LA ESCULTURA MONUMENTAL EN MÉXICO Y EL CAMBIO EN EL PAISAJE URBANO A PARTIR DE 1950 Lily Kassner RESUMEN: En la década de 1950 ocurrieran en México grandes transformaciones. El país se caracteriza particularmente por el proceso de la modernización cada vez mayor por el que pasó. Junto a este contexto, el presente artículo analizó los cambios experimentados en el país con respecto a las artes plasticas, en particular la escultura, sobresaliendo entre otros el papel de Mathias Goeritz en semejante proceso. PALABRAS CLAVES: Escultura monumental; paisaje urbana; Mathias Goeritz. Para entender cuál fue el cambio de la escultura monumental y como incidió en el paisaje urbano en México, hay que remontarse a la llegada de Mathias Goeritz al país, en octubre de 1949, trayendo consigo una formación intelectual europea y un profesionalismo de primer orden. Encontró un país que accedía ávidamente a la modernidad y sobresalió como un artista precursor y renovador en la escultura urbana en México. Hay que recordar que en aquel entonces la tendencia en la escultura era figurativa y, por lo general, realizada en bronce. Gracias a la presencia de Mathias en México se renueva este arte, dado que él comienza a ejecutar sus piezas en placa de acero y concreto, rompiendo la tradición figurativa, para así instaurar una vertiente abstracta y geométrica. Tampoco hay que olvidarse de la participación de una pléyade de arquitectos e ingenieros que trabajaron con Mathias, así como con otros escultores, en proyectos interdisciplinarios. Tan pronto llegaron los Goeritz a la Ciudad de México, conocieron al Arquitecto Luis Barragán, gracias a Edmundo O´Gorman e Ida Rodríguez de O´Gorman. El afecto y la admiración que ambos se profesaron no tardó en estrechar una amistad que duró más de dieciocho años. Había un sinnúmero de vasos comunicantes que los ligaban. Ambos gozaban de un espíritu libre e independiente; habían conocido y admiraban la arquitectura morisca y mediterránea (Marruecos, La Alhambra); así como su mutuo interés por los postulados de la Bauhaus. Se enriquecían y apoyaban en su lucha por la renovación arquitectónica y plástica del ámbito mexicano. Recordemos el interés de Barragán por la arquitectura teotihuacana. Él y Chucho Reyes le recomendaron a Goeritz visitarla tan pronto éste tocó tierra mexicana. Del conocimiento de “La ciudad de los dioses”, Goeritz tuvo una impresión imperecedera: quizá a ello se deba su tendencia monumental y la inclinación de magnificar la escala de sus creaciones. Luego de cuatro o cinco días en la Capital de la República, los Goeritz llegaron a Guadalajara, Jalisco, México. La primera materia que impartió Mathias Goeritz en aulas mexicanas (Escuela de Arquitectura de la Universidad de Guadalajara, de la que fue catedrático fundador) fue Historia del Arte. Debido a su brillante desempeño en esta labor docente, el director de la Escuela, el Arquitecto Ignacio Díaz Morales, también admirador de la Bauhaus y responsable de su incorporación al equipo de profesores y, por lo tanto, de su estancia en Guadalajara, primera locación de su vida en México, le confía también la novedosa cátedra de Educación Visual, basada de alguna forma en el curso preparatorio de la Bauhaus, toda proporción guardada. A la par de sus labores docentes en Guadalajara, Mathias despliega una actividad cultural intensa: funda y promueve galerías de arte, expone obras de artistas que ni siquiera en la capital del país se conocían como Kandinsky, Klee, Moore, Gorky, Miró, Picasso y el grupo Dau al Set. También dicta conferencias y edita varias publicaciones. En 1951 Goeritz realizó “El Animal Herido” en múltiples variantes y materiales. Una versión de esta pieza, la de mayor ofídica conformación, fue encargada por él al Arquitecto Barragán, en formato amplificado y en concreto armado para la entrada del fraccionamiento “Jardines del Pedregal”, en el Distrito Federal, comenzando así una fértil colaboración entre ambos en varios proyectos urbanos, tanto en el D. F. como en Guadalajara, Jalisco. EL ECO En 1953, Mathias Goeritz, a escasos cuatro años de su llegada a México, incursiona con éxito en el campo arquitectónico al realizar una obra cuya originalidad a nivel mundial ha sido incontrovertible: El Eco. La inclinación de escaleras y rampas, techos y pisos en pendiente, muros paralelos que se desbordan o se vuelven más angostos, líneas oblicuas que desdeñan y abominan el ángulo recto, la experiencia de lo monumental que sobrepasa la escala humana y provoca un sentimiento de elevación espiritual: estas someras descripciones de algunos espacios de El Eco también nos remiten inequívocamente a la inquietante escenografía, construida para la película El Gabinete del Doctor Caligari, fuente de inspiración incuestionable de la primera creación arquitectónica de Mathias Goeritz. En El Eco las disposiciones arquitectónicas devenían, por su sentido y escala, en proporciones escultóricas. Mathias Goeritz aisló, con muros de 235 ESPAÑOL LILY KASSNER, La escultura monumental en México y el cambio en el paisaje urbano a partir de 1950 ESPAÑOL 236 REVISTA PORTO ARTE: PORTO ALEGRE, V. 16, Nº 27, NOVEMBRO/2009 altura inusual, el espacio edificado; la perspectiva intensificada daba la sensación de mayor profundidad; el colorido, como muchas otras de sus cualidades, excedía lo acostumbrado. La realización de El Eco, llevó a Mathias a redactar el Manifiesto de la arquitectura emocional, yendo así en contra de los postulados del funcionalismo, la corriente en boga. Paralelamente Goeritz, invitó a otros artistas a colaborar en El Eco: Carlos Mérida, Rufino Tamayo, Germán Cueto y Henry Moore. El día de la inauguración, se presentó la compañía de ballet de Walter Nicks, con una obra de Katherine Dunham, siendo coreógrafo Luis Buñuel y la música de Lan Adomian. Esta pieza fue ejecutada en el espacio circundante a la Serpiente del Eco, escultura precursora realizada por Mathias que se