El signo triádico. A.Ojeda

Anuncio
El signo triádico.
Una mirada peirciana sobre los elementos básicos del lenguaje visual
Mg. Alejandra V.Ojeda
EL SIGNO TRIÁDICO
El objetivo de este artículo es tratar de pensar al signo visual en su especificidad,
apoyándonos en la teoría peirciana. Esta elección se fundamenta en las posibilidades
de tal teoría para abordar un objeto comunicacional desde un punto de vista semiótico
no verbal, pues está construida desde la lógica formal y pensada para el tratamiento de
cualquier tipo de signo, más allá de la especificidad del código analizado, a diferencia
de otras teorías semióticas importantes –como la saussureana- que trabajan el signo
lingüístico en forma casi exclusiva.
"Un Signo, o representamen, es algo que para alguien, representa o se
refiere a algo en algún aspecto o carácter. Se dirige a alguien, esto es, crea en la
mente de esa persona un signo equivalente, o,tal vez, un signo más
desarrollado. Este signo creado es lo que yo llamo el interpretante del primer
signo. El signo está en lugar de algo, su objeto. Está en lugar de ese objeto, no en
todos los aspectos, sino sólo con referencia a una suerte de idea, que a veces he
llamado fundamento del representamen". (Peirce, Prg. 228)
Al definir al signo por la función de sustitución que cumple y no por sus
características, el planteo de Peirce permite analizar cualquier elemento, real o
imaginario. El desafío es, entonces, ver como esta lógica o “doctrina cuasinecesaria de
los signos” nos permite avanzar en el estudio del lenguaje visual.
Charles Peirce propone una tipología clasificatoria de signos a partir de tres
tricotomías, basadas en tipos de relaciones:
1) Las relaciones de comparación, que son aquellas cuya naturaleza es la de las
posibilidades lógicas,
2) Las relaciones de funcionamiento, que son aquellas cuya naturaleza es la de los
hechos reales y
3) Las relaciones de pensamiento, que son aquellas cuya naturaleza es la de las leyes.
“La idea del instante presente, la cual, sea que exista o no, es pensada
Página 1
naturalmente como un punto de partida del tiempo en que no se puede
producir ningún detalle, es una idea de Primeridad. El tipo de una idea de
Segundidad es la experiencia del esfuerzo, prescindiendo de una idea de
intencionalidad. (…) La Segundidad es genuina o degenerada. (…) en términos
generales, la Segundidad genuina consiste en que una cosa actúa sobre otra: la
acción bruta. Digo bruta porque en la medida en que aparece una idea de
cualquier ley o razón, se presenta la Terceridad” (Peirce, 1987, p.111 y 112).
A partir de estas categorías generales, Peirce define tres nuevas tríadas:
1) La que toma al signo en sí mismo, según este sea un primero (posibilidad),
un segundo (existente real) y un tercero (ley general). Según esta tricotomía los signos
pueden ser llamados Cualisigno, Sinsigno o Legisigno.
"Un cualisigno es una cualidad que es un signo. No puede actuar
verdaderamente como un signo hasta tanto no esté formulado; pero la
formulación no tiene relación alguna con su carácter en tanto signo. Un
Sinsigno(...) es una cosa o evento real y verdaderamente existente que es un
signo.(...) Un legisigno es una ley que es un Signo. Esta ley es generalmente
establecida por los hombres. Todo signo convencional es un legisigno (pero
no recíprocamente). No es un objeto único, sino un tipo general que, como se
ha acordado, será significante." Prg. 243, 244, 245, 246.
2) La que considera al signo según que su relación con el objeto consista en que
el signo tenga algún carácter en sí mismo, en alguna relación existencial con ese objeto
o en su relación con el interpretante. Según esta segunda tricotomía los signos pueden
ser llamados Iconos, Indices o Símbolos.
