C O M P E N D I O S La mortalidad materna está disminuyendo pero no lo suficiente para lograr el Objetivo de Desarrollo del Milenio 5 Según un análisis del Estudio de la Carga Global de las Enfermedades,1 aunque la tasa global de disminución de la mortalidad materna se ha acelerado a partir de 2003, pocos países están avanzando según lo planeado para reducir su razón de mortalidad materna al nivel especificado en los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Los investigadores estiman que entre 1990 y 2013, el número anual de muertes maternas a nivel mundial disminuyó de 376,000 a 293,000; y la razón de mortalidad materna disminuyó de 283 a 209 muertes por 100,000 nacidos vivos, equivalente a una disminución anual promedio del 1.3%. La tasa media de disminución fue aún mayor—2.7% por año—durante la década final del período de estudio. Sin embargo, de 1990 a 2013, solamente 16 países, incluidos siete en regiones en desarrollo, lograron la reducción anual promedio de 5.5% necesaria para lograr el Objetivo de Desarrollo del Milenio 5, el cual fijó una meta de un 75% de reducción en la razón de mortalidad materna (respecto de su nivel de 1990) para el año 2015. El nuevo análisis usó datos de una variedad de fuentes—incluidos los datos de registros vitales, historias clínicas de hermanos, datos censales, vigilancia de la mortalidad materna y autopsias verbales—para estimar los niveles y las tendencias de la mortalidad materna, identificar el momento y las causas claves de la mortalidad materna y hacer proyecciones para 2030. Hubieron datos disponibles para 180 de los 188 países incluidos en el análisis; para el resto, los investigadores se basaron en modelos estadísticos. Las muertes se clasificaron como muertes maternas si el embarazo fue una causa directa o indirecta y si ocurrieron durante el embarazo o dentro de un año posterior al parto. Además de pequeñas diferencias en las fuentes de datos, el estudio difiere de otros análisis globales recientes en su inclusión de muertes maternas tardías (aquellas ocurridas desde las seis semanas hasta un año posterior al parto) y en su tratamiento de muertes en mujeres con VIH. Con base en la limitación de los datos disponibles Número especial de 2015 a partir de estudios previos, los investigadores supusieron que el 12% de las muertes relacionadas con el VIH durante el embarazo y el primer año postparto pueden atribuirse a causas maternas. Para estimar la mortalidad materna por edad, crearon una variedad de modelos usando un subconjunto de datos sobre nueve variables asociadas con la mortalidad materna (ej., tasas de fecundidad específica por edad, proporción de partos que ocurren en una institución de salud) y probaron los modelos usando los datos que no se habían incluido. El modelo con mejor desempeño se usó para realizar estimaciones de todos los datos disponibles. Debido a que los datos confiables sobre partos de jóvenes de entre 10 y 14 años son escasos, las muertes maternas en este grupo etario no se incluyeron en las estimaciones de las razones de mortalidad materna, pero se incluyeron en los conteos generales de mortalidad materna. Se utilizaron modelos adicionales para estimar la proporción de muertes maternas que fueron atribuibles a cada una de nueve causas clave y la proporción que ocurrió dentro de cuatro intervalos de tiempo: antes del inicio del trabajo de parto, durante el trabajo de parto o dentro de 24 horas después del parto; de 1 a 42 días después del parto y de seis semanas a un año posterior al parto. Finalmente, los investigadores estimaron resultados de mortalidad materna para el año 2030 en cada país, mediante la extrapolación de la tasa promedio de disminución en la razón de mortalidad materna de 2003 a 2013; si la razón de mortalidad materna de un país había aumentado durante ese período, los autores supusieron que se mantendría constante entre 2013 y 2030. Los investigadores estiman que el número anual de muertes maternas en el mundo disminuyó de 376,000 a 293,000 entre 1990 y 2013. Además, la razón de mortalidad materna disminuyó de 283 a 209 muertes por 100,000 nacidos vivos, lo que se traduce en una tasa anual de disminución de 1.3%; la disminución anual promedio fue mayor entre 2003 y 2013 (2.7%) que entre 1990 y 2003 (0.3%). Las disminuciones ocurrieron en todos los grupos etarios, aunque el riesgo varió ampliamente con la edad; por ejemplo, la razón de mortalidad materna en mujeres de 45 a 49 años fue 9.5 veces mayor que la de mujeres en edades de 20 a 24 años. La tasa promedio anual de disminución en la razón de mortalidad materna entre 1990 y 2013 fue menor en los países en desarrollo (1.4%) que en los desarrollados (3.1%). Entre las regiones en desarrollo, la