Saber amar y saber sufrir Martha Morales Es difícil tener luces sobre por qué sufrir. Vamos a ver varios autores. “De cualquier modo que se llame tu espina, acéptala; es compañera de la rosa”, escribió Rabindranath Tagore Plinio Corrêa de Oliveira (1908-1995) político, periodista y escritor brasileño, dice: “En realidad toda criatura es una gran sufridora. No es una gran gozadora… El gran gozador es el sufridor que esconde su sufrimiento, que no sólo no lo cuenta sino que lo oculta”. También escribe: “El hombre sabio comprende que por causa del pecado original, algo en nosotros tiene que ser quemado y destruido por el sufrimiento para que podamos alcanzar nuestra finalidad”. “Cristo establece su morada en los corazones que están sufriendo”, afirma el escritor Francois Mauriac. “Dos son las necesidades del hombre: el amor y el sufrimiento. El amor le impide hacer el mal. El sufrimiento repara el mal hecho” afirma María Valtorta y ella misma expone lo que sigue. El sacrificio que ofrecemos puede ser corporal, moral o espiritual. Enfermedades, pobreza, trabajo agotador por la parte corporal. Injusticias, calumnias, incomprensiones por la parte moral. Persecuciones, pruebas, abandono de Dios (aparente) para probarnos en lo espiritual. En el plano espiritual todo pensamiento mundano debe morir; esto es difícil. Por eso hay tan pocos santos, porque los héroes son pocos. Esta heroicidad es más prolongada que humana, la cual es un episodio en la vida de un hombre o de una mujer, mientras que la espiritual es la vida del hombre. El heroísmo humano es un acto imprevisto, en cambio el heroísmo del santo no es imprevisto, es la vida. Toda la vida, de la mañana a la noche y de la noche a la mañana. De un mes a otro. De un año a otro. En el calor, en el frío, en el trabajo, en el reposo, en el dolor, en la enfermedad, en la pobreza, en las ofensas. Un collar en el cual cada minuto es añadida una perla; una perla que se forma con lágrimas, paciencia, fatiga. Este heroísmo no desciende del Cielo como si fuera maná. Debe nacer de nosotros, tan solo de nuestro interior. El Cielo no nos da más de lo que da a todos. Tampoco es auxiliado por el mundo. Lo mundano lo combate y lo obstaculiza. Ningún pensamiento mundano, sólo el amor de Dios, sólo los intereses de Dios. Así es como piensa el héroe del espíritu. He aquí como se comporta el que vive en el equilibrio del espíritu: ¿Yo? ¿qué soy?, ¿mis dolores, mis fatigas, mi pobreza?, ¿las molestias que me vienen de mi prójimo? Nada. Lo que cuenta es Dios. Puedo servir a Dios usando estas monedas para salvar al prójimo. Es mi trabajo por los intereses de Dios. La prueba siempre es breve. Por larga que sea la existencia y áspera la prueba, siempre será incomparablemente inferior en duración y profundidad respecto ala eternidad y a las bienaventuranzas que nos esperan. Breve, siempre breve será la prueba terrenal respecto a la eternidad. El ser humano que sufre “completa lo que falta a los padecimientos de Cristo”. En la dimensión espiritual de la obra de la redención sirve para la salvación de hermanos y hermanas: es un servicio insustituible. No hay otro camino para salvar al mundo: el sufrimiento. Jesucristo, que es Dios, no escogió otro camino que éste para ser Salvador. Dios quiere que sepamos que la gloria se convertirá en Gloria para nosotros pero en la otra vida. El sufrimiento, más que cualquier otra cosa, es el que abre el camino a la gracia que transforma las almas. El dolor hace presente la fuerza de la redención cuando nos unimos a los méritos de Cristo. Hemos de vivir con un solo pensamiento: el de consolar a Jesucristo redimiendo a los hombres. A los hermanos se les redime con sacrificio. A Jesús se le consuela con el amor y encendiendo el amor en los corazones apagados. Jesús sufrió más que cualquier hombre. Él no veía el suceso del momento. Veía las consecuencias que ese suceso tendría en la eternidad; enseñándonos que el sufrimiento termina, pero los efectos de ese sufrimiento no terminan pues tienen frutos de vida eterna (Valtorta).