1 INTRODUCCIÓN A Los problemas de la filosofía DE B. RUSSELL

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INTRODUCCIÓN A Los problemas de la filosofía DE B. RUSSELL
John Skorupski
(Traducción: Agustín Arrieta Urtizbereai)
Bertrand Russell (1872-1970) escribió esta conocida introducción a la filosofía
en 1911 y la publicó en Enero de 1912. Desde entonces ha sido leída por generaciones
de estudiantes de filosofía, dentro y fuera de la universidad. Cabe situar esta obra en uno
de los periodos filosóficos más fértiles del propio Russell. En 1910 había finalizado el
arduo y agotador trabajo técnico que exigía Principia Mathematica. Dicho trabajo fue
realizado en colaboración con A.N. Whitehead y constituye una de las piedras angulares
de la lógica matemática contemporánea. Russell afirmó que 'su intelecto nunca se
recuperaría completamente de tamaño esfuerzo'. A pesar de ello, en lo que a cuestiones
de filosofía general se refiere, es evidente que experimentó un impulso pleno de frescura
y vigor. Aunque el libro fue escrito a modo de introducción popular -Russell hablaba de
'su novela impactante y barata'-, anticipa puntos de vista claros, a la vez que introduce
nuevas ideas; entre otras, su teoría de la verdad. Lo hace lacónicamente, sin dogmatismo
alguno, discretamente y con extraordinaria claridad. Con toda seguridad esta obra
merece su ininterrumpida aceptación.
Russell no se ocupa de todos los problemas de la filosofía. Tal y como señala en
el prefacio, se limita a aquellos problemas sobre los que considera que puede aportar
algo positivo y constructivo. Teniendo en cuenta sus intereses en aquel periodo, el libro
trata principalmente sobre epistemología -aquella rama de la filosofía que investiga
acerca de aquello que podemos decir que conocemos o que razonablemente creemos.
Sobre la base de esa investigación Russell también obtiene conclusiones sorprendentes
acerca de los tipos fundamentales de cosas que hay. No se ocupa ni de cuestiones éticas
ni de una serie de problemas clásicos referidos a la mente y a la acción, como son los
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que conciernen a la naturaleza del yo o al problema del libre albedrío. En cualquier
caso, algo de su punto de vista ético sale a la luz a través de sus afirmaciones sobre el
carácter y el valor de la filosofía -tema del que se ocupa en diferentes momentos a lo
largo del libro y al que dedica el último capítulo del mismo.
Datos de los sentidos, física y creencia instintiva
Russell arranca con un análisis de la percepción. Las apariencias son relativas:
una mesa parece diferente desde diferentes ángulos y bajo diferentes tipos de luz. Pero
no pensamos que la mesa misma cambie. Russell postula lo que él denomina 'los datos
de los sentidos'. Se trata de 'lo que nos es inmediatamente conocido en la sensación', 'de
esos datos somos inmediatamente conscientes' (p. 33-34);ii los datos de los sentidos
cambian, aunque la mesa no lo haga. Al introducirlos Russell también distingue entre un
acto o estado de conciencia y su objeto. Un estado de conciencia es mental, mientras
que su objeto puede serlo o no serlo. Esto nos lleva a un primer punto importante. A
partir de esta distinción (y a lo largo del libro ésta resulta importante) Russell podría
haber concluido que cuando percibes la misma mesa desde diferentes ángulos y bajo
diferentes tipos de luz, el objeto de tu conciencia es el mismo a pesar de que las
experiencias que tienes, las cuales constituyen tu conciencia de la mesa, difieren entre
sí. Podría haber sostenido que el objeto de tu conciencia es la mesa misma, y no lo que
la mesa parece. Pero Russell no defiende este punto de vista; él considera que lo que la
mesa te parece a tí es el objeto mismo de tu conciencia, y toma este objeto, es decir, el
dato de los sentidos, como un objeto mental, en el sentido de ser privado en relación a tu
mente; si tú no existieras, el dato de los sentidos tampoco.
