atentatorio contra el sacramento del matrimonio pero cuyas
penas no estaban castigadas con la misma severidad que la primera acusación.
Volviendo a retomar sus palabras de ambas frases citadas al inicio del texto,
encontramos el testimonio de una persona que se proclama hermafrodita, que
declara poseer los dos sexos, y basándose en ello, defiende su derecho a haberse
expresado en el que consideraba más oportuno y más aconsejable en las circunstancias diversas que le tocó encarar en diferentes etapas de su vida. Posiblemente, la búsqueda de su identidad sexual, y el consiguiente travestismo, sea la
causa de haber tenido una vida tan azarosa y, aparentemente, tan contradictoria. En su juventud fue criada y educada como mujer predominando en ella su
naturaleza femenina, haciendo lo que todas las de su sexo solían hacer al llegar a
una determinada edad: tomar estado, de manera que contrajo matrimonio con
un hombre; un comportamiento totalmente adaptado a la normativa vigente
de heterosexualidad obligatoria. Andando el tiempo, posiblemente la lucha por
la supervivencia, los peligros que tuvo que arrostrar como mujer y la identificación cada vez mayor con su naturaleza masculina, le llevó a asumir la identidad
de varón, hasta el punto de querer casarse con una mujer y hacer vida marital
con ella. La rareza de su situación, como nos confiesa la propia protagonista,
llamó inmediatamente la atención en la sociedad española del siglo XVI, del
mismo modo que ha llamado la nuestra.
La reivindicación que hace de su propio cuerpo nos pone sobre la pista de que
debía tratarse de una mujer especial, en clara oposición al canon establecido por
la sociedad patriarcal para su sexo. Su fuerte personalidad, su gran confianza en
sí misma, su inteligencia, su afán de promocionarse social y laboralmente y su
independencia de criterio le procuraron una vida mitad aventurera -como soldado estuvo dos veces en la guerra- mitad convencional, asentada en una familia y
dedicada al desempeño de un oficio en el que demostró ser una gran maestra. Los
elementos de su carácter le procuraron la fortaleza necesaria para desafiar todo
tipo de convencionalismos hasta culminar en una metamorfosis que le llevó a re-
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clamar una naturaleza singular -hermafroditismo- donde construir su sexualidad
poniendo en cuestión el conocimiento médico existente y desafiando los estereotipos sociales, a pesar de los problemas que pudo ocasionarle a nivel psicológico
y en el entorno social donde se desarrolló su existencia. Como ahora veremos,
tuvo una vida sometida a constantes riegos, a grandes dosis de inestabilidad, que
le impidieron echar raíces en alguna parte y que le hizo ir desplazándose a través
del territorio peninsular, por pueblos de Andalucía, en la Corte y en algunos otros
puntos de la Mancha, unas veces como soldado y otras desempeñando diversos
oficios conforme los iba aprendiendo. Al final, probablemente cansada de esa vida
errabunda y de vagar de un lado a otro, se asienta en la provincia de Toledo, buscando el arraigo y la estabilidad que nunca había gozado, formando una familia y
dedicada al oficio de cirujano con el que ganarse la vida.
¿Quién era esta mujer que aparece en el proceso inquisitorial con el doble
nombre de Eleno-Elena Céspedes?2. En las páginas del expediente puede leerse
que era “natural de Alhama, esclava y después libre. Estuvo considerada como
hermafrodita por algunos médicos; casó con un hombre y tuvo un hijo y después
contrajo matrimonio con una mujer. Con hábito de hombre estuvo en la Guerra
de los moriscos de Granada y ejerció de cirujano, previo examen que sufrió para
sacar el título”.
