El principio Pacta Sunt Servanda y la cláusula Rebus Sic Stantibus

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El principio Pacta Sunt Servanda y la cláusula Rebus Sic
Stantibus; entre la contradicción y la complementariedad; un
reto argumentativo
Dra. María del Carmen Platas Pacheco
29 y 30 de enero de 2014
El principio Pacta Sunt Servanda y la cláusula Rebus Sic
Stantibus; entre la contradicción y la complementariedad; un
reto lógico-argumentativo
Pacta est duorum pluriumve in idem placitum consensus*
Digesto. Libro II, título XIV
El objetivo de este trabajo es contribuir al análisis y reflexión
lógico-argumentativo respecto de la estructura discursiva que
subyace al uso del Principio Pacta Sunt Servanda y la cláusula
Rebus Sic Stantibus como elementos nocionales y doctrinales en
aparente contradicción o complementariedad, de manera que las
aplicaciones concretas a los casos que devienen en litis puedan ser
resueltos en el foro y la judicatura, respetando la exigencia lógica de
no contradicción y la coherencia y consistencia propias de la
argumentación prudencial como máxima expresión del Derecho.
En materia de obligaciones y contratos, uno de los principios
generales del Derecho y máxima que rige en nuestro ordenamiento
jurídico es el aforismo Pacta Sunt Servanda, y que viene a significar
que lo pactado obliga.
Este principio es una manifestación de la autonomía de la voluntad y
del espíritu del negocio jurídico y constituye una regla tradicional
por la cual se establece que los pactos, los contratos, se celebran
para ser cumplidos y lo deben ser precisamente en sus propios
términos.
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El contrato es el consentimiento de dos o más personas sobre una misma cosa.
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Stantibus; entre la contradicción y la complementariedad; un
reto argumentativo
Dra. María del Carmen Platas Pacheco
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La realidad, sin embargo, es más rica y compleja que la doctrina y
ley, y, en los hechos, existen ocasiones en que es necesario realizar
una labor de interpretación prudencial, lógica y coherente de la
literalidad de lo pactado, a la luz de los eventuales cambios de
circunstancias, al momento de hacerse exigibles, respetuosos del
bien que supone la seguridad jurídica.
Este principio general del Derecho, este aforismo jurídico, que
resulta tan inamovible e incluso estricto y rígido en su misma
literalidad, continuará siendo materia de reflexión para la academia
y el foro, ofreciendo perspectivas de análisis a las formulaciones
doctrinales. A la luz de los nuevos tiempos y de la nueva realidad
social y económica que vivimos, su revisión es oportuna, entre otros
motivos para armonizar las disposiciones, normas y doctrinas ya
existentes en nuestro ordenamiento jurídico mexicano.
En este sentido, la interpretación y aplicación del principio y la
cláusula referidos, pueden ser, como de hecho son, materia de
revisión y actualización, a fin de lograr la certeza jurídica, la
armonía y la paz social, y de esta manera contribuir a la
aplicabilidad y vigencia del Derecho.
La realidad social, el tiempo en que se celebran los contratos, el
tiempo en que han de ser cumplidos y el tiempo de aplicación de las
normas, no corren de manera simultánea, ni siquiera paralela. De
hecho, todos estos factores no son estáticos o ajenos a las
incidencias sociales, económicas y políticas en que transcurren las
relaciones comerciales, sociales y mercatorias de los gobernados.
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reto argumentativo
Dra. María del Carmen Platas Pacheco
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Por todo ello es de especial importancia tener en cuenta la
complejidad de la aplicación de los principios y las cláusulas
jurídicas, así como las normas y Tratados Internacionales aplicables
y su interpretación, sin alejarse, desde luego, de las circunstancias en
que originariamente fueron realizados los pactos y aquellas otras en
que tendrán cumplimiento, que pueden, o no, ser las mismas de
cuando esos acuerdos se llevaron a cabo.
