D is ib tr Edición Extraordinaria uc ió n ISSN: 1995-087X ui at gr ta Serie Grandes Maestros Año 3 N°13 Agosto 2009 Morin, gran pensador de la complejidad de la ciencia en su sentido más amplio. Al hacer ello, reivindican también un modelo a seguir para sus estudiantes: Garcilaso, orgulloso de su origen, pero cosmopolita al mismo tiempo, pisaba tierras extrañas a los 22 años y triunfa años después en Europa con sus obras magníficas. Atento lector de los clásicos y nutriéndose de las mejores luces de su tiempo, Garcilaso prefigura un acercamiento multidisciplinario –cuando esta palabra no existíaal conocimiento, acercamiento que es hoy vital en nuestra formación intelectual: traductor certero, maestro en el manejo de sus fuentes, cronista crítico y justo historiador. Pero también estilista, uno de los mejores de nuestra literatura. La Universidad Inca Garcilaso de la Vega se complace en rendir este homenaje, de la mano de la Biblioteca Nacional del Perú, al Inca Garcilaso de la Vega, insigne forjador intelectual y espiritual de la peruanidad, en el IV Centenario de la publicación de su obra magna Los Comentarios No hace falta creer que la cuestión de la complejidad se plantea solamente hoy en día, a partir de nuevos desarrollos científicos. Hace falta ver la complejidad allí donde ella parece estar, por lo general, ausente, como por ejemplo, en la vida cotidiana. Pág. 2 Reales. De esta manera, la Universidad Inca Garcilaso de la Vega y su rector Luis Cervantes Liñán, alcanzan un doble objetivo. De un lado reivindicar como patrono de esta casa de estudios a una figura esencial, quizá la primera en nuestra historia, del humanismo, del conocimiento, Hay nociones que circulan y atraviesan clandestinamente las fronteras sin ser detectadas por los “aduaneros”. En contra de la idea, de que una noción no tiene pertinencia más que en el campo disciplinario donde ha nacido, ciertas nociones migratorias fecundan un nuevo campo. Pág. 4 Y de otro lado, la Universidad Inca Garcilaso de la Vega contribuye a renovar, con esta publicación de distribución gratuita y gran tiraje concebida por el doctor Hugo Neira, director nacional de la BNP, el interés de las nuevas generaciones en la lectura de las obras de Garcilaso que han sido a menudo, sobre todo en estos último años, relegadas a un segundo plano a causa de la mezquindad de una mirada cargada de prejuicio ideológico, cuando no de desdén. Creemos que este cuarto centenario de la publicación de Los Comentarios Reales es la ocasión impostergable para reencontrarnos con él. Mucho se ha dicho de nuestro gran cronista mestizo. En la hora de las celebraciones, nuevos pensadores posan originales miradas sobre él, fuente inagotable de interpretaciones y de hallazgos. Para la Universidad Inca Garcilaso de la Vega, universi- La nación, la nacionalidad y el nacionalismo han recubierto el planeta. La reivindicación de la nacionalidad se ha convertido en universal. La constitución de nuevas naciones incrementa, por supuesto, la tragedia de los conflictos entre naciones. Pág. 6 dad peruana moderna que asume el reto de los tiempos actuales, difíciles sin duda, pero también llenos de promesas y posibilidades (retomando al preclaro Basadre), es la vigencia del mensaje del Inca Garcilaso lo que considera más destacable. Y es que Garcilaso vive y testimonia el período histórico trascendental que es la transición de la cultura incaica a la cultura europea. ¿No es acaso una transición lo que vivimos hoy, un cambio de era, una visión del mundo, con sus formas económicas, sociales, políticas e incluso ambientales que trasmuta hacia otra visión, otro mundo, con otras formas aún desconocidas? El sentido armónico de su misión es hoy, creemos, más pertinente que nunca. Conocer pues su vida pero por sobre todo aprehender su obra, es de una manera conocer y aprehender la historia del Perú. Tal es el genio de Garcilaso, lo que hace de él un clásico: en momentos en que las viejas fisuras de nuestra identidad nacional vuelven a hacerse evidentes, este mestizo nos cuenta lo que fuimos, lo que somos y lo que podemos ser. Utópico sí, pero también contemporáneo y concomitante a nuestros afanes integradores, una voz que nos interpela y nos convoca a la acción. El racional Garcilaso, con su ejemplo de superación y acción pragmática pero de robusta esencia peruana, nos es útil por eso. Un solo ejemplo: en su juventud se hizo domador de caballos, que sembraron el terror entre los peruanos de antes de la llegada de los españoles, y en su vejez dominador del idioma La obra de Morin propone un pensar más amplio que no elija de manera simplista entre simplificación o complejidad, sino que integre la simplificación como uno de los momentos del pensamiento complejo. Pág. 8 de los castellanos, cuya incomprensión tanta violencia engendró en esa escena primordial que tuvo lugar en Cajamarca, en noviembre de 1532. No son casuales estas elecciones: acaso con el dominio de estas dos armas que, más que las ballestas y los arcabuces, definieron la historia del Perú, no hizo más que demostrar que se podía obtener una revancha frente al antiguo enemigo dominando sus poderes y saberes, cerrando así tempranamente, por lo menos para él, en su fuero interno, la primera herida fundamental del encuentro entre americanos y europeos en suelo del antiguo Imperio Inca. Demostremos pues, estudiantes peruanos, como el insigne Inca escritor, que podemos dominar la sabiduría que detentan los países más democráticos, desarrollados y estables del mundo contemporáneo y lleguemos a ese “nuevo mundo” que el futuro inmediato nos reserva, en igualdad de condiciones. El mestizo de doble linaje incaespañol, nuestro patrono Garcilaso, puede cuatrocientos años después alumbrarnos el camino definitivo hacia nuestra consolidación como Nación. Alfredo Vanini Editor Edgar Morin París, 1921. Licenciado en Geografía e Historia y en Derecho por la Universidad de Toulouse, realizó además estudios en Ciencias Políticas y en Filosofía. En 1942, la guerra lo convierte en “universitario incompleto”, según sus palabras. Después de la Liberación es nombrado jefe de propaganda del ejército francés de ocupación en Alemania (1945-1946). Investigador del Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS) desde 1950, accede al cargo de Director de Investigaciones en 1970. En 1977 fue nombrado director del Centre d’ Etudes Transdisciplinaires (Sociología, Antropología, Política) de la École des Hautes Etudes en Sciences Sociales. Formó parte asimismo del Centro Internacional de Estudios Bioantropológicos y de Antropología Fundamental (CIEBAF). La preocupación de Morin por los temas sociales va unida al compromiso político; así, por ejemplo, el vacío de una Alemania destruida y devastada lo incitara a escribir su primer libro, L’an zéro de l’Allemagne. Afiliado al Partido Comunista Francés, sus críticas a lo que denominó “comunismo de aparato” bajo el stalinismo provocan su expulsión en 1951. Ese mismo año publica El hombre y la muerte, libro en el que aborda el tema de la muerte con un enfoque a la vez antropológico, social, histórico y biológico, es decir, considerando la muerte como un fenómeno humano total. Esta temática bioantroposocial será luego recogida en El paradigma perdido, donde se propone superar la oposición naturalezacultura, intentando la articulación entre la esfera biológica y la esfera antroposocial, apelando al principio de explicación de autoorganización. Este esfuerzo integrador interdisciplinario va tomando forma en distintos proyectos. De 1951 a 1957 se ocupa, desde el CNRS, de una antropología del cine y publica El cine o el hombre imaginario y Las Stars. En 1969 es invitado al Salk Institute for Biological Studies. Allí, se lanza a un replanteamiento epistemológico radical. En todas estas etapas puede realizar su vocación de ser “eterno estudiante”, inconformista, multidisciplinario, o como él mismo dice en Ciencia con conciencia “indisciplinar”, atraído desde sus comienzos por un enfoque de los problemas humanos, metodológicos e ideológicos desde la complejidad. Entre 1973 y 1991, escribe los cuatro tomos de El método. Morin aclara que en esta obra no aporta un método, sino que propone es, en realidad, un antimétodo, no pudiendo reducirse a un conjunto de recetas técnicas. Marta Lopez Gil Maria Josefina Regnasco El paradigma de complejidad Edgar Morin Para comprender el problema de la complejidad, hay que saber, antes que nada, que hay un paradigma de simplicidad. En nuestra concepción, un paradigma está constituido por un cierto tipo de relación lógica extremadamente fuerte entre nociones maestras, nociones clave, principios clave. N o hace falta creer que la cuestión de la complejidad se plantea solamente hoy en día, a partir de nuevos desarrollos científicos.