Alfredo Narváez Medécigo Universidad Humboldt de Berlín Doctorado en Derecho Público https://twitter.com/narvichas El "nuevo" juicio de amparo y la igualdad ante la ley Igualdad formal como condición necesaria Construir igualdad de derechos en México definitivamente no es un problema que se pueda solucionar simplemente estableciendo las normas jurídicas adecuadas. Si el Estado de Derecho ―aquél en donde todos somos iguales ante la ley― se redujera al derecho mismo, y no a las mujeres y hombres encargados de cumplirlo, bastaría tener buenas reglas para asegurar la consecución de sus fines. No obstante, también es evidente que sin normas jurídicas adecuadas será muy difícil que objetivos tan fundamentales como el “trato igual a iguales” se hagan realidad en nuestro país. Aunque la Constitución haya sido reformada tantas veces con el ánimo ―por lo menos así se ha dicho oficialmente― de hacer de nuestra sociedad una más igualitaria, la percepción de que el derecho en México está allí para servir a los intereses de los económica y políticamente poderosos sigue más vigente que nunca. Por otro lado, la discriminación hacia los grupos más vulnerables o hacia las minorías “incómodas”, el influyentismo y la corrupción; representan el día a día de nuestra sociedad. Independientemente de sus causas políticas, socio-económicas o culturales, importantísimas sin duda, este estado de cosas se debe en buena medida a que las normas jurídicas encaminadas a proteger nuestros derechos fundamentales han estado mal diseñadas desde su origen. Entre ellas se encuentra el mecanismo que en México ha fungido históricamente como el medio de protección de derechos por antonomasia: el juicio de amparo. Nueva ley de amparo, vieja “fórmula Otero” Apenas el dos de abril pasado ―después de un largo proceso que duró más de 10 años desde la primera propuesta seria― se publicó la nueva Ley de Amparo. Ella pretende ser el colofón a las reformas constitucionales en materia de Derechos Humanos y Amparo aprobadas en junio de 2011 y que han sido tan aclamadas por la comunidad académica y la sociedad mexicana en general. Uno de los propósitos originales de estas modificaciones era modernizar el juicio de amparo para “permitirle volver a ser un instrumento eficaz para la protección de derechos fundamentales.” 1 Incluso antes de que se promulgara la nueva ley, el Poder Legislativo y el Poder Judicial Federal no paraban de festejar estos cambios legales en medios impresos y electrónicos. Los describen todavía como “un verdadero cambio de paradigma” en la realización de los derechos en México e invierten sustancialmente para difundirlos entre los llamados “operadores jurídicos” (v.gr. fiscales, jueces y magistrados). Estimo conveniente, sin embargo, cuestionarse si las nuevas reglas efectivamente son propicias para fomentar esa igualdad formal ―igualdad en el derecho, en las leyes― que, considero, es condición necesaria para obtener igualdad material en nuestro país. Si bien algunos de los cambios específicos 2 quizás agilizarán la tramitación del juicio en sí, creo que en este caso es muy importante ver qué es lo que no cambió, o que, quizás cambiando un poco, no tiene repercusiones sustanciales y seguirá siendo un factor de desigualdad jurídica y, por ende, material. Como es bien sabido, desde que en México se creó el juicio de amparo, las sentencias dictadas en este procedimiento habían tenido efectos únicamente para las partes en el litigio. De acuerdo con la conocida “fórmula Otero”, una ley considerada inconstitucional lo era sólo para quien lo hubiera alegado ante un tribunal federal pero no así para los demás individuos que se encontraran en el mismo supuesto legal. Así, no era inusual enterarse de algún “suertudo” que estaba amparado contra la tenencia vehicular, contra el “Hoy no Circula”, o contra la Ley del Impuesto sobre la Renta y, por ende, quedaba eximido de estas obligaciones, mientras que el resto de la ciudadanía continuaba sujeto a una legislación de dudosa constitucionalidad. Incluso existiendo jurisprudencia sobre la inconstitucionalidad de una ley, había que promover un amparo para evitar su aplicación. 