anticipara alrededor de una década a una corriente plástica de gran trascendencia en nuestro siglo: el Minimalismo. Así lo reconocen Gregory Battcock en su libro Minimal Art publicado en Nueva York, por la Editorial Dutton, en 1968, y Jack Burnhan, en su libro Beyond Modern Sculpture, editado por George Braziller, NuevaYork, 1968. El Eco, a lo largo de los años, pasó vicisitudes múltiples que deformaron su estructura original, hasta hacerla irreconocible, víctima del olvido y la incuria. Felizmente en 2005, la Universidad Nacional Autónoma de México, lo rescató mediante una restauración ejemplar por su fidelidad a la prístina obra, un hito en la arquitectura de nuestro tiempo. En 1956, la Universidad Iberoamericana lo invitó a formar una nueva Escuela de Artes Plásticas, de la cual fue director por cuatro años. Goeritz tuvo la convicción de que lo que urgía en México, no eran sólo escuelas de arte, sino de diseño moderno. Elaboró con el doctor Felipe Pardiñas los estatutos del programa y, en 1957, bajo su dirección, se fundaron los primeros talleres de diseño industrial en el país. A él se debió la iniciativa de invitar a dos jóvenes artistas plásticos, para formar parte del cuadro de maestros: José Luis Cuevas y Manuel Felguérez. En 1957 proyectó una inmensa escultura: El Pájaro Amarillo, de 15 metros, para la entrada del Fraccionamiento Jardines del Bosque, en la Ciudad de Guadalajara, en colaboración con el Arquitecto Luis Barragán, construido por el despacho del Arquitecto Ignacio Díaz Morales. Las Torres de Satélite Ese mismo año, se le encomienda al arquitecto y urbanista Mario Pani la realización de un nuevo fraccionamiento, al noreste de la capital: Ciudad Satélite. A Luis Barragán se le encargó una obra, de “gran visibilidad y atractivo comercial”. Los empresarios pensaron inicialmente en una fuente, pues así los clientes potenciales, compradores de predios, futuros colonos, se enterarían de que no tendrían problemas de escasez de agua. El Arquitecto Barragán invitó a Mathias Goeritz a colaborar en el proyecto escultórico que, luego de varios intentos, dio como resultado las Torres de Satélite. Estas esbeltas torres, construidas en concreto armado, con la textura rugosa que quedó al quitárseles la cimbra, las cuales posteriormente fueron pintadas, varían de 37 a 57 metros de altura. Se encuentran situadas a varias distancias, pero enfocadas en la misma dirección: hacía la ciudad de México. Originalmente fueron pensadas en diferentes matices de un solo color, pero después Goeritz decidió dejar tres de ellas en blanco, una en amarillo y la otra en un agresivo color naranja. Con el transcurso del tiempo, han variado su pigmentación. En 1967, tuvieron matices de rojo y anaranjado, según lo planearon originalmente Mathias y Luis Barragán. Con los años, Luis Barragán le reclamó a Mathias el hecho de que en todas las publicaciones nacionales e internacionales, él sólo figuraba bajo el crédito de Arquitecto de Paisaje. Su idea era que él también merecía aparecer como escultor. La polémica sobre la autoría de esta escultura arquitectónica no supera (ni creo que superará nunca) los motivos de su controversia. Sin embargo, por los antecedentes que podemos encontrar en su obra y el sentido de la misma, es imposible negar la responsabilidad esencial que Mathias Goeritz tuvo en esta creación que revolucionó, en su época, la concepción de la escultura urbana en México y en el mundo. Fue Mathias Goeritz quien aportó la parte sustancial: a él se le ocurrió la idea de ese algo inmenso, que pudiera verse “desde lejos”, desde la entonces lejana ciudad: el formato monumental, la aspiración mística hacia un espacio exterior infinito, su intención profunda de elevar un rezo y su urgente necesidad de quererse hacer oír por la divinidad, es indiscutible que pertenecen a Goeritz. Al mirar esas inmensas torres recordamos aquella audaz teoría de la arquitectura emocional, con la que Mathias Goeritz sorprendió cinco años antes al público intelectual mexicano, oponiéndose al exagerado funcionalismo, y que, desde entonces, ha sido un discutido tema para los arquitectos, no sólo mexicanos sino internacionales. Después de varios años de polémica, el 27 de agosto de 1987 a instancias del Arquitecto Díaz Morales, amigo tanto de Mathias Goeritz como de Luis Barragán, firmaron ambos una carta donde acreditan la paternidad de Las Torres de Satélite. La obsesión de Mathias Goeritz por las torres no concluyó con la edificación de las de Ciudad Satélite. En Temixco reconstruyó él mismo su casa y la altura de la sala le permitió la inclusión de siete torres como parte de la decoración interior, lo cual ofrece un punto de comparación con realizaciones escultóricas-escenográficas de Schwitters. LA RUTA DE LA AMISTAD En 1966 expuso al presidente del Comité Organizador de los Juegos Olímpicos de 1968 en México, Arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, su proyecto de construir en el periférico, tramo sur, una serie de esculturas cuya dimensión permitiera su observación desde lejos, en automóvil, a velocidad razonable, bajo el título de La Ruta de la Amistad. Con tal fin realizó un encuentro internacional de escultores. Se proponía reunir artistas de todos los continentes y razas, sin importar credo e ideología, en un suceso más allá del campo puramente artístico, con el tema unificador de la fraternidad mundial. Había que hacer un arte funcional, de acuerdo con las exigencias de la vida moderna y, sobre todo, con los materiales de uso común. Se impusieron ciertas limitaciones a los 19 escultores invitados: las obras deberían ser monumentales y realizadas en concreto para luego pintarse. Cada proyecto tendría que ser discutido por un equipo interdisciplinario (ingenieros, arquitectos, constructores, etc.). El tema unificador tenía que ser la hermandad, la amistad, donde quedaran representadas todas las tendencias religiosas, políticas, raciales e ideológicas. Las esculturas