MoDeRNIDAD, CRISIS eStAtAL y VIoLeNCIA México atraviesa

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Modernidad, crisis estatal y violencia
René David Benítez Rivera
A modo de introducción
México atraviesa actualmente un proceso de descomposición generalizada, descomposición de la economía –manifiesta en las consecutivas crisis y el impacto
que éstas tienen sobre la gente de a pie: inflación y consecuente pérdida del
poder adquisitivo, desempleo1 y reflujo migratorio debido al cierre de empresas
quebradas en uno y otro lado de la frontera, crecimiento del empleo informal,
así como una creciente precarización laboral, etcétera–, de sus instituciones
de gobierno ante la imposibilidad de garantizar seguridad, elecciones justas, el
respeto a los derechos mínimos como el libre tránsito, la libertad de expresión,
la seguridad, la salud y la educación; así como del aparato de gobierno en
general frente a una serie de políticas que parecen ir en pro de destruir lo construido mediante largas luchas sociales –como dar marcha atrás a las conquistas
políticas, sociales y laborales–. No obstante, este proceso no es exclusivamente
mexicano, la economía mundial se encuentra en una agravada crisis y en este
sentido, lo que sucede actualmente en el país es en parte un eco de lo que a
nivel mundial acontece. La actual crisis económica que azota al mundo entero
no es sólo financiera, sino es una crisis general, de confianza en el sistema y que
repercute en muy distintos niveles desde lo ambiental, lo político, lo alimenticio
y por supuesto lo económico, baste ver la serie de protestas en contra de los
gobiernos o de la aplicación de políticas de austeridad de éstos como el caso
de Chile, España, Inglaterra, y las revueltas en el llamado “mundo árabe” por
derrocar gobiernos dictatoriales. Se habla de una crisis todavía más grave que
la de 1929 que fue emblemática en gran medida por poner en duda el modo de
regulación hasta ese momento vigente.
A esto habría que sumar la creciente violencia que azota al país resultado de
la lucha que decidió emprender el gobierno de Felipe Calderón en contra del
El número de desempleados en México a principios de 2011, de acuerdo con datos
del inegi fue de más de 2 millones y medio de personas, alrededor del 6% del total de la
población económicamente activa. La Jornada, 26 de febrero de 2011.
1
[141]
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“crimen organizado”. Al igual que la lucha contra el terrorismo que otorgó a
George Bush un relativo ascenso en la aceptación de los ciudadanos estadounidenses (ante su respuesta bélica), en México la lucha contra el narcotráfico ha
buscado generar una suerte de aceptación del gobierno calderonista en medio
de una vorágine que comenzó desde la campaña electoral misma –previa a las
elecciones de 2006–. La búsqueda de legitimidad del actual gobierno no ha esca­
timado en gastos de propaganda y difusión de su imagen como “paladines de
la justicia”, en la lucha contra un enemigo magnificado ex professo y que para la
segunda mitad de 2011 –a un año de las elecciones presidenciales– ha costado
la vida de casi 50 mil personas.
Este complejo proceso de crisis estructural que atraviesa el país hace necesario un intento de comprensión amplio y a través de diversas vertientes de
análisis. En el caso de este escrito, además de tomar en consideración los elementos internos que han hecho posible esta crisis, como la puesta en práctica
de políticas de corte “neoliberal” y el consecuente abandono de una política
social, orientada en este caso desde un eco lejano proveniente de las entrañas
mismas de la Revolución, se intenta enmarcar los acontecimientos nacionales
en un proceso de transformaciones a escala mundial a partir de la necesaria
reconfiguración estatal. Ante ello, resulta necesario partir de una comprensión
general de la relación intrínseca que existe entre capitalismo y Estado como
expresiones de la modernidad, para luego poder dar cuenta del impacto que
esta relación tiene en la orientación y transformación de las estructuras de
gobierno y en la subjetividad. En este sentido, la violencia aparece como una
expresión necesaria de búsqueda de construcción de una nueva legitimidad en
la dominación estatal y por lo tanto capitalista.
Modernidad, capital y estado
La modernidad puede ser analizada y explicada desde una doble vertiente: como
proyecto civilizatorio y, al mismo tiempo, como proceso histórico concreto. Entendida como este último, el proceso puede ser definido de distintas maneras
dependiendo del corte y la orientación en el análisis. Así, la modernidad puede
iniciar con la llegada de Colón en 1492 a lo que se conocerá posteriormente
como el continente americano y la mundialización de la economía derivada de
este acontecimiento; con el inicio del proceso de separación del pensamiento
escolástico ocurrido en el Renacimiento; con la secularización del pensamiento
y la afirmación de la razón como rasgo específico del ser humano y que se
manifiesta de manera individual; con la transformación del régimen político, la
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superación del absolutismo y el arribo de las repúblicas sustentadas en las leyes
que el hombre se da a sí mismo; o bien con el proceso de transformación de
la forma de producción y satisfacción de las necesidades humanas mediante la
maquinización del proceso productivo a partir de la Revolución Industrial.
Por otra parte, la modernidad puede ser vista como un “proyecto civilizatorio” de construcción de una idea de humanidad particular que se da en
corre­lación con los procesos históricos que marcan y definen la modernidad.
Una idea de humanidad sustentada en la libertad individual. Libertad manifiesta en lo político, garantizada por las leyes; en lo económico, manifiesta en
la libre empresa y en la libertad de intercambio así como en el pensamiento,
donde la racionalidad aparece como atributo que permite distinguir al hombre
del resto de los seres vivos. La utilización de esta razón en el tratamiento del
mundo natural, del que este hombre “moderno” se ha desprendido a partir de
una relación mediada por la técnica, marcará una nueva etapa en la historia
de la humanidad, no sólo por este distanciamiento, sino ante la posibilidad de
extinción del mundo.
Sin duda, uno de los aspectos más relevantes de este proceso es el que se
refiere a la secularización de la actividad política y su separación en una esfera
autónoma. Separación que no existió en ningún otro momento histórico anterior. Es de hecho, en el contexto del Imperio Romano, que el término sociedad
aparece como una separación respecto a la actividad política. Previo a esto,
socie­dad y política pertenecían a un mismo horizonte. No es sino hasta que la
necesidad derivada de un crecimiento y complejización de las sociedades que
comienza a generase un proceso de construcción de mayor verticalidad en el
ejercicio del poder y, en consecuencia, en la organización de la sociedad occidental. Ello no implica que la verticalidad no existiese con anterioridad, ésta
existía incluso en Grecia,2 aunque de un modo reducido. Las transformaciones
en la ampliación territorial que en un primer momento implica la civitas como
federación de tribus y como urbe,3 marcan ya una diferencia respecto a la polis
griega.4
Al respecto véase Giovanni Sartori, La política. Lógica y método en las ciencias sociales, fce,
México, 2006.
3
Fustel de Coulanges, La ciudad antigua, Porrúa, México, 2003, p. 128.
4
Los romanos absorbieron la cultura griega cuando su ciudad había sobrepasado ampliamente la dimensión que admitía el “vivir político” según la escala griega. Por lo tanto
la civitas, con respecto a la polis, es una ciudad de politicidad diluida; y esto en dos aspectos.
Primeramente, la civitas se configura como una civitas societas, es decir, adquiere una calificación más elástica, que amplía sus límites. Y en un segundo aspecto, la civitas se organiza
jurídicamente. La civilis societas, en efecto, se traduce a su vez en una iuris societas. Lo que
permite sustituir la “politicidad” por la juricidad. Sartori, La política…, op. cit., p. 204.
