08 | SOCIEDAD FOTO: AGENCIAUNO TENDENCIAS | LATERCERA | Sábado 10 de octubre de 2015 RR Pablina Díaz junto a su hija. Se fue a los 18 años del hogar de menores. Cumplir 18 en un hogar de niños FOTO: GERARDO CANIO Pocos saben que hay más de mil adultos que viven en los hogares de protección de menores. Llegaron siendo niños y se quedaron porque están estudiando o porque tienen algún tipo de discapacidad. La mayoría tiene algo en común: no cuentan con nadie afuera que pueda apoyarlos. RR Gerardo Canio estudia ingeniería comercial en Temuco. E n el hogar San Ricardo de Batuco, es más probable que un niño muera a que se vaya. La institución, colaboradora del Servicio Nacional de Menores (Sename) recibe a niños con discapacidad mental profunda, que han sido maltratados o abandonados. Pese a que los encargados del hogar San Ricardo siguen llamándolos niños, tres de cada cuatro del total de 143 residentes tiene más de 18 años. El mayor tiene 64 y llegó en 1967, cuando Frei Montalva era presidente. “Sabemos que si alguien entra, es muy difícil que vuelva a salir”, dice Claudia Erazo, asistente social de la residencia. En general los Centros Residenciales de Protección para menores reciben personas de entre seis y 18 años que han sido maltratados, violentados o que el Estado determinó que no están bien cuidados por sus padres. Las políticas públicas buscan que su permanencia sea lo más breve y la última opción, y la mayoría de quienes entran se va antes de cumplir la mayoría de edad, ya sea porque se logró restablecer la relación con la familia o porque se fugan. Pero hay otros que se van quedando. Actualmente hay 1.131 mayores de 18 años que viven en hogares del Sename. De ellos, 854 tienen alguna discapacidad. “En muchos casos, los cuidados que necesitan son costosos. Si faltan recursos, es difícil egresarlo. Con qué condiciones sale un joven que requiere, por ejemplo, una cama especial, una sonda para comer o cualquier atención cara. Puede correr riesgo su vida”, dice Arturo Klenner, juez encargado del centro de medidas cautelares de los Tribunales de Familia de Santiago, institución que, hasta los 18 años, decide el destino de estos menores. Incluso a aquellos que leen, siguen normas y pueden trabajar les cuesta irse de un hogar de menores. “Hay pocos familiares que aceptan el desafío”, dice Gustavo Rosende, subdirector de Hogar Casa de Caridad Don Orione y por eso explica que de las 76 mujeres residentes, hay 30 mayores de 18 años, cinco de las cuales han hecho su vida ahí. “No me gusta vivir acá, pero me POR: Noelia Zunino gusta tener comida, una cama, agua caliente. Tenemos todo y no nos falta nada”, dice Juanita, de 23 años, que llegó a los siete. Marcela Labraña, directora de Sename, le mostró recientemente esas cifras al Consejo para la Infancia. “No lo podían creer. Con la subvención de Sename atendemos una persona de 50 años, y tenemos cientos de casos así. Es un alto costo. Son recursos que se podrían usar para los niños”, dice. Lo más grave es que esos hogares no están capacitados para darles la atención especializada que requieren y ofrecerles oportunidades para su desarrollo, por tanto, se han iniciado conversaciones con el Servicio Nacional de Discapacitados (Senadis) para que se haga cargo. “Ser discapacitado en un hogar de menores es como la vulneración de la vulneración. Si las políticas en general no dan, menos para los discapacitados”, dice Gloria Negroni, jueza del Tercer Juzgado de Familia de Santiago. La nueva Política Nacional de Niñez y Adolescencia, enviada al Congreso la semana pasada, aspira a que los jóvenes con disca- pacidad cuenten con “garantías reforzadas para tener participación plena en la sociedad”, dice Paula Bustamante, abogada del Consejo de la Infancia. Sin embargo, agrega, que el caso de los niños con discapacidad que llegan al Sename y se convierten en adultos es “una situación histórica en la institución (…). El Estado se va a hacer cargo de ellos, pero no hay claridad aún respecto de qué servicio debiese hacerlo”, dice. Los otros adultos Tamara Concha (18) está en cuarto medio técnico de gastronomía y vive en el Hogar Nazareth de la Fundación Padre Semería. A medida que se acerca el fin de año la presión por escoger una carrera aumenta. Algo que le pasa a muchas niñas de su edad, pero en su caso hay más en juego. Cuando una persona cumple 18 años en un hogar, deja de ser competencia de los tribunales de familia y, por lo tanto, según la jueza Negroni, si se queda en la institución “es más bien por un tema administrativo del hogar”. El problema es que “si a esa edad todavía están en el hogar es porque ya se hizo el trabajo de buscar un adulto que pueda quedarse con ellos y no se encontró a nadie. No se puede dejar a una persona sola por ser mayor de edad con todas las dificultades que tuvo en su vida. Para nosotros la idea es que, mínimo, terminen cuarto medio”, dice Antonio Gana, presidente de la Fundación Padre Semería. En promedio, según el Sename, estos jóvenes ingresaron a los 14 años, la intervención con la familia no dio resultados y la adopción es una posibilidad muy difícil a esa etapa. Pero, explica Francisco Estrada, abogado especializado en derecho de infancia y ex director del Sename, en el sistema “hay una presión fuerte para ingresar otro niño, que sí es menor de edad, para que ocupe la plaza” y por ende los jóvenes mayores se tienen que ir. La excepción son quienes están estudiando, ya que la ley establece que el Sename les debe seguir entregando una subvención a las instituciones que acogen a los estudiantes hasta que cumplan 24 años. Actualmente los que siguen ese camino son los menos. En