fueron colocadas a lo largo de 17 kilómetros, separadas entre sí por una distancia de kilómetro y medio. Miden entre 5.70 y 18 metros de altura. Se aceptó que todas estuvieran a la derecha de los accesos a la Villa Olímpica, para que el automovilista las pudiera ver, tanto de ida, entrando por San Ángel, como al regreso, viniendo de Xochimilco. Cada artista tuvo cierta libertad de indicar el color, pero la decisión final se discutió con Mathias Goeritz. Otra dificultad que hubo fue la de definir los espacios en torno de las esculturas, la cual fue salvada de la mejor manera posible, aunque a 41 años de su colocación, el entorno ha variado notablemente y su escala se ve minimizada por la proliferación de grandes edificaciones que, cuando estas piezas monumentales se erigieron, eran terrenos baldíos, en las afueras de la ciudad. Concebida para unir la Villa Olímpica con instalaciones deportivas, la Ruta de la Amistad devino una Olimpiada Escultural, paralela a los juegos olímpicos propiamente dicha, que logró reunir 19 escultores de Australia (Clement Meadmore), Austria-Estados Unidos (Herbert Bayer), Bélgica (Jacques Moeschal), Checoslovaquia (Miloslav Chlupac), España (José María Subirachs), Estados Unidos (Todd Williams), Francia (Olivier Seguin), Italia (Constantino Nivola), Israel (Itzhak Danziger), Holanda (Joop J. Beljon), Hungría-Francia (Pierre Szekeli), Japón (Kiyoshi Takahashi), Marruecos (Mohamed Melehi), México (Ángela Gurría, Helen Escobedo y Jorge Du Bon), Polonia (Grzegorz Kowalski), Suiza (Willi Gutmann), Uruguay (Gonzalo Fonseca). En otros puntos de la ciudad se colocaron un stabile de acero, El sol rojo de 25 metros de altura, de Alexander Calder, frente al Estadio Azteca; una escultura de bronce de 7 metros de Germán Cueto El corredor, junto al Estadio Olímpico de Ciudad Universitaria; y la Osa Mayor, de Goeritz, a un lado del Palacio de los Deportes, a la que nos referiremos después. Aunque desde la más remota antigüedad la escultura fue utilizada como señalamiento en los caminos, tanto en desviaciones, bifurcaciones, encrucijadas, como a la entrada de las ciudades, la Ruta de la Amistad fue una realización única en su género, si bien la idea tuvo antecedentes rastreables, siendo el más importante de ellos: la Vía de la Fraternidad Humana Creada por los Artistas, imaginada en 1936 por Otto Freundlich. Proyecto que Goeritz no conoció sino hasta 1969, gracias a Edda Maillet, secretaria general de la Asociación de Amigos de Freundlich. Sin embargo, las ideas de Freundlich nunca rebasaron la utopía. En cambio, la persistencia y capacidad de organización de Goeritz lograron concretar esta empresa, que por muchas razones se antojaba irrealizable. En primer lugar, había dificultades de orden económico. La magnitud de las obras conllevaba una fuerte erogación en materia prima, la cual Goeritz minimizó al proponer su edificación en concreto. Esto le valió, aparte de la viabilidad de su proyecto, el elogio de Marcel Joray en su libro Le beton dans l’art contemporain: El artista que en el mundo contemporáneo debe más al concreto, y al cual el concreto debe más, es sin duda Mathias Goeritz. Importante por su obra, desde luego, pero también por las acciones continuas que desarrolló en todo el planeta, beneficiando a otros escultores y artistas plásticos. Es necesario mencionar también como antecedente de este camino escultórico, un plan artístico que Goeritz tenía desde principios de los 60’s para dos carreteras mexicanas: una de norte a sur (de Estados Unidos a Guatemala), y la otra de este a oeste (de Veracruz a Acapulco). Se trataba de erigir esculturas monumentales de 150 a 300 metros de altura a la vera de las citadas vías. Alrededor de tales creaciones gigantescas, se construirían gasolineras, hoteles y museos regionales, que funcionarían como centros turísticos en el itinerario del viajante automovilístico. Aunque esta idea no pasó del mero proyecto, nos proporciona la seguridad de que la Ruta de la Amistad no fue una ocurrencia circunstancial, sino una concepción meditada de antemano, como la mayoría de las realizaciones que surgieron en la imaginación y ferviente inteligencia de Mathias Goeritz a lo largo de su vida. Con el transcurrir de los años, la Ruta de la Amistad ha sufrido abandono por falta de mantenimiento y, por el incremento de edificaciones, las esculturas han perdido visibilidad y se les han cambiado los colores originales. En 1995 gracias al interés de Luis Javier de la Torre, Javier Ramírez, el Arquitecto Pedro Ramírez Vázquez y el apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, se logró traer a Gonzalo Fonseca para su restauración. Su mantenimiento constante es indispensable. No podemos perder, por indolencia, esta magna demostración de fraternidad y arte escultórico. Es obvio reiterar la capacidad de convocatoria de Goeritz y el talento diplomático que lo caracterizó y que hizo posible atemperar animosidades 237 ESPAÑOL LILY KASSNER, La escultura monumental en México y el cambio en el paisaje urbano a partir de 1950 ESPAÑOL 238 REVISTA PORTO ARTE: PORTO ALEGRE, V. 16, Nº 27, NOVEMBRO/2009 de los diversos artistas que participaron en esta realización, así como su don de convencimiento que logró, entre otras cosas, que Alexander Calder legara a nuestro país el stabile de mayor dimensión de su obra creativa, el Sol Rojo, e hiciera otra pieza escultórica que se encontraba en el tercer piso del Hotel Camino Real de la Ciudad de México. La colaboración escultórica de Goeritz para las Olimpiadas se ubicó fuera de la Ruta de la Amistad: siete torres de concreto pintado de 15 metros de altura, la constelación de la Osa Mayor. Aparte de la belleza intrínseca de este conjunto, es necesario indicar su cualidad pragmática en el contexto urbanístico: las altas columnas estelares funcionaron como un biombo que cubrió la visión, a los concurrentes al Palacio de los Deportes, (creación de Félix Candela), de la