El humanismo de Santo Tomás de Aquino, según - E

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CONGRESSO TOMISTA INTERNAZIONALE
L’UMANESIMO CRISTIANO NEL III MILLENNIO:
PROSPETTIVA DI TOMMASO D’AQUINO
ROMA, 21-25 settembre 2003
Pontificia Accademia di San Tommaso
–
Società Internazionale Tommaso d’Aquino
El humanismo de Santo Tomás de
Aquino, según Etienne Gilson
Rev. Prof. Pedro Javier Moya Obradors
Shoreless Lake School, Totana (España)
Confronted with the collapse of all the humanisms of such varied sorts that appeared throughout the twentieth
century, the search for a new humanism for the third millennium must turn to the sources of authentic Christian
thought. Only in authentic western tradition and, above all, in Catholic Christianity, does man become great. Etienne
Gilson, an authority on Saint Thomas, and faithful interpreter of his doctrine, in the 1929 Congress of Naples had
already insisted on the fact that a new humanism, based on Aquinas, could only be constructed if founded on the
indissoluble synthesis of revelation and reason.
A lo largo de la historia del pensamiento, el estudio del hombre ha
ocupado un lugar eminente en todas las doctrinas filosóficas, pero nunca con
tanta fuerza e intensidad como en el siglo XX. Hemos asistido en los últimos
cien años a una eclosión de filosofías que siempre se presentaban preocupadas
por el hombre, hasta el punto de que todas ellas han reivindicado para sí el
calificativo de humanistas, intentando hacer ver con ello que su esfuerzo e
interés iban más allá de una mera consideración filosófica del problema y que
por el contrario era precisamente ese rasgo el que las definía y caracterizaba.
Tanto es así, que daba la impresión de que el sólo hecho de presentarse como
tal, confería de modo automático una especie de garantía de calidad y
eliminaba de por sí cualquier sospecha de error.
Sin embargo la historia de tales filosofías y el resultado final de la
aplicación de sus postulados, ha demostrado que la gran mayoría de estos
autoproclamados humanismos han fracasado. Nunca tanta preocupación por el
hombre como ahora y nunca tanta destrucción como ahora del verdadero
concepto de hombre. Por eso precisamente urge más que nunca buscar ese
humanismo que sería una guía segura para este tercer milenio que
recientemente hemos comenzado a recorrer.
© Copyright 2003 INSTITUTO UNIVERSITARIO VIRTUAL SANTO TOMÁS
Fundación Balmesiana – Universitat Abat Oliba CEU
P. J. MOYA OBRADORS, El humanismo de Santo Tomás de Aquino, según Etienne Gilson
Los diferentes humanismos divergen entre sí dependiendo de la
concepción de fondo que haya en su consideración del hombre. Los
humanismos marxistas, existencialistas, nietzscheano, freudiano u otros de
semejante signo muestran bien a las claras que no pueden aceptarse tales
doctrinas sin hacer antes una valoración profunda de sus presupuestos,
analizando cuidadosamente qué entienden por hombre y sobre qué aspectos
más profundos descansa tal concepción.
Es claro el fracaso de los humanismos que se reconocen ateos desde el
principio y que han llegado a ser un verdadero drama, tal como fueron
certeramente calificados por De Lubac1 hace ya muchos años. No se puede decir
que sean ateos, sino más bien antiteístas, pues han sacado la conclusión de que
entre la existencia de Dios y la del hombre existe un antagonismo eterno, de tal
modo que ambos serían excluyentes. Pero lo cierto es que si el hombre se decide
a organizar la tierra sin Dios, no puede organizarla más que contra el hombre.
El humanismo exclusivo es un humanismo inhumano,2 y por eso mismo la
destrucción de la divinidad será la construcción de la humanidad.
Todas las teologías de la muerte de Dios aparecidas en el siglo XX y las
que se asimilan a ellas, no tienen otro objeto que el de separar al hombre de
Dios, despojarlo de ese ser molesto que le estorba para su realización plena. El
verdadero Dios es el hombre. Dios es el hombre para el hombre, es el grito de
Feuerbach con el que se inaugura inmediatamente después de Hegel, la
conversión de la Teología en Antropología, grito que representará un nuevo
modo de concebir las relaciones del hombre con Dios, o sea, las relaciones del
hombre consigo mismo y que Gilson ha descrito de modo excelente como
“Antropolatría”.3
De modo análogo, los humanismos socialistas y marxistas vienen a
centrarse en un hombre basado en lo terreno, independiente (independizado)
de todo lo divino, porque no tiene otro objetivo que el de realizarse en este
mundo y conseguir el paraíso terrenal, el estado perfecto en la tierra. Es
De Lubac, H.: El Drama del humanismo ateo. Epesa, Madrid, 1967.