- hace falta ver la complejidad allí donde ella parece estar, por lo general, ausente, como, por ejemplo, en la vida cotidiana. La complejidad en ese dominio ha sido percibida y descrita por la novela del siglo XIX y comienzos del XX. Mientras que en esa misma época, la ciencia trataba de eliminar todo lo que fuera individual y singular, para retener nada más que las leyes generales y las identidades simples y cerradas, mientras expulsaba incluso al tiempo de su visión del mundo, la novela, por el contrario (Balzac en Francia, Dickens en Inglaterra) nos mostraba seres singulares en sus contextos y en su tiempo. PÁGINA 2 / BABEL GACETA / JULIO DE 2009 Mostraba que la vida cotidiana es de hecho, una vida en la que cada uno juega varios roles sociales, de acuerdo a quien sea en soledad, en su trabajo, con amigos o con desconocidos. Vemos así que cada ser tiene una multiplicidad de identidades, una multiplicidad de personalidades en sí mismo, un mundo de fantasmas y de sueño que acompañan su vida. Por ejemplo, el tema del monólogo interior, tan importante en la obra de Faulkner, era parte de esa complejidad. Ese inner-speech, esa palabra permanente es revelada por la literatura y por la novela, del mismo modo que esta nos reveló también que cada uno se conoce muy poco a sí mismo: en inglés, se llama a eso self-deception, el engaño de sí mismo. Solo conocemos una apariencia del sí mismo; uno se engaña acerca de sí mismo. Incluso los escritores más sinceros, como JeanJacques Rousseau, Chateaubriand, olvidan siempre, en su esfuerzo por ser sinceros, algo importante acerca de sí mismos. La relación ambivalente con los otros, las verdaderas mutaciones de personalidad como la ocurrida en Dostoievski, el hecho de que somos llevados por la historia sin saber mucho cómo sucede, del mismo modo que Fabrice del Longo o el príncipe Andrés, el hecho de que el mismo ser se transforma a lo largo del tiempo como lo muestran admirablemente En busca del tiempo perdido y, sobre todo, el final de El tiempo recobrado, todo ello indica que no es solamente la sociedad la que es compleja, sino también cada átomo del mundo humano. Al mismo tiempo, en el siglo XIX, la ciencia tie- ne un ideal exactamente opuesto. Ese ideal se afirma en la visión del mundo de Laplace, a comienzos del siglo XIX. Los científicos, de Descartes a Newton, tratan de concebir un universo que sea una máquina determinista perfecta. Pero Newton, como Descartes, tenía necesidad de Dios para explicar cómo ese mundo perfecto había sido producido. Laplace elimina a Dios. Cuando Napoleón le pregunta: “¿Pero señor Laplace, qué hace usted con Dios en un sistema?”, Laplace responde: “Señor, yo no necesito esa hipótesis”. Para Laplace, el mundo es una máquina determinista verdaderamente perfecta que se basta a sí misma. Él supone que un demonio que poseyera una inteligencia y unos sentidos casi infinitos podría conocer todo acontecimiento del pasado y todo aconteci- miento del futuro. De hecho, esa concepción, que creía poder arreglárselas sin Dios, había introducido en su mundo los atributos de la divinidad: la perfección, el orden absoluto, la inmortalidad y la eternidad. Es ese mundo el que va a desordenarse y luego desintegrarse. El paradigma de simplicidad Para comprender el problema de la complejidad, hay que saber, antes que nada, que hay un paradigma de simplicidad. La palabra paradigma es empleada a menudo. En nuestra concepción, un paradigma está constituido por un cierto tipo de relación lógica extremadamente fuerte entre nociones maestras, nociones clave, principios clave. Esa relación y esos principios van a gobernar todos los dis- cursos que obedecen, inconcientemente, a su gobierno. Así es que el paradigma de simplicidad es un paradigma que pone orden en el universo, y persigue al desorden. El orden se reduce a una ley, a un principio. La simplicidad ve a lo uno y ve a lo múltiple, pero no puede ver lo que Uno puede, al mismo tiempo, ser Múltiple. El principio de simplicidad o bien separa lo que está ligado (disyunción), o bien unifica lo que es diverso (reducción). Tomemos como ejemplo al hombre. El hombre es un ser evidentemente biológico. Es, al mismo tiempo, un ser evidentemente cultural, metabiológico y que vive en un universo de lenguaje, de ideas y de conciencia. Pero, a esas dos realidades, la realidad biológica y la realidad cultural, el paradigma de simplificación nos obliga ya sea a desunirlas, ya sea a reducir la más compleja a la menos compleja. Vamos entonces a estudiar al hombre biológico en el departamento de biología como un ser anatómico, fisiológico, etc., y vamos a estudiar al hombre cultural en los departamentos de ciencias humanas y sociales. Vamos a estudiar al cerebro como órgano biológico y vamos a estudiar al espíritu, the mind, como función o realidad psicológica. Olvidamos que uno no existe sin el otro; más aún que uno es, al mismo tiempo, el otro, si bien son tratados con términos y conceptos diferentes. Con esa voluntad de simplificación, el conocimiento científico se daba por misión la de develar la simplicidad escondida detrás de la aparente multiplicidad y el aparente desorden de los fenómenos. Tal vez sea que, privados de un Dios en el que no podían creer más, los científicos tenían una necesidad, inconcientemente, de verse reasegurados. Sabiéndose vivos en un universo materialista, mortal, sin salvación, tenían necesidad de saber que había algo perfecto y eterno: el universo mismo. Esa mitología extremadamente poderosa, obsesiva aunque oculta, ha animado al movimiento de la física. Hay que reconocer que esa mitología ha sido fecunda porque la búsqueda de la gran ley del universo ha conducido a descubrimientos de leyes mayores tales como las de la gravitación, el electromagnetismo, las interacciones nucleares fuertes y luego, débiles. Hoy, todavía, los científicos y los físicos tratan de encontrar la conexión entre esas diferentes leyes, que representarían una verdadera ley única. La misma obsesión ha conducido a la búsqueda del ladrillo elemental con el cual estaba construido el universo. Hemos, ante todo, creído encontrar la unidad de base en la molécula. El desarrollo de instrumentos de observación ha revelado que la molécula misma estaba compuesta de átomos. Luego nos hemos dado cuenta que el átomo era, en sí mismo, un sistema muy complejo, compuesto de un núcleo y de electrones. Entonces, la partícula devino la unidad primaria. Luego nos hemos dado cuenta que las partículas eran, en sí mismas, fenómenos que podían ser divididos teóricamente en quarks. Y, en el momento en que creíamos haber alcanzado el ladrillo elemental con el cual nuestro universo estaba construido, ese ladrillo ha desaparecido en tanto ladrillo. Es una entidad difusa, compleja, que no llegamos a aislar. La obsesión de la complejidad condujo a la aventura científica a descubrimientos imposibles de concebir en términos de simplicidad. Lo que es más, en siglo XX tuvo lugar esta acontecimiento mayor: la irrupción del desorden en el universo físico. En efecto, el segundo principio de la Termodinámica, formulado por Carnot y por Clausius, es, primeramente, un principio de degradación de energía. El primer principio, que es el principio de la conservación de la energía, se acompaña de un principio que dice que la energía se degrada bajo la forma de calor. Toda actividad, todo trabajo, produce calor; dicho de otro modo, toda utilización de la energía tiende a degradar dicha energía. Luego nos hemos dado cuenta, con Boltzman, que eso que llamamos calor es, en realidad, la agitación