Una vida de rebeldía y transgresión
Muchos son los interrogantes y el asombro que despiertan los hechos de su
vida y sus declaraciones ante el tribunal. ¿Era Elena-Eleno Céspedes hermafrodita
como ella aseguraba? Para averiguarlo fue sometida en varias ocasiones de su vida
al examen de los profesionales de la medicina, médicos y cirujanos, pero leyendo
sus testimonios no podemos sacar una opinión concluyente porque no existe ni
unanimidad ni acuerdo entre ellos; unos dijeron que tenía atributos de varón,
mientras que otros dijeron lo contrario. No obstante, cuando era joven había
podido quedarse embarazada y parido un hijo, de donde se deduce que tenía el
aparato reproductor femenino. Cabe, entonces, formular las siguientes preguntas:
¿fue el resultado de la interpretación que ella, libremente, hizo de su cuerpo y de
su sexualidad lo que le llevó a ponerse en una situación peligrosa?, o ¿era homosexual y esa fue la excusa que argumentó para enmascarar sus verdaderos impulsos sexuales? Indudablemente el segundo supuesto entrañaba un gran peligro ya
que la legalidad vigente y la censura social solo reconocían la heterosexualidad
obligatoria, como se ha señalado anteriormente, castigando muy duramente la
homosexualidad; pero también es cierto que la casuística más frecuente estaba referida a la masculina mientras que apenas se encuentran datos sobre la femenina.
2 Quiero dejar constancia de mi agradecimiento a la antropóloga Nazareth Rodríguez-Bermejo
haberme dado a conocer este caso y ponerme sobre la pista de una mujer tan fascinante.
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Evidentemente, el miedo a que las autoridades eclesiásticas y médicas juzgaran su
conducta como una desviación sexual o contra natura, le podría hacer incurrir en
determinados delitos (y pecados) con sus correspondientes sanciones, lo cual era
un verdadero riesgo.
Como era frecuente en aquella época, ni ella misma sabía con exactitud cuál
había sido el año de su nacimiento, aunque sí su lugar de origen, Alhama, en la
provincia de Granada. Lo que si conocemos es que era hija de una negra esclavizada y de un cristiano, Pedro Hernández, de donde le venía su naturaleza mulata.
Estando en cautividad hasta su juventud en que fue manumitida, aprendió a tejer,
seguramente bajo la enseñanza de su madre, y cuando alcanzó la edad de casarse,
lo hizo con Cristóbal Lombardo, un vecino de Jaén afincado en Alhama que era
albañil, del que tuvo un hijo. Poco después, al ser abandonada por su marido,
comenzaría la vida errática por diversos lugares a que antes me he referido hasta
llegar a Jerez de la Frontera. Se puso entonces al servicio de un clérigo, periodo
que aprovechó para aprender el oficio de calcetera, lo que le permitió cambiar
de situación y ponerse a trabajar en la casa de un sastre. Con el bagaje de ambos
oficios se independizó y se ganaba la vida con normalidad hasta que un altercado
con un rufián le puso de manifiesto la vulnerabilidad de las mujeres en la sociedad, máxime si vivían solas, por lo que determinó “andar en habito de hombre y
dejar el de mujer”. Vestido de esa guisa y eludiendo dar un nombre que la identificara sexualmente, comenzó a nombrarse por su apellido, Céspedes; abandona
Jerez y se dirige a Arcos de la Frontera donde primeramente encontró trabajo
como mozo de labranza y después como pastor. Estando al cuidado del ganado
de un tal Taboada, fue acusada de monfí (morisca) y, en esa tesitura, se desvela su
naturaleza sexual femenina ante el Corregidor, quien le ordenó vestir en adelante
como mujer.
Desmontando el mito de la pasividad femenina
En ese preciso momento estalló la sublevación de los moriscos en las Alpujarras
(1568), un hecho decisivo en su vida porque entonces decidió volver a vestirse
como varón, esta vez de soldado, para combatir a los sediciosos. ¿Haría esto para
que así nunca más le acusaran de serlo ella también? o, simplemente, ¿fue la única
salida que encontró a su intento de volver a ser hombre? El caso es que se enroló en
una compañía de soldados en la que combatió hasta que fue deshecha, por lo que
se volvió a Arcos donde se dedicó a ejercer el oficio de sastre, tras haber superado
el examen público y obtenido la titulación correspondiente. El examen tuvo que
hacerlo en Jerez y en la licencia consta como “sastra” ya que en esta población era
reconocida como mujer. Por alguna circunstancia que desconocemos, de nuevo se
enroló en una compañía de soldados y, por segunda vez, volvió a la guerra de Granada. A su término se quedó vagando por varios lugares andaluces ejerciendo de sastre
hasta que decidió abandonar esos pagos y poner rumbo a la Corte.