2
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La separación entre política y sociedad se establece ante la imposibilidad
de hacer llenar las plazas públicas con el conjunto de ciudadanos para la deliberación de los asuntos comunes. Con el surgimiento de esta distinción, se
diluye poco a poco la “posibilidad” de participación directa de los ciudadanos
en las decisiones sobre los asuntos públicos, delegando esta responsabilidad a los
representantes políticos. Con la separación entre sociedad y política, comienza
entonces el proceso de extrañamiento de la política del grueso de la población.
Transformada la polis griega en la civitas latina, el pueblo pasa a ser una figura
jurídica a la que se le ha arrancado la posibilidad de participación directa en
la vida pública.
Esta escisión entre sociedad y política posibilita a la par un proceso de
especia­lización de la política a tal grado de aparecer como una cosa separada
de lo social. La verticalidad de la política comienza a hacerse más clara, más
visible. Ideas como politéia, res-publica y commonwealth, donde no existía aún la
claridad de la separación entre sociedad y política, dan cuenta de la visión
horizontal de la política, sin separación radical con la sociedad. Mientras que
principatus, regnum, dominium o gobernaculum,5 especialmente el concepto Estado en
el sentido que le da Maquiavelo, dan cuenta de la separación y el verticalismo
ya de la política.6 La normativización que la política adquiere con su escisión de
lo social, logra establecer no sólo una regulación jurídica que se levanta sobre
el orden moral (constituyéndose así, la política diferente de la moral), sino que
convierte a la política en una actividad altamente especializada, atributo de la
clase gobernante.
Es precisamente en el contexto de la modernidad, que esta separación se da
de manera mucho más clara. Dicha separación se manifiesta en el surgimiento
del Estado. “No toda dominación política se configura en forma de ‘Estados’
separados de la ‘sociedad’. Lo que denominamos ‘Estado’ surgió recién con la
sociedad burguesa capitalista y representa una de sus características estructurales fundamentales”.7 Así, del Estado visto como forma de dominación se habla
cuando se conforma un “aparato de poder autónomo y centralizado, separado
de la sociedad y la economía, y con esto diferencian ‘política’ y ‘economía’
como esferas funcionales de la sociedad”.8
Ibid., p. 206.
El verticalismo separatista entre política y sociedad se da ante la imposibilidad de
existencia de diferentes tipos de circulación del mando político y con ello su monopolización.
7
Joachim Hirsch, El Estado nacional de competencia. Estado, democracia y política en el capitalismo
global, uam-Xochimilco, México, 2001, p. 33.
8
Idem.
5
6
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Pese a que en la actualidad hablar de Estado es un tópico frecuentemente
utilizado para describir distintas formas históricas de organización –o bien de
dominación– política,9 el Estado es una conformación eminentemente moderna
en tanto forma social, es decir, en su calidad de objeto externo y ajeno al hombre, en el que se manifiesta su interrelación social de manera desfigurada y no
reconocible de inmediato. Sólo a partir de esto es posible la socialidad en las
condiciones económicas imperantes.
Para Hirsch, las dos formas sociales básicas en las que se objetivan las
relaciones sociales en el capitalismo, son el valor que se expresa en el dinero
y la forma política, que se expresa en la existencia de un Estado separado de
la sociedad.10 El Estado representa la forma social de darse del capitalismo,
aparece por ello como una exterioridad de los sujetos, representa una esfera
autónoma que no obstante define el tipo de relacionalidad al configurarse
como una forma política y jurídica que regula a los individuos y garantiza su
existencia. Así, el Estado se ha articulado como parte inmanente del desarrollo mismo de la modernidad, a tal grado que, hoy día hablar de modernidad
conlleva hablar de la forma capitalista en que se ha desenvuelto como medio
de generación de riqueza y viceversa, hablar del hecho capitalista refiere por
añadidura a la modernidad como la forma histórica en la que el capitalismo
ha logrado desenvolverse de manera más amplia. Una crítica a esta forma
histórica o al modo de darse de ésta requiere pasar primero por una crítica a
la socialidad misma del modo de vida moderno en el que se resumen ambas
fuerzas, a saber, el Estado.
El hecho capitalista, como el modo de darse de una forma histórica, no se
presenta como una estructura externa a los sujetos, ni como una instancia a la
que pueda accederse o sustraerse por la simple decisión. El hecho capitalista se
muestra como una realidad infranqueable, una especie de destino trágico del
que ningún tipo de acción se escapa, es decir, nada puede estar fuera de él,
articula todas y cada una de las relaciones de esta forma histórica denominada
modernidad. Pareciera como si nada humanamente asequible pudiese existir
(dentro de la modernidad capitalista) sin contribuir en mayor o menor medida
a la lógica de reproducción ampliada del hecho capitalista. Si nada escapa de
dicha lógica, entonces, todo lo cotidiano se vuelve pretexto para su reproducUno de estos casos en que una forma de dominio político distinta a la propiamente
moderna es tratada como Estado lo representa el estudio de James Lockhart, Los Nahuas
después de la Conquista, fce, México, 1999; de igual manera la traslación frecuente que se
hace de polis o civitas por Estado, al respecto véase, Sabine, Historia de la teoría política, fce,
México, 2006.
10
Idem.
9
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ción, como si para que algo pueda existir dentro de esta modernidad capitalista
fuese necesario que suponga, al menos en parte, el soporte a dicha existencia
de reproducción capital.
La sociedad capitalista se caracteriza por sostenerse materialmente y desarrollarse sobre la base de la producción privada, el trabajo asalariado y el intercambio
de mercancías. Obtiene su coherencia y dinámica de la apropiación privada,
mediatizada por el mercado y el intercambio, del plusvalor producido, es decir,
del proceso de valorización del capital. Impulsado por la coerción de maximizar
la ganancia, la acumulación del capital determina de manera esencial las estructuras y desarrollos sociales, las condiciones de la división del trabajo, la forma
del progreso tecnológico, etcétera.11
La historia de la modernidad, tal y como la conocemos, es y ha sido, propiamente la historia de Occidente, de la modernidad europea y estadounidense
durante el siglo pasado. Como todas las historias oficiales, la de la modernidad
se ha estructurado en torno a ideas claves que se han convertido en los ejes de
articulación de los discursos, de la ideología, de las formas de comportamiento
y de actuación de las personas a través de estos últimos cinco siglos. Los discursos sobre la razón, la secularización, la democracia, la libertad, la igualdad,
se han convertido en los ejes de la discusión corriente sobre la que se yergue el
proyecto moderno.
Es el Estado ese modo de darse de lo gubernativo y lo social en la modernidad capitalista; de hecho, a la relación Estado compete asegurar la existencia
de los sujetos que lo conforman, regular las relaciones y sancionar a todo aquel
que trasgreda dicha relación. Bien, si el capitalismo es una relación basada en
el interés, en tanto que los sujetos buscan la satisfacción de sus necesidades, es el
Estado el que se encarga de regular dicha relación mediante: la ostentación
del mono­polio de la violencia física legítima, la existencia de un aparato de
gobierno, de un aparato de administración y un aparato legislativo, convirtiéndose así, en un orden jurídico que aparece por encima de la sociedad (nada por
encima de la ley, bajo ella, todo).