disminución fue particularmente notable en Asia Oriental (8.9%) y, en menor grado, en América Latina andina (2.9%) y Asia sudoriental (2.8%); en contraste, la razón aumentó en un promedio de 2.7% anualmente en África del Sur, a pesar de una disminución anual de 5.6% durante los últimos 10 años del período de estudio. Ocurrieron disminuciones en siete de nueve causas de mortalidad materna. La mayor reducción ocurrió en el número de mujeres que mueren cada año por hemorragia materna, la cual disminuyó de 71,000 a 44,000. Sin embargo, el número de muertes maternas tardías y las muertes relacionadas con el VIH aumentaron durante el período de estudio, y aunque el número de muertes relacionadas con el aborto disminuyó globalmente, aumentó en África subsahariana. El VIH contribuyó a 0.4% de las muertes maternas globalmente, en comparación con 1.5% de las ocurridas en África subsahariana. Cerca de la mitad de las muertes maternas ocurrieron durante el embarazo (25%) o durante o inmediatamente después del parto (28%); un tercio de las muertes ocurrió entre 1 y 42 días después del parto (36%) y las restantes (12%) fueron muertes maternas tardías. Entre 1990 y 2013, solo 16 países, incluidos siete en regiones en desarrollo, alcanzaron o excedieron el 5.5% de disminución anual en la razón de mortalidad materna necesario para lograr el Objetivo de Desarrollo del Milenio 5. Otros veinticuatro países tenían ese nivel de disminución ya sea entre 1990 y 2003 o 2003 y 2013, pero no durante el curso del período completo del estudio, Por 41 Compendios otra parte, la razón de mortalidad materna aumentó en 50 países entre 1990 y 2003, y en ocho países entre 2003 y 2013. Si en cada país la razón de mortalidad materna continúa disminuyendo al ritmo del período 2003–2013 (o se mantiene en su nivel actual, en el caso de países que tuvieron un aumento durante ese período), entonces, aproximadamente 184,000 muertes maternas ocurrirán a nivel mundial en 2030. Pero en la opinión de los investigadores, aun en este escenario “bastante optimista,” 53 países—cerca de tres cuartas partes de ellos en África subsahariana—todavía tendrán razones de mortalidad materna de más de 100 muertes por cada 100,000 nacimientos. Las limitaciones del estudio incluyen la probable clasificación errónea de muchas muertes. Los autores señalan que algunas muertes de mujeres embarazadas, como las relacionadas con lesiones, pueden haber sido categorizadas erróneamente como muertes maternas, mientras que algunas que eran verdaderamente muertes maternas, como las causadas por el aborto inseguro, pueden haber sido subregistradas. Otras limitaciones incluyen el importante grado de incertidumbre en las estimaciones reportadas, la escasa cantidad (o falta completa) de datos para muchos países y la ausencia de un enfoque definitivo para determinar cuáles muertes entre las mujeres embarazadas con VIH deberían considerarse como muertes maternas. El logro de reducciones adicionales en la mortalidad materna requerirá un enfoque de múltiples vías, señalan los investigadores. Las estrategias claves probablemente incluirán promover la presencia de personal capacitado en partos y la atención a partos en instituciones de salud, desalentar la maternidad temprana, reducir el aborto inseguro y detener la malnutrición. Además, los países en los que las disminuciones en la mortalidad materna se han acelerado en años recientes “deberían ser estudiados cuidadosamente para proporcionar conocimientos cualitativos sobre lo que ha funcionado en diferentes entornos.” —P. Doskoch REFERENCIA 1. Kassebaum NJ et al., Global, regional and national levels and causes of maternal mortality during 1990– 2013: a systematic analysis for the Global Burden of Disease Study 2013, Lancet, 2014, doi: 10.1016/S01406736(14)60696-6, consultado el 5 de mayo de 2014. 42 El uso de misoprostol para el tratamiento del aborto incompleto debería limitarse a las primeras 12 semanas del embarazo Según un estudio conducido en Benín, el uso de misoprostol para el aborto incompleto debería limitarse a embarazos de hasta 12 semanas, incluso si se usa una dosis relativamente alta.1 A lo largo de un período de cinco años, el porcentaje de casos de aborto incompleto que fueron tratados exitosamente con 800 mcg de misoprostol (es decir, que no requirieron aspiración manual endouterina para completar la evacuación uterina) fue de 99% en mujeres con embarazos de 12 semanas o menos, en comparación con 26% en mujeres con embarazos de 13 a 14 semanas y 28% en mujeres con embarazos de 15 a 18 semanas. Además, el riesgo de efectos adversos por el uso de misoprostol fue significativamente más bajo durante las primeras 12 semanas de embarazo que más adelante en