El trabajo es mucho más que mercancía Me ha gustado

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Lia Cigarini
El trabajo es mucho más que mercancía
Me ha gustado mucho el título de este encuentro porque
parte de una emoción: el miedo.
En septiembre pasado, en la Universidad de Lecce, también se discutió sobre el trabajo partiendo de una emoción,
aunque distinta: la felicidad. Me parece una coincidencia
significativa, porque indica que por fin las mujeres, al hablar
de trabajo, de economía y de derecho, tienen la valentía de
poner en primer plano el sentir, que es una forma de conocimiento de la que disponen especialmente las mujeres.
En Lecce hablé de mi experiencia más fuerte de felicidad,
la que experimenté al principio del feminismo, cuando, con
otras mujeres, iniciamos otro modo de narrar el mundo.
Se repitió después la experiencia de felicidad cuando el
relato del trabajo que hacen las mujeres me llevó a descubrir que estábamos hablando del trabajo sin más, y no del
trabajo de una minoría, no del famoso ejército femenino de
reserva sino de una mayoría, si se considera trabajo tanto
el de producción como el de reproducción de la existencia
humana.
Puedo, por tanto, decir que para mí la sensación de felicidad existe cuando se da una coincidencia, rara pero conocida, entre necesidad y libertad.
Con Giordana Masotto, que hoy está aquí presente, he
reflexionado sobre la relación entre necesidad y libertad.
Y hemos comprendido que en la maternidad hay un entrelazamiento de necesidad y libertad, una contaminación
entre elección y constricción. En la maternidad está el
deseo libre de una mujer de tener una hija/o y simultáneamente un consentir al proceso biológico de la gestación
y del parto. La concordancia entre necesidad y libertad
comporta una diferencia muy grande del modo de pensar la
libertad los hombres. En el pensamiento masculino hay an-
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tagonismo entre el reino de la necesidad y el de la libertad.
Para Marx, por ejemplo, y para todos sus discípulos, para
ser libres es necesario liberarse de la necesidad.
Además, este antagonismo te lleva a decir que el trabajo
no es mas que mercancía, cuando es esencialmente actividad humana de hombres y mujeres. Y está extendido en el
mundo del trabajo, entre los hombres, el miedo –que es en
general la manera característica masculina de imaginar la
realidad– a la maternidad. En consecuencia, la maternidad,
que las mujeres viven tranquilamente, para los hombres es
inquietante. Lo prueba el hecho de que también filósofos
como Foucault, Agamben y, en Italia, Esposito, filósofos
que han hecho de la vida sin más su tema dominante (biopolítica, etc.) no presten atención alguna a este momento
central de la vida de la humanidad.
Por eso, la cultura actual del trabajo hace lo que sea para
que resulte imposible el doble sí, dice el Manifiesto. Por
eso nos corresponde hacer zozobrar dicha cultura.
“Según el mundo del trabajo nos ha ido abriendo –siempre
con avaricia– sus puertas, nos hemos ido encontrando con
la crudeza de un contexto que considera que tener hijos y
criarlos es un estorbo y una disfunción. [...]
Nunca como hoy se han agitado, en torno a la decisión de
ser madre, tantos miedos, inseguridades y ambivalencias
(como se ve también en los numerosos blogs de madres recientes) que pueden obstaculizar el surgir del deseo mismo.
Porque ninguna –ni ninguno– quiere ser devuelta a las
oscuridades del pasado. [...]
Queremos poder decir sí al trabajo y sí a la maternidad sin
sentirnos obligadas a elegir.
Cuando decimos sí al trabajo, decimos sí a un aspecto del
vivir que es el dinero necesario para la comida, la ropa, la
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casa. Pero es también realización, crecimiento, invención,
proyecto social.
De esto no queremos ser excluidas si elegimos ser madres.
[...]
En el doble sí que nosotras queremos, están incluidos el
deseo y la ambición de volver a unir la producción y la reproducción: algo que la historia y la cultura de predominio
masculino han separado.”
