Siúticos, abajistas, rotos, chinas y cuicas

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El Clarí-n de Chile
Siúticos, abajistas, rotos, chinas y cuicas
autor Rafael Luís Gumucio Rivas
2008-09-13 22:58:44
El libro Siútico, arribismo, abajismo y vida social en Chile, de Óscar Contardo Vergara 2008
Siempre he sostenido que los periodistas escriben mucho mejor historia que los historiadores de oficio. El libro de
Contardo, además de pescar al lector de comienzo a fin, zarandea el bestiario, cruel, despectivo y racista de la sociedad
chilena. La palabra siútico se usa para herir, aun cuando nadie acepta ser calificado como tal. Siempre el siútico es el
otro.
Es cierto que el término siútico hoy no tiene el poder de antaño: ya pasaron los balmacedistas, los alessandristas y los
radicales, a quienes el calificativo siútico les caÃ-a de perillas. En el libro que comentamos se desliza, por boca de uno
de los testigos, que Ricardo Lagos Escobar podrÃ-a ser un poco siútico, y que el columnista Colodro lo es del todo.
Alberto Espina quedó marcado como siútico, no sólo por sus ojos azules, sino también por haber dicho, a viva voz,Â
que habÃ-a mucha gente rara en tan exclusivo balneario. Si se tratara de de cazar siúticos, como antaño lo hacÃ-an
LuÃ-s Orrego Luco, JoaquÃ-n Edwards Bello, Inés EcheverrÃ-a, mi tÃ-o Mario Rivas y BenjamÃ-n Subercaseaux, y otros,
podrÃ-amos entretenernos llenando páginas de páginas. ¿Cuántos siúticos podremos encontrar en el Partido Socialista
o en la Democracia Cristiana? ¿Entre los parlamentarios o en lÃ-deres de la farándula? Nos saltaremos ese juego tan
entretenido.
Para los grandes crÃ-ticos de nuestra historia siempre existieron los rotos y los caballeros, los ricos y los pobres. AsÃocurre con las obras de Valdés Canje, Carlos Vicuña Fuentes, BenjamÃ-n Subercaseaux, y otros. La clase media
siempre estuvo ausente de estas crÃ-ticas.
¿Qué diablo es ser siútico? De poco nos sirve recurrir a José Victorino Lastarria, que trató de siútico a un contradictor
prepotente y que se vanagloriaba de sus orÃ-genes aristocráticos? Mucho menos apelar a don Juan Tenorio, cuyo
ayudante se llamaba cuiti, un personaje servil que se enorgullecÃ-a de los éxitos amatorios de su patrón; tampoco nos
sirve el siútico Amador Molina, del MartÃ-n Rivas, de Blest Gana, ni menos la familia Canaleja, de los Trasplantados, del
mismo autor; los Cepeda, personajes de la Chica del Crillón, de JoaquÃ-n Edwards Bello, que se creÃ-an herederos de
Santa Teresa de Õvila, cuyo apellido era Zepeda y Ahumada. En 1920, fueron calificados como siúticos Arturo
Alessandri y Eliodoro Yánez.
Según Edwards Bello, la siutiquerÃ-a es una enfermedad que se pasa con dos generaciones: el que antes era siútica, se
convierte en un caballero e –incluso tiene calles con su nombre-.
La siutiquerÃ-a fue un arma polÃ-tica en la guerra civil de 1891: Balmaceda era el balma-siútico; la oligarquÃ-a condenaba
al elegante Claudio Vicuña por andar con siúticos, como Julio Bañados Espinoza y Acario Cotapos; a este último lo
definÃ-an como un caballo moro, de cincuenta años de edad, y ocho octavos de sangre india; Carlos Ibáñez fue
también el prototipo del paco siútico. Cuenta el historiador Jocelyn-Holt que la familia Letelier no podÃ-a explicarse
cómo la Graciela se habÃ-a casado con un paco, por muy presidente de la república que él fuera. El colmo de los
siúticos lo constituye la “casta― militar. Según la escritora Totó Romero, toda la siutiquerÃ-a del idioma las dejó Augus
Pinochet: “Yo dirÃ-a toda la vida siéntate, ¿cómo voy a decir tome asiento? Es una estupidez. Uno dice un cuarto para
las cinco, pero no las cuatro y cuarenta cinco, como dicen ellos. Se dice mi tÃ-a se murió, nunca mi tÃ-a falleció. ¿Has
visto algo más siútico que fallecer?. Siúticos ha habido siempre, pero yo creo que la época crÃ-tica fue la de los milicos―.