el embarazo. En 2006, como parte de un esfuerzo para reducir la elevada razón de mortalidad materna del país, el gobierno de Benín implementó una política con el fin de mejorar la atención postaborto para mujeres que habían tenido abortos espontáneos o inducidos. El legrado se reemplazó con la aspiración manual endouterina y, en 2008, se adoptó el uso del misoprostol. Aunque un importante acervo bibliográfico ha documentado la efectividad del misoprostol para el tratamiento del aborto incompleto temprano, no hay estudios que hayan examinado la tasa de éxito del misoprostol en dosis mayores para tratar los abortos incompletos después de 12 semanas de gestación. Para superar esta brecha y proporcionar un panorama del uso de misoprostol en entornos de bajos recursos con una alta demanda de atención postaborto, los investigadores condujeron un estudio descriptivo prospectivo entre 2008 y 2012 en tres hospitales de maternidad en Cotonou. Las mujeres fueron elegibles para el estudio si eran admitidas en uno de los hospitales con un diagnóstico de aborto incompleto (determinado mediante ultrasonografía y exámenes clínicos), si no tenían complicaciones graves que requirieran tratamiento inmediato y si tenían una edad gestacional estimada de hasta 18 semanas. A las mujeres que tenían una circulación sanguínea estable y un contenido uterino de menos de 20 mm se les ofreció la opción de tratamiento médico, aspiración manual endouterina, legrado o no someterse a un tratamiento, y se les dio asesoramiento acerca de los posibles efectos adversos y sobre la importancia de las visitas de seguimiento. Las mujeres que eligieron el tratamiento médico recibieron 800 mcg de misoprostol por vía sublingual; se programaron visitas de seguimiento para tres días después (para determinar el avance) y 15 días más tarde (para realizar un ultrasonido). En la última visita, el tratamiento se consideró exitoso si el útero estaba vacío o si el contenido uterino era mínimo y la mujer no presentaba síntomas. El tratamiento se consideró fallido si la mujer seguía sangrando o teniendo cólicos y el útero no estaba vacío; en ese momento, se practicaba una aspiración manual endouterina a menos que la mujer estuviera estable y optara por una segunda dosis de 800 mcg de misoprostol. Si optaba por el misoprostol, la mujer era examinada nuevamente de 10 a 15 días después; si el útero todavía no estaba vacío, se practicaba la aspiración manual endouterina. Se recolectaron datos sobre la elección del tratamiento, la edad gestacional en el momento del aborto, los efectos adversos, los resultados del ultrasonido y la necesidad de aspiración endouterina posterior al misoprostol Se usaron pruebas chi-cuadrada para determinar las diferencias en las tasas de éxito y en la incidencia de efectos adversos por edad gestacional. En total, 3,129 mujeres fueron admitidas para tratamiento de aborto incompleto durante el período del estudio; 630 no requirieron tratamiento adicional. De las 2,509 mujeres restantes, el 21% eligió el tratamiento con misoprostol. En los tres sitios del estudio, la proporción de mujeres que eligieron misoprostol aumentó entre 2008 y 2011 (de 8–12% a 25–28%) pero disminuyó en 2012 (a 21–27%). Un 64% de las mujeres que recibieron tratamiento con misoprostol tenían 10 o menos semanas de embarazo, 15% tenían 11–12 semanas, 13% tenían 13–14 semanas y 8% tenían 15–18 semanas. Cincuenta y seis por ciento de las mujeres que eligieron el misoprostol recibieron una dosis de 800 mcg y 44% requirieron dos dosis. Sesenta y seis por ciento de las mujeres con embarazos de hasta 12 semanas requirieron solamente una Perspectivas Internacionales en Salud Sexual y Reproductiva dosis de misoprostol; este fue el caso de 34% de las mujeres que tenían de 13 a 14 semanas de embarazo; y de 23% de las que tenían de 15 a 18 semanas de embarazo. Solamente 6% de las mujeres que recibieron misoprostol fueron admitidas en el hospital; las mujeres restantes recibieron tratamiento ambulatorio. La tasa de éxito del tratamiento del aborto incompleto con misoprostol difirió sustancialmente según la edad gestacional: noventa y nueve por ciento de los embarazos de 12 o menos semanas no requirió aspiración manual endouterina posterior al misoprostol, en comparación al 26% de los embarazos de 13 a 14 semanas y al 28% de los embarazos de 15 a 18 semanas. Estos casos exitosos incluyeron aquellos en los que el ultrasonido realizado en el seguimiento a los 15 días reveló residuos que no requerían intervención (4% de las mujeres embarazadas de 12 o menos semanas; 10% de las embarazadas de 13 a 14 semanas; y 14% de las embarazadas de 15 a 18 semanas). Ocho por ciento de las mujeres con embarazos de 12 o menos semanas