en desorden de moléculas y de átomos. Cualquiera puede verificar, al comenzar a calentar un recipiente con agua, que aparecen vibraciones y que se produce un arremolinamiento de moléculas. Algunas vuelan hacia la atmósfera hasta que todas se dispersan. Efectivamente, llegamos al desorden total. El desorden está, entonces, en el universo físico, ligado a todo trabajo, a toda transformación. (…) (Extraído de Introducción al pensamiento complejo, Gedisa editorial, España, 1995. Págs. 87-97) El archipiélago Sistema Edgar Morin La teoría general de los sistemas jamás ha intentado la teoría general del sistema; ha omitido profundizar su propio fundamento, reflexionar el concepto de sistema. Por esto, el trabajo preliminar todavía está por hacer: interrogar la idea de sistema los principios de organización entre sistemas estelares y sistemas sociales es de tal manera evidente y chocante que aniquila toda posibilidad de unir en una las dos acepciones del término sistema. Un fractal, estructura fragmentada que se repite a diferentes escalas en una totalidad. T odos los objetos clave de la física, de la biología, de la sociología, de la astronomía, átomos, moléculas, células, organismos, sociedades, astros, galaxias constituyen sistemas. Fuera de los sistemas, no hay sino dispersión particular. Nuestro mundo organizado es un archipiélago de sistemas en el océano del desorden. Todo lo que era objeto se convierte en sistema. Todo lo que era incluso unidad elemental, incluido sobre todo el átomo, se convierte en sistema. En la naturaleza se encuentran masas, agregados de sistemas, flujos inorganizados, objetos organizados. Pero lo remarcable es el carácter polisistémico del universo organizado. Este es una sorprendente arquitectura de sistemas que se edifican los unos a los otros, implicándose e imbricándose unos a otros, con un gran juego de masas, plasmas, fluidos de microsistemas que circulan, flotan, envuelven las arquitecturas de sistemas. Así, el ser humano forma parte de un sistema social, en el seno de un ecosistema natural, el cual está en el seno de un sistema galáxico; está compuesto por sistema celulares, los cuales están compuestos por sistemas moleculares, los cuales están compuestos por sistemas atómicos. Hay, en este encadenamiento, encabalgamiento, enredamiento, superposición de sistemas y en la necesaria dependencia de unos con relación a los otros, en la dependencia, por ejemplo, que en el planeta tierra une un organismo vivo al sol que lo riega de fotones, a la vida exterior (eco-sistema) e interior (células y eventualmente micro-organismos), a la organización molecular y atómica, un fenómeno, un problema clave. El fenómeno es lo que nosotros llamamos la Naturaleza que no es más que esta extraordinaria solidaridad de sistemas encabalgados edificándose los unos sobre los otros, por los otros, con los otros, contra los otros: la Naturaleza son los sistemas de sistemas, en rosario, en racimos, en pólipos, en matorrales, en archipiélagos. Así, la vida es un sistema de sistemas de sistemas, no solamente porque el organismo es un sistema de órganos que son sistemas de moléculas que son sistema de átomos, sino también porque el ser vivo es un sistema individual que participa de un sistema de reproducción, tanto uno como otro participan en un eco-sistema, el cual participa en la biosfera… Estábamos hasta tal punto bajo el dominio de un pensamiento disociativo y aislante, que esta evidencia no se había observado, salvo excepciones (…). La Naturaleza es un todo polisistémico: aquí será necesario sacar todas las consecuencias de esta idea. (…) Unamos el fenómeno al problema: debemos cuestionar la naturaleza del sistema y el Sistema de la Naturaleza. Podemos partir de estas observaciones iniciales: el sistema ha tomado el lugar del objeto simple y sustancial, y es rebelde a la reducción a sus elementos; el encadenamiento de sistemas de sistemas rompe la idea de objeto cerrado y autosuficiente. Se ha tratado siempre a los sistemas como objetos; en adelante se trata de concebir los objetos como sistemas. A partir de ahora es necesario concebir lo que es un sistema. (…) Así, en su sentido general, el término sistema es una palabra envoltorio; en su sentido particular se adhiere de manera indespegable a la materia que lo constituye. No hay, pues, ninguna relación concebible entre los diversos empleos de la palabra sistema: sistema solar, sistema atómico, sistema social; la heterogeneidad de los constituyentes y de Así, los sistemas están en todas partes, el sistema no está en ninguna parte de la ciencia. La noción está en diáspora, privada de su principio de unidad. Implícita o explícita, atrofiada o emergida no ha podido jamás izarse al nivel teórico, al menos hasta Von Bertalanffy. ¿Se trata de una insuficiencia de la ciencia o de una insuficiencia del concepto de sistema? ¿Tiene necesidad la ciencia de desarrollar una teoría de sistema o es el concepto de sistema el que no es desarrollable teóricamente? Dicho de otro modo: ¿vale la pena liberar y hacer autónoma la noción de sistema? ¿No es demasiado general en su universalidad y demasiado particular en sus diversidades? ¿No es trivial y solamente trivial? Es preciso, pues, que cuestionemos la noción de sistema. ¿Hay principios sistémicos que sean a la vez fundamentales, originales, no triviales? Dicho de otro modo, ¿tienen estos principios algún interés para el estudio de sistemas particulares y para la comprensión general de la physis? En el curso de los años cincuenta Von Bertalanffy elabora una Teoría General de los sistemas que por fin abre la problemática sistémica. Esta teoría se expandió por todas partes, con diversa fortuna, en el curso de los años sesenta. Aunque comporta aspectos radicalmente renovadores, la teoría general de los sistemas jamás ha intentado la teoría general del sistema; ha omitido profundizar su propio fundamento, reflexionar el concepto de sistema. Por esto, el trabajo preliminar todavía está por hacer: interrogar la idea de sistema. (Extraído de El Método I – La naturaleza de la naturaleza, Ed. Cátedra, 2da edición, Madrid, 1986) PÁGINA 3 / BABEL GACETA / JULIO DE 2009 Por una visión extradisciplinaria Edgar Morin Se sabe que en su origen la palabra “disciplina” designaba un pequeño látigo que servía para autoflagelarse, permitiendo la autocrítica. En su sentido degradado, la disciplina se convierte en un medio de flagelar a aquel que se aventura en el dominio de las ideas que el especialista considera como propiedad suya. cir muy rápidamente que la historia de las ciencias no es sólo la de la constitución y la proliferación de las disciplinas, sino, al mismo tiempo, la de rupturas de fronteras disciplinarias, de intromisiones de un problema de una disciplina en otra, de circulación de conceptos, de formación de disciplinas híbridas que terminarán por autonomizarse; en fin, es también la historia de la formación de complejos donde diferentes disciplinas van a agregarse o aglutinarse. Dicho de otro modo, si la historia oficial de la ciencia es la de la disciplinariedad, otra historia, unida e inseparable, es la de las inter-politrans-disciplinariedades. Un fractal, estructura fragmentada que se repite a diferentes escalas en una totalidad. L a disciplina es una categoría organizadora en el seno del conocimiento científico; instituye en él la división y la especialización del trabajo y responde a la diversidad de los dominios que recubren las ciencias. Aunque está englobada en un conjunto científico más vasto, una disciplina tiende naturalmente a la autonomía, por la delimitación de sus fronteras, el lenguaje que establece, las técnicas que se ven en el caso de elaborar o utilizar y eventualmente por las teorías que le son propias. La organización disciplinaria se instituyó en el siglo XIX, en particular con la formación de las universidades modernas, y luego se desarrolló en el siglo XX con el impulso de la investigación científica; es decir, las disciplinas tienen una historia: nacimiento, institucionalización, evolución, decaimiento, etc.; esta historia se inscribe en la de la universidad, la cual, a su vez, se inscribe en la historia de la sociedad; por