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¿Cuál es la relación entre los datos de los sentidos y los objetos físicos? Los
objetos físicos causan los datos de los sentidos; es objetivo de la física informarnos
sobre todo lo que podemos saber acerca de los objetos físicos. En el capítulo 3 Russell
concluye que de objetos y del espacio y tiempo físicos que ocupan sólo podemos
conocer su estructura relacional, pero no su naturaleza intrínseca. Previamente plantea
una pregunta más básica: 'Pero si la realidad no es lo que parece que es, ¿tenemos algún
medio de conocer si en efecto existe alguna realidad? Y en caso afirmativo, ¿tenemos
algún medio de saber cómo es esa realidad?' (p. 37). Piensa que es lógicamente posible
que todo lo existente no sea más que yo y mis experiencias y pensamientos. Sin
embargo, esa creencia en la materia, propia del sentido común, es instintiva y nos lleva
a la teoría sistemática más simple; por ello, debemos aceptarla aunque sepamos que es
lógicamente posible que sea falsa (p. 46-47).
Russell concluye lo siguiente:
'Hemos hallado que todo conocimiento debe fundarse en nuestras creencias
instintivas, y que si éstas son rechazadas, nada queda. Pero, entre nuestras creencias
instintivas algunas son más fuertes que otras, y muchas por el hábito y la asociación se
han enredado con otras creencias que no son realmente instintivas, sino que se supone
falsamente que forman parte de lo que creemos por instinto.
La filosofía debería exponernos la jerarquía de nuestras creencias instintivas,
empezando por las que mantenemos de un modo más vigoroso, y presentando cada una
de ellas tan aislada y tan libre de adiciones superfluas como sea posible...
No puede haber razón para rechazar una creencia instintiva, salvo si choca con
otras; pero, si hallamos que armonizan, el sistema entero se hace digno de ser aceptado.
Es, sin duda, posible que todas o algunas de nuestras creencias nos engañen y, por
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consiguiente, todas deben ser miradas con al menos un ligero elemento de duda. Pero no
podemos tener ninguna razón para rechazar una creencia a menos que sea sobre el
fundamento de alguna otra creencia. ' (p. 46-47)
En cuanto al mencionado método de Russell hay que destacar dos
características:
1. Recurre fundamentalmente a la autoridad racional de la creencia instintiva.
Russell no está infiriendo según la hipótesis más simple, sea ésta instintiva o no. En el
capítulo 6, donde discute el problema de la inducción, ni tan siquiera menciona como
método de inferencia la inferencia según la hipótesis más simple (o 'mejor explicación').
El principio de inducción que se establece en la p. 89 no nos permite inferir los objetos
físicos a partir de los datos de los sentidos; sólo nos permite inferir correlaciones entre
datos de los sentidos.
A este respecto su método se entronca en una tradición filosófica británica
notablemente representada en el siglo XIX por la escuela del 'sentido común' de Thomas
Reid y también por John Stuart Mill (quien vivió lo suficiente como para ser padrino de
Russell). Así pues, en lo que concierne al método es interesante anotar en qué sentido
difiere la posición de Russell de la de dichos filósofos. Al igual que Russell, Reid
sostiene la autoridad de la creencia instintiva y el carácter instintivo de la creencia en la
materia. Sin embargo, Reid había criticado incisivamente la tesis que defiende que los
objetos 'inmediatos' de la percepción son los datos de los sentidos o, en sus términos, las
'ideas'. El punto de vista que Reid defendió fue precisamente el que, como he señalado
antes, Russel podría haber defendido, dada su distinción entre acto de conciencia y
objeto de dicho acto. El análisis sobre la percepción que Reid realizó es muy profundo y
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muchos filósofos serían partidarios de dicho análisis en contra de la propuesta de
Russell.