y 3% de aquellas con embarazos de 13 a 14 semanas fueron pérdidas de seguimiento y se supone que no tuvieron complicaciones: ninguna mujer con embarazo de más de 14 semanas dejó de regresar para seguimiento. Después de la administración de misoprostol, 27% de las mujeres reportó dolor intenso, 18% experimentó escalofríos, 11% sintió hipertermia y 5% tuvo hemorragia abundante. La proporción de mujeres con un embarazo de 12 o menos semanas que reportó efectos adversos fue menor que las que tenían embarazos más avanzados. Por ejemplo, 8% de las mujeres con embarazos de hasta 12 semanas de gestación experimentaron dolor intenso, en comparación con 93–100% de mujeres con embarazos de mayor duración. Los casos de hemorragia abundante ocurrieron solamente en mujeres con embarazos de más de 12 semanas; 7% de las mujeres con embarazos de 13 a 14 semanas y 44% de mujeres con embarazos de 15 a 18 semanas reportaron este resultado. En defensa de la suposición de que las mujeres que fueron pérdidas de seguimiento probablemente no hubieran requerido evacuación quirúrgica, los investigadores señalaron que la condición socioeconómica de estas mujeres indica que probablemente hubieran buscado atención gratuita en alguno de los tres sitios del estudio si hubieran necesitado tratamiento adicional. También, señalaron que mientras que la evaluación “muestra que [el misoprostol] ha sido muy bien aceptado tanto por los proveedores como por las clientas”, los hallazgos del estudio indican que el medicamento “no funcionó... en casi 75% de los casos en los que la edad gestacional excedía las 12 semanas.” Las directrices actuales recomiendan usar 600 mcg de misoprostol y limitar su uso a pacientes con embarazos hasta de 12 semanas. El estudio actual confirma esas recomendaciones, concluyen los investigadores, e indica que, por lo regular, una dosis más alta no es efectiva para embarazos más avanzados. —L. Melhado REFERENCIA 1. Adisso S et al., Introduction of misoprostol for the treatment of incomplete abortion beyond 12 weeks of pregnancy in Benin, International Journal of Gynecology and Obstetrics, 2014, doi: 10.1016/ j.ijgo.2014.03.002, consultado el 5 de septiembre de 2014. Las mujeres que realizan cuatro visitas prenatales rara vez reciben todos los servicios recomendados Según un análisis de datos de Encuestas de Demografía y Salud (EDS), aunque la mayoría de las mujeres embarazadas en muchos países en desarrollo realizan al menos cuatro visitas de atención prenatal, no reciben todos los servicios que deberían recibir.1 Por ejemplo, aunque cerca de nueve de cada 10 mujeres en la República Dominicana y Colombia que habían dado a luz en los últimos dos años habían realizado cuatro o más visitas de atención prenatal, solamente una de cada tres habían recibido el conjunto completo de servicios prenatales (ej., medición de la presión Número especial de 2015 arterial, pruebas de VIH) según el análisis de las encuestas en sus países. En la mayoría de los otros países, las proporciones fueron bastante más reducidas. Aun entre las mujeres en los países del estudio que habían tenido al menos cuatro visitas prenatales, solamente el 60%, en promedio, había recibido algún servicio prenatal en particular. Aunque el régimen convencional de atención prenatal en las regiones desarrolladas con frecuencia conlleva una docena de visitas, un programa abreviado consistente en cuatro o más visitas se ha convertido en el estándar de referencia de una atención adecuada para sistemas de salud en las regiones en desarrollo. Esas cuatro visitas, sin embargo, pueden no proporcionar todos los servicios que las mujeres embarazadas deberían recibir. Para explorar esta situación, los investigadores analizaron datos de EDS de 41 países en desarrollo. Los países se incluyeron si una encuesta de EDS conducida entre 2005 y 2011 había recolectado datos sobre la recepción, por parte de las mujeres, de al menos cinco de los siguientes servicios prenatales: medición de la presión arterial, vacunación contra el tétano, pruebas de orina (para bacteriuria y otras anormalidades), consejería sobre signos de peligro, consejería y pruebas de VIH, suplementos de hierro y folato, atención prenatal temprana (previa a los cuatro meses de gestación) y provisión de al menos dos dosis de medicamentos para prevenir la malaria. Los investigadores examinaron la proporción de mujeres que reportó haber recibido cada servicio prenatal, entre las mujeres que habían dado a luz en los últimos dos años y habían realizado al menos cuatro visitas prenatales. Posteriormente promediaron las proporciones para crear un indicador del grado en el que esas mujeres habían recibido una atención adecuada. Los cálculos de estos promedios