En esta perspectiva los sujetos aparecen, inicialmente como iguales jurídica­
mente y como sujetos libres, libres todos para intercambiar, para comprar y
vender dentro de los márgenes que la relación Estado define y posibilita. Posteriormente, el Estado reconocerá también las diferencias entre los sujetos que
conforman las sociedades modernas, pero siempre en función de las necesidades
de reproducción del mismo sistema.
11
Hirsch, El Estado nacional…, op. cit., p. 35.
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El Estado entonces, aparece como el modo de aseguramiento de la relación capital y de la relación mercado. Asegura el bienestar de los propietarios
en el capital, tanto de aquellos que poseen propiedad privada como de aquellos
que sólo se poseen a sí mismos. Así, modernidad, capital y Estado, aparecen
como inescindibles dentro de todo análisis posible. La existencia de estas dos
esferas (la política, representada en el Estado, y la económica, representada
en el capitalismo) como esferas independientes, articula una suerte de contradicción, que permite por un lado, la existencia de un régimen de intercambio,
explotación y dominio organizado en torno a la creación de riqueza y que en
este proceso se amenace al hombre al enajenarle lo que de humano tiene (su
trabajo, que es, por cierto la fuente del valor y de la riqueza); y por otra parte, la existencia de un régimen de control político que lo permite hasta cierto
grado, es decir, que regula y mantiene la condición que le da sustento y en lo
que adquiere esencia.
No obstante la estrecha relación existente entre modernidad, capital y Estado, sobre este último priva una visión en extremo simplista que lo reduce las
más de las veces a uno solo de sus atributos. El Estado, tiende entonces a ser
visto, ya sea como aparato de Estado, es decir gobierno, o como monopolio
de la violencia o bien, sólo como alguna de sus manifestaciones materiales más
visibles. Intentar comprender las transformaciones ocurridas en la actualidad
en el Estado, requiere necesariamente de una revisión articulada de los tres
conceptos a los que ya hemos hecho referencia y que se corresponden mutuamente como modos de soporte. Evidentemente, las transformaciones que el
Estado sufre actualmente, su reconfiguración, no pueden ser estudiadas ni entendidas al margen del desarrollo y desenvolvimiento del capitalismo. El Estado, como ese modo de aseguramiento del capital, ha sufrido transformaciones
de acuerdo con las necesidades propias de la reproducción del capitalismo. De
aquel modo de regulación estatal conocido como fordista, keynesiano o Estado benefactor, figura emblemática del siglo xx, hemos arribado al denominado Estado
neoliberal, Posmoderno o mejor llamado por Hirsch, Estado nacional de competencia,
cuya base es el modo de regulación conocido como toyotismo. Otras visiones, hablan
afanosamente de la desaparición del Estado, de los procesos de desestatización
o del Estado cero. Desde esta visión, hablar de un Estado cero, tendría necesariamente que hacer referencia a un simultáneo proceso de retroceso y por
consecuencia a un capitalismo cero. Hablar de las transformaciones del Estado,
requiere entonces, hacer una revisión de las transformaciones históricas del
capitalismo, de su adaptación y su desenvolvimiento dentro de la modernidad.
El análisis por sí solo de las transformaciones del Estado, sólo puede llevarnos
al equívoco.
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El estado y sus rostros
No obstante, y pese a que la forma Estado como medio de dominación propiamente moderna puede ser caracterizada en lo general (como un proceso
estructuralmente continuo), en su particular concreción, en su manera de darse
y organizarse a lo largo del tiempo y en sus distintos espacios territoriales,
muestra diversos matices o rostros. Desde sus orígenes, las diferentes maneras
de manifestación del Estado se han venido estructurando de acuerdo con las
distintas transformaciones que el modo de producción capitalista ha sufrido
resultado del impacto de las sucesivas crisis, del empuje de los movimientos
sociales, de la revoluciones científicas y tecnológicas, así como de las transformaciones culturales y las diferencias entre países centrales y periféricos. Así, el
régimen de acumulación capitalista ha adquirido diversos modos de organización
en la regulación institucional del cúmulo de relaciones que permiten su reproducción. Dicha organización representa una transformación de la forma social
Estado, es decir, una adecuación indispensable para la reformulación de las
bases políticas que posibilitan la producción y el dominio.
Luego de la quiebra de la bolsa de Nueva York en 1929 y del consecuente
colapso del mercado financiero mundial, la caída de precios en el sector primario y la caída de la producción del sector secundario, la imperiosa necesidad de
reorientar la economía se hizo presente. En el grupo de naciones insolventes se
encontraban ya no sólo las de América Latina –que durante el siglo xix habían
cumplido un papel primordialmente de periferia proveedora de materias primas para la producción industrial y paulatinamente una creciente importancia
en el consumo–, se incorporan, resultado de la devastación de la Primera Guerra Mundial, las europeas. La imposibilidad de recurrir a créditos ante un derrumbado mercado financiero mundial agravó la situación; la imposibilidad de
autorregulación de los distintos sectores productivos se hizo patente y con ello
la creciente necesidad de los Estados de tratar de regular la producción y las
exportaciones, así como de impulsar una nueva política monetaria y cambiaria.
Para el caso latinoamericano esta propensión estatal de regulación productiva,
se conformó con claras diferencias respecto al modelo estatal de intervención
estadounidense manifiesto en lo que se conoció como el New Deal. En el caso
latinoamericano, la intervención estatal no tuvo la orientación social que en
los Estados Unidos, de hecho, la subvención más que beneficiar a los sectores
más vulnerables de la población y más golpeados por la crisis, buscó beneficiar
a los grandes productores y terratenientes. El modelo político de subvención
que en los Estados se comenzó a adoptar –sumamente limitado en esta primera
etapa–, generó a la par de un régimen de grandes gastos –resultado del pro-
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teccionismo industrial y del sector primario–, una fuente importante de recursos
resultado del control de la economía. La caída de la demanda de ciertos productos, puso en evidencia las limitaciones de los modelos agrícolas de monocultivo
prevalecientes en países latinoamericanos y abrió paso a la diversificación productiva; asimismo, la disminución de la producción y la precaria infraestructura
ferroviaria, contribuyeron a un retraso en la posibilidad de afrontar la crisis, a la
par, incorporó un nuevo elemento con la importación de combustibles y vehículos que pretendían sustituir, al menos en parte, esa desarticulada red ferroviaria.
La crisis económica repercutió paralelamente en una crisis política que puso en
entre dicho los preceptos políticos y por supuesto económicos del liberalismo.
La necesaria reorganización política y económica estatal, puesta de relieve
por la crisis del 29, recibió un impulso con el inicio del conflicto bélico internacional de 1939. La Segunda Guerra Mundial estimuló la industrialización de
los países periféricos, particularmente en América Latina, donde el empuje generado por la demanda de productos primarios de exportación se dio aparejado
de un aumento internacional de los precios de éstos. El aislamiento de las denominadas potencias del Eje del comercio mundial con el inicio de la guerra –que
para el caso de Alemania ya se encontraba fuertemente afectada por la firma
del Tratado de Versalles–12 y la disminución de las exportaciones industriales
por parte de los países aliados redujo la competencia y aceleró la producción de
los sectores primarios, permitiendo un proceso de industrialización relativo que
se vio marcado por la imposibilidad de adquisición de maquinaria e insumos
tecnológicos en medio de la escalada bélica, así como de una precaria infraestructura de transporte que terminó por marcar hondas diferencias entre los
centros industriales y las áreas rurales dentro de países como México.