Mill también acepta la autoridad de la creencia instintiva. Al igual que Russell
en este libro (cap. 11) y Reid anteriormente, Mill consideró que los juicios de memoria
son instintivos y, por ello, los aceptó como autoritativos. Pero, a diferencia de Reid y de
Russell, argumentó que la creencia en la materia no es instintiva. Es un resultado de la
'costumbre y la asociación' a las que hace referencia el propio Russell en el texto arriba
citado. Teniendo en cuenta esto último, Mill niega que haya razón alguna para aceptar la
existencia de la materia, en el caso de que se entienda ésta como causa no-mental de las
sensaciones. Contrariamente, la materia debe ser analizada como la posibilidad
permanente de la sensación. Se trata de una posición análoga a la que posteriormente el
mismo Russell adoptará de manera provisional.
2. ¿Por qué debemos aceptar conjuntamente con Russell (Reid y Mill) que una
creencia instintiva es racionalmente autoritativa? Russell no se hace esta pregunta, a
pesar de que acepta que el hecho de que una creencia sea instintiva no implica que sea
verdadera. Su actitud coincide con las de Reid y Mill: si no aceptamos la autoridad
racional, aunque revocable, de las creencias instintivas, no podremos justificar ninguna
creencia. Contra un escepticismo absoluto nada puede ni necesita decirse.
Esto puede ser correcto en tanto que útil, pero nos deja ante un misterio
filosófico. Supongamos un procedimiento P que el propio Russel aceptaría para afinar y
sistematizar nuestras creencias instintivas. Esto exigiría comprometerse con la tesis que
afirma que cualquier creencia instintiva que sobreviva a P es una creencia razonable.
¿Qué es lo que hace que esa creencia sea razonable? ¿Acaso se trata de que nosotros
tengamos esa creencia instintivamente? Cabe esperar que un análisis filosófico sobre los
conceptos de 'instintivo' y de razonable arroje alguna luz acerca de la obviamente
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importante conexión existente entre ambos. Pero ni Russell, ni anteriormente tampoco
Mill y Reid, hacen ningún intento para afrontar este problema.
Idealismo: conocimiento sin mediación alguna y conocimiento por
descripcióniii
La crítica al idealismo (Russell lo define en la p. 59) es un tema que se trata
frecuentemente en Los problemas de la filosofía. A lo largo del libro Berkeley, Kant y
Hegel son presentados como representantes del idealismo -se trata de filósofos muy
diferentes que Russell analiza de maneras diferentes. En el capítulo 4 algunos de los
argumentos de Berkeley son eficazmente analizados. Russell retorna a la distinción
entre un acto mental y su objeto y (sorprendentemente, teniendo en cuenta su aceptación
de 'los datos de los sentidos') la utiliza contra Berkeley de manera análoga a como lo
hizo Reid (p. 64-65). Uno de los argumentos centrales de Berkeley a favor del idealismo
señala que 'de algo no podemos saber que existe, si no lo conocemos' (p. 65). Pero como
Russell señala, 'La palabra 'conocer' se usa en dos sentidos diferentes' (p. 65). A veces
sabemos que algo es el caso; se trata de conocimiento de verdades, tal como mi
conocimiento de que París es la capital de Francia; y también hay conocimiento de
cosas, en contraposición al conocimiento de verdades. Russell denomina a este tipo de
conocimiento conocimiento sin mediación alguna. Por ejemplo, yo conozco París,
conozco la ciudad sin mediación alguna. Contrariamente, no conozco Brasilia, aunque
sé que es la capital de Brasil. Como Russell señala, nosotros podemos saber y sabemos
que hay objetos que no conocemos, esto es, que hay objetos que no conocemos sin
mediación alguna.
