El Gobierno alemán del Reich consiguió

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El Gobierno alemán del Reich consiguió apoderarse, en enero de 1945, de la Orden de
Operaciones inglesa 'Eclipse', que contenía los 'Planes y preparativos para las medidas a adoptar
tras la conquista de Alemania', después que se efectuara la capitulación sin condiciones. En un
mapa adjunto a dicha Orden se dibujaba el reparto de Alemania entre la Unión Soviética, los
Estados Unidos y Gran Bretaña. Dicho reparto correspondía, aproximadamente, con la efectiva
división en zonas que se produjo más tarde, con excepción del territorio de ocupación francesa
que los franceses sólo consiguieron de los aliados en la Conferencia de Yalta, de febrero de
1945.
El proyectado reparto y los métodos prescritos en el Plan Morgenthau, en el que se preveía el
tratamiento que habría de aplicarse a Alemania, hacían temer el fin de nuestra vida como nación
unificada.
La dureza de estas condiciones tuvo como consecuencia que las dificultades políticas que por
nuestro bando existían para un inmediato final de la guerra mediante una capitulación sin
condiciones, se hicieran todavía mucho más fuertes. A estas consideraciones de tipo político
venían a añadirse, además, otros importantes obstáculos de índole práctica.
El 12 de enero de 1945 habían comenzado los rusos su ofensiva contra nuestro frente oriental.
Habían irrumpido en Silesia y llegado al curso medio del Oder, junto a Küstrin y a Frankfurt
(Frankfurt an der Oder). Las Fuerzas Armadas alemanas no habían podido cumplir en nuestras
fronteras orientales su misión natural militar, la protección de nuestra población alemana del este
y la del territorio patrio. Por ello las gentes huían de estas comarcas hacia el oeste para ponerse a
salvo antes de la penetración rusa. El temor y el espanto las impulsaban. Sabían lo que el Ejército
soviético traía aparejado. Cuando Goldap se perdió en la frontera oriental prusiana con algunos
otros pueblos, en octubre de 1944, los rusos habían tratado allí a la población alemana con la
crueldad más inaudita.
También una arenga del escritor soviético Ilya Ehrenburg a los soldados rusos mostraba a la
población alemana lo que les esperaba. Tal arenga decía así: '¡Matad, matad! No hay nada de lo
que sean inocentes los alemanes, ninguno de los vivos y tampoco de los que han de nacer.
Seguid las instrucciones del camarada Stalin y aplastad para siempre al animal fascista en su
madriguera. Desgarrad con brío el orgullo de raza de las mujeres germánicas, tomadlas como
botín legítimo. ¡Matad, bravos y aguerridos soldados del Ejército Rojo!'.
La salvación de las poblaciones alemanas del este era en aquellas circunstancias el primer deber
que, el soldado alemán tenía aún que cumplir. Si para dolor nuestro no podíamos conservarles a
los alemanes del este su territorio patrio, al menos no podíamos permitir en ningún caso que sus
vidas quedasen en la estacada. Sólo para esto valía la pena ya que el soldado siguiese luchando
en el frente del este.
Pero había, además, otra segunda cuestión. Cualquier terminación de la guerra que no fuese
mediante la capitulación incondicional, no entraba en los planes de los aliados. Para las tropas
alemanas esto significaba que cualquier movimiento de las mismas tenía que cesar en el
momento mismo de la capitulación. Debían permanecer donde estuvieran, entregar sus armas y
constituirse prisioneros de guerra. Si hubiésemos capitulado en los meses invernales de 1944-45,
tres millones y medio de soldados del frente oriental, que aún estaba muy distante del frente
angloamericano, habrían sido hechos prisioneros de guerra. El hacerse cargo de ellos, cuidarlos y
mantenerlos no les habría sido posible a los rusos ni siquiera con la mejor voluntad de
organización. Los prisioneros habrían tenido que acampar al aire libre en lo más crudo del
invierno. Un espantoso contingente de muertos habría sido la consecuencia inevitable. Lo difícil
que resulta encargarse de pronto de un gran número de prisioneros de guerra, lo mostraron los
acontecimientos ocurridos a raíz de la capitulación en el templado mes de mayo, incluso en el
oeste, donde los ingleses y americanos no consiguieron atender a todos los prisioneros de guerra
alemanes, por lo que un gran número de ellos murió por falta de alimentación y de cuidados.
