la autocracia depredadora

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LA AUTOCRACIA DEPREDADORA
Aníbal Romero
(Publicado inicialmente en Analitica Premium, 31-03-2009)
Argumentaré en lo que sigue que el actual régimen político venezolano debe
ser caracterizado como una autocracia depredadora. No es todavía una
dictadura ni alcanza la naturaleza de régimen totalitario. Es autocrático y no
dictatorial, pues si bien el poder se concentra en un solo individuo, existen
también una Constitución y leyes a las que en teoría el régimen se apega, y
todo ello para preservar una ambigüedad funcional que favorece su objetivo de
perpetuarse en el mando. La diferencia entre una autocracia y una dictadura es
precisamente ésa: el uso de la ambigüedad como instrumento político. Una
autocracia puede ser aún más perversa que una dictadura, pues utiliza la
ambigüedad de acuerdo con sus conveniencias circunstanciales, fortaleciendo
o ablandando el ejercicio arbitrario del mando según la evolución de los
eventos y las necesidades del poder.
Se trata de una autocracia depredadora porque el partido militar, que es
realmente el partido de gobierno en Venezuela, y la nueva élite dominante civil
dependiente del estamento militar, controlan el poder para enriquecerse y a su
vez emplean los recursos del Estado, sin control institucional alguno, para
reproducir las condiciones de su perdurabilidad en el mando. Depredar significa
“robar, saquear con violencia y destrozo”, y eso es precisamente lo que
estamos experimentando en Venezuela, país donde la riqueza y bienes
públicos y privados están sujetos a la voluntad sin límites de quienes mandan,
para su beneficio personal u obtención de sus metas políticas, por encima de lo
que en abstracto estipulan la Constitución y las leyes.
La caracterización del régimen encabezado por Hugo Chávez como autocracia
depredadora es importante en tres sentidos. Primero, porque la transformación
de una autocracia en dictadura sería negativa para el autócrata, aunque podría
eventualmente resultar necesaria, y constituiría un error político al acrecentar
las resistencias domésticas e internacionales. De allí que Chávez procurará en
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lo posible preservar la ambigüedad en el ejercicio del mando. En segundo
lugar, la caracterización del régimen chavista como autocracia depredadora es
relevante porque resulta equivocado para la oposición, tanto en el ámbito
interno como en el plano internacional, calificar a Chávez de dictador y al
régimen de totalitario o “neo-totalitario”, ya que semejantes acusaciones
tropiezan con una muralla de incredulidad y suenan exageradas. Los
totalitarismos en Corea del Norte y Cuba distan bastante de lo que tenemos
hoy en Venezuela. Tercero, la estrategia de lucha contra una dictadura o un
sistema totalitario no es la misma que la exigida por una autocracia
depredadora, que mantiene un espacio de ambigüedad en sus actuaciones. En
este orden de ideas, la oposición democrática en Venezuela se ha visto
repetidamente debilitada por los dilemas de la ambigüedad. Por un lado, por
ejemplo, la oposición procura ocupar espacios y promueve la participación
electoral, pero por otro lado se ve forzada a hacerlo en un marco de abuso de
poder, trampas y engaños de parte de un régimen que cada vez maneja con
mayor destreza los engranajes de un sesgado mecanismo de elecciones,
sustentado en un grosero ventajismo favorable al gobierno. La oposición ha
sido hasta ahora incapaz de perfilar una estrategia que combine creativamente
el avance electoral con la denuncia de los abusos autocráticos, aunque
semejante estrategia es factible. Nos enfrentamos a una autocracia, no a una
dictadura, al menos no todavía.
Dicho todo lo anterior, cabe ahora preguntarse: ¿Es Chávez comunista, quiere
Chávez llevar a Venezuela al comunismo?
Mi convicción particular es que Chávez, en su fuero más íntimo, desearía
reproducir en Venezuela, en sus lineamientos fundamentales, un régimen
parecido al cubano, pues comprende que ese tipo de sistema, si fuese viable
en nuestro escenario sociopolítico, contribuiría a aferrarlo indefinidamente al
poder. No obstante, Chávez no ha estado dispuesto a pagar los costos,
medidos en sangre y fuego, que el establecimiento de un régimen de esas
características demandaría en Venezuela. De esta realidad, es decir, del
choque entre las ambiciones ideológicas de Chávez y los límites del caso
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venezolano, se derivan una serie de paradojas y contradicciones que son
peculiares al experimento del “socialismo del siglo XXI”.
La principal paradoja se patentiza en la grieta entre el discurso presidencial,
que enarbola una utopía, y la verdad de un régimen basado en la depredación
del país por parte del partido militar y el subsidio populista a los sectores más
pobres. En la práctica, todos los ensayos colectivistas y utópicos de
cooperativas, consejos comunales, propiedad social, etc., son fracasos
anunciados que desgastan la economía y acrecientan la dependencia
petrolera. A su vez, la ineficiencia, el robo y el saqueo se enfocan a favorecer el
enriquecimiento del partido militar y del sector civil gobernante, que tampoco
son capaces de manejar un capitalismo de Estado eficiente. De modo que el
“socialismo del siglo XXI” ha degenerado en incesante depredación.
Si estos planteamientos son atinados y no marchamos hacia el comunismo,
¿hacia dónde vamos entonces?
Son tres las principales variables que definen el curso de los eventos políticos
en Venezuela: la conducta del régimen y su capacidad de preservar la
ambigüedad, la perspectiva económica y su impacto en términos de
conflictividad social, y la actitud de la oposición. Tales variables se encuentran
estrechamente vinculadas. El previsible deterioro económico seguramente
acentuará la conflictividad social durante los próximos meses, pero no
necesariamente obligará al régimen a desprenderse de su máscara de
ambigüedad. Si Chávez logra conducirnos a nuevas elecciones parlamentarias,
y alcanza la fecha mágica del año 2012, podría reproducir sus triunfos en caso
de que la oposición se presente al campo de batalla dividida y desmoralizada
por la fragmentación interna y la ausencia de propuesta positiva hacia el país.
Parece claro que los principales partidos de oposición encuentran muy difícil
mirar lejos y acordarse, para llevar candidatos unitarios a las venideras
elecciones parlamentarias. No sería de extrañarse que el año 2012, si tal fecha
llega en condiciones relativamente normales, observemos a varias de las
figuras que hoy protagonizan el enfrentamiento al régimen (me refiero a
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Rosales, Ledezma, López, y Borges, entre otros), lanzadas al terreno como
candidatos frente a Chávez, lo cual, desde luego, dispersaría el voto opositor y
le serviría en bandeja de plata al caudillo bolivariano una nueva victoria.
Podría decirse, con razón, que tales especulaciones son prematuras y que
mucha agua correrá todavía bajo el puente, lo cual es esencialmente cierto. No
obstante, este ejercicio de imaginación sirve para focalizar las aseveraciones
que hice antes, en cuanto a que vivimos bajo una autocracia depredadora que
podrá sobrevivir en la medida que resguarde la ambigüedad, y conceda
suficiente “alimento” a las aves de rapiña que saquean a Venezuela, arrojando
paralelamente las migajas de costumbre a unos sectores populares para
quienes la libertad, el respeto a las leyes, y la alternabilidad en el poder son
asuntos de poca monta en comparación con las dádivas del populismo. Por
todo esto la actitud de la oposición democrática se perfila como la única
variable, más allá de una descomunal crisis económica, que podría transformar
el escenario de manera importante en los tiempos por venir.
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