Cambios en el mercado de trabajo y relaciones de pareja: el punto

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Cambios en el mercado de trabajo y relaciones de pareja: el punto
de vista de los hombres
Amalia Mauro, Lorena Godoy
Investigadoras Centro de Estudios de la Mujer– CEM
Santiago, Chile
Ponencia XXIII ALAS. Comisión Número 9: Mercado de trabajo, Precarización y relaciones
laborales: poder, subjetividad y procesos sociales en el trabajo. Temática III: Regulación
Laboral. Mesa 1: Subjetividad, cultura y poder en el trabajo. Sesión IV. Antigua, Guatemala. 29
de octubre al 2 de noviembre de 2001.
Cambios en el mercado de trabajo y relaciones de pareja: el punto de vista de
los hombres
No cabe duda de que el mundo del trabajo está cambiando, pero estos cambios no se dan
aisladamente en una dimensión de la realidad, sino que por el contrario afectan a los sistemas
sociales en su conjunto. De allí que las transformaciones que experimenta la organización del
mercado de trabajo no sólo inciden en la definición de estrategias laborales y modelos de
trabajadores, sino que también lo hacen en las relaciones de género, identidades y subjetividades
de hombres y mujeres.
Lo que nos interesa analizar en esta oportunidad es la forma como estas transformaciones en el
mercado de trabajo inciden en la organización de la vida privada de los trabajadores, de los
hombres en este caso particular. Más precisamente, queremos indagar en la influencia que
ejercen los cambios ocurridos en el mercado de trabajo en la manera como los varones
construyen relaciones de pareja y se distribuye el trabajo productivo y reproductivo, es decir en
los modelos de familia. 1
El enfoque y los temas abordados en este análisis tienen que ver con el lugar central que sigue
ocupando el trabajo remunerado en la identidad de las personas2 y en la organización de las
relaciones sociales, así como con el sentido particular que adquiere en la biografía de los
hombres y con el papel que la mayor incorporación de mujeres ha jugado en los cambios en el
mercado de trabajo.3
Adoptar esta perspectiva no significa que creamos que las transformaciones en el mercado de
trabajo sean el factor explicativo más importante de los cambios en la vida privada de los
sujetos; ni tampoco asumimos que esta influencia sea en todos los casos directa ni tenga los
mismos efectos. Por el contrario, los cambios en el mercado de trabajo están imbricados e
1
La ponencia se basa en algunos de los resultados obtenidos en la investigación “La influencia de las mujeres en
las trayectorias laborales e identidad masculinas”, realizada por el Centro de Estudios de la Mujer –CEM, Chile,
sobre trayectorias laborales de hombres, en el Gran Santiago, entre 1999 y 2001, sobre la base de entrevistas y
grupos de discusión.
2
Esto concuerda con lo sustentando por diferentes autores (Norma Fuller 1997, Sócrates Nolasco 1993, José
Olavarría 1998, entre otros) acerca del trabajo como eje vertebrador de la identidad masculina.
3
La elección de estudiar las trayectorias laborales obedece a la posibilidad que ellas ofrecen de dar cuenta de los
cambios ocurridos a lo largo de la vida laboral. Cuestión que cobra especial relevancia en el contexto de fuertes
transformaciones de las últimas décadas y a que ellas permiten esclarecer las interacciones entre dinámicas
estructurales y prácticas individuales. Entre lo social y lo individual, lo objetivo y lo subjetivo.
2
imbricados con una serie de factores de diversa índole que orientan las opciones de los sujetos
en diferentes direcciones. Entre estos factores podemos distinguir: 1) factores de contexto políticas educacionales, crisis económicas, deterioro de los salarios, desempleo, predominio de
distintos modelos culturales de familia y de los papeles de hombres y mujeres, participación
laboral de las mujeres; b) factores familiares (familia de origen) -figura del padre y madre,
presencia o no de madre trabajadora, modelos femeninos y masculinos transmitidos, familias
estimulantes o críticas del orden de género existente y de la importancia de la educación para la
inserción laboral; y c) factores individuales - ideal de masculinidad, presencia o no de una
actitud crítica y reflexiva frente a la realidad social que facilita la objeción a las representaciones
de género y a las relaciones establecidas a partir de ellas, multiplicidad de experiencias de vida
(incluidas la ruptura y formación de nuevas parejas), adhesión o no de la pareja al modelo de
familia sustentado por el hombre, presencia de experiencias de vida variadas que confrontan a
los sujetos con estilos de ser y hacer diversos.
Introducimos como principales ejes posiblemente diferenciadores entre los hombres
entrevistados la edad, la pertenencia social y el tipo de trabajo que realizan,4 por cuanto
consideramos que los cambios en el mundo del trabajo no afectan por igual a todas las personas.
Los hombres desarrollan su trayectoria laboral en contextos históricos diferentes, no es lo
mismo haber comenzado su vida laboral hace veinte años atrás que en la década de los noventa,
ni el hecho que los cambios que se vislumbran no sólo en el mundo laboral sino también a nivel
sociocultural, ocurran cuando se está al inicio, al promediar o casi al concluir la vida laboral. No
es lo mismo que los cambios se consoliden cuando se lleva muchos años de un determinado
arreglo familiar que cuando se está iniciando una pareja. Tampoco es igual pertenecer a familias
que cuentan con los recursos materiales y sociales (educación y redes sociales) para abrir
diferentes entradas al mundo laboral que una que ofrece pocas posibilidades, o ser parte de una
familia en la que se promueven modelos de relaciones de pareja tradicional, que de otra que
propicia vínculos más igualitarios. Por último no es igual desarrollar una trayectoria laboral
4
Se consideraron 2 cohortes: una más joven de 25 a 39 años y otra mayor, de 40 a 55 años. Se entrevistaron a
varones que actualmente se inscriben en diferentes categorías ocupacionales: No manual alta (directivos, gerentes,
profesionales y técnicos); No manual baja (administrativos de nivel medio y bajo, vendedores en establecimiento
fijo, sean de bienes tangibles o servicios); Manual asalariada (obreros y trabajadores de los servicios); Manual por
cuenta propia (artesanos, microempresarios, vendedores ambulantes y los que ejercen distintos oficios de forma
independiente –pintores, electricistas, etc.
3
como obrero que como profesional o directivo, lo que les permite conectarse con variados
espacios sociales y culturales y contar con recursos materiales.
Relaciones Laborales y modelos de familia
Los resultados encontrados sugieren que Chile es una sociedad heterogénea, en proceso de
cambio, donde coexisten diversas modalidades de integrarse al mercado de trabajo y también de
concebir y actuar las relaciones de género. Pero para mayor claridad del análisis distinguimos en
primer lugar dos grupos de varones cuya inserción y trayectoria laboral se inscriben en alguna
de las dos formas opuestas de organización de la fuerza de trabajo y de relaciones laborales, que
son visibles en el ámbito laboral del país. En segundo lugar, dentro de cada uno de estos
‘modelos’, incluimos algunas variantes relevantes.