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Al Madrid reconvertido en residencia fija de la monarquía dos décadas antes se
dirigió Eleno/Elena permaneciendo allí durante doce años usando sus habilidades
como sastre para ganarse la vida, hasta que entró en contacto con un cirujano
valenciano, posiblemente de origen morisco, que se la llevó a su casa y le enseñó
el arte de curar. Su rapidez en aprender este otro oficio le impulsó a cambiar de
trabajo, logrando un empleo en el Hospital de Corte, donde permaneció tres
años. Con esa experiencia, dedicó los dos años siguientes al ejercicio libre de la
cirugía por varios lugares aledaños a la capital, hasta que fue acusada de ejercerlo
sin tener la titulación requerida3; retorna entonces a Madrid y, tras superar los
exámenes correspondientes4, obtuvo dos títulos oficiales uno para poder sangrar
y purgar, y el otro de cirugía. Con ambas licencias se asienta de nuevo en Madrid
donde habitó otro seis años, pero su naturaleza inquieta, debido quizás a que el
ambiente madrileño no le satisficiera, o porque no se encontrara a gusto en la
ciudad, le impulsó a trasladar su residencia a Ciempozuelos, donde conoce a una
joven doncella con la que pretende casarse.
En lugar de acudir al párroco del pueblo, marchó a Madrid para hacer las
amonestaciones públicas que debían preceder la celebración de todo matrimonio, según prescribía el Derecho Canónico, presentándose ante el Vicario; éste,
“viéndola sin barba y lampiña” debió recelar de su aspecto porque le preguntó
“si era capón” frente a lo cual “ella respondió que no, que la mirasen y vieran
que no”. Sometida al examen ocular de cuatro hombres, le dieron la razón,
afirmando que era varón. Ante tal testimonio, el Vicario dio la licencia para
que las amonestaciones fueran publicadas en Madrid. En ese momento las cosas
parecieron complicarse cuando, por un lado, apareció una mujer alegando que
Eleno/Elena le había dado promesa de matrimonio unos años antes pero que no
habían llegado a casarse nunca; y por otro, varios vecinos de Madrid aseguraron
haberla conocido como hombre y mujer, indistintamente. El Vicario decide
someterla a un nuevo examen, por dos médicos de la corte, los cuales declararon “que no tenía sexo de mujer”, por lo que, finalmente, otorgó la licencia,
y pudo contraer matrimonio. Este no se llevó a cabo en Ciempozuelos, donde
las habladurías sobre su problema debieron haber estado en boca de todo el
3 La pena por intrusismo que contemplaba las leyes era el pago de una multa de seis mil maravedíes pero no parece que ella fuera multada porque no se explicita en el expediente. Vid. Novísima Recopilación de las Leyes de España. Libro VIII. Título XI. “De los médicos, cirujanos y barberos”. Ley V.
4 Uno de los requisitos para el examen de cirujano era presentar ante el Protomedicato un
testimonio de haber practicado en algún hospital o en una ciudad donde hubiese otro cirujano
aprobado, durante cuatro años completos. Vid. Novísima Recopilación de las Leyes de España. Libro
VII. Título X. “Del Real protomedicato”. Ley IV (1563). En la Ley V (1588) se explica en detalle
que los exámenes de los cirujanos tendrían una parte teórica y otra práctica; la teórica consistía en
aprenderse una especie de reglas elaboradas por el Protomedicato, y las prácticas “se les hará poner
las manos, ligue y desligue, y aplique las medicinas en las heridas”.
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pueblo, sino en la vecina población de Yepes, a donde se trasladaría a vivir con
su esposa, María del Caño.