"Un Icono es un signo que se refiere al Objeto al que denota meramente en
virtud de caracteres que le son propios, y que posee igualmente exista o no
exista tal Objeto.(...) Cualquier cosa, sea lo que fuere, cualidad, individuo
existente o ley es un ícono de alguna otra cosa, en la medida en que es como
esa cosa y en que es usada como signo de ella. Un Indice es un signo que se
refiere al Objeto que denota en virtud de ser realmente afectado por aquel
Objeto.(...) un índice implica alguna suerte de ícono, aunque un ícono muy
especial; y no es el mero parecido con su Objeto, aún en aquellos aspectos que
lo convierten en un signo, sino que se trata de la efectiva modificación del
signo por su Objeto. Un Símbolo es un signo que se refiere al Objeto que
denota en virtud de una ley, usualmente una asociación de ideas generales
que operan de modo tal que son la causa de que el Símbolo se interprete como
referido objeto. En consecuencia, el Símbolo es, en sí mismo, un tipo general o
ley, esto es, un Legisigno." Peirce, prg. 247, 248, 249.
3) La que lo considera según que su interpretante lo represente como un signo
de posibilidad, como un signo de hecho o como un signo de razón. Según esta tercera
Página 2
tricotomía los signos pueden ser llamados Rema, Dicisigno o Argumento..
“Rema es un Signo que, para su Interpretante, es un Signo de Posibilidad
cualitativa, vale decir, se entiende que representa tal o cual clase de Objeto
posible. Un Rema puede, quizás, proporcionar alguna información; pero no
se interpreta que la proporciona.(representa al objeto en función de sus
caracteres). Un Signo Dicente es un signo que, para su Interpretante, es un
Signo de existencia real. Por lo tanto, no puede ser un ícono, el cual no da
lugar a ser interpretado como una referencia a existencias reales (representa al
Objeto con respecto a la existencia real).(...) Un Argumento es un Signo de
ley(...) representa a su Objeto en su carácter de Signo”. Peirce, cita no textual
de los parágrafos 250,251,252 y 253.
Las tres divisiones triádicas
A lo largo de su obra, extendida durante medio siglo de producción no siempre
sistemática ni publicada en vida de su autor, Charles Peirce va trabajando distintas
categorías, articulándolas desde el punto de vista lógico, pero no siempre aplicándolas
simultáneamente a un mismo elemento empírico, por lo que las ejemplificaciones que
realiza suelen tener un carácter ilustrativo que muchas veces cuesta aplicar al estudio
del sentido de piezas concretas.
La división de las tricotomías que recién describíamos, se puede diagramar bajo
la forma de un cuadro de doble entrada donde las filas se corresponden con las
categorías cenopitagóricas (primeridad, segundidad y terceridad) según si cada
correlato es “una mera posibilidad, un existente real o una ley” y las columnas se
organizan según la relación que el signo guarda consigo mismo, en relación con su
objeto, y en relación con su interpretante (prg. 243).
De esta manera, la tabla para pensar las posibles clases de signos será la
siguiente:
Página 3
Tricotomías
Signo en relación a
Signo en relación
Signo en relación a
sí mismo
a su Objeto
su Interpretante
Primeridad
CUALISIGNO
ICONO
REMA
Segundidad
SINSIGNO
INDICE
DECISIGNO
Terceridad
LEGISIGNO
SíMBOLO
ARGUMENTO
Este cuadro servirá para obtener, de la combinatoria triádica de sus elementos, según
la lógica de implicación que existe entre las categorías, diez tipos de signos (Prg. 254 a
264):
1.Cualisigno-icónico-remático
6.Legisigno-indicial-remático
2.Sinsigno-icónico-remático
7.Legisigno-indicial-dicente
3.Sinsigno-indicial-remático
8.Legisigno-simbólico-remático
4.Sinsigno-indicial-dicente
9.Legisigno-simbólico-dicente
5.Legisigno-icónico-remático
10.Legisigno-simbólico-argumentativo"
Estos tipos de signos son organizados por Peirce (Prg. 264) en un triángulo
decreciente, en cuyos vértices se ubican las combinaciones pertenecientes a elementos
de las mismas filas filas.
Cualisigno
icónico
remático
Sinsigno
icónico
remático
Legisigno
icónico
emático
Sinsigno
indicial
remático
Legisigno
indicial
remático
Sinsigno
indicial
dicente
Legisigno
simbólico
remático
Legisigno
indicial
dicente
Legisigno
simbólico
argumentativo
Legisigno
Simbólico
dicente
Página 4
Existen muchos autores que se basan en tríadas similares para pensar objetos
de estudio comunicacionales, entre ellos Roger Chartier, que propone trabajar la
historia de la lectura desde los aspectos tecnológicos, formales y culturales, o Nelly
Schanith que se refiere a la percepción como un fenómeno mediado por tres tipos de
filtros: perceptivos, de reconocimiento y culturales. Esto puede explicarse porque en
realidad lo que subyace a estas teorías es una lógica subyacente a la cultura
occidental, que se presenta como muy potente para pensar este y otros fenómenos.
