Loredana Montes López Educación y ciudadanía en el México del siglo XXI Educación y ciudadanía en el México del siglo XXI No hay duda de que los individuos integrantes de las sociedades de este siglo se verán en la necesidad de desarrollar una habilidad, una actitud y una disposición hacia los hábitos y la conciencia ciudadana; pero no cualquier hábito ni cualquier matiz o nivel de conciencia, sino una que enfoque sus baterías a resarcir nuestras morbilidades sociales, emanadas de la decadencia posmoderna, de la rebasada modernidad que engendró sus propios monstruos y que nos aposta ante el peligro de no ser viables como especie enmarcados en el contexto del desarrollo y del progreso que sin precaución y sin previsión nos hemos dado. El mundo cada vez más “pequeño” en el que entran cotidianamente en contacto personas y grupos de personas de diferente signo ideológico y cultural en un escenario diversificado, en una red cada vez más compleja de relaciones entre individuos y de éstos con las instancias de poder, es un mundo que implica una convivencia que exige cada día más tolerancia, más solidaridad y mecanismos más sofisticados de interrelación que permitan la convivencia que transforme en asequible un mundo más justo y capaz de trascender los riesgos de una deshumanización que desfundamentaría a la especie de su sentido de la existencia. El principio-mecanismo-acción que por antonomasia, casi por definición, integraría una vía posible para la sociedad del siglo XXI es el de la justicia, ésta tan formulada y reformulada en papeles que le han dado formalidad y oficialidad, pero que no se ha traducido en equidad social. Hoy que los avances de la ciencia y la tecnología y el sacralizado progreso material han dejado en su más descarnada evidencia sus lastres posmodernos, se requiere focalizar nuevamente el fin último de la existencia humana en el colectivo que la determina. El replanteamiento conlleva el establecimiento de las relaciones de la sociedad con los valores y por supuesto el de éstos con la educación, ya que es en el terreno de la educación en el que se establece, no única, pero sí determinantemente, la concepción e impulso axiológico de la transmisión valoral de los miembros de una sociedad, de una generación a otra. Estas pocas cuartillas pretenden reinterpretar algunos elementos teóricos, así como un acercarniento a un enfoque nacional de los grandes problemas que plantea el decurso del mundo moderno y poner en prospectiva caminos probables. Las ideas que se vierten en el presente ensayo están orientadas por una lógica antropológico-constructivista, de tal manera que las categorías que en él entran en juego tienen que ver con este marco teórico, aunque por supuesto se alude a categorías de origen marxista, positivista, conductista y de otras corrientes del pensamiento, sin por ello abandonar el hilo conductor teórico planteado. Este trabajo parte de un supuesto básico, que sería menester tratar en otra oportunidad de argumentación para quienes sean detractores de esta postura, tal supuesto es el de que: existe un álgida crisis de las credibilidad de las instancias de gobierno y de sus acciones generada por prácticas gubernamentales que han resultado en inequidades sociales cada vez más profundas, cada vez más complejas y cada vez más urgentes de enfrentar. No me atrevería a afirmar que estamos en presencia del agotamiento del Estado Moderno, pero no me atrevería tampoco a negarlo, lo que es insoslayable es la crisis de credibilidad en unos casos, de funcionalidad en otros y hasta de legitimidad en unos cuantos más, del citado Estado. Esperamos con estas pocas líneas poder contribuir al esclarecimiento de probables salidas a la encrucijada de complejidades socio-políticas y económicas que enmarcan el asunto de la educación y la ciudadanía en México y su futuro durante este siglo que empieza. La educación como medio para la equidad social. Si entendemos que la inequidad social en la que estamos inmersos, en la que hemos devenido a través de procesos históricos marcados por políticas gubernamentales poco previsoras en el mejor de los casos, ha pasado por el portavoz de tales políticas, es decir, por la educación; entenderemos que sólo por un proceso del mismo cuño, aunque no de la misma tendencia, integraremos una salida razonable para la forma posmoderna de relacionarnos con la realidad. La crisis en la que parecen estar inmersas las relaciones entre los valores y la sociedad, aquellas que se dan entre los individuos y los gobiernos y las que entablamos entre seres humanos y nuestro entorno natural, están inscritas en el mismo marco, una crisis de la cosa pública, de la forma en que se articulan las relaciones entre la sociedad civil y el Estado. La creciente burocratización y tecnificación, así como las diversas formas de control administrativo del estado y la poderosa influencia de los medios de comunicación, han marcado una distancia considerable entre el ciudadano común y las instancias gubernamentales, el contacto que los ciudadanos tienen con