este motivo las disciplinas dependen de la sociología de las ciencias y de la sociología del conocimiento. La disciplina depende, pues, no sólo de un conocimiento y de una reflexión interna sobre sí misma, sino también de un conocimiento externo. No es suficiente, pues, estar en el interior de una disciplina para conocer todos los problemas correspondientes a ésta. La fecundidad de la disciplina en la historia de la ciencia ha quedado demostrada; por una parte, opera la circunscripción de un dominio de competencia sin la cual el conocimiento se volvería inaprensible; por otra parte, descubre, extrae o construye un objeto no trivial para el estudio científico: en este sentido, Marcelin Berthelot decía que la química crea su propio objeto. Sin embargo, la institución disciplinaria entraña a la vez un riesgo de hiperespecialización del investigador y un riesgo de “cosificación” del objeto estudiado del cual se corre el riesgo de olvidar que es extraído o construido. El objeto de la disciplina será percibido entonces como una cosa autosuficiente; las conexiones y solidaridades de este objeto con otros objetos, tratados por otras disciplinas, serán dejados de lado, así como las conexiones y solidaridades con el universo del cual forma parte el objeto. La PÁGINA 4 / BABEL GACETA / JULIO DE 2009 frontera disciplinaria, su lenguaje y sus conceptos propios van a aislar la disciplina respecto de las demás y respecto de los problemas que cubren las disciplinas. El espíritu hiperdisciplinario va a convertirse en un espíritu de propietario que prohíbe cualquier incursión ajena en su parcela de saber. Se sabe que en su origen la palabra “disciplina” designaba un pequeño látigo que servía para autoflagelarse, permitiendo, pues, la autocrítica; en su sentido degradado, la disciplina se convierte en un medio de flagelar a aquel que se aventura en el dominio de las ideas que el especialista considera como propiedad suya. Sin embargo, la apertura es necesaria. Ocurre incluso que una mirada ingenua de aficionado, ajeno a la disciplina, incluso a toda disciplina, resuelva un problema cuya solución permanecía invisible en el seno de la disciplina. La mirada ingenua, que evidentemente no conoce los obstáculos que la teoría existente pone en la elaboración de una nueva visión, puede permitirse esta visión, a menudo de modo equivocado, pero a veces con razón. De este modo, Darwin, por ejemplo, fue un aficionado iluminado; Lewis Mumford puso en su crédito su ausencia de formación universitaria especializada, e incluso su ausencia de educación biológica, salvo a través de su pasión por los animales y su colección de coleópteros. Y Mumford concluye: “Dadas su ausencia de fijación y de inhibición escolares, nada impedía a Darwin estar en alerta a cada manifestación del entorno vivo”. Igualmente, el meteorólogo Wegener, al mirar ingenuamente el mapa del Atlántico-Sur, había observado que el África del Oeste y el Brasil se ajustaban mutuamente. A base de extraer similitudes de fauna y de flora, fósiles y actuales, de una parte y otra del océano, había elaborado, en 1912, la teoría de la deriva de los continentes. Ésta, rechazada durante largo tiempo por los especialistas porque era “teóricamente imposible”, undenkbar, fue admitida cincuenta años más tarde, especialmente después del descubrimiento de la tectónica de las placas. (...) Si los casos de Darwin y Wegener son excepcionales, se puede al menos de- La “revolución biológica” de los años cincuenta nació de invasiones, de contactos, de transferencias entre disciplinas en los márgenes de la física, la química y la biología. Los físicos como Schrödinger proyectaron sobre el organismo biológico los problemas de la termodinámica y de la organización física. Luego unos investigadores marginales intentaron descubrir la organización del patrimonio genético a partir de las propiedades químicas del ADN. Se puede decir que la biología molecular nació de concubinatos “ilegítimos”. No tenía ningún estatus disciplinario en los años cincuenta y no adquirió ninguno en Francia hasta después de la concesión del premio Nobel a Monod, Jacob y Wolff. (...) (...) Hay nociones que circulan y, a menudo, atraviesan clandestinamente las fronteras sin ser detectadas por los “aduaneros”. En contra de la idea, muy extendida, de que una noción no tiene pertinencia más que en el campo disciplinario donde ha nacido, ciertas nociones migratorias fecundan un nuevo campo donde van a arraigar, incluso a costa de un contrasentido. B. Mandelbrot dijo incluso que “una de las herramientas más poderosas de la ciencia, la única universal, es el contrasentido manipulado por un inves- tigador de talento”. De hecho, un error con respecto a un sistema de referencias puede pasar a ser una verdad en otro tipo de sistema. La noción de información, surgida de la práctica social, ha tomado un sentido científico preciso y nuevo en la teoría de Shannon, y luego ha emigrado hacia la biología para inscribirse en el gen; allí se ha asociado con la noción de código, surgida del lenguaje jurídico, que se ha biologizado en la noción de código genético. La biología molecular olvida a menudo que sin nociones de patrimonio, código, información, mensaje, de origen antropo-sociomorfo, la organización viva sería ininteligible. Más importantes son los transportes de esquemas cognitivos de una disciplina a otra: de este modo, Claude Lévi-Strauss no habría podido elaborar su antropología estructural si no hubiera tenido frecuentes encuentros en Nueva York, en bares al parecer, con Roman Jakobson, que ya había elaborado la lingüística estructural; además, Jakobson y Lévi-Strauss no se habrían encontrado si no hubieran sido ambos refugiados de Europa, el uno porque había escapado de la Revolución rusa unos decenios antes, el otro porque se fue de la Francia ocupada por los nazis. Son innumerables las migraciones de ideas, de concepciones, las simbiosis y transformaciones teóricas debidas a las migraciones de científicos expulsados de las universidades nazis o estalinianas. Es la prueba misma de que un poderoso antídoto contra la cerrazón y el inmovilismo de las disciplinas proviene de grandes sacudidas sísmicas de la Historia (como las de una guerra mundial), de trastornos y turbulencias sociales que por azar suscitan encuentros e intercambios, los cuales permiten a una disciplina dispersar una simiente de donde nacerá una nueva disciplina. (Extraído de La mente bien ordenada, Seix Barral- Colección Los tres mundos, Barcelona, 2000) Año I de la era ecológica Edgar Morin Aquí, hay que comprender una cosa: el problema más grave no es tanto que el hombre utilice y dilapide la energía natural. El peligro está en el veneno que degrada sin poder degradarse él mismo, vertido en cantidades tales que degrada la organización compleja de los ecosistemas y degrada al hombre L a palabra “ecología” nos remite a aquello que representaban las palabras conocidas de medio, de entorno y de naturaleza: pero añade la complejidad a la primera, la precisión a la segunda y elimina la mística a la tercera, o sea, la euforia. El concepto de medio, que es muy pobre, no nos remite más que a los caracteres físicos y a fuerzas mecánicas; el concepto de entorno es mejor, en tanto que implica un contenido planetario, pero es vago; el concepto de naturaleza nos remite a un ser matricial, a una fuente de vida, viva por sí; esta idea es poéticamente profunda, pero sigue siendo científicamente débil; estos tres conceptos descuidan el carácter más interesante del medio, del entorno y de la naturaleza: su carácter autoorganizado y organizativo. Ésa es la razón por la que hay que sustituirlos por un término más rico y más exacto, por el de ecosistema. Digamos esquemáticamente que el conjunto de los seres que viven en un “nicho” constituyen un sistema que se organiza por sí mismo. Existe una combinación de relaciones entre especies diferentes: relaciones de asociación (simbiosis, parasitismo) y de complementariedad (entre comedor y comido, depredador y presa), jerarquías que se establecen y regulaciones que se constituyen. Se crea un conjunto combinatorio, con sus determinismos, sus ciclos, sus probabilidades y