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Esta es una interesante observación con respecto al idealismo, pero, como
Russell afirma, sólo afecta a uno de los muchos argumentos a favor del idealismo;
además no se trata de algo novedoso. En el capítulo siguiente (cap. 5), sin embargo, la
discusión da un giro novedoso. Russell introduce la noción de conocimiento por
descripción. Se puede decir que conozco un objeto por descripción si sé que es el único
objeto que satisface dicha descripción. Por ejemplo, sé que Brasilia es el único objeto
que satisface la descripción 'capital de Brasil'; por lo tanto, yo conozco Brasilia por
descripción y no por conocimiento sin mediación alguna. El conocimiento por
descripción, a diferencia del conocimiento sin mediación alguna, es reducible al
conocimiento de verdades. Russell afirma que sólo conocemos sin mediación alguna
objetos 'de los cuales somos conscientes directamente, sin la mediación de ningún
proceso de inferencia ni de ningún conocimiento de verdades' (p. 69). Esa es una parte
importante de su epistemología que denominaremos tesis X. Teniendo presente el
análisis realizado hasta ahora, estrictamente hablando tenemos que decir que sólo somos
conscientes y que sólo conocemos sin mediación alguna nuestros datos de los sentidos y
nuestro yo (p. 71-72). Así pues, no conozco sin mediación alguna París, sino el dato del
sentido que le corresponde. Ahora bien, Russell añade una importante tesis acerca de la
conexión entre el conocimiento sin mediación alguna y la comprensión:
Toda proposición que podamos entender debe estar compuesta exclusivamente
por elementos de los cuales tenemos conocimiento sin mediación alguna. (p. 80)
Se trata de la tesis que denominaremos Y. Se sigue que sólo podemos hacer
juicios acerca de objetos de los que tenemos conocimiento sin mediación alguna, es
decir, por lo visto hasta ahora, acerca de nuestro yo y nuestros datos de los sentidos.
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Incluso eso mismo sería imposible, si tuvieramos conocimiento sin mediación alguna
sólo de los objetos señalados. Téngase en cuenta que hacer un juicio sobre un objeto es
predicar algo del mismo, y para ello tengo que conocer sin mediación alguna aquello
que es predicado. Russell habla de universales al referirse a aquello que se predica. Un
aspecto muy importante y novedoso de su punto de vista es que los universales pueden
ser relaciones con cualquier número de lugares. Las propiedades son precisamente las
relaciones con un único lugar. Hay relaciones que tienen dos lugares como 'c ama a b',
relaciones con tres lugares como 'd da b a c', relaciones con cuatro lugares 'a está más
lejos de b que c de d', etc.
Según X se concluye que debemos ser directamente conscientes de los
universales. De esta forma, la lista completa russelliana de aquello de lo que somos
directamente conscientes comprende nuestro yo, nuestros datos de los sentidos y los
universales. Entre éstos sólo los universales son públicos; sólo los universales pueden
ser conocidos sin mediación alguna por más de una persona. Esta tesis, junto con X e Y,
hace que Russell llegue a conclusiones muy peculiares con respecto a sobre qué
podemos hablar. Por ejemplo, hace que Russell concluya que no podemos afirmar
ninguna proposición sobre Bismarck. Consideremos, por ejemplo, 'B fue un diplomático
astuto', donde 'B' es el objeto que es Bismarck. Sólo el propio Bismarck es capaz de
juzgar eso. Lo máximo que podemos hacer nosotros es describir dicha proposición -esto
es, 'la proposición que asevera en relación al objeto real que fue el primer canciller del
imperio alemán que dicho objeto fue un diplomático astuto' (p. 79). Habiendo
presentado dicha descripción podemos juzgar que la única proposición que satisface la
misma es verdadera. Gracias a que los universales que aparecen en dicha descripción
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son públicos somos capaces de comunicarnos. El resto de objetos que podemos conocer
sin mediación alguna son privados en relación a nosotros.