fachada de una fábrica de tequila contigua. Así, Goeritz, embelleció la explanada de la instalación deportiva y ocultó un espacio impertinente. Edificado para recibir a los visitantes de las Olimpiadas, el Hotel Camino Real, ubicado en las inmediaciones de Chapultepec, conjuntó el talento de los Arquitectos Ricardo Legorreta y Luis Barragán, así como del pintor Jesús Reyes Ferreira y de Mathias Goeritz. Recinto sui generis, alberga un notable acervo de obra plástica, en el que se encuentra tanto un mural de Tamayo, realizado por solicitud expresa, como un stabile de Calder, un mural de Pedro Friedeberg, un Mensaje de Mathias Goeritz de amplias proporciones y cuadros de varios pintores como: Pedro Coronel y Rodolfo Morales, entre otros. Como reja de entrada al hotel, Mathias Goeritz diseñó una amplia estructura en forma de fuelle de acordeón, sistema modular de cubos rectangulares sobrepuestos, que en su dirección ascendente se intercalan con espacios vacíos de la misma forma rectangular, los cuales disminuyen paulatinamente sus proporciones a medida que alcanzan la cúspide. Las cualidades de reiteración, de carácter metódico, su monocromatismo (un rosa mexicano, sugerido sin duda por Jesús Reyes Ferreira, que contrasta con un fondo amarillo) y el hecho de que las partes individuales no sean relevantes en sí mismas más que relacionadas con el todo, su simetría y progresión, colocan a esta obra dentro de la tendencia del Minimal Art. Como ya se dijo al principio de este escrito, el trabajo interdisciplinario con escultores e ingenieros se hizo fructífero en “La pirámide de Mixcoac”, donde colaboró con los Arquitectos Abraham Zabludovsky y Teodoro González de León, como con el ingeniero David Serur en la pieza “Energía”, ambas esculturas en concreto. EL ESPACIO ESCULTÓRICO La Universidad Nacional Autónoma de México, desde su origen ha promovido, fomentado y protegido el arte en sus diversas manifestaciones, otorgando a la pintura y a la escultura, integradas a la arquitectura, un lugar prominente en la construcción de las edificaciones que conforman la Ciudad Universitaria, asiento de nuestra máxima casa de estudios, la cual recientemente tuvo el reconocimiento de la UNESCO como patrimonio de la humanidad. Este es el contexto cultural y espacial en donde felizmente surgió la obra plástica monumental, El Espacio Escultórico, realizada por seis creadores: Helen Escobedo, Mathias Goeritz, Manuel Felguérez, Sebastián, Federico Silva y Hersúa, artistas mexicanos de expresión tridimensional, todos con un vasto acervo de obra propia de personales características, cuyo común denominador fue su inclinación por el geometrismo y su pertenencia a la Universidad Nacional Autónoma de México. Formalmente, todo se inició mediante un documento titulado “Planteamiento del Doctor Jorge Carpizo, Coordinador de Humanidades, al Señor Rector, Doctor Guillermo Soberón, sobre la posibilidad de la creación del Centro del Espacio Escultórico”. Cabe señalar que, ulteriormente, el Doctor Carpizo también sería designado Rector. En su respuesta a dicho planteamiento, el Doctor Soberón dio su anuencia y brindó todo el respaldo institucional. De dicha respuesta transcribimos lo siguiente: “El ambicioso proyecto que ahora surge, creo que es de la más alta significación, por tanto, la Universidad le dará todo su apoyo (...) Los objetivos trazados son realmente muy elevados. Creo que esto será para bien de la Universidad y para bien de México.” Acontecimiento estético de primer orden en el siglo XX mexicano, aunque por su magnitud y alcances artísticos sea también un evento singular a nivel mundial, El Espacio Escultórico, inaugurado el 23 de abril de 1979, fue edificado para conmemorar los cincuenta años del ejercicio de la autonomía de la Universidad Nacional, a instancias del rector Soberón. En este lapso de 30 años se ha reivindicado la señera importancia que, como obra maestra indiscutible en su género, logró integrar a la vez, en su original concepción y creación, tanto la vanguardia artística como el rescate de concepciones mitológicas y formales de nuestra cultura ancestral. Nos apoyaremos en la autorizada opinión de un brillante crítico de arte, Juan Acha, lamentablemente desaparecido, catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México durante más de treinta años, quien logró de modo brillante este cometido, al puntualizar que: El Espacio Escultórico háyase en los límites con la arquitectura y la confundirán con ésta –negándole lo escultórico- quienes ignoren u omitan la trayectoria de cambios que ha experimentado la escultura durante los últimos tiempos. Nos referimos a los cambios que implica la destrucción de la masa y el bulto tradicionales a favor de estructuraciones planimétricas, volumétricas o filiformes que generan vacíos o huecos; estructuraciones que luego devienen impugnadoras del formalismo y de la obra de arte como un objeto unitario, cuya totalidad es abarcable visualmente. Su antiformalismo y antiobjetualismo tienen por finalidad lograr un mayor acercamiento al espacio real: aquel cuya lectura es sólo corporal y no sólo visual o visivo-táctil, tal como sucede en la escultura que denominamos transitable. Su poderosa forma doblemente circular y concéntrica lo vincula con la vecina pirámide de Cuicuilco, la más antigua del Valle del Anáhuac, de semejante traza redonda y similar carácter anónimo de autoría colectiva. El Espacio Escultórico es una obra que nos confronta mediante su tránsito y contemplación, con rasgos de identidad profundos y ancestrales, sin menoscabo de la manifiesta universalidad de su concepción. Al respecto, declararon los artistas en su inauguración, mediante un texto de común autoría: El Manifiesto del Espacio Escultórico: Quienes participamos en el proyecto universitario del Espacio Escultórico hemos intentado poner en práctica principios olvidados por cientos de años: busca hacer del arte un gran acontecimiento para todos y