Ibid. p. 11. "Un hombre sin Dios acaba inevitablemente en anti-humanismo". Cfr.
Illanes, J.L.: Humanismo, en Gran Enciclopedia Rialp, vol. XII, pp. 231ss. Efectivamente
es un humanismo exclusivo tal como lo define De Lubac, porque se afirma al hombre
negando a Dios y se niega a Dios para afirmar al hombre.
3 "The doctrine of Feuerbach aimed at the destruction of all supernaturalism, and
was expressly contrived to achieve it. Let us convince man that he is the supreme
reality, he will no longer look for happiness above himself, but within himself. (…) The
new Religion was a worship of human nature, an "Anthropolatry". Gilson, E.: The unity
of philosophical experience, Ignatius Press, San Francisco, 1999, pp. 226-227.
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también ateo4 y acaba negando la libertad la inmortalidad y la dignidad de la
persona humana, degenerando en un antropocentrismo colectivista.
Igual sucede con el intento del existencialismo sartriano por presentarse
con la etiqueta humanista. Pero claro está, un humanismo que también diluye el
hombre en su propia existencia, una existencia que está siempre por hacer. El
existencialismo es un humanismo en el sentido de que el hombre es el fin, e
incluso el mismísimo fin último, en el triple sentido de que para sí mismo él es el único y
exclusivo legislador, tiene que crearse por sus propios actos y en todo lo que proyecta es
en el fondo, su propia libertad lo que desea;5 es en definitiva el anuncio del
desamparo moral del hombre que al dejar a Dios de lado tiene que estar
constantemente decidiendo sobre sí mismo. Por otro camino distinto, también
aquí se niega a Dios para afirmar al hombre. Un hombre que se queda solo, sin
Dios, con la soberbia de haberlo eliminado por “innecesario”. Es el hombre de
la soledad y por tanto de la tristeza y de la amargura. El hombre que contempla
su vida como una pasión inútil, como un vacío enorme que hay que llenar en un
intento desesperado y que no podría ser justificado por nada ni por nadie.
Es por tanto evidente, que estos humanismos no pueden sustentarse
como tales6 y mucho menos fundar las bases de un supuesto humanismo
cristiano.
Pero debemos constatar también el fracaso de otras doctrinas humanistas
de corte cristiano, que sin duda con buena voluntad, pero con fundamentos un
Cfr. Illanes, op. cit. p. 221. "El ateismo es el humanismo mediado consigo mismo
por la supresión de la religión", dice Marx advirtiendo del poder destructivo que tiene
el humanismo para suprimir a Dios. Cfr. Gómez Pérez, R.: El humanismo marxista,
Rialp, Madrid, 1977, p. 184.
5 Verneaux, R.: Lecciones sobre el ateismo contemporáneo, Gredos, Madrid, 1971, p. 65. El
mismo Sartre dirá en su obra El existencialismo es un humanismo, que "el existencialismo
ateo que yo represento, declara que si Dios no existe, hay por lo menos un ser en quien
la existencia precede a la esencia, un ser que existe antes de poder ser definido por
ningún concepto y que ese ser es el hombre". Cfr. Ibid. p. 63.
6 "Las presuntas filosofías humanistas siempre han recortado la dimensión del
hombre, convirtiéndole en algo trivial y esclavizado. Freud lo ha reducido a un cúmulo
de complejos, prisionero de sus traumas infantiles; Marx lo ha reducido a un ser
puramente económico, prisionero de la dialéctica de la historia; el darwinismo lo ha
reducido a un mamífero especializado y nada más. Se podría añadir que en la mayoría
de los sistemas religiosos orientales, la vida del individuo es más o menos irreal o no
tiene importancia. Sólo en la antigua tradición occidental y sobre todo, en la
cristiandad católica, el hombre se convierte en algo grande". Derrick, C.: Huid del
escepticismo, Encuentro, Madrid, 1982, pp. 145-146.