La urbanización desigual, generada por la atracción de fuerza de trabajo
debido a la industrialización concentrada, trajo consecuencias importantes en
países periféricos; la insuficiencia de servicios, así como la imposibilidad de
incorporación de toda esta fuerza de trabajo por el sector industrial comenzó
a generar presión ante la demanda creciente de vivienda y servicios en los
denominados cinturones de miseria. La afectación en los sectores rurales no
fue menor, la crisis generó una caída de los precios de los productos primarios
que se intentó controlar estatalmente mediante su disminución, lo que impidió la modernización de este sector y permitió que prevalecieran relaciones
12
Firmado en 1919 en Versalles y cuyas estipulaciones más importantes disponían el
desarme de Alemania y sus aliados, así como la realización de concesiones territoriales y
pago de indemnización a las naciones victoriosas por la responsabilidad de haber causado
la Primera Guerra Mundial.
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de explotación intensivas y formas de producción basadas en el autoconsumo
que difícilmente podían ser integradas al mercado nacional. Las migraciones
campo-ciudad se comenzaron a suceder de manera importante en este periodo,
alimentadas por el crecimiento poblacional, el aumento de la expectativa de
vida y el mantenimiento de la tasa de natalidad.
El proceso de crecimiento desigual entre los distintos sectores productivos,
impidió, a países latinoamericanos establecer una ruptura respecto a la dependencia que venían sufriendo de las exportaciones del sector primario. Parte
importante de estas economías seguía dependiente de su régimen de exportación, lo que las llevó incluso a hacer fuertes concesiones a los países metropolitanos a fin de mantener sus niveles de exportación. A partir de la crisis, se
hizo manifiesta de manera clara, la necesidad de una reorganización política
y económica que permitiera, inicialmente, la superación de la crisis, pero esto
sólo parece viable en la transformación del modo de regulación liberal a uno que
permitiera generar estabilidad. El fuerte impacto de la crisis había logrado socavar la forma de organización del dominio en su forma liberal tanto política
como económica.
La superación del proceso de crisis y sus consecuencias, partía de la necesidad de reactivación del mercado internacional, pero sobre todo, de la reconstrucción de los lazos de dominio y búsqueda de nuevas bases para la erosionada
legitimidad estatal, es decir, de búsqueda de cohesión. La reactivación del
mercado adquirió forma en el modelo productivo de la industria automotriz.
La línea de montaje de Henry Ford, basada en los preceptos organizativos propuestos por Frederick W. Taylor,13 no sólo lograron revolucionar la forma del
trabajo, también trastocaron los procesos políticos, económicos, sociales y culturales mediante un flujo de mercancías producidas en serie y de forma masiva,
para las que se necesitaba una población con un tipo particular de subjetividad,
que consumiera también de forma masiva y así reactivar el mercado mundial.
Dicha transformación de las subjetividades pudo lograrse en gran medida, gracias al despliegue mediático, sobre todo cinematográfico a nivel internacional
del denominado american way of life. La difusión de imágenes asociadas primordialmente a la libertad y la rebeldía hicieron eco en un contexto internacional
marcado por el ascenso de regímenes totalitarios. Paralelamente, Estados Unidos comenzó, a partir de 1933, bajo la presidencia de Franklin D. Roosevelt,
Basados en la organización científica del trabajo (bajo los preceptos del positivismo) a
partir de la especialización del obrero mediante la división de las tareas del proceso productivo, la eliminación de tiempos muertos mediante la mecanización del rol y el control del
tiempo, pago a “destajo” a fin de aumentar la productividad.
13
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un viraje en su relación con América Latina. De la política de expansión
marítima y ocupación militar, iniciada en 1880 como medida de avance del
naciente imperialismo estadounidense, se dio paso a la llamada política de buena
vecindad. Así, de una política de “penetración abierta” se pasó a una política de
“penetración pacífica” (encubierta), que no descartó la intervención abierta en
casos necesarios. La correlación de fuerzas, luego del fin de la Segunda Guerra
Mundial, llevó a Estados Unidos más allá de un posicionamiento simplemente
como potencia militar, la hegemonía mundial, pertenecía verdaderamente a
Estados Unidos, en este sentido podemos hablar de que el siglo xx es el siglo
estadounidense, o bien como un periodo de conformación de una modernidad
propiamente americana.14
En lo político, el giro estadounidense de sustitución de balas por diplomacia,
aunado a las pretensiones de integración panamericana y de “defensa hemisférica”, ante el ascenso del fascismo primero y posteriormente contra el comunismo
internacional,15 permitieron consolidar un discurso democrático en oposición al
totalitarismo y como justificación de su política imperial en América en aras
de la defensa del “mundo libre”. La organización política en América Latina
se revistió, en esta inercia, de un disfraz democrático, se lograron consolidar
gobiernos estables y fieles a los intereses estadounidenses. En lo social, el nuevo
modo de regulación logró un crecimiento económico sólido y estable que permitió
pronto el aumento considerable de los salarios,16 elevando el poder adquisitivo
y propiciando el consumo y la circulación de mercancías. La industria rápidamente tuvo un crecimiento nunca antes visto. Las ciudades se transformaron en
polos industriales de atracción para un sinnúmero de personas sobre todo del
sector rural (principalmente pequeños productores agrícolas y artesanos) que sucumbieron al aplastamiento que los productos industrializados trajeron consigo
y a la imposibilidad de industrializar el campo. El sector obrero, ocupado en el
ámbito fabril dentro de las ciudades se acrecentó considerablemente debido a
la gran demanda de fuerza de trabajo en las fábricas en constante crecimiento.
Como resultado de esta incorporación masiva, producto de la industrialización,
los salarios relativamente altos y la existencia de un gran número de mercancías
en circulación accesibles al sector obrero, se consolidó, al menos en apariencia,
una especie de igualdad social dependiente en lo absoluto del desenvolvimiento
mundial del capital.
Bolívar Echeverría, “La modernidad americana (claves para su comprensión)”, en
http://www.bolivare.unam.mx/ensayos/La%20modernidad%20americana.pdf
15
Pablo González Casanova, Imperialismo y liberación, Siglo xxi Editores, México, 1979,
p. 21.
16
Ibid., p. 108.
14
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La estabilidad lograda hizo necesaria la aparición de un sistema de seguridad social promovido desde el aparato estatal. No en aras de proteger a los
trabajadores frente al capital, tendiente siempre a la sustracción de plusvalor
para su reproducción ampliada, sino en pro de la conservación del nivel de
consumo como medida de estabilidad y de crecimiento económico.
La ampliación de las masas de trabajadores ocupados en las fábricas y el
florecimiento económico, permitieron la consolidación de grandes sindicatos
que tras largas luchas lograron incidir de manera positiva en las garantías de
los trabajadores. El aparato estatal se vio en la necesidad de ceder ante las
demandadas obreras y frente a la presión constante que el bloque socialista
ejercía de manera directa. Se hizo necesario el despliegue de un aparato de
tipo corporativo que servía de mediador de la relación capital y salvaba de los
peligros de las diferencias de clases existentes, así como medida para regular el
mercado interno al que se le daba prioridad como medio de reactivación de la
economía mundial.