para siempre, superando, al menos en esta experiencia, el voluntarismo individualista autosuficiente y caduco. Si a los artistas que formamos este equipo de trabajo no le sobrevive alguna de sus obras, el Espacio Escultórico, por todo lo que tiene de oculto y de anónimo, habrá de perdurar como un intento colectivo de arte público más importante de los últimos tiempos. La colaboración de sus creadores que rebasó el proverbial individualismo inherente al perfil tradicional de los artistas plásticos contemporáneos, añadió a su factura esta cualidad, inédita entre nosotros, análoga de algún modo al carácter anónimo de los grandes escultores del pasado prehispánico, quienes tampoco firmaron sus obras, que conforman un vasto acervo tridimensional reconocido mundialmente por su originalidad y trágica belleza, realizado en variadas piedras de la rica cantera mexicana. El rector Soberón nombró oficialmente dos equipos de apoyo para los artistas responsables del diseño de este proyecto: el de coordinación y realización, integrado por el Ingeniero Javier Jiménez Espriú, el también Ingeniero Francisco de Pablo y el Arquitecto Raúl Henríquez; y el de apoyo teórico, que desempeñó las tareas de investigación y difusión, formado por los maestros Jorge Alberto Manrique, Joaquín Sánchez MacGregor y Luis Cardoza y Aragón. Hay que enfatizar la invariable actitud de respeto absoluto y el respaldo incondicional que las autoridades universitarias mostraron ante las iniciativas propuestas por los artistas para la realización de esta insigne obra monumental. Al respecto, el Rector Soberón en su respuesta al Doctor Jorge Carpizo, puntualizó que el proyecto se postulaba como: […] de la unidad de lo diverso o pluralismo integrado, una versión actualizada del gran arte colectivo de otras épocas, unidad estilística que piensa obtenerse gracias al voto por unanimidad, con derecho al veto, en cada fase de la obra. De tal suerte, el respeto a la armonía del conjunto no va a exigir, en ningún momento, el sacrificio de la individualidad. Así, el equipo de los escultores, que podríamos llamar con sincrética propiedad modernos toltecas (en su acepción de artistas por antonomasia) acordó, luego de intensas sesiones de trabajo, circundar una impresionante superficie de lava de solidificación dermolítica, desprovista intencionalmente de tierra y vegetación, de 92.78 metros de diámetro, con una plataforma de desplante coronada de granulado de tezontle, sobre la que se yerguen 64 módulos (número que coincide, quizá de modo involuntario, con el de los hexagramas del antiguo libro chino de sabiduría mántica, I Ching, aunque nunca se ha hecho referencia que yo sepa a esta similitud), divididos en cuatro cuadrantes de 16 piezas cada uno, orientados a los cuatro puntos cardinales, de cemento y base rectangular, de 9 x 3 metros, con una altura de 4 metros. La superficie de todas las caras visibles de estos poliedros fue terminada con un martelinado grueso, con el fin de proporcionar la textura demandada por los escultores. El diámetro exterior de la plataforma mide 120 metros, lo que le da un ancho de 13.61 metros. El espacio circular hundido en su parte central, por su conformación guarda inquietantes similitudes con lo que en náhuatl llamaban los antiguos xico, centro u ombligo, apócope o abreviación de la sílaba intermedia del nombre de México, realzando así su profunda significación mitológica. Ombligo cuya morfología muestra una peculiar dinámica cambiante, según se recorra su perímetro y la distinta observación del emplazamiento visual del espectador, reconoce las variantes del claroscuro diverso de sus pliegues, que parecen moverse perceptiblemente, cual si se encontraran en continua transformación. Pues el carácter mítico de su creación compagina justamente con su realización colectiva, pues el mito es colectivo o no es mito. Como escribió el más grande experto en la materia, Mircea Eliade: “Los mitos representan modelos paradigmáticos y no una serie de experiencias personales de tal o cual individuo”. En el pensamiento y la imaginación mítica no encontramos entonces propuestas individuales. El mito es la objetivación de la experiencia social del hombre, no de su experiencia individual. Otra característica relevante de su creación, aparte del extraordinario 239 ESPAÑOL LILY KASSNER, La escultura monumental en México y el cambio en el paisaje urbano a partir de 1950 ESPAÑOL 240 REVISTA PORTO ARTE: PORTO ALEGRE, V. 16, Nº 27, NOVEMBRO/2009 aspecto del diseño colectivo, fue el trabajo previo de investigación interdisciplinaria, que hizo necesaria la intervención de expertos universitarios en varias disciplinas científicas: biólogos, ingenieros, arquitectos, geólogos, ecólogos, entre otros, quienes estudiaron la flora, la fauna y las peculiaridades de la lava, base del círculo pétreo que constituye la obra escultórica. Otra de sus cualidades pioneras es el carácter eminentemente ecológico de su primordial intención creativa, que logró la compleja conciliación poética de entidades contrarias: la razón geométrica del anillo de almenas que preserva y limita el barroquismo multiforme del fragmento de la realidad petrificada, lo cual constituye asimismo un homenaje perenne que los hombres han brindado a la naturaleza. Es un reconocimiento de su poder, un ámbito de reconciliación con la más profunda, voraz y persistente de sus materias. Por otra parte, el majestuoso espacio que comprende su geométrica presencia nos remite no sólo a los grandes centros ceremoniales prehispánicos, sino también a la precisa disposición de las plazas novohispanas. Es decir, sintetiza logros constructivos de nuestro pasado y los proyecta a un futuro donde participa de lo eterno. O, como dice una frase del Doctor Soberón que podría definirlo con justeza: “Epicentro de tiempo detenido.” Así, pues, El Espacio Escultórico, en la corta duración de su existencia, apenas 30 años, se ha consolidado no sólo como un emblema