En nuestro Manifiesto ha sido, por tanto, puesta en juego
la subjetividad de quien trabaja, partiendo de sus condiciones materiales y de sus pulsiones inmateriales, o sea,
de sus deseos. Muchas/muchos se preguntan ¿por qué
dar tanta importancia al deseo? Y quizá os lo preguntéis
también vosotras. Porque para mí el deseo es la subjetividad humana en cuanto tal y constituye lo propio de
lo humano. El Manifiesto Imagínate que el trabajo destaca
que la experiencia de lo cotidiano, el conocimiento de todo
el trabajo necesario para vivir –o sea, tanto el de reproducción de la existencia humana como el productivo– es
trabajo sin más y puede, en consecuencia, ser una palanca
para cambiar la economía.
Este Manifiesto, que da la vuelta a los paradigmas cognitivos del trabajo, ha sido posible porque cada una de nosotras tenía el mismo deseo de iniciar esta aventura política,
sabiendo, sin embargo, que eso que puede ser llamado el
mismo deseo vive vidas distintas en las distintas personas.
Y que era, en consecuencia, necesario construir un grupo
en el que circulara el deseo. Yo creo que esta es la primera
experiencia y realización del deseo político. Además, en
este grupo se ha vuelto a presentar, como en la época de la
autoconciencia, la sorpresa de que las palabras intercambiadas son vínculos.
Así pues, el Manifiesto lo pensamos como una acción
política de amplio alcance.
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No obstante, siendo el trabajo el espacio público por excelencia, es un hueso duro de afrontar para la política de
la diferencia, que es, sintetizando al máximo, diferencia
entre mujeres y hombres en la relación con el mundo y
con lo otro.
En primer lugar porque el trabajo tiene que ver con las
leyes de la economía y del derecho, con las relaciones de
fuerza y de intereses contrapuestos, con la injusta redistribución de la renta, con la diferencia, en Italia, de empleo
femenino entre el norte y el sur, por ejemplo, y, sobre todo,
con la política de los sindicatos y de los partidos.
Por ello, optamos por no escribir un texto sobre el trabajo,
escaso, precario, mal pagado, a tiempo definido o indefinido, dependiente o autónomo, sino un texto que señalase
un desplazamiento del punto de vista sobre el trabajo: el
desplazamiento obtenido con la indagación prioritaria en
el sentido del trabajo para cada una de nosotras y para
otras muchas mujeres que hemos conocido. La conclusión
a la que hemos llegado es que el trabajo no es reducible
a mercancía. El trabajo es mucho más. Del relato de la
experiencia sale que el trabajo es también deseo de autorrealización, de autonomía, de relación. Y, sobre todo, que el
trabajo no puede ser limitado a la producción de bienes y
servicios. Y que reduciendo el trabajo a pura mercancía se
barre la subjetividad de quien trabaja. La obsesión salarial,
sin embargo, continúa también en este momento de crisis:
algunas, también feministas, y algunos, tanto economistas
como analistas del trabajo, sostienen que la incorporación
de las relaciones al trabajo, consecuencia del ingreso de las
mujeres en el trabajo fuera de casa y de la revolución tecnológica, no es, en definitiva, mas que una mercantilización
más de la actividad humana. En cambio, en el Manifiesto
se dice que el hecho de que las mujeres lo lleven “todo al
mercado” –también, por ejemplo, los afectos, las competencias relacionales, el deseo de maternidad– vuelve visible lo
que excede al beneficio y, por tanto, hace posible un cambio
real de la organización del trabajo.
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Esto no significa que se ignore la explotación económica
del trabajo que hay, visto lo mal pagado que está el trabajo
en Italia. Considero, sin embargo, que el punto está en el
encontrar el saber y la palanca para la rebelión que no hay,
para la lucha que no existe. Es necesario poner en juego,
además de los intereses materiales, los impulsos llamados
inmateriales, es decir, los deseos, las subjetividades, que
son la expresión de una libertad nueva. Los críticos del capitalismo y una parte de los políticos de izquierda se empeñan en imaginar formas de coalición entre grandes masas,
en una época en la que el trabajo está fragmentado, la singularidad se presenta y cunde una instancia irreducible de
cada singularidad. De esto se les regaña a las feministas, de
haber hecho real una política que es un tejido de relaciones
que no ha mandado que se vaya a pedir nada a la política
institucional sino que actúan directamente relaciones y
conflictos en un continuum social y político. La cultura del
orden incluyente encuentra aquí un desafío crucial. Porque
se ve colocada ante problemas del orden alto que ella no ha
siquiera empezado a articular. Y porque sabe que ese orden
de problemas no puede valerse de la cultura de la representación. O si no, las fuerzas residuales de izquierda suministran sermones morales sobre la solidaridad que falta con
los más débiles, sobre el egoísmo, etc. No se detienen, en
cambio, apenas en tener en cuenta la práctica política de las
mujeres, práctica del partir de sí y de la relación, una práctica que ha encontrado el modo de conectar a las personas
mujeres y hombres sin la afiliación a una organización,
práctica que consigue transformar la vida de la persona en
singular, es decir, consigue poner en marcha dinámicas de
relación que lo son también de libertad.
