Subir al podio - Autores Catolicos

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XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Subir al podio
Todos hemos soñado, y seguramente deseado, alguna vez, estar en el podio. Sea
deportivo, medalla olímpica, cultural, premio nobel, social, cargo con poder. De una
u otra manera queremos estar por encima de los otros. No debe extrañarnos la
actuación de Santiago y Juan, no eran diferentes de nosotros los dos hijos del
Zebedeo. Querían ellos que, cuando Jesús llegara a ser reconocido como el gran
mesías, formaran ellos parte de su staff. El Maestro no se indigna, no condena su
atrevimiento, es experto en humanidad, ya que, nunca olvidéis, es el mejor hombre
hecho y derecho, que haya podido existir. Sabía bien que la ambición esta muy
enraizada en el interior del ser humano y sus amigos no eran una excepción. Les
interroga; ¿Están capacitados y dispuestos a seguirle y pasar por los mismos
senderos que Él ha de pasar? Sin pensarlo dos veces, le responden que sí. Sabe
para sus adentros el Señor lo que va a ocurrir y lo que les va a ocurrir, pero no
desvela el misterio. Con cierto lenguaje enigmático, les adelanta que está en manos
de su Padre el lugar que ocuparán. Sin decirles si será importante o anónimo. Sin
desanimarles, eso sí.
La reacción de los compañeros, por supuesto, no es benigna. No eran demasiado
diferentes los unos de los otros. Así que se siente el Señor en la necesidad de
instruirles.
Les recuerda una realidad que todavía hoy está vigente, que quien tiene poder, casi
siempre lo aprovecha en beneficio propio. Parece que sea ley de vida. Ahora bien,
con toda seguridad, no es norma evangélica. Y ellos, ciudadanos futuros de su
Reino, deben atenerse a la Buena Nueva de Jesús
El que quiera ser importante, ha de estar dispuesto a ser servidor de los demás.
Quien quiera mandar y disponer, ha de saber agacharse humildemente. Se pone Él
por ejemplo, aunque todavía ellos no sean capaces de entenderle. Llegará un día en
que verán al Señor a los pies de Pedro, lavándole los pies, como un simple criado.
En aquel momento, quien sepa leer en lo profundo, descubrirá la grandeza del
Señor. Si Jesús crucificado es imagen de dolor, arrodillado con toalla y jofaina, lo es
de humildad
Siempre os he dicho, mis queridos jóvenes lectores, que ser cristiano requiere
audacia. Hoy, al considerar la ambición que anida en nuestro espíritu, os recuerdo
que debéis estar prestos a ayudar, a servir, a empujar. Y hacerlo todo alegremente,
que la sonrisa es elixir de juventud. Vale para vosotros y para los que somos
mayores.
Las similitudes y las diferencias que hay entre nosotros y Jesús, debemos tenerlas
siempre presentes. Nosotros somos pecadores e imperfectos, y esto nos pesa y
agobia. Él, aunque semejante a nosotros, carece de pecado, de lastre, de carga
inútil y dotado de divinidad. De aquí que sea capaz de atravesar las barreras del
infinito y adentrarse en la profundidad divina, por nuestra parte, sin merecerlo, ni
ser posible con nuestra limitada capacidad, podemos, no obstante, pegarnos
apretados a Él y allegarnos al Padre. Al encontrarnos apretujados a su Hijo, no
dudará Él concedernos el auxilio que más necesitemos. La segunda lectura de la
misa de este domingo, nos debe dejar saciados de consuelo. Es a la que me he
estado refiriendo.
Padre Pedrojosé Ynaraja
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