de la Universidad Nacional Autónoma de México, al mostrar los objetivos universales (universitarios) de nuestra alma máter, también ha reivindicado su valor como obra única en su género: no hay en el mundo espacio tridimensional que se le asemeje ni en magnitud ni en belleza. Armónicamente, en él confluyen también las más diversas especialidades del conocimiento, expresadas estéticamente con la sabiduría, pertinencia y tino de las obras clásicas, es decir, aquellas que todas las generaciones por venir en su respectivo tiempo siempre van a otorgarle una correspondiente interpretación. Transcurrir por esta edificación artística provoca el mismo efecto sensible que al acudir a un santuario, un lugar mítico donde ocurrió una revelación de lo divino y ante la cual el fiel participa con el contacto, con la vista, con todas las potencias de su ser, de la unicidad de aquella revelación, la cual se multiplica en el tiempo porque sucedió por primera vez y fuera del tiempo. Todo lo dicho anteriormente, asevera que la presencia de Mathias Goeritz, fue piedra angular en el cambio que sufrió la escultura urbana en México en el siglo XX. MANUEL FELGUÉREZ Otro de los artistas que participó en El Espacio Escultórico, fue Manuel Felguérez y que también con su obra particular ha dejado huella en la escultura urbana mexicana. En 1950 viajó a París, asistió a la Academia de La Grand Chaumiére, al taller de Ossip Zadkine e inició su actividad escultórica. También frecuentó el taller de Brancusi. A partir de 1956 y durante seis años, impartió la clase de escultura en la carrera de arte y diseño de la Universidad Iberoamericana, bajo la dirección de Mathias Goeritz. Realizó murales escultóricos que en su tiempo fueron de notable aportación, marcados con un lenguaje novedoso. En colaboración con el Arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, diseñó una celosía en el patio central del Museo Nacional de Antropología e Historia. Colaboró como maestro tanto en la Facultad de Arquitectura como en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la Universidad Nacional Autónoma de México, teniendo gran influencia en el alumnado. En 1973 ingresó a la Academia de Artes, en la Sección de Escultura. Fue investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas de la misma Universidad hasta 1992. En 1975 recibió el Gran Premio de Honor de la XIII Bienal de Sao Paulo y le otorgaron la beca Guggenheim. Colaboró con los cinco escultores en El Espacio Escultórico en la primera y segunda etapa. En 1988 el gobierno mexicano le otorgó el Premio Nacional. Diez años más tarde inauguró el Museo de Arte Abstracto Manuel Felguérez en su natal Zacatecas, siendo hasta la fecha uno de los museos más importantes y visitados de México. Sus conocimientos, quehacer artístico y un marcado geometrismo en sus esculturas, marcan la trayectoria de este singular artista que ha realizado obras monumentales de gran impacto en México, Estados Unidos, Canadá, Colombia y Corea. En 2007 se le encomendó por encargo del Gobierno del Distrito Federal, la realización de la obra Puerta 1808 (de quince metros de altura en acero al carbón), y La Fuente de la República (de veinte metros de diámetro), conjunto visual que conmemora el año en que Francisco Primo de Verdad divulgó las primeras ideas sobre la Independencia de México, junto con otros miembros del Ayuntamiento de la Ciudad de México. Esta escultura inicia los festejos del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución Mexicana, por parte del Gobierno del Distrito Federal. Colocada en el importante cruce de Avenida Juárez y Paseo de la Reforma, pensada como una puerta de entrada al centro histórico, es ya un ícono de la capital mexicana. Estas piezas dialogan con el contexto arquitectónico de la zona marcado por un cromatismo gris metálico. La Puerta 1808, pese a su altura y peso proyecta, por sus afiladas aristas y los delgados cables que unen algunas de sus partes, la idea de ligereza y, por la atinada disposición de sus balanceados extremos, equilibrio y armonía. Si bien el nombre de Puerta es meramente metafórico, dado que su conformación recuerda más una efigie relativa a un trofeo que a un portal, la dualidad contradictoria expresa las diferentes formas rectas y curvas que integran su estructura, sustentada en dos apoyos, uno inclinado y el otro erguidamente horizontal, para culminar en dos esferas fragmentadas que, según su creador, forman parte de una serie de esculturas que se proponían la expresión de lo cóncavo y lo convexo. O sea, reencontramos otra vez la dualidad que preside toda su concepción. El artista declaró en la inauguración: No es una obra aislada, es parte de una búsqueda a lo largo de mis sesenta años de profesión. Son abstractas, hechas de acero al carbón, de grandes dimensiones y juegan con la concavidad y convexidad que me ha caracterizado. SEBASTIÁN Otro de los artistas que formó parte del proyecto de El Espacio Escultórico, primera y segunda etapa, fue Sebastián. En la cumbre de su plenitud creativa y vital, con magistral dominio de sus recursos artísticos, científicos y técnicos, es el escultor mexicano que cuenta con más obra monumental erigida en el país y el extranjero. Mostró desde sus inicios un sentido innato de la comprensión y el manejo de las proporciones geométricas, que ha cultivado e incrementado en el transcurso de su prolífica carrera mediante el estudio, cuando era alumno de la Academia San Carlos de la Universidad Nacional Autónoma de México, de ensayos sobre artistas del Renacimiento y de La divina proporción de Luca Pacioli. Más tarde, lecturas sobre cristalografía, cinética, topología, así como la geometría no euclidiana que proponen los razonamientos matemáticos de Lobachevski y la teoría de los fractales de Mandelbrot. A la manera de su amigo y maestro indirecto, Mathias Goeritz, quien propuso para calificar su labor constructiva la denominación de arquitectura emocional, Sebastián, por