Por eso, nuestro Manifiesto dice Primum vivere, Lo primero vivir. Esto significa que no se le puede dejar la última
palabra a la economía. Dice: “Puedes decidir dejar de lado
las categorías económicas clásicas: balances, PIB, parámetros europeos, desarrollo/consumo, etc. Puedes recorrer
otro camino: el que han entrevisto las mujeres que están en
el llamado mercado del trabajo con deseos, necesidades e
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intereses propios. Entre ellos, el más agudo es la necesidad
de relaciones, porque las mujeres saben que se nace en dependencia y se muere en dependencia. Saben que también
la autonomía adulta se nutre de la capacidad de relación,
mientras que la soledad puede conducir a un sufrimiento
más letal que la escasez de dinero. Hay un modo de estar
en el mercado que consiste en llevar a él bastante más que
dinero y mercancías: también afectos, palabras, sociabilidad y atención a los demás. De las relaciones, las mujeres y
los hombres pueden sacar felicidad.”
Primum vivere, continúa el texto, es posible con tal de que
se consiga convencer cada vez más a los hombres de que
actúen en la vida cotidiana y reflexionen sobre la vida
cotidiana. Hoy algunos lo hacen, pero no ponen en palabras
la experiencia y no ven lo que este desplazamiento les
modifica en sí mismos y en relación con los y las demás.
Pero, sobre todo, no consideran la experiencia y el saber
de lo cotidiano una palanca para cambiar el trabajo y la
economía. Es decir, no dan dignidad política a lo que hacen
conscientemente y de lo que derivan placer.
Por ejemplo, un sindicalista de Reggio Emilia, ciudad que
tiene un sindicato fortísimo en el que militan muchas
mujeres, me ha dicho: estoy convencido de que vuestras
ideas sobre el trabajo son eficaces en este momento y
están vinculadas con la realidad del trabajo, que ha cambiado. Y también la práctica política que señaláis, la de la
ampliación de la toma de conciencia con la narración, la
escucha y la contratación a todos los niveles, tanto personales como colectivos. Sin embargo, me sentiría ridículo si en una asamblea sindical me levantara a decir que
más allá y antes de la contratación colectiva es necesario
“contratar entre mí y mí, entre los deseos y el cansancio,
el pensar el pequeño y el pensar en grande, para dar valor
a todo nuestro tiempo. Contratar con quien vive al lado, en
casa, en la ciudad, en el trabajo, para hacer de modo que los
conflictos entre mí y la otra/otro se sigan moviendo y no se
conviertan en barreras.”
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Aún así, me podéis preguntar: si se considera insuficiente
la categoría del salario y de la mercancía para modificar la
organización actual del trabajo ¿qué otra categoría concuerda
con el saber de la relación y de la cotidianeidad?
Pienso en el tiempo, que para las mujeres es sufrimiento
pero también ritmo de vida y de trabajo: una medida de las
cosas y del mundo en sentido fuerte. Tiempo para comprender por qué, por ejemplo, el trabajo y la maternidad
juntas son una experiencia completamente nueva para una
mujer y puede tener aspectos sobrecogedores. Tiempo para
construir relaciones y afectos, a lo que ahora están obligadas a dedicar solo el resto del trabajo productivo. Tiempo
para narrarse, tiempo para pensar y afrontar concisamente
los temas del trabajo. Tiempo para construir formas políticas idóneas para la teoría que hemos expuesto. Todo esto
significa una relación distinta con el tiempo. Y, pienso, es
con este tiempo con el que el otro trabajo –el de la producción– tiene que medirse.
(Traducción del italiano de María-Milagros Rivera Garretas)
Recepción del artículo: 6 noviembre 2010. Aceptación: 10
diciembre 2010.
Palabras clave: Doble sí – Trabajo de las mujeres – Sentido
del trabajo.
Keywords: Double-Yes – Women’s Work – Meaning of
Work.
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