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P. J. MOYA OBRADORS, El humanismo de Santo Tomás de Aquino, según Etienne Gilson
tanto equivocados han aparecido en los últimos tiempos. No es este el lugar
para analizarlas en profundidad, pero sin duda se han basado en una
desmedida preocupación por lo terreno, que puede llevar consigo un ideal
utópico que olvide o al menos soslaye los fundamentos espirituales y
sobrenaturales. Este es el caso del llamado Humanismo integral propuesto por
Jacques Maritain y que él mismo define como orientado hacia una realización sociotemporal de aquella atención evangélica a lo humano que debe existir no sólo en el orden
espiritual, sino encarnarse, tendiendo al ideal de una comunidad fraterna.7 Pero no es
posible desvincular esta propuesta de la sospecha de que se esté reduciendo
dicho humanismo a una especie de humanismo solidario que sea más utópico que
real.8 La mera preocupación por el hombre no es suficiente para definir el
humanismo, si no se tiene buen cuidado en constatar que ese hombre es
creatura de Dios y que se distingue radicalmente de su Creador. La mera
solidaridad, si va desgajada de la virtud de la caridad -el amor cristiano-, es
hueca y en la medida que se establece como valor absoluto construye asimismo
un humanismo que diluye al hombre y que le hace disolver su individualidad
en una “humanidad” utópica que reparte responsabilidades y por tanto reparte
también la posibilidad de gozar de la alegría de sentirse hijos de Dios.
Por esto mismo, tampoco será útil y resultará incluso peligroso,
ampararse en aquellos humanismos que aceptando de entrada que el hombre es
creatura de Dios, se deciden por apremiar a este mismo hombre a que se fije
más en lo que Dios es para-él, que en lo que Dios es en-sí. Peligrosa propuesta
que podría llevar a una antropología deseosa de encumbrar al hombre, pero
que dejara de lado los aspectos más profundamente teológicos. El llamado giro
antropológico denunciado por Cornelio Fabro no queda tan lejos,9 y ha llevado en
la práctica a una desviación de muchos contenidos tanto más preocupantes,
cuanto más habitualmente aparecen en los ambientes intelectuales católicos.10
Maritain, J.: Humanismo integral, Ediciones Carlos Lohé, Buenos Aires, 1966, p. 15.
El subtítulo de esta obra, publicada por vez primera en 1936, reza así: Problemas
temporales y espirituales de una nueva cristiandad, lo cual mereció un estudio muy
interesante de Leopoldo E. Palacios: El mito de la nueva cristiandad, Rialp, Madrid, 1957.
9 Cfr. Fabro, C.: La aventura de la Teología progresista. Eunsa, Pamplona, 1974. Es
interesante, aun teniendo en cuenta el paso del tiempo, la recesión que de este libro
hizo en su día L. Mateo Seco en “Scripta Theologica”.
10 Baste como botón de muestra la nueva denominación que desde los años 80 se
suele dar a los Tratados Teológicos Creación-Gracia-Escatología, que pasan ahora a ser
respectivamente, Antropología Teológica I, II y III. El influjo de dicho giro
antropológico es innegable por mucho que se quiera disimular, como es innegable la
influencia de los teólogos que lo propiciaron.
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Habrá que volver al verdadero humanismo cristiano, un humanismo que
se centra en Dios y que ve al hombre como dependencia radical de Dios de la
que derivan todas sus propiedades y atributos. Una vez más, la vuelta a Santo
Tomás de Aquino se hace necesaria. Por eso, en el V Congreso Internacional de
Filosofía11 que tuvo lugar en Nápoles en el año 1929, Etienne Gilson recordó con
claridad las bases del humanismo del Aquinate, justamente en un momento
histórico vital para Europa, en el que estaban en pleno auge las pretensiones
humanistas ya analizadas, bajo las influencias de las doctrinas filosóficas a que
antes aludíamos. Es la época de entreguerras, con una intelectualidad
empeñada en superar el fracaso que para la humanidad supuso la Gran Guerra,
dispuesta a que nunca se volviera a repetir tamaño desastre, pero buscando
muchas veces dicha superación en filosofías igualmente ateas.
El humanismo de Santo Tomás depende en mucho del humanismo
trazado ya desde Aristóteles como conquista del pensamiento griego. El
hombre está revestido de una naturaleza que por ser racional está capacitada
para llevar a cabo la mayor y más alta de las misiones de las que se asignan a
los seres que pueblan y componen la naturaleza toda: la de ser racional, la de
poder acceder a las cosas intelectuales siendo él mismo parte de esa naturaleza
material, la de la posesión del pensamiento puro que de alguna manera
inmortaliza al hombre.12 Aristóteles, -lo recuerda bien santo Tomás-, busca el
Fin último de la naturaleza humana y lo encuentra en cierto modo fuera de esa
misma naturaleza. En efecto, el hombre puede llegar a captar en las cosas
materiales, puramente sensibles y a las que llega por la pura sensibilidad, algo
que específicamente le sobrepasa: aquello de intelectual que hay en ellas
mismas. Es algo misterioso que no se podría explicar sin hablar al mismo
tiempo de la naturaleza espiritual del hombre. Y por eso mismo, cuando
Aristóteles quiere concretar ese Fin último, no tiene más remedio que admitir
que sería la contemplación de las cosas divinas (eso mismo hace al hombre de
algún modo divino), pero dicho esto tampoco puede evitar constatar que esto
Gilson, E.: L'Humanisme de saint Thomas. Atti del V Congresso Internazionale di
Filosofia, Napoli, 1924. Kraus Reprint Limited, Nendeln/Liechtenstein, 1968, pp. 976989.