las estructuras de gobierno se ha despersonalizado en muchos casos y si a ello agregamos que el interés del estado por los ciudadanos se ha reducido a su interés por conservar el poder o por hacer posibles las políticas públicas que en él lo prorroguen, tenemos a un Estado más preocupado por hacer uso eficaz de la masa ciudadana, que por impulsar políticas humanizantes, que igual le redundarían en el mantenimiento del poder, es decir, asistimos a la operación de un Estado con vocación para la acumulación de bienes, un estado competitivo con su entrono, un estado de apellido globalizado, sea cual fuere su nombre y no como contrapeso, sino para apoyar aún más lo generalizado de la problemática, en el caso de los estados socialistas, nos vemos la cara con un estado aún más burocratizado y ferviente promotor de nacionalismos que tienden más la manipulación colectiva que a ideales verdaderos. Frente a este estado nos encontramos pues con el ciudadano tipo, enajenado, poco conciente de su proceso histórico y con la convicción de que pagando sus impuestos, el estado tiene pues la obligación irrestricta de atenderle en todas y cada una de sus demandas; la relación se ha tornado en uso mutuo. El escollo es salvable sólo a través de políticas públicas que impulsen a la educación como vía para la construcción de conciencias solidarias y de autonomía moral en los individuos. ¿autonomía moral?, entonces educaríamos ¿para qué?, ¿Qué no la educación es para lograr mejores niveles de vida a través de ingresos mayores?. Cabe aquí preguntarnos entonces de forma directa: Educación ¿para qué? Educar para ser, educar para avanzar desde una actitud crítica de la realidad, educar para la comprensión, para la libertad, para la equidad y para la comunidad, implica pasar a las políticas educativas por un tamiz axiológico que queda definido en su fin mismo, así resuelto habría que plantearse que educar para todo ello involucra educar ¿en qué?, ¿Cuáles son los saberes que conducen a ese camino?, sólo los públicamente legitimados, es decir aquellos que confirmen el reconocimiento de poder enseñar desde lo público en congruencia con el reconocimiento del deseo de aprender desde las diferencias, esas que están marcadas por el bagaje experiencial de cada individuo. Ahora bien, qué es lo que se legitima públicamente en un mundo en el que la oferta y la demanda privan, si atendemos a la lógica del mundo económico, del mundo del trabajo, ese que parece pretender perfiles de egresados de las escuelas como si se hiciera un pedido de productos con características específicas, egresados por encargo para que puedan tener cabida en el mundo de la producción de bienes, contravenido con lo que sería la lógica de la educación que solicita al mundo del trabajo que invierta en la educación de las filas que pasarán a engrosar sus milicias laborales, como si las inversiones debieran hacerse así como así, sin una “garantía” de lo que se obtendrá al final del proceso. El fin y los medios Una ciudadanía planetaria, una transformación social desde sus bases éticas, constituye el punto de mira hacia el que se dirige nuestra visión, no sólo nuestra visión, sino lo que parece ser una necesidad inaplazable en el concurso mundial. Las formas de acceder a dicha condición son dadas desde la educación, tratándose de tema tan condicionado por el propio medio, difícil resulta pensar en maestros portadores de tales valores, pero la consecución de este objetivo es, a pesar de ello, posible; si los docentes apuntamos a la legitimación pública de los saberes estaremos al mismo tiempo enseñando y construyendo sobre la práctica la red de saberes necesarios para una democracia ciudadana con aspiraciones universalizables menester para ello es una conciencia histórica, no determinista que sacuda nuestra adormilada molicie agradecida de la hipertecnificación. Así, la piedra de toque estaría en la revisión que los docentes podamos hacer de nuestra relación con los saberes y con los valores, sin afanes de pastores de conciencias, aboliendo de nuetra perspectiva la necesidad de tener un rebaño que siga nuestras doctrinas, hemos pasado ya por dogmatismos religiosos y por estatizaciones laicas ideologizantes en la educación, se trata pues de abrir una puerta a la autonomía moral y a la solidaridad humana, a la práctica democrática y a la crítica permanente de la realidad, pero sobre todo a la autocrítica. El contexto mexicano de la educación y su prospectiva. Siendo México un país en el que el atraso educativo y la baja escolaridad son una realidad que determina en muchos casos las relaciones entre los individuos, entre los ciudadanos y los gobernantes y entre los grupos de poder, resulta harto intrincado tratar de abordar un tema como Educación y ciudadanía, más aún si este pasa, como lo hace, por los aspectos de la ética ciudadana; no obstante, es imposible sustraernos a la necesidad de hacerlo, no sólo porque resulta en un imperativo constructivista de los elementos de los que se adolece en este terreno, sino porque es una necesidad