Telos e intención en el tratamiento del texto

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Universidad de Buenos Aires
Maestría en Análisis del Discurso
Seminario: Modelos Textuales
Docente: Guiomar Ciapuscio
1o Cuatrimestre de 2011
Telos e intención en el tratamiento del texto
Notas sobre el enfoque procedimental de Beaugrande y Dressler
Marcos Alegria Polo
Exp. No. 856810/2009
[email protected]
El enfoque procedimental que Beaugrande y Dressler proponen en su Introducción a la
lingüística del texto se inscribe en esa suerte de motivo que según Adamzik (2004)
atraviesa ––e hilvana–– la Lingüística Textual en su heterogeneidad. Formulado como
una aproximación al “estudio de los textos en la comunicación” (Beaugrande y
Dressler.1997:71), 1 se preocupará menos por las “unidades o patrones estructurales [que
por] las operaciones mediante las cuales se manipulan esas unidades o patrones durante
la utilización de los sistemas lingüísticos en la comunicación” (B&D:71, cursivas mías).
Tal orientación gobierna y organiza la reflexión como una investigación sobre las
condiciones bajo las cuales un texto deviene comunicativamente útil. Esto en el sentido
preciso de discernir cómo es que un texto es utilizado por un hablante cualquiera para
comunicarse. Como es obvio, esto supone ya una objetivación y tematización del
fenómeno textual, las cuales le subsumen a un tiempo a los conceptos de uso y
comunicación.
En la primera sección del trabajo intentaré mostrar que el tratamiento del texto
que así se proyecta requiere necesariamente de la intencionalidad para articularse. Me
ocuparé, ahí, de delinear cuidadosamente como una reflexión sobre el texto así
orientada arriba a esa necesidad por la intención. Las siguientes dos secciones, por su
parte, pretenden problematizar este rol de la intencionalidad en el enfoque
procedimental. Su propósito es desbrozar los presupuestos que subyacen a esa
articulación intencional general, con miras a interrogar sus implicaciones sobre el
fenómeno textual.
§
El punto de partida más intuitivo para una reflexión textual es, sin duda, aquello que
apareciendo explícitamente conforma el cuerpo de un texto. En el enfoque
procedimental, es la norma de cohesión la que abarca este registro que llamaremos de la
“marcación”, por cuanto incluye “todos los procedimientos que sirven para marcar
relaciones entre los elementos superficiales de un texto” (B&D:36). En efecto, la noción
de superficie textual se refiere ––grosso modo–– a “las palabras que realmente se
escuchan o se leen” (B&D:35). 2 Por tanto, delimita el campo de injerencia de esta
1
A lo largo del texto citaré y aludiré constantemente a esta obra. Por tal motivo, y con el objeto de
agilizar la lectura, en adelante me referiré a ella mediante la abreviación “B&D” seguida de la página o
parágrafo pertinente.
2
Esta aproximación inicial a la definición de “superficie textual” es inmediatamente acotada al píe de
página: “La ‘superficie textual’ no es, desde luego, un material en bruto compuesto por sonidos o marcas
impresas. Su existencia presupone que las expresiones lingüísticas que la componen han sido presentadas
-1-
norma inaugural como aquellos elementos que están presentes en el cuerpo textual y, de
forma más precisa, los modos de su concatenación y consecuente ordenación. 3
Ciertamente, las relaciones entre estos elementos superficiales difícilmente podrían
modificarse sin producir alteraciones significativas en un texto. Para retomar el ejemplo
dado por los autores, el cuerpo textual ‘niños jugando despacio’, en tanto señal de
tránsito, no sería del todo funcional si la organización superficial fuese algo del tipo
‘jugando despacio niños’. Empero, es preciso notar que la organización original, aunque
funcional, permite al menos dos lecturas: de un lado podría leerse como “hay niños que
están jugando despacio”; del otro, “hay niños jugando, por tanto, es preciso circular
despacio”. Si admitimos que el uso comunicativo efectivo de este ejemplo reside más
bien en lo segundo, pronto se advierte un problema. Pues, si esto es así, esa
organización superficial aparece, a un tiempo, efectivamente funcional e incapaz, por sí
misma, de dar razón del uso comunicativo que ostenta.
Entendámonos, si hemos de dar razón de ese uso comunicativo, deberemos poder
explicar cómo es que en su funcionamiento efectivo, la señal de tránsito implica una
relación precisa entre ‘despacio’ y los demás elementos de la secuencia. Las relaciones
consignadas en la superficie, por su parte, organizan de hecho cierto tipo de articulación
entre ‘despacio’, ‘niños’ y ‘jugando’ que, en tanto funcional, habilita la forma general
de esa relación. No obstante, debemos admitir que la organización superficial alberga en
sí cierto margen donde la relación entre ‘despacio’ y los demás elementos puede aún
determinarse, por lo menos, de dos formas distintas. Dichas formas no son equivalentes,
de tal suerte todo sucede como si en el uso, ese margen fuese efectivamente cancelado
para hacer corresponder la determinación relacional de ‘despacio’, con el esquema de la
segunda lectura. ¿Cómo opera esta reducción o cancelación del margen en el uso? Es
decir, cómo es que esa determinación precisa sobre el modo en que ‘despacio’ se ha de
relacionar con los demás elementos puede operar mediante una superficie que no la
consigna.