La presentación de estos dos modelos tiene una función eminentemente explicativa, no
valorativa. Y si bien encontramos que algunas biografías de entrevistados reflejan fielmente los
modelos de trabajadores y de familia, también hay casos en los cuales las características
principales de ambos modelos se presentan en forma combinada, y otros en los que en una
misma biografía, en diferentes etapas del ciclo de vida, se han dado patrones de trabajadores y
de familia diferentes.
Las dos modalidades inversas de relaciones laborales la constituyen la relación laboral “normal”
y la relación laboral “flexible”. Asimismo consideramos como grupo aparte a los trabajadores
por cuenta propia, por cuanto los modelos señalados se refieren sólo a trabajadores dependientes
(asalariados) y en Chile, alrededor del 20 por ciento de los ocupados (no profesionales ni
técnicos) trabajan en forma independiente.
Cabe señalar aquí que el análisis de las trayectorias laborales de los varones no buscó probar la
existencia de modelos de relaciones laborales ni de familias preestablecidos, sino que estos se
fueron perfilando a lo largo del análisis como tendencias que se hacían evidentes.
4
1. La relación laboral ‘normal’ y el modelo de familia hombre
proveedor/mujer ama de casa
Identificamos en primer lugar un grupo de varones cuya práctica y trayectoria laboral se
inscriben en los cánones prescritos por el modelo de relación laboral ‘normal’ . Esta modalidad
de relación de trabajo es propia del capitalismo industrial, y encuentra su apogeo en el sistema
fordista-taylorista. En Chile es todavía empíricamente predominante y abarca a una alta
proporción de varones ocupados5. Es, además, la base de la estructuración del mercado de
trabajo nacional y de las normas legales que lo sustentan.6
Entre sus principales características, cabe destacar: (a) se realiza a tiempo completo, (b) es la
única fuente de ingreso, y (c) asegura al menos la subsistencia del trabajador y de su núcleo
familiar, por lo cual el salario es concebido como un salario familiar.7 A estas características de
la relación laboral normal se asocian valores y actitudes promovidos por los empleadores que
son asumidos por los trabajadores y que se expresan en comportamientos laborales específicos.
Entre ellos figuran la disciplina, la puntualidad, la constancia, la continuidad (asistencia diaria),
la disponibilidad del tiempo para el trabajo, la lealtad y el compromiso con la institución. Estos
últimos requieren un largo tiempo de gestación, asociándose por ello a la permanencia en el
empleo. En este marco, la estabilidad es un ideal buscado por los trabajadores mediante
diferentes estrategias, como el avanzar en la empresa, capacitarse y desarrollar habilidades y
capacidades que respondan a los intereses institucionales.
El buen funcionamiento de esta forma de relación laboral y el desarrollo de una trayectoria
laboral que permita a los hombres sostener a su familia durante y al concluir el ciclo laboral
presupone una división sexual del trabajo entre trabajo productivo como un ámbito masculino y
el trabajo reproductivo como una esfera femenina. Esta división permite a los hombres dedicarse
en jornada exclusiva, tanto física como mentalmente, al desempeño de su trabajo. Todas las
energías deben estar puestas en el trabajo, no en actividades externas y sobre todo sin
5
Alrededor del 65% del total de los ocupados (en particular de los varones) se inscriben en este tipo de relación
laboral dependiente.
6
Sobre el tema de las normas y lo normal en el mercado de trabajo ver Dombois 1998.
7
Las otras características relevantes de este tipo de relación laboral son: a) presupone la existencia de un empleador
y un lugar de trabajo, b) es de duración indefinida (contrato de trabajo indefinido), c) se norma y estandariza la
duración y distribución de la jornada de trabajo, d) está entretejida en una red de normas legales que garantizan las
condiciones contractuales y la protección social, e) por principio está proyectada hacia la continuidad y estabilidad
del empleo, e) el trabajo constituye un espacio privilegiado para la construcción de identidades colectivas (se
5
interferencias de lo familiar. En consecuencia, los varones cuya vida laboral transcurre en el
marco de esta concepción laboral establecen una separación, a veces muy tajante, entre vida
familiar y vida laboral, en el sentido de que el trabajo doméstico y la crianza de los hijos no
deben perturbar sus obligaciones laborales. Concebido así, el trabajo remunerado es un territorio
masculino, un espacio simbólicamente masculino, a pesar de la presencia creciente de mujeres
en el mercado de trabajo.
Andrés (45 años, educación técnica, empleado sector privado) representa fielmente en sus
concepciones y prácticas a este modelo. Andrés tiene claro lo que su institución espera de un
trabajador y ha buscado de manera constante y disciplinada adaptarse a ello, lo que constituye
un motivo de orgullo para él y a lo que adjudica su larga permanencia en la institución donde
trabaja desde hace veinte años. Andrés destaca en primer lugar como elemento central en este
tipo de relación laboral: la separación que debe existir entre ámbito familiar y laboral. Según
Andrés, el trabajador no debe cargar a la empresa con las dificultades que se presentan en la
esfera familiar. Esto quiere decir evitar en lo posible los permisos especiales que tengan que ver
con asuntos familiares8. En segundo lugar señala la necesidad de que el trabajador goce de
buena salud, pues sus ausencias desordenan, según él, los sistemas internos de funcionamiento y
tienen consecuencias económicas directas. En tercer lugar, figura la disposición y flexibilidad de
tiempo que debe tener todo trabajador para realizar cualquier tarea que se requiera respondiendo
a las necesidades de la empresa.
Otro de los entrevistados, de 37 años, enseñanza superior incompleta, que trabaja en el sector
privado, insiste en que las esferas domésticas y laborales no se deben mezclar, incluso por salud
mental. Él aprendió hace ya varios años que “entrando de aquí para acá [se refiere a su oficina]
asumo el rol de jefe y me desconecto de mi familia, pero al salir de aquí me desconecto del rol
de jefe y me conecto con el Rafael y todos sus roles externos”. Y agrega que siempre le ha
dicho a su esposa que “de lunes a viernes el tiempo es de la empresa, dedicado a la empresa,
salvo las urgencias que correspondan, pero los fines de semana son de ella, son de ella. Eso me
ha permitido funcionar”
comparte un tiempo y un espacio), para la creación de un “nosotros”, y e) los sindicatos actúan como referentes
colectivos y representantes de los trabajadores.
8
Veladamente critica a las mujeres como trabajadoras por el peso que le atribuye a las licencias de maternidad en el
funcionamiento de la empresa.
