Iniciar la lectura de un volumen nuevo o desconocido suele implicar

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ID
OT
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Iniciar la lectura de un volumen nuevo o desconocido suele implicar una actitud que algo tiene de rito,
casi de superstición. Sabemos que adentrarse en las palabras de un libro, una revista, una página
suelta, constituye un acto cotidiano realizable en cualquier momento y que se puede interrumpir sin
mayor desmedro, pero aun así le damos un valor distinto a las horas destinadas a la lectura: porque
las sentimos como un tiempo aparte, como un refugio seguro contra la inanición de la memoria y del
intelecto (cómo no aprobar la sentencia genial del también genial Julio Cortázar: “Los libros van siendo
el único lugar de la casa donde todavía se puede estar tranquilo”).
Teniendo en cuenta lo anterior, y planteándonos como principal objetivo el ofrecer un espacio
digno para prolongadas y felices horas de (re)lectura, presentamos un nuevo número de Litoral-e
que concentra distintas vías para llegar a un mismo punto –la palabra y sus matices; la palabra y sus
posibilidades infinitas– y para dar cabida a una revista que igual podría haberse editado hace una
década, o dentro de cinco años, u hoy mismo. Porque no es una publicación producto de su tiempo,
sino del apego a la literatura.
Verbigracia, en esta ocasión emprendemos el viaje de la mano del escritor Eduardo Casar,
admirable fascinador de las palabras que mediante un texto pleno de poesía y recuerdos personales
nos comparte sus propios primeros pasos hacia el descubrimiento del milagro de la literatura, casi
simultáneamente como el lector que es y como el poeta y narrador que llegaría a ser: puesto que
aceptar a la lectura como un regalo de alguna manera ya es el primer paso para escribir.
En el renglón destinado al cine, pasando de la palabra impresa a la que está en movimiento,
contamos con un triple acercamiento a las capacidades expresivas del séptimo arte en un punto
donde la pantalla grande se cruza con otros ámbitos: en primera instancia, el poder narrativo del cine
que, valiéndose de alegorías y simbolismos que sólo tienen sentido en el lenguaje audiovisual, da pie
a “la multiplicidad latente dentro la unidad, la infinitud de significados e interpretaciones evocadas”;
y en la otra cara de la moneda, una revisión somera a algunos de los filmes que con mayor innovación
estética han afrontado el problema de plasmar, con técnicas exclusivas del celuloide, los sabores y la
vida íntima del paladar, planteando la pregunta ¿puede una película conmover el sentido del gusto?
También, idóneo corolario para una discusión sobre el séptimo arte, incluimos una detallada
crónica de un encuentro con el cineasta Carlos Reygadas, decididamente uno de los nombres más
importantes en el panorama actual del cine de arte mexicano, autor cuya obra más reciente le valió
un alto premio del Festival de Cannes, pero que sigue siendo considerado un artista “marginal” por la
industria fílmica nacional (misma que, no obstante, le da todas las facilidades del mundo al cine sin
mérito artístico).
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Más adelante, costumbre muy querida para quienes hacemos esta revista, nos complace
brindar un artículo y un dossier destinados a la pintura mexicana. Aquél, un análisis de los temas y
las técnicas más recurrentes en la obra del artista Pedro Coronel (a la luz de una reciente exposición
retrospectiva de su obra). Éste, una colección de nueve ilustraciones inéditas que con una indecible
gentileza nos fue permitida por su autor, Alejandro Sánchez Vigil, para dar vida a estas páginas. Y no
huelga añadir que en estas piezas –agrupadas bajo el título La puerta del mar– está muy presente
también una de las finalidades que Litoral-e siempre ha perseguido: establecer un puente continuo
para unir a la literatura con sus artes hermanas.
Entonces, volviendo la mirada hacia la creación literaria, la orilla de la que siempre zarpamos,
en este número nos complace con una sonrisa plena el poder convidar la obra de cinco autores
jóvenes, dueños de una voz y un lenguaje distintivos.
Iniciamos con un ensayo sobre uno de los temas obligados en el festín de la discusión en
torno al futuro del libro como objeto: los e-books; luego un magnífico relato con ecos de Bukowski
y Fadanelli, un cuento que sin duda nos permite entrever a un narrador que conoce los mecanismos
de la sorpresa y la tensión; y concluimos con tres poetas bordeando el sendero del lenguaje, de las
imágenes y del discurso intimista que esconde el pasaje a una realidad externa al poema.
Mención aparte merece la traducción aquí publicada, ensayo magistral de T. S. Eliot que
inexcusablemente ha pasado casi desapercibido en nuestra lengua; un ejemplo de la inteligencia y la
sensibilidad analítica de uno de los poetas sin los cuales no podría entenderse buena parte de la literatura
del siglo XX.
Y completamos esta edición con un par de reseñas literarias, ambas alrededor de sendas obras narrativas
que, desde su concepción misma, confunden a propósito los caminos de la autobiografía y la creación; pero
con la diferencia (no menor) de que una es autoría de un escritor aún vivo pero ya inmortal, y la otra pertenece
a un autor de poco relieve todavía, cuya obra se vio malograda prematuramente por su propia mano.
Por ende, anticipada la heterogeneidad de estas páginas, nos gustaría pensar que en esta revista
conviven diversos mensajes lanzados en una infinidad de botellas al mar, que buscan sus destinatarios
siguiendo caminos inciertos, pero con la certeza de que el rito de iniciar una lectura –la reverencia por
la palabra escrita– le dará a esta revista una carta de pertenencia para ingresar al club de quienes
rehusamos abandonar el refugio insólito de la palabra.
Después de todo, ya lo hemos expresado antes, a esta revista la impulsa fundamentalmente el
afán de unir y propagar conocimientos e ideas: palabras puestas en acción.
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