sus azares. Es un ecosistema al que consideramos a escala de un pequeño nicho o del planeta. Dicho de otro modo, existe un fenómeno de integración natural entre vegetales y animales, incluidos los humanos, del que resulta una especie de ser vivo que es el ecosistema. Este “ser vivo” es a la vez muy robusto y muy frágil. Muy robusto, puesto que se reorganiza siempre que, por ejemplo, aparece una nueva especie o desaparece una especie que tenía su lugar en la cadena de complementariedades; así, los ecosistemas han evolucionado, sin perecer, hasta este siglo, a pesar de las masacres que ha realizado el hombre cazador, a pesar de las estructuraciones que ha aportado el hombre agricultor y a pesar de las primeras poluciones que ha aportado el hombre urbano. El carácter autorreorganizador espontáneo es la fuerza del ecosistema. Pero, como todo ser vivo, puede morir si se le inyecta veneno químico en dosis que impliquen la muerte en cadena de especies ligadas unas a otras y si se alteran las condiciones elementales de vida –como la reproducción del plancton marino, por ejemplo-. Ya estamos viendo lagos muertos y campos sin vida animal. Aquí, hay que comprender una cosa: el problema más grave no es tanto que el hombre utilice y dilapide la energía natural: energía la encontrará para dar y vender a partir de las radiaciones solares y en el átomo. Tampoco se trata tanto del volcado de desechos: todo ser vivo es excremental y “poluciona” su entorno. Pero los excrementos entran en el ciclo natural: en tanto que biodegradables son también bionutritivos. El peligro está en el veneno que degrada sin poder degradarse él mismo, vertido en cantidades tales que degrada la organización compleja de los ecosistemas. Ahora bien, degradar el ecosistema es degradar al hombre, puesto que el hombre, como todo animal, se nutre no solamente de energía, sino también, como dice Schrödinger, de negoentropía, es decir de orden y de complejidad. Aquí interviene un dato fundamental que ha sido ignorado por el pensamiento occidental. Y es que el ser vivo, y a fortiori, el hombre, es un sistema abierto. Un sistema cerrado, un mineral por ejemplo, no realiza ningún intercambio con el entorno exterior; un sistema abierto no vive más que gracias a ser alimentado por el exterior, es decir, en el caso del ser vivo, por el ecosistema. Todo sistema abierto vivo (autoorganizador) es, evidentemente, independiente en el ecosistema; produce su propio determinismo para responder a los riesgos exteriores, y sus “libertades” o riesgos propios para responder al determinismo exterior. Tiene su originalidad. Pero esta independencia es dependiente del ecosistema, es decir, que se construye multiplicando sus nexos con el ecosistema. Así, por ejemplo, un individuo autónomo del siglo XX construye su autonomía a partir del consumo de una gran variedad de productos, de una gran cantidad de energía (extraída del ecosistema) y de un muy largo aprendizaje escolar (que no es otra cosa que el aprendizaje del mundo exterior). Así, cuanto más independientes nos hacemos, más nos convertimos en dependientes del mundo exterior: es el problema mismo de la sociedad moderna que cree, por el contrario, emanciparse del mundo exterior al dominarlo. bre sujeto en un mundo de objetos. Es la ideología del hombre unidad insular, mónada en el universo, contra lo que el romanticismo no ha sabido reaccionar más que poéticamente, contra lo que el cientifismo no ha podido reaccionar más que mecánicamente haciendo del hombre una cosa, también. El capitalismo y el marxismo han continuado exaltando “la victoria del hombre sobre la naturaleza” como si la hazaña más épica fuera la de aplastar la naturaleza. Esta ideología de los Cortés y de los Pizarro sobre el ecosistema conduce, de hecho, al suicidio: la naturaleza vencida es la autodestrucción del hombre. La conciencia ecológica es: 1. La conciencia de que el entorno es un ecosistema, es decir, una totalidad viva autoorganizada por sí misma (espontánea); 2. La conciencia de la dependencia de nuestra independencia, es decir, de la relación fundamental con el ecosistema que nos lleva a rechazar nuestra visión del mundo-objeto y del hombre insular. Es, por otra parte, la única manera de comprender las verdades de las filosofías no occidentales –asiáticas y africanas-, de reconciliarnos con ellas y de alcanzar una visión universal del mundo. El hombre debe considerarse como el pastor de las nucleoproteínas –los seres vivos- y no como el Gengis Kan del barrio solar. Por último, en un plano práctico inmediato, el hombre debe reconsiderar todo el problema del desarrollo industrial. En nada de tiempo, ciertos espíritus han pasado de la ideología del crecimiento panacea y parámetro absoluto, a su rechazo total como azote apocalíptico. A mi entender, la verdadera toma de conciencia ecológica es que: el crecimiento industrial no es el marco firme en el interior del cual deben situarse todos nuestros debates y nuestros problemas políticos y sociales; hay que considerar este crecimiento como una feed-back positiva (es decir, el incremento de una desviación respecto al ecosistema), como un enorme incremento de entropía (es decir, de desorden en el entorno, de fuerzas de desintegración en el ecosistema) y como una tendencia exponencial que tiende hacia el infinito (es decir, hacia cero, hacia la destrucción), del mismo modo que lo sería un empuje demográfico sin control. De hecho, el crecimiento industrial está todavía menos controlado que la expansión demográfica. Se trata, en este caso también, de invertir la visión. La respuesta no estaría, por tanto, en una nueva solución-milagro, la zero growth, el estado estacionario, sino en el crecimiento controlado. Ahora bien, esto plantea un problema enorme que es el de la política a escala planetaria, puesto que es evidente que el control del crecimiento debe venir de las necesidades planetarias y no solamente de las de las naciones industrializadas. Entonces se plantean ineluctablemente interrogantes como: qué control y quién controla. Y, si planteamos la cuestión del desarrollo económico en estos términos, hay que plantear también la cuestión del desarrollo del hombre, es decir, la de una mutación de la organización social entera. (…) (Extraído de Sociología, Ed. Tecnos, 2da reimpresión, Madrid, 2002) Añadamos lo siguiente: cuanto más evolucionado es un sistema, es decir, cuando más complejo y rico, más abierto es. El hombre es el sistema más abierto de todos y el más dependiente dentro de su independencia. Nunca había dependido la civilización de un número tan grande de factores ecosistémicos, y entiendo aquí por ecosistema no solamente la naturaleza, sino el ecosistema tecnosocial, que se superpone al primero y lo hace más complejo todavía. Yo podría demostrar que el ecosistema no es solamente nutricio en materia y en energía: ofrece también organización y orden, y nutre al hombre de negoentropía, es para todo ser vivo, incluido el hombre, coautor, cooperador y coprogramador de su propio desarrollo. Por tanto, hay que dar un vuelco a toda la ideología occidental que, desde Descartes, hacía al homPÁGINA 5 / BABEL GACETA / JULIO DE 2009 La intelligentsia Edgar Morin La secreción de cultura, tarea propia de la intelligentsia, no se limita a la creación de obras de arte y a la elaboración ideológica. Persigue un papel original heredado de los brujos y de los grandes predicadores, pero que nace de la crítica de la brujería y de la cultura religiosa. vidan que el tránsfuga se define tanto por la ruptura que le separa de, como por el vínculo que le une a, su clase originaria. E l concepto de intelligentsia está, en sí, muy poco teorizado y es una zona de arenas sociológicas movedizas. La cuestión es comprensible: la intelligentsia es una capa (?) social particularmente ambigua. Aquellos que la caracterizan por el origen social de sus miembros le quitan toda la determinación que le vendría de su propia experiencia y ol- La intelligentsia está ligada por sus raíces a las clases burguesas, pero una fracción de la intelligentsia puede perfectamente oponerse a la clase originaria, o sea, combatirla y buscar un nuevo arraigo en el principio de