Estas fechas son el mejor momento para entrar a

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22 | VIAJES
TENDENCIAS | LATERCERA | Sábado 13 de septiembre de 2014
Curicó en
Dieciocho
RR La Plaza de Armas de Curicó es una de las más lindas y señoriales.
Estas fechas son el mejor momento para entrar a
esta ciudad y descubrir picás, sombrererías
huasas, ferias libres, paseos en bicicleta y, por
supuesto, llevarse la verdadera torta curicana, sin
dejar de dar su pie de cueca.
TEXTO Y FOTOS: María Estela Girardin B.
P
asar de largo por Curicó es lo habitual.
Todos se dirigen al
Radal Siete Tazas, al
sector precordillerano de Los Queñes o a
las viñas de la Ruta del Vino para
probar sus grandes tintos. Pero pocos entran y recorren Curicó, una
ciudad limpia, aunque un tanto
congestionada de autos. Si bien algunos de sus más señoriales edificios fueron destruidos por el último
terremoto, todavía es heredera de lo
más auténtico de nuestra chilenidad. Visto así, este 18 es el mejor
momento para descubrirla.
Recordando un poco de historia,
Curicó significa “agua negra” en
mapudungún y no sorprende tanto
esa denominación considerando
que se fundó en 1743 sobre un llano
rodeada por los ríos Teno, Lontué y
a orillas del estero Guaquillo. Y que
fue por una inundación que, en
1747, se trasladó desde Convento
Viejo a su actual ubicación a los
pies del cerro Buena Vista, hoy conocido como cerro Carlos Condell.
Parece entonces que Curicó, también capital del ciclismo chileno,
está hecha para el movimiento y la
mudanza. Para descubrirla en buena forma recomendamos hacer una
primera parada en la Oficina de Turismo municipal (Alameda Manso
de Velasco) y ahí recoger un buen
mapa de la ciudad. Los puntos de
referencia son claros: la citada Alameda se extiende de norte a sur; el
cerro Condell a un costado de ésta
domina toda la ciudad y, hacia al
oeste se ubican la Plaza de Armas y
la estación de trenes.
Mapa en mano, nuestra caminata
comienza en Felicur, la feria libre
de Curicó que desde hace 11 años se
instala en Av. Camilo Henríquez
1002. Es bueno llegar como a las 11
de la mañana, cuando el movimiento es total. Ahí es posible encontrar huevos de campo, sal de
Cáhuil, frutas y hortalizas frescas,
carnes, pescados, algunas cocinerías al costado y hasta cerámicas de
Pomaire. Una recomendación es el
puesto 64 de doña Blanca Lecaros,
que sobresale por vender huesillos,
almendras, nueces, orejones de
pera, avellana chilena, cochayuyo,
productos peruanos como cancha,
además de guayabas y maracuyás.
Tampoco pasa desapercibido el
puesto de condimentos y salsas
Peto, en el 13, con el letrero: “Si a
usted le pica, yo no me meto”.
Siguiendo esta inmersión, volvemos al centro y a la Plaza de Armas,
que es quizás una de las más hermosas y señoriales de Chile. Árboles centenarios y palmeras traídas
desde las Islas Canarias en el siglo
XVIII esconden pequeñas esculturas y un Lautaro, muerto no lejos de
aquí. A un costado reina un delicado quiosco de hierro fundido en altura, hoy declarado Monumento
Nacional, que distingue la plaza. Es
un lugar para respirar, reposar y
viajar en el tiempo mientras las palomas vienen y van. Aunque, como
decíamos, muchos edificios emblemáticos se vinieron abajo con el último terremoto, destaca la Iglesia de
la Matriz, como ejemplo de reconstrucción y modernización posterremoto del 85. Se mantuvo la fachada
colonial y el ladrillo pero, atravesando el atrio, se descubre una majestuosa iglesia moderna de madera. Vale la pena entrar.