Nos referimos a aquella heredada de Emmanuel Kant y de la filosofía clásica
alemana (Fichte, Schelling, Hegel, Feuerbach, Marx) que desarrolla una propuesta
lógica y crítica de gran influencia en el pensamiento científico y filosófico
contemporáneo. Peirce mismo hacía notar estas homologías estructurales de
pensamiento:
“Las categorías cenopitagóricas son sin duda alguna otra tentativa de
caracterizar aquello que Hegel intentó caracterizar como sus tres estadios de
pensamiento. Corresponden a las tres categorías de cada una de las cuatro
trìadas de la tabla de Kant. Pero el hecho que estas diferentes tentativas
fueran independientes entre sì (no se advirtió la semejanza de estas categorías
con los estadios de Hegel durante muchos años después de que la lista había
estado en estudio, a causa de mi antipatía por Hegel) sólo demuestra que hay
realmente tres elementos de este tipo”.
Buscando la tríada específica
Inscribiéndonos en esta perspectiva general y pretendiendo orientar nuestros
esfuerzos a la generación de herramientas que permitan la codificación-decodificación
de mensajes, podemos pensar al signo visual en su especificidad, según las
dimensiones centrales que lo constituyen: una primeridad integrada por los
repertorios formales y sus reglas de articulación; una segundidad que abarca los
aspectos referidos a la materialización del signo y una terceridad que actúa como el
sistema legal que da sentido a las dos instancias anteriores y permite, finalmente, la
semiosis.
Se trata de utilizar, entonces, la clasificación de Peirce para poder pensar de qué
manera influyen en la significación los distintos aspectos que intervienen en la
construcción de un signo visual.
Página 5
El primer tipo de elementos significantes (la primer casilla de la primera
columna) abarca entonces, todos los conceptos de los que disponemos para pensar las
piezas visuales, ya sea desde su producción como desde su análisis. Sería, según la
clasificación peirciana, el lugar del cualisigno: se agruparán en este campo, entonces,
aquellas cualidades del signo visual. Estas cualidades pueden ser pensadas también
como variables, o aspectos que afectan o determinan las configuraciones visuales.
Estas variables posibles son la forma (y sus dimensiones posibles), el color/valor (y sus
dimensiones posibles), la textura (y sus dimensiones posibles). Así, para nutrir este
primer grupo, recurriremos a las sistematizaciones realizadas desde campos diversos
de la ciencia, como la geometría, la física (particularmente la óptica), la plástica, la
psicología y todo enfoque que pueda servirnos para obtener herramientas que nos
ayuden a diversificar nuestro repertorio de posibilidades.
Estas posibilidades se volverán una elección concreta en el momento de su
formulación, esto es cuando asuma el carácter de sinsigno. Esto implicará una
reducción de esas posibilidades en una ocurrencia concreta, pues no se pueden
materializar todas las posibilidades, sino algunas. Se puede pensar aquí las
operaciones básicas empleadas para la poética (Jakobson, 1960), a saber la selección y
la combinación, descriptas inicialmente por Saussure bajo el nombre de relaciones
sintagmáticas y asociativas. Es decir, las operaciones que atañen a la selección de uno
significado por sobre los otros posibles que ofrece mi repertorio previo y a la
combinación de ese elemento con otros, que termina de completar la significación por
su posición relativa en el sintagma.
En la materialización del objeto concreto que servirá como vehículo o soporte material
de la interpretación, juegan un papel crucial las posibilidades tecnológicas, que
actuarán como un determinante que permitirá unas posibilidades e inhabilitará otras,
ya sea estemos hablando de las tecnologías de producción de piezas visuales (ya sea
analógicas o digitales) como las de reproducción.