una nueva sociedad sin clases a la que servirá tanto más cuanto que esta sociedad la liberará. Dicho lo cual, puede comprenderse mejor el problema del desarraigo-arraigo de la intelligentsia, considerando su experiencia, su praxis y sus producciones propias: es la clase que, en las sociedades modernas, produce, mantiene y renueva, no solamente la cultura cultivada, sino también las ideologías religiosas, nacionales y sociales, es decir, una parte importante de las otras culturas. A ese título, está a la vez alienada y perple- ja, y es autónoma frente al resto de las clases sociales. La cultura cultivada, que es un ornamento para las clases superiores, un lujo y un ocio, es, para la intelligentsia, su sustancia y su experiencia. De ahí que sea una fuente a la vez de armonía, de compromiso, de malentendido o de conflicto. Cuando estalla el conflicto, tal como veremos, la intelligentsia va a buscar en el pueblo, en los sublevados en la revolución, en el nuevo Marco de Alianza que emancipará la cultura y hará extenderse su universalidad. La intelligentsia es una clase que se considera intelectualmente superior y económicamente dependiente. Dependiente del mecenazgo en la época aristocrático-monárquica, depende hoy cada vez más del sistema de producción capitalista y tecnoburocrático. Existe una simbiosis y un conflicto entre la creación, que procede de los artistas, de los autores, etc., y la producción (editoriales, periódicos, sociedades cinematográficas, emisoras de radio y de televisión). La intelligentsia que es dueña de sus medios de producción. Existe en ella, por tanto, una doble posibilidad de revuelta, por una parte, contra las clases dominantes que la domestican, a pesar de adularla, asimilando sus obras, pero rechazando sus enzimas; y, por otra contra los propietarios de los medios de producción y de difusión culturales. La secreción de la cultura, que es la tarea propia de la intelligentsia, no se limita a la creación de obras de arte y a la elaboración ideológica; o más bien, a través de obras de arte y de ensayos ideológicos, la intelligentsia persigue un papel original heredado de los brujos y de los grandes predicadores, pero que, al mismo tiempo, nace de la crítica de la brujería y de la cultura religiosa. La intelligentsia segrega la cultura segregando, por una parte, los fermentos religiosos o neorreligiosos que ligan al hombre con la sociedad y con el mundo; y, por otra, los fermentos críticos, racionalistas y escépticos, o sea, nihilistas, que corrompen los sistemas religiosos y los órdenes establecidos, incluido el seudoorden del mundo. Esta clase a lo Jano es una clase desgarrada, como lo testifican las oposiciones banales entre intelectuales de derecha y de izquierda, intelectuales católicos y comunistas, puros artistas y artistas comprometidos, etc. La unidad, en estas divisiones y desgarros, es la búsqueda ontológica existencial que aparece, a veces, como búsqueda de la belleza y, a veces, como búsqueda de la verdad, siendo la belleza mucho más que un atributo de ciertos objetivos privilegiados, pero es la búsqueda de un secreto ontológico de armonía y de verdad. La intelligentsia, está profundamente comprometida, a través de su misión sociológica y clerical, en una exploración antropológica. En esta exploración de las “profundidades”, que traduce la necesidad religiosa o infrarreligiosa de una sociedad solo en parte laicizada, el artista, el pensador y, sobre todo, el poeta son llevados –y cada vez más- a reencontrar un fondo arcaico, y adoptan los papeles de brujos, de zahoríes, de mediums y de pitonisas. Así, la cultura, si bien tiene un aspecto muy sofisticado, ligado a su elitismo (virtuosismo en la utilización del código o formalismo), al mismo tiempo, tiene un aspecto muy arcaico, ligada a la búsqueda del contacto existencial con las verdades antropocósmicas profundas. (…) (Extraído de Sociología, Ed. Tecnos, 2da reimpresión, Madrid, 2002) Una teoría de la Nación Edgar Morin L a nación que emerge lentamente de varios siglos de historia occidental va a enjambrar y a cristalizar sin conocer estos procesos formativos del resto del mundo. La primera oleada de nuevas naciones afecta a las Américas y, principalmente, a los colonos que se emancipan de las metrópolis: primeramente EE.UU., después la América Latina que, en lugar de crear una sola nación según la voluntad del Libertador, estalla en diversos fragmentos que cristalizan rápidamente. La segunda oleada afecta a la Europa central y oriental (1848). Una tercera oleada nace en el Japón que, bajo la era Meiji, cristaliza en Estado-Nación (1868-1889). La cuarta oleada agita a los Balcanes (1914-1918); y la erupción del nacionalismo continúa en el ex- tremo oriente. La quinta oleada, por último, la de después de la guerra de 1939-1945 afecta a todo el Tercer Mundo. La nación, la nacionalidad y el nacionalismo han recubierto el planeta. La reivindicación de la nacionalidad se ha convertido en reivindicación universal. La constitución de nuevas naciones incrementa, por supuesto, la tragedia de los conflictos entre naciones y el caos de las relaciones internacionales únicamente dominados por la correlación de fuerzas. Además, la nueva nación porta en su seno nuevos problemas: nace de una reivindicación emancipadora respecto a la dominación extranjera y responde a una necesidad de identidad, cierto, PÁGINA 6 / BABEL GACETA / JULIO DE 2009 desigualmente profunda, pero ya enraizada en una intelligentsia política pujante y en las clases urbanas de las regiones colonizadas. Pero esta necesidad de identidad es anterior a la forma dada a luz de Estado-Nación. Antes de la existencia nacional, nace una conciencia nacional, y hace nacer a la Nación en cuanto tiene lugar la descolonización. Pero esta nación sufre de ciertas carencias infantiles. No existe una red de comunicaciones, ni una economía nacional, a veces ni una lengua común, ni mezcla de etnias unidas dentro de unas fronteras fijadas arbitrariamente por la colonización. La “superestructura” viene antes que la infraestructura y, cosa extraordinaria, se pone manos a la obra para crear esa infraestructura. Es la clase política nacionalista la que crea el partido-Estado cuya misión es la de constituir una sociedad y una economía, en una palabra, una nación, a partir de poblaciones heterogéneas étnica y culturalmente. Para ello, la clase política utiliza, naturalmente, los medios que fueron los de las naciones europeas: la necesidad de tener un enemigo, una amenaza, la necesidad de tensión y de ruptura, de agresividad. La necesidad de identidad nacional, nacida antes de la existencia de la nación, busca a ésta de forma errante e inestable. Así, la necesidad nacional en los países árabes duda entre los Estados ya constituidos y la idea de nación árabe. En África, la necesidad de identidad nacional ha dudado entre el concepto de África negra y los Estados balcanizados de hecho. La nación no ha cristalizado todavía, pero parece que las fuerzas de balcani- zación serán las vencedoras, dado que no hay una potencia hegemónica que pueda garantizar la unidad a sangre y a fuego. El arabismo se convierte en nacionalismo, la negritud se convierte en nacionalismo; el propio judaísmo, de tradición cultural israelita, se muda por el sesgo del sionismo en nacionalidad israelita, llegando a afirmar laicamente su derecho sobre un territorio perdido hace dos mil años… Vemos la evolución del mundo realizarse al filo de dos ramas que, separándose en un cierto momento, se vuelven una contra otra pero para destrozarse mutuamente. La evolución hasta el siglo XIX ha visto el desarrollo económico y el desarrollo de las naciones ir al unísono. Hoy, el desarrollo económico apela a una sociedad internacional, apela a la unidad planetaria, a pesar de que el desarrollo de los nacionalismos tiende hacia la hiperparcelación planetaria. Y nada permite presagiar todavía que pueda enraizar en la humanidad un patriotismo del hombre, puesto que el hombre no conoce otros enemigos que el hombre. Su “lucha” contra la naturaleza es metafórica: de hecho, la domestica. El hombre no conoce nada más extranjero que sí mismo. ¿Cómo puede tomar conciencia de su patria humana sin enemigo, sin extranjero, y, naturalmente, sin movimiento de amor que le haga sentir la unidad de la especie? ¿Sabrá la era planetaria asemejarse a la especie humana? (Extraído de Sociología, Ed. Tecnos, 2da reimpresión, Madrid, 2002) Casa del Inca Garcilaso de la Vega en el Cusco El problema del conocimiento Edgar Morin Debemos comprender que los progresos del conocimiento no pueden ser identificados con la eliminación de la ignorancia. Deben ir unidos a un progreso de la ignorancia. D os palabras sobre el problema del conocimiento. El poeta Eliot decía: “¿Cuál es el conocimiento que perdemos con la Información y cuál es la sabiduría que perdemos con el Conocimiento?”