Tomamos calle Yungay, uno de los
ejes comerciales de Curicó, sólo
para enfilar hacia Prat y la fábrica
de las famosas Tortas Montero. Sabemos que mucha tinta ha corrido
tratando de copiar este dulce hecho
a base de hoja y manjar que Cristobalina Montero comenzó a hornear
un día de 1871. Así es que si hay una
parada obligada, es ésta en calle
Prat 659 (aunque también las venden en supermercados Líder de la
ciudad). A las tradicionales de
manjar y manjar/alcayota, hoy se
suman sabores como almendras,
naranja, frambuesa o lúcuma, una
versión especial hecha para el Bicentenario. Puede comerlas en el
salón de té que existe ahí mismo,
pero le recomendamos guardar
hambre para la próxima parada de
calle Rodríguez, a cinco minutos.
Si las Fiestas Patrias le saben a
arrollado, empanadas, cazuela de
pava, prietas hechas en casa, guatitas, pollo arvejado, cebollas en escabeche, pernil, suculentos sánguches y paneras de pan chocozo; si le
da la batalla al pipeño y la chicha; si
le gustan las picadas limpias y familiares con mantel de cuadros rojos y blancos, donde las paredes parecen susurrar la historia de la cultura popular chilena, entonces Los
Ricos Pobres es y debe ser un imperdible en el centro. Tiene un ambiente tan familiar que en la entra-
RR Cazuela de pava, uno de los enjundiosos platos de este Dieciocho.
RRLos Ricos Pobres, una de las mejores picadas de la zona.
RR Sergio Millán, de la sombrerería El Corralerro. Todo para el apero.
da suelen estar sentados los pequeños nietos del matrimonio que fundó el lugar hace más de 23 años:
Sergio Millán y Delly Valenzuela.
Con el estómago bien endieciochado, qué mejor que continuar
por Rodríguez hasta el número 811
y detenerse en la sombrerería El
Corralero. Hace ocho meses que
están en esta dirección pero hace
15 años que Eduardo León y Rossana Abrigo, junto a sus hijos, visten
huasos y huasas de pies a cabeza.
Apero huaso le llaman. Ellos mismos fabrican los sombreros corraleros y es un privilegio presenciar
el momento en que le toman las
medidas al cliente, la paciencia
como calientan la plancha, aplanan el fieltro y lo engoman hasta
dar vida al tan típico sombrero.
También encontramos mantas de
lana a telar, chaquetas de casimir,
pantalones, fajas y, por supuesto, el
zapato y la bota del huaso (también
llamada polaina) hechas a medida.
Se demoran unos 15 días si las
quiere pedir. Sergio nos confiesa
que lo más caro del apero son las
espuelas, que no bajan de los
$ 70.000, mientras que la manta
bordea los $ 35.000 y la chaqueta
los $ 30.000. En el segundo piso se
esconde una suerte de museo de
aperos y detalles del campo chileno que está tan abierto a la visita
como la tienda. Si pregunta por
don Sergio, seguro que le hace hablar de cada objeto de greda, cobre
o madera que hay en el lugar que
antes fue una lúgubre discoteca.
Casi frente a El Corralero, nos topamos con el edificio del Mercado
Municipal. Parece haber tenido
tiempos mejores porque no hay
más que tiendas de ropa a la manera de un persa que surte pañuelos
para la cueca, vestidos floreados y
alguna que otra tienda de “frutos
del país”. Es un espacio limpio y
bien mantenido, en todo caso, que
vale la pena atravesar.
Al salir nos encontramos en calle
Montt, otra de las típicas de Curicó
y donde se ubica otro bar-restaurante con aires de club social: el Deportivo. Lo fundó en 1971 Óscar
Aliaga junto a su madre y hoy, su
viuda, Carmen Muñoz, lo lleva junto a sus hijos. Poco se sabe del nombre, aunque se supone que existía
ahí mismo un club deportivo. Otro
mito urbano para la historia de Chile. Lo importante, y lo más pedido
del lugar, son las “pichangas deportivo”. Olvídese del deporte y no sea
egoísta pues es un lugar para el patache y éste es un plato para compartir. Si no, cómo terminar con la
suculenta porción de carne picada,
papas fritas, huevo frito y cebolla
frita juntos. Otro plato típico del lugar es la pichanga plateada. Se parecen a las chorrillanas, pero los
habituales del lugar aseguran que
no, que éstas son mejores. Curicanos orgullosos, por supuesto. Si
sólo quiere detenerse por unas cervezas o un borgoña, el lugar es amplio y todos son bienvenidos.
Como no sólo de patache vive el
hombre, dedicamos unas dos horas
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