Si el proceso que estemos realizando fuese el de realizar un material visual, es
este el momento en el cual indagar si las posibilidades que conozco son las únicas o si
puedo realizar lo que yo quiero lograr con una tecnología disponible pero aún
desconocida por mí. De la misma manera, deberé anticipar si el empleo de las
tecnologías que están disponibles no afecta negativamente mi producción, por una
Página 6
inadecuación de la calidad (ya sea positiva o negativa). También se aborda en este
punto, y totalmente relacionado con la tecnología de pre-impresión e impresión, lo
ligado al tipo de soporte material (papel, digital, etc.) que se seleccione.
Si el proceso que estamos llevando a cabo es de análisis, entonces este punto
adquirirá una importancia vital en la interpretación de los materiales estudiados, pues
conocer la tecnología disponible en el momento preciso de la producción del soporte,
permite saber si las elecciones formales realizadas por el artista, diseñador, publicista,
comunicador, etc., se deben a decisiones intencionales o era su condición única de
posibilidad1.
La problemática tecnológica puede operar en tanto punto de concreción, desde
la segundidad, pero en muchos casos también actúa como elemento que opera en el
plano de la primeridad, siendo que privilegia algunos repertorios formales y no de
otros… Es decir que es muy importante distinguir el aspecto tecnológico según sea la
etapa de producción, donde la tecnología empleada conlleva determinados repertorios
formales y determinadas operaciones combinatorias posibles o la etapa de
reproducción, que si bien influye en la apariencia determinando también su
significación, lo hace en un plano diferente. Por eso resulta imprescindible que los
estudiantes de diseño cuenten con repertorios formales amplios y lo más complejos
posible antes de enfrentarse con una computadora, pues en caso contrario, será el
programa que aprendan el que le dé forma a sus visualizaciones, constituyéndose en
su campo de posibilidad.
Existen, según las épocas y contextos, diferentes formas estandarizadas, o
convenciones según las cuales se pueden realizar estas selecciones y combinaciones.
Dichos patrones (más o menos explicitados, coherentes, o completos) tendrán carácter
de legisigno. Al tratarse de operaciones perceptivas, probablemente sean difíciles de
identificar como operantes, y su carácter “necesario”2 será tan relativo como lo son el
resto de las leyes que afectan las conductas humanas. Aquí podemos pensar el
conjunto de leyes formuladas por la Gestalt y los tipos de perspectiva de cada época.
También sería pertinente pensar aquí aquellas matrices de interpretación orientadas
por la cultura, con una configuración más individual (idiolecto, estilo) o grupal
1
Por ejemplo, la no inclusión de fotografías en la prensa durante gran parte del siglo XIX no se debió a una
elección particular ligada al estilo, sino a que la tecnología existente no habilitaba esta operación. En el siglo
XX, cuando esta posibilidad ya existía, el incluir o no imágenes fotográficas sí fue una decisión ligada al tipo de
la publicación.
Página 7
(corriente estética, género). Estas matrices guían la composición de determinada
forma, la determinan, afectando la selección y combinación realizada.
Pasando a la segunda tríada (ícono, índice y símbolo), nos encontramos en el
terreno de la semántica, donde la reflexión se enfoca hacia la relación del signo con su
objeto. No es casual que esta sea la tríada más estudiada de las tres. Es, de hecho, la
única tríada que suele ser conocida por el público no especializado. Si indagamos en
este último tipo de público, oiremos seguramente que la iconicidad se corresponde con
la imagen visual, y el mejor ejemplo de esta última, el más desarrollado en su
“iconicidad”, es la fotografía, dado su tremendo parecido con el objeto representado.
El dibujo u otras formas de representación de la “figura” le seguirán en grado de
iconicidad. Ahora bien: si pensamos a la imagen desde su forma de representación,
podemos sostener, provisoriamente (revisaremos este concepto más adelante) que
funciona de manera analógica en muchas dimensiones de lo visual, es decir, que en
principio, cumple con las características de un ícono visual. De las imágenes bidimensionales, la fotografía es la que alcanza mayor grado de iconicidad, es decir, es
la que puede reproducir la mayor cantidad de aspectos del objeto reproducido.