Un amplio segmento de los doctrinarios han pretendido resolver la
confrontación entre el principio de seguridad contractual "Pacta
Sunt Servanda", esto es, que los contratos se celebran para ser
cumplidos y la cláusula Rebus Sic Stantibus, es decir, mientras
prevalezcan las mismas circunstancias; se inclinan a favor de esta
última, argumentando que por voluntad tácita de las partes dicha
cláusula se encuentra implícita en todo contrato, que desde luego no
son ajenos o ignorantes respecto de la naturaleza, conocimiento y
reconocimiento de las circunstancias como elementos inherentes al
acto jurídico que celebran, en consecuencia a todo contrato.
En otro segmento de la doctrina y del foro, se encuentran aquellos
que sostienen que admitida la cláusula Rebus Sic Stantibus, es
cuestionable la aplicabilidad del principio Pacta Sunt Servanda,
porque si se produce —ajeno a la voluntad de las partes— un
cambio en las circunstancias existentes cuando se celebró el contrato
y las situaciones a la hora de su cumplimiento que hagan
inadmisible o desproporcionadamente gravoso su acatamiento, es
evidente que a lo imposible o irracional nadie está obligado, y, en
consecuencia, es necesaria la intervención de la prudencia jurídica
como inspiradora de la justicia para encontrar el equilibrio en las
prestaciones que resuelvan el conflicto.
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La aparente confrontación entre el principio y la cláusula materia de
estas reflexiones, hace evidente la necesaria consideración de una
variable interpretativa e inherente a la realidad, y consecuentemente
al razonamiento lógico-jurídico y argumentativamente coherente;
esto es, la obligada consideración de la temporalidad y
circunstancias en que tiene verificativo el orden social, así como el
espacio natural de lo pactado, donde, desde luego, la voluntad de los
contratantes es relevante como fuente de obligaciones, pero no ajena
e independiente de la temporalidad y las circunstancias en que
ocurre todo.
Bajo esta perspectiva, adquiere especial consideración el estatuto
ontológico de las circunstancias. A primera vista, surge una nueva
dificultad, o mejor aún, persiste la dificultad para identificar si existe
contradicción o complementariedad, en sede contractual entre el
principio y la cláusula a que nos venimos refiriendo.
Si las circunstancias son verdaderamente inherentes a los actos
jurídicos, entonces tanto el principio como la cláusula exceden la
literalidad del texto que las enuncia, al proyectar sobre el futuro, el
contenido de obligaciones que, al menos, en la temporalidad de su
cumplimiento son inciertas.
Todo acto jurídico es atribuible a un sujeto, así, los actos humanos
son algo del sujeto. Si las circunstancias se definen como algo que
incide en los actos, y los actos jurídicos son algo del sujeto de
derechos y obligaciones al que llamamos persona, entonces, los
actos jurídicos también son accidentes del sujeto.
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Está formulada ya la dificultad para esclarecer si existe
contradicción o complementariedad entre el principio y la cláusula
jurídica que motivan estas reflexiones; ¿cómo puede haber
accidentes de accidentes, esto es, circunstancias de las
circunstancias? De nuevo la contestación es una distinción apoyada
en la respuesta a la objeción anterior. Las circunstancias son
accidentes y verdaderamente son accidentes de otros accidentes,
éstos son los actos humanos y jurídicos que, entre otras
manifestaciones, se expresan en contratos.
Un accidente lo es de otro accidente, como acabamos de exponer,
por la concurrencia de ambos en el mismo sujeto. Esto acontece de
dos modos: uno comparando los dos accidentes con el sujeto sin
orden alguno entre sí, como, por ejemplo, cuando se afirma que se
realizó la compraventa de manera oportuna y justa para ambas
partes; o bien, con un cierto orden, cuando el sujeto recibe un
accidente mediante otro, como el copropietario de un inmueble en
condómino.