que se inscribe en un contexto mundial como una demanda de convivencia para garantizar la supervivencia. La educación, investida una vez más con la responsabilidad de “puedelotodo” ante los obstáculos que impone la posmodernidad a la aceptación respetuosa de la alteridad, se traduce en la herramienta básica para el ejercicio de la libertad condicionada de la que podemos gozar los seres humanos. México se ha enfrentado desde hace mucho tiempo y merced a su propio proceso histórico, a un atraso en los niveles educativos académicos de naturaleza endémica, las grandes masas de analfabetas que han poblado este país desde siempre han sido, no obstante quienes le han dado cohesión y razón de ser a una joven nación con apenas 200 años de intentar llegar a ser ¿qué?, lo que el nacionalismo revolucionario le ha decantado en su maniobra histórica. México es un país en el que la historia se ha escrito de adelante para atrás, en el que los saberes y valores han sido determinados desde las políticas estatales después de la revolución de 1910 a través de la ideología del nacionalismo revolucionario, claro está que un país con tan poderosas tradiciones ha sufrido un verdadero sincretismo educacional en el que el panorama axiológico nos brinda estandartes de la virgen de Guadalupe junto a banderas que ostentan la hoz y el martillo, en el que nos llamamos humildes y sufridos, mientras damos nuestra admiración más profunda a lo que simbolice la suástica. La política de masas emanada de la época cardenista, dio uniformidad a los saberes que se “tenían” que enseñar en las escuelas de todo el país y estandarizó a los mentores bajo el signo del jacobinismo; en contratparte la educación en las escuelas particulares satanizó a Juárez y todo lo que pareciera liberalismo, encajonando así a los mexicanos entre dos opciones radicales y poniendo a la ciudadanía en una condición de extremos ideológicos, los gobiernos mexicanos secuestraron por décadas la conciencia de los mexicanos y manipularon su entender hasta épocas muy recientes. Los años de escolaridad empiezan a subir en México a partir de la década de los cincuenta gracias a la base popular extensa e incluyente que conformó Cárdenas, incluyente pero atada a la ideología del nacionalismo revolucionario. A partir de la década de los 70, el modelo empieza a hacer crisis y la educación en México empieza también a recibir la poderosa influencia de la cultura norteamericana, los valores nacionalistas se trastocan y el híbrido aparece, así, acrítico, circunstancial, manoseado por los juegos de poder. Aunque el panorama aparezca oscuro, ante el poderío del sindicato más grande de América Latina, el de los maestros mexicanos, podemos decir que si estamos ante un problema que pareciera de índole social, pero mirado más de cerca lo atisbamos como uno del orden de políticas públicas, podemos decir que existen salidas, las salidas están en la consideración de las deficiencias de las estructuras burocráticas en el mundo de la educación y en las propuestas de alternativas de la educación para la libertad, educar para la libertad significa constituir a nuestros cuerpos docentes en promotores de la visión incluyente y democrática del mundo, significa darles a nuestros mentores la herramienta, el lente a través del cual, ellos y sus discípulos contemplen la diversidad como una base para la construcción de ciudadanos tolerantes, solidarios y críticos, insertos en una nación que otea sus primeros logros democráticos, con yerros y desatinos, pero con vocación para darle un giro a la anquilosada posmodernidad. De tal suerte que… La dinámica cambiante del mundo posmoderno y sus perversiones y decadencias, obligan la consideración de la relevancia del papel de la educación para retomar rumbo en un entorno que se ha vuelto global, y diseñado para la acumulación de bienes materiales por encima de cualquier otro objetivo que pudiera considerarse, un mundo pues en el que los valores han cambiado y pasan por la relativización más radical, ,asunto que lleva por definición a la intolerancia. ¿cómo entonces podemos continuar en un mundo que parece haber perdido la brújula?, o cuya orientación se dirige a la acumulación de bienes como único parámetro de éxito y que por ende nos ha metido en un callejón de inviabilidad de supervivencia por explotación irracional de los recursos de la naturaleza y por la dinámica de explotación del hombre por el hombre impuesta por las relaciones de producción?, ¿cómo darle viabilidad a la especie en contextos globales? ¿cómo y de quién dependen los contenidos educativos que heredaremos a las generaciones por venir?. De todos, de cada uno de nosotros a través de las políticas públicas, de ahí la importancia de educar para la democracia y de reestablecer relaciones sanas, no utilitarias y sí solidarias con todos los actores sociales. Con la educación como estandarte y como decía Nietzsche, pero no con el mismo signo, la transmutación de los valores, permitirán avanzar por caminos más seguros para la supervivencia de la especie.