El papel de los procedimientos autónomos de solución de conflictos

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El papel de los procedimientos autónomos de
solución de conflictos a partir de las últimas
reformas laborales
EL
PAPEL DE LOS PROCEDIMIENTOS AUTÓNOMOS DE SOLUCIÓN DE CONFLICTOS A PARTIR DE
LAS ÚLTIMAS REFORMAS LABORALES
Introducción
Parece evidente que las últimas reformas laborales, tanto la de
2010 como la más reciente de 2011 giran, en lo que respecta a la
negociación colectiva al menos, en torno al propósito común de
establecer un marco que aporte mayor agilidad y más dinamismo
al modelo actual.
En la consecución de este objetivo se buscaban sobre todo
medios para solventar de modo eficaz las controversias surgidas
en los procesos de negociación; tanto en lo que hace referencia a
la negociación dinámica, o lo que en la terminología al uso
solemos calificar como “flexibilidad interna”, es decir, el proceso
de adaptación permanente del convenio a las necesidades
cambiantes de las empresas, que fue abordado por la ley 35/2010
y su antecedente inmediato el RDLey 10/2010, como en lo que se
refiere a la negociación estática para el establecimiento del
propio convenio y su renovación periódica, del que se ha ocupado
más directamente el RDLey 7/2011.
El resultado, o el nuevo escenario que se abre a partir de ahora,
está cargado, sin embargo, de incertidumbres. En muy buena
medida, en mi opinión al menos, porque para el éxito del modelo
por el que se ha optado, que mantiene el acuerdo como uno de
sus ejes principales, se precisa no sólo de estructuras que
permitan “intramuros” de la propia autonomía colectiva abordar
y solucionar mediante acuerdos los numerosos conflictos que
surjan en la negociación de los convenios o en su aplicación y
gestión dinámica, sino sobre todo de la colaboración activa de los
propios agentes sociales.
Ambas reformas nacieron, sin embargo, lastradas por la ausencia
de un acuerdo previo sobre su contenido, ante el fracaso del
intento de legislación concertada, y se han enfrentado como
normas jurídicas al difícil problema de respetar por un lado la
autonomía colectiva y tratar de favorecer, por otro, en algunos
casos en el límite mismo de la imposición heterónoma, la
consecución de acuerdos que agilicen y dinamicen las
negociaciones. Esta tarea se ha cargado, de forma casi exclusiva,
sobre los hombros de los procedimientos autónomos y voluntarios
de solución de conflictos laborales, de modo que la
incertidumbre mayor consiste en conocer si éstos estarán a la
altura o no de semejante reto.
El contexto en el que se insertan las reformas recientes
Hasta las reformas actuales, los procedimientos autónomos de
solución de conflictos se ajustan a un modelo implantado sobre
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todo a partir de la reforma de 1994 (ley 11/1994)1 Las
características básicas de este modelo son:
a) se trata de procedimientos diseñados por los agentes más
representativos
b) financiados por los poderes públicos, y
c) de utilización voluntaria por las partes en conflicto
Breve desarrollo de cada uno de estos puntos
a) El diseño: En términos generales, los procedimientos se han
introducido y regulado por acuerdos interprofesionales, aunque
la negociación colectiva ordinaria introduce en no pocas
ocasiones determinadas variantes en relación con los
procedimientos normalizados del acuerdo interprofesional
respectivo. Cuando ello sucede, la articulación entre los
convenios colectivos y los acuerdos interprofesionales y la
conexión con los sistemas que gestionan y financian estos
procedimientos no ha sido, ni es sencilla2.
b) La financiación: los acuerdos interprofesionales han generado,
a su vez, sistemas que se financian con fondos públicos a través
de diferentes fórmulas, bien colgando de Consejos Autonómicos
de RRLL, o gestionados por fundaciones tripartitas de las que
forman parte los sindicatos y asociaciones empresariales más
representativas y la propia administración.
c) La voluntariedad de su utilización o no por las partes en
conflicto.
Este es seguramente el elemento central del modelo de 1994. Los
procedimientos no se imponen, sino que se ofrecen como cauce
para la resolución de controversias, de manera son los propios
sujetos protagonistas del conflicto quienes deciden de forma
voluntaria utilizarlos o no. Esta afirmación requiere, en todo
caso, algunas precisiones:
c.1.- El carácter voluntario no desaparece por el hecho de que
algunos acuerdos interprofesionales hayan asumido la
conciliación obligatoria previa a la vía judicial y desplazado así
1
Algunos acuerdos interprofesionales se aprobaron con anterioridad al
año 1994, como el vasco, el gallego y el catalán, a partir de la
posibilidad que reconoció la LPL del año 1990 de asumir mediante este
específico instrumento negocial la conciliación administrativa previa a
la vía judicial.
2
A tal efecto, el Acuerdo Interprofesional Preco introdujo una cláusula
específica, la nº 6 de sus disposiciones generales, en la que se prevé la
posibilidad de que las regulaciones particulares establecidas en la
negociación colectiva ordinaria sean incorporadas al acuerdo
interprofesional a través de una decisión unánime de su comisión
paritaria. Dicha cláusula fue a su vez desarrollada por otro acuerdo
general de la comisión paritaria de fecha 27 de abril de 2005 que define
el marco y los criterios a los que debe ajustarse cada una de las
homologaciones.
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a la conciliación administrativa. Los procedimientos
“sustituyen” aquí un cauce (el administrativo) por otro (la
conciliación ante los sistemas autónomos), pero materialmente
no alteran el papel de la conciliación administrativa, cuya
obligatoriedad no deriva de la autonomía colectiva sino de las
leyes procesales.
c.2.- La utilización de los procedimientos se decide, bien en el
momento en el que surge la controversia por los propios sujetos
del conflicto, bien a modo de compromiso de alcance general, o
limitado a determinadas materias, introducido en un convenio
colectivo.