De ambas formas se relacionan las circunstancias con los actos, pues
unas inciden directamente en el sujeto, como el lugar, la condición
de la persona, y otras se refieren al sujeto mediante el acto que
realiza, como el modo de la acción.
De manera que las circunstancias son accidentes que concurren en el
sujeto con otros accidentes, que son sus actos, dichas circunstancias
son tanto aquellos accidentes que están alrededor del sujeto
incidiendo en él, como aquellos otros que sobrevienen a través de
los actos que realiza.
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Al afirmar que las circunstancias son accidentes que inciden en el
sujeto, y también los actos son accidentes del sujeto, que, en el caso
concreto de los contratos, en ejercicio de su libertad se obliga. Esta
capacidad de establecer vínculos necesariamente ocurre en el
contexto de circunstancias, sin embargo, que éstas sean accidentes
del sujeto y del acto que realiza, no significa que sean irrelevantes, o
que el propio sujeto tenga pleno dominio y control sobre ellas.
En el caso de los contratos, los actos humanos son operaciones que
realiza el sujeto para obligarse y vincularse con otros. De manera
que los accidentes son tan importantes, que en ellos, en su estatuto
de accidentales, la persona ejerce su libertad, y en ese ejercicio
realiza y alcanza bienes que le dan plenitud.
En otras palabras: aquello en lo que consiste, desde el punto de vista
del sujeto, su libertad de obligarse le es accidental. Así de
importantes son los accidentes. Al ser actos que perfeccionan al
sujeto individual, son actos últimos en virtud de los cuales ejerce sus
derechos y obligaciones en el ámbito societario.
Las circunstancias, si bien parece no figuran entre los presupuestos
de las obligaciones y los contratos, sí condicionan la plenitud e
incluso la verificación real de las obligaciones contractuales. Tanto
aportan al sujeto que por ausencia o por presencia origina variables.
Y en los actos humanos, la ausencia de determinadas
circunstancias, establece la diferencia entre un acto jurídico y aquel
que queda fallido, en el nivel de la expectativa o del incumplimiento.
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Considerar las circunstancias de los actos, es exigencia del
razonamiento jurídico prudencial, y, consecuentemente, lógicoargumentativo, precisamente porque éstas son indispensables para
que los actos tengan verificativo o no, de manera que hacerse cargo
de ellas resulta indispensable cuando se trata —como ahora— de
reflexionar sobre el cumplimiento o incumplimiento de los contratos
y de las obligaciones inherentes.
Para comprender en profundidad el alcance y poder determinante de
las circunstancias, se ofrecen al menos tres razones que deben
tenerse en cuenta.
1. La realización de los actos jurídicos materia de los contratos,
debe prever la posibilidad real y razonable de que aquello
futuro que se compromete, efectivamente ocurra en el
momento de su verificación.
Quien se obliga, por ejemplo, a la entrega de los frutos al
momento de la cosecha, debe prever y disponer las medidas de
cuidado para que efectivamente esos frutos se den y se hallen
en las condiciones convenidas.
2. El grado de verificación y cumplimiento de las obligaciones,
materia de los contratos, se aprecia por la idoneidad de las
circunstancias que concurren o no, de manera que en todo
contrato, en tanto se trata de un pacto formulado en tiempo
presente para que surta efectos en tiempo futuro, existe
irremediablemente cierta dosis de incertidumbre, precisamente
porque los sujetos contratantes no pueden tener control y
dominio sobre el futuro, que aún no es.
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3. Existen circunstancias que contribuyen a la plenitud, otras que
inciden en su frustración, y finalmente otras que son
indiferentes respecto del cumplimiento del contrato.
Aristóteles y Cicerón, como estudiosos del asunto, enumeran
prácticamente los mismos tipos de circunstancias para diferentes
finalidades, distinguiendo entre aquellas que inciden en el objeto
materia de la obligación y otras que repercuten en los sujetos
obligados.