su parte, para caracterizar su producción escultórica ha preconizado la geometría sensual, término dicotómico que a primera vista parecería un oxímoron. Y, por el contrario, su extraordinario talento ha logrado, indiscutiblemente, imbuir de sensualidad a la precisa –y sólo desapasionada para quien no quiere o no puede verlo- geometría de sus creaciones. La primera serie de sus creaciones, que tuvieron indiscutible éxito de crítica y público, fueron sus transformables, poliedros que, como su nombre indica, muestran dinámicas metamorfosis y fluida continuidad en su despliegue. Para esta serie cuya primicia fuera el Rosetón Victoria, le fueron muy útiles sus indagaciones en la topología, rama de la geometría que estudia las transformaciones continuas de las figuras geométricas, así como tomó muy en cuenta las funciones topológicas que presenta el exaflexágono o tetraflexágono, figura ordenada inicialmente en nueve triángulos equiláteros - similar a una cinta de Moebius - a los que aplica una torsión que modifica su conformación, a partir de lo plano, para generar un volumen. Así, al girar ofrece combinaciones múltiples, según la cantidad de triángulos equiláteros que contenga la pieza. En sus años juveniles, entre los artistas y constructores modernos cuya obra estudió, se encuentra Marcel Duchamp, Buckminster Füller, Constantin Brancusi y Henry Moore, de quienes asimila influencia y adquiere conocimientos esenciales, que luego pondrá en práctica en su propia producción. Teóricamente, el fundamento de su actividad como escultor urbano, proviene de fuentes que él mismo ha explicado: En relación con las estructuras arquitectónicas, mis inquietudes se concretaron cuando tuve la oportunidad de conocer las ideas de Michel Ragon y de los integrantes de su grupo “Arquitectura Prospectiva”, así como las del Doctor Mathias Goeritz y su “Arquitectura Emocional”. Enriquecido con sus ideas, di principio a mis propios experimentos sobre estructuras que pudieran adaptarse a espacios terrestres, acuáticos o aéreos. Por otra parte, la conjunción de geometrismo y monumentalidad no es nada nuevo ni insólito en el arte escultórico que se ha producido en nuestro país. Tampoco es desde luego algo ajeno a nuestra idiosincrasia, sino que ha estado presente en nuestra sensibilidad y memoria histórica, ¿pues qué más geométrico y monumental que las pirámides cuadrangulares y escalonadas de los tiempos prehispánicos? Por otra parte, el uso de la greca, las puertas de traza triangular de los mayas y hasta el mismo calendario azteca ¿qué son si no productos de la abstracción geométrica? La colosal Puerta de Torreón, (2003, 40 metros a la entrada de la ciudad de Torreón, límites de los Estados de Coahuila y Durango, México) es de axial simetría: las dos columnas de su conformación que reúne el arco isométrico en su culminación, flanquean en su base donde el autor ha situado, jambas que se juntan por el dintel, una puerta de proporciones humanas. Los poliedros triangulares que se encajan invertidos en los flancos remiten a semejanzas geométricas con la Columna sin fin de Brancusi. Estas columnas idénticas tienen en su dorso otra figura contrastante, muescas cuyo extremo en punta presentan bases que conforman una suerte de pétalos enhiestos de una flor inmarcesible. Emblemática es también Palma del Camino Real de Colima (2001, 20 metros, Colima, México). Alegoría tridimensional de la planta tropical arbórea que prolifera en Colima, protagonista de canciones vernáculas 241 ESPAÑOL LILY KASSNER, La escultura monumental en México y el cambio en el paisaje urbano a partir de 1950 FRANÇAIS 242 REVISTA PORTO ARTE: PORTO ALEGRE, V. 16, Nº 27, NOVEMBRO/2009 de la región, la palmera o palma en la versión de Sebastián ostenta tríptico sostén, formando con sus extremidades dos arcos, uno de los cuales, de medio punto, remata en un obelisco. Sombrilla esplendorosa, la copa cuyas extensas y curvadas hojas de disímil tamaño cuentan con el mismo número de los municipios del estado colimense, en cuya capital forma parte ornamental de las instalaciones del que otrora fuera el camino real, que mandó construir el virrey Antonio de Mendoza en la época colonial. Haremos mención de dos escultores que han contribuido significativamente a la escultura urbana mexicana. FERNANDO GONZÁLEZ GORTÁZAR En 1959 ingresó a la Escuela de Arquitectura del Instituto Tecnológico de la Universidad de Guadalajara. Ahí frecuentó el taller de escultura del maestro Olivier Seguin en la Escuela de Artes Plásticas de la misma universidad. En 1966 obtuvo el título de arquitecto. Su tesis fue un proyecto para un monumento nacional a la Independencia, con el que empezó a incursionar en las relaciones entre la forma de los objetos y su unión al paisaje, preocupación que será fundamental en su trabajo posterior. De brillante trayectoria docente, también ha realizado escenografías para teatro y publicado libros, numerosos artículos y ensayos sobre diversos temas de arte y arquitectura. Conferencista prolífico ha sido requerido en universidades e institutos de Europa y América. González Gortázar es uno de los arquitectos y escultores cuya basta y prolija obra de escultura urbana, lo colocan entre los más reconocidos artistas contemporáneos, es autor de varias piezas ubicadas en diversos sitios nacionales e internacionales como: Guadalajara, Distrito Federal, Monterrey, España y Japón. Ha recibido múltiples reconocimientos en ambos campos en el país y en el extranjero. De sus últimas esculturas monumentales citaremos las siguientes: Homenaje al corazón se integra por dos columnas que, inclinadas, confluyen confundidas en su parte cimera, donde las tiras que las conforman se desunen, en un alboroto kinético y a la vez fijo, en bicolor cromatismo negro y rojo, como los colores sagrados de los códices antiguos, rememorando de esta poética manera la diástole y la sístole -compresión y extensión-, funciones esenciales de