LOS RIESGOS DE LA FUNCIÓN JURISDICCIONAL EN LOS ENTES ADMINISTRATIVOS Por: Edgar Norbey Buitrago González No es de ahora que el ordenamiento jurídico atribuya responsabilidades jurisdiccionales a autoridades administrativas, así como no es común, que los ciudadanos identifiquen funciones judiciales en una entidad administrativa, que en la mayoría de los casos son resueltas por instituciones que integran la rama judicial. Tales atribuciones, desbordan el interés y la curiosidad por identificar herramientas funcionales que faciliten el acceso y la efectividad de la justicia. Mediante su estructura y organización, el Estado asignó funciones especiales a cada una de las ramas de poder público, y con ello reconoció grandes bloques a un mismo nivel de autoridad, para garantizar los principios de independencia e imparcialidad. Lo visto en el artículo 24 del Código General del Proceso, es la manifestación excepcional y constitucional, que se resiste a aquella generalidad mayormente reconocida y se aleja de la estructura del Estado tradicional para atribuir además de funciones de administración del estado, responsabilidades judiciales a la Rama Ejecutiva. Podría decirse de los procesos, que por su naturaleza requieran de una segunda instancia, que la independencia y la imparcialidad estarían garantizadas en el momento en que el ciudadano, en uso del derecho que le asiste, ponga en conocimiento de la rama judicial la sentencia proferida por el ente administrativo en primera instancia. Sin embargo, de este mismo argumento surge el siguiente cuestionamiento: si la garantía a los principios de independencia e imparcialidad están garantizados en una segunda instancia del proceso, ¿cuál es la garantía de estos mismos principios en los procesos de única instancia? En el primer escenario parece estar resuelto el inconveniente; no es aceptable sin embargo, que en la estructura judicial de un país, se cree una jurisdicción tan poco útil, donde los usuarios de la justicia no acudan a sus despachos porque no ven en esta una institución creíble; o que en el peor de los casos, en estos mismos despachos se profieran sentencias tan poco autónomas e independientes que incorporen un alto nivel de riesgo de ser revocadas por los jueces de la rama judicial en segunda instancia. En el segundo escenario el riego es mayor, pues no puede concebirse una institución legítima judicialmente reconocida, cuando todo su contexto apunta a que las sentencias producidas incorporen un alto nivel de sesgo. La única instancia en los procesos adelantados por entes administrativos no goza del privilegio de la segunda revisión; entonces, el usuario que ha hecho uso del derecho de acción deberá acogerse sin más opciones, a lo que el servidor designado por la institución haya considerado como elementos de juicio para proferir su fallo. Adicionalmente a lo anterior, en la mayoría de los casos las acciones de única instancia corresponden a individuos cuya capacidad económica y cognitiva limita la capacidad procesal y aumenta la vulnerabilidad en el ejercicio de sus derechos. Otro hecho que pone en tela de juicio la eficacia de la función jurisdiccional de los entes administrativos, está dado por la misma función administrativa. El libre nombramiento y remoción, hace que la designación de un cargo directivo en un ente administrativo, en su mayoría, esté condicionado a los intereses y a la afinidad política del aspirante en relación con el servidor público que ostente mayor jerarquía en el sector central del mismo gobierno; luego, cualquier diferencia que pueda darse entre el primero y el segundo, vislumbra un inminente relevo del servidor designado a la función judicial. No puede desconocerse el poder influyente de los servidores del gobierno para remover cargos aun cuando se trata de servidores públicos de la rama judicial; luego ¿qué habría de esperarse de un servidor que integra la misma Rama Ejecutiva? Aunque en sentencias de constitucionalidad la Corte ha mantenido una línea de decisión uniforme en relación con los principios de independencia e imparcialidad, como aquellos que rigen y caracterizan la Rama Judicial del poder público, argumentando que dichos principios pueden garantizarse en la medida que haya una separación funcional entre la oficina encargada de aspectos judiciales y el resto de la organización1, pareciera poco confiable que la imparcialidad y la independencia estén garantizadas, cuando se trata de una división que hace parte íntegra de una misma Institución, complementa la estructura organizacional como ente administrativo, concentra el poder en un cargo directivo, y es una organización de la Rama