La defensa del capitalismo liberal Prabhat Patnaik Enero 2016 La defensa liberal del capitalismo asume dos formas distintas en la teoría económica. Una declara que el sistema capitalista opera de manera de asegurar el pleno empleo de todos los recursos y produce un conjunto de bienes con “eficiencia”, la cual es definida como un estado donde cualquier bien dentro de este conjunto puede ser producido sin producir menos de algún otro bien. Esta afirmación de pleno empleo es tan palpablemente falsa – como muestra toda la historia del capitalismo, marcada por la sistemática coexistencia de trabajo desempleado y equipamiento ocioso – que aquellos economistas liberales algo más honestos, recurren a una segunda línea argumental. Esta segunda línea, si bien admite que el capitalismo realmente no opera de la manera descrita en la primera línea argumental y que, al contrario, se caracteriza sistemáticamente por la coexistencia de trabajadores desempleados y equipamiento ocioso. Afirma, entretanto, que su operatoria (la del mercado) puede ser rectificada a través de la intervención del Estado, a fin de hacer desaparecer esta deficiencia. Esta corriente considera al Estado como una entidad externa, que debe posicionarse del lado de afuera del sistema e intervenir en su operación “espontánea” para extirpar sus efectos dañinos. La tradición keynesiana pertenece obviamente a esta segunda línea. Ella comparte con el marxismo la percepción de que el sistema capitalista librado a su suerte, es asolado por la crisis y es incompatible con la exigencia de una sociedad humana, pero difiere del marxismo en su creencia de que el Estado, incluso en una sociedad capitalista, puede intervenir para liberar al sistema de sus males básicos. Como afirmó Keynes, no hay necesidad de establecer la propiedad social de los medios de producción como querían los socialistas. Keynes se inclinaba por la utilización de un conjunto de “controles sociales” para asegurar que el nivel de inversión fuese suficientemente elevado a fin de impedir cualquier escasez de demanda agregada con pleno empleo. Eso era todo lo que sería necesario para superar la deficiencia básica del sistema capitalista. No discutiré aquí la crítica marxista de esta posición. En vez de eso, examinaré la lógica de esta línea de argumentación en sus propios términos y cuán lejos ella se adecua a la realidad del capitalismo contemporáneo. Una cuestión obvia que se invoca es: como puede el Estado intervenir para alcanzar pleno empleo si los capitalistas se oponen a tal intervención? La respuesta a esta pregunta, dada por Keynes, era que los capitalistas no se opondrían a tal intervención una vez que se beneficiaran también de ella. O sea, que la intervención del Estado para promover la demanda agregada era un “juego de suma no cero”, en el sentido de que toda la gente podía beneficiarse a través de tal intervención: los trabajadores a través del empleo más vasto y los capitalistas a través de mayores lucros que resultaran de la mejor utilización de la capacidad productiva bajo su comando. Pese a que los proponentes de esta segunda línea admitan que el “pleno empleo” en el verdadero sentido de la expresión tendría la oposición de los capitalistas, debido al recelo de que la desaparición del ejército de reserva de trabajo significaría que los trabajadores quedarían “fuera de control”, ellos aun así sustentaban que la intervención del Estado puede presionar un nivel de empleo mucho más alto del que se verificaría en economías capitalistas que operasen “espontáneamente”. Sin embargo puede levantarse la siguiente cuestión: si la intervención del Estado para mantener altos niveles de actividad es un “juego de suma no cero”, esto es, funciona también en beneficio de los capitalistas, entonces por qué no fue intentada antes? La respuesta dada por Keynes a esta pregunta era que había una falta de entendimiento teórico entre los capitalistas, razón por la cual ellos consideraban a la intervención del Estado con sospecha u hostilidad. Una vez que desarrollasen un razonamiento correcto acerca de por qué se produce la deficiencia de la demanda, él pensaba que su teoría lo prescribía, entonces desaparecerían los obstáculos contra la intervención del Estado en la “administración de la demanda”, que se señalaban debido a la oposición de los capitalistas. Naturalmente, pese a que los capitalistas estuviesen armados con tal pensamiento, en términos individuales no podrían superar o vencer la deficiencia de la demanda. Ellos tienen que actuar de conformidad con la “racionalidad privada” (obtener tanto lucro cuanto sea posible) porque es lo que el mercado los fuerza a hacer. Superar la deficiencia de la demanda, exigiría el esfuerzo de una entidad supra-individual, el Estado capitalista. Los capitalistas, aunque incapaces de actuar contra la deficiencia de la demanda en términos individuales, no se opondrían a tal esfuerzo por parte del Estado una vez que hubiesen adquirido un entendimiento correcto. Capitalistas individuales, en suma, estaban necesariamente presos dentro del corazón de la “racionalidad privada”, la única entidad que podría actuar de acuerdo con la “racionalidad social” sería el Estado. El Estado como entidad externa Esto entretanto significa que el Estado no tiene que actuar de acuerdo con lo que dicta el mercado, ni de conformidad con su criterio. No tiene que imitar a los participantes del mercado, pero sí actuar de modo independiente del mercado. El Estado tiene que ser, en suma, un “observador externo” del mercado. Instituciones apropiadas tienen que ser puestas en vigor dentro del sistema para tornar esto posible. Durante