No nos hubieramos visto obligados a aceptar la extraña conclusión que señala
que sólo Bismarck puede conocer sin mediación alguna a Bismarck, si hubieramos
rechazado bien X o bien la teoría restrictiva de Russell que dicta qué es aquello de lo
que podemos ser directamente conscientes. ¿Una persona que está dialogando con
Bismarck no es acaso 'directamente consciente' de Bismarck? Una vez más, aceptando
cualquier sentido habitual en el que quepa interpretar qué es aquello que yo conozco sin
mediación alguna, diríamos que conozco París sin mediación alguna, mientras que
Brasilia no. Esto tiene alguna conexión con hechos acerca de mi conciencia. Conozco
París sin mediación alguna ya que he estado allí, no en sueños, sino siendo consciente
de mi entorno. La tesis Y es plausible si se combina con esa noción común acerca del
conocimiento sin mediación alguna. Consideremos, por ejemplo, el enunciado 'el ser
humano más longevo no ha nacido todavía'. Yo puedo juzgar que ese enunciado es
verdadero. En un sentido importante, sin embargo, ese juicio no es acerca de ese objeto
real que es el ser humano más longevo. Pues supongamos que Fred, a quien yo conozco
muy bien, resulta ser de hecho el ser humano más longevo. En ese caso mi juicio es
falso; pero no por ello se trataba de un juicio acerca de Fred -esto es, yo no estaba
juzgando de Fred, de una manera obviamente falsa, que él no ha nacido todavía. Por
otro lado, yo puedo emitir juicios acerca de Fred en ese sentido -mientras que otras
personas, nacidas hace varios siglos, no podrían emitirlos, aunque sí podrían haber
juzgado que el ser humano más longevo no había nacido todavía. ¿Cuáles son, pues, las
condiciones para que una persona sea capaz de emitir juicios acerca de Fred? ¿Debe esa
persona conocer a Fred sin mediación alguna? Y si la respuesta es afirmativa, ¿en qué
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sentido debe hacerlo? Estas preguntas se ramifican a través de sorprendentes sendas y
siguen dejando perplejos a los filósofos.
Autoevidencia, lo a priori y el mundo de los universales (capítulos 6-11)
Del capítulo 6 en adelante Russell analiza cómo conocemos los principios
generales. En primer lugar, argumenta que el propio principio de inducción no puede ser
ni demostrado ni refutado mediante la experiencia; si resulta conocido, debe serlo en
virtud de su 'evidencia intrínseca' (p. 91). No es la inducción el único principio general
así conocido. En el capítulo 7 añade que los principios lógicos fundamentales también
son intrísecamente evidentes o autoevidentes -en realidad, en la perspectiva de Russell,
tienen un grado de autoevidencia superior al del principio de inducción. Russell utiliza
el término tradicional 'a priori' para referirse al conocimiento que nosotros tenemos de
los principio generales basado exclusivamente en la autoevidencia de los mismos o en la
autoevidencia de los principios a partir de los cuales son deducidos. Quiere decir que
conocemos dichos principios antes de, o independientemente de, la evidencia
proporcionada por la experiencia, aunque acepta que la experiencia puede ser necesaria
para que nosotros seamos conscientes de los mismos. Los principios lógicos no son los
únicos que conocemos a priori. También lo son los principios de la ética (la teoría que
se ocupa de lo que es intrínsecamente deseable) y de la aritmética.
El uso que hace Russell del término 'a priori' no coincide con el de
'autoevidente'. Algunos principios a priori no son autoevidentes; más bien se deducen
de principios que sí lo son. Por otro lado, clasifica como autoevidentes verdades que
única y exclusivamente establecen qué datos de los sentidos son dados al individuo.
Además, ya que piensa que la memoria es directamente consciente de los datos de los
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sentidos del pasado, el conjunto de verdades autoevidentes incluye verdades sobre los
datos de los sentidos proporcionados a través de la memoria. El conocimiento de esas
verdades, junto con el conocimiento a priori de los principios autoevidentes de la
lógica, aritmética y ética es denominado también conocimiento 'inmediato' o 'intuitivo'.
El resto del conocimiento es 'derivado'.
Hay profundas dificultades en la noción de conocimiento 'inmediato', 'intuitivo'
o 'autoevidente', y Russell nunca trató de arrojar suficiente luz sobre la misma, aunque
lleva a cabo un intento en los capítulos 11 y 13. Sugiere que:
'Parece, por tanto, muy probable que dos nociones diferentes se hallen
combinadas en la noción de 'evidencia' tal como ha sido expuesta; que una de ellas, la
que corresponde al más alto grado de autoevidencia, es realmente una garantía infalible
de verdad; mientras que la otra, la que corresponde a todos los otros grados, no
proporciona una garantía infalible, sino una presunción mayor o menos. ' (p. 141)
Más tarde explica:
'Podemos decir que la verdad es autoevidente, en el primero y más absoluto
sentido, cuando conocemos sin mediación alguna el hecho que corresponde a la verdad.'