6
El hombre proveedor
El hecho que el trabajo tenga que asegurar al menos la subsistencia del trabajador y de su núcleo
familiar, para lo cual se establece el salario familiar, nos remite a uno de los papeles centrales
atribuidos socialmente a los hombres: ser proveedor. Así, el trabajo remunerado, aspecto
fundamental en la definición de identidad de los hombres, actúa como un mandato social, no
como una opción, es algo dado e incuestionable.
El trabajo remunerado precisamente convierte a los hombres en proveedores familiares, es decir,
en los responsables de satisfacer las necesidades materiales de la familia. Y esta condición
define su posición de autoridad al interior de la familia.
Como lo señala Jean L. Potucheck (1997), el proveedor hace referencia a aquella persona para
quien trabajar es una obligación, por tanto dejar de hacerlo no es una opción. Esto marca una
diferencia relevante con las representaciones sobre el trabajo femenino en la medida en que éste
aparece, al contrario que para los varones, como una opción, por lo que estar empleadas no
necesariamente las convierte en proveedoras. Lo que demuestra que si bien estar empleado es
una condición para ser proveedor, no en todos los casos es suficiente, al menos a nivel de
representación social., ya que en los hechos la realidad es otra.
Algunos de los varones entrevistados que comparten esta concepción de masculinidad señalan
sentirse valorados como hombres por sus parejas precisamente en función de su capacidad de
provisión (por medio del trabajo remunerado), y otros, en cambio, afirman sentirse presionados
por ellas para cumplir a cabalidad con este cometido.
Esta orientación de los varones hacia el trabajo remunerado es reconocida por algunos como
presente ya en su familia de origen al recordar cómo las posibilidades educacionales para ellos
estaban ligadas estrechamente a las expectativas laborales de los padres, en cambio en el caso de
sus hermanas las perspectivas de mejoras educacionales no necesariamente iban asociadas a un
desarrollo laboral.
Esta comprensión del rol masculino de proveedor se tradujo, como dijéramos,
en el
establecimiento del salario familiar en Chile, a mediados de la década del treinta, por acuerdo
entre los principales actores sociales laborales (trabajadores, empleadores y estado). Este
acuerdo tripartito refuerza las concepciones tradicionales vigentes respecto a los roles
masculinos y femeninos: el hombre debía ser el sostén económico y el “jefe” de la familia”,
7
mientras que el papel social de la mujer era la maternidad, la crianza de los hijos y el ámbito
familiar. A través de esta asignación la sociedad consolidó la figura de un trabajador hombre
responsable único de la provisión familiar y desalentó la participación laboral de las mujeres,
estableciendo que la mujer era ama de casa y que no debían trabajar (ver Karin Rosemblatt
1995).
En consecuencia, este modelo de relación laboral se sostiene en un ordenamiento familiar en el
que los trabajadores cuentan con una mujer-pareja que se ocupa de toda la vida no laboral:
niños, comidas, limpieza, apoyo afectivo. Es decir, se establece un arreglo familiar en el cual el
hombre es proveedor/la mujer ama de casa, lo que afianza una estricta división sexual del
trabajo entre hombre-trabajo remunerado y mujer-trabajo reproductivo.
Espacios y los roles de hombres y mujeres complementarios, no intercambiables
La división del trabajo en la pareja de los varones que se guían por este modelo de relación
laboral y de familia, se sustenta en una nítida separación de espacios, funciones y valoraciones.
Las responsabilidades de hombres y mujeres están delimitadas y definidas, no se trata de
obligaciones compartidas o intercambiables, sino claramente diferenciadas.
Si bien la responsabilidad de proveer a la familia de todo lo necesario es una motivación central
de los varones para trabajar remuneradamente, ellos asumen que la vida familiar es una deber
femenino.
Este tipo concepción de roles de género y de arreglo familiar lo encontramos sobre todo entre
los varones de la cohorte mayor (40 a 55 años) aunque no en forma exclusiva.
Los varones de este grupo atribuyen a esta división del trabajo y de ámbitos en la pareja muchos
de sus resultados positivos, tanto en lo laboral como familiar. Hernán (43 años, educación
media, empleado sector privado), quien ha ordenado su vida familiar y personal en función de
las necesidades del trabajo, asume como su tarea primordial cumplir con la provisión y
protección familiar, mientras que la de su esposa es hacerse cargo de la administración de la
vida doméstica (manejo del dinero, las tareas del hogar y el cuidado de los hijos). En pocas
palabras -dice Hernán- “que solamente se preocupe de la familia”. Esta repartición de tareas,
que se ha mantenido de manera férrea y armónica a lo largo de los años, y la sólida base afectiva
que existe entre ambos, según su percepción, les ha permitido logros tanto en la acumulación
8
material como en el desarrollo de los diferentes miembros de la familia y de ésta como unidad.
Hernán está consciente de que gracias a la dedicación de la esposa al hogar y a la seguridad
afectiva que le ha dado él ha podido dedicarse con tranquilidad a su actividad laboral.
Otros argumentos distintos para explicar la conveniencia de la delimitación de responsabilidades
diferenciadas para hombres y mujeres, los entrega Cristián (42 años, profesional, sector
privado). Para él la igualdad en la pareja produce conflictos y desestructura la familia, y en la
medida en que ésta es la base de la sociedad, la consecuencia directa es la desestructuración
social. Cristián afirma que antes las separaciones matrimoniales eran mínimas, las mujeres sólo
trabajaban si estaban solteras y se dedicaban a cuidar un mayor número de hijos, todo lo cual ha
tenido resultados muy positivos. De hecho se ve a sí mismo y a sus familiares como ejemplos de
esa buena distribución del trabajo productivo/reproductivo en la pareja. Desde su perspectiva, la
familia organizada “piramidalmente”, “como una organización militar”, funciona mucho mejor
que las que se plantean relaciones igualitarias en la pareja.
Para Cristián quedó claro desde el inicio de su matrimonio que era su actividad laboral la que
primaba y que su pareja debía abandonar el mercado de trabajo por la familia. Curiosa y
contradictoriamente se presenta como alguien no machista, a quien no le importó que su esposa
ganara más que él al inicio de su matrimonio. Más aun, sostiene que lo mejor sería que la mujer
pudiera hacer ambas cosas, trabajar y cuidar a la familia, pero atribuye a la forma como está
estructurado el mercado laboral en Chile, inflexible en cuanto a horas y distribución de horarios,
la responsabilidad de no poder hacerlo y de la discriminación en términos salariales que la
afecta. De ello deduce que en la vida hay que optar y que “las mujeres tienen más capacidad de
ceder”.