La respuesta que se nos ofrece parece bastante simple y, por lo demás, intuitiva.
Si en el uso ese margen de indeterminación es efectivamente cancelado más allá de toda
determinación en el registro de la marcación, es porque en una señal de tránsito, la
por alguien en la interacción y el receptor ha logrado identificarlas” (B&D:35, Nota 2, cursivas en el
original, negritas mías). De este modo, aun cuando se trata en principio de aquello que “materialmente”
aparece en el texto, es preciso enfatizar que aquí ya se encuentran funcionado una serie de operaciones
que habrán puesto en marcha, sin retraso, cierto proceso de idealización. Por lo demás, al hablar de
“marcación” no se distinguirá aquí entre marcas acústicas y visuales.
3
Puede decirse también que la cohesión se ocupa de la sintaxis, siempre que por ello no se entienda que
opera una reflexión sobre el sistema sintáctico en cuanto tal, sino sobre la función que éste desempeña en
la comunicación. Cf. B&D:89.
-2-
segunda lectura ––así como la correspondiente determinación relacional de ‘despacio’–
– tiene más sentido (cf. B&D:37). Con todo, es preciso sopesar su aparente simplicidad.
Si el concepto de SIGNIFICADO se emplea para designar la capacidad de una
expresión lingüística (o de cualquier otro tipo de signo) para representar y para
transmitir conocimientos (es decir, significados virtuales), entonces puede
usarse el término SENTIDO para referirse al conocimiento que se transmite de
manera efectiva mediante las expresiones que aparecen en el texto. Si bien es
cierto que la mayor parte de las expresiones lingüísticas transportan varios
significados virtuales, sin embargo, en circunstancias normales, sólo poseen un
sentido en el texto concreto en el que se usan. [...] Un texto «tiene sentido»
porque el conocimiento activado por las expresiones que lo componen va
construyendo, valga la redundancia, una CONTINUIDAD DE SENTIDO
(B&D:135, cursivas y versales en el original).
Contrapuesto al concepto de significado, el sentido apela a lo efectivo de la expresión
en su aparición. Opera, en principio, una delimitación: distingue la capacidad aún no
actualizada (virtual) del acto de su utilización. Uno y otro se diferencian por un cierto
grado de (in)determinación. “En circunstancias normales” ––nos dicen Beaugrande y
Dressler–– una expresión lingüística puede “transportar” diversos significados, mas no
poseerá sino un sólo sentido “en el texto concreto” en que se use. Ahora bien, el margen
de indeterminación que implica esta posibilidad ––en su virtualidad–– no atañe
solamente a aquellos casos en los que una expresión pueda servir para “transmitir”
diversos “conocimientos”. 4 Aun si una expresión fuese estricta y radicalmente unívoca,
ese margen de indeterminación subsiste dado que el significado, como capacidad o
potencia, no opera “transmisión” alguna de “conocimiento”. Este no es, en cada caso,
sino la “transmisión” posible de algún “conocimiento”, así sea éste siempre el mismo.
El sentido, en cambio, puesto que corresponde al uso y aparición efectiva de una
expresión en un texto concreto, supone ya la “transmisión” determinada de un
“conocimiento” determinado. Tal es, podría decirse, la envergadura precisa de la
efectividad a la que apela: que se dé, a un tiempo, la actualización y determinación de la
“transmisión de conocimiento” cuya posibilidad se establece en el significado. No
obstante, el uso efectivo como movimiento de determinación/actualización no basta
para pensar el sentido en este nivel. Que un texto ‘tenga sentido’ no es sólo que un
cumulo de expresiones sean usadas; tener sentido no apela aquí a un supuesto uso
individual, sino al del conjunto en tanto tal. La noción de continuidad en “continuidad
de sentido” introduce precisamente la necesidad de pensar la conectividad entre los
elementos (cf B&D:77). Una consideración sobre el sentido de expresiones aisladas ––
4
Beaugrande y Dressler usan este término para designar “contenidos cognitivos de todo tipo” (B&D:136,
nota 1). Dado que este es un uso bastante preciso y, por lo demás, en absoluto aproblematico, he decido
sostener las comillas a lo largo de la exposición para enfatizarlo.