(p. 160)
Teniendo en cuenta como utiliza Russell la expresión 'conocimiento sin
mediación alguna', podemos decir que conocemos un objeto o hecho sin mediación
alguna si el objeto existe o si el hecho se da. Así pues, si conozco sin mediación alguna
el hecho que se corresponde con mi creencia, se sigue, obviamente, que mi creencia es
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verdadera. ¿Pero cuándo puedo decir si lo conozco sin mediación alguna o si, por el
contrario, parece que lo conozco?
Consideremos mi conocimiento acerca de mi actual experiencia de los sentidos.
Los siguientes aspectos son plausibles. (i) Dicho conocimiento no se infiere a partir de
mi conocimiento de alguna otra cosa, sino que consiste simplemente en la conciencia
inmediata de tal experiencia de los sentidos. (ii) Si soy consciente de tener determinada
experiencia de los sentidos, entonces efectivamente la estoy teniendo. (iii) Si parece que
soy consciente de tener determinada experiencia de los sentidos, entonces soy
consciente de tenerla. Para Russell se trata del ejemplo perfecto de conocimiento
'inmediato' o 'intuitivo' en el primer sentido. Pero ahora comparémoslo con el caso de la
memoria. (i) Mi conocimiento de mi pasada experiencia de los sentidos no necesita
inferirse a partir de mi conocimiento de alguna otra cosa. (Por supuesto, en algún caso
puede que sí. Por ejemplo, yo puedo haber olvidado que tuve determinada experiencia,
pero puedo inferir que la tuve consultando alguna página de mi agenda.) (ii) Si recuerdo
haber tenido determinada experiencia de los sentidos, entonces tuve tal experiencia. Si
no tuve tal experiencia, entonces sólo parece que recuerdo haberla tenido. Pero justo en
este punto se rompe la analogía. No podemos decir: (iii) si parece que recuerdo haber
tenido una experiencia de los sentidos, entonces la he tenido. Siendo plenamente
consciente y sincero, puede parecer que recuerdo algo cuando en realidad no lo
recuerdo. Russell acepta esta situación en la página 138.
¿Qué podemos decir sobre el conocimiento a priori? ¿Cómo es posible dicho
conocimiento a priori? Se trata de una conocida pregunta propuesta por Kant. Russell
está de acuerdo con Kant en que no todo conocimiento a priori es 'analítico' (p. 105),
enfrentándose, pues, con los empiristas. Implícitamente va más lejos que Kant al
sostener que no sólo la matematica sino que también la lógica misma no es analítica.
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Afirma que una deducción puramente lógica puede proporcionar conocimiento nuevo
(p. 102. Mill ha subrayado este aspecto). Por otro lado, Russell rechaza la explicación
propuesta por Kant de la posibilidad del conocimiento no-analítico a priori.
Esencialmente argumenta que la explicación de Kant mostraría por qué es necesario que
creamos que 2+2 es 4, pero no explica por qué es necesario que 2+2 sea 4 (p. 107).
Tras dejar a un lado tanto a Kant como al empirismo, el camino para la respuesta
de Russell está despejado: nuestro conocimiento a priori es conocimiento inmediato o
intuitivo de los universales y de las relaciones que se dan entre los mismos (dichas
relaciones son, por supuesto, también universales). Russell afirma, con cierto aire
inocente, que su teoría es la teoría de Platón 'sólo con las modificaciones que el tiempo
ha mostrado necesarias' (p. 115). En las páginas 119-120 Russell argumenta hábilmente
que cualquiera que intente negar la existencia de los universales debe al menos
reconocer el universal relacional de similaridad. Así pues, toda proposición debe
contener universales, pero no toda proposición debe contener particulares. Las
proposiciones acerca de las relaciones entre universales contienen sólo universales, y
nuestro conocimiento de las mismas puede ser a priori. 'Todo conocimiento a priori
trata exclusivamente con las relaciones entre universales' (p. 127).
