François Quesnay * Simulación de un viaje por el tiempo realizado por un periodista económico, a través de un programa de realidad virtual capaz de reproducir el comportamiento pasado de la economía. Incluido en el libro Momentos estelares de Econolandia No sabía si el módulo virtual me había preparado la sorpresa de encontrarme con alguno de estos grandes hombres, pero de lo que estaba seguro era de que iba a mantener una conversación con François Quesnay, médico de la Corte y economista por afición, al que encontraría en la madurez de su pensamiento, con sus 76 años cumplidos. Inmerso en mis propias reflexiones y continuamente deslumbrado por el París de 1770 y la variopinta multitud que recorría sus calles y plazas, terminé por perderme en mi caminar hacia la dirección que me habían indicado. El fallo fue rápidamente corregido, de forma automática, por el programa del módulo que me situó, de golpe, ante la verja de entrada a un magnífico edificio neoclásico. Mi lugar de destino en este viaje virtual era el palacete del marqués de Mirabeau, anfitrión de numerosas tertulias que se celebraban todos los martes en su residencia. Aunque mis correrías por el tiempo ya me habían habituado a todo tipo de sorpresas, debo reconocer ahora que me sentí intimidado a mi entrada al coqueto salón (naturalmente estilo Luis XV) en que me esperaba el marqués junto a varios invitados. - Queridos amigos –dijo el marqués dominando desde el primer momento la situación. Os presento a Larry Newsletter, editor, según me han dicho, de una prestigiosa publicación inglesa. Con gran ceremonia se fueron acercando a saludarme los cuatro tertulianos presentes hasta el momento en el salón. - Monsieur Newsletter permítame que le presente al barón de Aulne, al marqués de Condorcet, a monsieur Du Pont y nuestro maestro y amigo François Quesnay. De esta auténtica encerrona no me había avisado nadie en el WIC. Yo esperaba poder hablar con Quesnay y, naturalmente, contaba con la presencia del marqués de Mirabeau. Pero ahora tenía ante mí otro marqués, un barón y un tal Du Pont de los que no sabía nada. Decidí inclinar ligeramente la cabeza ante el conjunto de invitados y salirme por la tangente con unas palabras de elogio hacia Quesnay, que era el de mayor edad de la reunión, del que yo sabía algo por mis lecturas previas y al que, al parecer, todos respetaban. - Para mí es un placer conocerles a todos ustedes. En particular mi respeto para usted –dije dirigiéndome a Quesnay, de quien todo el mundo habla en Europa como un sabio al que llaman “economista”. Al parecer estas palabras fueron bien acogidas por los presentes y el ambiente se notaba más relajado mientras nos sentábamos en un amplio circulo. Yo sabía que Quesnay había sido el médico de cabecera de la marquesa de Pompadour, hasta su muerte hace ahora seis años. También conocía que, aunque protegido de la Pompadour, el rey le había concedido también su favor, manteniéndole como su primer médico y residiendo, por tanto, en Versalles. Incluso había leído una biografía completa que partía desde su nacimiento en 1694 en una explotación agrícola familiar, hasta su muerte, a los 80 años en 1774, recién iniciado el reinado de Luis XVI. Ya antes de hablar con él, sabía que era un hombre de firmes convicciones, con la curiosidad de un investigador y la fortaleza de alguien que se había hecho a sí mismo. Quedó huérfano a los 13 años y no aprendió a leer hasta casi esta edad. Pasó de ser un barbero-cirujano de la época, a un prestigioso miembro de la nueva Real Academia de Cirugía de Francia. Ante la deformación que progresivamente afectó a sus manos como consecuencia de la gota, decidió hacer su reconversión como médico y así fue escalando prestigio y poder. El favor real le permitió disponer del tiempo y la seguridad necesarios para satisfacer su curiosidad por el papel social de la agricultura y otros aspectos de ese campo que se empezaba a conocer como economía. Nuestro anfitrión, el marqués de Maribau, inició el debate: - Todos nosotros somos partidarios de los planteamientos de Quesnay y aceptamos, con gusto, que se nos llame “fisiócratas”. ¿Qué es ser fisiócrata? –pregunté mostrando una cortés ignorancia-. Aquí ya intervino el maestro y fundador de la escuela: - Como médico siempre me ha interesado la fisiología y, en particular, el papel de la circulación de la sangre en el cuerpo humano o de cualquier animal. Creo que la circulación de la riqueza proporciona al organismo nacional un vigor similar al que suministra la savia de las plantas o la sangre de los animales. Por similitud con la fisiología decidí llamar fisiocracia a mis reflexiones sobre la producción y consumo de todo tipo de productos. Aquel noble que me había presentado como barón de no sé donde, intervino ahora para apoyar la explicación. Más tarde supe que era otro de los protectores permanentes de Quesnay y que llegaría a ser en pocos años el poderoso Ministro de Finanzas del nuevo gobierno de Luis XVI. Ahora Turgot, (como era más conocido), tenía unos cuarenta años y ya traspiraba la autoridad de quien cree que ha nacido para mandar. Cara redonda, nariz amplia, labios finos y expresión amigable. - Mire, señor Newsletter, la fisiocracia es una forma de mirar la realidad de un país. Nosotros no creemos en ese “mercantilismo” que adoraban algunos políticos y pensadores hace años, como el ministro Colbert. Defendemos que la base de un país es su agricultura y que es un error tratar de rebajar los precios de los productos del campo para abaratar los salarios en las ciudades y favorecer así a la producción industrial. Hay que dejar libertad de comercio, intervenir poco en las transacciones entre productores y compradores, no dejarse llevar por las presiones corporativas de los gremios, que tratan de fortalecer la industria a costa de la agricultura. Ahora el que quería intervenir era el que me habían presentado como monsieur Du Pont. Lo hubiera escuchado con más atención de saber que era el más tarde célebre Du Pont de Nemours, ahora con unos 30 años y que dentro de otros tantos fundaría en EEUU una poderosa multinacional química que llegaría a ser una de las principales empresas de mi tiempo. - - - Permítame que le hable como colega de profesión. Hace cinco años fundamos el Journal de l´Agriculture, du Commerce et des Finances que personalmente dirijo y en que difundimos nuestras ideas. En él hemos escrito artículos todos nosotros y muy en especial el señor Quesnay, aunque la mayor parte con seudónimos como M.A., M.H. o M.N. ¿Un periódico para defender sus ideas? –interrumpí-. Así es. Las ideas sólo tienen valor real cuando una sociedad, y en particular sus dirigentes, las aceptan. Queremos que se respeten nuestras máximas generales de política económica y social en un país agrícola, sobre los más diversos aspectos. Quesnay las ha resumido en 30 grandes principios que van desde la necesidad de una autoridad por encima de los intereses particulares hasta la conveniencia de evitar un tráfico financiero mediante empréstitos que ocasionan el aumento de las fortunas monetarias estériles. Por cierto –interrumpí de nuevo-. He oído que ustedes califican de clase estéril a los trabajadores de la industria y artesanos, mientras reservan la denominación de clase productiva a los trabajadores del campo. Ahora era Quesnay quien se movía inquieto en su sillón. A pesar de que su voz no tenía la viveza de los otros asistentes, todos ellos más jóvenes, nada más empezó a hablar se hizo un silencio reverente. Sus 76 años estaban disimulados por una amplia peluca que cubría su calvicie, su cuidado vestir y la vehemencia de su hablar. Era un hombre de gruesas cejas, ahora blancas, ojos inquisidores y una expresión de atención y curiosidad permanente. - Me gustaría, amigo Newsletter, que usted tuviera tiempo, algún día, de leer el libro que considero mi testamento intelectual y que publiqué hace ya 12 años. Le titulé Tableau economique y en él explico cómo la economía de un país puede verse como una gran tabla de cálculo en que se representan las transacciones entre diferentes productores y también con los propietarios de la tierra o de los medios de producción. Mientras Quesnay trataba de explicarme, con el confuso lenguaje de una ciencia en su etapa más primitiva, cómo funcionaba su tabla, yo pensaba en la extraordinaria intuición de este gran precursor de ideas de otros economistas que las desarrollarían más de un siglo después, como la teoría del valor de Karl Marx, el equilibrio general de León Walras o las tablas input-output de Wassily Leontief, por las que se le concedería a éste el Premio Nobel de Economía 200 años más tarde. - Todo trabajo es estéril excepto el del campesino ya que sólo este crea un rendimiento adicional con la ayuda de la naturaleza, que hace fructificar lo que se siembra. En agricultura gastamos uno y podemos recoger por dos. En la industria sólo producimos por el mismo valor de lo que gastamos. Por eso es estéril: porque no crea nada adicional. - - Con todo respeto, maestro –intervine para demostrar a mis contertulios que algo sabía del tema- sus esquemas de flujos en zigzag, que tratan de mostrar la cadena de compras y ventas entre la clase estéril, la productiva y la propietaria son de difícil comprensión. He oído que incluso Voltaire los criticó o Adam Smith, el economista escocés que le visitó hace cuatro años, mostró sus reparos. Bueno, amigo Newsletter, de Voltaire sólo puedo decir que es un indeseable que se ha atrevido a calificarnos de ridículos, aunque dice que cualquiera puede entendernos, ... cuando él no ha comprendido nada. Respecto a Smith, creo que se ha enterado de lo principal, aunque tiene algunas ideas extrañas que no comparto. No creo que con esos planteamientos llegue muy lejos. No iba yo a rebatir tal convicción, así que discurrió el resto de la tertulia sin más intervenciones “agresivas”. Sólo seis años más tarde Adam Smith publicaría su Riqueza de las Naciones, cuya estructura conceptual chocaría de lleno con algunas de las ideas que estaban defendiendo los fisiócratas y que llevaría a su práctico abandono. Ahora, en 1770, estaban en su momento de mayor aceptación y bueno era que disfrutaran de este momento de superioridad intelectual. En todo caso, aun le quedaba a Turgot su próximo acceso al Ministerio de Hacienda. Entonces nombraría, a Du Pont, Comisario general de Comercio e Inspector de la Moneda al joven Marqués de Condorcet (que, con sus 27 años, no había abierto la boca, posiblemente por respeto a la edad de los presentes). Antonio Pulido, Momentos estelares de Econolandia