varios años, después de la 2ª Guerra Mundial, el capitalismo tuvo tales instituciones en vigor, dentro de las cuales por lo menos tres merecen ser mencionadas. La primera fue el control estatal sobre los flujos de capital transfronterizos, lo cual aseguraba que el Estado podía actuar sin miedo de disparar fugas de capital (outflows), esto es, sin preocuparse por aquello que pudiesen hacer los financistas “irritados” con decisiones gubernamentales. Los “financistas” o especuladores podían retirar sus fondos o recursos financieros de un país determinado, ipso facto, sin preaviso. El sistema de Bretton Woods permitía a los países adoptar controles sobre los capitales y todos ellos tuvieron tales controles en vigor. La segunda era que el Estado podía contratar empréstitos para financiar el déficit presupuestario, dado que no dependía necesariamente de los “sentimientos del mercado”. El banco central del país, en su capacidad de subscriptor y administrador de la deuda pública, obtenía cualquier porción de la deuda pública que no fuese subscripta por el mercado. Esto significaba que el gobierno tenía libertad de acción para incurrir en déficit presupuestario sin preocuparse por lo que el “mercado” pudiese pensar acerca de la dimensión de su déficit. La tercera era que el gasto del Estado era comprometido en varias esferas, prescindiendo del criterio aplicado por el sector privado para juzgar su validez o razonabilidad. Algunas de dichas esferas, como educación y salud, estaban primariamente dentro del dominio público, de modo que la cuestión de comparar los desempeños de los proveedores del servicio público y privado no se invocaba. La idea de que los proveedores públicos tenían que procurar el lucro u obtener sus propios recursos, no fue aceptada. La libertad del Estado para gastar sin ser limitado por el “mercado” le otorgaba una cierta libertad de movimiento para gastar como quisiese. Todas estas instituciones desaparecieron. Ahora la globalización de las finanzas significa que el Estado está limitado en relación a las políticas que sigue por miedo a perder la “confianza” de los “inversores internacionales”. Tales “inversores”, como el capital financiero, tradicionalmente prefieren “finanzas sanas”, esto es, presupuestos equilibrados (superávit primario), o tolerando un pequeño déficit (típicamente 3 por ciento del PIB). Esto explica que la mayor parte de los países ahora tienen legislación de “responsabilidad presupuestaria” que limita la dimensión del déficit. Además de eso, la “autonomía” del banco central, no sólo de jure, sino de facto, significa que la contratación de empréstitos públicos tiene que obedecer a los “sentimientos del mercado”, es decir para pagar los intereses o el servicio de la deuda externa. En verdad, en agrupamientos como la Eurozona, el hecho de que el propio banco central está completamente fuera del alcance del Estado (nacional o plurinacional), reforzó aún más esta dependencia del Estado en relación a los “sentimientos del mercado” para sus empréstitos. Con la privatización de los servicios, resultante de las restricciones al gasto del Estado, ahora los proveedores de servicios públicos tienen que defenderse ellos mismos y están por lo tanto en competencia con los privados. Prisionero del Mercado Todo esto significa que el Estado, lejos de ser un “observador externo” del mercado, lejos de ser una manifestación de la “racionalidad social” que podría intervenir para rectificar el funcionamiento del mercado, el cual constituye el dominio de la “racionalidad privada”, como los teóricos económicos liberales de la segunda línea habían imaginado, se convirtió en un prisionero del mercado. Él fue tan absorbido como participante del mercado al punto que [agencia] Moody’s ha degradado la clasificación de crédito de los Estados Unidos de América. En síntesis, en los términos de la perspectiva liberal el Estado fue incorporado dentro del mercado y ya no es más una entidad externa que pueda imponer una “racionalidad” diferente sobre el sistema. Si la primera línea de teorización económica liberal fuese en verdad correcta, esto es, no hubiese necesidad de intervención del Estado y el capitalismo operase de un modo que asegurase pleno empleo y eficiencia, entonces esta “incorporación del Estado dentro del mercado”, o “anexión del Estado por el mercado” (el cual, desde una perspectiva marxista, es el capital financiero internacional presionando al Estado para que actúe exclusivamente de acuerdo con sus exigencias), no importaría. Mas esta afirmación, la cual es realmente avanzada como defensa ideológica de la “anexión del Estado por el mercado” es obviamente absurda. La prolongada crisis capitalista que aun hoy mantiene por lo menos 11 por ciento de la fuerza de trabajo desempleada en los EUA (la posición es peor en la Eurozona y en el “tercer mundo”) testimonia lo absurdo de la afirmación. Mientras que la primera línea de la teoría económica liberal en defensa del capitalismo está errada, la segunda línea de la misma es infructífera, porque no se pode recurrir a la intervención del Estado para rectificar los males del sistema – en el que deposita sus esperanzas – debido a la “incorporación del Estado dentro del mercado”, por lo tanto se colige que hoy no hay argumentación liberal alguna contra el socialismo. El socialismo ciertamente tiene que actualizar su propia teoría; y el movimiento socialista aún tiene que ganar impulso. Pero el ambiente en el interior del cual tiene que ocuparse de estas tareas, ya no existe oposición teórica creíble al socialismo. Traducción AmerSur http://resistir.info/patnaik/patnaik_20dez15.html