Pasó una temporada de cierta tranquilidad antes de que un suceso fortuito la
colocara de nuevo en el disparadero. Enterada de que no había cirujano en Ocaña
optó por mudarse a esa población, más grande, donde seguramente tendría mayores posibilidades de trabajo. Estando residiendo allí desde hacía un año sin que
hubiera creado el más mínimo problema, fue denunciada por unas personas que
estaban de paso, asegurando que la habían conocido como mujer y como hombre
en tiempos de la Guerra de Granada. Ante la denuncia, el gobernador de la Villa
la condujo a la cárcel, iniciándose el proceso en julio del año 1587.
El proceso inquisitorial
Viendo los cargos que se le imputaban -doble sexualidad- el gobernador de Ocaña,
en vez de presentar el caso ante los tribunales civiles, lo hizo ante la Inquisición de
Toledo, a cuya cárcel fue conducida la rea. El testimonio del capellán de Ocaña, Francisco de Agro Ayllón, realizado el 2 de de julio de 1587 debió pesar en esa decisión
porque, en su opinión, el travestismo de Eleno/a tenía que ser por “arte del diablo”,
además de estar cometiendo menosprecio hacia el sacramento del matrimonio.
En el curso del proceso se le embargaron los bienes y para ello se realizó un inventario de los mismos, que quedaron bajo custodia del depositario Antón Rodríguez. Sus escasos bienes dejan traslucir una economía doméstica muy sencilla. Sin
embargo, es muy interesante el hecho de que aparezcan inventariados “veintisiete
cuerpos de libros grandes y pequeños”, y “una tabla pequeña para poner libros”,
entre los cuales se hallaban “Los dos cuerpos” de Vesalio y las obras de Leonato
Fusio sobre cuatro obras de Galeno; libros que le serían de utilidad en el ejercicio
de su profesión. Lo que indica, también, una cierta inclinación a la lectura y un
cierto interés por aumentar sus conocimientos. Entre el resto de bienes se citan
varias imágenes religiosas5, lo que muestra sus convicciones en la religión católica
-a pesar de sus orígenes moriscos- y el seguimiento de sus prácticas externas.
Las acusaciones fiscales
Eleno/Elena llega a Toledo vestido con greguescos -calzones muy anchos de
moda en la época- de paño verdoso y un jubón de lienzo picado, unas medias
calzas de lana pardas, unos zapatos acuchillados, una capa verde oscuro con unos
pasamanillos, camisa y sombrero de tafetán negro. Todo un alarde de masculinidad en su vestimenta.
El ponente del proceso fue el licenciado Soto Carnero, quien incoa un expediente “contra Eleno Céspedes, y por otro nombre Elena, tejedora, sastre, calcete5 Una imagen de san Francisco, otra de San Jerónimo en guadamecil, dos de Nuestra Señora
pequeñas doradas, otra de Santa Bárbara y otra de Santa Catalina.
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ra, soldado y cirujana, natural de Alhama y residente en Yepes” con las siguientes
acusaciones: “por hereje apóstata de nuestra santa fe y ley evangélica, o al menos
por muy sospechosa de serlo”, “que siente mal de los sacramentos y en especial
del matrimonio y en oprobio y menosprecio de él como embaucadora y embustidera”. De ellas podemos deducir que lo que de verdad se le está recriminando es
su impostura sexual, “instigada por el demonio”, que le hizo burlarse del matrimonio al casarse con una persona del mismo sexo. Como ella lo negara, ordenó
que fuese sometida a tormento “el cual le sea dado y repetido tantas veces cuantas
veces hubiera lugar de derecho”.
El hecho de casarse por segunda vez sin haberse disuelto el vínculo sacramental
del matrimonio suponía la comisión del delito de bigamia6, tipificado en masculino
en la legislación vigente. Si en 1387 la ley ordenaba que el acusado “demás de las
penas en el Derecho contenidas, sea herrado en la frente con fierro caliente hecho
a señal de Q”7, en la de 1532 ya no se contempla el castigo infamante sino “demás
de las penas contenidas en Derecho”, la confiscación de la mitad de sus bienes8. En
1548 Carlos I aumenta la pena con cinco años de servicio en las galeras9, y en 1566
Felipe II le añade la consideración de vergüenza pública mediante azotes10.