12 Seule la vie contemplative satisfait aux exigences du désir humain et l´on sait
comment l´Ethique à Nicomaque célèbre la contemplation par la pensée pure, qui nous
immortalise en quelque sorte dés cette vie et nous rende par là même semblables à
Dieu. Gilson: L´Humanisme… art. cit. p. 980.
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P. J. MOYA OBRADORS, El humanismo de Santo Tomás de Aquino, según Etienne Gilson
supera al hombre en cuanto hombre. Por eso Gilson señala que Aristóteles
tendrá que matizar diciendo “…hasta donde puede llegar en cuanto hombre”.13
Es como una esperanza en la bienaventuranza perfecta, pero sin llegar a
poseerla nunca, dado que el objeto queda muy por encima de la propia
naturaleza humana.14 Aristóteles supo captar este problema sin poder darle
solución, y el mismo Santo Tomás supo también integrarlo en la verdadera
Sabiduría cristiana. Precisamente la síntesis de razón y revelación, fundará las
bases para ese nuevo Humanismo del que el Aquinate será digno representante.
Hay una diferencia notable entre lo que podemos saber y lo que
necesitaríamos saber para ser perfectamente felices. Esta diferencia, que
Aristóteles y el pensamiento griego en general no sabe o no puede explicar, la
explica Santo Tomás acudiendo a la promesa evangélica. Gilson lo expone con
claridad: “Es aquí donde el hombre tiene que hacer su elección: resignarse con
Aristóteles a que el Bien Supremo del hombre permanezca irremediablemente
fuera de las esperanzas del hombre: es el humanismo griego de la pura razón; o
bien escuchar la promesa del Evangelio, hacer este acto de fe en que la distancia
que soportamos no es infranqueable, que nuestro deseo de conocer las causas y
la causa de las causas no es vano y este es el humanismo cristiano de la razón,
que una esperanza -de la que la razón no es su origen- lleva a afirmarse
íntegramente a sí misma, en una reivindicación incondicional de sus exigencias
más altas. Este es también el humanismo de Santo Tomás de Aquino”.15
El pensamiento griego encuentra su plena satisfacción y cumplimiento en
el pensamiento cristiano, superando la decepción inicial de una naturaleza que
se encontraba incapacitada para llegar a sus más altas cimas, y que desde la
Edad Media es considerada como capaz de recibir mucho más de lo que se
podría dar a sí misma. Lo que enaltece al hombre cristiano es precisamente su
sobrenaturaleza, que lejos de impedir que su naturaleza obre según sus propias
reglas, la eleva por encima de sí misma y le concede un nuevo impulso. La
Cfr. In Ethica, cap. 10, n.16, lect. 16. Santo Tomás lo describe así: Attendendum
etiam quod in hac vita non ponit (Aristoteles) perfectam felicitatem, sed talem qualis
potest competere humanae et mortali vitae. In Ethic., lect., 13 sub fine. La béatitude de
l´homme considérée comme accessible en cette vie (et l´hellénisme aristotélicien n´en
connaît pas d´autre) ce n´est jamais la Béatitude absolue. Ibid. p. 979
14 “…cet intelligible que le sensible contient, ce n´est pas notre intellect qui l´y a
introduit, puisqu´il ne fait au contraire que l´en dégager; il vient donc d´ailleurs et des
plus haut, étant qu´une participation ou ressemblance de quelque lumière
transcendante à l´intellect en même temps qu´à son objet. Ibid. p. 981.
15 Cfr. Ibid. p. 982. Se puede consultar S. Thomae Aquinatis: Compendium Theologiae,
cap. CIV-CVI.
13
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naturaleza humana, elevada por la gracia, supera todas las barreras que la
naturaleza tomada en sí misma pueda presentar.16 De esta forma, el humanismo
helénico se convierte en humanismo cristiano.