Pero en cuanto a su mecanismo de producción, la imagen fotográfica
responde a una estructura indicial, es decir, es la consecuencia directa de la luz que
impacta sobre un objeto y rebota de determinada manera imprimiendo una
superficie previamente sensibilizada, y es aquí, en esta idea de “continuidad
material” que ha radicado su fuerza de verosimilitud una vez extendidos los usos
sociales de la fotografía en los siglos XIX y XX, fuerza que aún conserva
parcialmente, a pesar de los numerosos adelantos técnicos y estilísticos que
intervienen debilitando tal indicialidad. Dice Peirce (Pgr: 2.281):
“Las fotografías, especialmente las fotografías instantáneas, son muy
instructivas, porque sabemos que en ciertos aspectos son exactamente como
los objetos que representan. Pero este parecido es debido a que las fotografías
han sido producidas bajo circunstancias tales que estaban físicamente
forzadas a corresponder punto por punto con la naturaleza. En ese aspecto
entonces pertenecen a la segunda clase de signos, aquellos por conexión
física”.
Esta idea de huella directa, refuerza la sensación del espectador de “estar ahí”,
de tomar contacto de alguna manera con el objeto a partir del signo, de compartir la
2
Entendido como contrario a contingente.
Página 8
existencia del fenómeno.
La fotografía surge en Francia, bajo la forma de un antecedente que es la
heliografía (1826), mejorada poco después con el daguerrotipo (1839), el cual
permitía registrar la imagen sin grandes posibilidades de operar técnica o
retóricamente sobre ella, pues los tiempos de exposición eran muy largos (14 horas
los primeros intentos, media hora al cabo de unos meses, y unos cuantos minutos en
el momento de su difusión masiva), y aún no se había desarrollado el lenguaje
fotográfico: la fotografía era concebida como pura técnica al servicio del arte o de la
ciencia. Además, la imposibilidad de hacer copias reforzaba esta idea de unicidad
ligada al objeto. Pero por sobre todas las cosas, era un dispositivo que se
desarrollaría en el marco de una postura ideológica prevalente, la del positivismo, y
que privilegió los métodos y técnicas que posibiliten la descripción de la naturaleza
de la manera más objetiva posible. La técnica de la fotografía aparece, entonces,
como un dispositivo capaz de captar la realidad tal cual es, sin los artificios del que
registra. Esta ilusión será cuestionada al cabo de algunas décadas, cuando por un
lado se puedan realizar más operaciones técnicas durante la toma y el revelado, y
por el otro la fotografía empiece a constituirse como un lenguaje expresivo con
estatuto artístico propio.
En la prensa gráfica, en cambio, hasta fines del siglo XIX no pudo usarse la
fotografía por incompatibilidades técnicas. Debido a esto el dibujo ocupaba un lugar
central. Pero esta etapa de transición, sin embargo, cuando se quería destacar la
veracidad de algún evento se recurría a la copia dibujada de una fotografía
aclarando que era “copia fiel” al pie de la imagen.
El dibujo persistió en la prensa gráfica muchas décadas después de que se
solucionara la dificultad tecnológica. Uno de los motivos centrales de tal persistencia
fue que el dibujo era capaz de realizar operaciones de síntesis o de expresividad que
la fotografía logró muchos años después, sobre todo en aquellos rubros como el
dibujo publicitario donde las operaciones tendientes a la persuasión jugaban un rol
central.
En relación al arte, la aparición de la fotografía, luego de muchas querellas, va
a modificar la función de la pintura, dándole mayor libertad en cuanto a sus posibles
funciones y posibilitando la ruptura del significante producida hacia la segunda
década del sigo XX.
Página 9
La fotografía digital pone en tela de juicio el mecanismo indicial, quitándole la
fuerza de portadora de la verdad objetiva. Hoy en día se cuestiona el valor de verdad
de la foto, pues se sabe que la mayoría de las imágenes son retocadas, sin necesidad
de falsear el referente, es decir, operando sólo sobre el registro y no sobre lo
registrado. Por otra parte es más difícil constatar la materialidad de la marca
lumínica al no existir el rollo como soporte material afectado, tornándose el
mecanismo más complejo y abstracto.
Volviendo a la estructura icónica de la imagen, veamos ahora una tabla que
intenta medir los “grados de iconicidad” de las distintas técnicas de confección de
imágenes. Esta tabla fue formulada originalmente por Villafañe y Mínguez en 1996,
y la hemos adaptado para conservar un mismo eje temático a lo largo de todos los
ejemplos.