. Quería decir con ello que el Conocimiento no es armonía; comporta niveles diferentes que pueden combatirse y contradecirse a sí mismos. Conocer comporta “información”, es decir, la posibilidad de responder a las incertidumbres. Pero el conocimiento no se reduce a la información; el conocimiento necesita estructuras teóricas para poder dar sentido a la información; y nos damos cuenta entonces de que, si tenemos demasiada información y no las estructuras mentales suficientes, el exceso de información nos sumerge en una “nube de desconocimiento”, cosa que nos ocurre con frecuencia cuando escuchamos la radio o leemos nuestros periódicos. Se ha opuesto a menudo la concepción del mundo del honesto hombre del siglo XVII a la del hombre moderno: el honesto hombre del siglo XVII tenía un stock de información li- mitado sobre el mundo, la vida, el Hombre; tenía muchas posibilidades de articular su información, según teorías teológicas, racionalistas, escépticas; tenía muchas posibilidades de reflexión porque tenía tiempo de releer y de meditar. El honesto hombre, o el que quisiera ser el “honesto hombre” del siglo XX, se ve enfrentado a una cantidad de información increíble que no puede conocer, ni siquiera controlar; sus posibilidades de articulación son fragmentarias o esotéricas, es decir, que dependen de competencias especializadas; existe una posibilidad de reflexión muy débil, porque ya no hay tiempo libre ni deseo de reflexionar. Vemos, pues, que se plantea un problema: demasiada información oscurece el conocimiento. Pero existe otro problema: demasiada teoría también lo oscurece. ¿Qué es la mala teoría? ¿Y la mala doctrina? Es aquella que se cierra sobre sí misma porque cree poseer la verdad o la realidad. La teoría se cierra a todo lo previsto de antemano. Esto se ve muy bien al leer ciertos periódicos de partidos: los eventos siempre confirman la línea política del partido y, cuando no la confirman, no se habla de esos eventos. Dicho de otro modo: la teoría sabelotodo detesta la realidad que la contradice y detesta el conocimiento que la contesta. De este modo, en el Conocimiento tenemos la misma ambigüedad, la misma complejidad, que en la idea del Progreso. Además, existe otro problema: los conocimientos y el Conocimiento no se identifican. El progreso de los conocimientos especializados que no se pueden comunicar entre sí lleva consigo una regresión del conocimiento general; las ideas generales que quedan son ideas absolutamente vacías y abstractas; y se puede elegir entre ideas especializadas, operacionales y precisas, pero que no nos informan para nada sobre el sentido de nuestras vidas, e ideas absolutamente generales, pero que ya no tienen ningún contacto con lo real. De este modo, el progreso de los conocimientos lleva consigo una dislocación del conocimiento, la destrucción del conocimiento-sabiduría, es decir, de un conocimiento que sea un alimento para nuestra vida y que contribuya a bonificarnos a nosotros mismos. Si ciega el resto de las dimensiones de la realidad, un conocimiento unidimensional puede, por lo mismo, aportar ceguera. Dicho de otro modo: una visión de la Sociedad que no viera en la Sociedad más que los fenómenos económicos, por ejemplo, sería una visión unidimensional que olvidaría los demás problemas sociales, los problemas de clase, los problemas de Estado, los problemas psicológicos y los problemas de los individuos. Y, por otra parte ¿existen órdenes de conocimientos diferentes (filosóficos, poéticos, científicos) o un solo conocimiento, un solo orden verdadero? Durante siglos, el orden verdadero del Conocimiento era la Teología. Y actualmente el orden verdadero del Conocimiento se llama Ciencia; por lo demás, ésta es la razón de que toda voluntad de monopolizar la Verdad pretenda detentar la “verdadera” ciencia. Llegamos ahora al problema del Conocimiento científico. Si consideramos este Conocimiento científico, es indudable que desde el siglo XVII hasta los siglos XVIII, XIX y XX, ha realizado extraordinarios progresos, sin hablar de los progresos más recientes en materia de microfísica, de astrofísica, y en materia de biología con los descubrimientos de la genética, de la biología molecular y de la etología. Y estos progresos están verificados evidentemente por las aplicaciones técnicas, desde la energía atómica a las manipulaciones genéticas. De este modo sabemos con certidumbre creciente la composición física y química de nuestro Universo, las leyes de interacción que lo rigen, conocemos nuestro lugar en este Universo físico –estamos en el tercer planeta de un pequeño astro en una galaxia de extrarradio-, conocemos cada vez mejor la organización de nuestro Sol, sabemos situarnos con precisión cada vez mayor en la evolución que ha hecho que una rama primática, a través de una evolución muy diversificante, haya producido diferentes especies homínidas, entre ellas, finalmente, la del Homo llamado sapiens; pero al mismo tiempo que hemos adquirido estas certidumbres, hemos perdido algunas certidumbres antiguas, algunas pseudo certidumbres, y hemos ganado una incertidumbre fundamental: hemos dejado de creernos en el seno de un Universo fijo y eterno, no sabemos de dónde procede nuestro Universo, no sabemos a dónde va, no sabemos por qué nació. Ahora sabemos que la vida se organiza en función de un código genético que se encuentra en el ácido desoxirribonucleico. Pero ¿de dónde ha nacido esta información codificada? ¿Cómo se ha producido? ¿Cuál es el sentido de la evolución, si es que lo tiene? ¿Cuál es el sentido de nuestra existencia? ¿Y cuál es la naturaleza del espíritu con el que pensamos todo esto? Dicho de otro modo: al mismo tiempo que un progreso de los conocimientos, hay un progreso de las incertidumbres, y diría que incluso un progreso de la ignorancia. Los fenómenos progresivos/regresivos, es decir, que hacen progresar el conocimiento y la ignorancia a la vez, constituyen progresos reales; quiero decir que, en mi opinión, reconocer una ignorancia y una certidumbre constituye un progreso. Pero también sabemos que en la Ciencia las consecuencias de los progresos de conocimientos no son necesariamente progresivas. Y por lo demás, este es uno de los puntos establecidos desde hace mucho tiempo, puesto que se dice: la Ciencia progresa como conocimiento, pero las consecuencias pueden ser atroces, mortales (bomba atómica). Ahora bien, querría decir aquí que las potencialidades negativas o destructivas no solo se encuentran en el exterior del conocimiento científico, es decir, en la Política, en el Estado, en la Sociedad; también se encuentran en el interior. Así, durante mucho tiempo, el método fundamental de la Ciencia ha sido el método experimental, que consistía en tomar un objeto o un ser y colocarlo en condiciones artificiales para intentar controlar las variaciones que se provocan en él. Ahora bien, la experimentación, que ha servido para alimentar los progresos del conocimiento, ha provocado un desarrollo de la manipulación, es decir, de los dispositivos destinados a la experimentación, y esta manipulación, de subproducto de la Ciencia, ha podido convertirse en el producto principal en el universo de las aplicaciones técnicas, donde finalmente se experimenta para manipular (en lugar de manipular para experimentar). Dicho de otro modo: las potencialidades manipuladoras cuya utilización le reprochamos al Estado han sido producidas por el desarrollo del propio Conocimiento científico, es decir, que el Conocimiento