En el caso de que estos compromisos genéricos se hayan
establecido en convenios sectoriales, la utilización del
procedimiento tampoco deja de ser, estrictamente, una decisión
generada “intra muros” de la propia autonomía colectiva.
El mapa actual de procedimientos
En la actualidad en las 17 autonomías se han aprobado otros
tantos Acuerdos Interprofesionales que han dado como resultado,
junto con el acuerdo estatal para los conflictos de ámbito
supraterritorial, (ASEC) un mapa de geometría variable que, con
características diversas, cubre, sin embargo, el conjunto de la
negociación colectiva del Estado, poniendo a disposición de las
partes instrumentos autónomos para resolver sus conflictos
laborales, ya sean éstos de naturaleza jurídica, ya se refieran a
controversias de carácter negocial.
La reforma laboral de 2010: un giro de concepción, más aparente que
real, sobre los procedimientos voluntarios
Aunque la reforma de 2010 nace con el objetivo decidido de
incrementar la flexibilidad interna en nuestro modelo de
relaciones laborales, en términos generales, y sin negar la
existencia de modificaciones que facilitan la utilización de los
mecanismos de descuelgue, tanto salarial como de otras
condiciones de trabajo listadas en el artículo 41 del ET, la ley
35/2010 no alteró, de forma sustancial al menos, los márgenes
empresariales preexistentes para modificar condiciones de
trabajo durante la vigencia de los convenios colectivos, en la
medida en que ha mantenido la exigencia insoslayable de un
acuerdo para la efectividad del pacto novatorio, introducida en
la Ley 11/1994.
La supresión de la exigencia de este acuerdo en determinados
supuestos fue una de las posibilidades barajadas en el largo
periodo de negociación previo a la aprobación de la nueva ley; o
para ser más exacto, una reivindicación de las asociaciones
empresariales negociadoras, que siempre se topó, por otra parte,
con una fuerte oposición sindical. En todo caso, da la impresión
de que en ningún momento el gobierno se planteó con seriedad
eliminar la exigencia del acuerdo.
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Pero debe reconocerse que el objetivo de incrementar la eficacia
en materia de flexibilidad interna y al mismo tiempo mantener la
exigencia del acuerdo como la llave maestra para su
implementación, colocaba al legislador ante una situación
ciertamente compleja. Atrapado en este círculo sin salida
aparente, la solución por la que optó consistió en sentar las bases
para “favorecer” o “posibilitar” la consecución de aquellos
acuerdos mediante la conexión de los mecanismos de flexibilidad
con los procedimientos voluntarios de solución de conflictos. Una
solución cargada de voluntarismo, pero técnicamente compleja,
de difícil control y de dudosa efectividad práctica, al menos sin
la decidida colaboración de los protagonistas directos de las
relaciones laborales.
la “obligación de utilizar” los procedimientos autónomos de solución de
conflictos laborales.
Las obligaciones establecidas en los artículos 85.3 ET y los
artículos 41.6 y 82.3 del ET en relación con los procedimientos
autónomos de solución de conflictos son, en términos jurídicos,
obligaciones de medios, en cuanto que se refieren a la utilización
de determinados cauces, y no, en principio al menos, de
resultado, en la medida en que no garantizan por sí mismas la
solución de la controversia existente entre las partes.
De acuerdo con ellas, los negociadores del convenio –y en la
medida que se analizará después los de los acuerdos
interprofesionales- están obligados a introducir nuevas cláusulas
que se refieren a los procedimientos autónomos de solución de
conflictos, lo que significa una primera atenuación del carácter
estrictamente voluntario de la decisión de establecerlos (el
“podrán” al que se refiere el artículo 91 ET), característico de su
regulación anterior.
Esta obligación se concreta, sin embargo, en dos niveles
diferentes:
1º.- Un primer mandato dirigido a la negociación colectiva
ordinaria en el artículo 85.3 c) ET consistente en “establecer
procedimientos para solventar (de manera efectiva) las
discrepancias en la negociación de (determinados) acuerdos”.
Las preguntas que surgen en relación con esta obligación son
muchas y de compleja respuesta. Las más relevantes, en mi
opinión al menos, son:
a) ¿qué procedimientos son los que han de preverse en el
convenio colectivo?
Como es perfectamente conocido, la referencia a la efectividad
ha suscitado muchas controversias y diferentes interpretaciones3.
3
Ver Salvador del Rey, en el nº 10 de Temas Laborales (Consejo Andaluz
de Relaciones Laborales), págs. 163-191, quien mantiene que el
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Esta interpretación oscila entre la tesis más extrema según la
cual el mandato de efectividad sólo puede entenderse cumplido
mediante el establecimiento de un arbitraje, bien con carácter
exclusivo bien como recurso subsiguiente al agotamiento de otras
vías de composición, como la mediación; o la más abierta que
admite la competencia plena de las partes negociadoras para
decidir el procedimiento a utilizar como medio de resolución de
la controversia.
En otro momento he defendido y explicado mi propia posición, a
la que ahora me remito4. Desde mi punto de vista, la tesis más
segura es que existe obligación de establecer procedimientos en
el convenio colectivo, pero no es necesario que entre tales
procedimientos se incluya un arbitraje obligatorio para las partes
en conflicto.
Evidentemente, ello no excluye que, en este marco de libertad,
los negociadores de cualquier convenio estén facultados para
imponer, entre los procedimientos a utilizar, un arbitraje
obligatorio como medio de solución de las controversias de que
se trata.
b) ¿cómo y por quien se controla el cumplimiento efectivo de
estas obligaciones?