se limitaron a los servicios específicos analizados por la EDS; por ejemplo, la provisión de tratamiento para la prevención de la malaria fue evaluada solamente en África subsahariana, en donde la enfermedad es endémica. Las mujeres que afirmaron no saber si habían recibido o no un determinado servicio se clasificaron como que no lo recibieron. Además de examinar la recepción de servicios entre las mujeres que realizaron al menos cuatro visitas prenatales, los investigadores condujeron análisis similares para todas las mujeres que habían dado a luz en los últimos dos años. En promedio, el 57% de las mujeres en los 41 países habían realizado cuatro o más visitas prenatales. Entre estas mujeres, la cobertura de servicios (la proporción de las que habían recibido un servicio específico) promedió solamente 60%. Mientras que a la mayoría de las mujeres se les había medido la presión arterial (91%) o habían recibido protección contra el tétano (79%), menos de un tercio de ellas habían recibido al menos 90 días de suplemento de hierro y folato (30%) o, en los casos en que era pertinente, habían recibido tratamiento preventivo para malaria (25%). Solamente cerca de la mitad (55%) 43 Compendios había realizado una visita antes de su cuarto mes de embarazo. La más alta cobertura promedio de servicios la tuvieron Colombia, República Dominicana, Nepal y las Maldivas (81–85%); la más baja la tuvieron, la República Democrática del Congo, Burundi, Níger y Madagascar (32– 39%). La proporción de mujeres que había realizado cuatro visitas prenatales no estuvo necesariamente relacionada con el nivel promedio de cobertura; por ejemplo, solamente alrededor de la mitad de las mujeres en Sierra Leona (56%) y Nepal (53%) habían realizado al menos cuatro visitas; pero entre las que las realizaron, el nivel promedio de cobertura de servicios fue mucho más alto en el último país que en el primero (83% vs. 44%). De manera similar, la proporción de mujeres en Indonesia que habían realizado cuatro visitas fue de 81%, una de las más altas del estudio, pero la cobertura promedio de servicios en ese país (58%) estuvo ligeramente por debajo de la media. Para ilustrar más ampliamente el hecho de que haber realizado cuatro visitas prenatales no fue un indicador de una cobertura prenatal adecuada, los investigadores examinaron la recepción de servicios por parte de todas las mujeres. En cuatro países (República Dominicana, Colombia, Perú y las Maldivas) al menos 87% de las mujeres habían realizado al menos cuatro visitas prenatales. Sin embargo, solamente el 34% de las mujeres en los primeros dos países había recibido todos los servicios analizados en el estudio, y la proporción fue todavía más baja en las Maldivas (28%) y Perú (7%). De hecho, en solamente nueve países hasta un 5% de las mujeres habían recibido la batería completa de servicios prenatales medidos por la EDS del país y en más de un tercio la proporción fue básicamente de 0%. Los autores concluyen que, aunque es importante el número de visitas de atención prenatal que una mujer recibe (“en el sentido de que cada visita ofrece una oportunidad de proveer la atención necesaria”) el umbral de cuatro visitas usado típicamente como indicador del desempeño del programa no es un indicador suficiente de calidad. Además, “el uso continuo de este indicador refuerza la impresión de que un programa reducido de atención prenatal es adecuado.” Ellos sugieren que la medida de cuatro visitas sea reemplazada por un indicador alternativo, como la medida que ellos usaron (el promedio de las proporciones de mujeres que recibieron un conjunto de servicios específicos). Un cambio de este tipo, argumentan, ayudaría a que la cantidad de visitas prenatales no tome precedencia sobre su calidad y “reflejaría con mayor claridad qué tan bien se están satisfaciendo en realidad las necesidades de la población.” —P. Doskoch REFERENCIA 1. Hodgins S y D’Agostino A, The quality-coverage gap in antenatal care: toward better measurement of effective coverage, Global Health: Science and Practice, 2014, 2(2)173–181. El tratamiento profiláctico para el VIH no conduce a una conducta sexual de riesgo La recepción de profilaxis preexposición al VIH (PPE) no está asociada con un aumento de las conductas sexuales de riesgo, sugiere un ensayo aleatorizados internacional en hombres que tienen relaciones sexuales con hombres o que se identifican como personas transgénero o femeninas.1 Las personas participantes tuvieron disminuciones con respecto al inicio en los niveles tanto de infecciones agudas con VIH como de infecciones con sífilis. Quienes creían que estaban recibiendo PPE en lugar de un placebo, no tuvieron ni aumento en las relaciones sexuales anales