Etienne Gilson ha rebatido con gran fuerza las acusaciones tan habituales
en su tiempo, y tan aceptadas como verdades absolutas en el nuestro, que hacen
referencia al Renacimiento como la época en que se “recupera” la consideración
del naturalismo y de la propia naturaleza humana, tras el supuesto abandono
por parte de la Edad Media. Según unos acusadores, la teología cristiana habría
abandonado la naturaleza en beneficio exclusivo de la sobrenaturalaza.17 Según
otros, Santo Tomás habría exaltado en demasía la naturaleza para dejar de lado
la sobrenaturaleza y la gracia.18 Pero una vez más, Gilson reivindica para el
cristianismo el mérito de haber constatado el valor incomparable del hombre;
un hombre tal, que el mismo Dios se encarna y se inmola para salvarlo. “Es el
hombre, unidad indivisible de cuerpo y alma, que no puede salvarse sin el
Cristianismo, pero sin el cual el Cristianismo no habría tenido nada que salvar;
y que se salva asegurando por una vida humana perfecta, la realización integral
de su destino divino”.19
Hay que volver, pues al humanismo de Santo Tomás, al humanismo
cristiano en su plena integridad, al hombre destinado por Dios a ser su amigo y
su contertulio. Sólo en esta perspectiva se podría hablar de un Humanismo del
tercer milenio en el que quedaran para siempre enterradas las aspiraciones
meramente humanas de un humanismo sin Dios o al margen de Dios. O dicho
de otro modo, un humanismo que huyera de esos humanismos de consenso, tan
“L´homme est éminemment sa raison, et puisque c´est pour satisfaire pleinement
ce qu´une raison humaine requiert que la théologie thomiste lui apporte ce qu´elle
n´osait d´elle même s´accorder, le naturalisme n´a rien à perdre, en ´acceptant, que ses
propres limitations”. Ibid, p. 982.
17 Se puede consultar la gran cantidad de estudios llevados a cabo por Gilson en su
larga vida intelectual. Baste referirse aquí a algunos de los artículos más importantes:
“Le Moyen Âge et le naturalisme antique”, Archives d´Histoire doctrinelle et litteraire du
Moyen Âge, 7 (1932), 5-37. Cfr. Gilson, E.: “La scolastique et l´esprit classique”, Revue
trimestrelle canadiénne, 16 (1930), 164-176. Cfr. tb. Gilson, E.: “Humanisme médievale et
Rennaissance”, Revue trimestrelle canadiénne, 16 (1930), 1-17.
18 Entre éstos últimos está precisamente Lutero para quien Santo Tomás ha
contaminado el Evangelio de paganismo, o la historia protestante de los dogmas, con
Harnack a la cabeza, “cuyo esfuerzo por disociar de la tradición cristiana el helenismo
que se encuentra mezclado en ella, ha dado por resultado reducir el cristianismo a una
simple definición abstracta, puesto que de hecho el cristianismo sin helenismo es una
ficción que no ha existido jamás.” Cfr. Gilson, E.: L´Humanisme… art. cit. p. 985 n. 1.
19 Ibíd. p. 986.
16
p. 7
P. J. MOYA OBRADORS, El humanismo de Santo Tomás de Aquino, según Etienne Gilson
de moda en nuestros días, cuyas bases más firmes consistirían en una serie de
verdades aceptadas por todos, con el objetivo de no herir sensibilidades, con un
equivocado respeto por las opiniones diversas que termina convirtiéndose en
una aceptación del error y de la mentira. Tampoco podría consistir en una
especie de humanismo solidario que buscara lo que hay de común en el hombre y
que por eso mismo se convirtiera en un humanismo de mínimos.
Quizá sea la hora de hablar de un humanismo de máximos. Elevar el
horizonte chato y feo en que el mundo que se ha olvidado de Dios ha querido
sumergirse, para llegar al hombre que se sabe plenamente realizado porque se
sabe amado por Dios y se sabe hermano de los demás hombres, creados a
imagen y semejanza de un Creador que es al mismo tiempo Padre. Que se
enorgullece de todo ello y que por eso mismo no tiene vergüenza alguna en
proponerlo como meta. Para ello, la vuelta a Santo Tomás de Aquino y los
valores evangélicos: “la afirmación filosófica de la grandeza original del
hombre y la grandeza del hombre creado por Dios a su imagen y semejanza,
con una posibilidad siempre abierta para su desarrollo… según la cual, las
promesas de futuro hechas al hombre por el filósofo no corren ningún riesgo al
no ser desaconsejadas nunca por el teólogo”.20
20
Gilson, E.: L´Humanisme…, art. cit. p. 978.
p. 8
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