Sin embargo, los empiristas tenían razón con respecto a lo siguiente: en relación
a algo, no cabe saber a priori si existe o no (p.94). 'Todo nuestro conocimiento a priori
se ocupa de entidades que, estrictamente hablando, no existen ni en el mundo mental ni
en el físico' (p. 112). Russell, como otros filósofos de principios del siglo XX, distingue
entre existencia y 'subsistencia' (o 'ser') (p. 122-123).
Esta perspectiva se distingue tanto de la perspectiva empirista como de la
kantiana. Sin embargo presenta dificultades obvias y muy serias, las cuales no son
tratadas por Russell (dificultades también sobre la desconcertante distinción entre existir
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y ser). Una pregunta es la siguiente: ¿por qué no pueden ser todas las proposiciones
sobre universales conocidas a priori? 'Todos los seres humanos son mortales' es una
proposición universal y sus componentes son exclusivamente universales. Pero Russell
aceptaría que sólo puede conocerse por inducción. Es decir, no es a priori. ¿Por qué no?
Si nosotros tenemos acceso inmediato al mundo de los universales y de las relaciones
entre los mismos, ¿por qué resulta necesaria la inducción? ¿Por qué algunas de esas
relaciones se conocen a priori y otras no?
Otra pregunta atañe a la supuesta conciencia directa en relación a los
universales. En el caso de la memoria, como ya se ha visto, hay una diferencia entre la
experiencia de recordar y lo recordado. Por esta razón cabe tener la experiencia de
recordar cuando realmente no se está recordando. Cuando se trata de un recordar
genuino se involucra alguna forma de vínculo o transmisión desde el objeto recordado
hasta la experiencia de recordar. ¿Qué podemos decir sobre los universales? En este
caso también hay una diferencia entre el universal del que soy consciente y mi acto de
conciencia. Parece que de ahí debe seguirse que puedo tener una experiencia en la que
soy consciente de un universal cuando en realidad no lo soy, y también que debe haber
alguna forma de vínculo o transmisión desde el universal del que soy consciente hasta
mi conciencia de él.
En qué consiste ese vínculo es un misterio, especialmente si hablamos acerca de
un vínculo con un mundo que está fuera del tiempo. Incluso más misterioso resulta aún
lo siguiente: ¿cómo puede mi conocimiento sin mediación alguna de entidades que
subsisten fuera del tiempo proporcionarme conocimiento de verdades acerca del mundo
existente; por ejemplo, el conocimiento de 'ya que soy un ser humano, moriré'? Además,
aun cuando estas preguntas puedan responderse, Russell sólo habría mostrado cómo
resulta que el conocimiento a priori es autoevidente en el segundo sentido, esto es,
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como presunción, y no lo es en el primer sentido o sentido absoluto. Por esta razón, al
igual que en el caso de la memoria, debe ser posible distinguir entre parecer ser
consciente de una relación entre universales y realmente serlo. Si aceptamos (cosa
plausible) que parecer recordar algo nos da una garantía presuntiva y revocable para
sostener que efectivamente ocurrió así, nosotros quizás también aceptemos que parecer
ser consciente de una relación entre universales nos da una garantía presuntiva para
sostener que la relación se da. Pero esto último, aunque no carezca de interés, no
muestra que la lógica y la aritmética tengan la certeza absoluta que Russell quería
asignarles. Queda abierto para un empirista argumentar que esta modalidad de garantía
a priori puede invalidarse mediante la experiencia, al igual que la evidencia presuntiva
de la memoria puede serlo.
La naturaleza y el valor de la filosofía
Dejando a un lado la distintiva teoría de la verdad y del juicio presentada en el
capítulo 12 y la discusión sobre Hegel en el capítulo 14 -en ambos lugares se
desarrollan de forma interesante las ideas russellianas sobre las relaciones-, volvemos
finalmente a las ideas de Russell sobre la naturaleza y el valor de la filosofía.
Russell no entiende la filosofía de la misma manera que Wittgenstein y el
Círculo de Viena, es decir, no entiende la filosofía como una actividad inherentemente
distinta de la ciencia. Ambas, la filosofía y la ciencia, arrancan a partir de las creencias
instintivas y de la evidencia, y a partir de ellas desarrollan una concepción del mundo.