La determinación del verdadero alcance de este deber debería
corresponder, en una primera fase, a la propia autoridad laboral
como órgano de registro de los convenios colectivos estatutarios,
ya que es ésta quien deniega la inscripción o suscita el control de
legalidad ante los tribunales. La realidad muestra que no existen
criterios homogéneos en el conjunto de las autoridades laborales,
pero también que, dentro de esta variedad, ninguna de ellas,
hasta donde yo sé al menos, se ha decantado por la tesis de que
la ley impone al convenio el establecimiento de arbitrajes para la
resolución de controversias vinculadas a la flexibilidad interna.
arbitraje debería ser necesariamente establecido como mecanismo de
solución –eficaz- de las discrepancias entre las partes, aunque deba
entenderse que su utilización efectiva constituye una opción voluntaria
del empresario a la que debería someterse, en su caso,
imperativamente la parte sindical.
En sentido contrario se han pronunciado, por ejemplo, Jesús Cruz
Villalón y Carlos Alfonso Mellado en la jornada técnica sobre la gestión
de la flexibilidad interna organizada por el CRL el 10 de junio de 2010,
cuyo resumen y conclusiones puede consultarse en la página Web del
CRL, en el apartado de “actividad institucional”. Según dichos autores,
son los propios negociadores del convenio colectivo los que deciden con
plena libertad el tipo de procedimiento al que someter sus
discrepancias, sin que pueda deducirse del texto de la ley la obligación
siquiera implícita de establecimiento de un arbitraje.
4
En la intervención que tuvo lugar en las sesiones del 17 y 18 de
noviembre de 2010 en el Foro Social Aranzadi de Donosti y Bilbao bajo
el título “El mapa de la negociación colectiva en la CAPV”.
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2º.- Un segundo mandato cuyo destinatarios son los acuerdos
interprofesionales
Al margen de la obligación analizada en el apartado anterior, la
reforma introdujo también una referencia a los acuerdos
interprofesionales de regulación de procedimientos autónomos
en los preceptos que regulan específicamente los descuelgues
(art 41.6 y 83.2)
El sentido exacto de esta referencia es otra de las cuestiones que
ha suscitado numerosas dudas.
En efecto, dada la existencia de una obligación de contenido en
la negociación colectiva ordinaria que vendría a garantizar el
propósito explícito del legislador de que los desacuerdos se
remitan siempre a procedimientos autónomos, aunque ello no
garantice, según la tesis mayoritaria, la “solución efectiva” de la
controversia, cabe preguntarse ¿qué añade o modifica la
referencia a los acuerdos interprofesionales que se recoge en los
preceptos que regulan estos mecanismos de flexibilidad, esto es ,
los artículos 41.6 y 82.3 ET?
Hay que comenzar por reconocer que la regulación introducida
por la ley 35/2010 y ratificada después casi en sus propios
términos por el RDLey 7/2011 no es de fácil comprensión.
Si la referencia a la “solución efectiva” del conflicto en el nuevo
artículo 85.3 ET provocó las controversias a las que antes me he
referido, la alusión en los nuevos arts. 41.6 y 82.3 ET a la
obligación
de
establecer
mediante
los
acuerdos
interprofesionales procedimientos –de aplicación general y
directa- que incluyan el “compromiso previo” de someter las
discrepancias a un arbitraje generó, desde otra perspectiva, un
debate similar sobre la eventual obligatoriedad de éste en
relación con los periodos de consultas previos al descuelgue
salarial y de condiciones de trabajo.
Son muchas las dudas que plantea la tesis de un arbitraje
obligatorio, no sólo cuando se trata de desentrañar el sentido
propio del texto a través de los medios de interpretación
ordinarios, dada su redacción, ciertamente poco clara, sino
también desde la óptica de la muy cuestionable
constitucionalidad de un eventual arbitraje impuesto desde la ley
a la autonomía colectiva5.
Pero con independencia de ellas, y en mi modesta opinión, el
único modo de interpretar de forma integrada y suficientemente
inteligible todos estos preceptos (el art. 85.3 y los arts. 41.6 y
82.3 ET, en la referencia que hacen a los procedimientos
voluntarios de solución de conflictos) pasa por atribuirles un
5
Ver la nota 3. En la misma jornada técnica de 10 de junio de 2010, los
profesores Cruz Villalón y Carlos Alfonso se pronunciaron por la más que
probable inconstitucionalidad de un arbitraje obligatorio impuesto
desde la ley a la negociación colectiva de carácter interprofesional.
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alcance distinto pero complementario, de manera que todos ellos
vendrían a definir la regulación completa de estas nuevas
obligaciones vinculadas a la utilización de procedimientos
autónomos de solución de conflictos.
Dicha propuesta de interpretación integrada conduciría a un
modelo asentado sobre los siguientes elementos básicos:
a) El artículo 85.3, y por tanto la negociación colectiva ordinaria
de empresa o supraempresarial es quien decide –de manera
necesaria, pero con plena autonomía- qué procedimiento será
utilizado para resolver las discrepancias surgidas en relación con
lo que llamamos genéricamente flexibilidad interna. Por su
parte, los acuerdos interprofesionales regulan, gestionan y
financian el procedimiento por el que el convenio colectivo haya
optado, garantizando así su utilización efectiva.
b) Esta “articulación” entre ambos instrumentos posibilita un
reparto razonable de lo sustantivo, esto es, la decisión sobre la
intensidad del mecanismo de composición que haya de utilizarse
para resolver la controversia, que corresponde al convenio
colectivo, y lo procedimental, es decir, la gestión y puesta en
marcha del procedimiento previamente pactado, que se atribuye
al acuerdo interprofesional.
c) La ley reconoce también al convenio colectivo la capacidad de
introducir en los procedimientos establecidos y regulados por el
acuerdo ciertas “adaptaciones”, lo que excluye las alteraciones
sustanciales. En mi opinión este dato únicamente viene a
reforzar la idea de que el legislador está pensando en todo
momento en la conexión entre convenios y acuerdos
interprofesionales para dotar de eficacia al mecanismo de
solución de conflictos.
d) Es igualmente desde esta perspectiva desde la que se
comprende mejor la referencia al compromiso arbitral de los
arts. 41.6 y 82.3 ET. Cuando la ley se refiere a él, no está
pensando en el propio acuerdo como generador del compromiso
(aunque no pueda negarse de plano la posibilidad de que un
determinado acuerdo interprofesional pudiera introducir
arbitrajes obligatorios), sino en la necesidad de que el acuerdo
garantice, en su caso, la efectividad plena del que se hubiera
establecido en el convenio.