Otra acusación que estuvo planeando en el proceso fue la de sodomía, como se
denominaba entonces a la homosexualidad, un delito calificado de “abominable”
en la legislación heredada de los Reyes Católicos. Dichos monarcas, considerando
insuficiente el castigo habitual al comienzo de su reinado, decidieron elevar las
penas prescribiendo que “cualquier persona, de cualquier estado, condición, preeminencia o dignidad que sea, que cometiere el delito nefando contra naturam”
(...) “sea quemado en llamas de fuego” y se le confisque todos sus bienes muebles
y raíces11. No obstante, en el caso de Eleno se debió seguir la doctrina eclesiástica
según la cual la sodomía femenina no era un pecado de auténtica sodomía porque
no se producía derramamiento de semen, además de que, generalmente, la Inquisición no era el tribunal encargado de sustanciar los delitos de este tipo.
Los interrogatorios
Muchas fueron las cuestiones que surgieron en el curso del proceso y que se
intentó conocer interrogando a la acusada. A la pregunta de “por qué si había
6 Novisima Recopilación de las Leyes de España. Libro XII. Título XXVIII “De los adúlteros y
bígamos”.
7 Ibídem. Ley VI. “Pena de los que se casan por segunda vez, viviendo sus primeras mujeres”.
8 Ibídem. Ley VII. “Pena del desposado con dos mujeres”.
9 Ibídem. Ley VIII. “Pena de los casados dos veces”
10 Ibídem. Ley IX. “Conmutación de la pena de los casados dos veces en la de vergüenza pública y servicio de galeras.
11 Novisima Recopilación de las Leyes de España. Libro XII. Título XXX. “De la sodomía y la
bestialidad Ley I.
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parido como mujer quería ser hombre”, ella contestó que se consideraba hermafrodita porque tenía “natura de hombre y de mujer”; a dicha explicación añadió
que, aunque al principio parecía dominar su naturaleza femenina, durante el parto había sufrido una transformación física que explicaba la prevalencia del sexo
masculino sobre el femenino. En su respuesta afirmaba que, con la fuerza que
tuvo que hacer mientras paría:
“se le rompió el pellejo que tenía sobre el caño de la orina y le salió
una cabeza como medio dedo pulgar, que así lo señaló, que parecía
en su hechura cabeza de miembro de hombre, el cual, cuando éste
tenía deseo y alteración natural le salía como dicho tiene, y cuando
no estaba con alteración se enmustecía (sic) y recogía a la parte y seno
donde estaba antes que se le rompiese el dicho pellejo”.
Asimismo, le preguntaron si el miembro que se le había salido le servía para
algo más que para estar con mujeres a lo que contestó afirmativamente, diciendo
que “orinaba por él porque estaba en el propio caño de la orina”; que como era
cirujano “siempre supo esconder su sexo de mujer y que ninguna de las mujeres
que habían estado con ella lo notaron, ni siquiera su esposa”.
En cuanto a sus preferencias sexuales, dijo que le gustaban las mujeres y que
a lo largo de su vida había estado con muchas de ellas, ante las que se había
comportado “como hombre”. Al respecto, citaba a Ana de Albonchel, con la que
sostuvo relaciones mientras vivía en Arcos. Su esposa, María del Caño, llevada
también ante el fiscal, aseguró haberse casado estando convencida de que lo hacía
con un hombre, el cual la había desvirgado durante el matrimonio y que, incluso
en cierto momento, sospechó que la había dejado embarazada.