Los aristócratas se llaman, a sÃ- mismos, la gente bien, la gente como uno, la gente de familia, la gente de sociedad. En
El Tapete Verde, del talquino Francisco Hederra Concha, obra publicada en 1910, uno de los personajes, Enriqueta,
considera siúticas a todas las provincianas. La ciudad del Piduco tiene fama de ser la capital de la siutiquerÃ-a, incluso,
el libro que comentamos ha provocado polémica en la Región del Maule.
Para una aristócrata, la gente se divide entre conocida y no conocida: todos los extraños son siúticos. La siútica nunca
paga las cotizaciones de la empleada doméstica. Para Mónica EcheverrÃ-a sus padres hablaban de siútico para
referirse a la clase media.
Mi tÃ-o Mario Cayo Rivas era más bien un pije abajista, que se burlaba de los siúticos y, sobretodo, de las siúticas en su
columna de La Noticia Gráfica, en su columna “Donde va Vicente…―. Mi abuelo Manuel Rivas Vicuña, uno de los lÃ-de
más avanzados de la República parlamentaria, trató de conducir a sus dos hijos hombres, Manuel y Mario, a la tarea
polÃ-tica y, para tratar de lograrlo, les encontró un puesto en el Ministerio de Relaciones Exteriores, que siempre ha
recibido aristócratas que sólo saben idiomas, pero mi tÃ-o Mario duró apenas un mes en el trabajo, pues no se le
ocurrió nada mejor que tratar de siútico al mismÃ-simo Ministro. Cuando vivÃ-a en la calle de los Obispos, cerca de
Seminario, se paseaba desnudo, de un departamento a otro; una dama lo retó por tan procaz conducta, a lo cual
respondió que ella era una sapa por mirarlo con lujuria.
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Los siúticos triunfaron con Pinochet: fue la dictadura o tiranÃ-a absoluta de la siutiquerÃ-a. Cuenta uno de los testigos
que los Matte no entraron al Diego Portales hasta que no llegaron  los Chicago Boys, verdaderos caballeros de la
Universidad Católica. Una señora aristocrática explica muy bien esta relación entre la aristocracia y los militares: si
usted tiene una empleada, que le plancha la ropa prolijamente y, además, prepara excelente menú diario, no la va a
despedir porque usa un perfume que no le agrada; los militares hicieron muy bien el oficio de empleada, sirviendo a los
ricos.
Constanza Vergara, ex directora la de la revista Paula, sostiene que bailó por primera vez el vals de la novia en una
fiesta de un oficial de la Fach. Ester Edwards dice que no conocÃ-a a los militares antes de la llegada de Pinochet: “Yo, al
menos, no habÃ-a visto uno de cuerpo entero en mi vida―. Totó Romero dice que “Si cuando joven me hubiera ido a ver
un cadete a la casa lo habrÃ-an echado. En mi casa se consideraba que el tonto de la familia se metÃ-a al ejército―. Los
milicos tienen un poder enorme, pero antes no los consideraba nadie.
Jorge Edwards sostiene que el régimen de Pinochet tiene mucho de revancha, pues los milicos odiaban a los pijes de
izquierda.
Las señoras de los milicos se caracterizan por su mal gusto; según Totó Romero, creen que porque usan carteras café
deben llevar zapatos del mismo color, y si es blanca, zapato blanco; “no hay nada más siútico que zapato blanco―,
exclama. La mujer del general sigue la carrera del marido y sólo es dueña de casa. Hay que tener mucho tiempo para
ser siútica. El arquetipo de las siúticas es el de LucÃ-a Hiriart de Pinochet. Laura Rivas, diseñadora, encargada de
vestir a la “primera dama― dice que no pudo negarse a hacerlo y, además se vio obligada a vestirla bien, a pesar de lo
resiútica que era. Lucia Hiriart roteaba a todas las mujeres que le caÃ-an mal y las trataba de chinas o de comunistas
ordinarias.
Doña LucÃ-a hablaba contra el divorcio, pero sus  hijas se divorciaron. Todos se casaron con siúticos y siúticas, salvo
la Jacqueline que, en tercera instancia, se casó con un Noguera. Según mi hermana Manuela Gumucio, Jacqueline
posa de pituca. Los militares viajan por todo Chile y viven todos juntos, en poblaciones destinadas a ellos; sólo iban al
extranjero como agregados militares para comprar armas y organizar fiestas patrióticas del 18 de Septiembre. En la
transición a la democracia, el agregado militar enviaba, directamente al comandante en jefe la valija, sin que la viera el
embajador. A Pinochet le dio por viajar y meter la pata en todo el mundo, tal como lo hacÃ-a en Chile cuando
improvisaba, y al fin, por este vicio y su prepotencia, terminó preso en una clÃ-nica de Londres.