Pienso que hay poderosas razones para mantener esta tesis.
En primer lugar, los compromisos anticipados para resolver las
diferencias que puedan surgir en el futuro se establecen de
forma natural por los mismos sujetos que “crean” la obligación
cuyo alcance pueda resultar posteriormente controvertido, o
parcialmente modificado; esto es, por quienes pactaron el
convenio colectivo. El compromiso tiene, desde esta perspectiva,
una innegable vertiente obligacional que lo vincula, como dos
manifestaciones de un mismo fenómeno, a un único
consentimiento negocial que, de un lado, genera obligaciones
sustantivas y de otro, se compromete a utilizar determinados
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mecanismos para solventar las discrepancias que surjan en
relación con su cumplimiento, o con la introducción de ciertas
modificaciones en relación con su alcance efectivo.
En segundo lugar, porque los acuerdos interprofesionales tienen,
en términos generales, un mero alcance procedimental, mientras
que los convenios colectivos carecen, igualmente con carácter
general, de procedimientos y medios para materializar sus
compromisos, si no es con el auxilio de los sistemas que han
puesto en marcha aquellos acuerdos interprofesionales.
Pero a estas razones creo que puede agregarse otra que tiene ver
con una interpretación sistemática o contextual de los preceptos
de que se trata, sobre todo a partir de la entrada en vigor del
RDLey 7/2011. En efecto, el nuevo texto del art 86.3 ET en el
que se introduce expresamente un párrafo para imponer al
acuerdo interprofesional la obligación de definir el carácter del
arbitraje vendría precisamente a demostrar que en los artículos
41.6 y 82.3 de contenido igual al nuevo artículo 86.3, salvo en el
añadido que se comenta, no se estaba contemplando la hipótesis
de un arbitraje obligatorio, porque, de ser así, no hubiera sido
necesario realizar esta aclaración.
En este contexto, tal y como ya he señalado, resulta mucho más
inteligible la referencia a los compromisos arbitrales que
contienen los arts. 41.6 y 82.3 ET. Con ella se estaría declarando
la obligación que tienen los acuerdos interprofesionales de
establecer mecanismos que puedan hacer efectivos “todos” los
compromisos alcanzados por los negociadores del convenio, lo
que incluye, en su caso, el compromiso previo de someter las
discrepancias a un arbitraje vinculante sin necesidad de un
consentimiento posterior. Es, en mi opinión, a la obligación de
prever esta circunstancia y de solventar los problemas asociados
a una posible actitud rebelde de alguno de los afectados para
formalizar el arbitraje cuando surge la controversia, a lo que se
refieren los arts. 41.6 y 82.3 ET.
Esto enlaza, a su vez, con la problemática generada por el RDLey
7/2011 y los nuevos arbitrajes previstos para solventar las
discrepancias surgidas en la renegociación de un convenio
colectivo, a la que me voy a referir a continuación.
Las principales novedades del RDLey 7/2011
Con el RDLey 7/2011, que nació con vocación de provisionalidad
pero que se ha convertido por diferentes avatares políticos en la
regulación definitiva del nuevo título III del ET, se ha producido,
de un lado la consolidación del modelo anterior y de otro, su
ampliación, aunque con importantes matices, a los conflictos
vinculados al proceso ordinario de renovación de los convenios
colectivos.
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La consolidación del modelo –parcialmente corregido- que estableció la Ley
35/2010 en relación con los mecanismos de solución de discrepancias en el
ámbito de la flexibilidad interna
El RDLey 7/2011 reproduce en buena medida el texto de los
preceptos que reformó la ley 35/2010 en relación con los
procedimientos autónomos y la flexibilidad interna (85.3, 41.6 y
82.3 ET). En consecuencia, lo que se ha señalado en los párrafos
anteriores es, en términos generales, igualmente válido a partir
de su entrada en vigor.
Como principal novedad se ha añadido una referencia a las
comisiones paritarias que, en mi opinión al menos, lejos de
aportar claridad al tema lo ha complicado más aún si cabe, no ya
tanto en relación con las dudas sobre el alcance real de aquellos
preceptos cuanto con su misma eficacia práctica.
Esta novedad consiste en autorizar en materia de descuelgues
(salariales y de condiciones de trabajo) a cualquiera de las partes
para que pueda potestativamente acudir a la comisión paritaria,
una vez concluido el periodo de consultas sin acuerdo, y es la
resultante final, en esta materia, de ciertas iniciativas barajadas
en el proceso de gestación de la reforma cuyo denominador
común consistía en potenciar el papel de las comisiones
paritarias, no sólo en relación con los conflictos vinculados a la
flexibilidad interna sino en términos más generales6.
Por lo que se refiere específicamente a la utilización de los
procedimientos autónomos, este nuevo cometido de las
comisiones paritarias suscita algunas consecuencias colaterales y
no pocas incertidumbres.
En primer lugar, la referencia a las comisiones paritarias en los
artículos 41.6 y 82.3 ET genera una nueva obligación de
contenido para la negociación colectiva. En concreto, la
necesidad de fijar en el convenio los términos y condiciones para
el conocimiento y resolución por la comisión paritaria de las
discrepancias que le sean remitidas por esta vía (nuevo artículo
85.3 h, apartado 3º). La ley no habla de procedimientos sino de
términos y condiciones, cuando, en una lectura inicial al menos,
los términos, las condiciones, o más bien la ausencia de ellas, y
los plazos ya están legalmente establecidos, y es dudoso que
puedan ser modificados a través del convenio.