En el caso particular de México, la expresión de este modo de regulación posliberal se estructuró con características sumamente específicas que encuentran
sus cimientos en dos procesos: por un lado el de la Revolución mexicana y los
orígenes de esta lucha armada marcada por la incursión de sectores populares
con demandas sociales que terminaron por ser incluidas constitucionalmente,
sobre todo aquellas referentes a la tierra y el trabajo (manifiestas en los artículos
3, 27 y 123, y que marcaron un avance importante en lo que respecta a los
derechos sociales), y por otro lado, el proceso de reconfiguración estatal y de
cambio de modo de regulación, de uno liberal a uno más intervencionista.
En su particularidad, tres son las características principales que definieron al
sistema político mexicano en la época posrevolucionaria y que de cierto modo
lograron garantizar un alto grado de legitimidad en el dominio gracias a la
creación de un poder estatal hegemónico que terminó por agotarse para principios de la década de 1980. El surgimiento de una figura presidencial fortalecida
constitucionalmente, y que de hecho adquirió facultades metaconstitucionales
al convertirse en la fuente de toma de decisiones en última instancia en todos
los niveles de gobierno –y que se denominó presidencialismo–; la existencia de
un partido oficial y una organización e incorporación y control de los sectores
productivos al Estado a partir de una forma corporativa.
La existencia de un partido oficial17 permitió, entre otras cosas, una salida
a la crisis política posrevolucionaria que amenazaba con el desmembramiento
17
35.
Daniel Cosío Villegas, El sistema político mexicano, Joaquín Mortiz, México, 1982, p.
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del grupo revolucionario fragmentado en diferentes grupos.18 El partido oficial
logró el sometimiento de los diferentes caudillos a un poder central y logró
instaurar un sistema “civilizado” en las luchas por el poder, suplantaba el
liderazgo político de los caudillos, pero que además oficializó la Revolución
mediante el discurso y la creación de un sistema de seguridad social amplio,
acompañado de una estabilidad económica y política creciente y sostenida.
Permitió la consolidación de un ejército federal y el desarme de los campesinos
revolucionarios,19 así como la desaparición de los múltiples partidos políticos
regionales que sólo representaban un brazo de la extensión del poder político
de los caudillos o caciques.
El presidencialismo, es otra característica específica del sistema político que
durante largo tiempo definió el rumbo y la forma de ejercicio de poder político
en México. El otorgamiento de poderes visiblemente más amplios al Ejecutivo
sobre los otros dos poderes (Legislativo y Judicial) que la Constitución de 1917
le otorgó, se vio pronto superado por una mistificación de la figura presidencial que logró extender sus poderes de manera extraconstitucional, al grado de
transformar la figura presidencial en una especie de “principado sexenal”.20 Dos
características fundamentales para la constitución del Estado mexicano posrevolucionario fueron: un poder Ejecutivo altamente fortalecido y un partido con
carácter de oficialidad, que al menos en pretensión quiso incorporar a la totalidad de las masas campesinas y obreras organizadas, pero ahora subordinado
al poder Ejecutivo por medio del partido oficial.
En gran medida, el poder adquirido por el partido oficial y el sustento de
su legitimidad, se debió a la transformación del partido en una organización
de masas. La incorporación de los líderes sindicales, obreros y campesinos al
aparato partidista mediante la promesa incumplida de sesión de puestos públicos y la puesta en marcha de reformas sociales reales como la reactivación del
reparto agrario, la nacionalización de los ferrocarriles y del petróleo, procesos
por demás acordes con la permisibilidad que generó la entrada en la Segunda
Guerra Mundial por parte de Estados Unidos y su vuelco de una injerencia
política de intervención abierta a una de “buena vecindad”. Convertido en un
verdadero aparato de masas, el partido oficial logró su consolidación como
un verdadero poder hegemónico, gracias a la búsqueda de satisfacción de las
reivindicaciones aún pendientes que la Revolución había incumplido.
Luis Javier Garrido, El partido de la Revolución institucionalizada, sep-Siglo xxi Editores,
México, 1986, p. 71.
19
Ibid., p. 221.
20
Rhina Roux, “El Príncipe despojado y los dilemas del Estado”, en revista Viento del Sur,
México, núm. 17, agosto de 2000.
18
154
rené david benítez rivera
Este proceso de consolidación hegemónica del poder estatal, permitió generar una economía nacionalista ad hoc con las políticas económicas proteccionistas que buscaban revertir la crisis económica mundial de 1929. Para la
segunda mitas del siglo xx la incentivación de la inversión privada aumentó, se
limitó el reparto agrario, se dio por terminada la aplicación de la “educación
socialista” y se llevó a cabo una política de oposición sistemática de las demandas de
los trabajadores.21 Paralelamente se abrió paso a la conformación de un proyecto
“integrador”, que buscaba subordinar los sindicatos obreros y campesinos. Evidentemente, las masas populares continuaron relegadas de participación real y
continuaron sirviendo como masa legitimadoras. Incluso los cargos de elección
popular fueron atribuciones correspondientes al presidente a partir de este
proceso.
La consolidación del dominio político se fortaleció a partir de factores externos, como la imposibilidad de los países participantes en la Segunda Guerra
Mundial de satisfacer la demanda de productos del sector secundario. Esto
permitió el desarrollo de una política interna de “sustitución de importaciones”
y de fomento de las exportaciones que impulsó una industrialización relativa
en el país, sobre todo a partir de la participación del Estado en sectores considerados estratégicos y en el rescate de empresas a fin de conservar los niveles
de empleo.
Entrada ya la segunda mitad del siglo xx, México experimenta un crecimiento industrial importante tanto en el sector público como en el privado –en
parte derivado del aumento de la inversión extranjera y el auge en los precios
del petróleo–, aumentando con ello los índices de exportación considerablemente. La industria a la par que crece se diversifica y para la década de 1970
este crecimiento repercute en el sector rural, aunque, de manera diferenciada
entre el norte y el sur del país.
Para el último tercio del siglo xx el crecimiento económico se desaceleró
considerablemente. El aumento de precios, la pérdida del poder adquisitivo y
la devaluación del peso frente al dólar fueron algunos de los signos que ponían
fin al llamado “milagro mexicano” y dejaban en entre dicho el modo de regulación
que con éxito había logrado revertir la severa crisis de 1929, dándole un impulso a la organización capitalista. Nuevamente la necesidad de reorientación
económica y de reconfiguración estatal surgió ante la crisis económica y de
legitimidad que se presentaba. En México podemos marcar el inicio de crisis
de legitimidad de la dominación a partir del inicio de la década de 1980 –pese
a que uno de los hitos fue la movilización estudiantil de 1968–. Para el sexenio
21
Garrido, El Partido…, op. cit., p. 461.
modernidad, crisis estatal y violencia
155
de Miguel de la Madrid en 1982, el arribo de los denominados tecnócratas hizo
inminente la aplicación de políticas neoliberales que terminaron por sepultar
la ideología revolucionaria que había sostenido y fundado los cimientos más
fuertes de la dominación estatal en México.
Crisis de estado y reconfiguración estatal
La reorganización estatal en un nuevo modo de regulación basado en la idea del
welfare estate, pese a tener pretensiones universalistas de instauración, no logró
afianzarse a lo largo y ancho del mundo. A lo sumo, el modelo fue exitoso
en el occidente de Europa, donde incluso la hegemonía estadounidense se
vio fuertemente cuestionada. Sin embargo, en países de América Latina, el
modelo fue copiado sólo parcialmente a fin de proteger el mercado interno,
sustento de la economía –como en el caso mexicano–. Paralelamente se dio
inicio a un creciente endeudamiento por parte de los países latinoamericanos (ante el Fondo Monetario Internacional, el Banco Interamericano de
Desarrollo y el Banco Mundial) como medida para mantener las economías
nacionales y el impulso de la industrialización. No obstante, se realizaron
concesiones democráticas como la universalización del voto y la extensión del
sistema de seguridad social, paralelamente acompañado de un ascenso de las
dictaduras militares impulsadas desde la Casa Blanca. Para los países de África, el modo de regulación de la posguerra jamás pudo ser introducido, el papel
de estos países continuó siendo de meros proveedores de materias primas.22
En cada una de las naciones donde el modelo fue adoptado, éste se configuró de acuerdo con las características sociopolíticas, económicas, culturales e
históricas específicas.