Ambos autores llaman circunstancias a aquello que existe fuera del
objeto material del acto y de algún modo le afecta. Y esto, dicen los
autores, puede suceder de tres maneras:
a) en cuanto afecta al acto mismo;
b) a sus efectos o;
c) a sus causas.
De manera que, al acto mismo puede afectarle como su medida en el
tiempo (cuándo), en el espacio (dónde); o bien cualificándole por el
modo de obrar.
Respecto del efecto, se considera la circunstancia qué ha hecho el
agente.
Y si se trata de las causas de la acción, ésta puede referirse a;
a) la causa final, o por qué,
b) la causa material, que es el objeto y resulta la circunstancia
acerca de qué,
c) la causa eficiente o quién ha hecho; o
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d) la causa instrumental, de la que resulta la circunstancia con qué
medios.
A la luz del desglose anterior, es justo aclarar que la enumeración
está ya aglutinada en tres grupos de circunstancias: las que afectan al
acto; las que afectan al efecto; y las que afectan a sus causas, siendo
necesarias algunas precisiones para cada una de las tres todavía.
Además, cabe tener presente que desde una perspectiva
eminentemente jurídica, tiempo y espacio parecen ser las únicas
circunstancias en sentido estricto que inciden en los contratos,
precisamente porque solo ellas son extrínsecas al acto; son las únicas
que corresponden al circun-stare en el que está inmerso el objeto
materia de la voluntad contratante.
La reflexión aristotélica confirma la definición de circunstancia al
afirmar: más las otras circunstancias, aunque tienen algún contacto
con el acto, son extrañas a la sustancia del mismo. En otras
palabras, todas las enunciadas poseen entidad de circunstanciales, y
es posible distinguir su carácter circunstancial, porque son
accidentales respecto de la sustancia del acto voluntario.
Así se explica que las circunstancias son como los matices de los
elementos del acto jurídico al que llamamos contrato, al hacer
evidente el carácter prudencial y casuístico de la ciencia jurídica y,
consecuentemente, necesitado del soporte lógico-argumentativo para
poder esclarecer lo concreto controvertido que entendemos como lo
que es debido.
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Quizá ésta sea una expresión poco rigurosa, pero ilustrativa. A cada
una de las causas corresponde una circunstancia. Por ello, a las
causas principales corresponderán circunstancias de mayor
importancia, abordaremos entonces la cuestión respecto de cuáles
son las principales.
Como ya se ha dicho, los actos son propiamente humanos en cuanto
voluntarios; sin embargo, el motivo y objeto de la voluntad es el fin.
Por eso, la principal de todas las circunstancias es la que incide en el
acto como fin a que hace alusión el Principio Pacta Sunt Servanda.
La entidad del acto humano, lo que el acto es, se debe de manera
específica al fin, de manera que las circunstancias derivadas de éste
también son de la mayor importancia. Sin embargo, el fin es un
elemento extrínseco, que, como ya he referido, por su naturaleza
misma posee un componente de incertidumbre.
El fin, aun cuando no es de la sustancia del acto, es su principal
causa en cuanto mueve al agente a obrar, es la motivación de los
sujetos contratantes; esta característica explica que en materia de
ética el acto moral se especifique sobre todo por el fin, y, como
vemos, en el Derecho ocurre igual.
No deja de causar sorpresa que Tomás de Aquino, siguiendo a
Aristóteles, sostenga que la especie del acto proviene sobre todo del
fin, cuando en otro momento de su estudio, había afirmado que la
especie del acto proviene del objeto. Esta afirmación plantea una
nueva cuestión: ¿de dónde proviene la especie del acto: del objeto o
del fin?
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Existen acciones cuyo objeto es bueno o indiferente, y consideradas
en sí mismas —en abstracto— pueden juzgarse como buenas. Esas
mismas acciones, realizadas por un determinado sujeto y bajo
circunstancias específicas, son acciones juzgables como buenas o
malas, según la oportunidad de las circunstancias en que fueron
realizadas. En definitiva, sí son parte determinante de la posibilidad
de los actos.