Estando en la cárcel fue sometida de nuevo al examen de varios médicos cuyo
dictamen negó la existencia de genitales masculinos. Cuando se le pide explicaciones ante ese cambio, y ante la imposibilidad de seguir manteniendo su declaración de ser hombre, al haber desaparecido su “miembro de varón”, contesta que
la causa era debida al hecho de montar a caballo, lo cual le había provocado llagas
(en el pene) y, no queriendo correr el riesgo de padecer una infección, decidió
curarlo “cortándole las capas” (de piel) hasta que desapareció, mostrando así sus
conocimientos de cirugía.
Eleno/Elena no niega en ningún momento la “rareza” de su situación pero se
escuda en la excepcionalidad en que le había colocado su hermafroditismo. Se
aferra con todas sus fuerzas a esa naturaleza híbrida para explicar -y defender- su
comportamiento, y así soslayar cualquier acusación de heterodoxia o transgresión, como podemos observar en sus propias palabras:
“lo que pasa es que como en este mundo muchas veces se han
visto personas que son andróginos que por otro nombre se llaman
hermafroditos que tienen entrambos sexos yo también he sido uno
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de éstos y al tiempo que me pretendí casar ni carecía e prevalecía
más en el sexo masculino e naturalmente era hombre e tenia todo lo
necesario de hombre para poderme casar y de que lo era hice información y probanza ocular de médicos y cirujanos peritos”.
Alegaciones de la defensa
Son un compendio de negaciones frente a las acusaciones formuladas en su
contra; en primer lugar, niega la acusación de que había hecho un pacto con el
demonio para transmutarse en hombre-mujer. Del mismo modo, niega haber
tenido un comportamiento sexual desviado puesto que ella solo se dejó llevar por
sus instintos y siempre actuó en consonancia a ellos.
En el escrito presentado en su nombre por un abogado, todas y cada una de
esas acusaciones fueron negadas por la acusada, quien interpuso un recurso donde
están detalladas de la manera siguiente:
“yo no he hecho ni dicho maliciosamente cosa alguna contra
nuestra santa fe católica ni contra lo que manda y enseña la santa
madre iglesia … porque aunque es así que siendo mujer me case in
faccie ecclesiae como varón no lo hice en desacato ni menosprecio
del sacramento del matrimonio ni por otro mal fin sino por estar en
servir de nuestro señor y por verme en actitud y potencia e varón
para el uso del matrimonio como lo tengo manifestado y declarado
en mis confesiones”.
“Lo otro porque para haberme de casar precedida licencia del
vicario de Madrid y por su orden y mandado me vieron médicos
y personas peritas que por vista de ojos declararon con juramento
haber en mi aptitud de varón y las otras cosas que me vieron. Pido
ser examinada y ratificada en este Santo Oficio para que conste ser
verdad lo que tengo dicho y declarado”
“Lo otro porque aunque al presente no tengo el vigor y aptitud
de varón que tenía y tuve al tiempo que me casé es porque me fue
dañado y por evitar el daño y peligro que podía padecer mi salud
me lo fui cortando poco a poco como patentemente se ve por las
señales y cicatrices que ahora tengo. Lo que pido vean otros médicos
y cirujanos para que conste esta verdad y no se entienda haberse en
mi el engaño y embuste que dicen los médicos que ahora me vieron, los cuales se engañaron como manifiestamente se verá por las
señales susodichas”.
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La sentencia
En base a las alegaciones fiscales la sentencia recoge las acusaciones de “hereje
apóstata de Nuestra Santa Fe Católica y Ley Evangélica o al menos por muy sospechosa de serlo, excomulgada, perjura, mujer que sentía mal de los sacramentos,
en especial del matrimonio y en oprobio y menosprecio de él”. En ausencia de
documentos que probaran la muerte del marido, fue acusada de bigamia, con el
agravante de que, de las dos veces, la primera se había casado con un hombre y la
segunda con una mujer.
En consecuencia, fue sentenciada a salir al Auto público de fe que se celebró
en la plaza del Zocodover de Toledo el día 18 de diciembre de 1588, con hábito
de penitente, coroza e insignias que manifestaban su delito, donde abjuró de levi
por todos los cargos que se le imputaron. Durante el transcurso de la ceremonia
fue desprovista de su vestimenta masculina y obligada a vestirse con ropas de mujer, como imposición obligatoria de la sexualidad que debería tener en adelante.