receptivas sin el uso de un condón mientras estuvieron bajo medicación durante el estudio, ni una disminución de esta conducta después de terminarlo. Además, las personas que reci- 44 bieron placebo y creían estar recibiendo PPE no presentaron aumento alguno en infección por VIH en relación con sus pares que creían estar recibiendo el placebo; el hallazgo fue el mismo si también creían que el PPE era altamente efectivo. Los investigadores analizaron datos del ensayo Iniciativa Profilaxis Preexposición (iPrEx), el cual enroló a hombres que tenían relaciones sexuales con hombres o que se identificaban como personas transgénero o femeninas en 11 sitios en Perú, Ecuador, Sudáfrica, Brasil, Tailandia y los Estados Unidos en el período 2007–2009. Se asignó a los participantes una PPE de toma oral una vez al día (emtricitabina más tenofovir) o un placebo en un ensayo doble ciego. Se les pro- porcionó consejería a varios intervalos sobre reducción de riesgos, se les sujetó a tamizaje para VIH y sífilis, completaron cuestionarios relativos a conductas sexuales de riesgo en los pasados tres meses e indicaron a cuál grupo de tratamiento creían que habían sido asignados y qué tan efectiva consideraban la PPE para prevenir el VIH. El tratamiento duró aproximadamente tres años. La visita final del estudio tuvo lugar ocho semanas después de que los participantes habían dejado de tomar su medicamento. Los investigadores utilizaron regresión de Poisson, pruebas t y pruebas chi-cuadrada para analizar y comparar las tendencias temporales en conductas sexuales y tasas de infección, y desarrollaron modelos mixtos de regresión binomial logística para identificar correlatos de los cambios en conducta con respecto al inicio. Los análisis se basaron en datos de 2,408 participantes que completaron al menos una visita trimestral durante el estudio, en la cual informaron sobre su conducta sexual. Todos fueron hombres al nacer, pero 13% se identificaron como mujeres o personas transgénero. En promedio, tenían 25 años y tres cuartas partes de ellos se habían hecho la prueba de VIH antes del estudio. En el inicio, el 0.4% de los participantes tenían una infección aguda de VIH y 6% tenían sífilis. Al final del período de tratamiento, la incidencia de infección aguda de VIH había disminuido a 0.06% en el grupo de PPE y a 0.1% en el grupo de placebo. La incidencia de sífilis había disminuido a cero en cada grupo. En la primera visita trimestral del estudio, el 25% de los participantes creía que estaban en el grupo PPE, 10% creían que estaban en el grupo placebo y el resto dijo que no sabían a qué grupo habían sido asignados. En general, el 24% creía que la PPE era altamente efectiva. Ocho semanas después de que los participantes discontinuaron su medicación, no se percibió asociación aparente alguna entre el tratamiento asignado percibido y los cambios en el número de parejas con quienes los participantes habían tenido recientemente relaciones sexuales anales receptivas: El número disminuyó tanto entre quienes creían que habían recibido PPE (de 13 a cuatro) como entre los que creían que habían estado recibiendo placebo (de ocho a dos). En el inicio, 39% de los participantes informaron que recientemente no habían tenido relaciones sexuales anales receptivas sin usar condón. Dentro de este subconjunto, la proba- Perspectivas Internacionales en Salud Sexual y Reproductiva bilidad de reportar esta conducta de riesgo en cualquier momento durante el seguimiento se elevó para los participantes que eran menores de 25 años (razón de riesgo, 1.3), que se identificaban como personas transgénero o mujeres (1.7), o que tenían síntomas de depresión (1.6). En contraste, estos participantes tuvieron un riesgo reducido de reportar relaciones sexuales anales receptivas sin protección durante el período de seguimiento si nunca se habían hecho la prueba de VIH antes de iniciar su participación en el estudio (0.7). En particular, el riesgo de relaciones sexuales anales receptivas sin protección no estuvo asociado con la creencia de que se estaba recibiendo PPE o que la PPE era altamente efectiva. Entre el 58% de los participantes que reportaron una relación sexual anal receptiva sin protección en el inicio, la probabilidad de no reportar esta conducta durante el seguimiento se redujo para quienes eran menores de 25 años (razón de riesgo, 0.8), se identificaban como personas transgénero o mujeres (0.8), o tenían síntomas de depresión (0.7); aumentó para quienes nunca se habían hecho la prueba de VIH (1.4). Nuevamente, la conducta no se relacionó con el grupo de tratamiento percibido o la efectividad percibida de la PPE. Entre los participantes que proporcionaron datos sobre su conducta tanto