-3-
aun si fuese posible en todo rigor 5 –– no es sólo aquí impertinente sino insuficiente. En
el espectro de una reflexión textual, el uso efectivo de una expresión es indisociable de
su
inscripción
en
un
entramado.
Por
tanto,
el
movimiento
de
determinación/actualización es ya siempre un evento complejo. La actualización de una
expresión es, pues, un movimiento indisociable de la articulación del conjunto y, en
consecuencia, su determinación no se da como un suceso estrictamente singular, sino
como la codeterminación de las distintas expresiones entre sí en el acto de articulación.
Se trata, por lo tanto, de una dinámica general de interdeterminación que supone ya una
determinación general del conjunto como totalidad. Así, la “continuidad de sentido” que
es propiamente el tener sentido, equivale a una determinación total que produce una
totalidad determinada.
Que un texto tenga sentido no sólo implica, de este modo, una “transmisión de
conocimiento” por parte de las expresiones consignadas en la superficie textual. Tener
sentido significa, en el espectro de la textualidad, que el acto de inscripción articulada
de las marcas implique una articulación del registro de los “conocimientos” y la
marcación que organice de hecho una totalidad determinada. La posibilidad del
advenimiento de esta totalización es aquello de lo que se ocupará la norma de
coherencia:
La continuidad del sentido está en la base de la COHERENCIA, entendida
como la regulación de la posibilidad de que los CONCEPTOS y
RELACIONES que subyacen bajo la superficie textual sean accesibles entre sí
e interactúen de un modo relevante. Esta organización subyacente en un texto
es lo que se denomina MUNDO TEXTUAL (B&D:135-136, versales en el
original, cursivas mías; vid. también B&D:37).
El que la coherencia regule tanto la mutua “accesibilidad”, como la interacción
relevante de “conocimientos”, 6 no significa, pues, otra cosa sino que se ocupa de esa
dinámica de interdeterminación general en tanto determinación total del conjunto de
elementos. Por su parte, la noción de “mundo textual” que en este punto se adelanta,
dado que supone la organización efectiva en este nivel, apela precisamente al carácter
de totalidad determinada que resulta de dicha dinámica.
Se entiende, entonces, que si bien una organización superficial puede no
determinar expresa y cabalmente el modo en que uno ––o más–– de sus elementos se
5
Esto es, aun si se pudiera admitir, ya sea de hecho o de derecho, que la utilización puede darse como un
acto absolutamente singular, al margen de todo co(n)texto o en una situación co(n)textual neutra. Cosa
que, por lo demás, no está dada.
6
No me detendré en las nociones de “concepto” y “relación” que aquí se emplean. Bastará con reiterar
que en ambos casos se apela a “contenidos cognitivos” ––si bien de un modo distinto–– (cf. B&D:I.6, V.4
y ss.) y en consecuencia, pueden abarcarse por el uso que hacen Beaugrande y Dressler de
“conocimientos”. Vid. supra. Nota 4.
-4-
relaciona con los demás, en la medida en que la inscripción tenga sentido, éste deberá
necesariamente hallarse determinado cabalmente en la organización del mundo textual
subyacente 7 que ello implica. El plus de organización que este último representa frente
a toda superficie, en tanto cierta sobre-determinación que opera mediante el registro del
“conocimiento” sobre el de la marcación, aporta en gran medida a pensar la
problemática esbozada en torno del uso comunicativo de un texto. Pues ello nos permite
articular cómo algo así como una inscripción ––es decir, ese conjunto de marcas que se
presentan–– puede en el uso albergar una determinación que no es en sí marcada. 8 Sin
embargo, hasta aquí no se ha planteado más que la posibilidad general de una
adquisición de sentido. El modo, digamos, en que el texto deviene significativo en
virtud de este plus organizativo que aporta el nivel del “conocimiento” al de la
marcación, más no en sí su realización como la adquisición efectiva de un sentido en un
acto dado de utilización.
Beaugrande y Dressler no ignoran esta limitación inherente a normas como la
cohesión y la coherencia. De hecho, la exposición de la tercera norma de textualidad
parte precisamente de ello:
La cohesión y la coherencia indican de qué manera se integran y adquieren
sentido los elementos que componen un texto. No obstante, ni la cohesión ni la
coherencia son normas que sirvan para trazar una línea fronteriza rotunda que
separe, en las situaciones reales de la comunicación, lo que es un texto de lo
que no lo es. Los hablantes pueden usar, y de hecho usan, textos que, por
motivos diversos, no parecen estar demasiado cohesionados o ser plenamente
coherentes (B&D:169, cursivas mías).