Algunos entrevistados llegan al extremo de considerar que el espacio de circulación de las
parejas debería ser sólo el doméstico, el ámbito protegido de lo familiar, aun en aquellos casos
en que las mujeres habían tenido un trabajo remunerado antes de casarse.
1.1. Variantes del modelo
El “ideal” de este modelo no siempre se da en la práctica, de hecho muchas de las compañeras
de los varones que sustentan este tipo de relaciones tienen, y han tenido durante su vida de
pareja, un trabajo remunerado. Una versión modernizada del modelo tradicional (ver Birgit
9
Pfau-Effinger 1999) admite que la mujer casada trabaje en ciertas circunstancias tales como
cuando no hay niños que criar o una vez que éstos han crecido, o en aquellos casos en los que
por razones económicas las mujeres tienen que trabajar remuneradamente (crisis económicas,
disminución de los salarios o desempleo de los hombres). En los casos en que encontramos estas
situaciones, sobre todo cuando la mujer trabaja por razones económicas, se puede ver la
convivencia de visiones tradicionales sobre el papel de hombres y mujeres con una práctica que
cotidianamente las contradice. En general, en el relato de los entrevistados, dichas concepciones
no han cambiado, es decir, el trabajo remunerado y la provisión familiar siguen siendo una
responsabilidad principalmente masculina, y las tareas domésticas y de crianza son femeninas.
Esta contradicción es vivida y justificada de diferente forma por los varones.
Un entrevistado (42 años, educación superior incompleta, administrativo sector privado) cuya
pareja ha trabajado durante todo el matrimonio, más de 20 años, considera que él es el principal
responsable de proveer a la familia. Su ingreso y no el de ella marca, según él, el estatus
familiar. Y se refiere al trabajo de ella como un sacrificio que debe hacer debido a su propia
incapacidad de generar mayores ingresos. “Yo –dice- hubiera sido feliz de que ella no
trabajara”.
En estas parejas, los varones se refieren al trabajo de sus compañeras como una opción de ellas
para “mantener un segundo ingreso” o como un trabajo adicional al trabajo principal, que sigue
siendo el de ellos. En estos casos de parejas en los que ambos trabajan por una remuneración, se
tiende a dar prioridad a la carrera del varón, lo que refleja la persistencia de la concepción de la
provisión familiar como una responsabilidad eminentemente masculina. Desde esta concepción,
los varones difícilmente admiten la estabilidad económica que les puede proporcionar a la
familia el trabajo remunerado de sus parejas y las posibilidades que esta estabilidad les brinda
como cambiar la orientación de su trayectoria laboral, emprender actividades de formación o
esperar por mejores oportunidades.
Dar preferencia a la carrera del esposo es un fenómeno que ha sido estudiado en otros países. En
Inglaterra, Irene Hardill y Sandra MacDonald (1998) realizaron un estudio en 30 hogares de
doble carrera y en la mayoría de ellos la carrera del varón ejercía el liderazgo, es decir, muchas
de las parejas se estructuraban en torno al proyecto laboral del hombre. Esto no siempre obedece
a mayores capacidades de generar ingresos, como lo plantea G.S. Becker (1981) en su ‘teoría
económica de la familia’. Para este autor, el individuo que tenga la capacidad de ganancia más
10
débil se especializará en la producción doméstica y el individuo que tenga capacidad de
ganancia mayor, en la esfera profesional. Según este modelo de las ventajas comparativas, los
esposos tenderían a especializarse a través del matrimonio porque ésta es la estrategia más
eficaz. No obstante, diversos estudios han demostrado que la división del trabajo asalariado y el
trabajo doméstico no parece derivar en las parejas casadas de esta lógica de las ventajas
comparativas fundadas sobre el capital humano. Uno de los hallazgos de un estudio realizado
sobre parejas de doble carrera en Alemania del Oeste a fines de la década de los noventa (Hans
Peter Blossfeld, Sonja Drobnic, y Götz Rohwer 1998) revela justamente que incluso en las
parejas en que la inversión en recursos humanos de las mujeres excede ampliamente a la de los
maridos, éstos trabajan habitualmente a tiempo completo y son ellas quienes adaptan sus
compromisos profesionales en función de las necesidades familiares.
La percepción del trabajo de la pareja como una amenaza
Los varones de este grupo tradicional perciben el trabajo remunerado de la mujer como una
amenaza al cumplimiento de las tareas domésticas, en especial a la crianza y cuidado de los
hijos. Pero, de manera menos explícita, en algunos casos se lo ve como una amenaza a las
relaciones de poder y autoridad al interior del orden familiar, debido a los nuevos arreglos que
podrían instalarse en la pareja al lograr la mujer cierta independencia económica, especialmente
cuando este ingreso es superior al de los varones. En esa situación, los varones reconocen que la
superioridad del ingreso de la pareja atenta contra su autoridad y prestigio basados, justamente,
en su capacidad para generar las condiciones materiales de subsistencia, y es percibido como
una forma de inferiorizarlos y disminuirlos.
Al respecto, un entrevistado señala que él y su pareja coinciden en la conveniencia de que ella se
dedique sólo a las hijas y a la casa porque, entre otras cosas, sería más caro pagar a alguien para
que lo hiciera; pero además porque reconoce que el trabajo remunerado permite a las mujeres
plantear nuevas exigencias a la relación y romper con ciertas formas de control: “La autonomía
económica de la mujer cambia mucho la relación, o sea, no es que yo sea machista pero hoy día
la mujer que trabaja está en posición de una independencia absoluta respecto del marido y no
está obligada a someterse”.
11
El modelo tradicional de relaciones de pareja y del trabajo como inherente a la identidad
masculina están tan fuertemente arraigados en muchos varones cuyas parejas trabajan que ante
cualquier disyuntiva familiar-laboral, la opción de retiro del mercado de trabajo recae
lógicamente sobre la mujer, a quien se le atribuye la capacidad de hacerlo. Como lo expresa
Nolasco (1993) si entre maternidad y mujer se dio una fusión –de modo que el destino de ser
madre sería la única posibilidad de realización- la misma articulación ocurre entre hombre y
trabajo. Por ejemplo, la pareja de Andrés (45 años, estudios técnicos, empleado sector
financiero) ha trabajado durante todo el matrimonio (25 años), sin embargo, esto no ha
significado un cambio en la concepción de Andrés de que el ámbito doméstico y de cuidado de
los niños sigue siendo la primera responsabilidad de su esposa. De allí que no le quepa duda
alguna de que de no haber contado con la ayuda familiar para el cuidado de sus dos hijos,
“lógicamente” ella hubiera tenido que negociar su jornada de trabajo. En una investigación
realizada en la ciudad de México con hombres y mujeres de clase media y baja, Javier Alatorre
y Rafael Luna (1999) encontraron posturas semejantes a las aquí expuestas por los varones
acerca de la división del trabajo en la pareja. Según estos autores, hombres y mujeres comparten
la idea de que el mantenimiento económico le corresponde al hombre. Cuando la situación
económica puede ser sostenida por el hombre ambos acuerdan que las mujeres que tienen un
trabajo remunerado deben regresar al hogar, que “no está bien” que trabajen. Los hombres piden
a las mujeres que dejen su trabajo para hacerse cargo de los hijos y de la casa, es decir, ellos
conceden el permiso de trabajar y ellos deciden cuándo la mujer debe regresar al hogar para
cuidar a los hijos. El estudio señala que si bien las mujeres no siempre están de acuerdo con sus
parejas sobre su retiro del mercado de trabajo, prefieren aceptar las decisiones de los varones.