En gran medida la etapa de mayor crecimiento y solidez de este modo de
regulación se dio durante la llamada Guerra Fría. Su crecimiento y expansión
fue impulsado inicialmente por la industria armamentística y militar que los
Estados Unidos encabezaban. El gran potencial productivo y de competencia
que Estados Unidos ofrecía, paulatinamente fue convirtiéndose en factor de
presión para la liberalización de los mercados y el libre tránsito de mercancías
en regiones donde antes no existía inversión. Esto fue poniendo fin a la regulación del mercado interno por parte del Estado e impulsando su apertura y su
gradual desarticulación. Ante esta importancia que fue adquiriendo el mercado
externo, el sector exportador se fortaleció, pronto las empresas multinaciona22
Hirsch, El Estado nacional…, op. cit., p. 16.
156
rené david benítez rivera
les, capaces de movilizar flujos considerables de mercancías a escala global, se
vieron beneficiadas con la liberación de los mercados y comenzaron a adquirir
importancia económica para las naciones.
En general, la crisis de este modo de regulación fue provocada por “un retroceso
estructural en la rentabilidad del capital en todas las metrópolis capitalistas”,23
es decir, la disminución de la tasa de ganancia y la detención de la acumulación que se inició con la pérdida del liderazgo económico por parte de Estados
Unidos, gracias al éxito obtenido por parte de países de Europa occidental y
de Japón, que aplicaron un modo de regulación altamente competitivo, pero más
efectivo en su apertura al mercado mundial. El liderazgo militar de Estados
Unidos representó un gasto enorme,24 lo que le produjo un gran endeudamiento que terminó por debilitar al dólar. Éste dejó de fungir como la moneda de
referencia para las transacciones internacionales, regulada a partir de instancias
estatales.
Esto obligó finalmente al gobierno de Estados Unidos a desistir de la garantía en
oro de su moneda, lo que llevó al colapso del sistema Bretton-Woods25 a comienzos de los años setenta. Con eso a la regulación política del mercado mundial
institucionalizada se le sustrajo un sustento decisivo. El sistema de cambios fijos,
controlado por instituciones internacionales se disolvió.26
El colapso del sistema estabilizador de los tipos de cambio, permitió que el
manejo internacional del dinero cayera en manos de los bancos, creando una
subordinación económica creciente a los intereses privados de estas empresas.
El fmi, dejó de fungir como el órgano regulador de los tipos de cambio internacional para convertirse en una especie de “cancerbero” del capital financiero,
sobre todo frente a las naciones deudoras, ante las que logró imponer condiciones para negociar la deuda. Entre éstas se encuentra la reducción del sistema
de seguridad social con todo lo que ello implica; la cancelación de derechos
laborales ganados a partir de largas luchas hasta llegar a la denominada flexibilización laboral. Asimismo, comenzó un férreo desmantelamiento de las aún
sobrevivientes estructuras campesinas tradicionales.
Allan Lipietz, Mirages and Miracles.The crises of global fordism, Londres, 1987, p. 29.
De hecho, el fracaso estadounidense en Vietnam marcó un hito en el quiebre del modelo fordista de Estados Unidos.
25
La Conferencia de Bretton Woods, realizada en 1944, para estabilizar las unidades
cambiarias y de créditos luego de la Segunda Guerra Mundial, se derrumbó bajo las presiones especulativas que siguieron a la crisis de los precio del petróleo en 1973.
26
Hirsch, El Estado nacional…, op. cit., p. 135.
23
24
modernidad, crisis estatal y violencia
157
Este proceso de reestructuración estatal, definido por Hirsch como Estado
nacional de competencia27 se caracteriza por la mundialización dirigida por el
capital financiero.28 Contrario a la idea de globalización –que implica una referencia esencialmente a la idea de la aldea global donde las fronteras se diluyen,
las identidades se unifican en la conformación de una identidad global–, la idea
de mundialización implica una referencia al proceso de trasnacionalización de
los flujos de capitales y del libre tránsito de mercancías sin que por ello desaparezcan las diferencias culturales existentes. Por el contrario, la diferenciación
cultural, racial y nacionalista tiende a marcarse de un modo radical por dos
motivos. El primero, es que la estabilidad del sistema político de las naciones se
comienza a fundamentar en la apelación a los intereses generales de la nación
en contra de los competidores frente al capital trasnacional. Las otras naciones
entonces se convierten en competidores por conseguir los favores del establecimiento del capital en sus territorios. Así, los intereses ajenos se convierten en
los enemigos de la nación, como se puede ver actualmente en la posición de
Estados Unidos frente a Irak en la guerra por el petróleo o contra Venezuela.
En segundo lugar, el resurgimiento de los racismos, nacionalismos, etnicismos
y chauvinismos, es resultado del quiebre del viejo sistema de negociación y cooptación corporativista, la desregulación y el prácticamente nulo control de lo
social por parte del Estado.
La búsqueda de un posicionamiento óptimo frente al capital mundial, hace
que las naciones adopten medidas de escasa regulación en lo que a flujos mercantiles e instalación de industrias se refiere. Se reducen las políticas sociales,
aumentan las privatizaciones, se minimizan los estándares ecológicos a cambio de
que el capital se establezca dentro del territorio nacional. Esto también tiene costos sociales altísimos; las conquistas laborales logradas a partir de largas luchas se
tiran por la borda, como la reducción de la jornada laboral a ocho horas. Se pone
fin a la protección del trabajo femenino e infantil, los bajos salarios se vuelven
cada vez más precarios. En suma, la dominación y la explotación se radicalizan.
La política misma, otrora dedicada a salvaguardar la soberanía de las naciones, se somete casi absolutamente a las fuerzas del mercado mundial. El
Según Hirsch se puede designar al Estado del capitalismo globalizado como Estado
nacional de competencia. Se trata de un Estado cuya política y estructuras internas son determinadas decisivamente por las presiones de la competencia internacional. Su principal finalidad es hacer óptimas las condiciones de rentabilidad del capital nacional en relación con el
proceso de acumulación globalizador, donde la política estatal se somete directamente a las
fuerzas de los hechos del mercado mundial. Hirsch, op. cit., pp. 99-105.
28
Guillermo Almeyra, “Lo político y la política en la mundialización”, en Gerardo Ávalos (coord.), Redefinir lo político, uam-Xochimilco, México, 2002, p. 300.
27
158
rené david benítez rivera
crecimiento económico deja de estar vinculado con el bienestar de las mayorías.