De este modo, de hecho y de derecho, un texto no requiere cohesión ni coherencia
plenas para ser comunicativamente útil. Lo cual significa, de un lado, que un texto no es
comunicativo por el sólo hecho de ser plenamente coherente y estar completamente
cohesionado. (Por cierto, aun si una inscripción está bien articulada y no carece de
sentido, siempre será posible que no sea utilizada por nadie en acto comunicativo
alguno.) De otro lado, ello significa que un texto puede ser comunicativo aun si su
coherencia y cohesión se encuentran en algún grado deterioradas. Los autores señalan:
Es preciso enfatizar este subyacer del mundo textual frente a la superficie y, en general, del espectro de
la coherencia con respecto al de la cohesión. Tal caracterización de su relación nos indica la necesidad de
marcar cierta diferencia: “La ‘coherencia’ se ha confundido o mezclado a menudo con la ‘cohesión’; no
obstante, parece indispensable establecer una distinción entre la conectividad superficial y la del
contenido subyacente” (B&D:37, nota 5). Presumiblemente, esta distinción deviene indispensable porque
los “conocimientos” son elementos cuya naturaleza no se corresponde con la “materialidad” (cf. supra.
Nota 2) de las marcas de las que se ocupa la segunda. De tal suerte que los tipos de relación y las formas
de organización que pueden establecerse en el registro de la marcación, no son sin más aquellas que
intervienen en la organización de los “conocimientos” en una continuidad de sentido.
8
Esta no es una necesidad sólo de aquellos textos que no son, en un grado u otro, plenamente explicitos.
Antes bien, todo texto, sin importar su nivel de elaboración, requiere albergar algo más que las
determinaciones marcas, en virtud de esa diferencia que existe entre su cohesión y su coherencia.
-57
“Siempre que se respete la naturaleza característica de la comunicación [los usuarios]
admiten cierto grado de tolerancia con respecto al deterioro que pueda sufrir un texto
en cuanto a su nivel de cohesión y de coherencia” (B&D:169, negritas en el original,
cursivas mías). Ante tal situación, el tratamiento del texto requiere hacerse de otro tipo
de nociones y centrar su atención en otro orden de cuestiones. Requiere, en suma y de
forma más apremiante, hacer entrar en el espectro de la investigación a los usuarios de
los textos. “En este sentido, [agregan] puede afirmarse que para que una determinada
organización de elementos lingüísticos constituya un texto, ésta ha de ser el resultado
de una elección intencionada” (B&D:169, cursivas en el original, negritas mías). De
golpe, la condición que así se estipula no parece en absoluto problemática. Básicamente
se establece que si un texto ha de ser comunicativo, éste habrá de estar en uso. Es decir,
habrá de servir a alguien para algo. 9 Con todo, es preciso desbrozar sus implicaciones
para comprender su operatividad. Son, por lo menos, dos:
a. En primer lugar, que un cuerpo textual sea el resultado de una elección
intencionada supone que “el productor INTENTA que la organización de los elementos
lingüísticos sometidos al proceso de producción dé como resultado un texto
cohesionado y coherente” (B&D:170, versales en el original). Es decir, que la cohesión
y coherencia, esa posibilidad de una totalidad determinada en la articulación entre
mundo y superficie textual, sea el fin buscado en la producción textual. Por tanto, que
aun si ésta no se realiza completamente, toda organización lingüística, en tanto resultado
de una elección intencionada, estará teleológicamente orientada hacia la consecución de
los principios que estipulan estas normas. Es decir, la determinación total de los
registros de la marca y el “conocimiento” como una totalidad. Así, ese cierto grado de
tolerancia propio de la “naturaleza de la comunicación” hacia el deterioro de un texto,
se explica como la prerrogativa de un usuario para reconstruir esa totalidad determinada
con base en la orientación teleológica que no obstante implica (cf. B&D:I.14, VI.20 y
21).
b. En segundo lugar ––y de forma más general––, que un cuerpo textual sea el
resultado de una elección intencionada supone “que los productores utilizan los textos
para conseguir que se cumplan sus intenciones” (B&D:173). Vale decir, que todo texto,
en adición a ser una totalidad determinada ––y sin importar si lo es plenamente o no––,
está teleológicamente orientado hacia un fin determinado, más allá de su propia
constitución lingüística. Por tanto, que la producción de un texto no es sólo una acción
Cf. Usar [en línea] http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=usar [7 de octubre
de 2011]
-69
lingüística que consiste en integrar una superficie que no carezca de sentido, sino ya
siempre también lo que Beaugrande y Dressler llaman una “acción discursiva”. Esto es,
la persecución, por parte del productor mediante su texto, de ciertos “cambios operados
sobre la situación comunicativa y sobre el estado [...] de los participantes implicados
[...] con el fin de ejecutar su PLAN encaminado a la consecución de una META”
(B&D:182, versales en el original).
