Es muy franco… ¡siempre dice lo que piensa! Pero, ¿nos respeta?

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Es muy franco… ¡siempre dice lo que piensa! Pero, ¿nos respeta?
Prof. Bartolomé Yankovic, Oct., 2011
Todos conocemos a personas que alardean de franqueza. ¡Voy con la verdad por
delante; soy muy derecho! dice alguien. ¡Siempre digo lo que pienso y eso a veces me trae
problemas, pero no me importa!, dice otro. Hay gente que, equivocadamente, tiene alta
valoración – y aún temor – de quienes actúan así.
Para empezar, la franqueza no excluye el
respeto, la consideración a las personas, cuestión
fundamental. Podemos, por ejemplo, estar en
desacuerdo y rechazar los errores que alguien
cometa en su trabajo o en su comportamiento…
Si somos compañeros y con una relación de
amistad, podemos comentar la situación al
afectado, incluso ayudarlo, planteando el
problema con claridad, pero ¡con respeto!, sin
descalificaciones ni expresiones hirientes. Si
tenemos una posición de jefatura en este
hipotético caso, podemos llamar la atención a la persona, en privado, describiendo sus
faltas, llamando a corregirlas… Si las faltas son reiteradas y graves, la interpelación puede
ser más dura, hasta el despido… pero, siempre, respetuosa. En suma, es posible ser
franco, decir la verdad, pero sin descalificar ni condenar. ¿Y cuál es la medida del
respeto? Ni más ni menos el respeto que queremos para nosotros mismos.
Otro aspecto que a más de alguien sirve de excusa… ¡es el diccionario! Si la palabra
está en el diccionario, se puede usar, dicen. El argumento no resiste análisis: el diccionario
es un registro de palabras, pero no una recomendación de uso.
¡Entonces, a no equivocarnos! Las “personas francas” no tienen patente para decir
lo que les plazca. No debemos aceptar la mala educación, la falta de tino, el tono
despótico, los gestos airados. Los fundamentos son de tipo lógico. Pero se refuerzan con
las ideas de Humberto Maturana, quien postula que “lo propiamente humano se da en un
espacio relacional que es el amor”. ¿De qué se trata? ¿Es solo para enamorados? ¡No!
o Humberto Maturana sostiene que lo humano surge, en la historia evolutiva, hace
millones de años cuando el hombre inventa el lenguaje… Con él se constituyen “el
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conversar” y “el emocionar”… hechos que definen el linaje del Homo sapiens.
Antes de este invento, el hombre primitivo no era Homo sapiens…
o El origen del lenguaje es producto de una historia de encuentros conductuales,
intensos y prolongados que se repiten una y otra vez, que delimitan una
aceptación mutua. El hombre primitivo que vivió en África hace 3,5 millones de
años tenía un modo de vida centrado en la recolección de alimentos, en el
compartir estos alimentos, en la colaboración de machos y hembras en la crianza
de los niños, en una convivencia sensual y en una sexualidad de encuentro frontal,
en el ámbito de grupos pequeños formados por unos pocos adultos más jóvenes y
niños. Este modo de vida ofrece todo lo que se necesita para dar origen al
lenguaje.
o Esta forma de vida humana hizo posible el lenguaje. Y es el amor la emoción que
constituye es espacio de acciones donde se da el modo de vida humana. El amor,
entonces, es la emoción central en la historia evolutiva que da origen al hombre,
como ser humano. El amor es un espacio relacional. [Hoy sabemos, continúa H.
Maturana, que la mayor parte de las enfermedades humanas somáticas y psíquicas
pertenecen al ámbito de interferencias con el amor].
o Cuando surge el modo de vida propiamente humano, el conversar como acción
pertenece al ámbito emocional en que se da el lenguaje y esto significa que el
lenguaje surge como un modo de estar en la coordinación de acciones en la
intimidad de la convivencia sensual y sexual. Pensemos, para aclarar esto, en lo
siguiente:
- Acostumbramos a usar imágenes táctiles para referirnos a lo que nos
pasa con las voces de quien habla. Así, decimos que una voz puede ser
suave, acariciante, hiriente, dura…;
- En el habla desencadenamos mutuamente cambios fisiológicos,
hormonales;
- En el placer que experimentamos en el conversar y en los movimientos
que realizamos. Las redes de conversaciones se generan en la convivencia
con los otros, y son redes de coordinación de acciones y emociones;
- Todo quehacer humano se da en el conversar y lo que en el vivir de los
seres humanos no se da en el conversar NO es quehacer humano.
o Como todo quehacer humano se da desde la emoción, nada humano ocurre fuera
del lenguaje, del conversar y del entrelazamiento del conversar con el emocionar.
Por lo tanto, lo humano se vive siempre desde la emoción, aun cuando se trate del
más extraordinario y puro razonar.
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o El emocionar, en cuya conservación se constituye lo humano al surgir en el
lenguaje, se centra en el placer de la convivencia, en la aceptación del otro junto a
uno; es decir, en el amor que es la emoción que constituye el espacio de acciones
en que aceptamos al otro en la cercanía de la convivencia.
o El amor, entonces, funda en el origen de lo humano el goce de conversar que nos
caracteriza… hace que tanto nuestro bienestar como nuestro sufrimiento
dependan de nuestro conversar, y se originen y terminen en él. El amor es la
emoción que constituye el espacio de acciones en el que aceptamos al otro en la
cercanía de la convivencia.
o El amor, como espacio relacional propiamente humano según Humberto Maturana
se da cuando conversamos, hablamos… con el profesor, el jardinero, el alumno, el
dentista, la cajera del supermercado… un espacio de mutua aceptación, amable,
de buena disposición, donde todos nos sentimos cómodos. Ese espacio amoroso,
cordial, “de buena onda” es el que suelen romper “las personas francas que dicen
lo que quieren y como quieren”. ¡No aceptemos esa ruptura!
o Las consecuencias que tiene el planteamiento de Maturana para la educación, en
cualquier nivel, son innegables: es un ambiente “amoroso”, respetuoso, de
confianza, acogedor, amable… ¡se aprende más y mejor! y la tarea del profesor se
hace más fácil y grata.
o Hay quienes dicen – como alguna ’pinturita’ de la TV que opina de lo humano y lo
divino sin tener idea de nada – que “sus palabras me resbalan”… “no les doy
ninguna importancia”, “no me tocan”, “los dejo que hablen”... Este tipo de
afirmaciones no es real: todo lo que se diga de nosotros, en cualquier sentido, nos
afecta, desencadena cambios fisiológicos, hormonales, que no percibimos, además
de cambios de comportamiento… Ahora bien; si la persona que habla u opina mal
de nosotros es próxima y nos quiere, sus comentarios nos afectarán bastante; si se
trata de alguien que no nos interesa mayormente, las consecuencias para nosotros
serán menores. La valoración que hacemos depende de la persona que emite las
opiniones.
o Nadie puede declararse inmune a “las palabras” de los demás. Pensemos,
solamente, cuántas peleas, grandes o pequeñas, o desencuentros… se inician a
partir de comentarios… de un vecino, un colega, un amigo, un pariente, etc. Hay
ocasiones – todos las hemos vivido - en que una discusión eleva el ritmo cardíaco,
sube la presión; la sangre fluye a la cara; en otras, podemos palidecer; puede
desencadenarse el llanto… O las manos sudan, el ritmo intestinal se acelera, etc. ¡Y
todo ello a partir de las emociones que nos generan las palabras, el lenguaje!
Entonces, ¡cuidado con nuestro lenguaje!
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