Se crean grandes zonas de pobreza y marginación en todo el mundo en comparación con las islas de bienestar o pequeños sectores que disfrutan realmente
de los beneficios de esta mundialización. Esta tendencia a la radicalización de
las diferencias en el acceso a los beneficios y el grado de explotación y marginalidad, impulsan con mayor fuerza los flujos migratorios hacia los núcleos
industriales o de servicios. Paradójicamente, las naciones tienden a atrincherarse, se militarizan y se sellan las fronteras, la migración se vuelve entonces más
precaria, más riesgosa29 y por ende la explotación se acrecienta, las jornadas
de trabajo se extienden en comparación con los salarios que son cada vez más
miserables.
Cabe señalar que este proceso de transformación estatal hacia un nuevo
modo de regulación, donde la intervención gubernamental se reduce casi a su míni­
ma expresión, no implica la necesaria desaparición del Estado. El mercado,
pese a poseer sus propias leyes y su lógica particular de existencia, no puede
sustentarse por sí mismo, mucho menos ocupar el lugar de un aparato de Estado y efectuar funciones de seguridad social y prevención. El mercado, por
más libre que pueda parecer, necesita del aparato estatal como medio de aseguramiento, regulación y creación de las condiciones mínimas necesarias para
posibilitar su reproducción. El Estado, cumple funciones específicas dentro de
la lógica de reproducción del capital, tales como regular las relaciones comerciales, controlar los precios de algunos productos, el tránsito de mercancías,
evitar las prácticas monopólicas, etcétera. Es decir, el Estado no desaparece ni
se reduce, simplemente se transforma en un Estado que posibilita y permite,
más que nunca, la reproducción ampliada del capital mediante la creación
de las condiciones necesarias para ello. El Estado, al igual que siempre, funge
hoy día como posibilitador de las condiciones para la reproducción ampliada
del capital. La entrada en vigor de tratados de libre comercio multinacionales
firmados y aceptados desde los mismos gobiernos, la creación de leyes que
revierten los logros de las luchas obreras y que flexibilizan el trabajo a favor
de las grandes empresas multinacionales;30 la mínima regulación ecológica, la
condonación de impuestos a empresas y al tránsito de mercancías, son parte
de las labores que realiza el Estado como expresión política de la modernidad
29
Simplemente durante el 2006, se calcula que han muerto más de 6 mil personas intentando cruzar de África a Europa por el archipiélago de las Islas Canarias. Mientras que en
la frontera norte de México mueren alrededor de 500 personas por año tratando de cruzar
hacia los Estados Unidos. La Jornada, México, 30 de diciembre de 2006.
30
Pérdida de la estabilidad laboral, de la formación jurídica y de los contratos colectivos.
modernidad, crisis estatal y violencia
159
capitalista. Debemos tener en cuenta que el capital no es una cosa, sino una
relación; “si el capital no es una forma económica sino una forma de vida humana, entonces el Estado y la política se forman (bilden) o constituyen desde y
en la totalidad del capital”31 en este sentido “los mercados no son fenómenos
naturales, sino circunstancias construidas política e institucionalmente”.32
La mundialización “adelgaza’’ y desgasta a los Estados, pero no los hace desa­
parecer sino que los somete francamente al capital financiero internacional. La
pérdida de soberanía internacional, y al mismo tiempo de consenso popular,
debilita a los Estados y, por lo tanto, los convierte cada vez más en maquinarias
burocráticas autistas […]. El Estado debe cambiar para mantenerse y “adecuarse’’ (someterse, sería más exacto) a los organismos del capital financiero.33
La descentralización y la desregulación adoptada por la mayoría de los
gobiernos por recomendación (forzada) directa de instituciones político-financieras internacionales como la Organización Mundial de Comercio (omc), el
Fondo Monetario Internacional (fmi), el Banco Mundial (bm) y la presión de
los gobiernos de los países centrales sobre los países dependientes,34 apuesta por
la reducción del papel del Estado en la economía, la apertura de los mercados centralizados y nacionalizados y una economía francamente abierta en la
que las proyecciones a futuro dependen del comportamiento de los mercados
mundiales. Paralelamente a este proceso surgen nuevos productos, nuevas tecnologías de producción y de comunicación, cambian las formas de organización fabril, se flexibilizan las relaciones laborales, una continua transformación
industrial, así como la utilización de biotecnología en la agricultura y la producción de alimentos se genera también.35 Del mismo modo, y con la finalidad
de reestablecer la acumulación de capital y la generación de riqueza, los organismos financieros internacionales han presionado a los denominados países
dependientes para lograr una reducción de los costos salariales, un incremento
de los tiempos de trabajo y una intensificación del uso de las plantas fabriles.
Gerardo Ávalos, Leviatán y Behemoth. Figuras de la idea del Estado, uam-Xochimilco, México, 2001, p. 201.
32
Hirsch, op. cit., p. 144.
33
Guillermo Almeyra, “Estado y burocracia en la mundialización” en La Jornada, México, 6 de abril de 1997.
34
Guillermo Almeyra, “Observaciones metodológicas para el estudio de la mundialización dirigida por el capital financiero”, en eseconomía, ipn, México, núm. 6, invierno
2003-2004, p. 22.
35
Hirsch, op. cit., p. 122.
31
160
rené david benítez rivera
Estas condiciones han dado pie a una fuerte crítica a los efectos negativos
del proceso de paulatino desmantelamiento del viejo sistema de seguridad del
welfare estate. La agudización de las desigualdades ha ido en constante aumento,
dando paso con ello, a la aparición de los llamados “nuevos movimientos sociales” y a procesos como el que actualmente vive México.
Crisis estatal y violencia
Como se ha visto el Estado no desaparece, sólo se transforma, pasa de un modo
de regulación posliberal que generó una serie de políticas económicas y sociales que aseguraban su legitimidad –lo que se conoció como Estado de Bienestar– a uno que garantiza la reproducción ampliada del capital. Este proceso
de desregulación se encuentra marcado inicialmente por una mínima intervención estatal en la regulación de los mercados (control de precios, reducción
de aranceles, ampliación del sector público…) y en la protección social. Este
fenómeno abrió paso a un creciente retroceso en la cesión de derechos sociales
y laborales en busca de favorecer la generación de riqueza. El repliegue estatal
de sus funciones de protección social permitió la incursión del capital privado
en la satisfacción de demandas de salud, educación, seguridad, etcétera. Este
repliegue estratégico del Estado, manifiesto en el desmantelamiento del viejo
sistema de seguridad, abre la posibilidad de expresión de diversas identidades
que en la forma estatal posliberal habían sido integradas corporativamente
como parte de los diferentes sectores productivos. Así por ejemplo, se posibilitó
el ascenso de los denominados nuevos movimientos sociales, algunos de ellos
como el indígena, sustentado en un sustrato identitario construido paralelamente al proceso mismo de conformación de la modernidad.
La legitimidad del dominio estatal descansó en la representatividad que
ligaba al partido en el poder con los ideales de la Revolución. La herencia discursiva basada en la reivindicación del proceso revolucionario, la generación de
un sistema de seguridad y una constitución que parecía dar cuenta de esta heredad, garantizó el dominio y una relativa estabilidad, lo que ha dado en llamarse
“pacto”. El despliegue de este modo de regulación que reconfiguró el dominio en
el México posrevolucionario permitió generar un cierto grado de cohesión; la
incorporación de demandas sociales, la expresión de un mínimo Estado de
derecho y una democracia simulada; aunado esto a un crecimiento del poder
adquisitivo, la regulación estatal en los diferentes sectores productivos, el control de precios y la posibilidad de expresiones democráticas como la existencia
modernidad, crisis estatal y violencia
161
de sindicatos –aunque la mayoría de éstos fuesen controlados corporativamente
por el Estado–, abonaron a la legitimidad en el dominio.