Nótese que lo que habrá de valer para cohesión y coherencia también vale para
este fin extralingüístico. Esa meta buscada por el productor en un acto dado de
utilización se inscribe en la organización lingüística como orientación teleológica. Así,
en virtud de ésta, toda organización lingüística en uso supone una adquisición efectiva
de sentido, en el marco de ese plan proyectado por el productor al usarla. Tal
adquisición efectiva puede o no realizarse completamente. No obstante, en la sola
producción lingüística ––deteriorada o no––, por cuanto ostenta esta estructura teleointencional, la totalidad determinada que implica se encuentra ya predeterminada. Sin
duda, esta predeterminación es en sí “imperfecta”. Vale decir, no basta con que un texto
se produzca intencionalmente con miras a un fin determinado, para que dicho fin se
alcance, la adquisición efectiva de sentido programada se dé, ni, en general, la utilidad
comunicativa del mismo se realice plenamente. Entre otras razones, porque ningún
productor empíricamente determinado es omnipotente ni, por lo demás, ningún receptor
omnisciente. Diversos factores pueden siempre afectar la efectividad de un texto. No
obstante, es sólo gracias a la predeterminación ideal que supone la estructura teleointencional que ahí cuando un texto funciona ––es decir, adquiere sentido–– puede
pensarse como la realización de un acto dado de utilización comunicativa.
En efecto, si hemos de afirmar ––como hacen los autores (cf. B&D:41)–– que
una secuencia como ‘Bien. ¿dónde....en qué parte de la ciudad vives?’ será
comunicativa en tanto permita al productor enterarse de la dirección de su interlocutor y
no, por ejemplo, si resulta en que éste le explique el proceso de elaboración del tequila,
resulta claro que debemos asumir la predeterminación tanto de la acción lingüística,
como de la discursiva. Sólo ello nos permitirá conjeturar que la secuencia intenta
precisamente organizar una totalidad determinada que tiene el sentido de una
interrogación, la cual a su vez intenta, en el esquema más general de una acción
discursiva, hacerse de la dirección del interlocutor. En consecuencia, que esta secuencia
ha sido comunicativa si ha logrado, de hecho, ese fin. Dicho de otra manera, si el
esquema total de la acción ––y a su interior, la totalidad que supone el sentido de la
interrogación–– no se asume predeterminada, difícilmente se podrá afirmar que tiene
-7-
determinada utilidad ––a saber, hacerse de la dirección–– y no otra. Por lo tanto, que si
el interlocutor de hecho da su dirección, el fin buscado habrá sido alcanzado, la
secuencia habrá adquirido efectivamente el sentido programado y, en general, habrá
resultado comunicativamente útil.
§
De este modo, el rol de la intencionalidad en un enfoque procedimental se muestra
fundamental. Sólo ella permite establecer, bajo el modo de la predeterminación, un
vínculo entre los cuerpos textuales ––esos “artefactos escritos o hablados” (B&D:74)––
y las motivaciones o estrategias ––digamos, en general, la conciencia–– de los usuarios
que utilizándolos se comunican. Así, gracias al carácter intencional de la producción
textual, resulta factible considerar dichos artefactos como útiles inscritos en el horizonte
de la comunicación.
Es preciso, empero, atender que en la constitución de este rol fundamental para
la intencionalidad subyacen al menos dos presupuestos relevantes. En rigor, ambos son
señalados por Beaugrande y Dressler, aun cuando ninguno sea propiamente tematizado
ni, por lo demás, problematizado.
El primero de estos presupuestos es el de una relación entre los textos y las
intenciones de un productor. Si bien podemos aceptar, en concordancia con la
aproximación normativa de la que parte la exposición (cf. B&D:I.23), que “ser el
resultado de una elección intencionada” sea una condición estipulada axiomáticamente,
aún es preciso explicar cómo es que siendo su resultado, los textos se ligan a las
intenciones de un productor. En este punto, Beaugrande y Dressler evocan los
planteamientos de Grice y Searle sobre un análisis intencional del sentido de los
enunciados (vid. B&D:174-182). Si bien las posturas difieren, ambos análisis pretenden
desarrollar una misma premisa: discernir el sentido de un enunciado es reconocer las
intenciones del que lo emite. Por lo tanto, el sentido de un enunciado no es otra cosa que
las intenciones del productor, por lo menos cuando se emite queriendo decir lo que dice
(cf. Searle.1994:51-61). 10 Partiendo de este núcleo común, Grice propuso su principio
de cooperación y las máximas conversacionales; Searle, por su parte, desarrolló su
teoría de los actos de habla.
Beaugrande y Dressler rechazan la aproximación de Searle en virtud de la
rigidez normativa que supone su descripción de los actos de habla. Señalan que si bien
10
Aquí se puede encontrar una reconstrucción del análisis de Grice, así como la crítica y reformulación
de Searle.