Ahora bien, si las circunstancias son propias, entonces
verdaderamente forman parte constitutiva de la plenitud del acto
humano y jurídico, en tanto especie. Su presencia o ausencia y las
formas en que tengan o no verificativo, son elementos prudenciales
a considerar, de manera que, el estudio de las circunstancias como
accidentes propios, de los actos, pertenece tanto al ámbito de la
filosofía moral, como de la jurídica.
Esta conclusión nos permitirá definir en qué medida las circunstancias
influyen en la plenitud del acto humano, en este caso particular,
materia de los contratos. Es decir, de qué modo determinan la
posibilidad, frustración o realización trunca del acto materia del
contrato, porque —como veremos más adelante—, las circunstancias
pueden aumentar, disminuir o incluso cambiar la especie del acto.
De manera que, desde una perspectiva lógico-argumentativa que
aporte a la reflexión jurídica práctica, el principio Pacta Sunt
Servanda y la cláusula Rebus Sic Stantibus deben ser estudiados y
referidos considerando la realidad, que respetuosa de la ley, también
sea consistente con el principio rector de todas las operaciones de
razonar, éste es el de no contradicción, y también con aquel otro que
impone la contundencia de la misma realidad, esto es, que a lo
imposible nadie está obligado.
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Para estar en condiciones de dilucidar acerca de la aplicabilidad de
los referidos principios, será necesario reflexionar primero sobre
aquello que determina la especie de los actos.
Ya me he referido antes a que los actos humanos en general y
jurídicos en particular, poseen tres elementos, en consecuencia, el
juicio prudencial que se realiza sobre las acciones debe considerar
los tres elementos: objeto, fin y circunstancias. Estas últimas, como
ya lo he dicho, contribuyen a apreciar de manera objetiva la acción
de que se trate, no la definen, ni la determinan, pero sí permiten
formular una valoración precisa.
Por exclusión, es obvio que la determinación de la especie del acto
reside en el objeto del mismo, y esta consideración material,
sustancial, jurídica y objetiva de la naturaleza del contrato, en una
palabra, dirían los romanistas, “el objeto es el quid” del contrato, y
también nos sugiere que el objeto del contrato le da el nombre al
mismo, así, por co-sustancialidad, —dirían los filósofos—, existen
circunstancias inherentes al acto mismo, a tal extremo relevantes que
de no concurrir, incluso condicionan su existencia.
En el contexto de estas reflexiones, es obvio que la cláusula "Rebus
Sic Stantibus", se propone matizar la fuerza imperativa del Principio
“Pacta Sunt Servanda”, precisamente porque no es materia de
discusión si los contratos deben cumplirse o no, eso es un imperativo
en que descansa la seguridad jurídica, y, desde luego, la buena fe,
que hace posibles las relaciones humanas y la vida societaria.
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La cláusula "Rebus Sic Stantibus", no debe ser entendida como una
alternativa al incumplimiento de lo pactado, sino como una medida
de prudencia y lógica jurídica, para que los abogados en la
postulancia de causas, y los jueces en la impartición de justicia, ante
el incumplimiento real o probable de lo pactado, dispongan de
elementos racionales y argumentativos que les permitan valorar y
esclarecer, con base en la concurrencia de determinadas
circunstancias, la pertinencia de dejar sin efecto parte o la totalidad
de los contratos.
Desde luego, una gestión de mediación, conciliación o decisión de
justicia debe ser en extremo cuidadosa de que a la luz de lo
acaecido, es decir, de la concurrencia de determinadas circunstancias
que pueden modificar jurídica y judicialmente las prestaciones del
contrato, se produzcan alteraciones sobrevenidas e imprevisibles,
provocando inequidad en las prestaciones.