La crisis del modo de regulación en el caso mexicano –que sufre fuertes
cuestionamientos en pleno proceso de consolidación como los casos de los
movimientos ferrocarrilero, el de médicos y el estudiantil– que si bien lo cuestionaban, no lograron mermar de manera amplia su legitimidad; así el Estado
comienza a sufrir signos de debilitamiento en una serie de procesos que comenzaron a debilitar su legitimidad.
El primero de ellos puede identificarse a principios de la década de 1980 con
el arribo de los tecnócratas al gobierno y la consecuente puesta en práctica de
políticas neoliberales. Este proceso se marcó por el abandono del discurso reivindicativo de los ideales revolucionarios y el comienzo del desmantelamiento
del Estado de bienestar característico del México posrevolucionario.
El segundo momento puede marcarse por una fuerte crisis al interior del
partido oficial. En la segunda mitad de la década de 1980. A partir de ésta comenzó a gestarse una fractura ante el cuestionamiento en la forma de elección
de los candidatos presidenciales. Encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas, y un
grupo de organizaciones sociales y sectores de izquierda, la ruptura primordial
dentro del pri se da desde el llamado Frente Nacional Democrático que postuló
en aquel entonces a Cárdenas a la Presidencia en las elecciones de 1988 y que
más tarde se convertiría en el Partido de la Revolución Democrática (prd),36
como la respuesta ante el fraude que impuso a Carlos Salinas de Gortari.
El tercer momento importante que abona esta pérdida de legitimidad en la
dominación es el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional
(ezln) el 1 de enero de 1994. El levantamiento armado atrajo la atención in36
Tres son las corrientes políticas fundamentales que logran conjuntarse en el prd: La
Corriente Democrática del pri. La Izquierda Socialista, representada por el Partido Mexicano Socialista (pms), creado en marzo de 1987, y que incorporó las experiencias del Partido
Mexicano de los Trabajadores (pmt) y del Partido Socialista Unificado de México (psum),
que a su vez, es fruto de la unidad en 1981 del Partido Comunista Mexicano (pcm), la Coalición de Izquierda y el Movimiento de Acción Popular. La Izquierda Social, que englobaba
lo mismo a organizaciones sociales como la Coalición Obrera, Campesina, Estudiantil del
Istmo (cocei), la Central Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos (cioac), la
Asamblea de Barrios de la Ciudad de México, la Unión de Colonias Populares, la Unión
Popular Revolucionaria Emiliano Zapata, que a agrupamientos de activistas políticos con
presencia en el medio social como la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria (acnr), la
Organización Revolucionaria Punto Crítico (orpc), la Organización de Izquierda Revolucionaria-Línea de Masas (oir-lm, particularmente en el df) y el Movimiento al Socialismo.
http://www.universidadabierta.edu.mx/SerEst/MCP/Partidos%20Politicos%20II_archivos/Historia%20prd.html#origen.
162
rené david benítez rivera
ternacional al exponer la miseria y la serie de injusticias que afectaban a los
indígenas no sólo de la región. En el marco de un discurso de arribo al primer
mundo dentro de la retórica oficial y en el inicio del Tratado de Libre Comercio con América del Norte.
El cuarto momento se da para las elecciones del año 2000, el entonces presidente, Ernesto Zedillo, renunció públicamente a su capacidad de designar a
su sucesor, como había sido tradición dentro del priísmo. Con esto se intentaba
poner fin a una larga tradición de mecanismos como el “dedazo”. El cambio
del partido en el poder a partir del año 2000, no obstante, no logró generar
una nueva base de legitimación del dominio.
El quinto momento se puede identificar en el fraude electoral de 2006. El
proceso que llevó a Calderón a la Presidencia frente a López Obrador, terminó
por derrumbar la ya frágil legitimidad estatal. El fraude logró socavar los restos
de legitimidad existente, las distintas posturas tomadas respecto a los resultados
electorales dividieron a la sociedad en dos sectores confrontados y lograron
generar un cierto desprestigio de instituciones como el Instituto Federal Electoral.
Ante este panorama de vacío de legitimidad, la búsqueda de aseguramiento
del dominio se buscó en la creación de un enemigo interno, de apelación al
nacionalismo y a la unidad. La idea de un enemigo interno generó un proceso de difusión generalizada del miedo, que posibilita el dominio y permite el
sucesivo desmantelamiento del sistema de seguridad, el retroceso de derechos
sociales y el ataque a procesos cuya sola existencia pone en entredicho el cúmu­
lo de políticas económicas y sociales de corte neoliberal. La búsqueda de legitimidad se ha conformado también sobre un discurso sustentado en un intento
de legalidad que envuelve el uso discrecional de la misma ley. Dentro de un
contexto de crisis mundial, la idea de terminar con el narcotráfico resulta en
extremo compleja: en los últimos años y según estimaciones del fmi, alrededor
del 30% del producto interno bruto lo constituye la economía informal, pero
otros sectores de la economía que aportan cantidades importantes al pib son:
las remesas (que han caído considerablemente debido a la crisis mundial y
el alto desempleo en Estados Unidos) y que aportan alrededor del 2.5% al
pib; el petróleo representa aproximadamente 10%, mientras que el narcotráfico
aporta alrededor del 12% del pib, más que el petróleo o las remesas. Imaginarse la posibilidad de acabar con una fuente de recursos tan importante resulta
descabellado.
No hay crimen organizado, entiéndase narcotráfico, sin apoyo institucional.
Si el narco concentra tanto poder en sus manos, evidentemente no es un mérito solitario, sino que éste se comparte con las altas esferas del gobierno, baste
modernidad, crisis estatal y violencia
163
recordar al ínclito general Gutiérrez Rebollo para darse una idea del grado de
cooperación entre gobierno y narcotráfico.
El fracaso de la (aparente) lucha contra el narcotráfico. Desde el arribo al
gobierno por parte de Calderón y hasta la fecha se ha dado prioridad en gasto
de los recursos públicos en la denominada guerra contra el narcotráfico, sacrificando el gasto social en salud y educación por la compra de armamento y
el despliegue de un dispositivo castrense por todo el país. La “lucha contra el
narcotráfico” se ha convertido en el pretexto perfecto para sacar al ejército a las
calles a realizar labores anticonstitucionales en franca violación de los derechos
humanos. La lista de estas violaciones a los derechos humanos, los abusos, las
muertes y la desaparición de líderes sociales por parte del ejército, constituyen
un factor de descontento creciente en la sociedad. Lejos de generar una sensación de seguridad, los militares propician mayor inseguridad. El número de
muertos en esta limpia de plazas que realiza el ejército en beneficio de un grupo
delictivo específico entre 2006 y el 2011 oscila los 50 mil. La ficcionalización en
el combate al narcotráfico además ha propiciado como es normal, la elevación
de los costos de la droga, acrecentando con ello las ganancias de los grandes
capos como el “Chapo” Guzmán que en marzo de 2009 fue considerado por la
revista Forbes como uno de los hombres más ricos del mundo con una fortuna
equiparable a la de Alfredo Harp Helú y Emilio Azcárraga Jean, con los que
comparte posición en la clasificación de esta revista. Además, la utilización del
ejército ha pretendido llenar un vacío político generado desde las campañas
políticas del 2006 y la cuestionada elección en la que Calderón se hizo de la
presidencia en busca de la legitimidad perdida.
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