Además, se le condenó a recibir cien azotes por las calles públicas de Toledo y
otros cien por las de Ciempozuelos, como castigo ejemplar, tras lo cual debía ser
internada durante diez años en un Hospital “para que sirviese sin sueldo en las
enfermerías”.
La sentencia definitiva está fechada el 28 de diciembre de 1588, y se adjunta
un documento-registro donde se dice que recibió los azotes públicos en ambas
ciudades, los días 28 y 29 del mismo mes; posteriormente fue conducida al Hospital de Toledo para cumplir el resto de la condena.
No acabarían ahí sus desgracias. En enero de 1589 el director del hospital envía una carta al Tribunal de la Inquisición quejándose de que Eleno/Elena estaba
acaparando la curación de la mayoría de los pacientes del hospital, ante lo cual se
había quejado el resto del personal médico, al ver disminuir progresivamente la
demanda de sus servicios. “Los pacientes prefieren ser curados por ella antes que
por otros cirujanos y piden que no se le permita hacerlo en las mismas horas que
ellos”, se lee en la susodicha carta. El Tribunal dio la razón a los médicos y estimó
que la rea, al gozar de esa situación de valoración médica, “no estaba cumpliendo
la reclusión como castigo”, por lo que decide trasladarla al hospital de Puente del
Arzobispo para que curara a los pobres de la ciudad. Y ahí se pierde su pista.
A partir de este momento todo lo que podemos hacer son elucubraciones sobre su posterior destino, pues nunca más se supo de ella; ignoramos si murió en
la localidad toledana donde fue confinada mientras cumplía su condena. Pudiera
ser que, en tantos años, fuera afectada por alguna de las enfermedades que le
tocó curar, o por alguna otra que contrajera de forma fortuita o, simplemente, de
muerte natural. Durante todo ese tiempo ¿mantendría relaciones de algún tipo
con su esposa?, ¿volvería a buscarla a la salida del Hospital?, ¿la estaría ella esperando?, ¿sería bien recibida?. Tampoco podemos saber si, tras una década recluida
en la institución, y haber cumplido la condena completa, puso reincorporarse a
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la sociedad para vivir en paz el tiempo que le quedara de vida. Es fácil que nos
asalten las dudas conociendo la situación que se viviría en el periodo finisecular,
mediatizada por la crisis demográfica, económica y social. Lo más seguro es que
encontrara muy difícil insertarse en la sociedad que la había castigado y, si pudo
lograrlo, habría que calcular cuál fue su coste y las condiciones en que pudo o
supo hacerlo. Quién sabe si, con el paso de los años y la cautividad forzosa que
había padecido, su voluntad se hubiese quebrado, desapareciendo su esperanza de
vivir conforme a sus ideas y su identidad sexual. Que hubiese tenido que abandonar su sexualidad optada, libremente elegida, por una sexualidad impuesta. Que
se sintiera vencida por la soledad, la vejez y la falta de libertad en una sociedad
cada vez más intransigente e intolerante.
O quizás todo lo contrario. Puede que la fortaleza que tuvo en su juventud
desafiando los convencionalismos de género hasta legitimarse en una identidad
sexual que marcó su trayectoria vital, ahora, en el ocaso de su vida, le permitiera
gozar de la suficiente libertad interior para sentirse cómoda en la sexualidad que
mejor le pareciera. Fue una mujer excepcional, de eso no cabe ninguna duda;
incluso hoy, en los albores del siglo XXI, nos llama poderosamente la atención.
Sorprende ver la valentía con que se enfrentó al mundo teniendo todas las circunstancias en su contra por ser mujer, mulata, esclava manumitida, joven y esposa abandonada -como hemos visto- sin doblegarse en ningún momento sino todo
lo contrario, dispuesta a sacrificarlo todo por reivindicar el derecho a su cuerpo, a
elegir su sexualidad y a vivir conforme a ella.
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