2-Â Pitucos, caballeros y acaballeradosÂ
La aristocracia chilena es una casta de mercachifles, pero funda su orgullo en la “limpieza de la sangre―; según una
encuesta, el 6% de los chilenos se declara indÃ-gena. Para Gloria Errázuriz Pereira, a sus padres no les interesaban los
tÃ-tulos nobiliarios, pues habÃ-an hecho la historia de Chile. En los caballeros se mezcla el apellido y el dinero, lo
importante es que sea producto del ocio y no de una actividad productiva; claro que, en dos generaciones, las familias
mineras del Norte Chico se convirtieron en aristócratas – es el caso de los Ossa, los Edwards y los Urmeneta. Según
LuÃ-s Barros y Ximena Vergara , en El modo de ser aristocrático, el dinero habido mediante el trabajo productivo se lava
con el correr del tiempo. En dos generaciones los turcos y los croatas se convirtieron en socios del Club de la Unión y
en dueños de los principales monopolios chilenos.
El caballero desprecia, no sólo a los siúticos y a los rotos, sino también a un artista de origen humilde, como Gabriela
Mistral, que acababa de ganar los Juegos Florales, en el Teatro Municipal. La madre de Vicente Huidobro, que aspiraba
a que su retoño fuera el rey de Chile, le escribÃ-a a Europa, en el siguiente tono: “tienes que volver pronto. AquÃ- hay
que poner orden: hay una rota, una pobre mujer que está escribiendo poemas―. Cuenta un memorialista que antes de un
baile de estreno, el señor LarraÃ-n le mostraba El Gotha chileno y sólo debÃ-a invitarse a jóvenes que aparecieran en
ese libro; lo peor que le podÃ-a pasar a un caballero era que una hija suya se casara con un siútico, especialmente
militar. Uno de los personajes de Mama Rosa exclamaba, “yo no permitiré que mi hija se case con un siútico.
En la pelÃ-cula de Raúl Ruiz, Diálogo de Exiliados (1974), unos de los personajes es Fernando Vial Errázuriz, que es
entrevistado por un periodista brasilero: “Vial por parte de padre y, sobretodo, nieto de José Manuel Balmaceda y el
presidente Errázuriz por parte de madre―; con esta frase, el aristocrático desterrado cree haberlo dicho todo, sin
embargo, el periodista aludido no entiende nada. Vial sigue perorando: “¿habrá Viales que quieran ser Vidales o GarcÃ-a
Huidobro que le borren el Huidobro?―.
El roto y la china eran vistos de distinta forma por los aristócratas; hay algo de mÃ-tico en el roto y el indio, en la figura
de Lautaro y los soldados en guerra contra la Confederación Perú-Boliviana, incluso, existe aún un monumento en la
Plaza Yungay, y Lautaro es uno de los personajes más respetados de la historia de Chile. Algo muy distinto es el roto
real, que es hábil, un poco “básico, flojo y borracho―, como los tilda el prejuicio aristocrático.
En el Mito Aristocrático, de LuÃ-s Barros y Ximena Vergara, aparece la familia campesina de los Ponce, vasallos muy
leales del señor feudal –dueño de fundo-, entre patrón e inquilino existen relaciones de dependencia y servicios muy
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distintos del mundo del mercado capitalista. La “nana― es otro personaje campesino que se transforma en parte de la
familia al dar leche a los caballeritos. El historiador Jocelyn-Holt dice que sus primeras palabras pertenecen al
vocabulario campesino de su nana. El pobre es como un niño que no logra captar lo triste que es su vida desde la cuna
a la muerte.
También hay lo que se llama rotos acaballerados, es el caso de quienes siendo pobres, votan por los partidos de
derecha, porque creen que al tener riqueza, no van a robar, o que en sueños, pretenden parecerse a ellos. En el
pasado, el Partido Conservador tuvo obreros apatronados, hoy no debe faltar en la UDI alguno de estos rotos
despistados. En las manifestaciones pro Pinochet se juntaba lo peor de las “viejas rotas― y sus caras eran dignas de Los
Miserables, de VÃ-ctor Hugo.