Era, por tanto, evidente que la conclusión de la guerra en el invierno de 1944-45, en vista de la
exigencia de los aliados de una capitulación sin condiciones, habría significado la muerte de
millones de personas de la población civil alemana y de millones de soldados del frente oriental.
Nadie de los que por aquel entonces ocupaba un puesto de responsabilidad en la Wehrmacht
podía aconsejar que se diese semejante paso. Ninguno de los fugitivos del este habría podido dar
su conformidad a la decisión que los entregaba a los rusos, ningún soldado alemán quería caer
prisionero de los rusos. Los soldados no habrían obedecido la orden de quedarse quietos y
dejarse hacer prisioneros. Lo mismo que la población civil, habrían intentado salvarse
marchando hacia el oeste. Por eso ninguno de los hombres que ocupaban cargos directivos
podría haber firmado en aquella época un convenio de capitulación sin temer con razón que el
mismo sería quebrantado y que, además, un gran número de personas alemanas del este
quedarían abandonadas a su suerte y serían destruidas, decisión ésta que nadie podía tomar sobre
su conciencia.
Por doloroso que resultara, había que continuar la guerra durante el invierno 1944-45, atendiendo
a estas exigencias, y en todos los frentes y en todos los mares seguir sacrificando soldados y
soportar la pérdida de poblaciones civiles, porque, por grandes que fueran, siempre serían más
pequeñas que las que produciría un colapso de la zona oriental alemana. Cada jefe militar que se
plantease la cuestión de si la capitulación en aquel tiempo habría sido un mal menor, tenía que
juzgar no desde el punto de vista del oeste o del este, sino considerando la suerte general de toda
Alemania. Cierto que podía comprender que la población alemana del oeste quería la
terminación de la guerra, porque cada día que se continuaba luchando sólo traía nuevos
perjuicios. Pero de ninguna manera se podía ceder a este deseo. Era un deseo unilateral,
impaciente e injusto hacia los conciudadanos del este y que no tomaba en cuenta que también
soldados de familias occidentales alemanas habrían sido sacrificados si se hubiese cumplido. No
había que caer en el mismo error que más tarde cometerían tales o cuales autoridades pequeñas al
preocuparse únicamente de salvar a su localidad, sin tener en cuenta para nada las necesidades de
otras poblaciones. En el capítulo 17 he expuesto ya por qué yo no podía proponer que se
aceptase la exigencia del adversario de una capitulación sin condiciones. Era cuestión de la
Jefatura del Estado y no mía, como jefe de la Marina de guerra, el decidir cuándo la guerra debía
darse por terminada.
Mientras los Ejércitos alemanes del este siguieran estando alejados de las líneas
angloamericanas, habría yo también rehusado dar mi conformidad si se me hubiese hecho la
pregunta. Puesto que el fundamental objetivo militar era salvar a contingentes alemanes de la
zona oriental, el orden en el frente y en el interior era supuesto indispensable. Cualquier clase de
caos sólo hubiera costado más sangre. Este objetivo militar, que por aquel entonces no era
posible, naturalmente, exponérselo al adversario, aclara muchas de las órdenes que di durante
dicho periodo.
Pero, en cambio, no creí nunca en aquel invierno 1944-45 en una de las razones que se daban
para continuar la guerra, esto es, en que fuese de esperar una ruptura entre los aliados
occidentales y la Unión Soviética. Aunque también a mí me resultaba inconcebible que la
política angloamericana pudiera consistir en un aplastamiento brutal de la fuerza continental
alemana, ya que veía que eso iba en contra de los propios intereses angloamericanos -porque el
vacío que así se produciría tendría forzosamente que ser ocupado por un aumento de potencia del
este-, sin embargo, no creía que los aliados occidentales previesen en aquel tiempo tales
consecuencias. Era lo que se deducía de su propaganda de guerra y de su proclamación de una
cruzada contra la Alemania nacionalsocialista.
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