MEDITACIONES SOBRE EL SANTO ROSARIO (XIV) C. MISTERIOS DOLOROSOS. 3º LA CORONACIÓN DE ESPINAS (Mt 27, 27-31). “Trenzaron una corona de espinas y la pusieron en la cabeza de Jesús”. Jesús, el Señor había dicho ante Pilato que Él era Rey, pero que su reino no era de este mundo1 y por lo tanto, su corona no podía ser como la corona de los reyes de este mundo. Después de la multiplicación de los panes, la gente intentó hacer rey a Jesús, el Señor, por la fuerza, pero Él dándose cuenta de ello, se retiró al monte, Él solo2. Aquellas gentes, quizá como un gesto de agradecimiento por lo que el Señor había hecho por ellos, quisieron hacerlo rey, pero rey de este mundo. Jesús se retira al monte, al lugar donde todo se ve más claro, más sencillo, sin complicaciones tejidas por la condición humana. Dios y Jesús, solos, en silencio. Aquella gente pretendió ceñir en la cabeza de Jesús, el Señor, una corona hecha con materiales de la tierra, surgidos de la tierra, todos habían sido extraídos de la tierra y, algún día volverían otra vez a la tierra. El reino de Jesús, el Señor, no es de aquí, por eso no tiene guardia para defenderlo, ni corona para su cabeza, ni cetro para su mano, ni vive en un palacio como los reyes de la tierra. Jesús, el Señor, ante tal presión, sintió un profundo temor. ¡No!, el reino de Dios, padre misericordioso, no se identificaba con ninguna coronación. El Reino de Dios es el Reino de la Verdad Viva en el corazón humano. Ahora, ante los poderosos de la tierra representados en el Imperio Romano; Jesús, el Señor, que se había proclamado rey de la Vida y de la Verdad, no rechaza el ser coronado. Esta corona lacera la cabeza de Jesús, y en cada herida que aparece en ella, Jesús, el Señor, recibe los dolores y los sufrimientos de todos los hombres. Cada pinchazo introduce en su cabeza una razón más para mantenerse firme en la misión que su Padre le había encomendado. Jesús, el Señor, inundado de dolor, recibe la corona de aquellos que tienen roto su corazón y sus entrañas, de aquellos que sólo piensan de forma egoísta, y sólo viven para idolatrarse a sí mismos. De aquellos que se creían los poderosos del mundo. Jesús es Rey, y en su corona, mezclados con las espinas, aparecen sus mejores méritos para serlo; las joyas de sus mejores méritos: aceptar siempre la voluntad de Dios, adornaba el centro de aquella corona, centro envuelto en espinas, “aquella joya” deslumbraba a los que se acercaban a Él y les obligaba a inclinar la cabeza, ante el Rey; a un lado, un poco más abajo, su “segunda joya”, un servicio absoluto a la condición humana. Dios le había mandado para que los hombres tuviéramos vida y vida en abundancia. El servicio a su misión es su “segunda joya”. Y ya no hay más. Es todo, en aquella corona de espinas. ¿Alguna vez nos hemos dejado “coronar” por alguien? ¿Como ha sido “nuestra coronación”? ¿Que “joyas” podrían hoy adornar la corona de los cristiano y cristianas? 1 2 Cfr. Jn. 18, 36-37 Cfr. Jn. 6, 1-15