La hemos incluido porque consideramos que puede resultar útil al momento
de visualizar diferentes maneras de concebir una imagen, pero esta clasificación
adolece de un problema central: superpone varios ejes de comparación, los cuales, a
su vez, no permanecen durante la escala completa.
Página 10
El primer aspecto que considera es la bi y tridimensionalidad, asignándole a
esta segunda un mayor valor de similitud con el objeto que la que puede desarrollar
la bidimensionalidad. El segundo considera la figuración como más icónica que la
no-figuración, otorgándole a la fotografía el mayor rango dentro de las técnicas
bidimensionales. El tercero le atribuye al color un mayor valor de iconicidad que al
valor. Estas tres variables van alternándose como criterio en las diferentes piezas,
generándose todavía más malos entendidos, al presuponer que cada categoría
incluye a la anterior. En el caso de la escultura, por ejemplo, es verdad que tiene
mayor similitud volumétrica con un ser humano que la que tiene una fotografía,
pero los aspectos cromáticos y de similitud formal están mucho menos desarrollados
en la escultura que en la fotografía color que vemos sobre el mismo tema, la cual
parece mucho más “real” que la blanca estatua. Lo mismo ocurre con la holografía,
que en muchos momentos no logra reproducir la consistencia de los objetos y ofrece
dificultades de visualización por los brillos de tono metálico que en su actual etapa
de desarrollo científico-técnico poseen algunas de ellas.
Pero suponiendo que nos ponemos de acuerdo en cual es la técnica más icónica,
se aparece otro problema, que es el de la significación. Según Göran Sonesson, en su
propuesta de pensar la semiótica desde un punto de vista “ecológico”, es necesario
revisar el alcance de este concepto en relación con los fenómenos psicológicos y
culturales. Peirce nos dice, respecto de esta problemática:
“El signo solo puede representar al objeto y hablar de él. No puede ofrecer
una relación con o un reconocimiento del tal objeto; eso es lo que se entiende en
este volumen por objeto de un signo; es decir, aquello con lo cual éste
presupone un conocimiento para poder proporcionar alguna información
adicional que le concierne. No hay duda de que habrá lectores que dirán que no
pueden comprender esto. Ellos piensan que un signo no tiene que relacionarse
con algo de otro modo conocido y no le ven ni pies ni cabeza a la afirmación de
que cada signo debe relacionarse con tal objeto. Pero si hubiese algo que
proporcione información y aun así no tenga ninguna relación en absoluto ni
referencia a cosa alguna con la que la persona a quien proporciona información
tenga, cuando ella comprenda esa información, el más mínimo conocimiento,
directo o indirecto -y será un tipo de información muy extraña- el vehículo de
tal tipo de información no se llama, en este volumen, signo” (Peirce: Los signos
y sus objetos, 1910. 2.231.)
En
pocas
palabras,
conocemos
(es
decir
percibimos
racionalmente,
interpretamos) a partir de lo que ya conocemos. Si a un signo no podemos vincularlo
con un objeto conocido (ya sea esto un concreto o una idea abstracta) no tendremos
Página 11
posibilidad de comprenderlo. Este conocimiento previo además de permitirnos
conocer, es decir, además de ser nuestro universo de posibilidades semióticas,
también es lo que nos limita a comprensiones que estén dentro de dicho universo. En
pocas palabras, no “veremos” aquello que no podamos inteligir de alguna manera. Y
este es un elemento central a tener en cuenta cuando pensamos un diseño.
Muchas veces, amparados en la idea de que una imagen es altamente
comprensible porque es icónica, realizamos elecciones que pueden llevar al fracaso
nuestro trabajo. Es decir, la lectura que se hará de una imagen va a depender de las
posibilidades que esta imagen habilita, pero también de la
lectura que se ejerza sobre ella. Y esta acción de recepción e
interpretación debe ser prevista de la mejor manera posible.
Veamos el ejemplo de una misma imagen que puede ser
interpretada de distintas maneras según el contexto (en este
caso, fundamentalmente el texto que la acompaña):
Flor como flor, por ejemplo si la acompañamos de la siguiente descripción:
“Esta pequeña flor, conocida comúnmente como Alegría del hogar requiere de buena
luz y riego moderado, alcanzando el tamaño de arbusto a los pocos meses de ser
plantada”.
