ante la inminencia de un colapso económico nacional

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CONGRESO NACIONAL DE EMPRESARIOS
ANTE LA INMINENCIA DE UN COLAPSO ECONÓMICO NACIONAL
El sector privado nacional está en la obligación de señalar la inminencia de un colapso del
aparato productivo, del sistema financiero y del conjunto de la economía.
Hace tres años que el país soporta una aguda crisis económica –tal vez la más grave de
nuestra historia– que ha ido en progresivo aumento. Ello ha derivado en una sustancial
caída de la demanda agregada, con efectos devastadores sobre el empleo y el conjunto del
aparato productivo, con excepción de hidrocarburos, telecomunicaciones y algunos
exportadores.
Más allá del diagnóstico, la realidad económica es la siguiente:
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Dramática caída en las ventas (del orden del 30% al 50%, en los últimos tres años).
Deflación de precios, como resultado de la recesión (-1.27% a doce meses).
Creciente imposibilidad de hacer frente a las obligaciones financieras, tributarias y
sociales.
4. Alto nivel de capacidad productiva ociosa (estimada entre 45% y 55%).
5. Persistente reducción del empleo (que afecta a más de 600 mil personas) y rezago en
el pago de salarios.
6. Constante cierre de empresas.
7. Drástica contracción del crédito (más de 1.100 millones de dólares desde diciembre
de 1998, cifra que se incrementa a un ritmo de 48 millones de dólares por mes).
8. Peligroso aumento de la mora bancaria (que llega al 25%, incluyendo la mora menor
a 30 días, y se incrementa al ritmo de un punto porcentual por mes).
9. Práctica exclusión en el acceso al crédito y ausencia de capital de operaciones, por
la aplicación de la normativa bancaria.
10. Ola de ejecuciones judiciales, predominantemente de carácter coactivo.
11. Considerable pérdida del valor patrimonial de los activos (aproximadamente del
50% ).
12. Significativa disminución de la inversión privada doméstica.
Además de esta crítica situación, nuestra economía soporta impactos externos adversos;
tales como la pérdida de competitividad respecto a los países vecinos; la caída en los
precios de los minerales y de la soya; la recesión mundial, agravada por los efectos del 11
de septiembre, y la situación económica de la Argentina.
Asimismo, se han puesto en evidencia problemas estructurales; como la falta de
infraestructura física, de servicios y financiera, la ausencia de seguridad jurídica como el
avasallamiento de tierras, y las dificultades en el ingreso a mercados externos.
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Al mismo tiempo, la crisis está desencadenando graves conflictos sociales, con
imprevisibles derivaciones políticas. Las protestas adquieren mayor intensidad y, en
desesperadas acciones para llamar la atención del gobierno, se traducen en enfrentamientos,
bloqueos y frecuentes manifestaciones. Es el caso de las instituciones cruceñas que, en
acción concertada y muestra de unidad, han decidido poner en práctica medidas de presión
en demanda de atención a sus necesidades más álgidas. Les expresamos nuestro apoyo y
solidaridad.
Aún más preocupante es que este conjunto de factores ha erosionado la confianza y
credibilidad de la población, expresándose en un estado de pesimismo y pérdida de
autoestima, frente a la constatación de que no se vislumbran soluciones a los problemas
económicos.
En este marco, es peligroso y engañoso defender un concepto de estabilidad
macroeconómica, que solamente se refleja en términos de precios, cuando existe un
derrumbe de la producción, de las exportaciones y del empleo. El resultado neto es que,
excluyendo hidrocarburos y telecomunicaciones, Bolivia decrecerá este año en más del
2.5%.
El reciente anuncio de implementación de la Agenda Económica del Poder Ejecutivo pone
de manifiesto, una vez más, que el gobierno no se da cuenta de la profundidad de la crisis.
Su plan consiste esencialmente en un recuento de medidas antes ya anunciadas, un tímido
intento de flexibilización -frente al entrabamiento del crédito bancario- y algunos anuncios
de intenciones a futuro. En suma, resulta claramente insuficiente.
Exigimos un cambio en la conducción de la política económica, puesto que, en estas
circunstancias, continuar con un manejo ortodoxo pone en peligro la estabilidad que se
busca proteger y nos aleja del objetivo central, que no es otro que el de lograr el bienestar
de la población.
Ha llegado el momento en que, como sociedad, adoptemos una clara decisión política de
enfrentar la crisis y definir la disyuntiva de permitir o no la desaparición del aparato
productivo con que contamos, más allá de las imperfecciones que el mismo pueda tener.
Esto requiere, frente a la emergencia, que el Estado –y en particular el gobierno- asuma su
obligación y responsabilidad, ejecutando medidas audaces y creativas; más aún si el país
tiene la perspectiva de un nuevo dimensionamiento económico, por el descubrimiento de
importantes reservas gasíferas.
En concreto, se trata de alentar al mercado hasta donde sea posible y hacer participar al
Estado hasta donde sea necesario.
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Ningún esfuerzo para reactivar la demanda agregada evitará una eclosión, de no primar la
toma de acciones integrales y simultáneas, que abarquen todos los sectores y que
signifiquen un “shock” de confianza, encarando lo siguiente:
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Refinanciamiento amplio de pasivos bancarios, en condiciones y plazos adecuados.
Refinanciamiento de pasivos sociales y tributarios, en condiciones y plazos
adecuados.
Readecuación de la normativa bancaria a la emergencia que vive el país y revisión
de la Ley de abreviación procesal.
Acceso al crédito para capital de operaciones.
Legislación para la reestructuración de empresas.
Garantía de seguridad jurídica, en particular en la tenencia de la tierra.
Hemos sufrido demasiado por haber ignorado la crisis durante tres años. Los argumentos de
que otros países están tan mal o peor que nosotros, de que la situación es consecuencia
inevitable de los impactos externos y de que no se puede hacer nada al respecto, no pueden
ser pretextos para la inacción.
Tampoco podemos soportar las intrigas que pretenden hacer creer que estamos pidiendo
condonaciones o que buscamos que nuestras obligaciones sean pagadas con dineros del
pueblo. Esas falacias – pues jamás hemos pedido tal cosa – no tienen otra intención que la
de menoscabar las propuestas del sector privado y evadir deberes inexcusables.
Dejamos constancia de nuestra total identificación y respaldo a la gestión y a los esfuerzos
desplegados por el Presidente de la Confederación de Empresarios Privados de Bolivia, Dn.
Carlos Calvo, y el Comité Ejecutivo de la entidad, en la búsqueda de soluciones a tan
aflictiva situación, que no sólo está dañando al empresariado sino al conjunto de la
población boliviana.
El tiempo se agotó. El gobierno queda conminado a demostrar si tiene o no la capacidad
para enfrentar la crisis y evitar el colapso de la economía nacional. En este sentido, se
otorga un plazo de 10 días para que el gobierno atienda los planteamientos aquí contenidos.
Pasado este tiempo, la CEPB deberá convocar a una Asamblea Extraordinaria de
Emergencia, en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, para acordar y disponer las medidas
más recomendables.
La Paz, 28 de noviembre de 2001.
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