Cuenta Roberto Matta que trabajaba con los muralistas de Ramona Parra para pintar en la Comuna de la Granja; él los
invitaba a desayunar en el elegante hotel Crillón. “…ellos no tenÃ-an nada y yo los invitaba a comer. Primero, si no
hubiera sido el gobierno de la Unidad Popular no los habrÃ-an dejado entrar…Pero como yo estaba ahÃ-…Estábamos en
la mesa y pedÃ-an cosas. Y los mozos, que eran siúticos, estaban como ofendidos de tener que servir a rotos y se
acaballeraban y servÃ-an a caballeros…Estaban todos con las bocas fruncidas―.
Doña Victoria Subercaseaux, madre de BenjamÃ-n Vicuña Mackenna, fue consolada por el obispo Mariano Casanova a
la muerte de su hijo, diciéndole que la Virgen MarÃ-a habÃ-a sufrido también mucho por la muerte de su marido, José.
“¿Cómo puede comparar don Mariano a ese carpintero siútico con mi BenjamÃ-n?―
A veces, el roto se convierte en un “salvaje―, en un personaje terrible, cuando se trata de defender sus derechos ante el
orden oligárquico, instigados, según los patrones por los agitadores. En la huelga de la carne, la oligarquÃ-a tuvo mucho
miedo como lo indica el siguiente texto de Balmaceda Valdés, en su novela Desgracia: “Me parece estar viendo la figura
gallarda y varonil de mi abuelo Valdés, siempre tieso como un huso a pesar de sus años, entre el doctor Gregorio
Amunátegui y don Vicente Correa Vergara y rodeados de los vecinos de esa calle, todos de carabina al hombro,
formando una barrera infranqueable que las turbas no osaban acometer―. De las Brigadas Blancas a Patria y Libertad la
oligarquÃ-a reaccionó, ante el miedo, matando rotos, actividad que llamaban “palomear rotos―.
Cuicos y cuicas
El término despectivo corresponde a los habitantes del Alto Perú, hoy la actual Bolivia. Sólo en Chile el cuico es
equivalente al pituco, perteneciente al ABC1. Los cuicos, como los siúticos deben ser medidos como la escala Mercali,
según como se siente el terremoto. Hay el cuico absoluto, ABC1, que es socio del Club de Golf, alumno, por lo regular,
del colegio de los Legionarios de Cristo, de antepasados dueños de fundos, ingeniero o abogado de la Católica; hay
también el cuico intelectual, laico o católico. En las cuicas encontramos a oro perla y la cuica zafada, es decir, la Rita
Salas Subercaseaux, que publicó un libro llamado Antenas del Destino; aunque sus parientes compraron dos ediciones
de esta obra, al fin sigue siendo un clásico del naif chileno, provocando la risa de los pocos que la han leÃ-do.
De Rita Salas se cuenta la siguiente anécdota: “…ella y una familiar visitan la casa de un par de mujeres con dinero.
Toman el té y a la hora de la despedida Rita le comenta a su acompañante, frente a sus anfitrionas ¡qué siúticas más
encantadoras!―. Otras cuicas zafadas fueron la Marta Montt, que se bañó en bikini desafiando la prohibición del obispo
Tagle, MarÃ-a Luisa Bombal, que mató por celos a su amante, en el salón de honor del hotel Crillón; la más famosa de
todas es Teresa Wilms Montt, que murió por sobredosis en un hospital de ParÃ-s.
Los abajistas
Son aristócratas que se identifican y se sienten mejor con los pobres que con los seres desagradables de su clase. El
héroe máximo de los abajistas, según Contardo, es Ernesto Che Guevara, un joven de buena familia argentina que
decide jugarse la vida por los pobres. Muchos de los abajistas pertenecen al campo católico, en primer lugar, inspirados
por la EncÃ-clica Rerum Novarum, entre ellos se encuentran Bernardo Leigthon y Jaime Castillo Velasco; en segundo
lugar, cristianos inspirados en el Concilio Vaticano II y las Conferencias del CELAM, de MedellÃ-n y Puebla, entre estos
abajistas los más destacados son los sacerdotes Mariano Puga, José Aldunate y mi tÃ-o, Esteban Gumucio. Todos ellos
se identifican totalmente con sus poblaciones, hasta tal punto de vivir como ellos.
En otro plano, también abajistas laicos, como Miguel EnrÃ-quez, que viene de la aristocracia de Concepción, y antes
Eugenio Matte Hurtado, que fundó el Partido Socialista y fue uno de los jefes de la República de los doce dÃ-as.
De todas las categorÃ-as, los abajistas son los que me caen mejor, pues creo que son los más auténticos y verÃ-dicos.
Rafael LuÃ-s Gumucio Rivas     Â
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