La diferencia entre ambas es que la filosofía está más comprometida con la crítica que
con la evidencia; específicamente, con la revisión critica de nuestras declaraciones de
conocimiento (p. 173). En cualquier caso, la crítica constructiva, en contra del
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escepticismo absoluto que no nos lleva a ningún lado, debe arrancar a partir de algo que
al menos provisionalmente sea aceptado como conocimiento.
La filosofía tiene el conocimiento como objetivo, pero su valor reside en su
incertidumbre. La filosofía libera la mente de las pequeñas preocupaciones. La
contemplación del universo favorece la grandeza del alma; pero las filosofías que
'asimilan el universo al ser humano' (p. 180) no pueden hacerlo -esas filosofías
constituyen una forma de autoafirmación.
Es evidente que las ideas de Russell acerca del valor de la filosofía están en
estrecha relación con su realismo instintivo sobre la física y los universales. También
conecta con este realismo instintivo su propio estilo: un estilo literal atrayente, además
de la ausencia de ironías y de alusiones o evasivas tan propias en otros estilos
filosóficos del siglo XX con gran influencia. Los problemas de la filosofía de Russell
nunca fue del agrado de Wittgenstein -el rechazo fue tan intenso que incluso la amistad
entre ambos quedó en entredicho. Wittgenstein hizo objeciones técnicas a la teoría
russelliana del juicio, y mostró aversión filosófica por el uso russelliano de la noción de
'autoevidencia' y por su noción de hechos platónicos cognoscibles a priori. Pero la
objeción más profunda y temperamental fue al estilo y, cabe decir, a la actitud ética que
se expresan a lo largo del libro, particularmente en el último capítulo; capítulo que
desagradaba especialmente a Wittgenstein.
Las objeciones técnicas de Wittgenstein perturbaron seriamente a Russell. Y así
resultó que la concepción de Wittgenstein acerca de la filosofía como una actividad que
se autodisuelve -una concepción muy diferente de la russelliana- resultó dominante en la
filosofía analítica a mediados del siglo XX. En la actualidad ya no es dominante,
aunque su legado sea omnipresente. Por otro lado, las ideas que Russell desarrolla en
este libro, tanto en cuanto a los detalles (incluidas versiones de su teoría del juicio)
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como a su concepción general de la filosofía y a su análisis crítico de las creencias
instintivas e hipótesis científicas, son fuertemente defendidas por parte de muchos
filósofos contemporáneos. Estas ideas están entroncadas, como se ha visto, en un
tradición filosófica británica. Por lo tanto, esta es una introducción escrita desde una -y
sólo una- perspectiva filosófica con capacidad de recuperación; escrita por su
representante más importante en el siglo XX. Razonablemente no cabe pedir más.
i
(Nota del traductor) Mi agradecimiento a Fernando Migura por sus sugerencias y correcciones.
(Nota del traductor) Las páginas a las que nos referimos corresponden a la edición en euskara del texto
de Russell: Filosofiaren arazoak. Bilbao: Pentsamenduaren klasikoak, 2002. Traducción de Agustín
Arrieta Urtizberea. También debemos señalar que para los fragmentos citados por Skorupski hemos
tenido en cuenta la traducción al castellano del texto de Russell: Los problemas de la filosofía. Barcelona:
Labor, 1991. Traducción de Joaquín Xirau. Hemos introducido pequeñas variaciones cuando lo hemos
creído conveniente.
iii
(Nota del traductor) Traducimos 'knowledge by acquaintance' como 'conocimiento sin mediación
alguna'. Literalmente tendría que ser quizás algo así como 'conocimiento por familiaridad' o
'conocimiento por contacto' o también 'conocimiento directo'. Pero, en cualquier caso, Russell hace un uso
técnico de esa expresión y creemos que la traducción que proponemos se ajusta a las intenciones del autor
y, en especial, a la contraposición entre knowledge by acquaintance y knowledge by description.
ii
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