-8-
esto puede aplicarse a casos como el de “prometer”, difícilmente puede explicar
satisfactoriamente acciones más difusas como “describir” o “afirmar” (cf. B&D:174).
Se inclinan, en este sentido, por la aproximación de Grice, dado que sus máximas “han
de entenderse como estrategias y preceptos, y no como ‘reglas’” (B&D:175). De tal
suerte que no implica sino circunscribir los modos generales en que los productores
“intentan comunicarse con sus interlocutores evitando esfuerzos y malentendidos
innecesarios” (B&D:182). Lo cual, de acuerdo con los autores, confiere a la propuesta
de Grice un mayor poder explicativo. A pesar de ello, los autores consideran que ésta no
logra dar cuenta del uso de implicaturas conversacionales satisfactoriamente. Es decir,
de aquellos casos en que un hablante dice algo distinto de lo que literalmente dice.
De este modo, Beaugrande y Dressler terminan por rechazar ambas posturas y
zanjan la cuestión al abogar por una exploración “más directa y operativa” (B&D:182).
Adelantan entonces su definición de “acción discursiva”, 11 a partir de la cual intentan
analizar una interacción comunicativa en términos de actividades de planificación y
diversos protocolos de resolución de problemas. Esta aproximación puede no sólo ser
operativa sino ampliamente explicativa de las interacciones comunicativas. Sin
embargo, no permite explicar cómo es que los textos devienen “acciones intencionadas
encaminadas hacia la consecución de una meta premeditada” (B&D:189); antes bien, se
limita a presumir que lo son, como premisa para explicar la interacción.
Ahora bien, aunque Beaugrande y Dressler no suscriben como tal la postura de
Searle o Grice y, por lo demás, eluden abordar de frente la naturaleza precisa de la
relación entre intenciones y textos, parece razonable asumir que comparten la premisa
fundamental de éstos. Ello puede confirmarse al confrontar los rasgos generales de su
argumentación con el siguiente pasaje de Searle:
To the extent that the author says what he means the text is the expressions of
his intentions. It is always possible that he may not have said what he meant or
that the text may have become corrupt in some way; but exactly parallel
considerations apply to spoken discourse. The situation as regards
intentionality is exactly the same for the written word as it is for the spoken:
understanding the utterance consists in recognizing the illocutionary intentions
of the author and these intentions may be more or less perfectly realized by the
words uttered, whether written or spoken. And understanding the sentence
apart from any utterance is knowing what linguistic act its utterance wold be
the performance of (Searle.1977:202). 12
Vid. supra. p. 7.
En tanto el autor dice lo que quiere decir, el texto es la expresión de sus intenciones. Siempre es posible
que no haya dicho lo que quiso decir o que el texto se haya deteriorado de algún modo; pero
consideraciones exactamente paralelas se aplican al discurso oral. La situación en lo que toca a la
intencionalidad es exactamente la misma para la palabra escrita y hablada: entender el enunciado consiste
en reconocer las intenciones ilocucionarias del autor y éstas pueden encontrarse más o menos realizadas
cabalmente por las palabras que constituyen el enunciado, ya sea este escrito u oral. En adición, entender
-911
12
Evidentemente, el tratamiento de las acciones discursivas y el de los actos de habla no
son homologables. Con todo, si recordamos el argumento desplegado en torno de los
casos donde hay cohesión o coherencia deterioradas, las similitudes empiezan a emerger
(cf. B&D:41,170-172). Para Searle, si un hablante dice lo que quiere decir, un
enunciado es la expresión de sus intenciones. Por cierto, éste siempre podrá deteriorarse
de alguna manera (become corrupt in some way) y en consecuencia, las intenciones no
realizarse plenamente en las palabras que conforman el enunciado (may be more or less
perfectly realized by the words uttered). Con todo, dado que el sentido del enunciado no
es algo distinto a las intenciones de realizar un acto, entenderlo no sólo consiste en
reconocerlas sino, en la misma medida, en poder identificar el acto que producirlo
supondría realizar. De lo cual se sigue que si el acto se realiza, siempre será posible
identificar las intenciones que así se realizan y por tanto, el sentido del enunciado
correspondiente. Podemos, entonces, identificar una lógica que liga la realización de
actos con enunciados, en virtud de comprender el sentido de éstos como intenciones. El
argumento de Beaugrande y Dressler sobre los textos deteriorados, aunque no es
idéntico a éste, correría en paralelo sobre la misma lógica. Así, cuando afirman que un
texto será comunicativo ––al margen de un posible deterioro–– si el fin buscado por la
producción de éste se logra, parece claro que las premisas subyacentes son: a) que un
texto significativo es la expresión de ciertas intenciones; b) que un texto comunicativo
no es algo distinto de las intenciones de un productor; c) que de la consecución del fin
se sigue que las intenciones del productor se han realizado. Por tanto, que un texto es
una acción intencionada, por cuento siendo efectivamente comunicativo, supone la
realización de ciertas intenciones.