Un amplio segmento de los autores de doctrina jurídica así lo creen,
de manera que la referida cláusula se considera implícita en todo
contrato de tracto sucesivo y prolongada duración; desde luego, el
enunciado de la cláusula no se propone la resolución o extinción del
contrato, sino la prudente comprensión del carácter inasible de las
circunstancias, y, en consecuencia, la necesidad de adecuar o adaptar
a las circunstancias sobrevenidas para restaurar el equilibrio en las
prestaciones.
Así las cosas, al parecer, los estudiosos del asunto coinciden en
apuntar que los presupuestos de aplicabilidad de la referida cláusula
en sede contractual son los siguientes:
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1. Que el cumplimiento de la obligación se haya retrasado para un
momento futuro por la activación de ciertas circunstancias que
imposibilitan su cumplimiento de acuerdo a lo establecido.
2. Que entre las circunstancias existentes cuando se celebró el
contrato, y las presentes a la hora de su cumplimiento se haya
producido un suceso de alteración que imposibilite o dificulte su
consumación de acuerdo a lo pactado.
3. Que la circunstancia de alteración sea extraordinaria, y del todo
imprevisible para las partes al momento de la celebración del
contrato, que ciertamente no la sospecharon.
4. Que la circunstancia que sobreviene sea inevitable, en
consecuencia, no imputable al deudor.
5. Que la circunstancia sobreviniente origine una desproporción y
aniquile el necesario equilibrio de las prestaciones.
6. Que la aplicación de los beneficios de la cláusula por los jueces o
el foro, sea con carácter prudencial, esto es, atendiendo a las
circunstancias particulares de cada caso.
Tal como se aprecia, el elenco de presupuestos para la aplicabilidad
de la cláusula "Rebus Sic Stantibus" es excepcional y prudencial por
necesidad; no implica, ni sugiere tácita o explícitamente, el deseo de
incumplir lo pactado, a la manera de una aparente desviación
respecto del principio citado "Pacta Sunt Servanda", vinculado,
como ya he señalado, al de buena fe, y esencialmente al de certeza
jurídica, principios en torno a los cuales se estructura nuestro
sistema contractual.
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Más aún, los padres de nuestro Derecho al prever la consideración
de la cláusula "Rebus Sic Stantibus", con carácter excepcional,
abrieron la oportunidad al razonamiento lógico y a la argumentación
prudente para acudir a un criterio de ponderación y análisis seguro,
en atención a la naturaleza casuística de lo jurídico, y de manera
particular en sede litigiosa.
Así, cuando concurran circunstancias extraordinarias que
modifiquen el natural cumplimiento de los contratos, se proceda a
analizar el objeto, fin y circunstancias de los mismos, a fin de
esclarecer qué o cuál es la naturaleza de la deuda, y, en
consecuencia, proceder para que se restablezca el equilibrio de las
prestaciones como medida prudencial que exige la justicia ante el
conflicto de intereses que naturalmente se genera.
La sabiduría prudencial y jurídica que a lo largo de siglos ha
soportado la existencia y aplicación de la cláusula Rebus Sic
Stantibus, debe entenderse como un remedio al potencial
desequilibrio patrimonial que pudiera ocasionar la alteración de las
circunstancias contractuales; de esta manera, el cumplimiento de los
contratos se debe entender obligado siempre y cuando las
circunstancias sigan manteniéndose tal y como se encontraban en el
momento del acuerdo original de voluntades.
En caso de una extraordinaria modificación del entorno contractual
debe concluirse atendiendo a la consideración del objeto, fin y
circunstancias, bien que el contrato no vincula a las partes o les
obliga a adecuarlo a las circunstancias existentes al momento de su
ejecución.
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No obstante, es necesario aclarar que desde una perspectiva lógica y
argumentativa coherente, existe complementariedad y no
contradicción con el Principio Pacta Sunt Servanda, precisamente
porque los contratos se celebran para ser cumplidos, es decir,
llevados a su perfección en las circunstancias que los originaron,
pero si sobrevienen aquellas que los modifican, haciendo imposible
su observancia, o modificando las prestaciones, es lógico inferir que
atendiendo al Principio de no contradicción, habrá que considerar de
manera prudencial la no obligación o la modificación, a la luz de las
nuevas circunstancias y en atención a lo originalmente pactado.