En segundo lugar, y como ya se ha advertido, la nueva regulación
provoca dudas sobre su verdadero alcance. De acuerdo con la
redacción de los artículos 41.6 y 82.3, una vez concluido el plazo
de siete días las partes recuperan la capacidad para acudir a los
procedimientos autónomos, que deben estar a su vez
específicamente previstos en el convenio colectivo en la medida
6
Ver el nuevo art. 85.3 h) ET en el que se desarrolla el contenido
obligatorio del convenio en relación con los cometidos y funciones,
notablemente ampliadas, de las comisiones paritarias.
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en que han pasado a formar parte de su contenido mínimo
obligatorio (art. 85.3 c) ET).
Pero de otro lado, el convenio ha de regular y decidir también
cuáles son los procedimientos aplicables con carácter general
para solucionar las propias discrepancias de la comisión paritaria
lo que incluye, en una suerte de recorrido circular, el engarce
con los procedimientos autónomos, es decir, la decisión de
remitir también a ellos sus propios conflictos.
Creo, en todo caso, que entre ambas regulaciones pueden
producirse algunos desajustes. En efecto, la introducción de las
comisiones paritarias en el “iter” por el que atraviesan los
conflictos relativos a la flexibilidad interna podría implicar, entre
otros efectos, que la discrepancia se desviara hacia los
mecanismos específicos establecidos para solventar sus propios
conflictos. En este sentido, y aunque no es muy probable que en
la práctica llegara a producirse una regulación contradictoria en
el seno de un mismo convenio, el problema se suscitaría, por
ejemplo, cuando se hubiera fijado para las discrepancias de la
comisión paritaria un procedimiento distinto del previsto con
carácter general para los conflictos de los artículos 41.6 y 82.3, o
cuando aquella decidiera por su cuenta remitirlo a un
determinado procedimiento específico, diferente de los
regulados en el acuerdo interprofesional aplicable.
Aunque la reforma está iniciando ahora su camino, que sin duda
se revela complejo, reflexiones como las anteriores contribuyen
a poner en duda la verdadera eficacia de esta novedosa irrupción
de las comisiones paritarias en este tipo de conflictos
relacionados con la flexibilidad interna, no sólo por las
incertidumbres jurídicas o de pura técnica legislativa que ya han
sido apuntadas, sino también por la falta de implantación y/o las
dificultades de funcionamiento real en plazos tan perentorios con
las que se encuentran estas comisiones en no pocos ámbitos
negociales.
La introducción de una nueva obligación vinculada a los procedimientos
autónomos de solución de conflictos en los procesos de renovación de los
convenios colectivos
Sin duda, y por lo que se refiere a los procedimientos autónomos
de solución de conflictos ésta es la novedad más significativa.
Nuevamente el legislador, aunque ahora con matices distintos,
ha creído que la solución al atasco de la negociación colectiva
para la actualización periódica de sus contenidos está en los
procedimientos autónomos.
Cabe advertir, en primer lugar, que el mecanismo se establece
para la (re)negociación de los convenios colectivos preexistentes,
lo que excluye a los ámbitos negociales de nueva creación.
Y debe señalarse también que esta nueva iniciativa no afecta a
toda la masa de convenios, que en algunos territorios es
especialmente significativa, como, por ejemplo, en la CAPV, que
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perdieron vigencia antes de la entrada en vigor del RDLey 7/2011
y se encuentran ahora en régimen de ultractividad, sino
únicamente a aquellos que lo hagan en el futuro.
Este nuevo supuesto presenta una primera nota común con los
que introdujo la ley 35/2010 y que ya han sido analizados en los
apartados anteriores. En todos los casos se trata, en primer
lugar, de la obligación de “establecer” procedimientos
autónomos de solución de conflictos y, después, de “utilizarlos”
necesariamente para solventar discrepancias de negociación, con
lo que su voluntariedad originaria queda parcialmente
relativizada. Es posible afirmar, por tanto, que en este nuevo
escenario los procedimientos pasarían a ser de uso obligatorio lo
que constituye una característica propia del nuevo sistema frente
a la regulación anterior.
A partir de aquí se constatan, sin embargo, una serie de
importantes diferencias. La primera es que no son los propios
convenios colectivos, como ocurre con los conflictos derivados de
la flexibilidad interna, los destinatarios de la obligación de
definir los procedimientos que vayan a ser utilizados para
resolver las discrepancias en las negociaciones abiertas para su
renovación, sino los acuerdos interprofesionales actualmente
vigentes. No es fácil saber cuál ha sido la razón por la que el
legislador se ha decantado por los acuerdos interprofesionales,
que dejan de ser a partir de ahora acuerdos, exclusiva o
preferentemente, de naturaleza procedimental que definen y
gestionan procedimientos autónomos que se “ofrecen” a los
agentes colectivos, para incorporarse al elenco de productos
generados por la negociación colectiva de base interprofesional
que imponen verdaderas obligaciones a los convenios incluidos en
su ámbito de aplicación, o, si se prefiere, a sus negociadores. Sea
cual fuere esta razón, mi impresión personal es que el
mecanismo por el que se ha optado es, sobre todo, más sencillo
de implementar y/o controlar. Fundamentalmente por dos
motivos: el primero, porque únicamente precisa de la adaptación
de los 18 acuerdos interprofesionales actualmente en vigor, para
lo cual, como se sabe, la propia ley ha establecido un plazo
expreso; y el segundo, porque a falta de adaptación es la ley
laboral la que establece una norma supletoria única, lo que
clarifica el régimen aplicable a la totalidad de los convenios, o
nuevamente para ser más precisos, de los procesos de
negociación abiertos para su renovación.