Como se ve, al postular como premisa implícita el núcleo común de los análisis
del significado de Searle y Grice ––premisa subyacente a)––, no sólo es posible
reconstruir de forma más satisfactoria el argumento sobe textos deteriorados sino, a un
tiempo, explicar en qué sentido puede un texto entenderse como una “acción
intencionada”.
Por otro lado, esta segunda aproximación al argumento sobre textos deteriorados
nos apunta ya al segundo presupuesto. Como el anterior, éste se introduce en el halo de
un axioma. Se trata, en esta ocasión, de aquel que estipula al texto como un
“acontecimiento comunicativo” (B&D:35). De nuevo, esto bien puede aceptarse como
un postulado axiomático. Sin embargo, aun será preciso tematizar qué implica entender
la oración, más allá de todo enunciado de ésta, supone saber que acto lingüístico sería su enunciación.
(Traducción propia)
-10-
la comunicación como un acontecimiento. Puesto que este es el axioma del que parte
todo el enfoque, las siete normas de textualidad no tienen otro objeto que el de delinear
en su conjunto esta noción. Así, leyendo con cierto cuidado, basta con atender aquellos
términos que mueven los argumentos en torno del sentido (normas de cohesión y
coherencia) y el papel de la intencionalidad para discernir el motivo que opera su
despliegue. En el primer caso, el peso del razonamiento se encuentra en valores como la
totalidad, la determinación y la actualización. Todo lo cual nos indica una comprensión
clásica del acontecimiento como presencia plena y actual. Ahora bien, si la
comunicación es un acontecimiento en este sentido, ¿de qué es presencia plena y actual?
Partiendo de la reconstrucción hecha del argumento sobre textos deteriorados, todo
sucede como si el que haya comunicación no fuera otra cosa que la realización de
ciertas intenciones. Por tanto, que como acontecimiento, ésta sería la presencia plena y
actual de los productores que tienen esas intenciones o ––para ser más precisos–– de la
consciencia de estos en tanto intencional. Ciertamente ––como se ha señalado a cada
paso–– el acontecer de esta consciencia intencional 13 no está ya garantizado, pero es
aquello a lo que tiende teológicamente en tanto tal. Así, el esbozo de una comprensión
intencional de la comunicación que hace Derrida a propósito de Austin, parece aquí
pertinente.
Esta presencia consciente de los locutores o receptores que participan en la
realización de un performativo, su presencia consciente e intencional en la
totalidad de la operación implica teleológicamente que ningún resto escapa a la
totalización presente. Ningún resto, ni en la definición de las convenciones
exigidas ni en el contexto interno y lingüístico, ni en la forma gramática ni en
la determinación semántica de las palabras empleadas; ninguna polisemia
irreductible, es decir, ninguna ‘diseminación’ que escape al horizonte de la
unidad de sentido (Derrida.2008:364).
¿No es acaso esto lo que funge de criterio cada vez que se evalúa si un texto ha sido o
no comunicativo? Es decir, precisamente, esa totalización presente como implicación
teleológica según la cual se organiza una unidad de sentido. Cuando se dice que ‘Bien.
¿dónde....en qué parte de la ciudad vives?’ ha sido comunicativo si el interlocutor da su
dirección, qué se presume si no que de hecho se ha logrado una unidad de sentido según
la totalización presente que habría ordenado teleológicamente la producción del texto.
Y, del otro lado, qué otra cosa nos permitiría afirmar que si el interlocutor entiende algo
13
Evidentemente, este término remite a la fenomenología de Husserl. Dada la limitación de espacio, me
es imposible elaborar sobre las semejanzas que parecen emparentar una postura cognitiva con ésta y en
consecuencia, la relación que parece haber entre el enfoque procedimental y los planteamientos
fenomenológicos. Sostengo el término bajo reserva y a modo de sugerencia, sobre la posibilidad de ligar
la estructura teleo-intencional de los textos, con los planteamientos de Husserl sobre las vivencias de la
consciencia (cf. Husserl.2005, en particular, 2o meditación)
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––es decir, si de hecho hay sentido–– pero ello no se corresponde con lo que el
productor intentaba, ––por tanto, ese sentido no se había ordenado teleológicamente––
no ha habido comunicación.
§
En el apartado anterior he intentado tematizar dos presupuestos del rol fundamental que
juega la intencionalidad en el enfoque procedimental de Beaugrande y Dressler. Estos
son: 1) La comprensión del sentido de los textos como intenciones; 2) La comprensión
del acontecimiento comunicativo como totalización presente, teleológicamente
ordenada. A partir de ellos quisiera anotar, a modo de conclusión, una perspectiva
crítica.