Entre estos varones entrevistados, la creciente incorporación de las mujeres al mercado laboral
aparece como una realidad indiscutible e irreversible, aunque no por ello menos preocupante
(“yo veo muchas mujeres que no piensan en el matrimonio, sólo trabajo”, dice un entrevistado).
Sin embargo, se perciben cambios en relación con las expectativas educacionales y laborales de
sus hijas, de hecho la mayoría de ellos tiene la convicción de que ellas deben estudiar y trabajar.
Es decir, hay una mayor permeabilidad al cambio como padres que como pareja. Así por
ejemplo, uno de los entrevistados que se resiste a que su pareja tenga un empleo, afirma que
como papá inculcará a sus hijas “que estudien y que sean profesionales(...), que sean mujeres
independientes económicamente. Hoy día la mujer está siendo educada para que trabaje”.
12
2.
Relación laboral flexible y nuevas tendencias en el modelo familiar
2.1.
Modelo de trabajador
En las últimas décadas han ocurrido una serie de cambios económicos, sociales y culturales que
han tenido impacto en el tipo de inserción laboral tradicional y el modelo de trabajador
predominantes. Entre estos cambios se destaca la globalización, las continuas y rápidas
transformaciones tecnológicas y organizativas, la privatización, desregulación, externalización y
flexibilización organizativa y laboral.
En este contexto, denominado por algunos autores como la era del capitalismo flexible (Richard
Sennett 2000) la dinámica económica de Chile, las relaciones laborales y las estrategias
empresariales han cambiado y nuevas modalidades “flexibles” empiezan a estructurar el futuro
mundo laboral. Entre los principales rasgos de estas transformaciones se destaca la
heterogeneidad de los sistemas de contratos9, de remuneraciones y las jornadas laborales. En
este sentido, se aprecia un aumento de los salarios variables y la jornada laboral pierde
uniformidad en su distribución y duración (tiempo parcial, horarios flexibles).
La expansión de estos trabajos, ‘atípicos’ en la medida que se alejan de la relación laboral
normal, genera una mayor movilidad laboral e inestabilidad -los trabajadores ya no se plantean
un trabajo de por vida.
10
En este contexto, el establecimiento de relaciones laborales, - tipo de
contrato, fijación de salarios y jornadas- pasa a ser un asunto individual, lo que lleva a una
individuación de las relaciones laborales. De esta manera el trabajo deja de ser un espacio de
formación de identidades colectivas, como lo fue en otros momentos históricos11.
9
En el conjunto de contratos registrados entre los trabajadores predominan los de carácter indefinido (61,4% de los
ocupados y 66% de las ocupadas, se advierte un paulatino aumento de los contratos temporales y a plazo fijo o por
obra, entre los que predominan los contratos cortos y a honorarios . (Mideplan, 1998 y Dirección del Trabajo –1998
y 1999). Esto incide en la menor cobertura de la protección social, la cual está estrechamente ligada a un trabajo
con contrato indefinido.
10
Otra tendencia del capitalismo flexible es el aumento del pluriempleo, es decir la simultaneidad de trabajos
remunerados y del trabajo intensivo en conocimientos, en especial los relacionados con las tecnologías
innovadoras, así como la supresión de reglas estrictas de movilidad. Se sustituye los principios de antigüedad por
procedimientos de evaluación, calificación y rendimiento individual.
11
En este mismo sentido Beck (2000) señala que los cambios históricos-culturales han convertido a la gente en
autora de su propia vida, con todas las consecuencias tumultuosas en diferentes órdenes de la realidad que esto
puede generar.
13
Si bien la mayoría de los entrevistados reconocen estas características en el actual mercado de
trabajo, ellas se vuelven predominantes en las trayectorias laborales de un grupo de varones de
la cohorte más joven, de distintas categorías ocupacionales, y de varones mayores en
ocupaciones no manuales altas.
A. Valores, habilidades y comportamientos
Esta organización flexible del trabajo remunerado fomenta valores y demanda habilidades y
comportamientos en el mundo del trabajo diferentes a aquellos incentivados por el modelo de
trabajador del capitalismo industrial y que definían, en ese contexto, a un trabajador competente.
Entre estos destacamos la voluntad de arriesgarse, actitud que se convierte cada vez más en una
exigencia para enfrentar el mundo del trabajo y no en un territorio exclusivo de los capitalistas
de riesgo o de individuos sumamente temerarios, como lo plantea Sennett (ibid.). Esto se
traduce en una constante búsqueda de oportunidades laborales y permanente capacitación para
poder responder a las nuevas exigencias. Ulrich Beck (1999) sostiene que, de este forma, los
riesgos han pasado del Estado y la economía a las espaldas del individuo.
La imagen del trabajador-empresario del que habla Klaus Pickshaus (2001), entre otros
autores, es decir, esperar que los trabajadores actúen como empresarios, cristaliza estas
tendencias.
Los entrevistados, en especial los más jóvenes de diferentes estratos sociales y ocupaciones,
señalan que en sus trayectorias laborales la estabilidad no es una meta a seguir. Una razón es
porque valoran la libertad para buscar mejores oportunidades laborales en función de intereses
personales de desarrollo. En esa medida no se proyectan en el mismo trabajo por muchos años y
suelen emprender nuevos estudios o actualizan los que tenían. Sin embargo, para otros jóvenes
la estabilidad sigue ocupando un lugar importante en sus expectativas laborales. Empero, ellos
tienen clara conciencia de lo difícil que resulta alcanzarla en el contexto actual del mercado de
trabajo y reconocen que la inestabilidad es una condición a la que hay que adaptarse.