3 Esta situación generó un incentivo pernicioso a las autoridades mexicanas para violar derechos durante más de siglo y medio. El probable número de amparos contra determinada política pública entraba en el cálculo del legislador para tomar una decisión. Al ciudadano respetuoso de la ley se le trataba como incauto. A pesar del gran despliegue mediático que han tenido, las reformas que recién les comento no modificaron realmente esta situación. Si bien ahora el Pleno de la Suprema Corte (SCJN) puede declarar con efectos generales la inconstitucionalidad de una ley como consecuencia de los amparos promovidos por ciudadanos en lo individual, las nuevas reglas traen más caos y confusión a un de por sí ya complicado sistema. 1 Zaldívar, Arturo, HACIA UNA NUEVA LEY DE AMPARO, México, IIJ-UNAM, 2002, pág. 10. Inclusión del derecho internacional de los derechos humanos como estándar de regularidad constitucional, interés legítimo para promover el juicio, impugnación de omisiones de la autoridad, actos de particulares, redefinición de los supuestos de suspensión, y eliminación del amparo para efectos. 3 Ésta situación subsistió por lo menos hasta 2002, año en que se resolvió la contradicción de tesis 6/2002 (http://ius.scjn.gob.mx/documentos/tesis/921/921031.pdf). 2 Declaratoria general de inconstitucionalidad “a la mexicana” Primero, la invalidación general no opera directamente. Para que la SCJN pueda iniciar este proceso se requieren cinco resoluciones ininterrumpidas en el mismo sentido. Que la declaratoria general de inconstitucionalidad sea producto de la denominada “jurisprudencia por reiteración” ―no así de las decisiones que resuelvan las contradicciones entre tribunales de amparo― da pie a que tanto las autoridades administrativas como los tribunales inferiores de otros circuitos del país sigan aplicando disposiciones inconstitucionales mientras el asunto no llegue a la SCJN. Segundo, una vez que un asunto llegue a la Corte, se requiere una casi imposible mayoría calificada de ocho ministros (de once) que considere inconstitucional la legislación. Al igual que en los procedimientos que inician los entes públicos, 4 el constituyente mexicano supone que la mayoría calificada en un órgano terminal ―que además en cierto modo reproduce la distribución ideológica del Senado― trae alguna ventaja para defender potestades que son esencialmente contramayoritarias (es decir, herramientas para proteger a las minorías o grupos vulnerables). En realidad, este obsoleto requisito sólo contribuye a que haya distintas consecuencias para una misma situación dependiendo de quién tuvo los recursos para quejarse. Piénsese, por ejemplo, en la llamada “protección a la vida desde la concepción” (la prohibición a las mujeres de practicarse un aborto): mientras que más de la mitad de los ministros de la SCJN la considera inconstitucional, no reunir la mayoría calificada arroja un resultado equivalente al sentir de una población mayoritariamente conservadora. Tercero, y en esta exclusión voy a detenerme un poco más, la declaratoria general no procede en leyes tributarias. 5 Esta distinción contrasta sobremanera con la forma en que las democracias consolidadas abordan cualquier legislación que vulnere derechos fundamentales. ¿Cómo lidian con esto las democracias desarrolladas? En mayo pasado, por ejemplo, el Tribunal Constitucional de Alemania declaró incompatible con la Constitución de aquel país la ley que excluye a las uniones entre parejas del mismo sexo de los beneficios fiscales otorgados a los matrimonios heterosexuales. 