cuando dejaron de tomar el medicamento del estudio, como ocho semanas más tarde, la proporción que reportó relaciones sexuales anales receptivas sin usar condón disminuyó de 26% a 23% durante el intervalo. Los participantes que creían que estaban recibiendo PPE no tuvieron más probabilidad que los otros de mostrar un cambio en esta conducta; además, los hallazgos fueron similares para el subconjunto que creía que la PPE es altamente efectiva. En el grupo placebo, la incidencia de la infección con VIH durante el seguimiento no fue elevada para participantes que creían que estaban recibiendo PPE, para quienes creían que la PPE era altamente efectiva ni para quienes tenían ambas convicciones. En la población total del ensayo, la incidencia de sífilis durante el período de seguimiento no varió en relación con el grupo de tratamiento percibido. Las limitaciones del estudio incluyen, según indican los investigadores, su potencial falta de capacidad para generalizarlo a entornos clínicos, así como la dependencia en prácticas sexuales autoreportadas; asímismo, Número especial de 2015 los resultados pueden haber estado influidos por la adhesión al tratamiento y la tendencia hacia conductas más seguras pueden haber representado una regresión hacia el promedio o una mayor pérdida de seguimiento de los participantes con conductas de riesgo. No obstante, según los investigadores, los resultados del estudio “no muestran evidencia alguna de compensación de riesgos que pudiera contrarrestar los beneficios de la PPE;” en todo caso, ellos sugieren que los hallazgos indican tendencias hacia conductas sexuales más seguras y una reducción en las infecciones por VIH y sífilis. “Las frecuentes visitas a la clínica, la consejería y pruebas de VIH, así como el mismo uso diario de la PPE pueden motivar y popularizar prácticas sexuales más seguras. Las interacciones sociales pueden ser determinantes más importantes de las decisiones sexuales que la ponderación individual de riesgos y beneficios,” concluyen. —S. London REFERENCIA 1. Marcus JL et al., No evidence of sexual risk compensation in the iPrEx trial of daily oral HIV preexposure prophylaxis, PLoS ONE, 2013, 8(12): e81997, consultado el 2 de enero de 2014. Las tasas de continuación y de embarazo son similares para la píldora de uso continuo y cíclico Un ensayo aleatorizado conducido en la República Dominicana,1 halla que las mujeres tienen una probabilidad similar de continuar tomando anticonceptivos orales y evitar el embarazo independientemente de si usan un régimen continuo o uno cíclico de píldoras. Un año después de haber iniciado el uso de las píldoras asignadas en el estudio, aproximadamente tres cuartas partes de las mujeres seguían tomándolas y una de cada seis se había embarazado. Estos resultados no fueron diferentes entre los grupos del estudio. El riesgo de que las mujeres interrumpieran el uso del método era elevado si deseaban reducir la menstruación (razón de riesgo, 1.4) y reducido si habían experimentado un parto previo (0.5). El sangrado no se asoció significativamente con la probabilidad de discontinuar el uso del método. Aunque los regímenes continuos de anticonceptivos orales, que resultan en menor sangrado que los regímenes cíclicos, han demostrado ser efectivos y aceptables para la mayoría de las mujeres en estudios realizados en países desarrollados, pocos son los datos disponibles para los países en desarrollo. Los investigadores condujeron el nuevo ensayo en una clínica de salud reproductiva en Santo Domingo entre 2008 y 2010. Las mujeres en edades de 18 a 30 años de edad que solicitaron píldoras anticonceptivas orales, ya sea que fueran nuevas a la anticoncepción o que estuvieran cambiando a partir de un método no hormonal, fueron elegibles para el estudio si tenían períodos menstruales con duración de 21 a 35 días, si no habían amamantado en los pasados dos meses y si no estaban embarazadas o planeando embarazarse en los próximos 12 meses. Las mujeres fueron asignadas aleatoriamente para tomar un anticonceptivo oral combinado (norgestrel y etinil estradiol), proporcionado gratuitamente, ya sea en un régimen cíclico de 28 días o en un régimen continuo que no incluyó placebo alguno. Se permitió a las mujeres en el último grupo interrupciones flexibles (dejar de tomar las píldoras por tres días) para administrar el sangrado intermenstrual inesperado si experimentaban sangrado o manchado persistente. En el momento de enrolarse, las mujeres proporcionaron información sobre sus características demográficas, patrones menstruales y uso de anticonceptivos; también proporcionaron información sobre varios resultados (ej., efectos secundarios, discontinuación) en las visitas trimestrales de