Es, precisamente, esta norma legal de carácter dispositivo la que
está suscitando más dudas en el plano estrictamente jurídico, al
margen de los demás problemas de aplicación práctica del nuevo
mecanismo a los que después me referiré.
El nuevo arbitraje (supletorio) de carácter obligatorio
El alcance y la problemática asociada a este nuevo mecanismo de
solución de conflictos pueden ser analizados desde diferentes
perspectivas
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1º.- Desde una perspectiva constitucional
Sin duda, lo más significativo de la nueva regulación es la
inclusión de una norma supletoria que ante el silencio de los
acuerdos interprofesionales convierte el arbitraje en obligatorio.
Lo que llama la atención en primer lugar en relación con esta
reforma son las dudas de constitucionalidad que una solución
semejante puede suscitar. Con independencia de los numerosos y
complejos problemas prácticos que necesariamente habrán de
surgir en relación con la práctica de arbitrajes prescindiendo de
la voluntad común de los sujetos afectados para su
formalización, a los que luego haré referencia, cabe preguntarse
si el arbitraje obligatorio impuesto por la ley, al margen de la
autonomía colectiva, no supone una lesión del artículo 37 del
texto constitucional.
Creo que serán muchas las aportaciones doctrinales que se hagan
en el futuro en relación con esta materia, respecto de la cual
algunos autores ya se pronunciaron con carácter de urgencia en
el momento mismo de promulgación de la norma7.
No es mi intención abordar aquí en detalle este debate. La
impresión que yo tengo es, en todo caso, que el carácter de
norma dispositiva que tiene el nuevo párrafo tercero del artículo
86.3, en el que ser advierte que el arbitraje será obligatorio,
pero sólo en defecto de pacto específico, neutraliza de modo
bastante efectivo el reproche de un posible vaciamiento del
contenido esencial de la autonomía colectiva.
No obstante, existen también otras interpretaciones posibles que
podrían transformar la norma legal en “temporalmente”
dispositiva, lo que proyectaría en mi opinión sombras mayores
sobre su constitucionalidad.
Me explico. La norma que impone los arbitrajes entra en vigor de
forma inmediata, tal y como declara expresamente el inciso final
del apartado 2º de esta disposición adicional, lo que significa
que, al margen de cualquier decisión de la autonomía colectiva,
aquéllos tienen, a partir del día 12 de junio de 2011, carácter
obligatorio.
Ahora bien, se trata de una norma subsidiaria, por lo que los
acuerdos interprofesionales están en situación de desplazarla.
Con ello, sin embargo, no se agota el problema. La pregunta
subsiguiente es ¿pueden hacerlo en cualquier momento, o
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Jesús Cruz Villalón en el diario “El País” de 13 de junio de 2011
afirmaba que la fórmula legal, al pretender imponer un arbitraje
obligatorio, traspasaba las líneas rojas de constitucionalidad. En fechas
próximas, el periódico “Cinco Días” de 15 de junio de 2011 publicaba un
artículo recogiendo la opinión de los responsables del área laboral de
Cuatrecasas, quienes advertían también de las “serias dudas sobre la
inconstitucionalidad de esta imposición” ( en referencia al arbitraje
obligatorio).
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El papel de los procedimientos autónomos de
solución de conflictos a partir de las últimas
reformas laborales
únicamente dentro del plazo de adaptación expresamente fijado
para ello? Si los acuerdos interprofesionales pueden optar
libremente y sin limitación temporal alguna por el arbitraje
voluntario, fijar una fecha tope de adaptación - el 30 de junio de
2012 (disposición adicional primera del RDLey 7/2011)- carece de
sentido. A no ser que con ello el legislador pretenda acotar
temporalmente la capacidad de los negociadores para decantarse
por un arbitraje voluntario.
Desde mi punto de vista, si esta fuera la interpretación, las
líneas rojas de una eventual inconstitucionalidad se acentuarían
de modo manifiesto porque la limitación temporal vendría a
significar, entonces sí, una clara invasión de la autonomía
colectiva, la cual a partir del 30 de junio de 2012 no podría
“desplazar” la norma legal, con lo que ésta dejaría de ser una
verdadera norma dispositiva. Se trataría, creo, de una invasión
que no cumpliría el requisito de excepcionalidad que el Tribunal
Constitucional exigió en su conocida sentencia de 8 de Abril de
1981 para salvar la constitucionalidad del arbitraje obligatorio.
En consecuencia, y dentro de un contexto de interpretación
favorable a la constitucionalidad de la norma, mi primera
impresión es que el plazo de adaptación no significa que se haya
acotado legalmente el periodo disponible para que los acuerdos
interprofesionales se acojan de modo expreso a un arbitraje
voluntario, aunque haya que reconocer que, en este supuesto,
dicho plazo pierde gran parte de su significado, lo que
únicamente revelaría una defectuosa técnica legislativa.
En todo caso, lo más probable es que el tema acabe en manos del
Tribunal Constitucional como consecuencia de la impugnación de
alguno de los laudos arbitrales que pudieran llegar a dictarse con
este carácter obligatorio en el futuro por los diferentes sistemas
de solución de conflictos.
2º.- Desde una perspectiva de mera legalidad ordinaria, en
cuanto al alcance mismo de la obligación.
