La minería mina la capacidad institucional en varios países sudamericanos. Perú es hoy un ejemplo de incapacidad institucional ante los retos sociales, económicos y ambientales que trae consigo la minería a gran escala. *Por: Luisa F. Trujillo P. El pasado 28 de Mayo se declaró el Estado de Emergencia en Espinar, provincia de Cuzco, en Perú. Aunque las alarmas ya han cedido su rigor y está por levantarse la medida – que autorizaba a la Policía a suspender cualquier tipo de garantía constitucional de libertad y seguridad personal – la situación pone a pensar a la región. El caso peruano no es único, la ejecución y diseño de ambiciosos proyectos de sobre-explotación de recursos minerales ha degenerado en una serie de conflictos sociales y económicos que amenazan con volverse cada vez más políticos. Por lo menos en países como Perú, Bolivia o Chile. Entre las compañías objeto de tal rechazo popular peruano se encuentra la Newmont (famosa por los proyectos Yanacocha y Conga) norteamericana y otras colegas suizas y canadienses. Nacionalidades compartidas por los dueños de concesiones hechas en los otros países mencionados, entre ellos Colombia. El poder extractivo de las compañías y el enorme interés económico foráneo de hacerse a los recursos minerales pone sobre la mesa varias preguntas de debate: ¿Cuentan estos países con marcos normativos capaces de proteger y balancear la ecuación interés económico, bienestar social y sostenibilidad? ¿Por qué de repente dichos marcos se presentan tan flexibles ante la participación de inversionistas extranjeros? ¿Cuentan con suficiente capacidad las instituciones nacionales y locales para regular y vigilar la dinámica extractiva de máxima velocidad? Siguiendo con el caso de Perú como un ejemplo, es preciso recordar que la lógica de explotación minera a gran escala no es del todo nueva. En Perú, como en otros países latinoamericanos, el auge de la minería empieza incluso desde la colonia española, cuando minerales como la plata y oro permitieron a la corona mantener su posición política y económica. La explotación, lejos de cesar, ha evolucionado gracias a que la diversificación en la producción económica –agricultura y manufactura- ha ocasionado un descenso en el aporte que los minerales dejan en el PIB. Para el caso del Perú actualmente el 7% del PIB proviene de la extracción y exportación de oro y otros minerales. El auge minero es, en ese sentido, el fortalecimiento actualizado de un interés económico del “primer mundo”, que tiene lugar en una época en la que los avances tecnológicos y la hiper liberalización de la economía global aceleran el ritmo de explotación y comercialización. Esta situación tergiversa el rol de las instituciones locales y nacionales que, a pesar de su función como reguladoras y garantes del bienestar de la sociedad, terminan por servir a intereses económicos extranjeros. Retomando las preguntas señaladas anteriormente, en este momento la minería amenaza la capacidad institucional en varios países. La incapacidad es, en términos institucionales, el resultado de un proceso en la toma de decisiones que termina por limitar las posibilidades de regulación y administración de un sector de la sociedad. Este proceso –degenerativo como una enfermedad- puede ser producto de la insistente “cooperación” de países desarrollados, que terminan por debilitar la autonomía de quienes de ellos dependen. Un ejemplo rápido es el caso de la formulación del marco legal de la minería en Colombia, cuya primera actualización después de la constitución de 1991 tuvo lugar en el año 2001 y recibió enormes cuotas de cooperación técnica por parte de la agencia canadiense de cooperación – casualidad considerando que son canadienses las empresas que tienen derecho de explotación sobre los proyectos mineros más grandes del país. Por otro lado, la capacidad se deteriora toda vez que las instituciones no logran establecer medios de negociación claros y efectivos que, en situaciones de crisis, impidan incurrir en graves hechos de violencia. En Perú, Humala ha tenido que afrontar una grave crisis política, producto de los cuestionamientos al reiterado uso de la violencia desde el año pasado. En Espinar, por ejemplo, varios campesinos fueron heridos este año por arma de fuego proveniente de miembros de la policía, mientras intentaban mantener la protesta lanzando piedras a los tanques e incendiando segmentos de grama. La repercusión política de los hechos ocasionó la renuncia de tres Congresistas pertenecientes al partido nacionalista Gana Perú, que trajo a Humala al poder en 2011. Los Congresistas afirmaron que su renuncia era una forma de expresar la indignación por la forma como el Gobierno está enfrentando los conflictos sociales de una forma arbitraria y autoritaria. Cuando la capacidad argumentativa del Gobierno se vio corta la represión violenta entró en juego. El año pasado en Cajamarca 8 personas recibieron disparos al protestar en contra de los proyectos de Yanacocha y Conga. En ambos casos las comunidades lograron comprobar daños a la salud e integridad física de sus comunidades (por enfermedades respiratorias, intoxicación e incluso muerte de niños), debido a la contaminación de aguas y aire. Los daños ambientales se posan sobre 4 lagunas, de las cuales 2 ya han desaparecido, que solían abastecer a más de 42.000 personas en 210 poblados. Se hizo claro además el rechazo a los proyectos mineros por parte de la mayoría de la población indígena y campesina, quienes no ven ningún beneficio en los contratos a corto y mediano plazo ofrecidos en contraprestación por las empresas extractoras. Después de meses de protestas el Gobierno peruano no da señas de tomar medidas que atiendan a las exigencias de sus ciudadanos, poniendo en duda su capacidad de mediar, resolver, regular y vigilar. En este momento el número de activistas y líderes comunitarios asciende a 60, posicionando la represión como medida desesperada. Humala además terminó de obviar las demandas populares en su intervención en la última Conferencia de la OIT el pasado 10 de Junio, al afirmar que no existe represión en Perú, ni criminalización de la protesta; insistiendo que se trata de un conflicto ocasionado por la minería ilegal. Perú está en prueba. Tanto como lo están Bolivia, Ecuador, Chile y Colombia al tener que afrontar la “locomotora minera” de frente. Locomotora que trae una velocidad que supera el ritmo de regulación y planeación regional y amenaza con dejar efectos ambientales y sociales desastrosos. En este punto habría que replantear el orden de las preguntas empezando por saber si ¿tienen los gobiernos de estos países la capacidad de dimensionar realmente los devastadores efectos que la minería deja a mediano y largo plazo? *Politóloga, Joven Investigadora de las Facultades de Ciencia Política y Gobierno y de Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario.