Mejor no hablar de ciertas cosas

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LATERCERA Domingo 29 de noviembre de 2015
Sociedad
Teletón 2015
RRKreutzberger durante esta Teletón. FOTO: AGENCIA UNO
CRITICA DE TV
Mejor no hablar
de ciertas cosas
H
abría
que pensar a la
Teletón
como
algo que
es en
realidad demasiadas cosas a
la vez. Un evento solidario.
Una colección de historias
de superación y esfuerzo
personal de chilenos con capacidades diferentes. Una
efeméride nacional clavada
en el calendario hace más
de treinta años. Una celebración masiva del insoportable culto a la personalidad de Mario Kreutzberger. Una hoguera de las
vanidades donde la televisión se celebra a sí misma y
los famosos, los famosillos,
los que fueron famosos, lo
que serán famosos y los que
creen ser famosos se exhiben sin impudicia, esperando que la luz del reconocimiento masivo los alcance
como un rayo. El show más
bizarro jamás hecho en
Chile: un programa de realismo mágico donde casi todos los canales nacionales
transmiten un solo programa que dura más de un día
completo y que finaliza con
un show masivo en el Estadio Nacional.
Todo lo anterior es sumamente extraño, pero tantos
años y tantas Teletones nos
han hecho olvidarlo, acostumbrándonos a ello hasta
quizás insensibilizarnos. Es
el efecto de la repetición,
otro daño colateral de la permanencia de Don Francisco
en nuestro imaginario durante el último medio siglo.
De este modo, lo que alguna
vez estuvo revestido de épica
(con Julio Martínez salvando
la noche en 1978) o de riesgo
(esa duda perenne, acicateada como una suerte de miedo, sobre si se va a poder lle-
Alvaro
Bisama
Escritor y crítico
de TV
gar a la meta económica esperada), es en realidad ahora
un show más o menos predecible, una colección de rutinas, algo que quizás funciona automáticamente. De
hecho, mientras escribo
esto, ya pasaron el sketch de
siempre (dedicado al fútbol
chileno, con Luis Jara como
Gary Medel), la vedetón y
una especie de olla común
de madrugada en La Vega
Central, entre otras cosas.
Sabemos lo que viene: algún
cantante olvidado del rock
latino, el tenis-tón de los famosos, una tarde que se deslizará de modo más bien tedioso, los aportes, más y más
y más llamadas telefónicas,
uno o dos tres momentos de
suspense y un show final en
el Estadio Nacional que será
especie de ceremonia de paz
donde se debería cumplir
con el sueño llegar a la meta
y que cerrará con una foto
colectiva y, en una fantasía
de resiliencia catódica, todos se abrazarán mientras
el público estalla en aplausos y gritos. Ahí, las historias humanas serán lo que
menos importen, quedando
enterradas bajo las focos de
los sets y los codazos de los
famosos para ver quién sale
más cerca de la foto con
Don Francisco. Porque sa-
bemos que desde hace un
buen tiempo el show no va
a fallar en darnos la mejor o
peor televisión posible aunque no lo queramos ni lo
necesitemos.
Aunque no está demás decir que esta versión tiene
cierto sabor agridulce. Hace
unos días atrás, cuando
Kreutzberger fue consultado
por Juan Manuel Astorga en
El informante sobre qué opinaba del hecho de que la Teletón recibiese donaciones
de marcas y empresas involucradas en casos de colusión y corrupción éste respondió: “Discutir esto en
este momento no le hace
ningún bien a la Teletón y no
le hace ningún bien al país”.
Por supuesto, se trataba de
una respuesta impresentable
aunque predecible. Era el
momento exacto en que la
política y la televisión se
cruzaban sin ambigüedades,
revelándose como una sola
cosa. Nada nuevo había ahí.
Era el viejo desparpajo de
Don Francisco a la hora de
eludir cualquier autocrítica,
como si nadie pudiera juzgarlo a él o a su entorno; palabras que mostraban ese
lazo entre poder y espectáculo siempre susurrado,
nunca verbalizado. Así, enfrentado a la pregunta de Astorga, Kreutzberger trató de
correr un tupido velo pero
terminó borrando toda
épica al exigir una compasión dada por decreto. No
pudo. El peso de la noche
no fue suficiente. Ni su autoridad. Con la amargura
de su respuesta, Don Francisco nos recordó lo que la
máquina publicitaria trata
de hacernos olvidar pero
que ahora se ilumina en
este sábado eterno; el hecho de que el show de la
Teletón es solo un programa más de nuestra tele.
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