La obligación que impone a los acuerdos interprofesionales el
RDLey 7/2011 es también una obligación de medios consistente
en un mandato de adaptación expresa a la nueva normativa. Tal
obligación se concreta en la necesidad de definir “los criterios y
procedimientos de desarrollo” del arbitraje y parece estar
pensada específicamente para aquellos supuestos en los que el
arbitraje no se formaliza voluntariamente por los sujetos en
conflicto, -pues en tal caso serán estos quienes habrán definido
los aspectos esenciales del procedimiento- sino que se impone a
aquéllos para zanjar sus controversias. En este sentido y aunque
la obligación se ciñe, formalmente, a los conflictos vinculados a
la (re)negociación de los convenios colectivos, debería hacerse
extensiva a todos los casos, incluidos los compromisos arbitrales
pactados en el convenio colectivo en relación con conflictos
específicos en el ámbito de la flexibilidad interna, en los que
alguna de las partes se niega a la formalización del arbitraje una
vez surgida la controversia. Por tanto, vista la alusión a los
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El papel de los procedimientos autónomos de
solución de conflictos a partir de las últimas
reformas laborales
compromisos arbitrales contenida en los artículos 41.6 y 82.3,
estos “criterios y procedimientos” deberían servir también para
acoger de modo eficaz aquellos otros compromisos arbitrales
procedentes de la negociación colectiva ordinaria.
Lo más problemático en torno a esta primera obligación de
medios es, sin duda, el efecto o consecuencias que pueda tener
su eventual incumplimiento. Al margen de las consecuencias
jurídicas, que no son en ningún caso fáciles de establecer, parece
claro que la inexistencia de criterios y procedimientos podría
frustrar la posibilidad real de llevar adelante arbitrajes contra la
voluntad expresa de alguno de los sujetos implicados.
No es sencillo prever todas las variables vinculadas con esta
obligación de medios. Obviamente, el nivel de complejidad será
muy diferente en función del momento de aplicación de la
reforma (antes y después de la adaptación), y por supuesto
también de las decisiones expresas por las que se decante cada
acuerdo interprofesional a lo largo de este proceso adaptativo.
En mi opinión esta problemática podría resumirse, de modo
inicial al menos, de la siguiente manera:
b. 1.- Con carácter inmediato, todos los acuerdos
interprofesionales deberían disponer de mecanismos para
implementar arbitrajes obligatorios, o lo que es lo mismo,
establecer normas y procedimientos que permitan abrir, tramitar
y concluir un arbitraje incluso contra la voluntad de una de las
partes cuando se haya agotado el proceso de (re) negociación de
un convenio colectivo, dados los términos del nuevo artículo 86.3
ET en relación con lo previsto en el inciso último del número 2º
de la disposición adicional primera del RDLey 7/2011.
No es muy probable, sin embargo, que la necesidad de abrir
arbitrajes obligatorios en esta primera fase llegue a producirse
en la práctica porque el nuevo mecanismo solo se aplica, en los
términos de la disposición transitoria primera del RDLey 7/2011,
a los convenios que pierdan vigencia a partir de la entrada en
vigor de la reforma, lo que sitúa el inicio de las negociaciones,
prácticamente en todos los casos, en enero de 2012 y porque
adicionalmente a ello el arbitraje requiere el agotamiento previo
de los plazos máximos de (re)negociación, que como se sabe en
ningún supuesto serán inferiores a los 8 meses. De esta forma, los
primeros arbitrajes sólo podrían llegar a plantearse una vez
agotado el plazo de adaptación: 30 de junio de 2012
b.2.- En segundo lugar, y aunque no parece muy probable, dada
la resistencia percibida entre los agentes sociales ante esta
nueva y problemática fórmula, podrían llegar a introducirse en
alguno de los actuales acuerdos interprofesionales cláusulas que
establecieran un arbitraje obligatorio. En tal caso, el acuerdo se
cuidará también obviamente de fijar los mecanismos que
garanticen la efectividad de dichas cláusulas, con lo que los
problemas técnicos, aunque probablemente sin desaparecer del
todo, quedarían claramente minimizados. Ello no elimina, en
modo alguno, otro tipo de problemas o incertidumbres
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El papel de los procedimientos autónomos de
solución de conflictos a partir de las últimas
reformas laborales
relacionadas con la efectividad real, o si se prefiere, la
conveniencia de tratar de resolver un conflicto mediante un
procedimiento “voluntario”, que es expresamente rechazado por
una de las partes, y que ésta percibe, por tanto, como una
intromisión en su autonomía colectiva y una restricción de su
libertad de negociación.
b.3.- Seguramente, la alternativa más probable es la opción
expresa por un arbitraje de carácter voluntario dentro del plazo
fijado por la disposición adicional primera del RDLey 7/2011.
Aunque tal decisión clarificaría el panorama y solventaría todas
las dudas apuntadas en los párrafos anteriores, vendría a
representar, por otra parte, el fracaso pleno de la reforma y la
neutralización del mecanismo previsto para solventar los
conflictos vinculados a la actualización y renovación periódica de
la negociación colectiva.
En relación con esta hipótesis, no debería olvidarse tampoco que
la opción por un arbitraje voluntario para el caso de la
(re)negociación de los convenios, no agota plenamente los retos
que se plantean a partir de ahora para los acuerdos
interprofesionales. En este sentido, cabe recordar que la nueva
regulación sobre los conflictos vinculados a la flexibilidad interna
exige, si se acepta la interpretación que se ha propugnado en los
apartados anteriores, la introducción de medios, criterios y
procedimientos para hacer efectivos los compromisos previos de
arbitraje introducidos en los convenios colectivos como medio de
solución de los desacuerdos que persistan tras la finalización de
los periodos de consulta.
Esta es, en mi opinión, una tarea que tarde o temprano deberán
acometer, por tanto, todos los acuerdos interprofesionales.
b.4.- Es posible imaginar por último un escenario de bloqueo del
proceso de adaptación de los acuerdos interprofesionales, en
determinados casos por desavenencias entre la parte sindical y
empresarial y en otros incluso por la existencia de conflictos
intersindicales que dificulten o imposibiliten el acuerdo.
En tales supuestos, y en mi opinión, nos enfrentaríamos a la más
inquietante de todas las variables posibles. En efecto, existen
poderosas razones para concluir que ante la ausencia de un
acuerdo adaptativo los arbitrajes se convierten, o para ser más
exactos, permanecen como arbitrajes obligatorios con el mismo
carácter y alcance del que les ha dotado la disposición adicional
única del RDLey 7/2011.