14
B. Estrategias laborales
La evaluación que hacen los sujetos de estas nuevas tendencias en la organización del mercado
laboral y del perfil de trabajador lleva a privilegiar ciertas estrategias laborales como orientar
sus trayectorias a avanzar en el mercado de trabajo. Es decir, el referente ya no es la empresa
o institución sino el mercado de trabajo12 por lo que el trabajador debe desarrollar una visión a
largo plazo. En estos casos el compromiso existe no respecto a un empleador -empresa o
institución- en particular sino consigo mismo, en función de intereses y proyectos personales
frente al mercado de trabajo13. En este sentido, algunos entrevistados privilegian permanecer
en el mercado laboral aunque ello exija en algunos momentos aceptar trabajos con bajas
remuneraciones o un descenso en la jerarquía ocupacional, o desempeñar funciones muy
diversas, a fin de preparar una mejor oportunidad laboral. De hecho la diversificación de
experiencias laborales es concebida como otra estrategia.
Los entrevistados que han privilegiado este tipo de estrategias en sus trayectorias,
preferentemente varones de la cohorte más joven y varones mayores en ocupaciones no
manuales altas, creen estar mejor preparados para enfrentar los cambios e incertidumbres del
mercado de trabajo que aquellos que, en iguales niveles ocupacionales, han optado por “hacer
carrera” en una empresa privilegiando la estabilidad. En este sentido, Rolando (31 años,
profesional) señala que estos últimos son quienes más sufren cuando son despedidos, en cambio
los primeros tendrían una mayor tolerancia al fracaso y una actitud mucho más abierta a la
diversificación.
C. Trayectorias laborales
En este escenario de situaciones ocupacionales menos homogéneas, menos estandarizadas, de
individuación de los contratos y relaciones laborales, inestabilidad y protección social
restringida, las trayectorias laborales se limitan cada vez menos a esquemas simples (ascenso,
estabilidad/retiro) y son menos reducibles a itinerarios ascendentes a lo largo de canales
12
Lo que no significa que no existan sistemas de gestión empresarial como la toyotista que tratan de comprometer
al trabajador con la empresa planteando articulaciones de ésta con las familias de los obreros, con sus barrios, su
religión, el tiempo libre y el consumo (ver Enrique de la Garza T. 2001).
13
Aunque esta actitud responde a las nuevas condiciones de trabajo, en ocasiones es evaluada por los otros,
compañeros de trabajo o directivos, como falta de compromiso.
15
preestablecidos como ocurría décadas atrás. Por el contrario, son más discontinuas (afectadas
por las relaciones laborales de corta duración y el desempleo), heterogéneas (necesidades
empresariales variables y diferencias de necesidades y expectativas de los trabajadores respecto
al trabajo) y complejas (alternancia y simultaneidad de formas de ocupación). 14
2.2.
Cambios en el modelo familiar tradicional: Hombres y mujeres pueden ser
proveedores y asumir tareas domésticas
Los acuerdos familiares que predominan entre los varones cuyas trayectorias siguen estas
orientaciones presentan variaciones importantes en relación con el modelo hombre proveedor –
mujer dueña de casa. Estas variaciones dan paso a tendencias que se vuelven más notorias en
este grupo de varones aun cuando no constituyan, al menos por ahora, un modelo alternativo y
consolidado. Los principales cambios en relación con el modelo mencionado son los siguientes.
A. Cuestionamiento al carácter exclusivamente masculino del trabajo remunerado
Entre estos varones el trabajo remunerado sigue ocupando un papel central en la definición de
identidad masculina, asociado estrechamente a la capacidad de provisión y autonomía. Sin
embargo, ellos expresan que esta estrecha vinculación entre trabajo y masculinidad tiene
aspectos problemáticos, como creer que su identidad como personas pasa principalmente por su
desempeño como trabajadores -“yo era lo que era mi trabajo” dice un entrevistado- o sentir que
el trabajo coloniza todos los aspectos de la vida -“a mí me pasa que el trabajo me vuelve loco, el
trabajo me invade la vida”, afirma otro.
Aunque el trabajo y la provisión familiar siguen siendo muy influyentes en la identidad de los
varones, ellos asumen actitudes más contestatarias respecto a que éstos sean los únicos ejes de
su identidad y responsabilidades exclusivamente masculinas.
14
En este escenario de multiplicación de cambios en los cursos de una trayectoria, Dubar señala que la cuestión de
las identificaciones socio-profesionales se complica, las antiguas pertenencias se desestabilizan. De esta manera, las
definiciones “por otro” -heredadas, estables, estatutarias, culturales- que primaban en contextos anteriores y donde
la identificación dominante era con el “nosotros” (de tipo cultural o estatutario) están dando paso a identidades
definidas “por sí”. Es decir, la identidad se vuelve un asunto “personal”, un asunto de elección, de “construcción de
proyecto” (profesional, privado, político) y que valoriza formas diferentes del “yo”.
16
A diferencia de lo que ocurre en el modelo anterior, las relaciones entre hombres y mujeres no
son pensadas necesariamente como la división entre el ámbito productivo - espacio masculino y
el ámbito reproductivo - espacio femenino.
B. Mayor intercambiabilidad de espacios y roles de hombres y mujeres
Hoy se conciben roles de género y ámbitos en los cuales hombres y mujeres pueden
involucrarse más intercambiables. Es decir ambos pueden participar en el campo laboral y en el
trabajo reproductivo.
En el caso del papel de proveedor, las objeciones a tomarlo como exclusivamente masculino
pueden dar origen a procesos diferentes. Uno de ellos es el rechazo a asumir actitudes
paternalistas en sus relaciones de pareja, por lo tanto, formar pareja no significa “hacerse cargo“
de ella, lo que abre más espacios de discusión y favorece la toma de decisiones individuales. En
este sentido, la mayor flexibilidad de roles puede favorecer el establecimiento de relaciones de
pareja más centradas en las posibilidades de desarrollo individual de ambos miembros, lo que se
traduce en pactos de reciprocidad y alternancia de oportunidades, es decir, la repartición de
oportunidades de formación y desarrollo laboral entre ambos: mientras uno estudia el otro
trabaja, o el que percibe más ingresos hace un aporte mayor.
Uno de los entrevistados de 33 años, educación técnica, manual independiente, trabajó durante
varios años como empleado administrativo, periodo en el cual su esposa estudiaba y trabajaba
para cubrir sus gastos, mientras los ingresos de él cubrían los gastos familiares a la par que él se
hacía cargo de las tareas domésticas. Actualmente, él cursa estudios universitarios, para lo cual
cambió de trabajo, optando por uno que le permite mayor flexibilidad horaria, y es el trabajo de
su esposa el que genera el ingreso principal para el mantenimiento de la familia.