De manera que la aplicabilidad de la referida cláusula "Rebus Sic
Stantibus", ha de procurar al menos dos fines;
a) proteger razonablemente los dos intereses contrapuestos, y
b) en el momento de la resolución del contrato, mantener el
equilibrio de las prestaciones.
Todo contrato implica necesariamente un acuerdo de voluntades,
pero no un acuerdo simple, sino la manifestación exteriorizada de,
por lo menos, dos voluntades, en los términos en que lo disponga
una norma vigente, así, quedan ligadas o enlazadas las personas que
lo celebran estableciendo entre ellas un vínculo de contenido
patrimonial.
El resultado del acto jurídico contractual puede considerarse como
una norma de la cual emanan derechos u obligaciones para las partes
que en él intervienen, y que se celebra para ser cumplido en sus
términos.
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El fundamento de obligatoriedad del contrato, esto es del Principio
Pacta Sunt Servanda, es que en sí mismo es una norma jurídica, no
general sino individualizada, que se apoya en una norma jurídica
general, la contenida en el Código Civil, que a su vez se asienta,
para fundar su obligatoriedad, en una norma de carácter
constitucional.
No hay duda que al celebrar un contrato, las partes pretenden
comprometerse recíprocamente o comprometer a una de ellas a
realizar una cierta conducta, y suponiendo ese compromiso, sienten
tanto la necesidad de cumplirlo como la certeza de poder exigir al
obligado su consumación. Ésta es la fuerza vinculante del principio
Pacta Sunt Servanda, que se erige como exigencia jurídica y lógico
argumentativa del Principio de no contradicción.
En principio, los contratos se perfeccionan por el mero
consentimiento y obligan no sólo al cumplimiento de lo
expresamente pactado, sino también a las consecuencias que, según
su naturaleza, sean conforme a la buena fe, al uso o a la ley, y que su
validez y cumplimiento no puede dejarse al arbitrio de uno de los
contratantes.
¿Por qué la ley le da esa fuerza vinculante? Si se trata de justificar
esa fuerza en las necesidades y exigencias de la vida en comunidad,
puede pensarse que ése es un fundamento en términos generales,
pero no explica en concreto la fuerza vinculante del contrato. Puede
concebirse que esa fuerza se origina en la naturaleza racional y
social del ser humano, que impone la necesidad de no mentir, de ser
veraces, de manera que el incumplimiento del contrato, por voluntad
de los contratantes, es una conducta contraria a esa exigencia.
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Un amplio sector de la doctrina, ha concluido que cumplir con las
obligaciones es algo evidente, un imperativo categórico que no
requiere mayor justificación, por la certeza jurídica que supone el
respeto de los ciudadanos al cumplimiento de la palabra dada, aun
cuando ése no puede ser un fundamento si se piensa que hay muchos
casos en que a un contratante puede reportarle mayor utilidad no
cumplir que cumplir.
La tendencia más arraigada en el mundo occidental es justificar esa
fuerza vinculante en la manifestación de la voluntad, que la hace
depender del hecho de que los contratantes quieren el objeto materia
del contrato y en ese sentido se obligan.
El contrato, en este sentido, es un instrumento histórico con la
posibilidad de ser analizado y estudiado mucho tiempo después de
su redacción, así, no sólo se conocerá el contenido del mismo para
precisar sus alcances, sino las circunstancias personales, materiales y
las motivaciones que intervinieron en su celebración.