Flor como primavera, si el texto dijera, por ejemplo:
“¡Felicidades! Este 21 de septiembre festejá junto a tus amigos en La
Aldea”.
Flor como femenino/masculino, siendo el caso que estas
dos imágenes estén en la puerta de los baños con el texto
“ellas/ellos” o sean colgados en la puerta de la habitación de
una maternidad con el texto “bebe/beba”.
Es decir, definir si un signo es preponderantemente ícono, índice o símbolo, es
una operación cognitiva de definición del signo en relación con su objeto. No
depende de la imagen “en sí” sino de su “puesta en acción”.
Pero una vez dicho esto, cabe señalar que algunas imágenes orientarán su
interpretación hacia lugares previsibles, según haya acuerdos sociales, o
Página 12
convenciones que la puedan inducir, tal es el caso de algunos elementos que actúan
como símbolos establecidos dentro de una cultura. La interpretación de la paloma
como símbolo de paz ha requerido una construcción cultural, y por lo tanto
histórica, que ha vinculado a la imagen del ave con el concepto abstracto; no es una
relación dada “naturalmente”, ni posible de establecer si no se conoce la regla de
vinculación. Por eso es importante conocer los imaginarios visuales que poseen
nuestros destinatarios, y el repertorio de imágenes que pueden funcionar como
símbolos.
La tercera tríada, orientada a pensar la relación del signo con su interpretante,
es el lugar de la pragmática, y se corresponde con la antigua tríada determinada por
la lógica como Término, Proposición y Argumento.
En el lugar del Rema podemos pensar aquellas configuraciones o clases de
objetos posibles, “nombres” –en el sentido de significados significantes- para pensar
los argumentos, cualquiera sea el lenguaje –verbal, visual, musical, de señas, etc.- en
que se presente. A diferencia de la primer tríada, aquí no estamos hablando sólo de
cualidades, sino de configuraciones, (se podría utilizar aquí el término sema), de todas
las posibilidades significantes.
Estas primeridades tienen su fuente directa en la
cultura, y en ella están ancladas. Nos veremos obligados, por ello, a concentrar
esfuerzos en conocerlas, pues todo representamen posee, al tornarse interpretable por
un rema, la posibilidad de anclar en cada una de sus significaciones posibles, y
debemos necesariamente acotar, restringir tal campo de significación a favor de
aquellas significaciones preferentes surgidas de nuestra planificación de la
comunicación visual.
Podríamos sostener que cuando el mensaje adquiere la característica de dicente,
alcanza su máximo nivel de existencia real. Es el lugar de la negación del conjunto de
posibilidades exceptuando aquella que concretamente ha quedado formulada. Es el
momento de actuación, de puesta en funcionamiento del signo, de comparación con
otros signos (ya sea a nivel tecnológico como estético o argumental). Si tomáramos
estos ítems como una guía de trabajo (tanto de análisis como de producción), sería el
punto desde donde pensar y realizar estudios de la competencia y del entorno, en las
condiciones existenciales de circulación del mensaje, su “aquí y ahora”.
El último punto al que nos referiremos es el Argumento, descrito por Peirce
Página 13
como un signo de ley.
Este tipo de signos está estructurado de tal manera que la lectura de sus
premisas nos implica hacia una consecuencia necesaria, y en tanto dichas premisas
sean verdaderas, también lo será la conclusión.
En este punto se debe retomar la discusión acerca de si lo visual es un
lenguaje capaz de argumentar y de qué manera se estructura, para poder pensar los
términos y sus combinatorias ¿Es posible trabajar en la articulación de los mensajes
visuales a partir de la lógica tradicional? Los procesos interpretativos ¿son análogos?
¿Se puede lograr la univocidad del lenguaje visual? (sin discutir aquí si desde el
lenguaje verbal se puede).