Para otros entrevistados, el rechazo a asumir el papel de proveedor genera resistencias a
establecer relaciones de pareja por no estar dispuestos a comprometerse con el sustento de un
hogar, lo que refleja que esta objeción tiene que ver más con la imposibilidad de realizar el
modelo –que sigue siendo hombre proveedor / mujer proveedora- y no con la adopción de
formas diferentes de concebir las relaciones de pareja. Este rechazo también se relaciona con
ciertas resistencias a ingresar a una estructura laboral y lo que eso implica en términos de
tolerancia a la autoridad y la disciplina. En estos casos, los efectos de los cambios en el mercado
17
de trabajo son más desestabilizadores y no son percibidos como nuevas posibilidades de
desarrollo laboral en función de intereses y proyectos personales.
C. Lo laboral y familiar como ámbitos menos separados
De acuerdo con la mayor posibilidad de intercambio de roles, el que la provisión y las tareas
domésticas se planteen como responsabilidades compartidas entre hombres y mujeres explica
que, al menos en el discurso, los varones no establezcan una división tan tajante entre los
espacios laborales y familiares. Algunos entrevistados incluso manifiestan cierta preocupación
por el hecho que las responsabilidades laborales les impidan jugar un papel más activo en la
familia, especialmente en lo relacionado con la crianza de los hijos. Sin embargo, esta actitud es
la mayor parte de las veces una respuesta a la demanda hecha por sus parejas para que se
involucren más en el mundo familiar, no sólo en la crianza de los hijos sino también en las
tareas domésticas. Este último aspecto aparece como el más resistido por los varones. La
relación que establecen con este trabajo suele ser no obligatoria, incluso algunos le otorgan un
carácter recreativo y placentero en la medida en que se lo describe como una ayuda o
colaboración, algo que hacen cuando quieren, a su manera y a su ritmo. E incluso algunos
reconocen actitudes abiertamente elusivas de su parte. En este sentido, la intercambiabilidad de
roles, el que hombres y mujeres puedan comprometerse en ambas esferas se traduce en una
mayor participación de las mujeres en el trabajo productivo, sin descuidar la esfera reproductiva,
más que en un concurso más activo de los varones en lo reproductivo. Por ello, para una
mayoría de los varones el trabajo doméstico sigue siendo un ámbito en el cual las mujeres no
son ya las únicas pero sí las principales responsables.
D. Percepción positiva del trabajo de la pareja
Entre los varones de este grupo existe la concepción del trabajo como espacio de realización y
expresión personal tanto para hombres como mujeres, lo que la hace proclive a una visión más
igualitaria de los proyectos laborales de ambos y al establecimiento de relaciones de pareja en
torno a proyectos laborales y personales simultáneos.
18
Para estos hombres el trabajo remunerado de la pareja pasa a ser un elemento que facilita
relaciones de género más orientadas hacia la igualdad de oportunidades de desarrollo. Bruno (38
años), que se desempeña como vendedor de productos financiero y cuya pareja también trabaja,
cree que es importante para la relación que ella tenga un trabajo remunerado tanto por
necesidades económicas como por las posibilidades de desarrollo personal que ello ofrece:
“para mí es super importante que la persona que tienes al lado se maneje, se maneje bien, que
no ande a tus espaldas, que no sea una compañía, sino una persona que sabe desarrollarse”.
Por otra parte, los varones admiten que el trabajo de la pareja ha sido un elemento clave en el
cuestionamiento del lugar central que ocupa el papel de proveedor en la definición de
masculinidad. Sin abandonar estas responsabilidades, se resisten a un encasillamiento señalando
la multiplicidad de roles que los constituyen como personas (“mucho más que proveedores”)
como una forma de rechazar la sobreidentificación con el trabajo. 15
Finalmente, los varones reconocen que el trabajo remunerado de sus parejas brinda un soporte
económico que les permite incursionar en otros ámbitos laborales o iniciar procesos de
capacitación o profesionalización.
En síntesis, para los varones de este grupo, el trabajo de la pareja más que una amenaza aparece
como una posibilidad pero también como un elemento cuestionador que obliga a reacomodos y
ajustes en la vida familiar que no siempre están acordes con las representaciones de lo femenino
y masculino.
2.3.
Factores mediadores de la influencia de cambios en las relaciones laborales y los
arreglos familiares
Como mencionamos al inicio del documento, la incidencia de los cambios en el mercado de
trabajo sobre los arreglos familiares y la distribución del trabajo productivo y reproductivo, está
mediada por una serie de factores de contexto, familiares (familia de origen) e individuales.
Entre ellos distinguimos aquellos que incentivan y facilitan procesos de cambios en los modelos
de familias y en los roles de hombres y mujeres (división sexual del trabajo en la pareja), y
aquellos que desincentivan o abiertamente obstaculizan estos cambios.
19
A. Factores que incentivan cambios en los modelos familiares
Un factor de contexto que facilita los cambios en los modelos familiares es el posicionamiento
social de un discurso de igualdad entre hombres y mujeres que ha incentivado el
cuestionamiento a los roles de género y posibilitado el relieve de concepciones diferentes sobre
las mujeres –no de los hombres, al menos por ahora-, no sólo como las encargadas del ámbito
doméstico sino también con capacidades e interés por insertarse en el trabajo productivo. En
efecto, su mayor presencia en el mercado de trabajo tiene efectos directos en las concepciones
de los varones sobre los roles femeninos y en sus discursos aparecen las compañeras de trabajo
y de estudio como otros referentes femeninos que no hallamos en los relatos de los varones
mayores. También influye en la forma de concebir el trabajo como un espacio de desarrollo para
hombres y mujeres.
En cuanto a la familia de origen de estos varones, las madres que han trabajado
remuneradamente, en particular si han sido jefas de hogar, son percibidas por sus hijos como
verdaderos modelos en los que resalta el sacrificio, el tesón y la dignidad. Los varones
reconocen además el trabajo como un medio por el cual ellas han alcanzado la autonomía
económica y afectiva (tomar la decisión de separarse). El trabajo de las madres contribuye a
visualizar el papel de las mujeres en el mercado de trabajo y en algunos casos lleva a que ellos
privilegien en sus relaciones de pareja a mujeres que tienen trabajo remunerado.
Otro factor que concurre a cuestionar los modelos de distribución del trabajo productivo y
reproductivo entre los géneros es la confrontación con realidades diversas. En este sentido, el
traslado del lugar de origen, ya sea por la migración de zonas rurales a urbanas o a otros países,
por razones políticas (exilio), de estudio o trabajo, facilitarían estos procesos de cuestionamiento
y reflexión respecto a las formas de concebir las relaciones de pareja y de construir familia.
En lo individual, un elemento asociado con la adscripción a arreglos familiares más orientados
al intercambio de roles e igualdad de oportunidades de desarrollo, son las separaciones y
conformación de nuevas parejas. De hecho, varios varones de la cohorte mayor con este tipo de
arreglos familiares han constituido segundas parejas.