Ésta atravesaría un rasgo esencial para la aceptabilidad de toda la
argumentación, a saber, que esa totalización presente nunca se asume per se
garantizada. De lo cual se desprende que si la queremos pensar y, más aun, estipularla
como criterio de nuestro tratamiento del texto, ello será legitimo porque le introducimos
sólo como ese telos presente en todo texto en tanto resultado de elecciones
intencionadas. Frente a tal razonamiento, es precisamente la legitimidad de afirmar,
sobre la naturaleza teleológica de la intención, un telos presente en o perteneciente al
texto, lo que es necesario interrogar. Es decir, podemos aceptar que toda intención sea
teleológica; incluso podemos suponer ––sin conceder–– que el sentido de un texto es de
algún modo una intención; con todo, de ello no se sigue sin más que el texto es una
intención que implique cierto telos. Tal afirmación supone por lo menos la de que un
texto no es, de hecho o de derecho, algo distinto de su sentido.
Sostener esta afirmación como una cuestión de hecho deviene ampliamente
problemático. Primero, porque parecería ignorar que todo texto supone un registro de la
marcación. ¿Hay texto sin el advenimiento de ciertas marcas ya sean estas gráficas,
acústicas, incluso psíquicas? En segundo lugar, porque aun si no se ignora cierta
necesidad por la marcación, implicaría suponer que el sentido está presente en las
marcas mismas. Mas, como ya se ha señalado, el sentido no es algo que esté
propiamente en las marcas, sino que les subyace como mundo textual cuando se puede
decir que son coherentes. De tal suerte que de hecho, parece que siempre hay cierta
diferencia, por lo menos entre aquello que en un texto es marca y aquello que es
sentido. En consecuencia, que no es de hecho, sin más y plenamente, nada distinto a su
sentido.
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Podría ser más factible sostener la afirmación como cuestión de derecho,
evocando, como hacen los autores, que “el ‘sentido del texto’ es una propiedad bastante
estable” (B&D:40) de éste, por cuanto normalmente de una misma superficie se infiere
el mismo sentido. Por tanto, que si bien esta diferencia subsiste, en la medida en que
normalmente no se ejerce, resulta legítimo obviarla metodológicamente. Una decisión
metodológica como ésta supondría, como es obvio, distinguir entre fenómenos normales
y anormales de textualidad, así como optar por desarrollar la investigación sobre la base
de los primeros. Ahora bien, tal decisión quizá pueda justificarse en pos de desarrollar
una teoría operativa y ampliamente explicativa; a saber, porque siendo la norma los
fenómenos normales supondrían la mayoría de los casos. No obstante, difícilmente
podría desarrollarse sobre esta decisión una comprensión satisfactoria de la naturaleza
textual. Fundamentalmente, porque presupone ignorar el hecho de esa diferencia,
impidiéndonos así concebir sus posibles implicaciones. En adición, ¿no hay cierta
circularidad cuando se pretende explicar el texto sobre la base de los textos normales?
¿No supone eso comprender ya lo que un texto es para de ahí postular una norma que de
cumplirse supondría un texto normal?
De cualquier modo, sostener la distinción normal/anormal no basta para diluir el
problema. Antes bien, la interrogante subsiste; todavía resulta preciso preguntarnos:
¿qué pasa con eso anormal que subyacería o habitaría todo texto normal? Es decir, con
esa posibilidad ––o riesgo–– de lo anormal que está de hecho inscrita en todo texto,
incluso cuando funciona normalmente, como esa diferencia entre el sentido y la marca.
¿Qué función cumple ese diferenciarse del telos y el sentido cuando un texto funciona
(a)normalmente? Digamos, aun cuando podemos decir de unas marcas que tal es su
sentido.
Sin duda, estas consideraciones no hacen más que situar el punto de partida de
un itinerario teórico. Mas, a reserva de lo que depare su desarrollo, algo parece
perfilarse en su horizonte. No resulta fácil de enunciar, pero en este diferenciarse de la
marca con respecto al sentido/telos, todo sucede como si el fenómeno del texto
estremeciese la arquitectura lógica de conceptos como comunicación o uso.
Permítaseme llamar a este diferenciase la textura del texto. Diré entonces que en virtud
de su textura, el texto erosiona la idealidad que en ambos casos une el origen con el fin
en una inmanencia autosuficiente. Sin duda, resulta imposible determinar a priori la
envergadura de dicha erosión; parece claro, no obstante, que todo el sistema de
conceptos que recurren a esa inmanencia ideal, no podrá quedar inalterado por la
reflexión textual así proyectada.
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Bibliografía
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Niemeyer Verlang GmbH
BEAUGRANDE, Robert-Alain de y DRESSLER, Wolfgang Ulrich. 1997. Introducción a la
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198-208.
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