NATALICIO DR Supo del dolor cuando apenas tenía cu padre había

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NATALICIO DR. NICOLÁ
NICOLÁS AVELLANEDA
01 de octubre de 2015.
Fabricio Martinelli
Encargado del Museo Histórico Sacro
“Hno. Rogelio Scortegagna”
Supo del dolor cuando apenas tenía cuatro años y una empleada de la casa le dijo que su
padre había sido degollado por los mazorqueros de Oribe. Desde entonces y hasta el fin
de su vida se lo conoció como “el hijo del mártir de Metán”, la localidad donde su padre,
Marco, fue ejecutado por el degollador uruguayo Mariano Maza.
Nicolás Avellaneda nació en Tucumán el 1º de octubre de 1836. Allí vivirá pocos años
pero nunca olvidará su terruño.
Los que lo trataron aseguran que si no se hubiera dedicado a la p
política
olítica habría sido un
gran escritor. Los pocos textos que se le conocen dan cuenta de una prosa impecable. Tal
vez por eso se explique que cuando Sarmiento asuma la presidencia de la Nación le
solicite que escriba el discurso oficial. Sarmiento sabía lo que
que hacía. Avellaneda escribía
muy bien y era tan minucioso con las palabras, que alguna vez le aconsejará a un escritor
que jamás le perdonará que lo haya obligado a iniciar un discurso con un gerundio. Los
presidentes actuales seguramente no prestan atención
atención a esos detalles.
Más de un historiador asegura que la proeza educativa que se le atribuye a Sarmiento fue
concretada por Avellaneda. El mismo, tal vez molesto porque la gloria de educar al
soberano se la reconocen a un solo actor, señala en el balance de su gestión: “Bajo mi
ministerio se dobló el número de colegios, se doblaron las bibliotecas populares, los
grandes establecimientos científicos como el Observatorio... ésta es la página de honor de
mi vida pública y la única a cuyo pie quiero consignar mi nombre”.
El 12 de Octubre de 1874, asume Nicolás Avellaneda, y dos años más tarde dicta la Ley
Nº 817 de “Inmigración y Colonización” que significó un acontecimiento trascendental y de
positiva
proyección
para
el
devenir
demográfico
del
país..
Precisamente a él se debe una frase muy difundida en la época y que resumía un poco su
pensamiento: "Todo está salvado cuando hay un pueblo que trabaja".
La Ley de Inmigración fue producto de una época difícil y constituyó un conjunto de
normas, con el fin
n de captar trabajadores manuales en gran cantidad para desplegar
intensamente las tareas en el campo. En ella se definía los requisitos y procedimientos
propios de aquella época, siendo uno de los aspectos más importantes el que ella
complementaba y asignaba extensividad a las disposiciones constitucionales, por cuanto
tuvo la virtud de inaugurar el equipamiento de los derechos civiles de los argentinos y de
los extranjeros, proporcionado una trascendente unidad en los aspectos laborales,
institucionales y de productividad, que se concretaron en el extraordinario desarrollo
integral de todos los sectores del quehacer nacional.
Podemos distribuir mejor la inmigración, extendiéndola por todo el país, radicarla y
ofrecerle un incentivo con la adquisición de la propiedad territorial, abriéndole en el
exterior al mismo tiempo nuevas corrientes. Economicemos sobre todos los ramos de los
servicios públicos, pero gastemos para hacer más copiosas y fecundas nuestras
corrientes de inmigración. El agente maravilloso de la producción, el creador moderno del
capital es el inmigrante y afortunado el pueblo que puede ponerlo a su servicio, porque
llevando consigo la más poderosa de las fuerzas renovadoras, no tendrá sino
perturbaciones transitorias y será constante su progreso. No hay gasto más
inmediatamente reproductivo que el empleado en atraer al inmigrante y en vincularlo al
cultivo del suelo.
En 1878, regresa a su tierra como presidente de la Nación. Para evitar efusiones que su
modestia rechaza, se adelanta a la comitiva y se aloja en la casa de su abuelo. La noticia
de que el presidente de la Nación está en la ciudad corre por todos lados y una multitud
marcha para saludar al hijo pródigo. Avellaneda sale al balcón e improvisa un discurso
que muchos lo repetirán de memoria durante años: “ He querido venir solo y despojado de
las insignias del mando. He venido antes de las fiestas para que las pompas oficiales no
sofoquen la efusión de nuestros primeros abrazos. Lo que necesito decirles no quiero que
sea escuchado por extraños... Traigo fatigas después de las vicisitudes de la vida y
anhelo descansar mi cabeza al abrigo de corazones seguros. ¡Los años de la ausencia
han sido largos, la jornada dura! ¡Cuántas veces bajo las inquietudes de la suerte, y
viendo cerrar el paso a mi intención pura y sana, me he preguntado si me sería dado un
día volver con honor y con vida a la vieja casa de mis padres!... He tropezado con muchos
en este camino de las ambiciones que viene tan lleno de gentes, pero nunca deserté de
las reglas del deber... puedo, pues, comparecer delante de la sombra de mi padre y
delante de la de ustedes que fueron los testigos de su vida y de su muerte.... ¡Miradme!
Mi frente tiene pliegues prematuros, mis cabellos emblanquecen, las vigilias han
devastado mi fisonomía, pero ¡miradme! Soy el mismo. Y puesto que me han reconocido,
vuelvo a pedirles: denme un asiento en el hogar común... Necesito después de tantas
agitaciones calentar mi alma bajo los rayos vivificantes de nuestro sol”.
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