Ejecutiva de poder público. La Corte Constitucional al abordar el tema, y basándose en una interpretación sistemática constitucional, y a la luz de las normas internacionales de derechos humanos, ratifica los atributos de las decisiones judiciales: “En tales condiciones, es necesario armonizar la posibilidad que confiere el artículo 116 de la Carta de conferir funciones judiciales a las autoridades administrativas con los requisitos de imparcialidad, predeterminación e independencia que deben tener las personas que ejercen funciones 2 jurisdiccionales” Precisando que la “predeterminación” constituye uno de los requisitos para conferir funciones judiciales a las autoridades administrativas, junto con los de imparcialidad e independencia, la jurisprudencia no se desarrolla a profundidad dicho término. La Corte, sin embargo, al terminar el análisis de la interpretación sistemática constitucional expresa: “…Una conclusión se impone: La ley puede conferir funciones judiciales a las autoridades administrativa , pero siempre y cuando los funcionarios que ejercen concretamente esas competencias no sólo se encuentren previamente determinados en la ley, sino que gocen de la 3 independencia e imparcialidad propia de quien ejercita una función jurisdiccional.” (Negrillas fuera de texto) 1 Sentencia C – 436 de 2013 Mag. Pon. Mauricio González Cuervo Sentencia C – 1641 de 2000 Mag. Pon. Alejandro Martínez Caballero 2y3 Así las cosas, podría pensarse que una posible solución estaría concentrada en el desarrollo que el mismo ejecutivo en la proposición de la ley y el legislativo en su expedición, pueda dar al término “determinación”. No parece nada complicado; en cambio, podría servir de mucho; la determinación constituye la preparación, formulación y definición de una serie de requisitos y procedimientos determinados previamente, para mitigar el riesgo de parcialidad y falta de independencia en procura de lograr el fin propuesto. Esto aplicado a la estructura organizacional de los entes administrativos, requiere la necesidad de adelantar un estudio desde su origen, de los esquemas orgánicos de cada una de las instituciones a las que se le han asignado funciones jurisdiccionales, para que desde allí se propongan y se definan los cambios que garanticen principalmente la independencia. De esta manera, podría darse cumplimiento al requisito de la “predeterminación” en forma previa al ejercicio de actividades judiciales por parte de los entes administrativos. Para garantizar lo anterior, será necesaria la atención del legislador y del ejecutivo, no para reformar el artículo 24, sino para que desde una de las fuentes principales del derecho (la ley), a través de normas especiales, se modifiquen las estructuras organizacionales y funcionales de estos entes administrativos, de tal forma que se establezca desde el mismo esquema orgánico, entre otros, el requisito, para que junto al nombramiento del Director general o Superintendente, se nombren bajo procedimientos especiales, los servidores públicos judiciales que desarrollarán las funciones mencionadas en el artículo 24 del Código General del Proceso, y que en cabeza de éste resida la competencia autónoma para conformar la planta de personal accesoria que integre su Despacho; y en forma complementaría, la asignación de un espacio físico que evidencie la independencia del resto de la organización. Adicionalmente, con las mismas formalidades que sugiere el ordenamiento jurídico, habría que liberar de presiones externas al servidor público que tenga a su cargo el ejercicio de estas actividades, y de esta forma garantizar una estabilidad funcional en períodos de tiempo definidos en la misma norma. Aunque no es la dinámica usada en el nombramiento de jueces en la Rama Judicial, para estos servidores públicos de la Rama Ejecutiva, por tener esa denominación particular, requerirá la creación de un cargo cuyo nombramiento se haga para intervalos de tiempo, es decir, el juez nombrado por el ente administrativo debería cumplir el requisito de período, asegurando así estabilidad y criterio en el ejercicio de la función judicial. Del tratamiento que se dé a los presupuestos que la Corte ha definido en relación con los principios de predeterminación, independencia e imparcialidad, dependerá el eficiente ejercicio de la función jurisdiccional, pues la subordinación crea dependencia, la dependencia somete la imparcialidad, y a falta de estos principios no puede garantizarse el ejercicio pleno de la función jurisdiccional pretendida por artículo 24 del Código General del Proceso y desarrollada por entes administrativos, con vistas a una pronta y cumplida justicia.