15
Algunos de ellos tienen además especial cuidado en aclarar que la importancia que asignan a su trabajo, las
satisfacciones que les produce, lo realizados y fuertemente demandados que se sienten por sus responsabilidades
laborales, no los transforma en unos trabajólicos.
20
B. Factores que desalientan los cambios en los modelos familiares
Así como la concordancia entre ambos miembros de la pareja sobre la distribución del trabajo
productivo y reproductivo está a la base del desarrollo de los distintos arreglos familiares, la
ausencia de este acuerdo genera tensiones o abiertamente obstaculiza la concreción de estos
arreglos. En relación con los cambios al modelo tradicional, algunos varones han enfrentado
resistencias de las propias mujeres. Alejandro (29 años) quien cursa educación superior y trabaja
para mantener a su familia, se ha topado con demandas de carácter tradicional respecto a la
provisión que le han dificultado una repartición de roles diferente con su pareja. Estas demandas
provienen no sólo de su pareja sino también de su madre y hermana, las que lo han presionado
para que asuma el papel de “hombre de la casa”. Enfrentado a estas expectativas femeninas, en
su calidad de hombre, Alejandro ha debido cubrir las necesidades familiares materiales y de
protección aunque ello le signifique por momentos sentirse sobrepasado y obligado a tomar
decisiones que van en contra de sus intereses. En esta ocasión, son las mujeres quienes
mantienen una relación de dependencia y exigencia hacia él, lo cual hace muy difícil
materializar los planteamientos de Alejandro en pro de relaciones más igualitarias entre hombres
y mujeres.
Los grupos de pares juegan también un papel fundamental frente a los cambios. En los grupos
de discusión se pudo apreciar de qué manera la sanción de los varones a aquellos que asumen
roles
y
responsabilidades
socialmente
considerados
femeninos
-trabajo
doméstico
principalmente- es un mecanismo efectivo de preservación de la división del trabajo de género y
de relaciones de poder tradicionales. Se hizo mención, por ejemplo, al epíteto “macabeo” para
denominar despectivamente al hombre que se hace cargo de tareas domésticas como
responsabilidad personal. O se hicieron advertencias, con expresiones como “te estás relajando
harto con tu señora”, a aquellos cuyas parejas reciben ingresos superiores y que han dejado en
manos de ellas la mayor parte de las decisiones familiares, por temor a la pérdida de autoridad
que esto conllevaría.
A nivel individual, algunos varones jóvenes que asumen los roles de provisión y protección en
sus propias familias en forma exclusiva, defendiendo su carácter masculino, provienen de
familias en las cuales el padre es visto como irresponsable e incumplido con los roles de
provisión y protección familiar.
21
3. Los trabajadores independientes:
Grupo aparte lo constituyen los varones que optaron por un trabajo independiente como forma
de inserción
laboral, desde un comienzo o como alternativa luego de trabajar en forma
dependiente por muchos años y que prepararon conscientemente ese cambio. Si bien no se
inscriben en ninguno de los modelos de relación laboral mencionados, en cuanto a valores y
estrategias se asemejan a los propios del nuevo capitalismo: desarrollan capacidades
empresariales y asumen actitudes que se asimilan a las demandadas por el capitalismo flexible a
los trabajadores dependientes, a los ‘trabajadores-empresarios’ tales como tener una perspectiva
de largo plazo, dedicación constante y continua, postura activa y alerta respecto de las
variaciones del mercado, y desarrollo de la capacidad de aprovechar las oportunidades que se
presentan hasta llegar a planificaciones estratégicas.
Asimismo, las posiciones que sustentan estos trabajadores respecto a la división sexual del
trabajo en la pareja en el caso de los mayores no difieren de las expresadas por aquellos varones
que se inscriben en relaciones laborales tradicionales. Es decir, consideran que las mujeres
pueden trabajar cuando no tienen hijos o cuando estos han crecido y así lo han llevado a la
práctica. En el caso de los jóvenes entrevistados el trabajo independiente aparece como opción
temporal, que les permite continuar con el proceso de profesionalización y no como proyecto
laboral tal como se vio entre los mayores. De allí que las concepciones que sustentan y las
prácticas de división sexual del trabajo en la pareja tengan que ver más con las tendencias a
arreglos familiares en los que ambos pueden ser proveedores y asumir responsabilidades
domésticas.
4. Conclusiones
El análisis de las trayectorias laborales de varones de edades, orígenes sociales, inserciones y
trayectorias laborales distintas, nos permite sacar algunas conclusiones acerca de las
interrelaciones que existen entre organización del mercado de trabajo y la forma en que los
trabajadores organizan su vida privada, en este caso en particular, en la manera como establecen
la división del trabajo en la pareja.
22
La elección de esta interrelación entre organización del trabajo y arreglos familiares no
presupone que sea la única relación que incida en la división sexual del trabajo en la pareja, ni
que en todos los casos este nexo sea directo. Por el contrario, existen factores intermediadores,
algunos de los cuales pueden incentivar cambios de modelos familiares y otros en cambio los
desalientan. Entre los primeros se destacan: 1) la presencia social de un discurso de igualdad
entre hombres y mujeres que ha incentivado la controversia sobre los roles de género
establecidos, 2) los modelos de familia que han internalizado los varones –reconocimiento del
valor del trabajo de la madre-, 3) una actitud más crítica y reflexiva frente a la realidad social
que favorece las objeciones a los distintos sistemas de desigualdad y de relaciones de género; 4)
el contacto con experiencias de vida variadas que confrontan a los sujetos a estilos de ser y
hacer diversos; y 3) las rupturas matrimoniales y la conformación de nuevas parejas.
Entre los factores que, por el contrario, desalientan los cambios en los modelos familiares se
cuenta la ausencia de concordancia entre los miembros de la pareja respecto a la distribución del
trabajo remunerado y trabajo productivo. Resistencias al cambio que no vienen exclusivamente
de los hombres sino también de algunas mujeres. Los grupos de pares juegan también un papel
importante frente a los cambios, al sancionar de una u otra forma a aquellos que han adoptado
en su pareja una distribución de trabajo más intercambiable e igualitaria.
Si bien en el caso de la relación laboral ‘normal’ el vínculo con un determinado tipo de arreglo
familiar (hombre proveedor/mujer ama de casa) aparece nítidamente, no sucede lo mismo en el
contexto de las relaciones laborales flexibles. En estos casos los cambios en el mercado de
trabajo han supuesto reacomodos en la distribución del trabajo productivo y reproductivo en la
pareja, no obstante, no es posible anticipar si ellos darán lugar efectivamente a modelos de
familia alternativos. En efecto, hasta ahora estos cambios han supuesto un mayor
involucramiento de las mujeres en el trabajo productivo sin una distribución más equitativa del
trabajo reproductivo.
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