Robin Hood conoce al Pequeño Juan

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Robin Hood conoce al Pequeño Juan
Versión de Henry Gilbert
De cuando en cuando se requiere un renegado legendario para dar lecciones de justicia,
generosidad, caballerosidad y camaradería. Robin Hood y su alegre banda merodearon en los
bosques de Sherwood, en Nottinghamshire, y Barnsdale, en Yorkshire, en los días en que el rey
Ricardo Corazón de León se encontraba lejos luchando en las Cruzadas, y el astuto y codicioso
príncipe Juan gobernaba en su ausencia. En esta historia, un loable espíritu deportivo -gracia en
la victoria, humor en la derrota- constituye la clave de la buena amistad,
Una vez Robin Hood viajaba por el bosque de Barnsdale cuando llegó a un ancho arroyo cruzado
por una angosta viga de roble. Su anchura sólo permitía que pasara un hombre por vez, y desde luego
no tenía barandas. Robin avanzó un metro cuando un hombre alto apareció en la otra orilla, saltó
sobre el puente y también comenzó a cruzar.
Se detuvieron y se miraron con mal ceño cuando estaban a sólo tres metros.
-¿Dónde están tus modales, amigo? -preguntó Robín-. ¿No viste que yo estaba en el puente antes que tú
plantaras en él tus grandes pies? ¡Retrocede!
-Retrocede tú, cabeza de alcornoque -replicó el otro-. El pequeño debe ceder el paso al más grande.
-Eres un forastero por estos ¡ares, cabeza de chorlito -Aijo Robín-. Tu lengua de palurdo te delata. Te
daré una buena lección en modales de Barnsdale, si no retrocedes y me dejas pasar. -Así diciendo, tomo su
arco y apuntó una flecha. El hombre alto la miró con un destello entre risueño y colérico en los ojos.
-Si esta es tu lección de modales de Barnsdale -replicó-, es una lección de cobardes. Allí estás, con un
arco en la mano, dispuesto a dispararle a un hombre que sólo está armado con un cayado.
Robín vaciló. Estaba furioso con el forastero, pero le agradaba el carácter directo y franco de¡ gigante.
-Como quieras -dijo-. Aguarda aquí.
Regresó a la orilla, donde cortó una gruesa rama y la talló hasta darle el peso y la longitud que
deseaba. Luego volvió al puente.
-Bien -dijo Robín-, prepárate para un pequeño juego. Quien caiga del puente al arroyo pierde la batalla.
¿Preparado? ¡Ya!
Ante el primer golpe de la vara de Robin, el fornido forastero comprendió que no se las veía con un
novato, y pronto descubrió que el brazo de Robín era tan fuerte como el suyo. Durante largo tiempo las varas
giraron como brazos de molino, y cuando chocaban, el crujido de la madera reverberaba en los árboles de
ambas márgenes del arroyo. El forastero embistió, y asestó un duro golpe en el cráneo de Robín,
-¡El primer golpe es tuyo! -exclamó Robín.
-¡Y el segundo es tuyo! -dijo el gigante con una risa bien humorada, frotándose una nueva magulladura
en el antebrazo izquierdo.
Ahora los golpes descendían con la celeridad del rayo, y aun los huesos de ambos hombres crujían.
Mantener el equilibrio en el puente era casi imposible. Había que pisar con sumo cuidado, y el impacto de
cada golpe dado o recibido amenazaba con tumbarlos.
Robín asestó un golpe en la coronilla del grandote, pero al instante el forastero le propinó un feroz
mandoble que le hizo perder el equilibrio. Robín cayó al agua con un estruendoso chapoteo.
Por un momento el gigante pareció sorprendido de no ver a su oponente. Enjugándose el sudor de los
ojos, exclamó:
-Hola, jovencito, ¿adónde has ido?
Se agachó preocupadamente, y miró el agua que corría debajo del puente.
-Por San Pedro exclamó, espero que ese valiente no se haya hecho daño.
- ¡A fe que no! -dijo una voz corriente abajo-. Aquí estoy, grandullón, en perfecto estado. Has vencido,
y no necesitaré cruzar el puente.
Robin se encaramó a la orilla, se arrodilló y se enjuagó la cara en el agua. Cuando se levantó, se
encontró con el forastero al lado, mojándose la cabeza.
-¿Qué? -exclamó Robin-. ¿No has continuado tu viaje? ¡Tenías tanta prisa por cruzar el puente, y ahora
has regresado!
-No me lo reproches, buen amigo @ijo el gigante-. No tengo adónde ir. Soy sólo un siervo que ha
escapado de su señor, y esta noche, en vez de mi cáiída choza, sólo tengo un arbusto donde dormir. Pero me
gustaría estrecharte la mano antes de partir, pues eres un luchador diestro y aguerrido.
Robin extendió el brazo sin reservas, y se estrecharon la mano con fuerza y simpatía.
-Quédate un poco -dijo Robin-. Tal vez desees cenar antes de reanudar la marcha.
Con estas palabras, Robin se llevó el cuerno a los labios y sopló una nota que resonó en el bosque,
haciendo que los grajos echaran a volar y los animales buscaran i-efu-io. Lue-o se oyó un ruido, como si
varios venados corrieran por la arboleda, y pronto varios hombres salieron de la oscura muralla de árboles.
-Vaya, buen Robin -dijo uno-, ¿qué te ha sucedido? ¡Estás calado hasta los huesos!
-No tiene importancia -rió Robin-. ¿Veis a este hombre alto? Luchamos en el puente con nuestros
cayados, y él me derribó.
-¡A él, muchachos' Exclamaron los hombres de Robin, lanzándose sobre el forastero-. ¡Arrojadlo al agua
y que se moje bien!
-No, no -gritó Robin, riendo-. Calma, muchachos. No te guardo rencor, pues es un sujeto honesto y
valiente. Escucha, hombre -te dijo al forastero-. Somos renegados, valientes que se ocultan de los malos
señores en el bosque, y nos dedicanios a robar a los ricos lo que han robado a los pi)bres. Unete a nosotros si
quieres. Puedo prometerte buenos porrazos y mucha Diversión.
-Por la tierra y el agua, seré tu hombre -exclamó el forastero, tomando la mano de Robin-. Nunca he oído
palabras tan dulces, y de todo corazón seré tu servidor y el de tus camaradas.
-¿Cómo te llamas, buen hombre? Preguntó Robin.
-Juan de los Rastrojos -respondió el otro, y luego, con una risotada-, pero me dicen Juan el Pequeño.
Los otros también rieron, y se adelantaron para darle la mano. Luego regresaron deprisa al campamento,
donde una gran marmita de hierro los aguardaba sobre una fogata, exhalando aromas tentadores para
hombres a quienes el aire del bosque despertaba el apetito, Reuniéndose en torno de Juan el Pequeño, que los
superaba a todos en estatura, los renegados alzaron sus picheles hacia un gran casco de madera, para llenarlos
de cerveza hasta el borde.
-Ahora, amigos -exclamó Robin-, bautizaremos a nuestro nuevo camarada para darle la bienvenida a
nuestro grupo de hombres libres del bosque. Hasta ahora lo han llamado Juan el Pequeño, y sin duda es un
dulce bebé. Pero de ahora en adelante se llamará Pequeño Juan. ¡Tres hurras, muchachos, por Pequeño Juan!
¡Como hacían vibrar el atardecer! Las hojas temblaban con sus gritos. Luego arrojaron sus picheles
de cerveza, se reunieron en torno de la marmita, sumergieron sus cuencos en el sabroso guisado e iniciaron el
banquete.
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