6 Al resolver una serie de quejas iniciadas por ciudadanos afectados, los jueces alemanes consideraron que dicha ley violaba el derecho constitucional de igualdad. Según el fallo, al no poder unir los ingresos de cada cónyuge para determinar una base gravable promedio por hogar, una pareja homosexual terminaba pagando 4 Acciones de inconstitucionalidad y controversias constitucionales. (Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, Art. 107, fracción II, párrafo 4). 6 (http://www.bverfg.de/pressemitteilungen/bvg13-041en.html). 5 más impuestos que una heterosexual que ganara exactamente lo mismo. Por ello, el tribunal ordenó al Parlamento federal elaborar nuevas reglas tributarias que eliminasen ese tipo de discriminación. Otro ejemplo más sonado en México: hace unos meses la Corte Suprema de los Estados Unidos invalidó la controvertida “Ley para defender el matrimonio” (DOMA, por sus siglas en inglés). 7 En tanto que definía la institución marital como enlace entre mujer y hombre, dicha ley impedía a los matrimonios homosexuales obtener, entre otros beneficios, exenciones fiscales federales. El juicio original fue iniciado por una mujer que fue obligada a pagar impuestos por heredar una finca al morir su esposa; obligación que no se hubiera generado si su cónyuge hubiese sido varón. La Corte consideró que la DOMA violaba la igualdad protegida por la Constitución y, por tanto, la hizo inaplicable para todas las autoridades administrativas y judiciales estadounidenses. El derecho solamente podrá encauzar conductas si existe la certeza de que a una misma acción le seguirá irremediablemente la misma consecuencia jurídica independientemente del destinatario de la norma. Por ello, en sistemas donde los jueces tienen la responsabilidad de controlar que las leyes no violen los derechos fundamentales de las personas, también debe garantizarse que las resoluciones judiciales sean uniformes. Justamente, una importantísima implicación práctica de estas decisiones del tribunal alemán y de la corte estadounidense es que la legislación invalidada ya no podrá aplicarse a persona alguna nunca más. Que su naturaleza sea tributaria o no tributaria es completamente irrelevante. ¿Qué sucedió en México? En nuestro país, en cambio, los encargados de “modernizar” el amparo tuvieron temor del “impacto negativo en las finanzas públicas” 8 y excluyeron expresamente a las leyes fiscales del ya de por sí complicado procedimiento de declaratoria general de inconstitucionalidad. Actuaron bajo el mismo razonamiento mezquino de siempre en el que pocas quejas legitiman una medida inconstitucional y dieron la oportunidad al Estado de seguir obteniendo recursos vulnerando derechos fundamentales. ¿Qué diferencia habría ―para seguir con el ejemplo mencionado― entre discriminar por preferencia sexual en un Código Civil o hacerlo en el Código Fiscal? Las parejas homosexuales, igual que las heterosexuales, se casan principalmente para gozar de la protección de las leyes; no para mostrar a todo mundo su acta de matrimonio. No solamente es hipócrita reconocer igualdad jurídica y luego no asumirla donde cuesta; es también contraproducente para el Estado de derecho. 7 8 (http://www.supremecourt.gov/opinions/12pdf/12-307_6j37.pdf). (http://www.senado.gob.mx/sgsp/gaceta/61/1/2009-12-10-1/assets/documentos/dic_const_94.pdf, pág. 11 del dictamen). El Estado mexicano debe hacer algo si quiere dejar de hacer pensar a sus ciudadanos que el derecho está allí para condonar adeudos a las grandes empresas 9 o a los ayuntamientos irresponsables; 10 para fastidiar a quienes tienen preferencias diversas a las de la mayoría; para inculpar pobres y devolverles bienes mal habidos a los políticos corruptos. Aunque el juicio de amparo siempre se ofrezca como solución, es también parte del problema. Cualquier reforma que pretenda lograr igualdad y que lo deje fuera será simplemente una ilusión. 9 (http://www.eluniversal.com.mx/notas/922324.html). 10 (https://dl.dropboxusercontent.com/u/63457637/Actualizaci%C3%B3n%20Forense/Sentencia%20YO%20CONTRIBUYENTE.pdf)