Es muy probable, sin embargo, que un acuerdo interprofesional
que no hubiera logrado superar el periodo de adaptación con un
pacto expreso sobre esta materia, lo que en principio
únicamente le impediría desplazar la norma legal que convierte
al arbitraje en obligatorio, tampoco haya conseguido establecer
los procedimientos y criterios a que se refiere al nuevo artículo
86.3 ET, y que resultan imprescindibles para solventar las
resistencias frente a la formalización voluntaria del arbitraje.
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El papel de los procedimientos autónomos de
solución de conflictos a partir de las últimas
reformas laborales
Parece evidente que este escenario podría provocar la anulación
en la práctica del mecanismo previsto en la ley; no, como en el
caso anterior, por decisión voluntaria de los agentes sociales,
sino por la ausencia de la necesaria colaboración de éstos en la
implementación del sistema. Esta es, en mi opinión, una de las
principales debilidades estructurales de la reforma a la que me
he referido al comienzo de mi intervención.
Recapitulación a modo de conclusiones
1º.- Las nuevas referencias normativas a los procedimientos
autónomos y voluntarios de solución de conflictos, introducidas
por la ley 35/2010, en lo que se refiere a los desacuerdos en los
periodos de consulta relacionados con la flexibilidad interna, y
por el RDLey 7/2011 en materia de renegociación de los
convenios colectivos vencidos, suponen un cambio de orientación
en el modelo actual, desarrollado a partir de la ley 11/1994, de
reforma del Estatuto de los Trabajadores. En un primer nivel,
este cambio implica que la negociación colectiva, de carácter
ordinario y/o interprofesional, está obligada a incluir dichos
procedimientos, y los agentes negociadores a utilizarlos de
modo efectivo para resolver sus discrepancias, con lo que la
decisión de acudir a ellos deja de ser un acto estrictamente
voluntario.
Más allá de esta primera nota común, el tratamiento que da la
ley a los conflictos relacionados con la flexibilidad interna y con
la renegociación de los convenios presenta diferencias notables.
2º.-En el caso de la flexibilidad interna, la instancia que decide
el tipo de procedimiento a aplicar para resolver la discrepancia
es el convenio colectivo, en la medida en que la referencia a los
procedimientos para tales supuestos pasa a formar parte de su
contenido mínimo obligatorio. Existen razones poderosas para
concluir que esta elección es libre para los negociadores del
convenio y que son ellos, en consecuencia, quienes optarán por
uno u otro procedimiento y decidirán en última instancia la
intensidad de su compromiso.
En este esquema, la función de los acuerdos interprofesionales
consiste en proveer a las partes en conflicto de los medios
necesarios para que el procedimiento de que se trate pueda ser
llevado a cabo, garantizando así la eficacia del modelo.
Este nuevo modelo requiere para su plena efectividad que los
acuerdos interprofesionales incluyan reglas que permitan acoger
los compromisos previos de arbitraje pactados en convenio
colectivo, posibilitando así la práctica de éste aún en el caso de
que algunos de los sujetos afectados se niegue a la apertura del
procedimiento.
3º.- En lo que hace referencia a la renegociación de
convenios colectivos, la ley mandata, sin embargo, a
acuerdos interprofesionales para decidir el procedimiento al
deberán someterse los negociadores del convenio una
agotados los plazos máximos para su renovación.
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los
los
que
vez
El papel de los procedimientos autónomos de
solución de conflictos a partir de las últimas
reformas laborales
A diferencia de lo que ocurre con la flexibilidad interna, en este
caso es el propio legislador quien ha decidido establecer un
arbitraje obligatorio como norma subsidiaria en defecto de
previsión específica del acuerdo interprofesional respectivo.
En los términos en que está configurado, el arbitraje obligatorio
puede suscitar ciertas dudas de constitucionalidad. En mi
opinión, la interpretación más compatible con el texto
constitucional es que la opción por un arbitraje voluntario como
pacto explícito incorporado a los acuerdos interprofesionales
cabe en cualquier momento, lo que convierte la norma legal en
una verdadera norma dispositiva preservando así la prevalencia
de la autonomía colectiva. La tesis de una posible limitación del
plazo legal para llevar a cabo la adaptación, que se convertiría
de este modo en una suerte de plazo preclusivo, plantea sin
embargo, desde esta perspectiva constitucional, mayores dudas.
4º.- Con independencia de la regularidad constitucional de la
fórmula introducida por el RDLey 7/2011, la puesta en marcha
del nuevo modelo presenta otras incertidumbres notables. Las
más difíciles de resolver se plantearán, probablemente, en los
casos en que los acuerdos interprofesionales no contengan un
pronunciamiento expreso sobre el carácter del arbitraje. En
tales supuestos, y a la vista de la previsión legal que convierte al
arbitraje en obligatorio deberían aplicarse reglas que posibiliten
la práctica de éste incluso frente a la resistencia de alguno de
los sujetos afectados. Es de esperar razonablemente que estas
reglas acompañen como complemento natural a los pactos
expresos por los que se establecen este tipo de arbitrajes, pero
es dudoso que se incluyan en aquellos acuerdos
interprofesionales que no hayan llevado a cabo la adaptación.
5º.- En todo caso, la puesta en práctica de los arbitrajes como
instrumento básico para permitir la renegociación de los
convenios cuando las partes no consigan llegar a un acuerdo
directo, genera otras muchas incertidumbres desde el punto de
vista de su efectividad práctica e incluso de su misma
conveniencia, en la medida en que pueden ser percibidas como
un cuerpo extraño en un modelo asentado en el principio de
autonomía de las partes negociadoras.
Bilbao, siete de octubre de dos mil once.
Tomás Arrieta Heras.
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