científico tiene un carácter trágicamente ambivalente: progresivo/ regresivo. (…) Lo que quiero decir, para concluir, es que debemos comprender que los progresos del conocimiento no pueden ser identificados con la eliminación de la ignorancia. Deben ir unidos a un progreso de la ignorancia. Nos hallamos en una nube de desconocimiento y de incertidumbre, y esta nube la ha producido el conocimiento; se puede decir que la producción de esta nube es uno de los elementos del Progreso a condición de que se le reconozca. Dicho de otro modo: conocer es negociar, trabajar, discutir, pelearse con lo desconocido que se reconstituye sin cesar, pues toda solución a un problema produce una nueva pregunta. Así pues, debo detenerme en esta conclusión provisional: el Progreso de la Ciencia es una idea que comporta en sí misma incertidumbre, conflicto y juego. (…) (Extraído de Ciencia con consciencia, AnthroposEditorial del hombre, Barcelona, 1984. Págs. 68-76) PÁGINA 7 / BABEL GACETA / JULIO DE 2009 inter-disciplinariedad y transdisciplinariedad Nelson Vallejo-Gómez sus conceptos propios existe un paradigma de complejidad, cuya toma de conciencia pone de presente el carácter organizacional, interactivo, generativo y degenerativo de dicho saber. “Nuestro pensamiento no es abstracción, escribe Morin, es ante todo vitalidad; siendo algo vivo está sometido a degeneración y corrupción”. ¿Pero cuál es pues la estructura del conocimiento? ¿Cómo actúa el pensamiento? ¿Quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos? Estas preguntas y sus respectivos corolarios animarán, a partir de los años sesenta la obra de Morin M orin hará una “carrera oficial (1951-1989)” como sociólogo del Centro Nacional para la Investigación Cientifica (CNRS). Pero los trabajos realizados bajo el manto de la institución crearán un horizonte inédito de reflexión, capaz de atravesar, como un arco iris, por cualquier disciplina o espacio de “saber reservado”. En su primer trabajo de antropología fundamental, El hombre y la muerte (Seuil, 1951), Morin analiza la idea de la muerte como objeto de estudio a través diferentes disciplinas, que van de la biología a la mitología, y sobre todo se enfrenta con el bloqueo insti- tucional de la llamada “inter-disciplinariedad”; es decir, Morin constata como cada disciplina busca erigirse en espacio territorializado de saber y de poder, queriendo hacer de su objeto de estudio una marca registrada. Por ejemplo, en una concepción interdisciplinaria sobre la cuestión de la muerte, la biología cree poseer “más verdad” que la mitología o la religión. La interdisciplinariedad pone de presente los conflictos de identidad, de interés y de poder institucional entre saberes. La inter-disciplinariedad muestra cómo los campos del conocimiento están trazados con paradigmas de púas conceptuales. PÁGINA 8 / BABEL GACETA / JULIO DE 2009 Morin denuncia la interdisciplinariedad sin buscar por ello erigir una instancia de saber para destruirla, por el contrario, su obra se servirá de la lógica disyuntiva, reduccionista y simplificadora, que utiliza la concepción inter-disciplinaria del conocimiento, para ejemplificar la necesidad de otro tipo de concepción del saber, es decir para defender una concepción transdisciplinaria del conocimiento. La idea central de una cultura transdisciplinaria está en introducir la reflexividad, la conciencia en las ciencias; es constatar que en el conocimiento de cada saber institucionalizado por una disciplina con A partir de entonces, toda la reflexión epistemológica de la obra moriniana tendrá por principal motivo la ejemplificación de un modo de pensar transdisciplinario. Los saberes pueden estar, pues, territorializados, estructurados y defendidos por disciplinas institucionalizadas; pueden existir entre ellos frías o cordiales relaciones de interdisciplinariedad; pero toda toma de conciencia de un saber definido, nos enseña Morin, pondrá de presente su condición de unicidad en un juego organizacional de multiplicidad, su inevitable relación al sujeto que lo piensa y a formas culturales de comprensión, aplicación técnica y/o transmisión educativa. En fin, el saber solo de una disciplina definida (el saber médico, físico, matemático, filosófico, sociológico, biológico, sicológico, etc.) ¡no existe! Lo que existe en realidad es un pensamiento complejo de interacciones conceptuales y saberes en movimiento organizacional, dentro de algo que nombramos conocimiento, algo tan ligado a la conciencia humana como a la cosmogénesis del Universo. ¿Pero cuál es pues la estructura del conocimiento? ¿Cómo actúa el pensamiento? ¿Quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos? Estas preguntas y sus respectivos corolarios animarán, a partir de los años sesenta la obra moriniana. Una estadía en el Instituto Salk de San Diego (USA), como profesor invitado en 1969, permitirá a Morin estudiar tres teorías fundamentales sobre los modos del conocimiento humano: la cibernética, la teoría de sistemas y la informática. En el Salk Institute for Biological Studies descubre la obra de Gregory Bateson. Un replanteo epistemológico radical se anuncia al contacto de John Hunt, Jacques Monod, Henri Atlan, de la teoría de los autómatas de John von Neuman y del principio de order from noise (“azar organizador”) de Heinz von Foerster. De regreso a París, Morin funda el Centro Royaumont para el estudio de una ciencia del hombre. Entender la complejidad organizacional del universo como producto de una explosión termonuclear primigenia, un big-bang, como un orden emergiendo de innumerables desórdenes, como un entorno complejo de auto-eco-re-organización, lleva a Morin a concebir nuevos conceptos, ya no tanto en términos sustancialistas, abstractos, idealistas y materialistas, sino en términos relacionales, temporales y dinámicos. La obra de Morin aborda el pensamiento de la Naturaleza, del Hombre y de la Sociedad en términos de orden en movimiento, de unidad diversificada, de lógica incluyente. La obra de Morin propone un pensar más amplio que, como lo subraya el filosófo Emilio Roger Ciurana, no elija de manera simplista entre simplificación o complejidad, sino que integre la simplificación como uno de los momentos del pensamiento complejo. Ya que, como precisa Morin en Ciencia con Conciencia, “el pensamiento es el arte de navegar entre confusión y abstracción, el arte de distinguir sin aislar, es decir, hacer que se comunique lo que está distinguido. La distinción requiere la conexión que requiere a su vez la distinción, etc. (…) Lo importante es saber permanentemente, acordarse de que simplificamos por razones prácticas, heurísticas y no para extraer la quintaesencia de la realidad”. Parafraseando al poeta Machado, que Morin tanto cita, podríamos decir del pensar que no hay pensamiento, se hace pensamiento al pensar; al pensar en cuerpo y alma, es decir, para decirlo en términos kantianos, de intuición y concepto, al mismo tiempo. A partir de entonces, a los cincuenta años, Morin no le teme a convertirse él mismo en un laboratorio de experimentos mentales y reforma todos sus paradigmas de conocimiento, escribiendo de seguido una obra epistemológica y teórica enorme. Ésta corre bajo el nombre de La Méthode y traza los modos en que emerge, se actualiza y/o ejemplifica el Pensamiento Complejo. Tal posición conlleva una redefinición del concepto de razón. Morin opone a la razón reduccionista/simplificante/cerrada, una racionalidad abierta, capaz de abordar la complejidad en la base misma de lo real. (…) (Extraído de Morin, humanista planetario, Derrama magisterial/ INFODEM, Colección Medallistas, Lima, 2009) Series Grandes Maestros Concepción: Hugo Neira Edición, selección y traducción de textos: Alfredo Vanini Diseño: Luis Valera Díaz Diagramación: Patricia Arana Coordinación: María Elena Chachi Gambini ISSN: 1995-087X Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú: 2007- 06108 Biblioteca Nacional del Perú - Av. de la Poesía 160, Lima 41 - Teléfono: 513-6900 Fax: 225-9185 http: //www.bnp.gob.pe Correo electrónico: [email protected] Agradecimientos: Jorge Zegarra, Leandro GarcíaCalderón, Julio Rucabado, Lalo Díaz y Nelson Vallejo-Gómez.