ese músculo prodigioso (simbólica sede de sentimientos profundos) que bombea persistentemente sangre al organismo humano. Así, pues, esta escultura monumental de lúdicos trazos se constituye como una alegoría y elogio de la vida, que es en el fondo del pecho un constante movimiento. El viento blanco (2003, de 15 metros, Monterrey, México), es una columna circular discontinua de espirales segmentos que nos convoca, en la apertura creciente de sus formas, a considerar que ha sido la fuerza del fluir eólico el que ha provocado tal desmembramiento incrementado a medida que se aproxima a su culminación que, al mismo tiempo, nos permite ver el envés de rojo color de sus curvos elementos, en contraste con el haz blanco de la superficie visible desde el inicio de esta torre o columna, expuesta y dispuesta a que el viento sea quien manipule sus esbeltas y flexibles formas y descubra de este modo el colorido de su interior, atesorado apenas al principio de su erguimiento. La mano roja (2005, 7.35 metros, Ciudad Nezahualcóyotl, Estado de México, México), por su parte, es un innominado y ferviente homenaje plástico a la herramienta creadora de herramientas del homo faber, ubicada en la culminación de las extremidades superiores. Como las anteriores esculturas, ésta, en su parte culminante, despliega una alborozada y trémula actividad que simboliza la incesante y múltiple creatividad del ser humano, aquí considerada como una airosa urdimbre que se despliega en múltiples dedos como listones al garete. JESÚS MAYAGOITIA Inserto en el ámbito tridimensional del arte plástico mexicano de nuestros días, en la modalidad del geometrismo, donde no sólo ha sido un creador de primer orden, sino también ha transmitido el proceso de sus logros en una labor docente continua y ejemplar. Hablamos, pues, de un maestro, en todas las acepciones de la palabra. En su obra se destaca el diseño espacial, el equilibrio entre la ligereza y la pesantez del volumen, la justeza de la forma y los movimientos virtuales que transforman constantemente no sólo el contorno sino el espacio que este encierra. Los colores blanco y negro son fundamentales en su trabajo aunque también ha usado el rojo, amarillo y naranja. Jesús Mayagoitia eligió, desde los inicios del cumplimiento de su vocación artística el camino de la precisión geométrica para plasmar su notable capacidad creativa, habiendo realizado con tal fin la concepción y concreción de varios módulos de indiscutible originalidad, los cuales une y relaciona al estructurar múltiples piezas metálicas pigmentadas de gran formato. Sus obras ornan museos al aire libre y espacios urbanos de nuestro país y el extranjero, habiendo sido merecedor de un respetable bagaje de premios y reconocimientos otorgados por prestigiosas instituciones. Como parte de las conmemoraciones del treinta aniversario de la Universidad de Tlaxcala, esta joven institución de educación superior, para realzar cumplidamente el espacio de su campus, encargó al maestro Jesús Mayagoitia dos esculturas de monumental formato, cuya tendencia, el geometrismo, de preciso trazo y matemática concepción, se adecua perfectamente a las necesidades alegóricas de su función memoriosa. La puerta de la Universidad (2006, de 10 x 17.50 x 3 metros, Tlaxcala, México), está integrada por dos peculiares jambas que, inclinadas una hacia la otra, no llegan a tocarse en sus extremos: elementos tubulares de cónica conformación, columnas que son un par de haces conformados por módulos que también representan rayos de sabiduría, pues quienes transcurren por su umbral se encaminan al privilegiado ámbito del conocimiento universitario. El Faro (2008, de 15 x 2.50 x 2.50 metros, Tlaxcala, México), por su parte, es una columna discontinua formada por dos elementos geométricos idénticos, que sin violencia alguna parecieran encajados uno en el otro, alegoría de la edificación marina que ilumina en la noche a los navegantes, dando aviso de la proximidad de la costa, simbólicamente, en este universitario contexto, es el faro que aleja las tinieblas de la ignorancia y guía por la senda de la sabiduría. Por su parte La tríada espacial, (2006, de 7 x 2.25 x 2.5 metros. Ciudad Nezahualcóyotl, Estado de México, México), es un conjunto de tres elementos concebido en íntima interrelación, de manera que la subdivisión del mismo es visualmente infuncional, la cual nos recuerda la tríada hegeliana: tesis, antítesis, síntesis, modelo de la sindéresis de la recta razón humana. Un recorrido circular de 360 grados a su alrededor proporciona al espectador de este conjunto diversas conformaciones en los intersticios y hendiduras de su estructura, a medida que transcurre el circular paseo contemplativo. Esta obra enclavada en el corazón de Ciudad Nezahualcóyotl en el Estado de México, (población que dota de mano de obra a la capital), forma parte de una serie de escultura de diversos artistas plásticos comisionados para embellecer una de las avenidas importantes de esta localidad. Actualmente, la escultura urbana en México tiene una presencia definitiva, siendo apoyada constantemente por parte del gobierno, universidades y empresas particulares. La diversidad que muestra en su temática es rica y sigue aportando novedosas formas al lenguaje escultórico, congruente a nuestra época. LILY KASSNER: Doctora en historia del Arte por la Universidad Nacional Autónoma de México, (UNAM). Coordinadora de la segunda etapa del Espacio Escultórico. Jefa del Laboratorio de Arte Urbano de la UNAM. Directora de Artes Plásticas de la UNAM y del Museo Universitario de Ciencias y Arte (MUCA). Curadora, Investigadora, Conferencista, Catedrática y Directora de tesis. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt). Autora de diversos libros como: Diccionario de escultores mexicanos del siglo XX, único en su género; Jesús Reyes Ferreira, su universo pictórico; entre otros títulos. 243 FRANÇAIS JACQUES LEENHARDT, La critique d'art à l'oeuvre