El estado del debate es desparejo, habiéndose avanzado en algunos puntos
tanto en comprensión como en formalización, pero lo que no puede negarse es la
capacidad de lo visual para generar sentido. Imaginemos, por ejemplo, el típico
cartel de hospital, con un primer plano de una enfermera con el dedo índice sobre
sus labios: el significado es interpretado unívocamente como “silencio”. De la misma
forma, que cuando vemos la publicidad gráfica de Bagovit A, con Facundo Arana
extendiendo su mano hacia nosotros en un gesto de llamada, con una semi sonrisa,
entendemos unívocamente que nos invita a acercarnos hacia él, para ser
“hidratadas” con el producto… Existen otros mensajes visuales con mayor grado de
convencionalización, como por ejemplo las señales de tránsito, donde la imagen
puede orientar una interpretación más o menos unívoca. En este caso, la
necesariedad en la interpretación no proviene tanto del tipo de composición
empleada (cuyas características responden a su contexto de uso) sino de la
convención que la estructura, y que es enseñada y evaluada como requisito para
obtener el permiso para conducir un vehículo.
Para pensar la construcción o el análisis del argumento es necesario
contemplar algunos aspectos que resultan indispensables al momento de prever la
interpretación de nuestro discurso:
a) la noción de público o de lector modelo: este aspecto ha sido tenido en
cuenta desde los inicios de la modernidad y cada vez con más fuerza, a medida que
la producción y circulación de las piezas discursivas se desplazaban del campo del
arte al del mercado mediático.
En este sentido, las tímidas comunicaciones
epistolares de la época de J. Rousseau han derivado en la actualidad en paneles de
Página 14
audiencia que decide cuál cambio o final de una producción audiovisual
industrializada será más bienvenido por su potencial público. Por eso, cuanto más
conozcamos al público que leerá la pieza, más posibilidades tendremos de anticipar
las posibles interpretaciones que realizará.
b) los valores sobre los que se asentará la argumentación: este será el conjunto
de ideas sobre el que organizaré mi argumento. Las formas posibles de combinación
y aceptación, así como la posibilidad de que encuentren sentido, estarán dadas por el
entorno cultural3 al que vaya dirigido. Si repasamos aquellos ejes valorativos sobre
los que se han asentado las publicidades de las últimas décadas, vemos que el
repertorio es mucho menos numeroso y variable de lo que imaginamos. Hay
términos deseables que se repiten: familia, éxito, belleza, amor, deseo, placer, fama.
Estos aparecen expresados de muy diversa manera, y a partir de distintas
propuestas identificatorias, según el grupo al que se destine.
c) el tipo de estrategia sobre la que se asentará la combinación de términos
que hayamos seleccionado del rema (identificación, absurdo, repulsión, etc.). Todas
estas estrategias dependen de la posibilidad de ser leídas por un receptor que pueda,
a partir de los indicios propuestos, realizar las re-lecturas necesarias para que la
operación surta efecto. Es decir, la posibilidad de leer una ironía depende de que el
punto cero del discurso desde donde se construya sea compartida, pues en caso
contrario, lo que nosotros planteamos como una ironía puede ser tomado como una
“información”, lo cual puede resultar catastrófico. De la misma forma, una operación
de identificación también requerirá de un punto cero compartido desde el cual
plantear dicha operación, pues en caso contrario, lo que se puede producir es
rechazo.
d) aquellos aspectos contextuales que puedan influir sobre la interpretación
del argumento.
Ningún argumento es universal. Sobre esta afirmación debe asentarse todo
nuestro trabajo. Si bien los mecanismos de organización de la información podrán
tener rasgos estructurales comunes, el argumento se leerá siempre en un aquí y
ahora particular. En este punto juega un rol central el concepto de enunciación.
Dicho concepto nos alerta sobre el juego de actores, lugares y tiempo que se
organizan en una estructura narrativa, en el terreno de la lengua, de manera
3
Entendiendo cultura en sentido amplio.
Página 15
abstracta, pero que terminan de construir sentido cuando son enunciadas por un
locutor concreto, en un momento y lugar particulares.
El considerar estos puntos no garantizará la ausencia total de polisemia4 en el
mensaje, pero sí nos permitirá anticiparnos en gran medida a las posibles
interpretaciones sugeridas por las decisiones que hayamos tomado durante la
construcción del mensaje, orientando el proceso de acotamiento de las posibilidades
de significación, hacia un nivel lo más cercano posible a nuestras propias
necesidades comunicacionales.
4
Polisemia es la simultaneidad de sentidos posibles,
Página 16
Descargar