Cuando se trata de un contrato, donde al parecer entran en
contradicción el Principio Pacta Sunt Servanda, y la cláusula "Rebus
Sic Stantibus", su interpretación se impone para conocer su alcance,
precisar si se celebró conforme lo dispone la ley y determinar sus
efectos, cuáles son las obligaciones y los derechos de las partes y, en
su caso, si puede darse por terminado, y cómo se respetaría la
equidad en las prestaciones al sobrevenir el tipo de circunstancias a
las que nos hemos referido.
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Para realizar una interpretación lógica y argumentativa del contrato,
debe tenerse en cuenta lo siguiente:
a. La comprensión del medio (tiempo y lugar) en que se celebró; de
las palabras empleadas (usadas en su momento) y de los bienes
que hayan sido su objeto. Este estudio hace referencia a las
circunstancias en que se originó el contrato.
b. Desentrañar la voluntad de las partes en la celebración del
contrato.
c. Precisar el alcance y límites de las cláusulas contractuales. Esto
es, determinar cuáles son los derechos y obligaciones emanados
del contrato o transmitidos por él.
d. Indagar si el contrato se ajusta a la ley y a los principios generales
del derecho.
El famoso cuadro de las reglas de la interpretación de los contratos
de POTHIER, expresa la preocupación por establecer normas para la
interpretación lógica de los contratos y de ese modo superar el reto
argumentativo que fieles a la equidad supone el advenimiento de
circunstancias que inciden en la entidad misma de lo pactado.
Por la acuciosidad y claridad con que lo hace el jurista francés, se
ofrecen dichas reglas para la reflexión, y superación de la aparente
contradicción entre el Principio de Pacta Sunt Servanda, y la
cláusula "Rebus Sic Stantibus", de manera que se haga evidente
como conclusión la complementariedad que ambos postulados
interpretativos ofrecen.
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El principio Pacta Sunt Servanda y la cláusula Rebus Sic
Stantibus; entre la contradicción y la complementariedad; un
reto argumentativo
Dra. María del Carmen Platas Pacheco
29 y 30 de enero de 2014
Primera regla; en los contratos se debe buscar en primer lugar cuál
ha sido la común intención de las partes contratantes mejor que
atender al sentido gramatical de los términos.
Segunda regla; cuando una cláusula es susceptible de entenderse en
dos sentidos, se debe atender aquel que puede tener efecto, no según
que daría por resultado no ser posible.
Tercera regla; cuando en un contrato los términos son susceptibles
de dos sentidos, se deben entender conforme al sentido que
convenga a la naturaleza del contrato.
Cuarta regla; lo ambiguo en un contrato se interpreta conforme a la
costumbre.
Quinta regla; en todo contrato se sobreentienden las cláusulas que
son de uso, aunque no se hallen expresadas.
Sexta regla; se debe interpretar una cláusula de conformidad con las
otras, de manera precedente o secuencial.
Séptima regla; en caso de duda, una cláusula debe interpretarse
contra aquel que ha estipulado alguna cosa y en descarga del que ha
contraído la obligación.
Octava regla; en caso de duda, deben prevalecer los términos en que
se haya concebido un contrato, y no más que aquello que los
contratantes han entendido contratar y no en lo que no pensaron.
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El principio Pacta Sunt Servanda y la cláusula Rebus Sic
Stantibus; entre la contradicción y la complementariedad; un
reto argumentativo
Dra. María del Carmen Platas Pacheco
29 y 30 de enero de 2014
Novena regla; cuando el objeto del contrato es una universalidad de
las cosas, comprende las cosas particulares que componen esta
universalidad.
Décima regla; en la interpretación de un contrato, en caso de duda,
se estará al equilibrio en las prestaciones de los contratantes
Undécima regla; en los contratos, una cláusula concebida en plural
se distribuye a menudo en varias cláusulas particulares, y
Duodécima regla; en ocasiones lo que se encuentra al final de una
frase se refiere por lo común a toda la frase y no tan sólo a lo que la
precede inmediatamente, de manera que la interpretación literal no
lesione el equilibrio de las prestaciones.
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