seguimiento, y se les practicaron pruebas de orina para detectar el embarazo en el sexto y doceavo mes del estudio. Los investigadores compararon características y resultados entre los dos grupos usando análisis bivariados y analizaron correlatos independientes de los riesgos de la discontinuación de la píldora y el embarazo con análisis multivariados. Las 358 mujeres estudiadas tenían un promedio de 23 años de edad y dos hijos. Dos tercios de ellas cohabitaban con una pareja no marital. La mayoría tenía 12 o menos años de escolaridad (88%) y eran de raza mixta (97%). Aunque el 48% había usado previamente los anticonceptivos orales, más de dos tercios de este grupo los había usado por un año o menos. Casi todas estuvieron de acuerdo en el momento de inscribirse que “tener un período menstrual con regularidad es un signo de buena salud” (93% en cada grupo de píldoras) y que “la menstruación es parte de lo que me hace mujer” (90–93%). Solo una minoría estuvo de acuerdo en que “in45 Compendios terrumpir los períodos menstruales es una buena idea” (25–29%), pero la mayoría indicó que “estaría interesada en no tener un período cada mes” (53–57%) y que “estaría feliz de usar un método de control natal que hiciera que mi período se interrumpiera por cierto tiempo” (51–56%). Los análisis mostraron que la probabilidad de que las mujeres siguieran tomando sus píldoras a los 12 meses fue de 78% en el grupo del régimen continuo y de 72% en el grupo del régimen cíclico, una diferencia no significativa. Las principales razones que citaron las mujeres para la discontinuación del método fueron que se les habían acabado las píldoras o que habían olvidado tomarlas (citado por 45%) o que habían experimentado efectos secundarios distintos al sangrado (20%). En los análisis multivariados, las mujeres tuvieron un riesgo reducido de interrumpir el método si habían experimentado un parto previo (razón de riesgo, 0.5) y un riesgo elevado si tenían el deseo de una menstruación reducida (1.4). El tipo de régimen no se asoció con la discontinuación. A través de todas las visitas trimestrales, una cuarta parte de las mujeres en cada grupo reportó haber olvidado tomar tres o más píldoras en el mes anterior. Entre el total de mujeres aleatorizadas, la tasa de embarazo a los 12 meses fue de 16% en el grupo de régimen continuo y de 17% en el grupo de régimen cíclico; nuevamente, la diferencia no fue significativa. Los hallazgos fueron los mismos después de la exclusión de las mujeres que nunca habían tomado sus píldoras, que habían concebido antes de la aleatorización o que habían violado los criterios de elegibilidad del estudio. En los análisis multivariados ningún tipo de régimen ni alguna otra característica estudiada predijo el riesgo de embarazo de manera significativa. Proporciones más grandes de mujeres en el grupo de régimen cíclico que en el grupo 46 de régimen continuo reportaron algún sangrado, sangrado con regularidad o un volumen normal de sangrado. Aunque las mujeres que usaron el régimen cíclico tuvieron mayor probabilidad que las que usaron el régimen continuo de percibir sus patrones de sangrado como aceptables a los tres meses (99% vs. 93%) y a los seis meses (98% vs. 89%), a partir de entonces, los grupos no fueron distinguibles estadísticamente en cuanto a este resultado. Una menor proporción de mujeres en el grupo de régimen continuo que en el grupo cíclico reportó dolor de espalda a los seis meses (39% vs. 52%) y sensibilidad en las mamas a los 12 meses (29% vs. 42%). Los grupos no difirieron con respecto a los niveles de hemoglobina y hematocrito. Se reportaron dos eventos adversos graves en usuarias del régimen continuo y cuatro en usuarias del régimen cíclico. Los hallazgos del estudio sugieren que los regímenes continuo y cíclico tienen eficacia, seguridad y aceptabilidad similares, aunque contrario a las expectativas de los investigadores, el anterior no se asoció con una mejor continuación con el paso del tiempo. La consejería a mujeres acerca de la seguridad y los beneficios para la salud de los regímenes continuos—especialmente en entornos en los que la menstruación es vista como un signo de salud y fecundidad—es importante para fomentar la adherencia, ellos señalan. “Presentar a las mujeres la elección de uso continuo como una alternativa al uso cíclico posibilita que las mujeres seleccionen un régimen que se adapte mejor a su propio estilo de vida,” concluyen los investigadores. —S. London REFERENCIA 1. Nanda K et al., Continuous compared with cyclic use of oral contraceptive pills in the Dominican Republic: a randomized controlled trial, Obstetrics & Gynecology, 2014, 123(5):1012–1022. Perspectivas Internacionales en Salud Sexual y Reproductiva